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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El lobo europeo

El europeo es un lobo para el europeo. Esta crisis se está llevando por el desagüe lo que quedaba de la mínima solidaridad entre europeos. Es el paso previo a la quiebra del proyecto y fruto de una actitud suicida. Por más que nos digan que todos estamos en el mismo barco y que si la nave se hunde nos hundiremos todos, la cabra tira al monte y el lobo al cuello del otro lobo. El Costa Concordia se estrelló contra los arrecifes por culpa del capitán, pero el transatlántico europeo se hundirá si sigue así porque los capitanes se dedican a pelearse entre ellos en vez de decidirse por tomar un rumbo firme y claro, todos juntos y en favor de todos.

Estos días hemos tenido dos nuevas manifestaciones de la insolidaridad que lleva a dirigentes europeos a actuar como lobos con los otros dirigentes europeos. Sarkozy no ha dudado en utilizar las dificultades de España para vestir su pésimo balance presidencial: en cinco años ha duplicado el desempleo y el déficit comercial, crecido a un ritmo apenas del 1%, incrementado la deuda en 500.000 millones y perdido la clasificación máxima de la triple A. ?Ningún presidente bajo la V República ha terminado su mandato con un balance tan malo?, ha escrito el director de Le Monde, Erik Israelewicz. La culpa: del candidato François Hollande que va a hacer de Francia una España, como si fuera a la vez Zapatero y Rajoy. Mario Monti, el supermario tecnócrata que iba a enderezar a Italia con su visión europea por encima del partidismo, no le ha ido a la zaga. Carga sobre España las causas de su crisis porque teme el sorpasso, es decir, que la prima de riesgo que hay que pagar por su deuda vuelva a superar a la española como sucedió en los meses anteriores a la bendita expulsión de Berlusconi. Y luego, hecho el daño ajeno y sacado el beneficio propio, pide disculpas. A ninguno de los dos les importa dañar al vecino con tal de sacar tajada política, e incluso buscan directamente el daño del vecino como fuente de su beneficio. Cuanto peor vaya el otro, mejor iré yo. Las crisis producen este tipo de comportamientos. Cuando los países tienen moneda propia se dedican a devaluarla para aventajar a sus vecinos en la competencia comercial. Si estas devaluaciones competitivas no bastan, se imponen aranceles y barreras comerciales, dificultando el comercio internacional. Son políticas que aceleran e intensifican la depresión y que incluso preceden a veces a medidas de retorsión más duras, de otro tipo. Véanse las guerras. Cuando no hay posibilidad de cerrar mercados ni devaluar monedas como es el caso de la UE, entonces se practica la denigración del vecino para debilitar su credibilidad y perjudicarle ante los mercados. No lo han hecho tan solo Sarkozy y Monti. También viene haciéndolo desde el principio de la crisis la propia Alemania de Angela Merkel, el mayor lobo entre los lobos europeos.



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16 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Rojo de sangre

El marido, destituido de todos sus cargos por graves faltas disciplinarias. La esposa, detenida y acusada de asesinato. En dos meses, una de las familias más poderosas de China ha pasado del cielo al infierno. El hombre, Bo Xilai, máximo dirigente de una poderosa municipalidad de 30 millones de habitantes, iba a incorporarse a la cúpula dirigente, nueve sillas tan solo, del comité permanente del Politburó del Partido Comunista Chino. La esposa, Gu Kailai, era una exitosa abogada de negocios. Nada queda ahora de la carrera política del primero y vamos a ver qué queda de la vida de la segunda en un país que castiga con la muerte este tipo de delitos.

El poder político raramente se asocia con el crimen común. Los políticos poderosos suelen caer por sus faltas políticas o por asuntos de corrupción y de sexo. Es difícil imaginar que uno de los mayores delitos del repertorio criminal común, el asesinato, llegue a producir la caída de un dirigente. Hay que remontarse a otras épocas para toparse con esta mezcla inquietante que la superpotencia china presenta hoy al mundo en la criminalización doble de Bo Xilai y su esposa. Uno de los príncipes rojos, hijo de un mitificado fundador de la República Popular, y aspirante él mismo hasta hace dos meses a una alta magistratura, ha sido destituido de todos sus cargos y sometido a arresto domiciliario; y su esposa, hija también de un general de la época fundacional comunista, así como uno de sus sirvientes, acusada de asesinato. Puede que todo sea un montaje. O no. El ascenso de Bo Xilai, encaramado en un izquierdismo neomaoísta, ya era una anomalía en sí mismo. También un desafío a la línea neoliberal de los actuales gobernantes, el presidente Hu Jintao y el primer ministro Wen Jiabao, justo en el momento del quinto relevo generacional después de Mao. El escándalo entero extiende dudas sobre el carácter pacífico del relevo y más bien constituye un indicio de que la lucha por el poder en un sistema opaco e indescifrable alcanza una intensidad inesperada, que no se corresponde con la venta del producto que se hace a los occidentales, tan desengañados con las disfunciones de sus sistemas democráticos. El caso judicial en sí será difícil de dilucidar y es probable que jamás se sepa la verdad. El sistema no permite hacerse muchas ilusiones. A estas horas, por ejemplo, todavía no se tiene noticia alguna de la versión de los hechos según los acusados. Normalmente, el derecho de defensa es una palabra vacía, pero lo es más todavía en un caso como este en el que se producen y anuncian a la vez un delito común y una depuración ideológica. El cuerpo del delito, es decir, el cadáver del ciudadano británico Neil Heywood, supuestamente asesinado por Gu Kailai, fue incinerado, por lo que habrá muchas dificultades para certificar que no murió por una intoxicación etílica sino por envenenamiento. Sucedió en noviembre de 2011, en un hotel de Chongqing, la inmensa ciudad de la que Bo Xilai era alcalde y primer dirigente comunista, territorio además donde puso en práctica sus ideas contra las mafias y la corrupción, adornadas por vocabulario e iconografía maoístas, que le dieron prestigio político y le catapultaron hacia la cúpula del régimen. La denuncia contra Bo Xilai y su esposa tiene dos orígenes. De una parte, los rumores que conmocionaron a la colonia británica acerca de la muerte de Heywood, hasta el punto de suscitar la petición de una investigación por parte del Gobierno de Londres. Por la otra, el comportamiento del número dos de Bo Xilai, el vicealcalde de Chongqing, Wang Lijun, que se refugió durante unas horas en el consulado de Estados Unidos en Chengdu y se entregó después a las autoridades chinas, aparentemente para evitar las represalias de su jefe, a quien acusó de intrigar para escalar en el poder, y de su esposa Gu Kailai, a quien imputa el asesinato. Todo estalló el 15 de marzo, en la reunión anual parlamentaria que se celebró en el Palacio del Pueblo de Pequín. Allí apareció todavía Bo Xilai, antes de caer en desgracia. Allí Wen Jiabao le reprendió públicamente por el escándalo del jefe de policía. El pasado martes por la tarde, la agencia Xinhua anunció la doble imputación, de indisciplina y de asesinato. En la red social Weibo, equivalente de Twitter, han sido bloqueados desde el 10 de abril todos los términos relacionados con los personajes de este drama. El Departamento Central de Propaganda del Partido Comunista, más conocido por los blogueros como el Ministerio de la Verdad, ha emitido directivas que prohíben referirse al escándalo de Chongqing. El comunismo como sistema ha desaparecido. Pero no las purgas estalinistas. Stalin liquidaba primero a sus compañeros bolcheviques y luego borraba sus imágenes de las fotos. Las viudas solían sobrevivir en el dolor y la pobreza. La última purga de la China posmaoísta reescribe en forma de un culebrón posmoderno los combates cruentos entre sus dirigentes para alcanzar el poder.



