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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Retratos del poder

Hay un gran escepticismo sobre la utilidad de las cumbres internacionales, con frecuencia compartido o incluso promovido por muchos de los gobiernos que asisten a ellas. A excepción, claro está, del país anfitrión y organizador, cuyo correspondiente presidente o jefe de Gobierno suele buscar en su celebración una oportunidad para afirmar su prestigio en la escena internacional y en ocasiones para dar lustre a su imagen interior con vistas a las siguientes elecciones.

Los primeros en creer en la utilidad de las cumbres son quienes realizan sonoras y, a veces, virulentas protestas en las ciudades donde se reúnen: creen que efectivamente son conciliábulos donde se toman decisiones trascendentes y se cambia el rumbo del mundo. Nada más lejano a la realidad: lo característico es su incapacidad para sacar conclusiones prácticas y, a veces, incluso para redactar sus vaporosas conclusiones escritas. Hay algo que nadie puede discutir respecto a la funcionalidad de las cumbres. Son una ocasión única para obtener, junto a la foto de familia donde aparecen sonrientes los jefes de Estado y de Gobierno en feliz asamblea, otra foto más interesante, una especie de radiografía sobre la realidad del poder y de su distribución en el mundo. En situaciones especialmente vertiginosas en cuanto a desplazamientos de poder mundial e incluso dentro de los países, las cumbres adquieren un interés adicional en la medida en que se convierten en la imagen fija que capta en un instante esta dinámica todavía desconocida.Eso es lo que está ocurriendo estos días en Cannes, la ciudad de la Costa Azul francesa donde se reúne, bajo presidencia de Nicolas Sarkozy, la sexta cumbre del G20, el grupo de las veinte y pico economías más potentes del mundo. Lo más dramático de la dudosa utilidad de estas reuniones es que no hay ninguna otra fórmula que pueda servir para al menos ensayar algo parecido a un mundo gobernado. No sirve ya el G8 (antes G7), excesivamente antiguo y occidental, superado por los países emergentes presenten en el G20. Y tampoco funciona el virtual G2 (China y Estados Unidos), pues esta relación bilateral no es meramente cooperativa, sino que tiene muchos elementos de áspera competencia. Lo que no haga el G20 no lo hará nadie. Francia, a cargo de la presidencia este año, ha hecho un trabajo concienzudo de trabajos previos a la reunión, pero la realidad no respeta los órdenes del día ni los preparativos de las cumbres. Su presidente Sarkozy quería conseguir pasos tangibles en la limitación de los incrementos de precio de las materias primas, en coordinación monetaria, regulación financiera e impulso al crecimiento y el empleo. También esperaba que la cumbre diera el espaldarazo a las medidas aprobadas en el último Consejo Europeo de recapitalización de la banca, quita de la deuda griega y ampliación del fondo de rescate. No contaba con que Yorgos Papandreu, jefe de Gobierno de un país de 11 millones de habitantes que representa solo el dos por ciento del PIB de la UE y no está en el G20, haría de aguafiestas del ensayo de gobierno mundial con el anuncio de referéndum y le cambiaría el orden del día. Por mucho que se hable de otras cosas, todos estarán pensando y discutiendo sobre la consulta griega, que amenaza desde su discreto tamaño con enturbiar el horizonte europeo e incluso global. Lo que ha hecho Papandreu no es extraño en momentos de redistribución del poder y de cambio, en los que se producen situaciones paradójicas, con margen para los más pequeños para retar a los más poderosos. Le ha ocurrido a Obama con el Gobierno de Israel respecto a su exigencia de congelación de los asentamientos en territorio palestino y de respeto de las fronteras anteriores a 1967. O también con la Autoridad Palestina respecto a su reconocimiento internacional en Naciones Unidas y la Unesco. Y ahora le acaba de pasar a Angela Merkel, y con ella al Eurogrupo, justo cuando acababa de proclamarse patrona indiscutible de la UE. Obama teme que Europa arrastre a la economía de su país a una segunda recesión, que le dejaría al pie de los caballos en 2012, justo en su campaña electoral para la reelección. Poco puede aportar para evitarlo, aparte de los buenos consejos, en comparación con China, el país cortejado por Europa para suministrar financiación a ese fondo de rescate que Grecia somete a referéndum. Al presidente chino, Hu Jintao, le viene de perlas esta extraña situación, en la que le será mucho más fácil esquivar las persistentes insinuaciones sobre su moneda excesivamente depreciada y pedir en cambio que se reconozca plenamente a su sistema como una economía de mercado. Para la UE, este tipo de reuniones, en las que suele estar sobre representada, son fácil ocasión para reflejar sus divisiones internas; pero esta vez, en cambio, quedará en evidencia y retratada por su lentitud y su escasa pericia a la hora de gobernarse a sí misma.

