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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La jaula de Faraday

Sirve una coctelera, una caja forrada de tela metálica o un refrigerador. Las ondas electromagnéticas no pasan, como sucede con el relámpago que da en un avión en pleno vuelo. Es la caja de Faraday, un efecto electrofísico descrito por el cientítico inglés del mismo nombre. Estos días se ha puesto de moda porque sirve para evitar que funcionen los teléfonos móviles o las señales digitales. Edward Snowden, antes de reunirse con sus abogados en su hotel de Hong Kong, les pidió que metieran sus teléfonos móviles en la nevera, según ha comentado con sorna Heather Murphy en el blog The Lede del New York Times.

Hay otros sistemas, como el que usan algunos políticos españoles especialmente susceptibles y angustiados: piden a sus interlocutores que dejen el teléfono fuera de su despacho o quiten la batería. Puede que sea inútil, pues hay teléfonos y ordenadores que siguen funcionando sin energía. Estamos entrando en una nueva era, se nos dice a propósito del mundo digital. Julian Assange la anunció referida a las relaciones internacionales, transformadas por la publicación de los Cables del Departamento de Estado o Cablegate.

El fundador de Wikileaks había abrigado la quimera de un mundo tranparente, en el que los benéficos hackers agrupados en organizaciones como la suya, pondrían a disposición de los ciudadanos los secretos ocultos del poder político o económico. Pero los hechos le han desmentido y ahora Edward Snowden, con sus revelaciones y luego con los esquinazos memorables que le está dando a sus perseguidores, nos demuestra que efectivamente estamos en la era nueva de la transparencia, pero no del Estado ante el ciudadano sino del ciudadano ante el Estado. Todos espiados.

Es la era de los espías. Como en la guerra fría, pero con una tecnología de alcance perturbador, que destruye la vida privada, una de las grandes conquistas de la era burguesa que ahora agoniza. Las libertades individuales, el derecho de prensa e imprenta y la misma democracia se asientan en la noción de que hay una vida pública que a todos nos concierne y otra privada que es cuestión de los individuos y en la que nadie puede inmiscuirse. Lo más prodigioso es que la brillante idea de convertir las vidas privadas en objeto de un control exhaustivo no fue de un depravado ingeniero social, un totalitario de la mente, sino de uno de estos jóvenes emprendedores, liberales e incluso ácratas, que están en el origen de las redes sociales, negocios fabulosos para quienes los conciben. Mark Zuckerber, el creador de Facebook, fue el primero en confesar que el contenido de su negocio era la vida privada de la gente.

Las redes son maravillosos difusores del poder social. Quienes las usan pueden utilizarlas para organizar revueltas sociales como en Turquía y en Brasil o entregar su vida privada a quienes negocian con esos datos al parecer tan valiosos. Aunque Edward Snowden haya evitado de momento la detención y provocado una crisis diplomática entre Washington y tres capitales (Moscú, Pekín y Quito), sus revelaciones señalan bien a las claras quien lleva la delantera en la carrera entre la libertad y el control en el ciberespacio. Obama no es el presidente que continua el Estado de excepción implantado por Bush con la guerra global contra el terror, tal como le pintan maliciosamente sus adversarios, sino el líder con el que entramos en una nueva y temible era del control de la información, gracias a la estrecha colaboración entre las multinacionales punteras de la tecnología y los servicios militares y de espionaje.

Por fortuna no es un combate lineal. Nunca se puede dar todo por perdido. Lleva ventaja el control por parte del consorcio público-privado de la información digital, auténtico heredero del todopoderoso complejo militar industrial que denunció Eisenhower al dejar su presidencia. Pero el precio que están pagando las empresas y la diplomacia estadounidenses en imagen y en influencia global es realmente oneroso. El desgaste afecta incluso al nuevo secretario de Estado, John Kerry, que ha hecho declaraciones contra China y Rusia de una ingenuidad impropia de su prestigio y veteranía. Así es el nuevo mundo multipolar, en el que Washington tiene menos palancas y mayores dificultades para encontrar aliados cuando le pillan con el carrito de los helados.

El chiste que suscitó hace ya muchos años la China de Deng Xiaoping, que había sintetizado lo peor de los dos sistemas, se está haciendo realidad también para el conjunto del planeta; éste es el nuevo modelo global: mercado capitalista y control totalitario de los individuos. Nada será gratis en esta nueva era. Quien quiera derechos, que se los pague. Solo la fracción ínfima de los muy ricos podrán pagar por los nuevos derechos privatizados. A las nuevas clases medias emergentes se les ha lanzado un señuelo y luego de las va a desposeer. Quien quiera privacidad deberá contar con dinero y medios para construirse la jaula de Faraday que le mantenga a resguardo de los nuevos y todopoderosos fisgones.



