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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ruedan los dados

Es una jugada triple. Tres monedas en el aire, tres dados que ruedan sobre la mesa o tres azarosas convocatorias electorales en el mismo día, cada una por su lado y sin relación alguna, salvo el mismo mar Mediterráneo que baña sus costas. Quizá sea esta la corriente profunda que une a esos tres países, Francia, Grecia y Egipto, donde hoy los ciudadanos acuden a las urnas: el terremoto que desplaza las placas tectónicas de la economía y de la política mundiales tiene su epicentro entre las dos orillas de la vieja cuenca mediterránea.

Los franceses deciden este domingo si quieren que su nuevo presidente, el socialista François Hollande, tenga una mayoría absoluta que le deje las manos libres en la gestión europea de la actual crisis financiera; poca cosa si se compara con las espadas en alto de las otras dos contiendas electorales. El dilema de los griegos no es quedarse en el euro o abandonarlo, mantenerse dentro de la UE o salirse, pero así es como lo entenderá todo el mundo, aunque lo desmientan las pretensiones de Nueva Democracia de Antonis Samaras de renegociar las condiciones del rescate de su economía, al igual que lo desmienten las protestas de la izquierdista Syriza de Alexis Tsipras sobre la vocación y voluntad europeístas de Grecia. La bifurcación que se les ofrece a los egipcios es muy clara, entre el islamista Mohamed Morsi y el militar Ahmed Shafiq, último primer ministro de Mubarak, dos opciones conservadoras en cada una de sus modalidades, la religiosa y moral de los Hermanos Musulmanes y la autoritaria y geopolítica del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. A nadie inquieta la segunda vuelta de las legislativas francesas, sobre todo porque los márgenes del presidente de la República son muy amplios cuando ya ha quedado excluido en la primera vuelta que tenga que practicar la cohabitación con una mayoría parlamentaria adversa y su correspondiente Gobierno de distinto color. Ahora apenas quedan por determinar los márgenes residuales para la maniobra y si tendrá esa mayoría absoluta aparentemente tan ventajosa para realizar las reformas más dolorosas, pero que termina convirtiéndose en un corsé asfixiante cuando no se utiliza con inteligencia, como le está pasando a Mariano Rajoy estos días. Las otras dos elecciones, en cambio, producen vértigo. Nunca nuestro planeta había mostrado tan crudamente sus reducidas dimensiones y la enorme interdependencia entre los países. En Atenas y en Salónica se decide nuestro futuro, el de la moneda única y el de Europa. En El Cairo y en Alejandría se juegan las relaciones entre nosotros y el nuevo mundo árabe emergente de las revoluciones de 2011. Los últimos 30 años de construcción europea y de paz y cooperación entre Estados Unidos, Egipto e Israel dependen de estos dados que ruedan hoy y mañana en el cubilete mediterráneo.



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16 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Armas sin retroceso

Los martes, sentencias de muerte. Franco las firmaba mientras desayunaba. Barack Obama preside una comisión con la que repasa y decide a partir de las fichas, foto y biografía, sobre los candidatos a la pena capital. La firma del dictador español significaba que al día siguiente el preso era fusilado. La autorización del presidente estadounidense, que el sospechoso de terrorismo será atacado por un misil lanzado desde un avión teledirigido.