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3 de noviembre de 2011
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Desplazamientos de poder

El mercado único se hizo por la transferencia de soberanía a las instituciones comunitarias, Comisión, Parlamento y Tribunal. El euro, que se desprendía del mercado único, por decisión unánime de los países miembros y sólo entre quienes quisieran (hay derogaciones para integrarse en la moneda única, que solo es obligatoria para quien no las ha pedido y obtenido: Reino Unido y Dinamarca) y cumplieran las condiciones, con el resultado de que la soberanía se transfería al Banco Central Europeo. No se quiso avanzar en la unión política, porque tocaba una soberanía que se consideraba sagrada e intransferible. Ahora la Unión Europea está al cabo de la calle. Las instituciones europeas no tienen papel alguno en esta crisis. El Banco Central lo tiene, pero muy acotado. La pelota estaba en el campo donde jugaban los 27 jefes de Estado y de Gobierno, pero resulta que sólo dos jugadores, Francia y Alemania, han sido capaces de mover el balón y hacer con él lo que quieren. Uno con su hiperpresidencia aparentemente todopoderosa y el otro con su democracia parlamentaria cuidadosamente equilibrada por un Tribunal Constitucional que hace oír su voz en todas las decisiones.

Si el poder se desplaza en el mundo cambiante, también sucede lo mismo dentro de Europa. Alemania es la potencia emergente dentro de un continente en declive. Aparece siempre de la mano de Francia, pero sus intereses y sus decisiones se hallan en abierta divergencia y terminan siempre imponiéndose. Para Sarkozy es fundamental mantener la apariencia de que se halla todavía al mando de algo, y por eso no duda en defender las decisiones de Merkel como si fueran suyas, aunque se haya dedicado a discutirlas hasta un minuto antes. Cuando se producen tales desplazamientos de poder a nadie le debe extrañar que aparezcan fuertes reacciones por parte de quienes lo pierden y también sufren como resultado de las decisiones tomadas por los que ganan. Esto es lo que ha sucedido con Grecia. Papandreu convoca el referéndum porque no se siente capaz de seguir aplicando hasta no se sabe cuándo la dura austeridad que le impone Merkel, a cambio, por cierto, de un paquete financiero que todavía no ha conseguido concretar: falta que la banca europea asuma la quita entera y que aparezcan la generosa ayuda de los Bric para completar el rescate. Angela Merkel no quiere perder la adhesión de sus votantes. Pero Papandreu también tiene derecho a cuidar de los suyos. Lo más criticable de las decisiones de estos días es que se hayan tomado sin tener en cuenta los intereses de todos en vez de solo los más poderosos, la banca francesa y alemana, entre otros. Está visto que los dirigentes europeos hablan poco entre sí y no se consultan unos a otros antes de tomar decisiones graves que afectan a todos. La UE ha avanzado siempre con fórmulas en las que nadie pierde y cada uno consigue salir airoso y con algún provecho. Cuando solo ganan unos a costa de que pierdan los demás, la UE retrocede y terminan perdiendo todos.

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2 de noviembre de 2011
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Saudiólogos

En los mismos días en que Túnez celebraba las primeras elecciones democráticas en la historia de los países árabes y los rebeldes libios culminaban su victoria sobre Gadafi, incluidos su linchamiento y ejecución sumaria, acaba de producirse un relevo de significado político mayor en otro país árabe, Arabia Saudí. En este caso no es producto de movimiento popular alguno, sino crudo resultado de la acción de la biología sobre una casta real gerontocrática y enferma. El viejo rey Abdalá, nacido en 1923, ha visto morir a su sucesor, el príncipe heredero Sultán (1924), y ha nombrado al príncipe Nayef (1933) como nuevo heredero.