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27 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pueblo digital en marcha

El populismo es un viejo conocido. No hay democracia sin populismo, en dosis más o menos exageradas. Obtener el favor de la mayoría exige a veces alguna concesión a la demagogia que pocos políticos, derechas e izquierdas confundidas, se atreven a evitar. Quienes hacen bandera del antipopulismo suelen perder las elecciones en cuanto se presentan. Así que nada de fariseísmos. El que no haya pecado de populismo que tire la primera piedra.

En momentos de crisis, y sobre todo en una crisis que hace época como la actual, el lenguaje populista invade el entero campo semántico. La demanda se halla en la raíz misma de la crisis, que es de confianza y de mediación. Los ciudadanos desconfiamos de quienes nos representan en todos los ámbitos de la sociedad. De forma que avanzan sus peones los que saben hablar el lenguaje a veces soez del populismo.

El populismo es ante todo una reacción contra las elites. Se disfraza de anticapitalismo cuando es una rebelión contra los ricos. De antiintelectualismo cuando se levanta contra los sabelotodo que monopolizan las verdades celestiales y terrenas y desprecian al pueblo llano. Y de antipolítica cuando rechazan a la casta que secuestra la voluntad de los ciudadanos para sus intereses particulares, con frecuencia corruptos.

El populismo vive del mito del pueblo, un ser vivo que habla, siente y se expresa; tiene voluntad, actúa, y busca a tientas al guía que sepa prestarle su voz y sus gestos. Hay algo de misterio en esta búsqueda mutua en la que se enzarzan el pueblo y quienes quieren dirigirlo. Misterio que termina en epifanía, cuando una extraña luz ilumina al elegido, que electriza con sus palabras a quienes le escuchan y consigue el efecto sobrenatural de que las masas le sigan y obedezcan.

Extraña e inquietante, claro que sí. Y evocador de épocas siniestras. Los populismos más recientes, con carismas más garbanceros, parecen tranquilizarnos, aunque no debiéramos. De ahí el interés del libro recién publicado El pueblo contra el Parlamento. El nuevo populismo en España, 1989-2013, de Xavier Casals, que traza una genealogía de nuestros populismos, los sitúa en el contexto de los populismos en el mundo y los utiliza como reveladores de tendencias. Mensajeros de futuro les llama, atribuyéndoles una capacidad de anticipación respecto a las crisis que nos esperan.

Populistas siempre son los otros, naturalmente. Casals no duda en repasar el espectro político y social, desde el PP hasta los indignados, ni en señalar que ?Cataluña se ha convertido en el rompeolas populista de las Españas y en su laboratorio político?, afirmación de impacto aunque justificada: 1.- La erosión de los grandes partidos es más acentuada; 2.- Como en un microcosmos, se reproducen a escala todos los populismos europeos, desde Plataforma por Cataluña hasta los émulos de la Syriza; 3.- El populismo plebiscitario se halla en pleno vigor; 4.- Se extiende una cultura de la insumisión, desde las protestas antipeajes hasta el movimiento por la hacienda propia; y 5.- Cuenta con una capital de larga y profunda tradición rebelde y contestataria.

La novedad del populismo de nuestros días, señalada tanto por Casals como por su prologuista, Enric Ucelay de Cal, viene de mano de la tecnología. Las redes sociales, imprescindibles para entender los movimientos de protesta, llenan el vacío que ha deja la mediación política en crisis. Y lo hacen en forma de una quimera: las multitudes pueden dirigir la sociedad con el nuevo instrumento de poder que es un teléfono móvil; la democracia directa es posible gracias a la tecnología.

El funcionamiento de las redes se acomoda al lenguaje divisivo, polarizador y estridente del populismo, pero añade una paradoja: el individuo aislado, con los vínculos sociales rotos y solo con su móvil, se siente parte de una nueva comunidad virtual, un pueblo digital en marcha. Y en la otra cara de la difusión tecnológica del poder, oculta en la nube, avanza la organización todopoderosa del espionaje de Estado hasta controlar los más íntimos rincones de la vida privada de este ciudadano solitario, que le entrega voluntariamente sus datos. El reto de nuestra época es mantener espacios para la democracia representativa entre el cibercontrol universal y el populismo digital.



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24 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Amado Google

Evita pagar impuestos. Da libre acceso a artículos, fotos, vídeos y libros enteros, siempre que no existan barreras de pago. Se lleva buena parte de la publicidad que antes servía para financiar la prensa, sobre todo local, gracias al enorme alcance del buscador y a los precios rompedores que hay que pagar por publicitarse. Y ahora, para coronar la proeza, nos enteramos de que todos los miles de millones de datos acumulados van a parar a los ordenadores de la NSA (Agencia Nacional de Inteligencia), donde son procesados y analizados al servicio del Gobierno de Estados Unidos.

