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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Zapatos sucios

Jorge Bergoglio no cuida de sus zapatos. Son los de un cura andariego, poco atento al atildamiento de un príncipe de la Iglesia. Se vio enseguida, en el contraste de sus zapatones de papa recién elegido con los esmerados mocasines rojos de Benedicto XVI.

No es solo el diablo el que está en los detalles. El papa Francisco lleva su cartera atiborrada de papeles y circula en utilitario, el Ford Focus o el Fiat Idea de las clases medias emergentes, en vez de los Mercedes y BMW de los ejecutivos. Los pastores no tienen remilgos en mezclarse con las ovejas ni en hundir los pies en el barro.

Su mensaje inicial aparece en toda su magnitud en su primer viaje internacional esta pasada semana. Este hombre que escogió como papa el nombre del pobrecillo de Asís quiere una Iglesia pobre y para los pobres. El primer país católico del mundo así lo ha entendido a la primera: no hacen falta muchos teólogos para captar el mensaje.

Brasil es uno de los países emergentes, que va a contar y ya cuenta en el nuevo reparto de poder mundial en el siglo XXI. Su fuerza está en sus clases medias, estas multitudes que están saliendo de la pobreza a costa de sudor y sufrimientos y accediendo a la educación, la vivienda, la sanidad y el bienestar. Su debilidad, en cambio, en los que se quedan en el camino y los que no consiguen subir el peldaño.

A pedir la atención y su cuidado dedica Francisco sus sermones de cura de barrio. De poco sirve emerger de la pobreza si la sociedad deja atrás a multitud de minusválidos y enfermos, drogadictos y presos, maltratados y prostituidos, parados y desposeídos. A ellos ha dedicado sus primeros cien días y sus primeros viajes, el que hizo a la isla de Lampedusa para recabar solidaridad con los inmigrantes tachados de ilegales, y ahora a Latinoamérica, su continente y continente también de los desposeídos.

No los ha dedicado, en cambio, a la moral sexual y reproductiva, donde el conservadurismo católico busca angustiado su identidad y frontera con la sociedad laica, a pesar de que su instalación en el Vaticano coincide con los mayores avances legales del matrimonio entre personas del mismo sexo en Estados Unidos y Francia. ¿Significa eso que Bergoglio está a favor del aborto, del matrimonio gay y de la reproducción asistida? En absoluto: pero sí nos dice, con la elección de los temas de su preferencia, que considera mucho más importante arrastrar sus zapatos de pastor junto a los parias de la tierra.

Hay euforia en la Iglesia católica con el nuevo Papa. Cosas así no se habían visto desde hace al menos medio siglo, cuando llegó al papado Juan XXIII, el hombre que suscitó la admiración de la filósofa judía y agnóstica Hannah Arendt por el hecho insólito de que un verdadero cristiano alcanzara la sede de San Pedro. ¿Sabían entonces realmente los cardenales a quién habían elegido? ¿Lo saben ahora?



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27 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fuerzas de flaqueza

Pocos creen en las nuevas conversaciones de paz entre israelíes y palestinos que Washington prepara entre bastidores. Pero a la vista está que convienen a muchos. Al que más, al nuevo secretario de Estado John Kerry, que sustituyó a Hillary Clinton el pasado febrero y ha conseguido en apenas seis meses de frenética actividad que las dos partes del conflicto aceptaran sentarse de nuevo en la mesa de negociación.

Nada sería más gratificante para el candidato presidencial demócrata derrotado por George Bush en 2004 que obtener un éxito desde su nuevo puesto donde tres presidentes sucesivos cosecharon amargos fracasos. Ni Clinton en Camp David en 2000, ni Bush en Annapolis en 2007, ni mucho menos todavía Obama en Washington, en las más recientes y breves conversaciones de septiembre de 2010, pudieron avanzar en la concreción de esos dos estados, uno palestino y otro judío, en paz y seguridad.

Llega el anuncio de las conversaciones, todavía sin fecha, cuando más desprestigiada se halla la fórmula, ahogada fundamentalmente por la expansión de las colonias judías en el territorio de Cisjordania donde debería asentarse precisamente el Estado palestino. Pero llega también en un momento de cambio vertiginoso en la región, irreconocible respecto al contexto en que se celebró la anterior negociación.

No cambian los términos del problema, ni por supuesto las objeciones y dificultades de una y otra parte. Versan sobre la delimitación del territorio, que los palestinos quieren que parta de las fronteras anteriores a 1967; el destino de los refugiados palestinos, que Israel no quiere acoger en su territorio; y el estatuto de Jerusalén, capital eterna e irrenunciable para los judíos y ciudad sagrada para los musulmanes.