Arabia Saudí acumula una cuarta parte del PIB del conjunto del mundo árabe, tiene el poder y la legitimidad que le dan los santos lugares del Islam, de los que su rey es el Guardián Oficial, y ha demostrado durante la primavera árabe que es una superpotencia regional con energía y estrategias propias, hasta el punto de que se ha hecho cargo, mediante la invasión e intervención armada en Bahrein, de que la revuelta no se extienda en el entorno de su territorio. Su pacto con Washington, por el que ha venido suministrando petróleo a cambio de seguridad durante 60 años, se halla prácticamente roto. A Estados Unidos no le interesa depender del petróleo saudí ni que dependan sus aliados, y los saudíes confían cada vez menos en los estadounidenses, tanto en el flanco exterior, frente al Irán nuclear y al Israel de los asentamientos, como en el interno, donde Washington se pone al lado de los revoltosos y de la democracia en vez de la estabilidad y los autócratas como había hecho en el pasado. El relevo plantea, en cualquier caso, la cuestión esencial de la estabilidad monárquica en unos regímenes que ni siquiera tienen la pauta de la sucesión reglada. En 2006, el actual rey quiso introducir la apariencia de un poco de orden y probablemente evitar que Sultán nombrara libremente a su heredero, y creó para ello un Consejo de la Lealtad para asesorar al monarca en ejercicio en este nombramiento. A pesar de todo, sigue siendo un misterio la organización del poder de la casa de Saud, estructurada como un predio familiar en el que no debe entrometerse nadie. Los miembros de este Consejo de la Lealtad son, en su mayoría, viejos como cardenales. Pero, a diferencia de los príncipes romanos, los saudíes son prolíficos como conejos, siguiendo el buen ejemplo del fundador del reino y padre de casi todos ellos Abdelaziz ibn Saud. Mientras en China en 2012 va a llegar al poder la quinta generación después de Mao, pautada rigurosamente por la edad biológica, en Arabia Saudí están todavía en la primera, puesto que todos los reyes y príncipes herederos hasta ahora han sido hijos del fundador del reino Abdulaziz bin Saud. Claro que Saud tuvo 22 mujeres legales de las que se conocen 37 hijos varones reconocidos engendrados en una horquilla de 50 años, sin que cuenten para nada ni las hijas ni las concubinas y los hijos fuera de matrimonio engendrados con ellas. Nadie se ha atrevido, en todo caso, a la maniobra modernista que significaría nombrar heredero a un nieto de Saud de media edad en vez de otro anciano achacoso y rodeado de hijos ansiosos que esperan su encumbramiento. Los misterios e intrigas del Kremlin soviético y del Zongnanhai posmaoísta quedan cortos al lado del Palacio Real saudí, donde el hermetismo y el secreto son inigualables, el poder es como el de las monarquías absolutas europeas y el rigorismo religioso extremo, aunque naturalmente con la debidas exenciones para la vida privada de los príncipes multimillonarios, que pueden escapar fácilmente de las imposiciones y extravagancias del wahabismo oficial en sus mansiones privadas o en el extranjero. Una de las claves del éxito saudí en su ejercicio del poder sin control alguno es la incapacidad de los medios de comunicación para penetrar en el oscuro laberinto de la familia reinante, algo en lo que ha sido decisiva la complicidad occidental, pero que inevitablemente obligará cada vez más a intentar romper el muro de incomunicación con que este país se mantiene a resguardo de los efectos de la globalización. Y el primer paso es que cunda el interés y que empiecen a proliferar los saudiólogos, especialistas en desenmarañar estos ovillos de poder como sucedía durante la guerra fría con las intrigas y las sucesiones dentro del aparato del Partido Comunista soviético.

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31 de octubre de 2011
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Europa, esa desconocida

La amenaza es de destrucción, declinada en todas sus variantes. Y a cámara lenta, por cierto: a la crisis de nunca acabar se suma la lentitud exasperante con que se van trenzando los debates y desgranando las decisiones. Empezó con ?Si cae el euro, cae Europa? y ahora estamos incluso en ?Si cae el euro cae Alemania?. En el último episodio los conservadores británicos han llegado a tomárselo en serio: ¡Qué caiga! El euro, Europa, todo junto.

La realidad, en cambio, lleva desmintiendo tales amenazas. Todo va virando al sepia años treinta, cuando aquella Gran Crisis que terminó tan mal, pero ya se ve que el euro aguanta. No aguantan los Estados de bienestar. No aguanta el empleo. Ni las empresas. Menos aún la paciencia de los sufridos ciudadanos, que se indignan por un lado y votan a la oposición por el otro. Pero el euro y la Unión Europa sí aguantan. No hay destrucción, sino cambio. Cuando termine, todo será distinto. Y no solo serán distintos el euro y la Unión Europea, sino todos sus socios, las relaciones de poder entre ellos y la influencia y papel de los europeos en el mundo. Hace algo más de un año había dudas sobre si el FMI debía acudir al rescate de Grecia o era tarea exclusiva de los europeos. Ahora ya se trata de pedir a China que haga su aportación a la financiación de los rescates. Entonces todavía se hablaba de un directorio de los países más ricos que marcaba el paso a los periféricos, pero al poco quedó reducido a dos, Sarkozy y Merkel, y ahora a uno solo, la canciller, que discute y vota en su parlamento por la mañana lo que obligará a aceptar a los 17 socios del euro por la tarde. Las instituciones europeas han quedado profundamente modificadas por toda esta tormenta. Desde que entró en vigor el Tratado de Lisboa, a finales de 2009, hasta ahora, han crecido más las estructuras de gobierno del euro que en sus diez años anteriores: Autoridad Bancaria Europea, presidencia de la Cumbre del euro, Junta Europea de Riesgo Sistémico? Las recién creadas ?presidente del Consejo Europeo, alto representante de Política exterior?, y las que ya había ?la Comisión?, no han terminado de encontrar su papel. Y no sabemos en qué terminará y cómo se gobernará el invento: si habrá algo parecido a un Tesoro o a un alto representante del Euro. También están cambiando los países. La crisis coloca a cada uno en su sitio. El peso del tribunal constitucional, parlamento y cancillería alemanes supera al de sus homólogos de cualquier otro país, incluidos sus correspondientes de la UE, que apenas tienen vela en este entierro. La presidencia francesa, excepcional en sus poderes inventados por De Gaulle, puede morir en el intento. La del Consejo de Ministros italiana ya lo ha hecho. Con el resto, España incluida, no hay problema: a obedecer y callar. Cuando termine todo, habrá que hablar de nuevo de democracia.