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12 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Muro de Hierro

Empezaré por el final. Recomendaré a todos ustedes que lean el libro antes de empezar la presentación. 'El Muro de Hierro' de Avi Shlaim será mi libro de cabecera en los próximos meses al menos por tres razones, todas ellas muy prácticas. Me servirá para entender y documentar la crisis actualmente en marcha entre Israel e Irán a propósito del desarrollo nuclear en este último país. Me servirá también para entender la crisis que se está fraguando entre Egipto e Israel alrededor del tratado de paz entre ambos países, surgido de los acuerdos de Camp David de 1978 entre Sadat y Begin gracias la mediación de Carter y ahora discutido, si no impugnado por algunas de las fuerzas políticas ascendentes después de la caída de Mubarak. Y me servirá para entender también lo que va suceder entre el conjunto del mundo árabe e Israel, después de las revoluciones árabes y la marcha de algunos de estos países hacia regímenes de democracia parlamentaria. 'El Muro de Hierro' es el libro de un historiador, y no de un historiador cualquiera, sino de uno de los historiadores israelíes revisionistas, todos ellos investigadores y académicos que publicaron alrededor de 1988, en el 40 aniversario del Estado de Israel, trabajos que discutían y ponían en duda la versión oficial de la historia de Israel, sobre todo de la Guerra de 1948 contra los países árabes que precedió a la creación del Estado y a la independencia. Shlaim recuerda en su prólogo a esta segunda edición española que Shlomo Ben Ami, ex ministro de Exteriores de Israel y también historiador considera que los nuevos historiadores influyeron directamente en el transcurso del proceso político y en realidad de las negociaciones entre israelíes y palestinos. En la batalla dialéctica entre las dos partes la existencia de una historiografía que ponía en duda la historia oficial, y sobre todo los mitos y los relatos mitificados, hizo cambiar las posiciones de unos y otros. La historia modifica la realidad política. El conocimiento del pasado sirve para modelar el futuro. Es bien curioso que sea precisamente Israel el país de donde sale la historiografía de mayor potencia política de las últimas décadas. No sé yo si los nuevos historiadores seguirán influyendo en el curso futuro con tanta intensidad como lo han hecho hasta ahora, pero sí es seguro que sus aportaciones deberán ser tenidas en cuenta por los políticos y sobre todo por quienes intentamos comprender y analizar el curso de los acontecimientos. (Este texto corresponde a mi intervención ayer martes, en la presentación del libro 'El Muro de Hierro' de Avi Shlaim, publicado por la editorial Almed, celebrada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, con la participación del editor, Jerónimo Páez, el autor, Avi Shlaim, el ex presidente del Gobierno Felipe González y el enviado especial de la Unión Europea para el mundo árabe Bernardino León, además del autor de este blog.)