Todo parece la enésima y tediosa repetición de idéntica jugada, pero el mundo de 2013 ya no es el mismo que el de las anteriores ocasiones fracasadas. Todos los protagonistas han cambiado y se hallan más debilitados. Ya no está Mubarak, que garantizaba la paz a los israelíes; pero tampoco Morsi, que se dejaba llevar por su verbalismo antisemita, aunque nada hubiera tocado de los acuerdos con Israel. Siria se halla en guerra civil y probablemente dejará de existir como Estado unitario. Hamas está inerme sin los Hermanos Musulmanes en el poder en Egipto. Quien lleva el marchamo de mayor debilidad y desde hace tiempo es, por supuesto, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, en falso en cuanto a legitimidad democrática. También Israel, en su punto más bajo de apoyo internacional, y el responsable, el primer ministro Benjamin Netanyahu.

El secretismo con que ha operado el secretario de Estado, principalmente para eludir las condiciones previas exigidas para sentarse en anteriores intentos, impide conocer los detalles, pero no es aventurado cifrar en las debilidades de las partes la clave de las nuevas conversaciones. Gracias a la debilidad funciona la presión de la superpotencia y gracias a la debilidad adquiere sentido el oxígeno político que puedan extraer Abbas y Netanyahu. El ex ministro de Exteriores israelí Shlomo Ben Ami ha señalado en estas páginas que "no es imposible que lo que empieza como un ejercicio táctico acabe convirtiéndose en una nueva realidad estratégica".

También es débil la superpotencia patrocinadora, cuya influencia en la zona iba de capa caída, como muestra entre otras cosas su incapacidad ni siquiera para influir en el escenario sangriento de la guerra civil siria. Y poco hay que añadir a lo mucho que se ha escrito sobre la debilidad congénita de los europeos, aunque por una vez, quizás la primera en décadas, haya pesado una decisión de la Comisión, en concreto la que excluye a los asentamientos israelíes en los territorios ocupados de las ayudas financieras para investigación.

El Gobierno israelí intentó frenar la publicación de las directivas con el argumento de que ponían en peligro el trabajo de Kerry para sentar las partes a negociar, pero a pelota pasada se ha visto que el efecto ha sido exactamente el contrario y constituye un adelanto de lo que puede suceder con las colonias israelíes construidas fuera de toda legalidad internacional.

Hay una ventaja táctica común a toda negociación, como es la compra de tiempo. Los gobernantes israelíes son maestros en la materia, y han sabido aprovechar el obtenido desde los acuerdos de Oslo hace 20 años para modificar la realidad sobre el territorio ocupado con el objetivo de condicionar al máximo la fórmula final. Pero lo han hecho en exceso, hasta convertir las colonias en un hándicap estratégico, poco tolerable para la comunidad internacional.

Incluso Netanyahu empieza a percibir la amenaza para una fecha tan próxima como 2020 de una mayoría árabe entre el Mediterráneo y el Jordán, que convertiría la creación de un Estado palestino en la única fórmula para salvar un Israel que quiera seguir siendo un Estado judío y democrático. Palestina no puede nacer de la escasa fortaleza de los palestinos, pero sí de la creciente debilidad de los israelíes.



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25 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La urgencia de esperar

Tienen prisa. No quieren esperar más. Se han hartado de la marcha cansina de la historia. De esa patria lenta que nunca termina de despertar. Están convencidos de que es ahora o nunca. Creen que las condiciones actuales son únicas y quizás irrepetibles: crisis económica, quiebra institucional, hundimiento de los grandes partidos... Es la ventana de oportunidad que surge en toda crisis.

Siguen un dictum ya clásico: no dejes de aprovechar una buena crisis. Sirve para todo, ganar las elecciones o reducir plantillas, lanzar una aventura independentista o imponer el proyecto neocentralista que tan bien representan José María Aznar y Faes con su proyecto de reforma del Estado autonómico.

Estas dos ventanas, perfectamente opuestas, tienen la extraña virtud de que se retroalimentan. Nada sirve mejor a la propaganda para la consulta que los recortes del autogobierno anunciados un día sí y otro también. Nada justifica mejor los proyectos recentralizadores que los desafíos secesionistas jaleados o encabezados por el Gobierno catalán.

El encontronazo entre el proceso soberanista y la realidad de una autonomía bajo amenaza no puede ser más sorprendente. Mientras los poderes públicos catalanes lideran la marcha hacia los nuevos horizontes patrióticos, con declaraciones de soberanía, consejos y pactos para la llamada transición nacional, celebraciones históricas solemnes y la dosis correspondiente de almíbar nacionalista, Montoro, Wert y Soraya Saénz de Santamaría avanzan sin vacilar sus peones, siempre con el grifo de la liquidez como amenaza ante los comportamientos del gobierno catalán.