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30 de octubre de 2011
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El islam no es la solución

Túnez señala la dirección. Las mayorías parlamentarias en los países árabes donde se celebren elecciones democráticas en buenas condiciones se articularán alrededor de partidos islamistas, todos ellos en una u otra forma ramas nacionales o derivaciones de los Hermanos Musulmanes, la veterana organización egipcia fundado en 1928 por Hassan el Bana. Es lo que sucederá en Egipto, que las celebra el 28 de noviembre, y en Libia, que quiere celebrarlas en ocho meses; también en países donde no ha habido cambio, pero sí puede haber transición, como Marruecos, que las celebra el 25 de noviembre. Occidente no aceptó la realidad del islamismo político en 1991, entre la primera y la segunda vuelta de las elecciones generales en Argelia que iban a dar la victoria y el poder al Frente Islámico de Salvación (FIS). Los militares, con el beneplácito de todas las capitales occidentales, interrumpieron la transición, iniciada en 1989 con una reforma constitucional y la desaparición del monopolio del partido único, el Frente de Liberación Nacional. Suspendieron las elecciones, disolvieron el parlamento, obligaron a dimitir al presidente Chadli Benjedid, prohibieron el FIS e implantaron el Estado de emergencia, que ha durado hasta 2011. El terrorismo y la represión indiscriminada viraron pronto en una guerra civil que se cobró 200.000 vidas.

Veinte años desde el primer intento no pasan en vano. Durante estos años perdidos ha aparecido una alternativa más extremista y peligrosa como es el proyecto terrorista de Al Qaeda. La tentación violenta ha quedado mayoritariamente desacreditada, aunque todavía recoja adhesiones en lugares como la franja de Gaza. Los partidos islamistas han sufrido bajo las dictaduras, pero también han tenido ocasión de reflexionar sobre sus errores y la evolución de un mundo en cambio, en el que los beneficios de la globalización se desplazan hacia los países emergentes. Y, sobre todo, han estallado las revueltas de la dignidad de punta a punta del mapa árabe. Durante estos años, el islamismo ha sido la principal fuerza de oposición a las dictaduras. Una parte de su éxito actual viene de la prohibición y la clandestinidad y está ganado en los cadalsos, comisarías y cárceles, como sucedió con el comunismo en países como España. En muchos casos ha actuado como una red social que proporciona a las capas más desfavorecidas la sensación de que alguien se hace cargo de los ciudadanos ante un Estado dictatorial y corrupto. Y cuenta con la fuerza y la popularidad de las mezquitas, es decir, del conservadurismo reigioso y de la tradición. El islamismo no ha hecho estas revoluciones, pero será su principal beneficiario. Los jóvenes, que se lanzaron a las calles de las ciudades árabes desde el Atlántico hasta el golfo Pérsico a partir de enero pasado, poco tenían que ver con las hermandades musulmanas organizadas para restaurar la pureza de la sociedad islámica frente a la corrupción de los dictadores y de la modernidad occidental. En la plaza Tahrir de El Cairo apenas asomaron las barbas los primeros días, pero pronto se presentaron los disciplinados militantes para organizar el rezo de los viernes y segregar a las mujeres. El impulso fue cosmopolita, laico y modernizador, pero la capitalización identitaria, religiosa y tradicionalista. Todo esto inquieta a los árabes más laicos, que temen por el tipo de Estado y de democracia que se va a construir. Una democracia adjetivada como islámica puede reducir el campo de juego y de la pluralidad o sencillamente contar como una opción más, la mayoritaria, dentro de la pluralidad; al igual que las democracias cristianas dentro de los Estados aconfesionales europeos. Si de los viejos partidos comunistas han salido formaciones reformistas y socialdemócratas, perfectamente acomodadas a las reglas de juego y preparadas para gobernar, nada impide que los Hermanos Musulmanes terminen constituyendo la base de esa democracia islámica. Los temores no son gratuitos y tienen una base palpable: la segregación de sexos; la limitación de los derechos de la mujer; la ocupación religiosa del espacio público; o la presión sobre los ciudadanos de otras creencias, que en Egipto tiene visos de persecución. La democracia no puede ser un mero trámite en las urnas que abra las puertas a la sharía. Significa instituciones y equilibrios entre poderes públicos, derechos y deberes de los ciudadanos, igualdad ante la ley. Este es el reto del islamismo. Y no hay una sola sharía. Como no hay un solo islam. Incluso en el islam político y conservador hay al menos una bifurcación, con un camino autoritario que lleva hacia Arabia Saudí y otro democrático que conduce a Turquía. El islam es la solución, reza el eslogan más conocido de los Hermanos Musulmanes. No es verdad. El islam es, como más, el camino obligado e inevitable en esta transición. Como recuerda una y otra vez el escritor egipcio Alaa al Aswany en sus artículos, antes y después de la caída de Mubarak, la solución es la democracia.

