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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Convergencia federalista

Hay un federalismo del corazón y otro de la razón, surgido el primero de las creencias y los sentimientos, y el segundo de las conveniencias y los intereses. El nacionalismo catalán conservador se ha declarado históricamente ajeno al federalismo español. En la actual democracia española le bastaba el autonomismo para avanzar sin necesidad de cerrar el modelo: ni por el lado de una estabilización a la baja, como piden regularmente las fuerzas más centralistas, ni por una federalización definitiva del Estado que termine con su dinámica bilateralista. Federalismo es unión, lo contrario de la separación. Lo saben los alemanes y los canadienses. Por eso los nacionalistas consecuentes, abiertos siempre al horizonte máximo que se puede plantear un nacionalista, no pueden contentarse con la federación.

La actual doctrina nacionalista establece que la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto ha zanjado la ambigüedad en la que se había movido con enorme pericia e incluso comodidad desde 1979: la vía autonómica se declara agotada e impracticable, y la vía federal, sin interlocutores españoles para emprenderla. Así es como se encaran las elecciones de 2010 y el programa de gobierno para esta nueva etapa, con Artur Mas a la cabeza, con unos nuevos ímpetus: 'Ara és l?hora, catalans!' Y con un análisis de la correlación de fuerzas que luego se revela radicalmente desacertado: se parte de un pronóstico moderado respecto a la envergadura de la mayoría parlamentaria que obtendría Mariano Rajoy en las elecciones generales del 20 de noviembre pasado y al inmenso poder autonómico y municipal del PP. El programa que se defiende es una astuta combinación de vectores estratégicos y de ofertas tácticas, organizadas bajo el solemne rótulo de ?la transición catalana? y la oferta de ?un pacto fiscal en la línea del concierto económico vasco?. Con la primera, Artur Más quiere ser el Josué que alcance la tierra prometida, a sabiendas de que Moisés, Pujol, no iba a conseguirla. Con la segunda, se ofrece una alternativa monetizable al ideal nacionalista: si no queréis que pidamos la independencia, dadnos al menos el equivalente al concierto vasco. Esta construcción argumental funciona muy bien de puertas adentro, en Cataluña, y todavía mejor dentro de la esfera pública nacionalista, pero apenas produce ecos más allá del Ebro. Su defecto de cálculo electoral es como el que cometió Pasqual Maragall con su reforma del Estatuto, pensada para la confrontación con el PP: no contaba con que el PSOE ganaría las elecciones en 2004; pero en su caso con efectos inversos, pues Artur Mas no había tenido en cuenta que Rajoy podía obtener la mayoría intratable de 2011, que le impide negociar con ventaja una nueva financiación. También tiene otro defecto de análisis respecto a la profundidad de la crisis económica: cree que con los primeros y drásticos recortes quedará todo zanjado y se permite incluso el lujo de eliminar el impuesto de sucesiones. Esta máquina retórica es endiablada: una vez que está ya en marcha, va cargando de razón e indignación a quienes se enchufan, limitando seriamente el margen de acción a quienes tienen el encargo del día a día a medida que se alejan en el horizonte los objetivos propuestos. El Gobierno catalán necesita al PP en todo. Para obtener mayorías parlamentarias en Cataluña y para no quedarse con las arcas vacías. Finge geometrías variables, pero sabe que está a un paso de gobernar en coalición con los populares: no en Madrid, donde no se les necesita, sino en Barcelona, en casa. A la vez, la máquina retórica, como el disco rayado en un gramófono, sigue repitiendo que el Estado de las autonomías está muerto, la Constitución enterrada y la vía federalista liquidada. Y sin embargo, la realidad es que ahora mismo no hay ningún partido más federalista en su práctica que Convergència Democràtica de Catalunya. Sin convicción alguna, por supuesto. Por estricta imposición de la crisis y de la correlación de fuerzas. Para no quedar al margen, no en España, sino en Europa. Para no convertirse en la Lega Nord o en Hungría. Es decir, para gobernar en Barcelona y pagar nóminas y proveedores. Llegarán tiempos mejores, es cierto. Pero veremos entonces en qué estado ha quedado la máquina retórica.

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23 de enero de 2012
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Independencias

No sabemos si es un elefante o un ratoncillo, pero está en la habitación y todos se han dado cuenta. Al menos en cinco territorios de la UE, ese conjunto de países comprometidos a construir una unión cada vez más estrecha, han cuajado fuerzas centrífugas que plantean seriamente y en plazos no muy largos la eventualidad de separarse de los Estados a los que pertenecen. Los escoceses fueron los primeros en alzar la bandera, cuando el Scottish National Party ganó las elecciones en 2011 con un programa que incluía la celebración de un referéndum de independencia. También en 2010 ganó las elecciones un partido independentista flamenco, que no planteaba una inmediata resolución de sus proyectos separatistas, pero no pudo formar Gobierno por la radicalidad de sus planteamientos inmediatos. La dimisión de Berlusconi y la disolución de su coalición con la Lega Nord ha situado de nuevo a esta fuerza en la tesitura separatista, aunque en su caso estrictamente fiscal, y, por tanto, resultado de un independentismo sin nación ni nacionalismo.

Estos tres independentismos, a pesar de sus distintos grados de elaboración estratégica, buscan un gradualismo que les proporcione más poder y más dinero. Alex Salmond quisiera un referéndum de tres opciones, que le permitiera apostar por una independencia meramente fiscal dentro de una Europa unida, incluso con la eventual adhesión al euro que los ingleses descartan. La Nueva Alianza Flamenca de Bart De Wever busca su realización en la consolidación de la territorialidad lingüística y la total independencia presupuestaria. Los liguistas de Umberto Bossi son tan antieuropeos como antiitalianos, sobre todo del bolsillo, pero ni siquiera poseen un proyecto de nación. Si hay algo serio, elefante más que ratoncillo, habrá que buscarlo en el rincón ibérico de Europa, donde hay dos nacionalismos históricos y europeístas que han llegado al siglo XXI con tanta o mayor fuerza que la que tuvieron en la travesía del XX. Uno, el vasco, se ve ahora liberado de la lacra imperdonable de la violencia terrorista, que ha desnaturalizado su mensaje y le ha hecho cómplice en ocasiones del aprovechamiento político del terror. El otro, el catalán, perfectamente rodado en el gobierno de un territorio de tanto peso económico y cultural como Cataluña, se encuentra ahora tensado entre sus expectativas soberanistas y su obligada solidaridad con el ajuste doloroso lanzado por los conservadores españoles. Estos cinco puntos de fricción centrífuga no existirían en su actual agudeza sin la recesión y sin la crisis del proyecto europeo. Esa Europa irreconocible es hija de su debilidad y de su pérdida de peso en el mundo. Si lo que hay en la habitación es un ratón, estos secesionismos serán meros signos de una anemia episódica. Pero si es un elefante, Europa hará nacionalistas felices, pero habrá menos europeísmo y menos Europa.