Todos estos inconvenientes compensan largamente el servicio individual que da a cada uno de sus usuarios. Nos busca palabras, documentos e imágenes, nos orienta en los mapas, nos da noticias, correo y agenda al día, nos permite bloguear, chatear, hablar a distancia, compartir todo tipo de documentos, leer libros, traducir en todos los idiomas y cada día se inventa nuevas cosas que pueda darnos, gratis total. O quitarnos, porque todo va a parar luego a la NSA.

Google es un instrumento precioso para los periodistas, aunque tenga un pequeño inconveniente: nada es más eficaz para cargarse los negocios de los que hemos vivido hasta ahora. Si las noticias y la publicidad ya son suyas y además no paga impuestos mientras nos brean a nosotros individualmente y a cada una de las empresas para las que trabajamos, está visto que nos enfrentamos a un caso colosal de competencia desleal, tan colosal que no hay organismo de la competencia en el mundo con capacidad y poder para abordarlo. Google vive de la tecnología y del libre mercado, tan bien fusionados que no se entienden la una sin el otro. La tecnología rompe las fronteras y el mercado desregulado se acomoda como un guante al negocio tecnológico. Pero no basta. Sin un poderoso servicio jurídico este tipo de empresas no tendrían forma de romper todas las barreras. Y ahí está la clave de muchas de las cosas que suceden en el mundo con las empresas tecnológicas. Son sociedades que se deben a las leyes de su país, al que rinden buenos servicios cada vez que el Gobierno se lo pide, como es el caso del suministro de datos para que los espías digitales los analicen. Sin orden judicial, nadie va a vulnerar el derecho a la intimidad de un ciudadano estadounidense. Y que se apañen los ciudadanos del resto del mundo para buscar quien les proteja de las intromisiones.

No le demos la culpa a nuestro amado Google. Si alguien entrega los datos de los europeos a la NSA, incluyendo mensajes totalmente cubiertos por la privacidad, se debe a que nadie en Europa, ni los gobiernos ni las instituciones de la Unión Europea, cumple con las obligaciones inscritas en las constituciones nacionales y también en los tratados europeos de proteger la intimidad y la vida privada de todos nosotros.



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22 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las redes de las protestas

Una nueva forma de hacer política está extendiéndose por todo el mundo, radicalmente distinta a lo que hemos conocido hasta ahora y de difícil comprensión y gestión para los viejos profesionales del oficio.

Funciona sin líderes y sin contar con la infraestructura, el dinero y el apoyo de grandes partidos y sindicatos mayoritarios. No se asienta sobre estructuras organizativas, centros de mando o coordinadoras con las que dialogar o a las que se pueda desarticular mediante la detención de sus componentes. Tampoco con programas que permitan respuestas políticas, aunque partan de la chispa de una reivindicación clara y popular.

Se expresa en súbitas y masivas movilizaciones urbanas, con ocupación de espacios simbólicos y centrales en las ciudades, que casi siempre pillan por sorpresa a las autoridades y ponen a prueba la capacidad de encaje del sistema establecido, convertido en el adversario designado por los jóvenes decididos a expresar su protesta.

No importa que el régimen sea una dictadura o una democracia pluralista, que el país pertenezca a la elite de los más ricos o sea uno de los emergentes, o que su sociedad sea de cultura cristiana o islámica. En todas partes se evidencia la misma distancia entre la calle y las instituciones; la misma denuncia de la corrupción y del enriquecimiento de unos a costa de otros; el mismo hastío ante una forma de tomar decisiones que comprometen el futuro a espaldas de la gente.

La concatenación de las actuales protestas en Turquía y Brasil ilumina un fenómeno que viene ocurriendo desde 2008 en todos los continentes y en una larga lista de países, cada uno por sus precisas circunstancias, y que tuvo en las primaveras árabes de 2011 su momento más espectacular, hasta conducir a la caída de tres dictaduras en Túnez, Egipto y Libia. En la lista están Irán, Grecia, Portugal, Italia, Israel, Chile, México, Estados Unidos y Rusia, además de los indignados españoles.

Todos estos nuevos movimientos sociales, que vienen a agitar las ideas recibidas y a transformar el paisaje de nuestras sociedades, son parte de una transformación que afecta al entero planeta y ha encontrado en las redes sociales el instrumento organizativo mejor adaptado a las características de los nuevos tiempos.

El poder se está desplazando a ojos vista desde el viejo mundo occidental hacia Asia; pero también en el interior de las sociedades. Emergen unas nuevas clases medias en todo el mundo con demandas crecientes de riqueza, educación, vivienda, consumo y, naturalmente, también de bienestar y libertad individual. Los incrementos de su nivel de vida, lejos de moderar sus demandas, hacen crecer las expectativas e inmediatamente, en cuanto no se cumplen, las exigencias y la irritación.