El lugar donde se toman estas decisiones es la Situation Room, el mismo desde donde se siguió la acción de los Navy Seals que dieron muerte a Osama Bin Laden en la ciudad paquistaní de Abbotabad en la madrugada del 1 mayo de 2011. De aquel episodio nos queda una foto, en la que se ve a Obama rodeado por todo su equipo y concentrado ante una pantalla, desde donde el entonces director general de la CIA, Leon Panetta, le da explicaciones sobre el curso de la acción. Las cifras sobre ejecuciones extrajudiciales, que afectan sobre todo a las regiones tribales de Pakistán fronterizas con Afganistán, hablan por sí solas. En los últimos días de mayo y primeros de junio se han producido 27, entre las que se encuentran la del número dos de Al Qaeda, Abu Yahya al-Libi. Si Bush ha pasado a la historia por su guerra preventiva en Irak, la legalización de la tortura, las entregas de terroristas a terceros países para ser interrogados o liquidados y la creación del campo de Guantánamo para mantener en detención indefinida a los sospechosos de terrorismo, Obama lo hará por su decidida liquidación de los caudillos de Al Qaeda y de centenares de sus militantes, menores de edad incluidos. No debiera sorprender a nadie. El actual presidente se opuso a la guerra de Irak y rechazó la política antiterrorista de Bush, que ha corregido en la medida de lo posible: no ha podido cerrar Guantánamo porque no se lo ha permitido el Congreso. Pero nunca se opuso a la política de asesinatos selectivos, que Bush apenas inició. Y no lo hizo porque estaba de acuerdo en continuarla. En 2007, cuando solo era un senador que iba a presentarse a las primarias demócratas, declaró que "si tenemos información útil sobre objetivos terroristas de alto valor en Pakistán y el presidente Musharraf no actúa, lo haremos nosotros". En la recta final de su actual campaña para la relección, los focos han iluminado de pronto la escena glacial y terrible de los martes de muerte en la Casa Blanca. Con la aparición de varios libros y reportajes sobre estas actuaciones ha quedado documentada la idea de un presidente al que no le importa aparecer como juez y a la vez verdugo de los terroristas. Todas estas informaciones en mitad de la carrera presidencial, cuando Obama ya se enfrenta directamente con el candidato republicano Mitt Romney, han sido interpretadas como gesticulación electoral para aparecer como alguien a quien no le tiembla el pulso al defender la seguridad de los estadounidenses. La propia Casa Blanca se ha visto obligada a salir al paso y a desmentir, no la información sobre los ataques con drones y las listas de ejecutables, pero sí la voluntad de exhibición de tales prácticas. Para remachar y dar verosimilitud al desmentido, el fiscal general Eric Holder ha nombrado a dos fiscales especiales con la misión de investigar las filtraciones sobre estas decisiones secretas de la Casa Blanca. Además de la elaboración de las listas de condenados a muerte, Holder quiere que se investigue la filtración sobre Stutnex, el arma cibernética utilizada conjuntamente con Israel para atacar los sistemas informáticos de la industria nuclear iraní, así como el uso de un agente doble en la desarticulación de un complot terrorista. Michael Ignatieff, el intelectual y ex dirigente liberal canadiense que primero apoyó la guerra de Irak y luego se arrepintió de haberlo hecho, ha terciado muy atinadamente en esta polémica al señalar cómo las nuevas tecnologías de la guerra, sean drones o armamento cibernético, crean la ilusión de un arma que daña pero no tiene retroceso (Financial Times, 13 de junio). Muchos dudan sobre la constitucionalidad de las decisiones letales de Obama, al menos cuando afectan, como ya ha sucedido, a ciudadanos estadounidenses. A otros les preocupa su absoluta inadecuación con la legalidad internacional. Pero basta con pensar en el retroceso de estas armas, es decir, en las consecuencias para quienes las utilizan, para percibir la oscura ambigüedad de la geografía bélica en la que nos estamos adentrando.



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14 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La palabra devaluada

Ya que no podemos devaluar la moneda, hagámoslo con la palabra. La palabra política se deprecia cada día que pasa en España. Empezando por la del presidente del Gobierno que la sacrificó en el altar de la patria: está dispuesto a desmentirse y a romper sus promesas tantas veces como lo exija la salida de la crisis. Una palabra depreciada no sirve para la persuasión. Tampoco para la explicación. La desconfianza en la palabra conduce al mutismo. Es la política sin comunicación, de larga tradición despótica: ve esclavitud en la palabra y dominio en el silencio. Nada de transparencia ni de control democrático, nada de explicaciones ni de discusión de las decisiones. No hay democracia sin palabra, inscrita en su raíz en el nombre del propio parlamento.