Para prever lo que pueda ocurrir entre Israel e Irán hay que ver qué ha ocurrido en las anteriores guerras y cuál ha sido la posición de Estados Unidos. Avi Shlaim nos permite comprender gracias a su libro que no es nueva la idea de una amenaza existencial que ahora se esgrime. Al contrario, pertenece al corpus ideológico casi fundacional y está unida directamente a la idea misma del Muro de Hierro. Este es el título del libro y mucho más, quizás el tema que recorre todo su itinerario histórico, como lo hacen los temas musicales. ¿Qué es el Muro de Hierro? Es un concepto acuñado en fecha tan lejana como 1923 por Vladimir Zeev Jabotinski, judío de origen ruso instalado en Londres, teniente de la Legión Judía que combatió en la Primera Guerra Mundial con banderas propias pero bajo disciplina británica y fundador del sionismo llamado revisionista, frente a la cúpula del sionismo que representa Chaim Weizmann, partidario de una resolución negociada y diplomática a la reivindicación nacional judía. Decir Jabotinski es para muchos decir militarismo e incluso fascismo sionista, según palabras utilizadas por quien fue el primer presidente de Israel. El Muro de Hierro no es exactamente Masada, la fortaleza aislada que resiste hasta el último hombre y prefiere el suicidio a la rendición. El Muro de Hierro no es tampoco permanente. Pero puede llegar a ser ambas cosas. Shlaim nos cuenta que Jabotinski lo consideraba un instrumento, el más importante, para garantizar la existencia de Israel. Israel no surge según su concepto de una negociación. Pero una vez los árabes hayan sido desposeídos de toda esperanza de borrar a Israel del mapa, el Muro de Hierro se convierte en el instrumento que hay que utilizar para la negociación. Shlaim considera: 1.- que todo el sionismo ha terminado adhiriéndose al Muro de Hierro. 2.- que sin embargo no todos reconocen la existencia de los palestinos como pueblo, tal como los reconocía Jabotinski: Golda Meir no los reconocía, por ejemplo; otros todavía peor, desprecian o destetan a los palestinos. 3.- otros más, Avigdor Lieberman por ejemplo, quieren expulsarles o deportarlos. Jabotinski practicaba en cambio una educada indiferencia. 4.- que el revisionismo genuino implica, finalmente, sentarse a negociar, cosa que no quieren hacer casi nunca los seguidores actuales de Jabotinski. Jabotinski practica esta ?educada indiferencia? respecto a los árabes, pero en ningún caso piensa en expulsarlos de Palestina. El fundador del revisionismo era un nacionalista radical pero realista, que se podría contraponer a lo que hoy llamamos el buenismo izquierdista, partidario de las componendas, y es precisamente su realismo político el que le lleva a extremar la dureza de sus posiciones frente a los árabes hasta acuñar la idea de un Muro de Hierro. El problema estratégico más serio del revisionismo es su idea de la tierra de Israel, el Gran Israel, que deja escasos márgenes para negociar y que tiene el grave inconveniente demográfico de que en un muy próximo futuro contará con más árabes que judíos. En cuanto a su método, su otro gran problema es su nula confianza en la diplomacia, la negociación y el multilateralismo, al menos durante la fase del Muro de Hierro. Finalmente, desde el Muro de Hierro nunca están las cosas maduras para negociar. Todo ello sirve para atenerse a la política tan eficaz de ir ganando tiempo. ?Los jefes de las delegaciones israelíes para las negociaciones bilaterales aparentemente tenían instrucciones de no moverse y dar la impresión de que estaban teniendo lugar negociaciones reales y de que el proceso de paz estaba vivo y tenía buena salud, pero sin hacer concesión alguna en asuntos básicos?, escribe Shlaim en relación a la ronda de conversaciones que se celebraron en Washington, después de la conferencia de Madrid. Pero estas frases valen para casi todo el proceso de Oslo e incluso para cualquier negociación. El Muro de Hierro también es la capacidad de defenderse y de tomar las decisiones por uno mismo sin contar finalmente con nadie exterior, amigo o aliado. Es quizás la parte más falaz de la teoría: sin diplomacia, sin aliados, sin suministro de armas y sin ayuda financiera, no hay Muro de Hierro que valga. Pero ahí funciona el sarcasmo de Moshe Dayan sobre las relaciones con Estados Unidos: ?nuestros amigos norteamericanos nos ofrecen dinero, armas y consejo: tomamos su dinero, tomamos las ramas y rechazamos el consejo?. Sirve muy bien para entender la actual tensión con Obama a propósito del ataque al Irán nuclear de los ayatolas. Decía que me iba a servir del libro para entender tres crisis en curso. Respecto a Irán, una de las conclusiones que sacamos de la narración del rosario de guerras en las que está involucrado Israel es que toda guerra es imprevisible. Pueden salir mal las que se plantean bien y bien las que se plantean mal, aunque el margen para empeorarlo todo y siempre es notablemente alto. Sobre todo, porque casi todas son guerras elegidas, no son el último recurso, es decir, no son guerras necesarias e inevitables. Cabe decirlo de Suez, de las guerras de Líbano y de la de Gaza y también de la que se está imaginando para destruir el poder nuclear iraní. Hay una creencia en la fuerza militar que va más allá de lo razonable. Consiste en pensar que la demostración de fuerza servirá para imponer la autoridad y proporcionar una lección a quien la sufra. Como demuestra el Muro de Hierro, es una creencia, en buena parte compartida con Estados Unidos, que puede encegar a los creyentes y conducir al desastre. Vamos a la segunda. Para saber qué va ocurrir entre Egipto e Israel es imprescindible conocer en detalle cómo se construyó el acuerdo de paz entre ambos países. En la nueva etapa será inevitable que salgan de nuevo los temas que quedaron pendientes en Camp David, que eran fundamentalmente dos:  Sadat quería hacer la paz por separado con Israel pero sin que en realidad pudiera ser acusado de ello por los otros países árabes; pero no tenía más remedio que hacerla, porque la única paz que estaba dispuesto a firmar Begin era por separado con Egipto. Y Sadat quería a la vez completar Camp David con la resolución del conflicto palestino, cuestión que quedó reflejada en un documento aparte: ?Un marco para la paz en Oriente Próximo?, en el que se contemplan las famosas resoluciones 242 y 338 de retorno a la situación anterior a la Guerra de los seis días, de 1967, como base para la negociación. Ahora será inevitable que el nuevo Egipto post Mubarak, sea como sea y se configure la correlación de fuerzas entre islamistas y militares, se replantee los acuerdos de Camp David, sobre todo la parte que quedó pendiente, la resolución del conflicto con los palestinos. Incide en ello la situación de la franja de Gaza, la relación entre los Hermanos Musulmanes y Hamas o la difícil estabilidad del Sinaí, desmilitarizado durante 30 años y ahora terreno abonado para el terrorismo. La paz con Egipto ha sido una garantía para Israel en los últimos 30 años, cuya degradación no pueden permitirse ni Estados Unidos ni Israel. Enlaza esta cuestión con la tercera crisis. ¿Cómo se relacionará Israel con el mundo árabe en el futuro, es decir, con los países surgidos de la primavera de 2011? Basta recordar, como hace Shlaim, que la Liga Árabe tenía como objetivo central de su propia existencia la resolución del problema palestino y la desaparición de Israel, y que ahora, en cambio, se está ocupando de otras cosas como impedir las matanzas en Libia primero, ahora en Siria. La impresión más superficial es que Israel está esperando a que se defina algo más el paisaje para empezar a moverse de nuevo en el tema palestino y concentrando todos sus esfuerzos en su conflicto con Irán, justo en el momento de la crisis siria, lo que lleva a valorar el conjunto como una ofensiva definitiva contra lo que queda del frente de rechazo contra Israel. El libro sirve para entender y revisar muchos episodios y detalles más de la historia de las relaciones entre Israel y sus vecinos árabes. A veces basta con tener memoria, como a tiene Shlaim, pero otras además hay que poner en duda la versión oficial de los hechos. Dos ejemplos, entre muchísimos. La responsabilidad del fracaso de Camp David, atribuido a Arafat según las versiones de Clinton y de los isarelíes. O la reversibilidad del concepto de terrorista. Shlaim nos recuerda que Israel ha practicado incluso la piratería aérea: en 1954, con un avión de pasajeros civiles, obligados a aterrizar en territorio israelí para intercambiarlos por cinco soldados prisioneros de Siria, donde se habían infiltrado. El primer ministro Moshe Sharett atajó el incidente señalando que ?Israel debía elegir entre ser un Estado de derecho o un Estado pirata?. A propósito de Sharett, diré que me han interesado muchísimo en este libro los retratos psicológicos e ideológicos de los políticos israelíes y sobre todo los sucesivos primeros ministros. Y que destacaría precisamente entre todos el de Sharett, reivindicado por Shlaim como uno de los pocos que se opuso a la política del Muro de Hierro: ?un hombre equilibrado en tiempos de desequilibrio, un hombre de paz en una era violenta, un negociador que representaba una sociedad que menospreciaba las negociaciones, un hombre de compromiso en una cultura política que equiparaba el compromiso con la cobardía". Del diario de Sharett extrae Shlaim estos interrogantes: ¿Cuál es nuestro destino en el mundo? ¿Guerra hasta el final de las generaciones y vivir empuñando la espada??. El libro está lleno de humor y de chanzas sobre personajes y situaciones complicadas. Peres es ?el saboteador infatigable?. Rabin una ?efigie sin secretos?. Golda Meir decidió que ?limitaría su vocabulario a doscientas palabras aunque podía llegar a utilizar 500?. El negociador egipcio Hassan Tuhami, astrólogo de Sadat, bufón de la corte, santón y apoyo moral, enloquece y desvaría en Camp David, arrebatado por un ataque místico y le pregunta a Moshe Dayan si es el Anticrito. La árida historia militar y diplomática se alivia así con los aspectos más humanos y próximos. Pero nada de eso es humor gratuito, ni mucho menos. El título del capítulo sobre la guerra de los seis días valdría para el libro y para el Israel actual: 'Pobre pequeño Sansón', sacado de una frase de otro primer ministro, Levi Shkol: "preséntate a ti mismo como un pobre pequeño Sansón, un Sansón que inspire compasión?. El Muro de Hierro versa también sobre lo que ahora se llama el relato, esa idea posmoderna del discurso que moldea la realidad. Es decir, la capacidad política de explicar y ordenar el pensamiento, las ideas y los argumentos hasta imponerlos como agenda a los otros, consiguiendo así una victoria dialéctica previa a cualquier negociación. La historia revisionista va contra lo que Shlaim llama el relato heroico moralista de la creación del Estado de Israel y de su prolongación durante los 60 años posteriores. No hay relato nacional más eficaz actualmente en el mundo. Lo prueba la capacidad de Israel para modificar la agenda global. No recuerdo ahora quien dijo, creo que Kissinger, que para Israel todo es política interior. También lo demuestra el hecho de que la publicación de un poema por parte de un venerable premio Nobel de literatura pueda suscitar la prohibición de entrada a Israel de quien lo escribió. Debiera consolar a quienes han escuchado estupefactos las lindezas que le han caído a Günther Grass estos días saber, como nos ilustra muy bien el libro de Shlaim, que epítetos semejantes en los que entran en juego Auschwitz, Munich o Hitler se han prodigado también entre políticos israelíes por discrepancias domésticas o por las diferencias respecto a los numerosos y con frecuencia inútiles documentos y acuerdos de paz. Un elemento de este relato es la idea de Israel como una isla democrática en un mar de dictaduras. Es una idea que tiene relación también con el relato del Muro de Hierro y tiene un objetivo tranquilizador. Una parte de la opinión israelí quiere mantenerse tal como está, inmóvil e imperturbable dentro del Muro de Hierro. Por eso necesita que el mundo exterior sea profundamente hostil: el antisemitismo estará siempre amenazando, los árabes serán siempre los árabes y no cambiarán. El Muro de Hierro seguirá existiendo mientras Israel esté gobernado por una mayoría en la que se mezcla la inseguridad psicológica con el apetito territorial. El Muro de Hierro sirve para satisfacer ambas cosas, pero impide la resolución del conflicto. Corresponde también a un vértigo ante la paz definitiva, que Israel ha experimentado en varias ocasiones. Al final, la negociación siempre se ha convertido en una compra de tiempo. La seguridad finalmente es lo que hay, el Israel cercado por los árabes en el que se ha construido la nación real que existe. Pero este relato tiene plazo de caducidad. El cambio que está experimentando el mundo árabe no es un pie forzado para Israel, sino una oportunidad, que sus dirigentes sabrán aprovechar o no. El pie forzado es la demografía, que obligará a resolver el muy conocido trilema que tiene planteado Israel, entre su carácter judío, su integridad territorial y la democracia y los valores sobre los que se ha construido. El trilema solo permite salvar dos términos de tres. Si es judío y democrático debe ceder territorio. Si es judío en todo el territorio no puede ser democrático. Si es democrático y en todo el territorio deja de ser judío.



