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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Desconexión global

La mayor orgía anual del consumo ha terminado ya en las calles de Europa y América. En los mismos días navideños han terminado también las protestas y las huelgas en las factorías de un pequeño y olvidado país asiático como es Camboya que aprovisionan las tiendas occidentales. Y ha terminado como suelen terminar allí las cosas: mal, a tiros, con cuatro muertos, decenas de heridos y centenares de detenidos. Aunque en realidad no ha terminado nada. Eso no ha hecho más que empezar. Las protestas y las huelgas continuarán. Hay razones por partida doble. El textil ocupa a casi la mitad de la mano de obra industrial: 600.000 trabajadores, más del 90 por ciento de ellos mujeres jóvenes, en unas 700 factorías, que proporcionan el 16 por ciento del PIB y representan el 85 por ciento de las exportaciones. Y esa clase obrera camboyana tiene dos motivos para la protesta: sus bajos sueldos y los 28 años que lleva el primer ministro Hu Sen en el poder, ganando una elección detrás de otra como solo saben ganarlas los dictadores, mediante la burda combinación de la cárcel y el palo para la oposición y la debida recompensa a los propios seguidores. Los salarios se cuentan entre los más bajos del mundo: 80 dólares al mes. El gobierno ofrece 100 y los sindicatos quieren 160. Sin entrar en las condiciones de trabajo, los horarios inhumanos y la mano de obra infantil. En cuanto a la dictadura corrupta y familiar de Hun Sen, su única virtud es que sucedió a uno de los regímenes más criminales de la historia como fue el de lo jemeres rojos. Y tras la caída de los cuatro dictadores árabes en 2011, es uno de los gobernantes más longevos del mundo, del que solo cabe esperar que aborde las huelgas y manifestaciones con el temor de que se le conviertan en una primavera camboyana que termine con su régimen. Ni unos salarios tan bajos ni una dictadura tan persistente suscitan emociones fuera de Camboya. Las grandes marcas que fabrican allí sus prendas, como Levi's, Gap, H&M, prefieren mirar hacia otro lado, como si no fuera con ellas. Lo mismo sucede con los países vecinos, como China, Taiwan o Corea del Sur, principales inversores en el textil camboyano. Para los gobiernos y las opiniones públicas occidentales, todo esto cae muy lejos y se resuelve con frecuencia mediante ayuda humanitaria: de ahí sale la mitad del presupuesto público. Las navidades consumistas nos demuestran cada año lo bien conectada que está la economía global. Todo funciona y llega a su sitio. Los estantes se llenan y se vacían al ritmo de las compras. Pero las sociedades, sus valores y normas de vida, sus exigencias políticas y sindicales e incluso sus opiniones públicas y sus medios de comunicación, permanecen desconectados en los espacios locales, sin capacidad para influir en las decisiones económicas y sin instrumentos para actuar globalmente.



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11 de enero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El último tranvía

John Kerry quería ser presidente y no lo consiguió. Pero también quería ser lo que esa ahora: secretario de Estado, el cargo más poderoso del país más poderoso después del presidente. Y ya lo es desde hace once meses. Quizás no es el mejor momento para lucir en la escena internacional. Su presidente se halla ensimismado en el desgaste de la política interior. Y su país, cansado por las dos guerras del anterior presidente, intenta desplazar su preocupación estratégica allí donde se juega el futuro, que es en Asia. No importa. Para John Kerry es una oportunidad, y en su caso la última oportunidad. No habrá más. Tiene 70 años y una larguísima carrera política a sus espaldas que, como todos, quiere terminar bien, o muy bien si es posible. Cuenta con títulos para ingresar en el cuadro de honor de los grandes secretarios de Estado que dejaron impronta en la historia, como Kissinger con el fin de la guerra de Vietnam y la apertura a China o James Baker con la victoria en la guerra fría y los acuerdos de Oslo. El más destacado, su experiencia durante casi tres décadas en la Comisión de Exteriores del Senado. Pero lo que más cuenta es el hambre de balón, ambición imprescindible para un político como para un futbolista. En el año que lleva en el cargo ha viajado más que muchos secretarios de Estado durante un entero mandato: la mitad del tiempo, 140 días exactamente, ha estado fuera; ha volado 480.000 kilómetros y visitado 39 países. Oriente Próximo, en la versión ampliada de Bush, que alcanza hasta Afganistán, es lo que ocupa el grueso de su trabajo, con tres mesas de negociación simultánea abiertas o a punto de abrir ?la bomba nuclear iraní, la guerra siria y el conflicto Israel-Palestina? y dos conflictos que debieran estar cerrados pero no lo están: el de Irak que reabsorbe la guerra siria, con el conflicto entre chiitas y sunitas y la reaparición de Al Qaeda; y el acuerdo de seguridad con Afganistán, de donde deben partir los estadounidenses a finales de año. Con tantos frentes abiertos, lo normal es que fracaso y éxito se repartan de forma razonable. Su apuesta es por la paz entre israelíes y palestinos, a la que dedica el grueso de las energías. Diez viajes a la zona. Veinte rondas de conversaciones. Los esfuerzos han empezado dar frutos: medidas de confianza como la liberación de presos palestinos por parte de Israel y renuncia a recurrir a los tribunales internacionales por parte de Palestina; y las habituales medidas de desconfianza para subir la apuesta, como la construcción de nuevos asentamientos o el reavivamiento de exigencias drásticas por las dos partes. Salvo Kerry, nadie más parece creer en el éxito. Si triunfa, salvará la presidencia de Obama e incluso le eclipsará, como ya ha eclipsado a Hillary Clinton. Nada malo le sucederá si no lo consigue. El riesgo no carga sobre su futuro.