La palabra es también respeto y consideración hacia los ciudadanos. En plena devaluación de la palabra no extrañan los eufemismos, silencios y tergiversaciones como los practicados por el presidente del Gobierno. Este sábado ha incurrido en una flagrante desconsideración con su mutismo y ausencia ante la decisión probablemente más importante de nuestra reciente historia. Tuvo que ser el ministro de Economía, Luis de Guindos, en su calidad de miembro del Eurogrupo, no de gobernante y representante de los españoles, quien diera la correspondiente conferencia de prensa para presentar el rescate financiero de la banca española como si fuera una mera y simpática apertura de una línea de crédito incondicionada a unas empresas en crisis. Ni siquiera se permitió explicar inicialmente la cantidad exacta a disposición del sistema financiero español, el bazooka de 100.000 millones de euros. Según dijo, fue por cortesía con sus compañeros del consejo de ministros de Economía de los países del euro o Eurogrupo, cortesía que no hizo extensible a los más afectados, los ciudadanos españoles, y que su patrono, Mariano Rajoy, prefirió diferir hasta la desangelada conferencia de prensa que convocó en La Moncloa en la mañana de hoy domingo. Era evidente que una comparecencia inmediata de Rajoy con el bazooka en la mano, tal como exigían las circunstancias, habría escenificado con mayor claridad la gravedad de la decisión europea, cuando lo que interesaba era exactamente lo contrario. También habría suscitado preguntas que a estas horas no tienen respuesta, sobre la resistencia española a solicitar la ayuda europea, los esfuerzos para aplazarla o la pérdida efectiva de soberanía implícita en la decisión. El presidente del Gobierno prefirió la cortesía diferida de comparecer el domingo por la mañana, a pelota pasada, enfriadas ya las primeras reacciones y con los piadosos titulares en primera página de la prensa amiga, desmintiendo el rescate que todos los medios de comunicación internacionales anuncian sin eufemismo alguno. Rajoy se ha presentado como el salvador del euro y ha exhibido su capacidad de presión para obtener el maravilloso regalo de un rescate a medida y una intervención circunscrita al sector financiero, a sumar a la intervención en toda regla que él mismo ya desveló antes de alcanzar La Moncloa, cuando todavía no practicaba los eufemismos, las medias verdades y las directas tergiversaciones. Hay que hacer la media entre lo que decía cuando era el jefe de la oposición y lo que dice ahora, pues la suma de las exageraciones de antaño y los disimulos de hogaño da como resultado exacto un país sin márgenes presupuestarios ni espacio para la política y las decisiones del Gobierno, donde tanto da que la mayoría sea absoluta como relativa y que las comunidades autónomas estén intervenidas porque el país entero lo está, gracias a que lo está su sistema financiero. No es una mala noticia, es verdad. Tiene Rajoy harta razón en una cosa: es bueno para el euro y bueno para Europa. La mala noticia es la devaluación de la palabra que sufrimos y que permite mantener el silencio y la opacidad, soslayar las investigaciones y los parlamentos y exhibir con cinismo las mayorías absolutas y la inutilidad de las comisiones parlamentarias del pasado. La confianza perdida se debe a la devaluación de la palabra. Por mucha liquidez que inyectemos, si no recuperamos la confianza, el valor de la palabra, no saldremos de la crisis.



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10 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El rescate que no dice su nombre

Es un salvavidas. Un enorme neumático que cabe hinchar hasta 100.000 millones de euros, destinado a evitar que se ahogue el sistema financiero español. Sirve para rescatar a la banca española, es decir, el sistema financiero y en definitiva a España, a su economía. Pero no se presenta como un rescate, palabra maldita y asociada a países insolventes, y de corrosivos efectos sobre la imagen política de los gobernantes. Y sobre todo del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. El rescate no dice su nombre en homenaje y al servicio del presidente del Gobierno, que rechazó la idea de un rescate bancario, ásperamente incluso, cuando desmintió al recién elegido François Hollande.

Si no es un rescate, tampoco es una intervención. Nada peor que una España intervenida por esos hombres de negro fabricados por la negra imaginación de Cristóbal Montoro. La España rescatada e intervenida era la de Zapatero, la de Rajoy es la España soberana que decide sobre sus límites de déficit público, aprueba los presupuestos a su ritmo y nacionaliza los bancos cuando hace falta con la pólvora del rey de una deuda pública sin apoyo ni permiso europeo. De Guindos ha sido claro: el salvavidas no tiene por tanto contrapartidas macroeconómicas ni especial seguimiento presupuestario por parte de esos interventores que no intervienen. Si hay que hacer algo, se hará pero por iniciativa propia del gobierno soberano. Y se hará, por cierto. Por nuestra real gana. No hay rescate, no hay intervención, no hay hombres de negro, de acuerdo. Rescate suave, por tanto. No hay más intervención que la que había ya ahora. Y los hombres de negro no llegarán a La Moncloa, pero se colarán en todas las entidades bancarias que se agarren al salvavidas. Serán exigentes. Las consecuencias de la intervención no serán menores. Veremos cuántos puestos de trabajo quedan en el sector. Y cuántos bancos. Veremos qué queda del mayor y más averiado de los transatlánticos averiados que es Bankia. A pesar de la política eufemística, el rescate bancario, la intervención europea e internacional en el sistema bancario español y la entrada de los hombres de negro en los bancos arruinados difícilmente quedarán sin consecuencias políticas. Salvavidas de este tamaño colosal suelen pasar factura política. No siempre los eufemismos funcionan y casi nunca la ausencia y el silencio de un gobernante, Rajoy en este caso, sirve como metáfora de su ausencia de responsabilidades.