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21 de enero de 2012
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¿Ingresaría la UE en la UE?

Ya no hay lecheros en la Europa de hoy que alguien pueda confundir con la policía cuando alguien llama a la puerta de madrugada. Sigue cumpliéndose todavía una de las más bellas definiciones políticas de Europa: el territorio donde no hay pena de muerte. Y sin embargo, no son estas las mejores horas para la democracia europea. Nunca lo son los tiempos de crisis económica, cuando se encogen los salarios, familias enteras se quedan sin ingresos por trabajo, se pierden o limitan derechos sociales, la pobreza y la incertidumbre se cierne sobre una fracción creciente de la población y para postre, resurgen viejas rivalidades y pruritos nacionalistas a cuenta de quien asume las facturas para enjugar los déficits públicos y los efectos de la burbujas inmobiliarias o financieras.

Las consecuencias políticas e ideológicas de la crisis se notan con distinta intensidad en todos los países y desde hace ya bastantes meses. Tiempos como estos son propicios para que se apoderen de las agendas parlamentarias las fuerzas más extremistas y derechistas. Los más menesterosos son los primeros en sufrir y caer en las celadas que les tiende el populismo. Es muy fácil la denuncia de la xenofobia y el racismo con un puesto de trabajo y pensión asegurados, vivienda sin hipoteca en unos barrios altos bien equipados y vigilados y una conciencia óptima, más que buena, instalada en una ideología respetable, convencional y conveniente. Este no es el mundo real cuando uno de cada cuatro demandantes de trabajo no lo tiene, dos de cada cinco jóvenes se halla en el paro, y centenares de miles de pensionistas y personas asistidas ven disminuir sus ingresos a la porción congrua. De ahí el naufragio socialdemócrata, la marea conservadora que inunda Europa y la pegada que tiene el populismo derechista, incorporado incluso a distintos gobiernos o mayorías parlamentarias, a cambio de concesiones a sus idearios chauvinistas y de exclusión. La libertad de circulación de personas ha recibido varios reveses durante el pasado año a cuenta de las migraciones incontroladas desde el norte de Africa. Dinamarca recuperó durante unos meses las viejas restricciones a la libre circulación de personas dentro de la UE. Una norma comunitaria, la llamada directiva de la vergüenza, de 2008, sintetiza esta deriva peligrosa en la que estamos metidos todos los europeos, puesto que autoriza el internamiento sin juicio hasta 18 meses de los inmigrantes sin papeles y la expulsión de menores a terceros países. Basta con recordar como consecuencia, el lamentable estado en que se encuentran los centros de internamiento de extranjeros en distintos países, España entre otros, cuya clausura han pedido decenas de asociaciones de derechos humanos. Una parte de estos desastres se los procuró la propia UE mucho antes de esta crisis con el método elegido para ampliar el club europeo, que pasó de 15 a 25 miembros en 2004, a 27 en 2007 y será ya de 28 este 2012, cuando entre Croacia, uno de los países que ahora hace veinte años se hallaba en guerra en los Balcanes. Tienen razón quienes persisten en valorar aquella ampliación como una de las mejores proezas de la UE, convertida en fábrica de estabilidad, prosperidad y democracia. Pero a ocho años de la macro ampliación, cuando empieza a fallar la prosperidad, está sobradamente comprobado que la UE no siempre ha sabido ni podido absorber la incorporación de cada uno de estos países, algunos con escasa vocación europea y otros con problemas de minorías irresueltos, por no hablar de los nacionalismos étnicos, que en algunos de ellos campan todavía a sus anchas. Los efectos de una ampliación defectuosa confluyen ahora con la aparición de averías democráticas entre los socios más veteranos, de forma que el conjunto de la UE se aleja de la idea misma de Europa, moldeada en sus 50 años de historia. Hungría concentra todos estos males, ahora compartidos en grado menor por casi todos los otros socios, gracias a la mayoría absoluta con la que ha reformado la constitución y al peso de una extrema derecha antisemita y antieuropea propia de los años 30. A menos que lo impida la Comisión Europea, Viktor Orbán consolidará un régimen de casi dictadura parlamentaria, que expande los poderes del ejecutivo, erosiona la división de poderes, limita la independencia judicial, reduce el pluralismo, amordaza a los disidentes, margina a las minorías, reduce la libertad religiosa e impone una visión uniforme, nacionalista y excluyente. Pero se quedarán cortas las instituciones europeas si limitan su castigo a Hungría por atentar a la independencia del poder judicial y del banco central y por politizar la agencia nacional de datos, sin abordar el problema paneuropeo de una democracia con flojera, que pierde calidad por todas partes. Y es verdad, nadie puede confundir al lechero con la policía de madrugada. Por el momento.

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19 de enero de 2012
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La máscara funeraria

Hubo una época en la que a los grandes hombres se les sacaba un molde del rostro cuando morían. Del negativo en cera de la cara del moribundo salía la escultura mortuoria, la máscara funeraria, que pasaba a engrosar las reliquias del finado. Esta tarea la hacen ahora los medios de comunicación, que vuelcan en cuestión de horas un torrente de palabras e imágenes sobre la muerte del ?grosso personaggio?, al que le sucede lo que a todas las súbitas corrientes de agua: la falta de control produce desbordamientos y excesos, a veces bordeando el ridículo, casi siempre entrando de lleno en la exageración. No hay que darles mucha importancia, porque son meras coronas mortuorias, licencias mediáticas que se desvanecen en cuanto se da el duelo por despedido a la salida del cementerio.