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9 de enero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La política de la chequera

El tirano sabe cómo deben hacerse las cosas. Con un sable en una mano y una chequera en la otra. No admite negativa al soborno. La hoja afilada atenderá a quien lo rechace. Así ha venido comportándose la monarquía saudí desde que encontró en el árido subsuelo de la península arábiga el mayor depósito de riqueza mineral del mundo, los hidrocarburos que la han convertido en una potencia regional y un aliado hasta ahora indispensable de los Estados Unidos de América. La política del sable y la chequera fue fundamental para la estabilidad de Arabia Saudí durante la primavera árabe de 2011. Centenares de jóvenes fueron a las cárceles y multitud de manifestaciones por las redes sociales fueron desarticuladas antes de que reunieran a más de cien personas. Pero un chorro de dinero para vivienda, subsidio de paro y pagas extras para los funcionarios, por valor de 130.000 millones de dólares, fue el líquido más disolvente de manifestantes que podía imaginarse.Desde entonces, la familia Saud no ha dejado de regar la entera geografía árabe. En Túnez se ha gastado 750 millones en proyectos civiles; en Marruecos, 1.250 millones en infraestructuras, sobre todo turísticas; en Yemen, 3.250 millones en ayuda militar y financiera; en Jordania, 1.000 millones en ayuda a los refugiados sirios; en Siria, 400 millones en armas para los rebeldes que combaten contra Bachar el Asad, y en Egipto, 5.000 millones de premio a los militares después de que desalojaran del poder a los Hermanos Musulmanes. La última manguerada es la que acaba de anunciar el presidente libanés Michel Suleiman, en forma de créditos para el ejército por 3.000 millones de dólares, que casi duplican el presupuesto militar de Líbano y triplican la ayuda de Estados Unidos desde 2006. El regalo forma parte de la estrategia saudí en la guerra de Siria: servirá para contrarrestar la fuerza excesiva de Hezbolá, el partido chiita y proiraní que apoya a El Asad; también para distanciarse de Washington y mostrar sus propias cartas en la negociación con Irán sobre el programa nuclear: las armas que comprarán los libaneses serán todas francesas. El arma de la chequera está muy experimentada. La expansión del rigorismo wahabí se ha hecho cheque en mano. Así se han financiado las madrasas paquistaníes. Así se hizo la guerra de los talibanes contra los soviéticos en Afganistán. Arabia Saudí no es el único Estado petrolero que practica la política de la chequera. Con un estilo distinto, también lo hace Qatar. Sirve para hacer política exterior e, incluso, para actuar militarmente fuera. Sus efectos políticos pueden ser visibles a corto plazo, pero a la larga son incontrolables y perversos. El dinero saudí sirvió a la causa occidental en la guerra fría, pero plantó las semillas del fundamentalismo y del terrorismo. Veremos qué frutos da la siembra de ahora.