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9 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cabezas cortadas

La ristra de los decapitados es memorable: Yorgos Papandreu, Brian Cowen, José Luis Rodríguez Zapatero, Silvio Berlusconi, José Sócrates, Nicolas Sarkozy? Ahora la cabeza de Mariano Rajoy está también encima de esa mesa de póquer donde se juega la partida del euro. David Cameron, aunque está fuera, teme también por la suya. Todos se la juegan en esta endiablada partida. No se entiende la obstinación de Angela Merkel si no anduviera por medio la integridad de su cuello en el próximo año electoral.

Las únicas cabezas seguras están en el Kremlin y en Zhongnanhai. Allí las urnas no dan sustos: se usan de otra forma, bajo estricto control y sin márgenes ni veleidades para que se exprese la diversidad, y menos todavía para que se introduzca la indeterminación, es decir, la libertad, entre las palancas de quienes detentan el poder soberano. El año de elecciones y cambios que es 2012 tenía unos signos fijos, sin oxígeno para imprevistos: Vladímir Putin ha ejecutado su gambito con Dmitri Medvédev, y Xi Jinping y Li Keqiang tomarán en otoño el relevo como presidente y primer ministro respectivamente de Hu Jintao y Wen Jiabao en la quinta sucesión generacional después de Mao Zedong. El vendaval es de tal fuerza que el temor se extiende incluso entre quienes tienen más sólidamente asentadas sus testuces. No todo ha sido un camino de rosas para Putin, a quien le creció la rebelión ciudadana contra sus pucherazos electorales y sus modos despóticos. Tampoco los dirigentes chinos han escapado a unas turbulencias políticas que revelan el creciente nerviosismo de una casta dirigente temerosa de perder sus privilegios y tan ávida de dinero y lujo como muchos de sus homólogos occidentales. El huracán que está trastocando la geometría del poder en el mundo es político, pero su ojo más devastador es económico. A sus efectos letales se debe esa magnífica colección de cabezas cortadas que se nos ofrece, probablemente incompleta, como expresión de uno de los momentos de cambio más espectaculares de la historia. No olvidemos que también caben en la exposición las cabezas de la cosecha árabe de 2011: Ben Ali, Hosni Mubarak, Muamar el Gadafi y Alí Abdulá Salé, a la que pronto habrá que añadir Bachar el Asad. Ahora la principal incógnita del momento histórico consiste en saber si a esta exposición de cabezas insignes decapitadas por la guillotina de la crisis se añadirá la mayor y más apreciada de todas, la de Barack Obama, el primer presidente afroamericano y el más estimado por los europeos. La lenta recuperación de la economía estadounidense nos dice que le será difícil sostenerse sobre su cuello. Y la crisis bancaria española nos añade que la puntilla puede llegarle precisamente de Europa, donde más se le admira.



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9 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Extremistas en ascenso

Hace medio siglo que Daniel Bell decretó el fin de las ideologías. En su visión de la sociedad posindustrial, organizada alrededor de los servicios y de las comunicaciones, se incluía la dilución de las diferencias entre derecha e izquierda y la aparición de alternativas tecnocráticas en los gobiernos. Aunque los años transcurridos desde la publicación de su libro parecían ir confirmando sus observaciones, lo que encontramos al final del camino es todo lo contrario: un mundo polarizado y extremista, dividido como nunca por ideologías y partidos. Esta observación está documentada en Estados Unidos gracias a las encuestas realizadas por el Pew Research Center durante 25 años, pero fácilmente se puede extrapolar a otros países. Desmintiendo la profecía sociológica e incluso las primeras tendencias observadas al finalizar la guerra fría, en las dos últimas décadas el tradicional foso entre izquierda y derecha, progresistas y conservadores, o demócratas y republicanos si atendemos a los partidos estadounidenses, no tan solo se ha mantenido sino que incluso se ha ampliado en una sociedad cada vez más polarizada por los partidos mucho más que por la raza, la religión, la edad o el sexo. Y el mayor ensanchamiento del foso se ha producido, según el PRC, durante las presidencias de Bush y de Obama, y especialmente en esta última, con un presidente que se propuso, precisamente, combatir la polarización y buscar los consensos transversales, aunque haya conseguido exactamente lo contrario.