Las dificultades para celebrar una consulta independentista no pueden ser mayores, incluida la nula comprensión internacional que suscita, pero todas ellas quedan compensadas ante la opinión catalana por la oferta que está dibujando el gobierno de Rajoy con un horizonte de reducción todavía mayor de la autonomía realmente existente. Si no quieres caldo, dos tazas. Quienes abominan del actual Estatut interpretado y recortado por el Constitucional tendrán que tragar con la autonomía recortada por mor de la reducción del déficit.

Y sin embargo, es el horizonte más estimulante para los que tienen prisa. Se entiende que cualquier fórmula intermedia sea objeto de mofa y rechazada con un manotazo de desprecio. Para los apresurados el federalismo es peor que el neocentralismo, Rubalcaba que Rajoy, Pere Navarro que Sánchez Camacho e incluso Rajoy que Aznar.

Los riesgos de una apuesta tan elevada son enormes. El mayor, que pase 2014, se cierre la ventana y al final lo único que quede sea el retroceso autonómico que está poniendo en práctica del Partido Popular. El capital político que representa el ensanchamiento del campo soberanista requiere una cuidadosa gestión guiada más por el realismo político que por la pasión nacionalista, algo probablemente fuera del control racional de los principales actores y que viene azuzado por el desplazamiento de CiU como fuerza hegemónica en favor de ERC.

Nadie ignora en Cataluña, aunque pocos lo reconozcan, que la urgencia no es la consulta, sino enfrentarse a la crisis y frenar la ofensiva del PP contra el autogobierno. Y que todavía hay otras urgencias más graves y mayores que la consulta, como negociar un nuevo acuerdo de financiación, resolver el déficit de infraestructuras o pacificar la política lingüística para terminar de una vez con los bochornosos ataques que sufre la lengua catalana en Aragón, País Valenciano y Baleares.

Si Cataluña tuviera Gobierno ?que no lo tiene, puesto que no gobierna el que hay, salvo alguna consejería excepcional y excéntrica? y tuviera oposición ?que tampoco tiene, puesto que ERC es el perro del hortelano, que no come ni deja comer?, a la urgencia de la consulta se opondría la urgencia de esperar. Y, en vez de dedicar las energías a una gimnasia soberanista que simula el movimiento sin salir del gimnasio, se propondría a todo el parlamento el plan de trabajo que se desprende por su propio peso de las necesidades de los ciudadanos y de un consenso mucho mayor que el que suscitan la consulta y por supuesto el indescifrable objetivo de esa independencia apresurada.



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22 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La quiniela del poder

Todos sabemos que el siglo XXI es cosa de dos. Todavía sabemos poco, en cambio, cómo se sintetizarán en una fórmula feliz la disputa y la distribución del poder mundial actualmente en curso. Los grandes gurús de las relaciones internacionales llevan años intentando dar con ella, con éxito hasta ahora limitado y, sobre todo, sin que nadie consiga imponerse: Niall Ferguson inventó la Chimérica, síntesis de China y América y antecedente del G2, reducción esta del G20 y del G8 a las dos potencias que de verdad cuentan. Ian Bremmer acuño la idea de G-Cero y Charles Kupchan la de un mundo de nadie, que Moisés Naïm ha descrito como el del final del poder.

Aunque no hemos dado con el nombre de la cosa, es decir, la denominación de la disputa por las hegemonías tal como ya funcionan actualmente, sí sabemos que se parece a la liga española de fútbol: juegan muchos equipos, siempre hay posibilidades abiertas, pero al final todo se reduce a la competición entre el Madrid y el Barça, que en el caso de la liga del poder global son China y Estados Unidos.

Esta percepción ya aceptada y conocida por el gran público acaba de obtener un aval y a la vez una pormenorizada explicación gracias a una macroencuesta realizada por el prestigioso Pew Research Center en 39 países, que ha preguntado a una muestra global de 37.653 personas entre marzo y mayo de 2013, por cierto, justo antes del caso Snowden. E E UU bate a China en opiniones favorables por un 63% a favor del primero frente a 50% del segundo. También son mayoría los que prefieren a EE UU en vez de China como socio y que consideran que la primera potencia tiene más en cuenta que la segunda los intereses específicos de cada país. Y donde EE UU derrota ampliamente a China, por 70 a 36 %, es en el respeto de las libertades individuales.