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4 de enero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Todo se juega en enero

El nuevo año suele ser ocasión para pavimentar el infierno de deseos excesivos y abstractos. Bastaría que nada empeorara para darnos alguna satisfacción ?ninguna guerra nueva como la que acaba de estallar en Sudán del Sur? o al menos que no se rompieran las negociaciones de paz y de desarme en curso, único camino para alumbrar algún acuerdo definitivo en el transcurso de 2014. Ahora mismo hay tres procesos de negociación, uno por abrir y dos ya inaugurados, todos ellos en el mismo vecindario geográfico de Oriente Próximo. El más antiguo, más de 20 años ya, es el que pretende obtener el reconocimiento de dos Estados seguros y viables, con fronteras aceptadas por todos, uno para los israelíes y el otro para los palestinos. El más reciente, el que persigue el desarme nuclear de Irán en unas negociaciones que encabezan las seis principales potencias. El último, todavía por inaugurar, el que debería sentar en una mesa de negociación al Gobierno de Siria con representantes de las fuerzas de oposición, enemigos irreconciliables en una guerra civil que entra ahora en el tercer año de duración y amenaza con terminar con la misma existencia del país. Todos ellos deberán contar con episodios resolutivos este mismo mes de enero, de ahí que en las próximas semanas podremos saber si 2014 empieza ya descarrilado o nos depara algo nuevo. Hoy mismo el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, en viaje a Israel y Palestina, ofrecerá una vez más a las dos partes unas condiciones finales para esa paz en la que nadie aparenta creer. Este mes deberán empezar a aplicarse los acuerdos provisionales cerrados en Ginebra sobre el programa nuclear de Irán, de cuyo buen funcionamiento dependerá que llegue a buen puerto el acuerdo definitivo, que tiene una fecha indicativa, aunque no obligatoria, el próximo noviembre y cuenta con unos adversarios temibles en los halcones de Washington y de Teherán. También en enero, concretamente el 22, está convocada en Montreux (Suiza) una cumbre de ministros de Exteriores sobre Siria, a la que han sido ya invitados 30 países, aunque no está garantizada ni bien definida la presencia de las dos partes en conflicto. Es tan claro como lejano el objetivo: una transición en paz a un régimen pluralista. Moscú y Washington están comprometidos en los tres procesos en distinto grado y manera. Rusia tiene la mano en el proceso de paz en Siria y sobre todo en el actual desarme químico. Estados Unidos es el único que cuenta para Israel en su relación con los palestinos. En el desarme nuclear de Irán, fundamental para los otros dos procesos, pesa mucho Washington pero también Rusia y la Unión Europea. Si los tres prosperaran en 2014, alumbrarían un cambio geopolítico de los que hacen época: Rusia estaría de vuelta en el escenario, EE UU ya podría situar el eje de su política global en Asia y, sobre todo, la idea de un nuevo concierto de las naciones empezaría a abrirse camino en el mundo árabe e islámico. Para 2014 sería más que suficiente.



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2 de enero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La verdad en marcha