La encuesta del PRC detecta que los dos grandes partidos estadounidenses se han encogido en número de afiliados pero a la vez se han hecho más homogéneos y genuinos: los republicanos más conservadores que antes y los demócratas más progresistas, liberales en la terminología al uso en EE UU. Actualmente, son los votantes independientes los que conforman el primer grupo de identificación ideológica, con un 38% de ciudadanos que se consideran como tales, frente a 32 demócratas y un 24% republicanos. En 1992 eran respectivamente el 36, el 33 y el 28% de los ciudadanos. Estos votantes independientes, no afiliados a ningún partido, también se han polarizado. En 1992, justo al terminar la guerra fría y el final de la presidencia de Bush padre, los republicanos y los demócratas tenían escasas discrepancias respecto al medio ambiente, la inmigración y el papel del gobierno, tres cuestiones en las que las diferencias han crecido y ahora son ahora extremas. Se han ensanchado también respecto a la protección social, el papel de los sindicatos o las políticas de igualdad. Aunque quienes más han cambiado son los republicanos, que se han vuelto más anarcoliberales e insensibles a la ecología, mientras que los demócratas son más progresistas en valores y familia y menos religiosos. Cabe destacar que aumentan entre los demócratas los partidarios de la discriminación positiva para mejorar la situación de las minorías (52%), mientras que los republicanos se mantienen sin variaciones en una adhesión muy baja a este tipo de políticas de igualdad (12%). Donde más discrepan ambos grupos es en los objetivos y el papel del Gobierno en la economía. Un 77% de los republicanos creen que la acción del gobierno significa ineficacia y despilfarro, idea compartida por el 63% de los votantes independientes y solo por el 44% de los demócratas. La horquilla partidista se ha abierto especialmente en la presidencia de Obama, como suele suceder con todas las presidencias demócratas, mientras que con la presidencia republicana suele estrecharse la diferencia de percepción sobre el papel del Gobierno federal. Además de las ideas y valores, interesa la sociología de cada electorado. Los seguidores del partido republicano son en un 87% blancos no hispanos, grupo que solo alcanza el 55% de seguidores del partido demócrata, donde crecen los afroamericanos y los hispanos. Esta es una cuestión capital para el futuro electoral en un país que está cambiando muy rápidamente de composición étnica. Según el último censo de población, publicado el pasado mayo, el número de nacimientos entre las minorías, que conforman el 36% de la población estadounidense, es ya mayor que entre los blancos americanos. Entre los republicanos, además de escasa población no blanca, hay menos mujeres y jóvenes, lo que da un partido muy anclado en la identidad americana tradicional. El partido demócrata, en cambio, evoluciona más rápidamente al compás del cambio demográfico y étnico. Esta es la sociología del voto que le espera a Obama en noviembre en su enfrentamiento con Romney. Las tendencias favorecen a largo plazo a los demócratas, pero no está claro todavía que puedan sacar provecho de los cambios demográficos ni que esté asegurada la reelección del actual presidente, puesto que el grupo de población masculina blanca de más edad es el que tiene más dinero y poder para influir en las campañas electorales.



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7 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Federalistas en el terremoto

Hay construcciones que no revelan sus defectos hasta que se produce el seísmo. Iglesias, palacios y rascacielos que habían soportado el paso del tiempo de pronto se caen como castillos de naipes. Nunca es casual. Siempre hay una debilidad, un defecto, un cálculo insuficiente, que explica los desperfectos provocados por la sacudida. El terremoto financiero que golpea desde hace ya cuatro años a las economías europeas tiene igualmente unos efectos clarificadores sobre las técnicas constructivas utilizadas en nuestros edificios institucionales. Cada damnificado suele observar el balance de víctimas y daños de su inmediato entorno: ahorros y puestos de trabajo perdidos, sectores productivos desaparecidos, infraestructuras paralizadas, instituciones infectadas por la falta de confianza que se expande. Pero los efectos de fondo solo se miden y valoran desde una visión global, que permite observar cómo el seísmo se comporta de la misma manera en todas partes y revela similares debilidades en los edificios.