Esos jóvenes que han accedido a la educación y al trabajo, con frecuencia precario y mal pagado, tienen teléfonos móviles y tabletas con las que comunicar su insatisfacción y organizar la expresión de su protesta. A diferencia de los viejos medios de comunicación, lentos y pesados, estas herramientas son instantáneas, actúan de forma viral, aceleran la protesta y son una forma organizativa en sí mismas. Según su mejor estudioso, el sociólogo español Manuel Castells, crean "un espacio de autonomía", mezcla del ciberbespacio de las redes y del espacio urbano que ocupan, que constituye "la nueva forma espacial de los movimientos en red" (Redes de indignación y de esperanza, Alianza, 2012).

Tan interesantes como los nuevos movimientos son las respuestas que dan los Gobiernos. Ahí es donde ofrece el máximo interés la comparación entre la Turquía de Erdogan y el Brasil de Dilma Rouseff. Mientras el gobierno turco va a seguir con la construcción del centro comercial en el parque Gezi que suscitó la protesta, muchas ciudades brasileñas ya han bajado el precio del billete de los transportes urbanos, ante la presión de un movimiento que quiere transporte gratis.

En uno y otro caso, la reivindicación concreta ponía a prueba la capacidad de absorción de las protestas por parte de los respectivos gobiernos. De momento, el primer ministro turco ha lanzado a sus partidarios a enfrentarse a los manifestantes, los ha denunciado por terroristas y quiere controlar las redes sociales, mientras que la presidenta brasileña ha valorado las manifestaciones como "la prueba de la energía democrática" de su país y ha llamado "a escuchar estas voces que van más allá de los mecanismos tradicionales, partidos políticos y medios de comunicación".

Estos nuevos movimientos sociales organizados en red han demostrado hasta ahora una gran capacidad para mover y transformar el tablero de juego pero muy poca para capitalizar sus éxitos en forma de un poder político que, al final, se juega de nuevo en un escenario electoral y unos parlamentos que les son ajenos. Ahora, de momento, serán determinantes para el rumbo inmediato de la democracia en Turquía y en Brasil.



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20 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Teoría de Cameron

Las teorías deben servir para todos los casos. Si es teoría de uno, ya no es teoría sino casuística. La tradición imperial británica tiene su casuística y su teoría, guiadas ambas por el pragmatismo y los intereses. Recordemos que lo único permanente en la política exterior del Reino Unido son sus intereses, según frase proverbial atribuida a lord Palmerston. Las teorías británicas se adaptan así al sentido práctico de las cosas, a su capacidad para resolver las situaciones difíciles y, por supuesto, a los intereses.

La teoría de Cameron, expuesta ante la prensa española el pasado miércoles, es muy sencilla, y se aplica a Escocia, naturalmente, pero sirve para Gibraltar o las Malvinas ?Falkland, para los británicos?. Primero, mirar de frente a los problemas: ?No creo que sea bueno ignorar las cuestiones de nacionalidad, de independencia o de identidad?. Segundo, saber cómo tratarlos: ?Pienso que es mejor explicar tus argumentos...?. Y tercero y lo más importante, resolver: ?Hay que dejar que el pueblo decida?.

El primer ministro británico se ha cuidado muy mucho de aclarar que no quiere dar consejos a Rajoy ante las demandas catalanas de independencia. Pero todos sabemos que se trata de una cláusula diplomática: ?Es lo que creo que se ha de hacer en Reino Unido, pero nunca me atrevería a decir a los españoles cómo deben enfrentarse a estos retos, pues es una cuestión que han de decidir el Gobierno español y su presidente?.

La teoría es buena, incluso muy buena, porque sirve para los tres casos en los que el Reino Unido se enfrenta a cuestiones de este tipo y en los tres casos todo gira en favor de sus intereses. En dos de ellos, Gibraltar y Malvinas, la consulta es la garantía de la permanencia del vínculo británico, y en el tercero también, porque todo se dirige a que el independentismo escocés la pierda, gracias precisamente a la claridad, rapidez y rotundidad con que Cameron ha aceptado el envite del premier escocés.

La teoría no se aplicó en Hong Kong, cuando la mentora política de Cameron, Margaret Thatcher, cedió el territorio colonial a China en 1984 por dos razones, ambas pragmáticas: el vínculo británico era insostenible a largo plazo y era obligatorio para mantenerlo que los habitantes de la ciudad recibieran la nacionalidad británica. El caso se resolvió sin dársela y sin consultarles.

Cuando Cameron dice que es el pueblo quien debe decidir, se refiere a la gente, no al pueblo étnico de raíz alemana ni al pueblo republicano enfrentado al poder de la corona de raíz francesa. La democracia es el gobierno con el consentimiento de los gobernados. La base de la teoría es la gente en un territorio bien dibujado: el gobierno y el futuro los deben decidir quienes viven en él, no los gobiernos ni la gente que viven en otros lugares. Vale para los casos británicos, pero también para Ceuta y Melilla, y debiera valer para cualquier otro caso.