Misión cumplida. Tiene 30 años, pero habla como si lo hubiera hecho todo en la vida. ?Todo lo que quise intentar lo he conseguido?, ha dicho en vísperas de Navidad al Washington Post. ?Yo no quería cambiar la sociedad, sino dar a la sociedad la posibilidad de decidir si quería cambiar ella misma?. No es un profeta, ni un líder religioso. Pero su balance es exacto. En medio año ha conseguido dar un vuelco a las estructuras de poder más secretas y peligrosas del planeta. El espionaje ha empezado a cambiar a toda velocidad tras las filtraciones de Edward Snowden el pasado mes de junio, cuando reveló el alcance y la profundidad del control global de las comunicaciones por parte de la Agencia Nacional de Inteligencia (NSA) de Estados Unidos, institución para la que había trabajado. Ningún obstáculo se oponía hasta ahora a la recolección de miles de millones de datos privados por parte de la agencia especializada. La facilidad venía dada por la extensión de las tecnologías, que convierte a los usuarios en inconscientes agentes informadores de sus propias comunicaciones. Las principales empresas del sector han colaborado en el suministro directo de estos datos a la inteligencia estadounidense. Sobre el papel, solo eran metadatos, datos sobre datos --identidad, duración o lugares desde donde se producen las comunicaciones--, pero en ningún caso los contenidos de las conversaciones o los mensajes, aunque basta con su recolección y procesamiento en cantidades astronómicas para obtener informaciones de gran relevancia. Eso no era suficiente para la NSA. Gracias a la colaboración del Gobierno británico y de Google y Yahoo, los espías de Washington pincharon las redes de fibra óptica de todo el mundo, accediendo así a contenidos de mensajes emitidos y recibidos también por estadounidenses sin someterse a control jurídico ni parlamentario. Las escuchas de mandatarios extranjeros mediante el pinchazo de sus móviles es la anécdota picante que adereza esta siniestra ensalada de espionaje global, con sus correspondientes protestas diplomáticas. Al final, hemos sabido algo que no debíamos ignorar, que también los aliados y amigos se espían y apenas hay reglas de juego en el espionaje. Las que hay satisfacen la distribución del poder en el mundo. El alcance de los documentos sustraídos de la NSA todavía se desconoce, pero el daño sufrido en el prestigio de EE UU y de Obama ya es incalculable. La primera reacción fue tachar de traidor y bellaco al filtrador. Pero la siguiente ha sido la exigencia de límites y de reglas de juego, por parte de las empresas, la justicia e incluso los expertos del Gobierno. La verdad está en marcha y nada la frenará. Lo dijo Snowden cuando todo empezó, emulando al escritor francés Emile Zola. De momento lleva razón y este es sin duda el acontecimiento más trascendente del año que termina. ¡Feliz 2014!



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28 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Noticias del Lejano Oriente

China ha amenazado con no renovar los visados a un numeroso grupo de corresponsales occidentales, principalmente de medios estadounidenses. Las autoridades chinas, molestas con las informaciones sobre la corrupción y el enriquecimiento ilícito de sus líderes, también han bloqueado páginas de Internet e impuesto nuevos controles en forma de exámenes de marxismo a sus periodistas. El caso llegó a suscitar la intervención del vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, durante su viaje oficial a Pekín, así como las gestiones de propietarios y directores de medios. Asia vive estos días una atmósfera enrarecida, con reminiscencias de guerra fría. El joven líder norcoreano Kim Jong-il se ha manchado las manos con sangre de su familia, concretamente la de Jang Song Thaek, esposo de su tía, liquidado en una purga que ha levantado la inquietud en Pekín. En la capital china ha caído en desgracia Zhou Yongkank, un exzar de la seguridad interior, el cuadro más alto purgado desde 1989, aunque en su caso bajo acusaciones más económicas que políticas, puesto que el represaliado y su familia controlaban los negocios del petróleo. Xi Jinping, en el poder desde hace un año, se está asentando con una autoridad por primera vez indiscreta para un régimen habitualmente sigiloso. China cabalga en solitario en la carrera del espacio y acaba de colocar en la Luna un vehículo no tripulado, 37 años después de que llegara la última nave rusa al satélite. No es tan solo una exhibición tecnológica, sino también un alarde de capacidad militar, que proyecta su sombra amenazante sobre los sistemas de satélites estadounidenses. Antes del verano, Pekín creó una nueva prefectura para incluir el rosario de islas y peñascos disputados con Vietnam y Filipinas; ahora ha ampliado su espacio de control aéreo para proyectar su irredentismo sobre las islas Diaoyu, Senkaku para Japón, que ejerce su soberanía sobre ellas. Los incidentes menores con barcos y aviones japoneses y americanos están al orden del día. Y Japón no se queda con los brazos cruzados y se dispone a incrementar su presupuesto de defensa y a revisar la limitación constitucional a su actividad militar. Nada sería peor que la caída de un nuevo telón de acero sobre China. La tecnología y la globalización reman en dirección contraria, pero es lo que demandan los peores reflejos del régimen de Pekín. Los medios de comunicación occidentales, ensimismados en las peleas de nuestro patio de vecinos, se ven tentados a entregar valores a cambio de los intereses, como ya han hecho Murdoch y Bloomberg, y a inhibirse de lo que sucede en Asia como si no fuera con nosotros. Pero allí es cada vez más necesaria la presencia de periodistas con márgenes de acción, para poder disponer de las noticias de ese Lejano Oriente donde se juega con frecuencia el rumbo del planeta. 