La carencia de un gobierno económico del euro es el fallo comúnmente aceptado que explica la fuerza reduplicada del temblor que nos afecta. Cabe denominar a esta viga maestra que le falta a la moneda única de muchas maneras: eurobonos, Tesoro europeo, fiscalidad común, unión bancaria... Todas conducen a unir y mutualizar las deudas, ceder soberanía, obtener solidaridad y avanzar hacia una federación efectiva. Idéntica observación vale de tejas españolas para abajo cuando hablamos del Estado de las autonomías, construcción tan exitosa en los últimos 30 años como la propia Unión Europea e idénticamente criticada ahora en mitad del seísmo por sus defectos constructivos. Sus componentes se hallan sometidos a una tensión insoportable entre unos ingresos fiscales limitados y en caída libre y un gasto creciente en educación y sanidad, dos pilares del Estado de bienestar. La construcción es tan incompleta y desequilibrada como que conserva todavía viejos elementos del Estado unitario y no ha culminado la federalización plena de la fiscalidad, el control presupuestario y la deuda. Justo al empezar el temblor se veía cómo desaparecían los entusiasmos por los edificios construidos desde hace tantos años. Algunos creen incluso que es el desamor a esas instituciones incompletas lo que convocó al genio de la destrucción. Pero la mayor de las paradojas es que para aguantar las embestidas la única solución sea juntar de nuevo los esfuerzos dispersos y reconstruir juntos lo que el temblor quiere echar por tierra. Así es como Europa convoca a hacer europeísmo sin europeístas y España federalismo sin federalistas. Para salvarnos en el límite, quizás nos queda la oportunidad de hacer al fin la Europa y la España en las que tan pocos creen solo para evitar su sustitución por una realidad desconocida pero ciertamente más insegura y defectuosa.



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2 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una pareja revolucionaria

No hay revolución sin decepción. La liberación señala un punto muy alto en los deseos de cambio. Una vez derrocado el régimen, la constitución de la libertad suele arrastrar los impulsos revolucionarios por los suelos del realismo. La primera vuelta de las elecciones presidenciales egipcias es toda una lección. Las dos fuerzas conservadoras que articulan la sociedad egipcia, la militar y la religiosa, han situado a sus respectivos candidatos mientras que el candidato de la liberación, de Tahrir, no pasa a la segunda vuelta y no podrá ni siquiera medir sus fuerzas. No es la primera decepción que reciben ni será la última en el año y medio transcurrido desde que empezaron las revueltas. Hubo una sangrienta y prematura lección en Bahrein, donde la revolución fue ahogada en sangre por Arabia Saudí con la connivencia de EEUU, y ahí está la permanente y cruel lección de Siria, donde la comunidad internacional se muestra impotente una y otra vez ante un régimen que ataca y asesina con total impunidad a los ciudadanos que osan manifestarse en su contra, hasta llegar a una matanza como la de Hula, en la que el régimen se ceba sobre niños y mujeres para escarmiento de los revolucionarios. Apenas la revolución tunecina consigue mantener enhiesta la bandera de la esperanza en un momento en que la mayor parte de experiencias parecen dar la razón a los escépticos, conservadores y defensores del statu quo.