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15 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La vida, una mina

Todo bajo control. Nada ocurre en el espacio público sin que una cámara obtenga una grabación. Pronto el cielo estará infestado de artefactos voladores teledirigidos que obtendrán imágenes y mandarán información y alarmas. Todo lo que hagamos en los ordenadores o móviles, desde llamadas hasta transmisión de textos, quedará registrado, como ya ocurre con cualquier operación con nuestra tarjeta de crédito, y tal como ya hace con centenares de millones de comunicaciones la NSA (Agencia Nacional de Seguridad) de Estados Unidos.

Hasta aquí, es el Gran Hermano, el ojo universal que todo lo vigila. Si todo queda en eso, ya será mucho, demasiado. Pero hay mucho más. La dificultad para comprender cómo funcionan las cosas en esta nueva era requiere un lenguaje también nuevo, pues hay que describir una realidad distinta, en la que estará bajo control no solo lo que ocurre sino lo que ocurrirá.

En todos los casos desvelados estos días sobre el megaespionaje de la NSA surge enseguida, mitad explicación mitad excusa, la expresión metadatos. El fisgoneo sobre nuestras llamadas telefónicas o nuestras comunicaciones a través de Internet no versa sobre el contenido de los mensajes sino sobre sus características: cuándo se comunica, quiénes participan, dónde se hallan los comunicadores, duración de la comunicación, etc. Es decir, datos sobre los datos, que es lo que significa metadato. Si se trata solo de eso, nos dicen algunos, no hay motivo para la alarma. La privacidad de la comunicación queda a salvo, puesto que su contenido concreto, los datos, no los metadatos, solo pueden desvelarse si hay una orden judicial precisa para cada caso. El problema es que los metadatos, recolectados en cantidades ingentes y sometidos a la inteligencia matemática y probabilística permiten prever lo que va a suceder con amplio margen de acierto, algo de enorme utilidad para muchas actividades, desde el comercio hasta la medicina. Los datos se convierten así en el mineral de un nuevo negocio, que consiste en extraer valor de su acumulación masiva y de su tratamiento a través de secretos algoritmos matemáticos. Big data es la expresión en inglés que designa la nueva realidad de la información cuando disponemos de ella en grandes dimensiones. Data mining o minería de datos es el negocio que permite explotarlas. Y datafication la conversión de todos los aspectos de nuestras vidas en datos, susceptibles de almacenar y explotar.

¿Aplicaciones prácticas? Las que queramos y podamos imaginar. A través de las consultas a Google se puede localizar y prever muchas cosas, por ejemplo cómo se extiende una epidemia. Hay portales de internet que utilizan esta técnica para buscar los mejores precios en multitud de negocios, sobre todo turísticos. Es posible crear un sistema de alarma que se dispara cuando entra en el coche quien no es conductor habitual gracias a una previa recolección y procesamiento de datos. Sin olvidar el autocompletar de Google que se avanza a nuestras ideas y es un ejemplo, entre muchos otros, que explican Viktor Mayer-Schönberger y Kenneth Curier en Big data. Una revolución que transformará nuestras vida, nuestro trabajo y nuestro pensamiento, un libro del que ofrece un adelanto la revista Foreign Affairs (mayo-junio, 2013).

Edward Snowden viene a recordarnos algo que ya sabíamos respecto a los avances tecnológicos. Llegan a los usos civiles después de nacer y crecer bajo la disciplina militar, con fines bélicos y de espionaje. Más de 500 millones de ciudadanos de todo el mundo han sido ya datificados por la NSA, que amplia sin tregua su mina y está levantando un colosal archivo en el desierto de Utah donde guardar y procesar nuestras fichas. La realización de inferencias a partir de estos datos permitirá localizar personas, prever comportamientos y extender sospechas, dará pie a actuaciones policiales, órdenes judiciales o actuaciones letales de los drones.

También gracias a Snowden nos enteramos de que el Gran Hermano del Gran Dato trabaja en estrecho contacto con las grandes empresas privadas del sector, Google, Facebook, Microsoft, Apple, Yahoo y Skype, suministradores de datos para la mina de los espías, después de recogerlos de todos nosotros, los suministradores primarios e inconscientes de la materia prima. La ironía está en el tortuoso camino que ha tomado el milagro de este peculiar crowdsourcing, o suministro de contenidos por parte del público, paralela e inversa respecto al sueño utópico de una comunicación sin intermediarios.

En efecto, el escándalo actual es la otra cara de Wikileaks, una utopía de la transparencia que abría el acceso de los secretos al ciudadano y le convertía en gestor democrático de la información. Ahora estamos ante una distopía del control absoluto, en la que es la vida incluso íntima de los ciudadanos la que queda sometida al control del gobierno, gracias a la colaboración de unas empresas privadas poco propensas a pagar impuestos y a someterse a la regulación. Todo un éxito del capitalismo. Chino, claro.