El escultor que se encarga de la máscara quiere construir una imagen culminante, la síntesis de una personalidad y de una vida, trenzada por los éxitos y los logros a los que se debe la fama y el prestigio y apenas moteada por los fracasos, las villanías o los comportamientos mediocres. De ahí que este momento crucial para la posteridad descarte la teoría contraria: que una vida pueda ser una concatenación de fracasos, uno detrás de otro, apenas ensombrecidos por unos pocos destellos victoriosos, que en ninguno de los casos alcanza la cima anhelada y señalada por el desenfreno de la ambición. Este hombre quiso ser presidente de su país y tuvo que contentarse con presidir su región. Quiso reformar desde dentro un régimen de matriz estrictamente totalitaria, y lo hizo con talento y talante autoritarios, pero tuvo que conformarse con que fueran otros correligionarios suyos los que pactaran la ruptura con las instituciones y leyes de la dictadura en los acuerdos de la transición con la oposición. Intentó ganar en las urnas lo que había perdido sin ellas y también fracasó, convirtiéndose en el líder de una derecha nostálgica y ultramontana. Se creía rompetechos pero nunca rompió el suyo y esto fue su ruina: era más apreciado por la izquierda en el gobierno como jefe sempiterno de la oposición que por la derecha aspirante. Cayó en un error internacionalmente imperdonable: no propugnar el voto afirmativo en el referéndum sobre la OTAN, suficiente para descalificar a un partido conservador occidental. Le costó sacar a la derecha del pozo, pero lo que él no había podido conseguir lo hicieron sus herederos; sin complejos, después de haberle creado el complejo de que un ministro de la dictadura jamás llegaría a la meta. Fracasos, errores, villanías... No voy a seguir, los materiales están a mano: Grimau, Ruano, Montejurra, Vitoria... Nunca fue un demócrata, aunque arrimó el hombro en favor de la democracia después de navegar en tantas ocasiones en dirección contraria. No olvidemos a uno de sus maestros, don Carlos, el jurista nazi Carl Schmitt. Era una vocación política total, una ambición sin freno, dispuesto a todo. Habría sido un caudillo en tiempo de caudillos y quiso ser un presidente electo en tiempo de elecciones. Pero no pudo ser, entre otras razones porque mucho habría que decir sobre su pericia y sus habilidades; bien discutibles a la vista de tantos fracasos. Más claro sería hablar de oportunidades, que las tuvo en dictadura y en democracia: este hombre tuvo muchas y no consiguió sacarles provecho, aunque se esforzó con voluntad bien oportunista, haciendo concesiones cuando hiciera falta. Nadie puede decir que fuera un hombre de convicciones. Como sucede con las trayectorias largas, hay una piadosa tendencia a confundir las virtudes de su tiempo con los méritos de quien finalmente no es más que uno más entre muchos protagonistas. Cuesta encontrar un momento, una institución, una historia concreta que se la debamos entera y sea toda ella mérito suyo. Algunos caracolean buscándola y se dan de bruces con lo contrario, con los fracasos y los errores. Para mi gusto quien más se ha acercado a la definición de su máxima obra de beneficencia ha sido Rosa Montero: es el tipo que se comió a los caníbales y un caníbal él mismo al que debemos estar agradecidos por esta hazaña que justifica toda su vida política.

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16 de enero de 2012
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La meada del héroe

Son imágenes insólitas, nunca vistas. Lo que reflejan no, al contrario. Forma parte de los ritos de la violencia guerrera desde que el mundo es mundo. El robo, la rapiña, la violación, la mutilación o la profanación de cadáveres son el resto inercial de una fuerza a la que se le ha permitido proyectarse sin límites. ¡Ay de los vencidos! La frase latina incluye la meada sobre los muertos y los heridos.

No hay guerra civilizada, por más esfuerzos que la humanidad haya realizado en su historia, desde la invención de unas reglas idealizadas para la caballería medieval hasta las convenciones de Ginebra y los códigos de los ejércitos profesionales occidentales. Civilizar la guerra es un esfuerzo encomiable que ayuda a tragar la píldora amarga cuando no hay más remedio que librarla. Pero al final, la guerra es siempre guerra. Sucia, inmoral, corrupta y corruptora, hasta destruir el alma de quien la emprende aunque tenga todas las razones morales y legales en su favor. El orden y la formalidad de los ejércitos sirve precisamente para domesticar en la medida de lo posible esta violencia irrefrenable y para convertir las miserias que la acompañan en grandeza, honores y heroicidades. Esos héroes pillados en plena meada jamás podrán convertirse en ciudadanos normales y mentalmente sanos. La virtud que tiene nuestra época es que la tecnología que la caracteriza, tan provechosa para el arte de matar, también lo es para el arte de la transparencia. Si en épocas anteriores podíamos esconder bajo las alfombras la suciedad insoportable de las guerras que librábamos, ahora las imágenes del horror se nos aparecen como pesadillas en Youtube y se difunden por Twitter y Facebook. Sin la miniaturización de las cámaras digitales y su incorporación a los móviles y sin las redes sociales no habrían existido ni se habrían publicado las imágenes de los cuerpos vejados y martirizados de Abu Ghraib, la grabación de la matanza de civiles en Bagdad difundida por Wikileaks bajo el título de 'Asesinato colateral' o ahora esos cuatro marines que orinan sobre los cuerpos recién ametrallados de unos talibanes. Tan expresivas como las imágenes son las tomas de sonido que las acompañan sin dejar asomo alguno de duda, por si pudiera haberla, sobre la actitud de los soldados. En Abu Ghraib fueron los propios torturadores, fascinados por las imágenes, quienes obtuvieron las pruebas de sus crímenes. En el caso del helicóptero, la grabación es el protocolo audiovisual que acompaña al ametrallamiento aéreo, algo de creciente interés precisamente para controlar el comportamiento de los soldados al entrar en fuego. Las imágenes del escuadrón de los meones, tomadas por un quinto soldado con su teléfono móvil, se dirían, en cambio, fruto de la casualidad. No parece haber dudas de que alguien pedirá explicaciones sobre su difusión a este quinto marine que no meó sobre los cadáveres y que es el único héroe de los cinco.

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14 de enero de 2012
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La podadera y el misil

La primera para los recortes y el segundo, desde un avión no tripulado, para realizar las operaciones bélicas sin riesgo ni tropas sobre el territorio. La podadera y el misil podrían ser los símbolos de la nueva época militar que acaba de inaugurarse. Falta un tercer símbolo: los palillos asiáticos frente al cuchillo y al tenedor de origen europeo. Ya es un tópico de nuestra época el desplazamiento de poder desde Europa hasta Asia, pero ahora tropezamos con su concreta traducción militar y estratégica. En la cuenca del Pacífico se concentrarán las fuerzas militares y los riesgos del siglo XXI y hacia allí va a desplazar Estados Unidos sus recursos militares en detrimento de los países europeos, durante siglos productores de violencia y demandantes de seguridad hasta el final de la Guerra Fría, pero ahora fábricas de tranquilidad y exportadores de estabilidad y paz al resto del mundo.