La macroencuesta también levanta un mapa preciso de las tensiones mundiales. China bate a EE UU en Rusia y Grecia, países árabes e islámicos, incluidos los asiáticos y Nigeria, y eje bolivariano, pero EE UU arrasa en Europa, Israel, Asia oriental, resto de Latinoamérica y África. Y Obama registra una buena valoración, a pesar de su caída de imagen y del pésimo concepto que suscita el uso de los drones para combatir el terrorismo.

Aunque EE UU va en cabeza de la liga global, la quiniela de la opinión mundial apuesta por una reversión no muy lejana en cabeza de la clasificación, de forma que será finalmente China quien se llevará la palma. El cambio de percepción empezó con la crisis de 2008, cuando un 47% de la opinión mundial creía que EE UU dirigía la economía mundial, seis puntos por encima del actual porcentaje, frente al 20% que entonces citaba a China como nuevo líder, 14 puntos por debajo de la actual valoración.



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20 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Boicot a Israel?

No hay que leer este artículo hasta el final para dar con la respuesta. Rotundamente: no hay que boicotear a Israel. Y no debe hacerlo, sobre todo, quien desee la creación de un Estado palestino, que viva en paz y seguridad junto al Estado judío, plenamente reconocido por todos sus vecinos.

La campaña denominada BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), lanzada hace ocho años por más de 170 organizaciones civiles palestinas para presionar en favor del retorno de los refugiados palestinos y por la plena igualdad de derechos entre árabes y judíos, complace a los más radicalizados de ambos bandos, a los palestinos que rechazan la existencia de Israel y a los israelíes que rechazan la existencia del Estado palestino.

Hay muchos argumentos para combatir el boicot a Israel. ¿A cuántos países habría que someter a boicot por incumplimientos probados o presuntos de la legislación internacional y de las convenciones sobre derechos humanos? La mejor explicación sobre los orígenes de la campaña es también un argumento sobre su escasa legitimidad moral: en cierta forma ha venido a sustituir la acción bélica y terrorista, que tenía como objetivo destruir Israel, por una actividad militante pacífica que persigue idénticos fines. La Comisión Europea no está para hacer boicot alguno al Estado de Israel, sino para actuar como guardiana de los tratados y ejecutora de las decisiones del Consejo y el Parlamento Europeo. Con esos títulos acaba de aprobar unas directrices sobre la adjudicación de subvenciones, becas y ayudas financieras a instituciones israelíes que excluye a las entidades radicadas en los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania y que ha sido recibido en Israel como si fuera parte de la campaña BDS.

Las directrices se aplicarán a partir del 1 de enero, pero solo afectarán a las ayudas que salgan del presupuesto europeo y que puedan otorgar la Comisión Europea, las agencias ejecutivas de la UE o cualquier otra entidad con autoridad para aplicar el presupuesto. En nada obligarán a los Estados socios, ni a sus autoridades fiscales y aduaneras ni mucho menos a las empresas públicas o privadas.

Pero son sin duda un precedente, en realidad la primera ocasión en que la UE pasa de las palabras a los hechos, puesto que obligará a quienes quieran obtener algún tipo de ayuda a firmar una declaración por la que se comprometen a cumplir con las directrices, a riesgo de someterse a un procedimiento y a una sanción. Nunca hasta ahora la UE había trasladado su rechazo a la ocupación de Gaza y Cisjordania a sus políticas presupuestarias o comerciales. El intenso comercio entre la UE e Israel, incluidos los territorios, no es objeto de control alguno sobre su origen por parte de las autoridades europeas, de forma que buena parte de la producción de los colonos recibe el trato preferencial concedido por Bruselas a Israel sin que sean de aplicación las restricciones que deberían desprender de la legislación europea.

Las directrices han sido redactadas pensando, sobre todo, en el programa marco de investigación de la UE para los próximos siete años, denominado Horizonte 2020. Israel se benefició con 750 millones de euros del anterior programa plurianual, entre 2007 a 2013, que fueron a parar a 1.900 proyectos de investigación, y recogieron el 1'5 por ciento del conjunto de inversiones europeas en investigación.

Las directrices no son un capricho de la Comisión, sino que responden a posiciones de los Estados miembros y del Parlamento, así como a los cambios producidos sobre el territorio. Desde la aprobación en 2005 del anterior programa marco, Israel ha creado y reconocido la Universidad de Ariel (14.000 estudiantes) en la colonia de Kedumim, de forma que a partir de ahora no podía haber duda alguna de que el dinero de los presupuestos europeos iría directamente a una universidad de los colonos en los territorios ilegalmente ocupados.