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13 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El peso del boxeador

En el peor momento, cuando más necesario era trazar el camino, Europa se ha quedado sin proyecto. Justo cuando entraba en vigor del Tratado de Lisboa, el 1 de diciembre de 2009, aterrizaba en Europa la crisis iniciada un año antes en Estados Unidos. Es verdad que desde entonces la Unión Europea ha avanzado mucho más en el camino de la unión económica, fiscal y bancaria que en todos los años en que el euro llevaba una vida tan feliz como inconsciente. Pero ha sido en una mera navegación a vista, justo para salir de una tormenta que amenaza con llevársela por delante, y de hacerlo con el menor coste para cada uno de los socios. Está sin proyecto, como España misma.

Así llevamos casi cinco años, los que han presenciado la plena emergencia de China, con las cifras del sorpasso en múltiples registros de su peso y actividad económica, y el giro exterior de Estados Unidos, la todavía primera superpotencia, que ha seguido alejándose de Europa, ha desplazado el pivote de su política global desde Oriente Próximo a Asia y ha emprendido una aproximación más modesta a su forma de liderar en el mundo.

En la nueva cancha de juego Washington pugna por mantener la fuerza de su protagonismo, adaptándose a los nuevos jugadores, empezando sobre todo por China. Los países ya emergidos saben que acaban de entrar en el ring junto a los pesos pesados pero todavía no tienen la medida de su capacidad para modificar un escenario y unas reglas de juego que ellos no establecieron. En el boxeo del siglo XXI solo los grandes de verdad harán cambiar las cosas porque estarán en la categoría superior. Estados Unidos y China, por supuesto. También Rusia, India y Brasil, los otros tres BRIC, a los que habrá que añadir un buen puñado de países con demografía, riqueza y geografía suficientes.

La Unión Europea debiera estar, pero no tiene proyecto y todo su enorme peso y riqueza resta en vez de sumar. Primero, porque su política exterior por unanimidad, que da derecho de veto a todos y cada uno de los 27 miembros (28 con Croacia dentro de muy pocos días), la paraliza incluso para mantener un embargo de armas a Siria. En segundo lugar, porque no hay entre sus gobiernos una voluntad política de reconstruir su proyecto y dotarse de la política exterior que necesita, y en cambio regresan los viejos reflejos soberanistas, que les hace ir cada uno por su lado.

El regreso del síndrome neonacionalista conduce a una pretensión inútil, como es la de actuar como agentes directamente globales, sin pasar por las instituciones europeas: este es el único y penoso proyecto que queda sobre la mesa. La tendencia centrífuga es bien clara en Londres, donde prospera el proyecto de salida de la UE. También en Berlín, donde Merkel puentea a la UE para tratar directamente con China e India. O en Francia, en este caso más en el terreno militar que en el económico.

Ningún país europeo tiene peso suficiente para boxear solo en el nuevo cuadrilátero multipolar o apolar. Han sido mal interpretadas las palabras de Mariano Rajoy acerca del tamaño. Iban dirigidas, naturalmente, a la limitada dimensión de una Cataluña independiente: los más pequeños son los que más van a sufrir en esta nueva cancha global. Pero todavía más se referían al mediocre tamaño y leve peso internacional al que quedaría reducida España sin Cataluña.

La cuestión del tamaño nada tiene que ver con la calidad de vida y el bienestar. Cataluña tiene mayor viabilidad que muchos países europeos de idéntica o incluso mayor dimensión. Pero no tendría peso alguno si combatiera sola en el ring global, y lo tendría muy escaso en Europa, como no lo tienen los socios pequeños y sí tiene todavía la España que incluye a Cataluña, a pesar de lo mucho que ya ha perdido.

La cuestión es saber si queremos tener peso para boxear en Europa y luego contar con una política exterior europea para boxear en la cancha global. Esa es la única política exterior que interesa a todos sin distinción. También es posible, e incluso legítimo, aunque dudosamente responsable, renunciar a este tipo de ambición y apostar por la irrelevancia, española y catalana, que es como quedarse encerrados en casa.



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10 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La gloria de los pobres

África, al fin, va como un cohete. Si es cierta, constituye la noticia del siglo. No es una información esquemática, al contrario, obliga a matizar y mirar bien los números del crecimiento, no fuera caso que sirvan para esconder problemas en vez de resolverlos. Lo más notable es que el continente olvidado atrae ahora inversiones de todo el mundo y espolea la rivalidad entre chinos y japoneses.