Así se contempla en el documento sobre las prioridades militares de EE UU, difundido por el Pentágono a principios de enero, que constituye el anuncio apenas disimulado del fin de una época. Washington va a cerrar bases y cuarteles y a sacar tropas y recursos de Europa, para trasladarlos a la zona de Oriente Próximo, Asia y del Pacífico, donde se sitúan los peligros y los retos del siglo XXI. La guerra de Libia, dirigida militarmente por la OTAN y políticamente por París y Londres, prefigura otros conflictos en los que EE UU seguirá ?dirigiendo desde atrás? (leading from behind), como se le reprochó a Obama frente a Gadafi, antes de percibir las ventajas que podían extraerse de esta nueva modalidad de liderazgo. Como resultado de este giro, ha quedado seriamente resquebrajado el vínculo transatlántico, ídolo geoestratégico de la Guerra Fría que desde Europa se quería conservar a toda costa, como si los buenos resultados del pasado tuvieran que repetirse obligatoriamente en el futuro. Para Washington, la tendencia a aflojar el vínculo estaba en un guión muy anterior a la llegada de Obama a la Casa Blanca. Lo estaba hace casi 20 años, cuando desapareció la Unión Soviética. Quedó seriamente tocado con la guerra de Irak y, entre paréntesis, con la llegada de un presidente de tan escasa sensibilidad europea como el actual. Ahora llega el golpe definitivo. Para los países europeos, sobre todo los antiguos socios del Pacto de Varsovia, es preocupante este nuevo resquebrajamiento del cemento que sostiene a la OTAN cuando Rusia, suministrador energético de Europa y vencedor geoestratégico de esta partida, todavía no ha decidido si su futuro tendrá algo que ver con la democracia tal como la entienden los otros europeos. La jugada de Obama, además de marcar un hito en la historia de las relaciones internacionales, es una decisión de consecuencias tácticas y electorales. Su móvil inicial es presupuestario. El déficit público estadounidense no se puede reducir sin atajar el crecimiento constante del gasto militar. En dólares constantes, EE UU está gastando ahora como en la Segunda Guerra Mundial y como los 18 países sumados que le siguen entre quienes más invierten en defensa. Este capítulo del presupuesto lleva 13 años consecutivos creciendo. Obama acaba de cerrar una década protagonizada por dos guerras, en las que se ha hecho realidad que su país debía poder librar dos contiendas a la vez para asegurar su capacidad de disuasión y afirmar su autoridad como superpotencia en el mundo. Una vez realizado el experimento, a cargo de Bush hijo y sus neocons, se ha visto que hubiera sido mejor no gastar tanto tiempo y dinero en pruebas. Sobre todo, por la pobreza de los resultados obtenidos en comparación con los recursos y vidas humanas dilapidados, además de los efectos perversos inducidos en inestabilidad y en pérdida de prestigio. Nunca más se librarán dos guerras a la vez como estas y ni siquiera es previsible que regresen las grandes guerras de ocupación de países como fueron las dos mundiales, modelo seguido también en Irak y Afganistán. El recorte del gasto militar será de 487.000 millones de dólares durante diez años, equivalentes al 8% del presupuesto militar. El objetivo es contar con un ejército más pequeño, ligero y barato, con una concepción muy tecnológica e innovadora. Con este presupuesto, Obama se ve capaz de mantener la enorme ventaja militar que tiene EE UU sin mermar ni un ápice en la disuasión. El anuncio, en año electoral, es una respuesta a la presión del Congreso, de mayoría republicana, que rechaza toda limitación de gasto que comporte aumentos de impuestos, ni siquiera para el 1% de los más ricos. Si no hay acuerdo entre el Congreso y la Casa Blanca en los próximos meses, para 2013 se producirá un corte automático, que duplicará el recorte militar: pasará a ser del 17%, casi un billón de dólares. Entonces sí afectaría drásticamente al número de soldados y a la disuasión nuclear. Quien aparezca como responsable de tal desastre ya puede empezar a prepararse para recoger unos malos resultados electorales. La podadera puede tener el efecto de un misil.

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12 de enero de 2012
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El estetoscopio del doctor Fukuyama

El doctor Fukuyama, de sólida formación filosófica, llegó en nuestro auxilio después de 1989 con su estetoscopio a la escucha del pecho del mundo con su polémico y mal comprendido diagnóstico sobre el fin de la historia. Habituados ya entonces a las tragaderas posmodernas en boga, hubo quien creyó que nos quedaríamos colgados de un limbo sin acontecimientos que terminaría con cualquier pasión ideológica o política. Ni era la intención de nuestro médico ni era exactamente este el diagnóstico.

El diagnóstico del doctor tenía que ver, de un lado, con el fin de las ideologías que ya habían dictaminado otros pensadores muchos años antes, desde Daniel Bell hasta nuestro castizo Gonzalo Fernández de la Mora. Era su parte más reaccionaria y adaptada, atención, a la tecnocracia. La otra, la más interesante ?y socialdemócrata?, era que tras la caída del comunismo solo quedaba una forma política al alcance de los humanos y esta era la democracia liberal, idea en la que difería radicalmente de otro doctor de cabecera del mundo como fue el ya fallecido Samuel Huntington, profeta de una guerra de civilizaciones que ha venido fascinando tanto al antioccidentalismo islamista o confucianista como al supremacismo occidentalista que está en su origen. Las revueltas árabes han demostrado que el ojo clínico del doctor Fukuyama era más bueno que el del doctor Huntington, aunque en este tipo de asuntos ya sabemos de la dificultad de dar con diagnósticos definitivos con un enfermo, el mundo, especialista en girar y en ofrecer ángulos de sombra y de luz opuestos: unos verán confirmada en la Primavera Árabe la aspiración universal a organizarse a partir de la libertad y la democracia y otros el inevitable regreso al oscurantismo islamista que arrojan los resultados de las urnas. Mientras se sustancia este debate, cosa que puede llevar algunos años, nuestro médico de cabecera acaba de lanzar, en la revista 'Foreign Affairs' de enero, un nuevo diagnóstico, provocativo en el título 'El futuro de la historia', con un guiño en forma de desmentido a 'El Fin de la Historia'; y provocativo en su contenido: las clases medias occidentales se hallan en peligro y la culpa de que esto suceda es, entre otras cosas, de que la izquierda se ha quedado sin programa y sin ideas. Francis Fukuyama empieza su artículo extrañándose de que la reacción a la crisis financiera global, hija del capitalismo desregulado, no haya provocado una fuerte reacción izquierdista en Estados Unidos, sino todo lo contrario: "Cabe pensar que el movimiento Occupy Wall Sstreet ganará tracción, pero el movimiento populista más dinámico actualmente es el derechista Tea Party, cuya principal diana es el Estado regulador que intenta proteger a la gente normal de los especuladores financieros". Demuestra su artículo el evidente crecimiento de las desigualdades ya no en el mundo sino dentro de Estados Unidos, que ejemplifica con las cifras comparativas entre 1974, cuando el uno por ciento de la cúspide de la riqueza acumulaban el 7 por ciento del PIB, y 2007, antes de la crisis, cuando este uno por ciento posee un 23.5, que muy probablemente será mayor cuando termine. Además de la globalización de la fuerza de trabajo, de la liberalización del comercio mundial y de las políticas fiscales derechistas, Fukuyama considera "que el malo de la película es la tecnología": "los beneficios de las oleadas más recientes de la innovación tecnológica han aumentado desproporcionadamente para los ciudadanos con más talento y formación". Y de ahí la paradoja que lamenta el doctor. La válvula de escape populista de derechas contribuye a empeorar las desigualdades, precisamente porque "hace años que nadie en la izquierda ha sido capaz de articular, primero, un análisis coherente de lo que está ocurriendo en la estructura de las sociedades avanzadas en relación al cambio económico y, segundo, una agenda realista que tenga alguna posibilidad de proteger a la clase media". Clara la enfermedad, y más clara la medicina: es cuestión de ideas, no de personas.