Las directrices han sido acogidas con enorme disgusto por el Gobierno israelí. Su primer ministro Benjamin Netanyahu ha respondido con el disparate de que es Israel y no la comunidad internacional quien determina sus fronteras. Otros han ido más lejos y han blandido de nuevo el espantajo del antisemitismo e incluso del nazismo para atacar a los europeos. Hay una opinión israelí, en cambio, que considera esta toma de posición europea como una señal de esperanza. Intelectuales como Amos Oz, Abraham Yehoshua, David Grossman o Shlomo Ben Ami, o el judío estadounidense Peter Beinart, consideran que hay que aplicar la campaña BDS, pero solo a los territorios ocupados, y no solo por razones de justicia y legalidad internacional, sino ante todo para legitimar la existencia del Estado de Israel y garantizar su futuro como Estado judío y democrático.

No hay que boicotear a Israel. Hay que aplicar con firmeza las directrices de la Comisión Europea que excluyen a los colonos de los territorios ocupados de un trato similar al que reciben los ciudadanos de la UE.



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18 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La primavera traicionada

El golpe militar que ha depuesto al primer presidente civil elegido en Egipto marca un nuevo hito en la oleada de cambios geopolíticos que empezó en Túnez en diciembre de 2010 y fue precipitadamente denominada primavera árabe. Como las floraciones tempranas de los almendros, las caídas de Ben Ali en Túnez y de Mubarak en Egipto anunciaban una cadena de cambios de régimen y la esperanza de una geografía árabe en la que empezaran a florecer las libertades públicas y la democracia. Pronto surgieron las expresiones de la decepción, con el final de Gaddafi tras una sangrienta guerra civil y los bombardeos de la OTAN, la inicial instalación de un gobierno militar en Egipto y, sobre todo, la larga represión y guerra sectaria en la que se han transformado las revueltas sirias contra el régimen de Bachir el Asad.

La primavera significó, al menos, la llegada al poder de gobernantes elegidos en procesos electorales correctos en los dos países donde se había iniciado, aunque con una característica especialmente decepcionante para quienes encabezaron las movilizaciones contra los dictadores. No fueron las fuerzas laicas y los jóvenes tecnófilos y occidentalizados los que sacaron provecho de las urnas, sino los partidos islamistas que habían mantenido sus estructuras bajo las dictaduras y que incluso las habían ensanchado con una hábil y persistente gestión de la caridad y de la oración en la mezquita. En los primeros momentos, los partidos islámicos practicaron incluso la astucia táctica de una cierta retención política, anunciando en algunos casos que no se presentarían a las elecciones o no optarían a la presidencia.

A pesar de la acumulación de decepciones, Morsi recibió con la presidencia el margen de confianza que merece todo nuevo comienzo. La primera experiencia de Gobierno del más veterano e influyente de los partidos islamistas que hay en la región ha durado un año. Todo lo que se podía hacer mal se hizo peor. El estado policial de Mubarak ha sido sustituido por una inseguridad extrema. La economía se está hundiendo. El país se halla dividido y polarizado. Las minorías religiosas se ven perseguidas. Y lo más importante, el partido islamista de referencia para todo el mundo árabe ha fracasado.

La responsabilidad y la culpa del golpe son de los militares, pero el fracaso es de los Hermanos Musulmanes, más adaptados a la oscura vida clandestina que a las responsabilidades de Gobierno. Todo el mundo sabía que la prueba del nueve era gestionar bien la economía, que es el bienestar y la seguridad de los ciudadanos. A todos los partidos de oposición les ha sucedido en la historia en cuanto se han estrenado en el poder. Los Hermanos no han sabido hacerlo y ahora pagan por ello.

Es un nuevo hito de decepción, pero la primavera sigue. Dicen los historiadores de la Revolución Francesa que tuvo que pasar un siglo para que se la diera por terminada. 



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13 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Café militar

Sucede como con el café. Hay muchos tipos de golpes militares. Los hay descafeinados por ejemplo. Pero siguen siendo golpes militares, contemplados bajo esta explícita rúbrica en la sección 508 de la Foreign Assistence Act (FAA) aprobada por el Congreso de los Estados Unidos en 1999: "Ninguno de los fondos asignado o facilitado por esta ley será obligado o gastado para financiar directamente cualquier tipo de ayuda a país alguno cuyo jefe de Gobierno debidamente elegido haya sido depuesto por un golpe militar o por un decreto".