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21 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ganapierde alemán

Los liberales perdieron las elecciones y los socialdemócratas han ganado el Gobierno, que es como si hubieran ganado ellos las elecciones y no Angela Merkel. El peso de sus seis ministros y de las carteras que ocupan en el Gabinete es mayor que el que le dieron las urnas. El contrato de coalición, aunque no se sale de las políticas ortodoxas de consolidación presupuestaria, incluye el salario mínimo interprofesional por primera vez en la historia y la doble nacionalidad para hijos de inmigrantes, además de mejoras en el sistema de pensiones y jubilaciones anticipadas que afectarán al gasto. Si al anterior Gobierno de coalición con los liberales le apetecía bajar impuestos, este tendrá la apetencia contraria. En este camino levemente escorado hacia la izquierda, ha quedado bien claro quién manda en la socialdemocracia tras años de incertidumbre y superposición de rostros insuficientemente definidos. Una buena negociación de la coalición y una consulta vinculante con los militantes de su partido, ganada ampliamente con un 78% de los votos, han dado a Sigmar Gabriel el liderazgo indiscutido que ya le sitúa en disposición de aspirar a la cancillería en una siguiente ronda.  No queda descolgado del todo el anterior candidato del SPD, Frank-Walter Steinmeier, que regresa a la cartera de Asuntos Exteriores que ya ocupó en la anterior gran coalición con Merkel de 2005 a 2009. El ministerio de Exteriores alemán ha sido una plataforma extraordinaria donde han brillado personalidades como Hans Dietrich Genscher, Joschka Fischer o el propio Steinmeier, con un radio de acción a veces superior al del canciller, que quizás ahora es más dificultoso. Parte del fiasco liberal ha sido el pobre papel desempeñado por Guido Westerwelle, que no supo aprovechar la oportunidad, arrastrado por la concentración de las relaciones europeas en todas las oficinas del jefe de Gobierno y de los ministros de Finanzas que ha provocado la crisis del euro. Para la canciller queda el grueso de la política europea, con el más que fiable Wolfgang Schäuble de mano derecha, y por supuesto la gloria de la cancillería en su tercer mandato, el que la propulsa hacia el Olimpo de los grandes cancilleres. Merkel ya es una canciller de tres mandatos, con 12 años de perspectiva de no mediar percances. Superó muy pronto a los dos cancilleres menores que fueron Ludwig Erhard (1963- 1966), tres años y una única victoria electoral aunque fuera el padre de la economía social de mercado, y su sucesor, Karl-Georg Kiesinger (1966-1969). Ha superado ya a Willy Brandt (1969-1974), con la apertura hacia el Este comunista que abrió el camino a la caída del Muro; a Helmut Schmidt (1974-1982), con el mérito del sistema monetario europea y la arquitectura de cumbres internacionales; y a Gerhard Schröder (1998-2005), que incorporó a los Verdes al Gobierno y reformó el Estado de bienestar alemán al precio de castigar duramente las bases socialdemócratas. Solo dos cancilleres, de su mismo color conservador, la superan todavía ampliamente en longevidad y envergadura: Konrad Adenauer (1949-1963); y Helmut Kohl (1982-1998). Para ser como ellos debe culminar con éxito su actual periodo y vencer de nuevo en 2017, todo a costa, naturalmente, de sus socios y rivales electorales del SPD, además de realizar la proeza equivalente a la fundación de la República de Bonn del primero y de la unificación del segundo, que en su caso solo podría ser dar a Europa el primer gobierno político del euro.



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19 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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No hay que esperar al choque de trenes