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9 de enero de 2012
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Seguridad cultural

Está en el catecismo del buen maoísta. Hay que buscar la verdad a partir de los hechos. ?Buscar la verdad? es Qiushi en mandarín, el nombre de la revista teórica del Partido Comunista de China, fundada naturalmente por Mao Zedong. No es fácil buscar la verdad sobre China por las escasas facilidades, no tan solo lingüísticas, que tienen los observadores exteriores. El último número del órgano intelectual comunista, por ejemplo, publica un resumen de la intervención del máximo dirigente del régimen, Hu Jintao, en el último pleno del Comité Central, que ha recibido una especial atención por parte de quienes pretenden enterarse de lo que se cuece entre los sólidos muros de Zhongnanhai, el Kremlin chino. Tiene su lógica, porque del mencionado cónclave del partido único, celebrado en octubre, apenas se destilaron noticias, y de la intervención del secretario general nada se supo hasta ahora en que nos llevamos la sorpresa: el líder máximo del mayor partido comunista del mundo dedica su artículo a la cultura.

Hu Jintao está preocupado por la cultura china y escribe que ?la fuerza del conjunto de la cultura china y de su influencia internacional no se corresponde con el status internacional de China?. Cree que ?la cultura internacional de Occidente es fuerte mientras que nosotros somos débiles?, a pesar de ?la grandeza de la cultura china?, y plantea la necesidad de una escalada en la confrontación cultural con Occidente, apoyada en la idea del soft power o poder blando. ?Debemos ver claramente que las fuerzas internacionales hostiles están intensificando su estrategia para occidentalizar y dividir a China, y los campos ideológicos y culturales son las áreas centrales de esta infiltración a largo plazo?, asegura. Hu Jintao cumple 70 años este 2012, año decisivo en que cambiará la cúpula dirigente. La ventaja de la sucesión china, a diferencia del Partido Republicano americano, es que ya se sabe quién será el secretario general y quién el primer ministro, es decir, los números uno y dos del régimen. Y se sabe desde 2007, cuando Xi Jinping, 59 años y próximo secretario general, fue ascendido, junto con Li Keqiang, 57 años y próximo primer ministro, como miembros del exclusivo Politburó, donde se sientan los nueve hombres que mandan en China. Como Hu Jintao en su día, Xi Jinping saldrá elegido primer secretario general en el XVIII Congreso que se celebrará a finales de 2012; en 2013 el Congreso Nacional del Pueblo, que hace las funciones de un Parlamento, le elegirá presidente de la República, e inmediatamente después se convertirá en presidente de la Comisión Militar, auténtica almendra del poder en China. La sucesión de 2012 será la primera que completará el ciclo generacional entero sin percance alguno entre dos líderes y dos equipos seleccionados por el mismo y oscurantista sistema. La anterior sucesión, por la que Jiang Zemin pasó el testigo a Hu Jintao, fue el primer ensayo exitoso de relevo tranquilo en un partido donde lo normal eran las purgas e incluso la liquidación física. Hubo, sin embargo, unos últimos codazos entre los líderes viejo y nuevo por la silla más preciada del imperio rojo, la mencionada presidencia de la Comisión Militar. Víctima de aquella pelea fue Zhao Yan, un periodista chino que trabajaba en la oficina del The New York Times y que fue condenado a tres años de cárcel bajo la acusación de obtener y filtrar ilegalmente la información sobre el caso. A cada generación le corresponde un pensamiento propio, un eslogan que marca y orienta su época. A Deng Xiaoping, el auténtico fundador del comunismo capitalista chino, se debe la ?teoría del socialismo con características chinas?. A Jiang Zemin, ?las tres representaciones?, que sitúa la clave del éxito en juntar ?las fuerzas avanzadas de la producción, las fuerzas avanzadas de la cultura y las fuerzas de las amplias masas populares?. De Hu Jintao, a punto de preparar su legado teórico, conocemos la ?teoría del desarrollo científico? para conseguir la ?sociedad armónica? a través del ?ascenso pacífico?, a la que se añade ahora la guerra cultural que plantea en la revista Qiushi. Buscar la verdad a partir de los hechos y aprender de la experiencia. Todo está en el catecismo. En 1989 consiguieron a duras penas que no les sucediera lo mismo que a la Unión Soviética. En 2011 han conseguido que no se repitiera 1989. La persecución de los disidentes, la frenética actividad de la policía digital, la sesión del comité central dedicada a la guerra cultural y ahora la lucha contra los programas de entretenimiento se explican por la preocupación ante la primavera árabe y el potencial uso político de las redes sociales. Ahora, en 2012, quieren culminar la sucesión sin que las filtraciones perturben los consensos unánimes del partido y pasar a la ofensiva ante su competidor geoestratégico, en nombre de la ?seguridad cultural?, un concepto de alcance mayor, que incluye el proteccionismo nacionalista, la censura y una incruenta guerra cultural con Occidente.

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5 de enero de 2012
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Un laboratorio radical

La temporada de primarias ya ha empezado y el Partido Republicano sigue sin aclararse. Tiene ante sí a un presidente acogotado por el desempleo, bloqueado por el Congreso republicano y con su imagen empañada por las promesas incumplidas y las decepciones cosechadas. La oportunidad de recuperar la presidencia dejando a Obama como presidente de un solo mandato, como Carter o Bush padre, parece al alcance de la mano. Pero el problema es que no ha aparecido todavía el líder que sea capaz de unir las filas conservadoras para echarle de la Casa Blanca. Los caucuses de Iowa de ayer, con los que arranca la campaña de las primarias, señalan con nitidez la división y las dudas de los republicanos a la hora de dar con el nombre de quien venza a Obama. Mitt Romney, ex gobernador de Massachusetts y candidato republicano batido por McCain en las primarias de  2008, ha quedado en cabeza con el 25 por ciento de los votos y a solo ocho sufragios de distancia respecto a Rick Santorum, un ex senador ultraconservador sin posibilidad alguna de vencer en una elección presidencial. En tercer lugar, a corta distancia y 21 por ciento, ha quedado Ron Paul, otro candidato testimonial. Y en cambio, el gobernador de Texas Rick Perry y el ex speaker de la Cámara Newt Gingrich, dos políticos de fuste y que albergaban posibilidades cuando se lanzaron a la carrera, han quedado hundidos con 10 y 13 por ciento.