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11 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Intervenidos?

¿Estamos ya intervenidos? Y si lo estamos, ¿desde cuándo? ¿O solo estamos a punto de serlo? ¿Qué significa quedar intervenido? ¿Más recortes, impuestos, quiebras de empresas y despidos de los que hemos tenido hasta ahora? ¿O acaso estamos intervenidos pero no lo sabemos todavía porque hace falta que lo digan las autoridades europeas? ¿Están intervenidos ya los gobiernos autónomos por el gobierno central, pero este último no lo está por parte de la Unión Europea? ¿Lo estamos todos aunque no lo sepamos o no lo queramos reconocer? ¿O es un problema de grado, unos más intervenidos que otros? ¿Admite grados la intervención?

Y todavía más importante: ¿Quiénes nos están interviniendo? ¿Es la Unión Europea con su Banco Central y su Eurogrupo al frente o es directamente la canciller alemana, Angela Merkel? Y si este último es el caso, ¿es admisible este sometimiento de un país teóricamente soberano a otro? ¿O estamos ante un exceso de lenguaje y de concepto que debiera conducirnos a hablar con menos obscenidad de cómo nos gobernamos en Europa y cómo gobernamos el euro? ¿Valía hablar de intervención cuando estaba Zapatero y no vale cuando se trata de Rajoy? ¿Vale para hablar de las autonomías pero no para hablar del Gobierno de España? Preguntar no es ofender. Pero las palabras también las carga el diablo. Hay que escogerlas con cuidado y utilizarlas con gravedad y responsabilidad. España no está intervenida. Cataluña tampoco. Hasta hoy, al menos.