Hay algunas cosas que deberían saber quienes quieran resolver el conflicto con Cataluña si es que efectivamente hay alguien que quiera resolverlo. Artur Mas tiene mucha responsabilidad personal en lo ocurrido. Ha cometido muchos errores. Pero no ha sido Mas quien ha creado el problema. Ni siquiera ha sido Convergència. Si acaso han contribuido a empeorarlo. Pero no han sido los únicos. En el capítulo de los errores habría que contar también con otros: por ejemplo, quienes instalaron mesas petitorias para celebrar una consulta contra el Estatuto catalán, instigaron el boicot a los productos catalanes o presentaron el recurso ante el Tribunal Constitucional. No tan solo Aznar, claro está, también Rajoy. Y muchos más que han contribuido al desvarío. Seguro que no es difícil documentar manipulaciones en los medios y esfuerzos de adoctrinamiento en las escuelas catalanas. Pero la denuncia de estas intromisiones gubernamentales en la sociedad catalana, sean imaginadas o sean reales, no cambiará en nada la realidad de la decantación de la opinión pública en favor del derecho a decidir ni mitigará la fuerza del independentismo. Sin contar por descontado con las manipulaciones en los medios y en las escuelas del otro lado, tan perfectamente documentadas como las anteriores por sus respectivos adversarios, y que al final explican muy poco: a fin de cuentas los jóvenes antifranquistas salieron del adoctrinamiento franquista. El catalanismo ha sido hasta ahora pactista y moderado, comprometido en la democracia y en la estabilidad españolas, algo que algunos solían interpretar de forma malévola y arrogante como síntoma de un tipo de acción acomplejada y débil, insuficientemente obstinada y consecuente. Ahora hay que reconocer, al parecer, que ?los catalanes van en serio? y que están dispuestos a que todo vaya mucho peor antes de que vaya mejor, aunque probablemente ninguno de los dos juicios advierte la seriedad del catalanismo en toda su historia centenaria ni la vocación pactista y moderada de muchos de los que se sienten actualmente arrastrados hacia un callejón sin salida. Es posible, y probablemente muy necesario, desnudar el problema de los personalismos y de las culpabilizaciones fáciles. Ahora se trata de resolver, a ser posible definitivamente y cuanto menos para la próxima generación, lo que quedó pendiente y en una nube de ambigüedad en la negociación de la Constitución. Y esto consiste en saber si España es capaz de seguir aceptando como parte integrada de sí misma a Cataluña con su lengua, su personalidad diferenciada y su voluntad de autogobierno o si no hay más remedio que reconocer lo contrario, que se trata de realidades incompatibles y de suma cero, de forma que lo que añades a una lo restas a la otra y viceversa. Eso sería la nación de naciones, la España plural o el federalismo plurinacional, también la Espanya Gran de Prat de la Riba y Cambó, objetos identificados en la actualidad como obsoletos, desconocidos o incluso indeseables por unos y otros. O dicho de otra forma: el final del café para todos y el regreso al proyecto inicial de la Transición de reconocimiento de las nacionalidades históricas. Cataluña no es ni puede ser como Murcia, aunque el presidente Valcárcel se sienta autorizado a tachar de fascistas a los independentistas catalanes. Si estamos por la primera hipótesis, mejor que nos pongamos a dialogar y pactar lo antes posible, no fuera caso que los malentendidos y las tensiones nos conduzcan finalmente a la segunda. Si estamos ya en la segunda, como muchos nos tememos y algunos desean fervientemente, entonces es obligado que respondamos a una pregunta muy sencilla antes de que pasemos a la siguiente fase: ¿cómo se piensa gobernar este país en el futuro con una parte de su territorio y de su población, 7,5 millones de ciudadanos, 19% del PIB, un tercio de las exportaciones, en permanente estado de desafección y de alejamiento electoral respecto a los dos partidos de Gobierno en España y con una abierta expresión, cada vez que se convoca a las urnas, de una creciente voluntad de constituirse en Estado independiente? Habrá quien quiera resolverlo a garrotazos. Quien esté imaginando este camino debe saber también que quien va a perder de forma súbita y estrepitosa será quien cometa la primera falta. Esta es una regla de juego no escrita que al parecer no saben algunos independentistas, pero sí la sabe el presidente Mas. Tampoco la saben los gatos al agua ni los santos neofalangistas, pero la sabe muy bien el presidente Rajoy. A la primera ilegalidad que cometa alguna autoridad o institución catalana su causa estará ya perdida, sobre todo para la fase llamada de internacionalización: la solidaridad entre socios europeos, la exigencia de estabilidad no tan solo monetaria sino política y social, y el respeto al Estado de derecho caerían sobre las cabezas de quienes jugaran a romper la regla de juego y a situarse fuera de una construcción cimentada en la cooperación entre Estados democráticos y en el derecho. Pero exactamente lo mismo vale para el Gobierno central: suspender la autonomía o encarcelar al presidente Mas, como aúlla la caverna, sería entregar una baza preciosa al independentismo. Porque ni la UE ni la comunidad internacional se quedarían con los brazos cruzados ante el abuso de corte balcánico y serbio por parte de la España centralista de siempre con la pequeña Cataluña democrática y republicana. Declarar la independencia como inevitable es tan osado como declararla imposible. Ambos son dos actos de lenguaje con funciones más próximas a la superstición que al conocimiento racional. La palabra así utilizada actúa como una rogatoria para que llueva, es decir, para afirmar un deseo. Aunque es verdad que aplicada con intención negociadora también busca funciones disuasivas sobre el adversario. Todos sabemos que nada está escrito y que los lodos de mañana vendrán de los polvos de hoy. Nada hay imposible en política y todo es evitable cuando sabemos aprovechar la oportunidad que nos ofrece la fortuna y ponemos la inteligencia y el empeño necesarios. O así debiéramos comportarnos si todavía conservamos una chispa de esperanza en la libertad política y en la fuerza de la voluntad democrática. Si nada se hace para regresar al territorio donde se fraguan los pactos y los consensos, no puede descartarse ninguna de las dos hipótesis más extremas: ni que los independentistas se encuentren con el peor negocio de la historia para ellos y para todos los catalanes, es decir, compuestos con menos autonomía y sin el novio de la independencia; ni que sus adversarios se vean obligados a tragar con una consulta y con una negociación sobre el estatus futuro de Cataluña, incluida la eventualidad de la independencia, después de haberse negado a una y otra cosa con el propósito de regresar a su España unitaria de siempre. Entre tanto, sin embargo, queda muy corta la idea de la suma cero entre dos realidades que se declaran por esencia incompatibles y se fastidian una a la otra tanto como pueden y cada vez que tienen ocasión de hacerlo. Corresponde hablar de sustracción como operación opuesta a la capacidad inclusiva de una España capaz de aceptar a Cataluña tal como es: su resultado final es menos España y también menos Cataluña, disminuidas ambas tanto dentro como fuera, justo en el instante en que el poder en el mundo se desplaza desde el Atlántico al Pacífico y cuando los europeos entramos en una etapa de peligrosa irrelevancia. Por tanto, una sencilla pero eficaz contribución a nuestra decadencia. Esto es lo que ya está ocurriendo y lo que va a intensificarse, a menos que medie un golpe de timón que nos devuelva a todos la cordura, sin necesidad de esperar a que se produzca el profetizado y tan enigmático choque de trenes. De hecho, a poco que reflexionemos veremos que no hace falta esperar al choque de trenes; ya se produjo. Y lo peor es que no ha sido el hijo de dos voluntades fuertes sino del encontronazo entre dos debilidades que se afirman en su empecinamiento.