La gracia de los resultados de Iowa es que los tres candidatos que llegaron en cabeza, con muy escaso margen de diferencia, personifican cada uno de ellos una de las tres almas republicanas que pugnan por imponerse. El conservadurismo de Mitt Romney es el de los negocios y el dinero, pragmático por tanto, y componedor, algo que obligadamente deben reprocharle los extremistas de su partido. El conservadurismo de Rick Santorum es sobre todo moral: defiende los valores más tradicionales e incluso reaccionarios y es un militante contra el matrimonio homosexual y la interrupción voluntaria del embarazo. El conservadurismo de Ron Paul, finalmente, es el más equívoco, hasta el punto de que puede entusiasmar a muchos progresistas: es libertario, hiper individualista, enemigo de los impuestos y del gasto público, sin interés alguno en la participación de Estados Unidos en aventuras bélicas exteriores. Solo hay a partir de ahora dos caminos posible en la carrera republicana. O Mitt Romney se impone, a pesar del escaso entusiasmo que levanta en las filas cada vez más derechizadas del republicanismo, o sigue la alegre y alborotada marcha de los fundamentalistas morales y del estado mínimo hacia el desastre que significaría para ellos una nueva victoria de Obama. Romney está acentuando ahora sus perfiles más conservadores y trata de que sus votantes pasen por alto una trayectoria política muy convencional, que incluye una reforma sanitaria muy similar a la de Obama. Su principal baza, sin embargo, es su capacidad para retar y ganar a Obama más que la pureza conservadora de su mensaje. Basta un solo dato, reflejado ayer por las encuestas a la salida de las votaciones: seis de cada diez votantes republicanos se consideran a sí mismo cristianos renacidos. Como los salafistas con el Corán, son gente que cree que todo lo que cuenta la Biblia es una verdad histórica. No es extraño que el santurrón de Santorum haya conseguido tal éxito entre estos votantes. La derecha estadounidense está aquejada de un mal propio de los izquierdismos, capaces de renunciar al poder antes que a la radicalidad de sus ideas y valores. Es el camino más seguro para la victoria de los otros.

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4 de enero de 2012
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Con moneda, pero sin Unión

El euro ha aguantado. La prolongada crisis de las deudas soberanas no ha conseguido terminar con la moneda única, a pesar de los presagios y temores de políticos y economistas de ambas orillas del Atlántico. En varias ocasiones durante 2011 hemos estado ?al borde del abismo?, en agosto por ejemplo, cuando así lo advirtió Jacques Delors, el presidente de la Comisión Europea que trazó la hoja de ruta para la moneda única europea. También han sido varias las ocasiones en que se ha convocado de urgencia al Consejo Europeo para alcanzar la solución definitiva a esta agonía que nunca termina. Y cada vez ha sucedido lo mismo: las respuestas han quedado cortas, todo se ha hecho tarde y mal. Grandes alarmas, grandes expectativas y al final grandes decepciones. Pero el euro ha seguido aguantando. Lo que no ha aguantado ha sido la Unión Europea, que ha saltado a trozos en la última cumbre, cuando el primer ministro británico, David Cameron, ha dado el portazo a 38 años de participación del Reino Unido en la construcción europea. En muchas ocasiones en estas cuatro décadas se había resuelto con ingeniosas y a veces complicadas fórmulas de compromiso la tensión entre quienes querían una unión más estrecha de las naciones europeas y quienes preferían limitarla a un espacio comercial común. Los británicos habían conseguido avanzar junto al resto de países europeos gracias sobre todo a las derogaciones en los tratados, que les permitían prescindir de la política social o de la marcha hacia el euro.