Veámosla al lado de otra buena noticia, esta de orden prospectivo: dentro de 17 años el mundo estará a punto de eliminar la pobreza extrema, la que sufren quienes tienen apenas un euro al día para espabilar. En las dos últimas décadas Naciones Unidas ha contabilizado que mil millones de personas han salido del umbral de la extrema miseria y quiere conseguir para 2030 que hagan lo mismo los mil millones más de seres humanos que hay en el pozo del hambre y de la indigencia. Entonces quedarán todavía cien millones de pobres de solemnidad, aunque será en África donde se acumularán estas últimas bolsas de pobreza extrema.

Desde 1990, cuando Naciones Unidas fijó la erradicación de la pobreza y el hambre para 2015 entre los llamados Objetivos del Milenio, el mundo ha sumado a la multitudinaria familia humana mil millones de seres más, justo la cantidad de miserables que aún nos quedan. No quiere decir eso que la lucha contra la pobreza sea una carrera de nunca acabar, siempre con más bocas que alimentos disponibles, tal como sostienen las tesis maltusianas. Así lo ve al menos la ONU, que ha fijado como alcanzable el nuevo objetivo, de reducir el actual 16% de pobres que tiene el mundo en desarrollo a un escaso 1,5%.

En toda esta historia un solo país juega de protagonista. China ha pasado del 84% de pobres al 10%. Ha sacado de la miseria a 680 millones. Y hay un antagonista, el mundo occidental, donde las cosas suceden al revés: regresa la pobreza, al igual que sucede con las clases medias, depauperadas en el Viejo Continente y, en cambio, convertidas en nuevas protagonistas en la educación y el consumo en África, Asia y América Latina. Con una salvedad fundamental para entender la aritmética del hambre: el umbral de la pobreza que fija Naciones Unidas no llega al euro diario, mientras que es de 48 euros en Estados Unidos y de 21,3 en España.

Al final, estamos hablando únicamente de un pequeño ajuste en la desproporcionada distribución de la riqueza que sigue favoreciendo a los países ricos de siempre. Y que tiene un corolario político: quienes pierden algo de riqueza suelen ser pesimistas y caer en el abatimiento, mientras que quienes consiguen comer y vivir dignamente por primera vez cultivan un ánimo eufórico y una voluntad de superación constante. Esa será al final su mayor riqueza, que les hará ricos de verdad un día no muy lejano. Deng Xiaoping lo dijo muy bien: enriquecerse es glorioso. No lo es ser rico de toda la vida.



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8 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Muertes soberanas

La pena de muerte está en retroceso en el mundo. Un retroceso vacilante con los coletazos dolorosos de países donde regresa de pronto tras un tiempo sin ejecuciones. Cada año son más los Estados que la eliminan y disminuye el número de sentencias capitales dictadas, pero, en cambio, en los últimos tres aumentó el número de ejecuciones.

Veintiuno son los países que eliminaron vidas humanas como resultado de un juicio el pasado 2012. Las cifras son todavía terribles: 680 ejecuciones, 1.722 condenas a muerte pendientes y un número impreciso en millares solo en un país, el mayor Estado homicida de nuestro mundo, que es China.

No hay mayor acto de soberanía por parte de un Estado que quitar la vida a uno de los ciudadanos. También hay otra cuenta más difícil, quizá más siniestra, que tiene que ver con la disolución del concepto de soberanía, y es la de las ejecuciones extrajudiciales, efectuadas por grupos paramilitares, mafias, terrorismo o Estados donde ni siquiera hay pena de muerte.

Nadie ha imaginado todavía la ecuación que conecta unas muertes con otras, los homicidios dentro de la ley con los asesinatos y los desaparecidos fuera de la legalidad, pero hay lugares donde la función matemática es efectiva, y suben de un lado cuando bajan del otro y viceversa, a veces de la mano de los mismos asesinos. Unas gracias al desorden social, y otras gracias a un Estado al que no le importa ni su propia legalidad.

El hecho es que los dos Estados más soberbiamente soberanos del mundo, que ahora son Estados Unidos y China, siguen siendo los campeones de la pena de muerte. El primero, el campeón occidental, con 43 ejecuciones judiciales y un número indeterminado aunque importante de ejecuciones extrajudiciales efectuadas fuera de su territorio nacional, en Pakistán, Yemen y Somalia.

China es el campeón absoluto con su imprecisa plusmarca secreta que se cuenta en millares. Irán tiene el récord islámico (314 reconocidas, aunque pueden ser más de 600). Le persiguen Irak, la democracia que iba a construir Bush (129), y Arabia Saudí, el amigo de Washington (79 ejecuciones, casi todas en público). Hay países como Egipto donde son numerosas las sentencias capitales de tribunales militares, pero no se tiene información sobre su ejecución.

Gambia es una de las malas noticias de África, puesto que siete personas fueron fusiladas en un solo día en 2012. La vergüenza europea es Bielorrusia, donde se sigue juzgando y ejecutando como en los peores tiempos soviéticos, con un tiro en la nuca.