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9 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La huelga mundial

No conozco a nadie que estuviera al corriente de tan descomunal proyecto. Me enteré por el consejero de Interior catalán, Felip Puig, en una de sus declaraciones acerca de los graves incidentes que afectaron a la ciudad de Barcelona el día de la huelga general. El señor Puig es aficionado a comentar las actuaciones de su policía, sobre todo en los días de mayor agitación, y en aquella ocasión salió a proporcionar sus reflexiones y análisis sobre las causas que explican actuaciones tan violentas como las que pudieron ver los barceloneses el día 29 de marzo.

Recordemos que los violentos destruyeron un establecimiento de Starbucks, más de 300 contenedores de basura, decenas de escaparates, e incluso agredieron violentamente a ciudadanos que intentaron defender sus establecimientos del vandalismo. Su actuación interfirió el desarrollo de la jornada convocada por los sindicatos, y muchos manifestantes pacíficos sufrieron la acción de la policía y los efectos de los gases lacrimógenos. Las primeras páginas de la prensa internacional del viernes eran para la foto de Barcelona, igualada con Atenas. Algo tenía que decir el máximo responsable del orden público catalán respecto a la prevención de estos incidentes; a su represión cuando se desarrollaban y luego al castigo de los responsables. Ahí fue cuando los ciudadanos nos enterarnos de que nos encontrábamos ante un núcleo muy peligroso de revoltosos, en buena parte extranjeros, dispuestos a utilizar la ciudad como laboratorio de futuras jornadas violentas y, en concreto, como ensayo general para una huelga mundial convocada para el 15 de mayo.  Hemos sabido después que el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, puso a disposición de su colega catalán los antidisturbios a su mando, en prevención de que la envergadura de la protesta le desbordara. No podía ser este el caso, naturalmente. El consejero Puig ha asegurado que el dispositivo policial funcionó perfectamente el día de la huelga. También ha adelantado que destinará más agentes a la división de antidisturbios y a la unidad de información que se dedica a estos grupos violentos. De forma implícita reconoce así que no andaba sobrado de fuerzas y, sobre todo, que le faltaba buena información. Los responsables del orden público tienen una tarea difícil, también cuando hablan en público. Su eficacia se juzga por los hechos. Los ciudadanos, en cambio, suelen encajar con cierta prevención sus palabras, sobre todo cuando no están al servicio de la transparencia, sino de la autojustificación, ya que suelen terminar siempre pidiendo un endurecimiento de las leyes y mayores márgenes de acción para la policía. Aunque con sus análisis parecen sociólogos urbanos, lo que les tienta es la función de líderes sindicales, que encuentran en la amenaza de una huelga mundial una buena ocasión para hacer avanzar sus reivindicaciones. (Foto tomada con mi iphone el día 29 de marzo en la calle Rosselló esquina Rambla de Catalunya de Barcelona a las dos de la tarde).



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9 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El príncipe de las derrotas

Hijo de su padre. Formado e instruido por su padre para sucederle. Amoldado al secreto y a la ocultación en los que su progenitor se hizo a sí mismo: el secreto de los conspiradores militares y la ocultación de los alauíes, la secta chiita que ha practicado la taqiya (disimulación) para sobrevivir en un mundo hostil sunita. Educado en el trabajo minucioso y atento, en la paciencia y en la previsión, virtudes tempranas desarrolladas por el padre, Hafez El Assad, desde que participó en 1960 en la creación del Comité Militar, seguidores sirios de los Oficiales Libres de Nasser. Pero por encima de todo, disciplinado como su padre por las derrotas, la auténtica base del poder familiar junto con la represión: derrotas en manos de los ejércitos ajenos ?israelíes?, y victorias sobre los suyos ?los árabes?, como tantos otros dictadores y ejércitos golpistas en la historia.

Bachar el Assad resiste tanto porque, como su padre, sabe convertir los reveses políticos en oportunidades para mantenerse en el poder. Como él, está dotado también de un sentido de superioridad sobre sus rivales, que "no hacen sus deberes, tienen la memoria corta y actúan de forma impulsiva", según Patrick Seale, el biógrafo del fallecido dictador e implacable retratista de su compleja personalidad (Asad. The Struggle for the Middle East, 1988). El joven Asad no había nacido cuando su padre fue ascendido a jefe de la fuerza aérea siria y apenas tenía un año cuando se convirtió en ministro de Defensa y muy pronto en hombre tan fuerte del régimen como para hacerse con la máxima responsabilidad ?lógicamente por la fuerza, pero esta vez sin sangre?, algo que sucedió en 1971. Asad padre fue derrotado militarmente desde distintas responsabilidades en la guerra de los Seis Días, en la del Yom Kipur y en la del Líbano de 1982. Política y diplomáticamente, ni se sabe cuantas veces mordió el polvo. Sobre todo desde que Egipto firmó la paz con Israel. Su última derrota fue el final de la guerra fría y los acuerdos de Oslo. En estas tres décadas Siria ha ido reduciendo sus alianzas y sus bases en Oriente Próximo, hasta la situación actual de máximo aislamiento y pérdida de amistades, solo con el amarre del veto doble de Rusia y China y la alianza chiita con el Irán de los ayatolás. Tomar ventaja de la debilidad es por tanto una técnica de poder vivida en casa y heredada. De derrota en derrota y con la sangre hasta los codos, Asad ha conseguido sobrevivir más de un año. Gracias a Rusia y China ha convertido los intentos de condena en el Consejo de Seguridad en autorizaciones para proseguir la matanza. Durante este año a sangre y fuego ha hecho más reformas que en toda su historia: todas inútiles, puro maquillaje sin disimulo sobre el rostro de la dictadura. Justo al empezar las revueltas, Asad levantó el estado de sitio impuesto nada menos que hace 49 años, en 1963, uno antes de nacer, cuando el grupo de golpistas baazistas entre los que se hallaba su padre tomó el poder a tiro limpio y sin contemplaciones (800 muertos, 20 ejecuciones). En este año y pico de revueltas no han faltado medidas reformistas, incluso elecciones, un referéndum, y reformas constitucionales que incluyen el reconocimiento del pluralismo político y el final del monopolio del partido Baaz: una comedia siniestra, acompañada de una inacabable ración de sangre y de dolor (9000 muertes), con la que cubrir las formas, las vergüenzas. Esta altísima moral de la derrota en la que el clan alauí de los Asad ha construido su poder no es la única explicación a su resiliencia, por supuesto. Según Seale, su padre "ni siquiera en los momentos peores admitía la derrota". Pero sirve para comprender su buena disposición para la negociación y su aceptación formal de buena parte de las propuestas que se le plantean, por duras y exigentes que sean. La habilidad para retorcerlas y tergiversarlas es infinita. De ahí la prevención con que debe acogerse su aceptación del último plan de paz, el que le ha llevado el ex secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan. La propuesta de Annan tiene una virtud: no es tanto un plan de paz como una prueba definitiva, aceptada por todos, incluidos el régimen y sus aliados Rusia y China, para aclarar el camino. Muy pocos creen que funcione. Pero el 10 de abril se podrá comprobar su difícil cumplimiento: Asad debe retirar las fuerzas armadas de las ciudades, permitir el auxilio a la población, dar libertad de movimientos a los periodistas y reconocer los derechos de reunión y de manifestación. A la vez que acepta el plan, el régimen asegura que la revuelta ha sido ya sofocada. Todo quedará despejado el próximo martes: si las calles se llenan de nuevo de manifestantes y nadie les ataca, sabremos que el plan de Annan ha triunfado y hay una transición que asoma la cabeza; en el caso harto probable de que regresemos a lo que hemos conocido durante un año, no quedará margen alguno ni para el príncipe de las derrotas ni para la comunidad internacional en la continuación de la farsa.