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18 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fénix político

Italia siempre guarda sorpresas. Es proverbial su carácter de laboratorio político. Todo lo que ocurre en el mundo ha sucedido mucho antes en Italia o, incluso, en la antigua Roma. Ojo avizor, por tanto. Ahora mismo el Partido Democrático, surgido de los restos de la Democracia Cristiana y el Partito Comunista, acaba de celebrar sus terceras elecciones primarias abiertas para elegir secretario general y a la vez candidato a la presidencia del Consejo de Ministros. Y ha sido todo un éxito: este pasado domingo fueron a las urnas casi dos millones y medio de ciudadanos, con el único requisito de pagar dos euros para los gastos electorales y comprometerse a sostener al partido en las elecciones. Nada sustituye a unas buenas elecciones competitivas, en las que cada candidato tiene que espabilarse para convencer a los electores. Lo saben bien quienes no las tienen. Las urnas no lo son todo, pero sin las urnas fácilmente se llega a la nada política, es decir, a la partitocracia que concede el poder a la cúpula dirigente de cada formación o incluso a la dictadura. Lo han comprobado los italianos y lo han hecho en un momento paradójico. Cuando el PD celebra sus terceras primarias ?a la tercera va la vencida?, después de la incapacidad para alcanzar el Gobierno de los vencedores en las dos anteriores, Walter Veltroni en 2007 y Pier Luigi Bersani en 2009, resulta que quien preside el Consejo de Ministros es un destacado diputado del PD como Enrico Letta, aunque no gracias a una victoria en las urnas, sino por el empeño del presidente de la República, Giorgio Napolitano, de 88 años, en favor de la estabilidad y por la división de la derecha, tras el fracaso de Berlusconi, de 77, con sus amenazas de derribar al Gobierno. Así es como en poco tiempo Italia ha emprendido un giro desde la gerontocracia hacia el rejuvenecimiento. El alcalde de Florencia y vencedor de las primarias, Matteo Renzi, tiene 38 años. Enrico Letta, 47. Y 43 el vicepresidente, Angelino Alfano, que fue mano derecha de Cavaliere antes de ser la mano que le estranguló como líder. Punto en común, todos tienen sus orígenes en la Democracia Cristiana, tanto los dos del PD como quien fue número dos de Berlusconi y ahora es el número uno del Nuevo Centroderecha. Renzi es además un político poco convencional, va a por todas y está dispuesto a barrer todo lo viejo. El PD, por su parte, necesita la mayoría de gobierno que hasta ahora se le ha negado. Apunta así el viraje hacia un sistema menos fragmentado, con dos partidos que se turnan como sucede en la Europa vecina. Esos políticos en ascenso no son meteoritos caídos del cielo: el actual Parlamento es el más joven y feminizado de la historia. Los que suben son tres exdemocristianos, pero quien protege la estabilidad es un excomunista que ejerce su tutela de viejo rey al borde de la abdicación.