Pero la historia siempre aguarda con extrañas sorpresas. Cuatro años después de su partida de la Casa Blanca, nos enteramos de que el expresidente de EEUU George W. Bush no participa de estos sentimientos. Gracias a una conferencia pronunciada el pasado 15 de mayo, sabemos que el comandante en jefe de la Guerra Global contra el Terror, la guerra preventiva, la tortura legal y Guantánamo tiene una visión abiertamente optimista y esperanzada de estas revoluciones. Así empieza el texto que nos llega de su discurso: ?Son tiempos extraordinarios en la historia de la libertad. En la primavera árabe hemos visto el mayor desafío contra los sistemas autoritarios desde el colapso de la Unión Soviética. La idea de que los pueblos árabes están en cierta forma conformados con la opresión ha sido desacreditada para siempre?. (Wall Street Journal, 17 de mayo). Su valoración casa mal con las alianzas tradicionales de Washington con las monarquías petroleras, cultivadas especialmente por la familia Bush, padre e hijo, y mantenidas durante su presidencia y también con la actual de Obama. Tampoco rima con el seguidismo practicado con los Gobiernos de Israel ni con las prevenciones ante las revueltas árabes de los portavoces de la derecha israelí y de sus amigos intelectuales o políticos, como José María Aznar. Bush explica que ?algunos en los dos grandes partidos en Washington observan los riesgos inherentes en el cambio democrático ?particularmente en Oriente Próximo y África del Norte? y piensan que los peligros son excesivos. EEUU, argumentan, debe limitarse a apoyar a los líderes ya conocidos por defectuosos que sean en nombre de la estabilidad?. ?Si EEUU no apoya el avance de las instituciones y valores democráticos, ¿quién lo hará??, añade. De hacerle caso, Washington debiera estar propugnando el cambio de régimen en todo el mundo árabe, incluyendo monarquías estrechamente aliadas como la de Jordania o Arabia Saudí. Para ello escoge palabras encendidas, similares a las que se pueden leer o escuchar de boca de muchos revolucionarios: ?EEUU no debe decidir si una revolución liberadora debe empezar o terminar en Oriente Próximo o en cualquier otro sitio. Solo debe elegir de qué parte se pone?. Y añade un argumento de cuño estrictamente revolucionario, como es la sublimación del momento del cambio: ?Es glorioso el día en que un dictador cae o cede ante el movimiento democrático?. En los mismos días en que George W. Bush pronunciaba su discurso revolucionario, su esposa Laura publicaba otro artículo (Washington Post, 18 de mayo), coincidiendo con la cumbre de la OTAN en Chicago, con un título que es un llamamiento, No abandonemos a las mujeres afganas, en el que la esposa del expresidente demuestra cómo la acción de la OTAN y de Naciones Unidas ha servido para escolarizar a siete millones de niños afganos, un 37% niñas, mientras que con los talibanes solo 900.000 niños, todos varones, iban al colegio. Y concluye con una pregunta de valor universal: ?¿Nos arriesgaremos a las consecuencias de abandonar a las mujeres afganas a su suerte??.



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31 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pabellón de grandes quemados

No hay que darle muchas vueltas. La pitada del Calderón es otro revés para la imagen de España. En los países serios y seguros de su identidad se suelen respetar los símbolos comunes. En muchos, no tan solo se respetan, sino que se veneran, en ocasiones hasta el exceso, a la misma altura que los símbolos y expresiones religiosas. En uno de ellos, Estados Unidos, donde la gente escucha el himno nacional con la mano en el corazón pero hay todavía mayor respeto a la libertad de expresión, los jueces han determinado que nadie puede ser castigado por quemar la bandera venerada por casi todos los ciudadanos. Pero que no exista delito no significa que no haya ultraje ni pérdida cuando se producen hechos como estos.

Fue, por tanto, un nuevo revés a lo que ahora se denomina la marca España en una semana y una temporada pródigas en reveses mucho más sustanciales. La lista empieza a ser inquietante, pero bastará con recordar los dos últimos golpes, como son el descubrimiento del déficit público oculto ?y ocultado? en las comunidades de Valencia y Madrid, las dos autonomías gobernadas por el PP de mayor centralidad, y el hundimiento de Bankia, banco privatizado y nacionalizado por el PP en menos de un año y enchufado ahora directamente a los bolsillos de los españoles presentes y futuros, quizás también de los alemanes si terminamos obteniendo los eurobonos, por una cifra de euros con tantos ceros que solo las mentes habituadas al cálculo mental son capaces de manejarla con comodidad. Nadie habría conectado esos tres hachazos que dañan a la credibilidad española de no mediar la intervención de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Otra persona, en su lugar, meditaría sobre sus responsabilidades en el enmascaramiento del déficit de su Gobierno y en la catástrofe de una entidad financiera sometida primero a su supervisión como caja de ahorro y luego a su influencia política, incluida la designación de directivos y la asignación de inversiones. Pero Aguirre no. Gracias a su personalidad desacomplejada y a su facilidad para decir lo que piensa sin importarle excesivamente las consecuencias, la presidenta no dudó en meterse en el charco en cuanto tuvo la oportunidad.Tiene poco interés analizar cuánto hay de cálculo y de preparación en sus palabras, si se tiene en cuenta que las pronunció justo en el momento en que estallaba una de las mayores burbujas de la historia de este país, una burbuja que no es tan solo financiera, sino también inmobiliaria, por supuesto, pero sobre todo es política y es madrileña. Enric Juliana resucitó oportunamente hace una semana en La Vanguardia un artículo de Pasqual Maragall, publicado en EL PAÍS el 7 de julio de 2003, que se titulaba Madrid se ha ido, donde se explicaba cómo la capital estaba acaparando todo el poder económico y político para constituirse en una ciudad global dentro de una España radial y reunificada. Pues bien, al igual que los decibelios del Calderón no pudieron con los pitos, el ruido de Aguirre no puede tapar el sonoro y fétido silbido de la burbuja madrileña que acaba de pinchar. Ni herencia recibida, ni despilfarro autonómico: Madrid ha vuelto. Una vez que el Gobierno de Rajoy ha dado de sí todo lo que podía, es decir, amortizado ya a los 150 días, es el Partido Popular, con Madrid a cuestas, el que ingresa en el pabellón de los grandes quemados, junto a multitud de instituciones, las más importantes, de este país, desde la Corona hasta el Banco de España pasando por el Tribunal Constitucional. El artículo de Maragall terminaba con estas frases: ?Yo confío en que la sociedad civil madrileña reaccione y se plantee seriamente cuál ha de ser el papel de esa comunidad en la política española; y para empezar, cómo debe Madrid regenerarse políticamente?. Pero remachaba: ?Cuatro años más de deriva como la de los dos últimos y España perdería el norte. Y nunca tan bien dicho?. Lo escribió en 2003. En 2007, justo cuatro años después, empezó la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos. Hoy, casi 10 años más tarde, el norte parece a veces definitivamente perdido.