Las explicaciones sobre la destitución de Morsi son muchas y casi todas ellas argumentables. El primer presidente egipcio salido de las urnas hizo todos los méritos para que le echaran, empezando por su ineptitud en la gestión de la economía, siguiendo por su sectarismo islamista y terminando por su nula capacidad como constructor de coaliciones y alianzas. Pero ninguna consigue rebatir que su situación sea la de un jefe de Estado debidamente elegido e ilegalmente destituido.

No hay duda, a la vez, de que es un golpe peculiar, sin dejar de ser plenamente militar, incluyendo la violencia con que suelen prodigarse los golpistas, la detención también ilegal del presidente y de la cúpula de su organización religiosa o la censura sobre los medios de comunicación. Los militares rechazan cualquier ambición de mantenerse en el poder y presentan su actuación como temporal: de hecho han anunciado ya elecciones en seis meses. Si no hay engaño y actúan con diligencia tendrán todas las facilidades para eludir la sección 508 de la FAA, que también contempla la reanudación de la ayuda en cuanto se restituya el poder civil.

Otra novedad es que este golpe militar cuenta con un fuerte apoyo social y se produce tras numerosas acusaciones de arbitrariedad y de vulneraciones de la legalidad por parte de Morsi. Los Hermanos Musulmanes han demostrado hasta ahora que tienen un concepto instrumental de la democracia, como mero procedimiento formal, necesario para alcanzar el poder, pero en absoluto vinculado al respeto de las minorías, al equilibrio de poderes y sobre todo a la reversibilidad del poder.

La prueba del nueve no es que el islam político obtenga el poder democráticamente sino que lo ceda después de perderlo democráticamente. Para que suceda hay que permitir primero que merezca democráticamente perderlo, es decir, que los ciudadanos efectúen el castigo en las urnas y no con un golpe apoyado por las movilizaciones en la calle. El experimento tiene valor para una región en la que el islamismo político está en ascenso y donde incluso el prototipo más moderno, el Partido de la Justicia y del Desarrollo turco, ha demostrado una propensión a reducir la legitimidad política a la legalidad de las urnas.

Para que EE UU pueda salvar los 1.500 millones anuales de dólares que destina a Egipto es necesario, por tanto, que se instale un Gobierno salido de las urnas a toda prisa y se reanude, al menos formalmente, el proceso democrático. Pero no basta. La transición egipcia no ha conseguido hasta ahora construir instituciones democráticas. La deposición de un dictador y la celebración de elecciones no ha significado que la política recaiga plenamente bajo el territorio de las leyes sino que continúa perteneciendo al de los hombres, como demuestran tanto el comportamiento de Morsi como el de los militares. Es el capítulo más difícil de una transición y donde el presidente depuesto ha mostrado su peor rostro, al utilizar su victoria en las urnas y su poder para sí mismo y para los suyos y no para consolidar las instituciones democráticas. Tenía margen para hacerlo, pero le faltaban voluntad y capacidad.

La construcción de instituciones es tarea de colosos. En Egipto solo hay una que funciona, pero lo hace según sus propias reglas, que no son democráticas, y esta es el ejército, un Estado dentro del Estado. Un tercio de la economía egipcia está en manos militares y cuatro de cada cinco empresas se hallan bajo su control, además de la ayuda financiera que llega de Washington directamente a las arcas pretorianas. El problema, quizás irresoluble, es que Egipto necesita instituciones civiles con fuerza y poder como para someter y desmantelar el actual poder y los privilegios del ejército.

Esta institución tan suelta y poderosa es vital para los intereses de EE UU en la zona y para la seguridad de su aliado inquebrantable que es Israel. Hasta el 2 de julio a Obama se le culpaba por mantener a Morsi y ahora por apoyar a los militares. Además de un golpe a la esperanza democrática, este café fuerte administrado desde los cuarteles es un nuevo revés para la imagen de Barack Obama en el mundo, que se suma a los desperfectos ocasionados entre aliados y amigos por el caso Snowden.



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11 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Espías en la niebla

Al salir del túnel aparece un nuevo paisaje. El ojo tarda en acostumbrarse. Todo parece distinto y nimbado por la niebla de la sorpresa. Orientarse es difícil, y acertar el camino, todavía más.

Las guerras de antaño ya no son tales. Ahora son conflictos geoeconómicos. El aliado de toda la vida de pronto se convierte en un adversario temible que te chupa la sangre con la prima de riesgo.

O te asalta a través de las redes digitales, y no necesariamente con ataques con virus paralizantes, sino, sobre todo, mediante el robo de información reservada o secreta, sea comercial, financiera, científica o, por supuesto, directamente política.