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27 de octubre de 2011
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La gloria de Netanyahu

Solo gana quien arriesga. Es lo que ha hecho Benjamin Netanyahu con el intercambio de Gilad Shalit por 1.027 prisioneros palestinos. Es su respuesta arriesgada a la Primavera Arabe y a sus nefastas consecuencias para Israel, que ha visto desaparecer en pocos meses la entera arquitectura de sus alianzas regionales y se halla en el momento de mayor aislamiento de su historia. Netanyahu ha querido demostrar que no hay interlocutor para la paz, pero sí lo hay para canjear prisioneros de guerra. Que no funciona el lenguaje de la paz y de la reconciliación, el reconocimiento de las razones y los sentimientos del otro; sino el de la armas y de sus intereses, que es el reconocimiento de la fuerza y las intenciones destructivas del contrario.

Cuando todos le piden que negocie y reconozca al Estado palestino, demuestra que solo quiere reconocer a los palestinos como enemigo jurado de Israel. Blande así un golpe que puede ser mortal al único socio para la paz que es Abu Abbas y corona la destrucción del proceso de Oslo a muy bien precio, es decir, sin aparecer como intransigente, al contrario, porque se reivindica como negociador, certifica que puede llegar a acuerdos difíciles con los enemigos más encarnizados, sabe ceder y explicar sus concesiones y aguanta el tirón de los más extremistas de su bando. Es la afirmación en el territorio doméstico de su autoridad y de su capacidad como hábil político después de haberlo demostrado en territorio americano, donde retó a Obama y le torció el brazo. Con esta negociación dice a las claras que ahora está dispuesto a ceder en todo menos en lo único que es esencial para obtener la paz, como es el territorio. Pero también dice otra cosa, de valor por el momento más virtual que real, y que puede contar para el futuro: quien consigue y explica un acuerdo tan espinoso como este también puede negociar y alcanzar el acuerdo de paz. El precio que paga Netanyahu es alto. Las víctimas no se lo pueden perdonar. Los asesinos de sus hermanos e hijos salen libres, mientras ellos seguirán llorándoles y echándoles en falta. Pero ahí da también una lección que sirve para los colonos. Israel está por encima de los intereses de grupo, por respetables y encomiables que sean. Después del golpe de Abbas en la ONU, remachando el aislamiento de Israel con su petición de reconocimiento internacional, Netanyahu le devuelve la pelota con una victoria moral, que mejora la imagen de su primer ministro y de un país dispuesto a ceder para salvar a uno de sus soldados. Restaura la autoestima de los israelíes, la idea siempre implícita de su superioridad sobre los palestinos y quienes les defienden e incluso un cierto equilibrio entre posiciones morales. Aunque los palestinos ganan en unidad, quien obtiene ventaja es Hamas, el partido de la guerra, sobre el partido de la paz y del combate pacifista, que es lo que más teme el Israel más conservador y derechista. (Este comentario, escrito el jueves de la pasada semana, quedó en el tintero, arrastrado por dos otros acontecimientos como la muerte de Gadafi y el comunicado de ETA sobre el cese de la violencia. Lo doy ahora aquí porque me parece todavía vigente y sugiere incluso alguna reflexión sobre el debaterespecto al final de la violencia en el País Vasco).

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25 de octubre de 2011
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El guión

El guión, la hoja de ruta, el relato, la farsa incluso. El grueso de este debate no versa sobre hechos, sino sobre dichos, intenciones atribuidas por unos a otros, significados descifrados, palabras interpretadas, pactos secretos incluso. Hay desacuerdos radicales que son fundamentalmente semánticos: sobre el significado de las palabras, sobre el derecho a usar unas y no otras, sobre la fuerza narrativa del adversario. Y sin embargo, cuando se trata de la acción por las armas, la única realidad que importa es la que afecta a su uso y sus efectos, en forma de amenaza, de muerte, de dolor, de cárcel.