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5 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Merkozy ante las urnas

La novedad no es Sarkozy. Es Merkel. Y ni siquiera es Merkel ella sola, como canciller alemana que apoya a Sarkozy en su relección como presidente, sino su estrecha simbiosis en forma de ese centauro político llamado Merkozy, que decide sobre el destino de Europa e impone la política del rigor sobre todos los países del euro. El presidente de la República quisiera encarar la campaña electoral como si fuera la repetición de 2007. Entonces fue el candidato de la continuidad de la derecha en el poder, pero se presentó como un outsider, rupturista e innovador, que llegaba con un programa drástico de cambio para una Francia anquilosada. Ahora, con el balance agitado de sus cinco años como presidente, pretende utilizar de nuevo el truco de la ruptura y del cambio para endosar el inmovilismo y la defensa del sistema al candidato socialista, François Hollande. Cuenta con la fuerza del antecedente: si un político tan implicado en la marcha de Francia pudo encarnar una vez el cambio, nada debe impedir que sea de nuevo el máximo responsable del país el que enarbole la bandera de una súbita y milagrosa transformación inducida por su mera relección. Hay un argumento que tiene especial fuerza, y es precisamente la relación que ha establecido con Merkel, que le permite mantener a Francia en la cabina de mando de la UE y concretar su programa de cambio en un modelo económico de éxito, avalado por derecha e izquierda: el de Alemania. Las exigencias europeas de Merkel no serían posibles sin los recortes socialdemócratas de Schroeder, que recortó impuestos, reformó el Estado de bienestar y cambio el sistema de contratación laboral antes de que empezara la crisis, con los resultados que se ha visto. (El artículo que aquí se reproduce es la versión española del que aparece en una publicación especial -hors-série- de Le Monde de balance de la presidencia de Nicolas Sarkozy con motivo de la próxima elección presidencial francesa: Una presidencia bajo tensión. 2007-2012. Los años Sarkozy).

Hasta el descubrimiento de Merkozy, la cooperación bilateral entre franceses y alemanes e incluso su protagonismo en el ámbito europeo se fundamentaba en la reconciliación entre ambos países tras casi un siglo de enemistad y guerras. Desde la fusión ejecutiva entre el Eliseo y la Cancillería Federal, sucedida en 2011, no es el miedo a la guerra sino a la desaparición del euro y a la insignificancia global lo que mantiene unidos a los dos gobiernos y a dos políticos tan dispares e incluso de difícil compatibilidad como Sarkozy y Merkel; un miedo que se extiende a sus respectivos futuros políticos, estrechamente vinculados a la aventura emprendida conjuntamente de salvar el euro desde dos posiciones polarizadas. Merkozy es el nombre de la disputa sobre el papel del Banco Central Europeo, la emisión de eurobonos o la función de las instituciones de la UE en el control de los presupuestos y déficits. Cada una de sus dos componentes debe capitalizar ante los suyos su capacidad de domar a la otra: Merkel, los instintos malgastadores de un Estado intervencionista y sin equilibrio presupuestario desde 1975 como es Francia; Sarkozy, los terrores anti inflacionistas alemanes que terminan dotando al Banco Central con los máximos y únicos poderes sobre el euro. Ambos se necesitan pero por razones distintas y asimétricas. La voluntad de Merkel no podría imponerse sin Sarkozy a su lado. Este recibe a cambio abundantes réditos de imagen y salva la cara de Francia en un difícil envite en el que todos, menos los alemanes, pierden soberanía. Con el presidente que reivindica la Francia fuerte culmina así el regreso de Alemania a la realidad de su peso efectivo en Europa, traducido no tan solo en los votos en las instituciones sino, sobre todo, en su capacidad de tomar decisiones que afectan a todos los países europeos. Y sucede gracias a la asimetría entre un poder dividido y difuso como es el de una república federal y otro concentrado y personalizado como el de la república presidencialista francesa. Los alemanes cuentan con un gabinete de coalición, sometido a un riguroso control del parlamento federal, condicionado a través del Bundesrat por unos poderosos länder, y controlado por un tribunal constitucional que vigila cualquier entrega de soberanía. Los franceses, en cambio, tienen un presidente con amplios poderes ejecutivos y escasos contrapoderes, de perfil diseñado por el general De Gaulle para sobrevivir en el mundo bipolar de la guerra fría entre la Unión Soviética y Estados Unidos, ahora al servicio de la globalización multipolar post occidental. Merkel no podría llegar tan lejos en sus decisiones sin la fuerza institucional que tiene detrás ni Sarkozy entregar tanto poder sin sus enormes márgenes ejecutivos. Cada uno es muy bueno en lo suyo: una en el arte del camuflaje con el que ha ido tomando decisiones; el otro en la exhibición de su capacidad de acción, en la que brilla precisamente porque lo suyo es hacer discursos sobre sí mismo. La primera juega con el peso abrumador de Alemania dentro de la UE. El segundo con el peso que tiene la Presidencia de la República dentro de la pareja franco-alemana. La débil es fuerte y el fuerte débil. Para los españoles, con Zapatero antes o con Rajoy ahora, Sarkozy es la mejor parte de Merkozy. No tan solo por su sintonía en la lucha contra ETA, ya como ministro del Interior, sino por el asiento español en el G20 asegurado por el presidente francés y su defensa de los intereses periféricos en la pugna con Merkel durante la crisis de las deudas soberanas. Sus defectos y sus personalismos, tan ibéricos en el fondo, suscitan comprensión y regocijo, porque raramente es España quien los sufre. E incluso puede darse el caso de que produzcan algún beneficio a los españoles. El proyecto Merkozy tiene su primera cita con las urnas francesas esta primavera, a través de Sarkozy II, dispuesto a entregar algo de soberanía a Alemania con tal de seguir manteniendo la posición preminente y soberana de Francia. Y la siguiente en 2013, con Merkel III --después de la primera que gobernó con los socialdemócratas y la segunda con los liberales--, que asegurará su éxito si Sarkozy está todavía en el Elíseo y entonces, como ahora, puede seguir gobernando en coalición con los franceses.