En la madrugada del 9 de diciembre pasado en Bruselas se terminaron los márgenes de maniobra. Cameron fue más lejos de lo habitual: no tan solo no quiso evitar su participación, mediante la habitual excepción, como había hecho su país en anteriores ocasiones, sino que se empeñó en que los otros tampoco avanzaran. Era la sentencia de muerte a esta unión tan difícilmente mantenida. Alemania y Francia no podían permitir que los mercados acogieran la falta de acuerdo entre los 27 con un severo ataque que podía situar a Italia e incluso a España en situación comprometida. Ante la negativa de Londres a la reforma de los tratados de la UE acordaron firmar un nuevo tratado solo entre los 17 miembros del euro y quienes quisieran añadirse, que en principio fueron otros seis países. Por más que luego se quiera corregir o mitigar la catástrofe de aquella madrugada bruselense, el resultado es el regreso a 1972, la Europa anterior a la incorporación de Reino Unido. Las críticas han llovido sobre los reunidos en Bruselas, desde todos los ángulos y posiciones: a uno por irse, a los otros por dejar que se fueran; a los dos más grandes por su poder abusivo, a los otros por dejarse arrastrar sin rechistar. Sobre Cameron, naturalmente, han llovido en abundancia por utilizar el equivalente al arma atómica que es el derecho de veto para bloquear en vez de para disuadir, como había venido sucediendo hasta ahora. También por liquidar la tradicional política de calculada ambigüedad que tantos réditos le ha venido dando a Londres en todos estos años: dentro o fuera según sus conveniencias, y en algunas cosas, como el euro, dentro para actuar como plaza financiera europea y fuera para seguir manteniendo la soberanía monetaria. No han sido menores las críticas a Nicolás Sarkozy y Angela Merkel, en sus países y en el exterior, a los dos juntos en la palabra centauro Merkozy o a cada uno por separado, respectivamente, como rencarnación del general De Gaulle que vetó por dos veces a Reino Unido y del canciller Bismarck que quiso crear una Alemania europea. Ellos dos han sido los artífices del acuerdo, que además de dejar fuera a Reino Unido, margina a la Comisión Europea, institución antaño designada exageradamente como Ejecutivo europeo, a todas luces una inadecuada denominación a estas alturas, e impone una unión del rigor y del dolor a los socios de la moneda única y a quienes quieran incorporarse en el futuro, en vez de una unión de la solidaridad que desde Berlín se lee como unión de trasferencias. Martin Wolf (Financial Times, 14 de diciembre) ha señalado que no es una unión de estabilidad y crecimiento como anunció Sarkozy, sino ?una unión de inestabilidad y estancamiento?, un lugar de donde huir por tanto, puesto que dará lugar a ?recesiones estructurales a largo plazo en los países vulnerables?. Es corta por el lado del crecimiento, pero lo es también por el lado de la credibilidad, tal como ha señalado la directora general del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, en una entrevista el pasado domingo. ?Insuficientemente detallada en los aspectos financieros y complicada en los principios fundamentales?, ha dicho esta exministra de Sarkozy que no hubiera alcanzado su actual posición sin la escandalosa y fulminante dimisión de su antecesor, Dominique Strauss-Kahn, el pasado mayo, en mitad de la crisis de la deuda soberana europea. La señora Lagarde ha reconocido los progresos realizados en la cumbre, como no podía ser de otra forma: ella misma hubiera podido cocinarlos de no haber sido por su precipitada marcha a Washington. Pero ha criticado su excesivo gradualismo y su lentitud, la ausencia de una sola voz europea y de un calendario sencillo y detallado, cosas todas ellas que amenazan con trasladar la crisis al conjunto de la economía global y dibujan un mundo como el de los años 30, de repliegue nacionalista, quiebra del multilateralismo, reflejos proteccionistas y alzamiento de barreras al comercio mundial. Lo ocurrido en la cumbre de diciembre no es un percance o accidente de recorrido, sino resultado de una larga deriva y de una profundización de viejas divergencias. La Unión Europea no esperó a este diciembre para empezar a despedazarse, ni siquiera ha sido la larga agonía del euro la única que ha conducido a la división y a la ruptura. El año 2011 empezó con muy malos presagios para un club de países que se había propuesto construir una política exterior común y de pronto se quedó sin un trozo entero de tal política, como es la mediterránea, por arte del birlibirloque revolucionario. Túnez, con el derrocamiento del dictador Ben Ali, puso en evidencia a la Francia de Sarkozy, dispuesta todavía a mandar material antidisturbios para la policía de la dictadura cuando la revolución del jazmín ya hacía tambalear al régimen. La guerra de Libia hizo lo propio con Alemania, que aprovechó su asiento rotatorio en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para abstenerse junto a Rusia, China y Brasil, en la creación de una zona de prohibición de vuelos, en abierta disonancia con Estados Unidos y con Francia y Reino Unido, los dos socios europeos miembros de la Alianza Atlántica que marcaron la pauta a la hora de cercar y terminar con Gadafi. La disidencia alemana en política exterior es el equivalente de la disidencia británica en política monetaria. No es la primera vez que la UE se desgarra por su participación en una operación bélica. Sucedió con la guerra de Irak, cuando se dividió en dos, entre la Nueva y la Vieja Europa, ante la propuesta de resolución de Estados Unidos para emprender la guerra preventiva contra Sadam Husein. Pero esta vez la propuesta de resolución venía de la misma Europa, concretamente de un Sarkozy con ganas de lavar su pecado tunecino, y no de Estados Unidos, dispuesto a acompañar e incluso a dirigir desde atrás y renunciar al liderazgo en la operación. No se trataba de una invasión, sino de una operación de apoyo aéreo fundamentada en la responsabilidad de proteger a las poblaciones civiles, principio incorporado a la carta de Naciones Unidas después de experiencias como las guerras balcánicas. Tan graves como las divergencias monetarias y en política exterior son las que erosionan directamente las cuatro libertades consagradas por el Acta Única de 1986: de circulación de mercancías, personas, capitales y servicios. Las revueltas del norte de África han conducido a restringir el tratado de Schengen, que permite el libre desplazamiento de personas. Dinamarca restableció unilateralmente sus controles fronterizos durante tres meses. Alemania impuso limitaciones a las verduras y hortalizas españolas con la llamada crisis del pepino, que luego se demostraron alarmistas e injustificadas. Cualquier excusa parece buena para alimentar los reflejos xenófobos y populistas en detrimento no tan solo del mercado único, sino sobre todo de los valores europeos, tan exhibidos en la época de las vacas gordas como olvidados en la actual de vacas flacas. El paradigma de la deriva antieuropea viene de uno de los nuevos países socios, Hungría, donde un partido derechista y nacionalista como Fidesz está utilizando la mayoría abrumadora de dos tercios del Parlamento como un rodillo legal, cuenta con una extrema derecha antisemita y totalitaria que le empuja y está sometiendo al Estado de derecho a una contorsión insostenible. La democracia es el gobierno de la mayoría, pero si no hay respeto de la minoría y sobre todo de las minorías ya no es democracia, sino una dictadura parlamentaria. El Gobierno que presidió la UE durante el primer semestre de 2011 está sometiendo a su país a un golpe de Estado a cámara lenta, según comentario ya generalizado. Hungría no pasaría ahora la prueba de los tres criterios o exigencias de Copenhague para ingresar en la UE, en cuanto a preservación del acervo de la UE, de los derechos humanos y de la economía de mercado. El juego que ha conducido a la ruptura de la unidad europea es el de los tres países más poderosos, antiguas superpotencias ahora en declive que han querido actuar como si cada uno de ellas fuera un país emergente y pudiera relacionarse con el mundo global directamente, eludiendo su compromiso con la UE. La prueba del nueve de esta actitud la proporcionan las relaciones con China, el gigante emergente con el que quieren establecer una relación especial aparte cada uno de ellos. O con Rusia en el caso del suministro de energía. Es el regreso de la llamada geoeconomía, traducción de la vieja geopolítica al mundo globalizado de hoy, en el que son el comercio y las inversiones las armas de expansión de dominio exterior. El ensueño de los falsos emergentes conduce a Londres a amarrarse a la libra esterlina con el mismo