Las armas han callado. La gran mayoría cree que definitivamente. Los amenazados respiran de alivio. Los escoltas se reúnen para organizar un futuro en el que su protección será innecesaria. Pero nadie se fía de la palabra de quien las ha usado a placer desde hace tantos años. Hay motivo para no fiarse. Así, en general. En principio no es de fiar la palabra de quien tiene como dedicación primordial el acto homicida. Siempre puede quedar, además, una fracción disconforme con las palabras de paz y dispuesto a proseguir con las acciones de guerra. Esta vez sí, nos dicen. Las palabras definitiva e irreversible. El ahogo político y electoral: si matan de nuevo, se hunde el proyecto de relegalización y participación en las instituciones; ni cargos ni dinero. El cerco policial en Francia y España: apenas queda algo, pero dos años más así y no quedará nada. El aislamiento internacional: ya no hay Estados que echen una mano, y en la próxima ocasión ni siquiera encontrarán rincones de América Latina donde esconderse. Habrá que creerles, entonces, aunque con enorme prudencia. Sin hacer ni un solo paso en falso. Lo que importan son los hechos. Si entregan las armas será más fácil que se les crea. Si se disuelven, todavía más. Sabiendo que esta decisión es solo por interés, por su interés, sin arrepentimiento, sin dolor, incluso con la arrogancia de quien asegura que valió la pena y lo volvería a hacer en aquellas circunstancias. Hay otros hechos a los que habrá que atender. Los efectos de esos crímenes persisten y persistirán mientras siga vivo su recuerdo a través de los familiares y amigos de las 823 personas asesinadas. Va para muy largo. Es de desear incluso que vaya para largo, porque no merecen pasar página y el olvido. Ningún consuelo puede haber para su muerte y su ausencia, ni siquiera esta paz que ahora les prometen, tan difícil si antes no hay piedad, y después petición de perdón. No es una cuestión política, no. Ni debe serlo. Es algo mucho más complejo y personal, que afecta a cualquier víctima y de cualquier color: quienes han sobrevivido a un golpe del terror certifican con sus vidas que no valió la pena, que no debió suceder, que ninguna causa por inmensa que pueda ser justifica quitarle la suya a una persona. Hay que cuidar de ese dolor, procurar que nadie ofenda a quienes soportan su carga; que nadie se permita ignorarlo en los pasos que habrá que hacer en ese camino nuevo sin armas. Sobre todo porque ahí están, silenciosos, vivos, palpitantes, esos centenares de presos por terrorismo, esa masa decisiva para un futuro sin violencia. Ellos también son un efecto de los hechos: el retroceso del arma asesina, que hiere a quien la usa, destroza su vida en muchas ocasiones; las vidas de sus allegados también, hasta extender otro rencor distinto, pero igual de profundo, más retorcido, porque es un dolor culpable que no quiere reconocerse como tal. Lo que cuenta es el debate sobre los hechos. Es decir, las víctimas y los presos. La pelea por las palabras puede facilitar las cosas, pero es lo de menos. Las de Mayor Oreja sobre una negociación secreta entre Zapatero y ETA, una hoja de ruta soberanista, y esa paz-trampa continuadora de todas las trampas anteriores, insultan al gobierno y ahora incluso al PP, pero satisfacen a Otegi y a su capacidad de convicción sobre ETA. También esas ocurrencias extremistas tienen su función en este guión que por el momento está obteniendo el aplauso reticente pero a la vez unánime del público.

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24 de octubre de 2011
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Una historia sin parteras

La partera todavía anda muy atareada en estos tiempos. Recuerden al viejo Marx: ?La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una sociedad nueva?. En Europa se le acabó la tarea, al menos hasta los glacis de Rusia. Debió acabar mucho antes. Por ejemplo, a partir de 1989, cuando cayó el Muro de Berlín y regresó la libertad para los países atornillados por Moscú al extinguido pacto de Varsovia. No pudo ser: prendió en los Balcanes primero, rebrotó en el Caúcaso y todavía mantiene algunos rescoldos en Ucrania, Bielorusia y Moldavia.