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4 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Encuentro con el Caballero del Verde Gabán

Vuelve el Quijote a Cataluña. Lo hizo hace siete años, con motivo del cuarto centenario de su publicación, de la mano de Carme Riera, en clave literaria. Su regreso ahora es más político, de la mano de un periodista, el delegado de La Vanguardia en Madrid, Enric Juliana, enviado especial al centro de España del diario central de Cataluña. Riera reivindicó el Quijote desde Cataluña frente a la apropiación nacionalista española del personaje y de la obra con motivo de su tercer centenario, en 1905 (El Quijote desde el nacionalismo catalán. Destino, 2005). Juliana lo reivindica desde las profundidades de la crisis económica, en una propuesta moral y política sobre las virtudes que deben ayudarnos a salirnos de esta.

Riera era consciente de que su propuesta crítica remaba en dirección contraria al oficialismo nacionalista catalán, empeñado en trazar una frontera infranqueable entre Cataluña y España, al menos en lo literario. El Quijote es el emblema de una Barcelona editora de libros en castellano y de una amistad cervantina que va más allá de la admiración por la urbe cosmopolita y marítima, es el ?libro de las Españas?. Puede que en la apuesta cervantina de Juliana, a quien pertenece la anterior expresión entre comillas, haya una intención similar; pero, en cualquier caso, el escritor evita explicitarla. Recordemos que Jordi Pujol, independentista sobrevenido desde hace unos meses, tuvo en fecha ya lejana un ligero encontronazo con el académico, cervantista y sancugatense nacido en Valladolid Francisco Rico, a propósito de la catalanidad del Quijote. Rico señaló que es el libro preferido por los catalanes desde el siglo XVII y llegó a calificarlo ?casi del libro nacional de Cataluña?. Fue en un acto oficial en el que Pujol elogió a Cervantes por elevación, al considerarlo tan próximo a los catalanes como Goethe. Juliana ha renovado la crónica política en tiempos muy necesitados para el periodismo. Su fórmula es imbatible: se sitúa en Madrid con ojo y mentalidad de corresponsal foráneo, utiliza la mejor tradición periodística catalana para tal menester (Pla y Gaziel, fundamentalmente) y se da amplia e irónica licencia literaria para expresar sus ideas y sus análisis sobre la actualidad española sin someterse a la agenda y a las pautas del día a día. El resultado es espléndido y no es extraño que se lea en Madrid con tanta curiosidad y atención como en Barcelona. Como no lo es que luego su editor convierta las crónicas en jugosos libros que se leen de un tirón, como es el caso del último, Modesta España. Paisaje después de la austeridad (RBA), en el que el periodista ha invertido sus fuentes literarias y, en vez de acudir a las plumas catalanas en Madrid, ha elegido el mejor libro castellano para hablar de España. Probablemente no es muy inocente la elección. El profesor Rico es vecino de Juliana en Sant Cugat. Y el periodista ha aprovechado la circunstancia para utilizarlo como autoridad en la materia en su intencionada lectura de la crisis política y económica desde las páginas del libro cervantino y a partir de una enigmática figura secundaria. Solo abrir el libro, como les sucede a Don Quijote y Sancho Panza en el capítulo XVI de la segunda parte, tropezamos con el Caballero del Verde Gabán, cuya presencia impregna toda la lectura. ?Cordura, contención, sobriedad, mesura, pragmatismo??, son las virtudes que adornan a Don Diego de Miranda, todo un contraste con la locura de Don Quijote y modelo erasmista del español sosegado, ?un hidalgo moderno y con la cabeza bien asentada, que preanuncia la llegada del orden burgués?. La lección cervantina circula aparentemente de Barcelona a Madrid. Es una invitación a la modestia y a la ironía frente a la arrogancia y al malhumor en el momento en que el Partido Popular ?el partido alfa, le llama Juliana? se instala al frente de un país en grave trance de naufragio. Pero está cargada de retranca catalana. Modesta España, sí. Pero también modesta Cataluña. No todos querrán entenderlo. Los nacionalistas siempre son los otros, nos recuerda Juliana. Como el infierno de Sartre. Y los nacionalismos del signo que sea, pequeños o grandes, no suelen estar para modestias. Lo suyo es la victoria o la decepción.



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3 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los cinco, juntos otra vez

Los famosos cinco son más visibles cuanto menos visibles somos los europeos. Son los inconvenientes de las crisis domésticas. Ahí están en la foto cogidos de la mano con los brazos alzados en su cuarta cumbre mundial, celebrada en Nueva Delhi. Cuando celebraron la primera en 2009, la crisis ya iba lanzada, aunque los europeos todavía no fuéramos conscientes. Pesan nuestros pecados, es evidente: el despilfarro, los liderazgos escasos, el euro desgobernado, la desunión; pero pesa más la causa profunda que esa foto de los cinco viene a recordarnos: el poder se desplaza hacia oriente y nuestra crisis no es más que la forma que adopta nuestra incapacidad para sostener el envite.