fervor que Berlín y París se amarran al euro. Cada uno pensando en sí mismo y no en Europa, aunque Merkel diga gravemente que si cae el euro, cae Europa. De hecho, los tres están de acuerdo en el desacuerdo de la madrugada del 9 de mayo en Bruselas: Cameron salva la City; Sarkozy la unión intergubernamental de naciones soberanas, y Merkel la unión del rigor y el dolor sin control de la Comisión europea. A ninguno de los tres les interesa que caiga el euro, ni siquiera a Cameron, pero no porque pueda caer Europa, sino por el daño que produciría a sus respectivas economías. La deriva más sorprendente es la de Alemania. Ya no vale el argumento de que es un país normal, que defiende sus intereses como cualquier otro socio, y como tal se comporta en sus relaciones con los otros países y con las instituciones de la UE. Todo el mundo conoce el euroescepticismo británico. Lo mismo puede decirse del soberanismo francés, derivado del gaullismo político y del estatalismo colbertista enraizado en el ADN republicano. Son dos países previsibles en sus actitudes ante Europa y ante las cesiones de soberanía. La novedad es que Alemania ha dejado de ser un país previsible. Lo ha dicho el excanciller Helmut Kohl, conservador como Merkel, de quien fue mentor político y a la que atribuye ahora gran parte de las responsabilidades. ?Ella ha roto mi Europa?, dijo en agosto. Según el anciano canciller, se han quebrado los tres pilares que anclaban la política exterior alemana: las relaciones transatlánticas, la amistad franco-alemana y la unidad de Europa. El excanciller socialdemócrata Helmut Schmidt, más crudo en su lenguaje, ha ido más lejos: Alemania actúa ?como un matón?. Nunca se había visto una Alemania tan propensa al rumbo errático y a la rectificación. En energía nuclear o en política exterior. No hay más remedio que recordar la ley de Merkel, enunciada por el exministro de Exteriores socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier: ?Cuanto más decididamente ella rechaza una medida, más probable es que termine aprobándose?. Todo lo que ha ido sucediendo este año (y el anterior) ha sido anteriormente rechazado desde Berlín: el rescate de un país socio, la reestructuración de la deuda griega, la creación de un fondo monetario europeo, su carácter permanente, su ampliación, la compra de bonos por parte del BCE, un tratado intergubernamental para el euro? De ahí que pueda deducirse una no muy lejana emisión de eurobonos o el funcionamiento al final del trayecto del BCE como 'lender of last resort' (prestamista de última instancia). Este ha sido el año de la prima de riesgo, que marca el diferencial entre el rédito de los bonos alemanes y los de los otros países, y que bien hubiera podido convertirse en el parámetro para medir el grado de divergencia europea y, en consecuencia, la creciente dificultad política para enderezar la crisis. Grecia, Portugal, Irlanda, Italia, España, e incluso Francia, han destacado por sus horquillas, en algunos casos insoportables. El riesgo de la prima también es político. Por eso los Gobiernos han caído como bolos en la bolera. En algunos casos gracias a las elecciones, casi siempre anticipadas, como en España. En otros gracias directamente a las crisis políticas, como en Italia y Grecia. La socialdemocracia ha perdido los Gobiernos que todavía mantenía en tres países afectados por la crisis de la deuda soberana, como Portugal, Grecia y España, en una Europa que ha virado totalmente al azul conservador con la sola excepción de Dinamarca, donde por primera vez una mujer y socialdemócrata, Helle Thorning-Schmidt, se hace cargo de un excepcional Gobierno de centro izquierda. La caída más ejemplar ha sido la de Silvio Berlusconi, empujado por todos, ciudadanos, mercados, socios europeos, para que abandonara el poder de una vez y dejara de enredar con planes de austeridad que nunca se concretaban en compromisos o se veían sometidos a rectificaciones de última hora que dejaban con un palmo de narices a sus socios y al propio Banco Central Europeo. ?Un país que sabe beneficiarse de la prodigalidad del banco central puede verse tentado a abusar de ella?, ha señalado Jean Pisasi-Ferry, el director del think tank bruselense Bruegel para explicar el peligro de riesgo moral (moral hazard) que contiene la compra de bonos por parte de la primera autoridad bancaria de la UE. ?Es exactamente lo que ha hecho la Italia de Silvio Berlusconi en los días que han seguido a la compra de obligaciones italianas por el BCE en agosto de 2011? (Le reveil des démons. La crise de l'euro et coment nous en sortir. Fayard). Reunirse no equivale a ponerse de acuerdo. Cabe incluso que equivalga a lo contrario: cuantas más reuniones, más oportunidades para el desacuerdo. Nunca los líderes de la UE se habían reunido tanto, con tanta frecuencia y durante tanto tiempo. Nueve cumbres en un año, cuando hasta hace bien poco bastaba con cinco o seis. Normalmente para asistir al parto de los montes. Pero también para complicar el entramado del gobierno económico del euro hasta extremos difícilmente explicables al gran público: el Pacto Europlus, el Semestre Europeo, los nuevos mecanismos y fondos de rescate, que se añaden a las autoridades de supervisión bancaria, de seguros y de mercados, y a los cargos de creación reciente por el Tratado de Lisboa (presidente del Consejo Europeo y Alta Representante para la Política Exterior principalmente) de funcionalidad y rendimiento cada vez más dudosos. La traducción práctica para los ciudadanos es sencilla: recortes en el Estado de bienestar y a la hora de elaborar los presupuestos en todos los niveles de gobierno, pérdida de soberanía que se traslada no a Bruselas sino a Berlín y Francfort.Es la victoria de la economía sobre la política, de los financieros sobre los políticos electos y de Alemania sobre Europa. Por eso este 2011 que termina ha sido un año de protesta, en la calle y en las urnas. Estamos ante una mutación europea, fruto de la mutación que está experimentando el mundo. Hay una redistribución del poder dentro de Europa, entre las instituciones, entre los Estados y dentro de las instituciones y de los mismos Estados. El derecho de iniciativa legislativa que tenía la Comisión Europea ha quedado liquidado y está ahora en manos de Sarkozy y Merkel. El protagonismo será ahora de la Cumbre del Euro. La Europa de Merkozy ya no es la de Monnet y Schuman, de Gasperi, Adenauer y De Gaulle. El Banco Central también está cambiando. Ahora hace cosas que no hacía un año antes. Comprar bonos, por ejemplo, como hizo este verano pasado para sacar a España e Italia del atolladero. Prestar a chorro a los bancos, como ha hecho este mes de diciembre tras la Cumbre. Todos los personajes de esta representación deberán aprender los nuevos papeles: dos consejeros alemanes del BCE, Axel Weber aspirante a presidir el banco, y Jürgen Stark, han dimitido este año por sus discrepancias con el nuevo guión; Sarkozy está aprendiendo a reprimir su verbalismo para que todos en el BCE entiendan el lenguaje del silencio de Merkel. El propio euro también está cambiando. Moneda triunfante y estable durante diez años, ahora es símbolo de debilidad y de crisis. Ha cambiado y va a cambiar más todavía: después de la cumbre, la incorporación a la moneda única será más difícil. Los candidatos se lo pensarán dos veces. Hasta que empezó la crisis de las deudas soberanas era un proyecto atractivo, expresión máxima de la prosperidad y la estabilidad europeas. Ahora es la promesa de un calvario político y social: gobiernos que caen y sociedades que se empobrecen y pierden sus protecciones y sistemas de bienestar. Hasta 2011 el problema era cómo gobernar el euro. Ha costado mucho pero al fin se atisba un complejo y doloroso sistema para tomar las decisiones y corregir los errores entre los 17 países que mantienen la moneda única con la participación de los que quieran todavía incorporarse a ella. Habrá que ver si todos los socios aprueban la Unión Fiscal y luego si funciona bien, pero en este año que clausuramos ya sabemos cuál es el defecto de este gobierno económico: no tiene detrás un demos, un pueblo europeo, que pueda debatir y avalar democráticamente estas decisiones. El déficit democrático tradicional de las instituciones europeas se concentra ahora en el euro y en el correlato de la unión fiscal, una unión de impuestos que necesariamente remite al lema que estuvo en el origen de la Revolución Americana: no hay impuestos sin representación. La UE ya no aguanta tal como la hemos conocido, aunque aguante el euro. ¿Aguantaremos los europeos?

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31 de diciembre de 2011
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