Lo mismo sucedió en España. Pudo y debió ser en 1978, cuando los españoles se dotaron de su regla de juego. Y hubo luego más oportunidades: al terminar la guerra fría, con la paz en el Ulster, ante la polarización de un megaterrorismo demoledor y sin límites... Nada convenció a la vieja matrona ensangrentada, empeñada en permanecer en el que fue el más violento continente de la historia y ahora se ha convertido en todo lo contrario. Una historia que por nada del mundo quiere transcurrir con partos de dolor y de muerte, eso es Europa. El relato de la libertad que excluye a quienes saben tomar ventaja de la violencia. Por eso el mismo día en que se retira avergonzada de la península ibérica, encapuchada y arrogante en su derrota, muestra en Sirte su ferocidad magistral. A esa vieja sanguinaria e injusta le complace de vez en cuando dar a cada uno su merecido, en proporción a la crueldad de su resistencia al cambio. A Ben Ali, que aguantó poco, el exilio. A Mubarak, que se resistió hasta el último día a tirar la toalla, la cárcel. A Gadafi, que redobló sus instintos asesinos para acallar las protestas, la guerra civil, la derrota y la muerte.Mucho les costará a los árabes expulsarla de su territorio. Aunque sus servicios sean indeseables, fácilmente se cuela en las casas y se instala con su guadaña entre la gente. Ahora gracias a los móviles y a las redes sociales, nos llegan en tiempo real las imágenes repugnantes de su siega sangrienta. Ya sucedió en 1989, con la filmación del juicio irregular y fusilamiento del matrimonio Ceaucescu en Bucarest; como ahora desde Sirte con esas imágenes captadas por los móviles del apresamiento, vapuleo y tiro en la sien al tirano.

La nueva Libia nace con ese tiro descerrajado a Gadafi, prisionero y herido, ante las cámaras. Como muere un perro. O una rata. Los animales que le gustaba evocar al dictador para despreciar a sus enemigos. Este nuevo mundo sigue alumbrándose en la sangre y el dolor. Como siempre. Un punto de partida difícil para que los libios se den libremente una regla de juego que a todos les pacifique e incluya. Y un mal presagio para las transiciones tranquilas. Los árabes, como los europeos, merecen también una historia sin parteras.

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23 de octubre de 2011
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El primero de la clase

Es pequeño pero vibrante y determinado, brillante y puntual: el primero de la clase. Se anticipó en la revuelta y derribó al tirano. Allí saltó la chispa y de allí salió el impulso que levantó la oleada de revueltas. También es ahora el primero en celebrar elecciones democráticas, que en su caso son para elegir a los diputados de una Asamblea Constituyente. Su modelo de transición es el más maduro y avanzado.

Egipto está bajo tutela militar y ha modificado ya la Constitución, con referéndum incluido, sin llamar antes a las urnas a los ciudadanos. Marruecos ha seguido el mismo camino, pero en este caso bajo tutela de la monarquía. Túnez, que ya tuvo la primera constitución en el mundo árabe en el XIX, ahora quiere ser el primer país de la zona que no tenga una carta otorgada, el primero en romper con el viejo régimen y el primero en gobernarse por un poder civil y democrático al que se subordinen todos los otros poderes. También será el primero en el experimento del siglo, que consiste en comprobar cómo ligan islam y democracia en territorio árabe, donde nunca antes habían conseguido encontrarse. Los resultados electorales de este domingo nos darán una primera aproximación del peso del islamismo político en el paisaje tunecino. Que será grande, según adelantan ya las encuestas. Lo que de ahí salga importa en Túnez ante todo, pero es una prueba también y un espejo donde se mirarán los siguientes en pasar por las urnas, que son los marroquíes el 25 de noviembre y los egipcios el 28 del mismo mes. El dibujo ideológico que ofrezcan las elecciones tunecinas va a prefigurar cómo será la Constitución, y sobre todo el peso en su texto de las ideas laicas y de las islamistas. El modelo tunecino será, en cualquiera de los casos, el más diferenciado del otro modelo que se ofrece a los árabes como respuesta a su primavera: el del paternalismo autoritario y reformista de las monarquías petroleras. Hasta dónde llegará este modelo empezará a saberse el domingo, cuando conozcamos las proporciones de la fórmula que arrojarán las urnas, pero la novedad absoluta de unas elecciones abiertas, el sistema proporcional, el 30 por ciento de indecisos, y las seis circunscripciones de los tunecinos en el exterior (700.000 votantes potenciales) dejan unos amplios márgenes a la indeterminación y la incertidumbre. La libertad también es eso. Cada uno puede aportar su explicación a este vanguardismo tunecino. Es un país de 10 millones de habitantes y 163.000 kilómetros cuadrados, dimensiones modestas en comparación con la extensa geografía y la población de sus vecinos, a excepción para esta última de Libia. También es el más homogéneo cultural y étnicamente, sin divisiones religiosas, lingüísticas o tribales relevantes. No ocupa un lugar estratégico, como es el caso de todos los países que se hallan en la línea de la tensión entre chiitas y sunitas y entre Arabia Saudita e Irán. Todo esto facilita más que explica que haya sido el primero en cambiar de régimen y el más veloz en derrocar al tirano. El historiador y demógrafo Emmanuel Todd, acreditado por su pronóstico prematuro acerca de la desaparición de la Unión Soviética, asegura en su libro 'Alá no tiene nada que ver con esto' ('Allah n'y est pour rien', Le Publieur), que es la evolución demográfica árabe lo que explica las revueltas. Túnez es el primer país árabe que ha culminado su transición demográfica, es decir, una etapa de fuerte crecimiento de la población a la que sigue una caída de la mortalidad y de la natalidad, como ya ha sucedido en Europa. En 2005 la tasa de fecundidad había caído hasta 1'9 nacimientos por cada mujer, inferior a la de Francia, según las cifras exhibidas por Todd. El excelente conocedor del Magreb y compañero de estas columnas que es Sami Naïr considera, en su libro de muy reciente aparición 'La lección tunecina. Cómo la Revolución de la Dignidad ha derrocado al poder mafioso' (Galaxia Gutemberg), que Túnez ha sido el primero porque era el eslabón más débil en la cadena de estados policiales árabes, donde se había llevado hasta el extremo la identificación del poder del Estado con una mafia familiar. La dureza del blindaje dictatorial explica así que se quebrara por el mero efecto de la presión de la sociedad tunecina. Esta explicación enlaza con otra primacía de Túnez: en ningún otro país tuvieron un impacto tan espectacular los documentos del Cablegate filtrados por Wikileaks, en los que se explicaba con todo lujo de detalles coloristas los desmanes de la familia de Ben Ali y de su esposa Leila Trabelsi. El régimen intentó bloquear su difusión digital, lo que todavía incrementó el interés por su lectura, principalmente a través de una página web, llamada Tunileaks, profusamente difundida viralmente a través de twitter y facebook. El primero de la clase fue también el primero en tecnología y en comunicación. (Enlaces: con la entrevista televisiva a Emmanuel Todd, de la que ha salido su libro; con la ficha del libro de Todd y con la del de Naïr; con Tunileaks).