La estadística es la base del conocimiento y luego de la acción. Amnistía Internacional, con su informe anual sobre el estado de los derechos humanos en el mundo, de donde salen estas cifras, rinde un servicio impagable a quienes quieren saber para poder empujar y conseguir que los Estados homicidas dejen de serlo. 



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1 de junio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Obama se rebela

Obama se ha rebelado. Contra sí mismo. Contra la inercia que le hace seguir el surco trazado por Bush en su guerra global antiterrorista. No es una rebelión súbita, pero ha salido a la luz en su discurso de la pasada semana en la Universidad Nacional de la Defensa. Lleva gestándola al menos desde aquella foto que captó su gesto grave y su mirada intensa en la Situation Room, una noche de primavera hace dos años, cuando ordenó ejecutar a Osama Bin Laden. Y sobre todo, desde la muerte en Yemen de Anwar Al Awlaki, un dirigente terrorista con ciudadanía estadounidense, alcanzado por un misil junto a su hijo y a otro árabe, ambos también con pasaporte americano.

Obama no se gusta como comandante en jefe. Por las promesas que no ha podido cumplir, como el cierre de Guantánamo, pero también por los efectos indeseables de sus decisiones, como la muerte de civiles inocentes en los ataques con drones. "Estas muertes nos perseguirán mientras vivamos, al igual que nos perseguirán las víctimas civiles que se han producido en las guerras convencionales de Irak y de Afganistán", dijo en su discurso.

Obama asume el peso moral de su responsabilidad, pero le disgusta su dificultad para conducir en vez de ser conducido. Sobre todo en el territorio que le es más propio, el de la imposición del marco conceptual, el relato político, cuestión en la que todavía se siente superado por el relato que le legó su antecesor. Al soberbio narrador en jefe que es Obama le pesa como una losa su incapacidad para construir una nueva narrativa que saque a Estados Unidos de la guerra maniquea contra el evanescente fantasma del terrorismo islamista con el que los neocons sustituyeron al enemigo comunista. No han sido pocos los esfuerzos para desarmar esta historia. Muchas ideas neocons, como la legalización de la tortura, han ido quedando obsoletas, pero el argumento básico de la obra sigue guiando todavía la política antiterrorista de EE UU, reforzado incluso por las decisiones de Obama en dos capítulos: la acción exterior unilateral, con el incremento de los asesinatos selectivos (40 bombardeos teledirigidos con Bush, 375 con Obama); y las libertades civiles, con la intensificación de la persecución de filtraciones periodísticas, aun a costa de erosionar la libertad de información.

El fracaso es mayor en la medida en que el antiterrorismo ha constituido el alma de la política exterior de Bush. Obama no tendrá una política exterior enteramente  de su factura hasta que no anule el surco recibido mediante el trazo más fuerte de un surco propio y adaptado a su idea de cómo debe ser el mundo. "Debemos definir la naturaleza y el objetivo de este combate, o en caso contrario este será quien nos definirá", dijo la pasada semana.

Los drones han sido el paliativo para la falta de definición. Washington ha podido mantener la seguridad sin arriesgar tantos medios materiales y humanos, pero a costa de la imprecisión y de un cierto descontrol que ha empezado a perjudicar a la propia imagen de EE UU. Obama sufre como resultado un desprestigio paralelo al de Bush con la guerra de Irak por causa de las víctimas civiles causadas.

La idea de retirarse de los escenarios bélicos y sustituir la acción antiterrorista por el uso de aviones teledirigidos está seriamente cuestionada. A partir de ahora deberán cambiar los criterios para la autorización de los disparos e incluso la terminología. Disminuirán los llamados ataques autorizados (signature strikes), en los que se ataca a grupos armados sospechosos; y se utilizará el concepto de ataques personalizados (personality strikes), cuando se perciba una amenaza identificada, concreta e inminente contra ciudadanos estadounidenses y se tenga una cierta certeza de que no habrá víctimas civiles.

Una autoridad judicial o ejecutiva deberá supervisar los ataques con drones, singularizados y excepcionales: ya han caído en picado los efectuados desde enero. Será el ejército y no la CIA quien se irá haciendo cargo de efectuarlos, pasando así del territorio del secreto y el vacío legal al de la luz y la legalidad militar. El estado de guerra permanente, con erosión de las libertades internas y barra libre para acciones unilaterales en el exterior, va a terminar. Será derogada la autorización del uso de la fuerza que aprobó el Congreso después del 11S. Obama quiere cerrar así el capítulo de la guerra global contra el terror y legar una nueva estrategia antiterrorista a su sucesor. Tiene apenas tres años para hacerlo, además de cerrar Guantánamo, o en caso contrario el legado antiterrorista que recibirá el siguiente presidente será todavía el de Bush.



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30 de mayo de 2013
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El Boomeran(g)
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