Entre aliados puede que quepan las guerras geoeconómicas, como la que Alemania está librando contra buena parte de los socios de la UE, pero en principio parecería descabellado que se produjeran ciberguerras entre los propios socios de la OTAN.

Pero no lo es. Algo así debe estar sucediendo tras la niebla que cubre este paisaje nuevo, en el que son borrosas las fronteras entre ciberguerra y espionaje. También otras fronteras, como las que separaban lo público y lo privado, se han vuelto borrosas desde que las centrales de espionaje subcontratan a empresas privadas o utilizan y explotan la información de sus clientes sobre llamadas telefónicas o datos transmitidos por Internet y las redes sociales.

A mayor alcance del espionaje, mayores son también los agujeros del sistema. Edward Snowden es un hijo no deseado de la privatización y de la dimensión colosal del fisgoneo. Su fuga rocambolesca está generando una enorme desestabilización diplomática, pero no debiera desviar la atención sobre la sustancia de sus revelaciones, que iluminan súbitamente el nuevo paisaje del control total.

Las tecnologías son nuevas y nuevos son los hábitos y usos que hacemos de ellas, pero hay algo que es viejo y permanente, y es lo que conforma el núcleo duro de la soberanía sagrada de los Estados, pertenezcan o no a alianzas militares o a uniones monetarias y comerciales. Aquí se espía, sí. Y se espían todos entre sí, los que tienen medios para espiarse, claro. Con títulos públicos o con concesiones privadas.

Los únicos que no se espían entre sí ni espían a los aliados son los países europeos, si nos creemos sus piadosas declaraciones. Tampoco cuentan con servicios de contraespionaje para defenderse de la curiosidad de sus aliados. Y ni siquiera saben cómo defender a sus ciudadanos de la intromisión en sus vidas privadas por parte de las multinacionales tecnológicas que actúan a sus anchas en su mercado abierto y sin fiscalidad.

Despreocuparse de estas desagradables tareas es uno de los privilegios que otorga la vocación de desunión y de irrelevancia de la que los europeos hacemos permanente lucimiento.



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6 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El partido de los cuñados

La sociedad árabe tradicional es fuertemente endogámica. La tasa de casamientos entre primos llega hasta el 35% de los matrimonios. Para el demógrafo francés Emmanuel Todd, esta es una de las claves de las revueltas árabes de 2011. ?La democracia es la irrupción del ciudadano, del individuo libre en el espacio público. La endogamia es exactamente lo contrario, la cerrazón en el grupo familiar?, señala en su libro Alá no tiene nada que ver con esto. Egipto es uno de los países árabes donde más ha disminuido la endogamia, actualmente 20 puntos por debajo del modelo árabe tradicional, y este es uno de los elementos que explican, según Todd, las movilizaciones que condujeron al derrocamiento de Mubarak y, por supuesto, las actuales para echar también a Morsi. Esta explicación tiene un interés adicional porque los Hermanos Musulmanes son especialmente endogámicos, en buena correlación con su proyecto de adaptar la sociedad moderna a los preceptos coránicos, no lo contrario. No conozco estadísticas sobre el grado de endogamia de sus militantes y dirigentes, pero basta repasar sus biografías para observar que la fórmula del matrimonio entre primos es la más habitual, empezando por Morsi.

No es la única forma de endogamia entre los dirigentes, que con frecuencia están casados también con las hijas o las hermanas de sus compañeros de Hermandad. La gran mayoría de quienes se oponen a Morsi, además de combatir sus ideas, resulta que también difieren en el estilo de familia por el que optan, más abierta y moderna que la de los Hermanos Musulmanes. Desde este punto de vista, la sociedad egipcia va hacia una dirección y la Hermandad musulmana va en la contraria. Estamos hablando de estructuras de familia, no de ideologías y menos todavía de propuestas y decisiones políticas. Sobre el papel cabe perfectamente que una estructura de fuertes raíces tradicionales encabece una renovación de la sociedad que vaya en sentido opuesto. Pero a la vista está que no ha sido el caso.

El núcleo dirigente de la Hermandad está formado por hombres de larga experiencia como cofrades, que han pasado largos procesos de selección, tuvieron la oportunidad de bregarse contra la dictadura militar y actuaron como dirigentes de sindicatos, uniones profesionales y organizaciones de la sociedad civil. Este era el capital que les permitió vencer en las urnas y colocar a uno de los suyos en la presidencia.

A la vista del desastroso balance de la presidencia de Morsi un año después de su toma de posesión, está claro que la Hermandad solo supo leer su victoria como un mero asalto al poder que le permitiría aplicar su programa de islamización y colocar a los cuñados, y no como la oportunidad para transformar y modernizar un país como Egipto que tiene todo lo que hace falta para convertirse en una potencia emergente.