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15 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El significado de la muerte

Unos funerales así son una mina. No se había visto nada igual en muchos años, probablemente desde la muerte de Juan Pablo II en 2005. Nunca en la historia se habían reunido tantos jefes de Estado y de Gobierno fuera de la asamblea general anual de Naciones Unidas en Nueva York. Nunca un país como Sudáfrica, marginado por la comunidad internacional cuando España ya se incorporaba a las instituciones europeas y occidentales, había experimentado como ahora, 25 años después, unas jornadas de tanto protagonismo en la escena mediática y diplomática global. Es el último servicio que suelen rendir los grandes personajes, justo en el momento en que desaparecen. Su vida queda proyectada hacia el futuro y sus deudos, sus conciudadanos, reciben los beneficios de su legado en prestigio ante el resto del mundo. Será difícil o deberán pasar muchos años para que Sudáfrica vuelva a brillar y a influir como lo ha hecho hasta ahora mismo gracias a Mandela. De hecho, en el súbito y último fulgor que ha proporcionado el anciano líder con su desaparición, hay también algo de desposesión del legado en beneficio del resto de la humanidad, recogido por la muchedumbre de mandatarios de todo el mundo y especialmente por Barack Obama, el dirigente que mejor y menos convencionalmente interpretó en la ceremonia el significado de la celebración. No hay ambigüedades en el legado de Mandela, tal como se encargó de subrayar el presidente de los Estados Unidos respecto a quienes alaban su lucha por la libertad pero no toleran disidencia alguna en sus países. Ahí estaba toda una colección de déspotas que le apoyaron en su lucha, dispuestos a sacar por última vez algo de partido de una imagen ejemplar que no les pertenece; empezando por el que más destaca, Robert Mugabe, el presidente de Zimbabue, que ha conseguido convertirse en el modelo rabiosamente contrario de Mandela, y siguiendo por Raúl Castro o Teodoro Obiang. Junto a ellos, también hay que contar a quienes se desentienden, los representantes de segunda fila de los gobiernos que prefieren navegar en el mundo globalizado lejos de un legado que les incomoda. China mandó a un vicepresidente que ni siquiera forma parte de la heptarquía del comité permanente del Politburó. Irán limitó su representación a un vicepresidente. Israel la rebajó al presidente del Parlamento. Y Rusia mandó a la presidenta de su inutilísimo Senado. Como en todo gran acto social de este tipo, todo tiene su significado y todo requiere una mirada atenta y detallista. El protocolo, las asistencias y las ausencias, quienes se saludan y quienes eluden el encuentro. Los gestos y las miradas. Las palabras pronunciadas en público y las condolencias murmuradas al oído. Los cánticos y los vestidos, por supuesto. Y no digamos ya la envergadura del espacio donde se celebra la ceremonia, la disposición del público y los rezos y sermones de los oficiantes. No se trata de detalles ni de anécdotas. Con la muerte, que nos vacía de significado, todo se llena de significado. Y, en particular, cuando quien muere ocupa un lugar central en la narración entera de una época como ha sido el caso de Mandela.



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12 de diciembre de 2013
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El Boomeran(g)
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