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29 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Tres dictaduras y una democracia

Amnistía Internacional (AI) no tiene buena prensa entre los dictadores. Merecidamente. Los más viejos del lugar recordarán cómo incordiaba al régimen franquista. Tampoco gustaba a los antifranquistas enfeudados a otras dictaduras, las comunistas de Moscú y Pekín. La labor que viene haciendo AI desde su fundación en 1961 para proteger a las poblaciones de los abusos y atentados contra sus derechos es pionera y ejemplar, a pesar de los errores que pueda haber cometido esta organización, como tantas otras dedicadas a la defensa de los derechos humanos.

De las múltiples denuncias que contiene el informe anual sobre el estado de los derechos humanos en el mundo, quiero destacar aquí solo un párrafo sobre 2011, en absoluto el más desgarrador: ?Israel mantuvo el bloqueo de Gaza, prolongando así la crisis humanitaria, y continuó con su agresiva política de ampliar los asentamientos establecidos en el territorio palestino de Cisjordania, que ocupaba desde 1967. Las organizaciones políticas palestinas Fatah y Hamás hicieron blanco de sus ataques a sus respectivos simpatizantes; las fuerzas israelíes y los grupos armados palestinos llevaron a cabo ataques en represalia en Gaza?. Basta juntar en Google tres palabras: Amnesty International, Israel y antisemitismo para dar con las dificultades que se encuentran al informar sobre los abusos en determinadas regiones especialmente complejas. No debe extrañarnos. Las denuncias de AI, incluso las controvertidas o equivocadas, ayudan en los regímenes democráticos y, en cambio, molestan a las dictaduras, como ha ocurrido siempre. ¿Significa esto que Israel no es una democracia? En absoluto. Significa que debemos hilar fino a la hora de calificar lo que hay entre el Jordán y el Mediterráneo, y que puede resumirse en tres dictaduras y una democracia. La democracia es Israel: un Estado de derecho, con división de poderes, democracia representativa, pluralismo político y libertad de expresión. Hay dos dictaduras: la de Hamás en Gaza, donde se aplica la pena de muerte y se atenta contra los derechos humanos, además de atacar a la población israelí fuera de las fronteras, y la más benigna de Fatah en Cisjordania, cuyo jefe, Mahmud Abbas, no ha querido, por cierto, confirmar ni una sola de las condenas a muerte dictadas por sus tribunales. Y una tercera que dejaremos describir a Peter Beinart, joven intelectual sionista estadounidense, en su más que recomendable libro 'La crisis del sionismo': ?Nos decimos a nosotros mismos que Israel es una democracia, pero en Cisjordania es una etnocracia, un lugar donde los judíos gozan de la ciudadanía y los palestinos no?. Puede que la dictadura de los colonos no sea peor que la de Fatah y Hamás, pero es el mayor obstáculo para la paz entre israelíes y palestinos. Y es del todo lógico que AI no tenga buena prensa entre los colonos y los políticos que los representan.



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28 de mayo de 2012
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El Boomeran(g)
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