Para encabezar una transición democrática no basta con tener la legitimidad que emana de las urnas, tal como la obtuvo Morsi en 2012, sino que se requiere un esfuerzo especial cuando hay que hacerlo desde organizaciones encerradas en sí mismas, los partidos endogámicos en los que cualquier desviación o pérdida de poder es detectada y evitada por la vigilancia de los cuñados. No basta con un talento político regular sino que se requieren las dotes de Mandela, De Klerk, Gorbachov o Suárez para poner a las formaciones políticas respectivas en su lugar y despegarse a la búsqueda de una base política más amplia que permita una democratización efectiva y no meramente formal.

Morsi ha hecho una gestión sectaria y, antes del derrocamiento, ya se encontraba totalmente aislado. Ni siquiera el partido salafista Nur le da su apoyo para que siga en la presidencia. Como Erdogan hace unas semanas, no ha dudado en movilizar a sus seguidores en contra de los manifestantes que piden su dimisión. La experiencia demuestra que los líderes que no vacilan en jugar con la división de su país, sin importarles el clima de guerra civil que fomentan, no merecen continuar al frente de las responsabilidades de Gobierno y suelen terminar de la peor forma posible.

Con esta ya son dos oportunidades perdidas. Los militares no supieron dirigir la transición en la primera fase y el primer presidente civil salido de las urnas tampoco ha sabido gestionarla en la segunda fase, devolviéndole la mano al Ejército, otra estructura endogámica, masculina y llena de cuñados, para que ejerza el papel de árbitro de último recurso al que nunca ha renunciado desde el golpe de Estado de 1952.



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3 de julio de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La nación necesaria

Hasta hace bien poco, Estados Unidos se creía la nación imprescindible. Podía hacer lo que quería y nada se podía hacer si no quería. Su poder era necesario y suficiente. Sí, y solo sí Estados Unidos quería.

Muchos creían que esta actitud pertenecía a los tiempos de George W. Bush, bien distintos de los de su padre, el viejo Bush capaz de la mayor prudencia ante la caída del comunismo: nada de arrogancia y de celebración de la victoria; y de tejer el mayor consenso: en la primera guerra de Irak, hasta trazar la línea de puntos de un futuro nuevo orden internacional.

No es así. La idea de que Estados Unidos es la nación indispensable es de Madeleine Albright, secretaria de Estado de Bill Clinton. No es muy original, porque ya Lincoln aseguró hace 150 años, cuando no era una potencia mundial, que era ?la última y mejor esperanza de la humanidad?. Todas las naciones tienen momentos de narcisismo como este, y no siempre justificados como es el caso de Estados Unidos. En el nuevo mapa multipolar que se ha levantado 20 años después del final de la guerra fría, Estados Unidos ya no es la nación indispensable. Vali Nasr, un alto asesor de Hillary Clinton, acaba de publicar un libro que se titula La nación prescindible.

Ahora Estados Unidos tiene que buscar consensos internacionales cuando quiere hacer algo en el mundo o enfrentarse a consensos negativos, como es la coalición entre Rusia, China, Cuba y Ecuador para apoyar la fuga del informático Edward Snowden, que denunció el espionaje secreto de la NSA (Agencia Nacional de Inteligencia).

A la pérdida de poder que le ha ocasionado su pésima política para Oriente Próximo ?dos guerras equivocadas e incapacidad para resolver el conflicto entre israelíes y palestinos?, se suman ahora los desperfectos que le ocasionan en su prestigio sus métodos contra el terrorismo, los drones y el espionaje universal denunciado por Snowden.

Se frotan las manos, en Moscú o en La Habana, quienes convierten en ideología la hostilidad contra Estados Unidos. Pueden fingir que son protagonistas de una pieza teatral en que solo hacen de comparsas. Snowden y Bradley Manning son estadounidenses, lo son las compañías digitales implicadas en el espionaje, y los periodistas de The Guardian que han revelado el grueso del escándalo pertenecen a un país con una relación especial e inquebrantable con Washington.

Puede que Estados Unidos sea una nación prescindible, pero nada se mueve en el mundo sin que EE UU esté de por medio, sea el espionaje universal o el reconocimiento de los derechos de los homosexuales. En los mismos días en que su espionaje escandalizaba al mundo, dos sentencias del Tribunal Supremo han dado un impulso global irreversible al matrimonio gay. No es la nación imprescindible, pero es necesaria. Si no existiera habría que inventarla.



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29 de junio de 2013
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El Boomeran(g)
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