 Así es que fijémonos bien en los cinco: Dilma Rouseff, Dimitri Medvedev, Manmohan Singh, Hu Jintao y Jacob Zuma. Son muy distintos en todo, intereses, rentas o ideas políticas y económicas. Lo ha señalado quien más ha contribuido a la convocatoria, que es el inventor del acrónimo que los designa, Jim O?Neill, presidente de Goldman Sachs, hace ya más de diez años, en clara premonición de su imparable ascenso económico. Los cinco entonces eran todavía cuatro y se llamaban BRIC (Brasil, Rusia, India, China) antes de convertirse en BRICS gracias a Sudáfrica, la ineludible presencia de una potencia africana. Pero siendo tan distintos, hay algo que los une cada vez más: no son Europa, no son Estados Unidos. Esa imagen induce a muchas reflexiones sobre la dimensión y los orígenes de nuestros problemas. El grueso de la demografía que representan se halla en Asia: más de 2.500 millones de personas, una tercera parte de la humanidad. Lo mismo cabe decir del territorio: además de China e India, Rusia es un país más asiático que europeo en su geografía. Siempre hay peleas entre vecinos, pero los tres países contiguos del macrocontinente euroasiático, Rusia, China e India, acumulan un potencial geopolítico temible. Entremos por un momento en el detalle de las lenguas habladas por la humanidad que representan. Lo más próximo a nuestro mundo es el portugués de los brasileños. El inglés es solo una segunda lengua en India y Sudáfrica, dos países que aportan una lección de diversidad digna de reflexión para los europeos monolingües. El poder creciente de los BRICS tendrá una excelente oportunidad de manifestarse en la elección del nuevo presidente del Banco Mundial, cargo tradicionalmente reservado para un ciudadano de Estados Unidos. Aunque el presidente Obama se ha cuidado de buscar un candidato muy adecuado para el mundo emergente, una eminencia universitaria progresista como Jim Yong Kim, de origen coreano y dedicado a la medicina social, los BRICS tienen un nombre todavía mejor y más representativo para plantear al menos batalla: Ngozi Okonjo-Iweala, una mujer nigeriana, exministra de Exteriores y de Economía de su país.



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2 de abril de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Tiempo de purga

El ascenso pacífico parece tocar a su fin. La violencia es consustancial a la acumulación de poder. Sobre todo cuando no hay contrapesos ni controles. La única forma para que un poder en expansión no se convierta en virulento es su fragmentación y su difusión: esos son los beneficios aportados exclusivamente por la democracia, el peor régimen exceptuados todos los otros. Así como nadie puede imaginar una superpotencia pacífica y benéfica que vaya imponiéndose exteriormente por aquiescencia de los dominados, menos cabe esperar la creación espontanea de consensos y arbitrajes internos por parte de quienes detentan desde siempre un poder sin reglas precisas y conocidas, sin contrapesos ni controles.

El consenso de Pekín, capaz de magnetizar a las élites económicas occidentales, acaba de recibir un duro revés en el interior del propio Partido Comunista de China, el segundo en un año. Primero fue el revés externo de las revueltas árabes, que erosiona la imagen y el prestigio del modelo autoritario y lleva a las autoridades a extremar las precauciones y controles para evitar la contaminación. Ahora el golpe es interior y se produce como resultado de una sorda y feroz lucha entre dos facciones del aparato comunista. Es el sino de los partidos únicos: la ausencia de pluralismo no impide la fragmentación interior e incluso la estimula, hasta convertirla en una guerra sin cuartel que termina con la liquidación de los vencidos. Stalin fue el maestro de estos combates, que le proporcionaron la palma de mayor asesino de comunistas de la historia: ni las dictaduras de derecha le superaron en la liquidación de sus camaradas de partido para imponer una y otra vez su poder. Ha caído en desgracia uno de los príncipes comunistas, Bo Xilai, 62 años, jefe del partido en Chongqing, 30 millones de habitantes y una de las cinco mayores ciudades, purgado justo cuando iba a entrar en el Comité Permanente del Politburó, donde se sientan los nueve hombres fuertes del régimen. Ahora está arrestado, así como su familia. Era hijo de Bo Yibo, uno de los ocho ancianos que garantizaron la estabilidad del régimen con Deng Xiaping en los años 80 y 90. Su caso no es extraño; el futuro presidente Xi Jinping es también un príncipe comunista, hijo de un camarada de Mao Zedong, y, como casi todos ellos, purgado por el fundador de la República Popular durante la Revolución Cultural. La purga de Bo Xilai tiene todos los componentes de un culebrón en el que se mezclan crimen y política. En noviembre pasado fue hallado muerto en un hotel de Chongqing un ciudadano británico de 41 años, amigo de la familia Bo, y sobre todo de su hijo Guagua. La versión oficial atribuía el fallecimiento al consumo excesivo de alcohol, pero el jefe de policía de Chongqing, Wang Lijun, acusó a la familia Bo y específicamente a la esposa del dirigente, Gu Kailai, de encargar su envenenamiento por una disputa de negocios. Wang realizó esta acusación en el consulado de Estados Unidos en Chongqing, donde buscó asilo a mitad de febrero huyendo, según su versión, de las represalias de su patrono, a quien acusó de otros crímenes y asesinatos. El incidente terminó en 24 horas con la entrega voluntaria del exjefe de policía a las autoridades chinas, pero sus efectos se notaron un mes después durante la reunión del Congreso Nacional del Pueblo, el órgano de representación parlamentaria del régimen. El primer ministro, Wen Jiabao, criticó de forma clara y concisa a Bo Xilai como máximo dirigente de Chongqing. Al día siguiente fue destituido de todos sus cargos y arrestado, al igual que varios miembros de su familia. Bo Xilai se hizo famoso por su lucha contra la corrupción y la persecución del crimen organizado, a cargo precisamente del jefe de policía que le traicionó. En su última campaña al frente del Gobierno local detuvo a casi 5.000 personas, empresarios, jueces y cuadros del partido, entre otros, acusados de gangsterismo. Muchos detenidos fueron torturados. Trece fueron ejecutados. Bo es un izquierdista, que resucitó la simbología maoísta para reivindicar las esencias igualitarias del régimen contra el enriquecimiento fraudulento, y ha sido vencido por la facción más liberal. Lo más relevante del caso son los instrumentos utilizados para dirimir los conflictos y competir por el poder. Las diferencias ideológicas se traducen en mutuas acusaciones de corrupción y de crímenes horribles entre las bandas rivales. La tortura y la pena de muerte terminan siendo la llave resolutiva. Amnistía Internacional ha dado a conocer esta pasada semana su último informe sobre la pena de muerte, en el que registra un lento declive mundial pero señala que la admirada China del crecimiento económico sigue llevándose la palma en número de ejecuciones, aunque en su caso no hay cifras disponibles por la absoluta opacidad de las autoridades.



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29 de marzo de 2012
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