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20 de octubre de 2011
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Walesa, de 1989 a 2011

No sabemos a dónde nos lleva la indignación mundial. Pero sí sabemos a dónde nos conduce la acogida que están teniendo los indignados. Sólo alrededor del Tea Party hemos encontrado la sal gruesa de las imputaciones enormes, y desde aquí en su inefable imitador español, José María Aznar. La tendencia mundial, conservadores y derechas incluidos, es a comprender a quienes protestan y a execrar a los codiciosos que están suscitando tanta indignación. Leo en Der Spiegel una muy interesante información en la que se nos dan los nombres de personalidades que han manifestado en algún grado u otro su comprensión con los indignados y su insatisfacción por el poder excesivo de los banqueros en esta crisis: Wolfgand Schäuble, José Manuel Durao Barroso, Rainer Brüderle, Mario Draghi, Angela Merkel? También Obama ha expresado su simpatía. Pero el caso más espectacular e insuficientemente citado es el Lech Walesa que ha mostrado su solidaridad con el movimiento Ocupemos Wall Street y ha denunciado los excesos del capitalismo.

Walesa sabe de qué habla. Sabe lo que es una protesta, porque fundó el sindicato Solidarnosc, que consiguió cambiar el régimen en Polonia y abrir las puertas a la democracia. Sabe también lo que es el comunismo, porque fue un combatiente en su contra, de forma que nadie puede venirle ahora con monsergas sobre las pretensiones criptocomunistas de los indignados. Y sabe lo que es una sociedad de libre mercado, porque él contribuyó a crearla en su país. Pero Walesa es también un obrero y una persona sencilla, que ha trabajado duramente al servicio de los trabajadores y de sus conciudadanos sin ninguna pretensión de enriquecerse. No puede haber dudas de que debe producirle urticaria comprobar cómo actúa la codicia económica y cómo quienes se han enriquecido sin escrúpulos hacen luego ostentación de su poder y de su riqueza. Las declaraciones de Walesa a la agencia AP desde Varsovia enlazan dos momentos especiales de la historia reciente del mundo como son 1989 y 2011. En aquella fecha cayó el Muro de Berlín y a continuación el entero sistema comunista: lo que queda son reminiscencias (Cuba y Corea del Norte) o regímenes metamorfoseados en capitalistas (China y Vietnam). Este año han caído tres dictaduras árabes protegidas por Occidente y los jóvenes de muchos países de todo el mundo parecen haberse contagiado de las energías y de la tecnología que ha servido a los árabes para su liberación. En 1989 se trataba de terminar con la dictadura sin mercado, mientras que este 2011 ha empezado contra las dictaduras con mercado y ahora está contra las dictaduras del mercado. No sabemos a dónde lleva, pero sí la línea que traza la ola de indignación entre quienes critican el reino de la codicia y quienes siguen haciendo la apología de los codiciosos: a la vista está que ni siquiera tiene que ver con la distinción entre derecha e izquierda, al menos tal como era en el siglo XX.

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18 de octubre de 2011
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El Boomeran(g)
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