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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Amiga de los jóvenes

Quien hasta ahora ha sustentado el título de alcalde de Florencia no tiene que salir del edificio donde ha trabajado en los últimos cuatro años si quiere encontrarse de frente con el rostro del autor de unas viejas frases que vienen al pelo para definir ese carácter suyo tan impaciente, que le convertirá en pocas horas en presidente del Consejo de Ministros: ?Es mejor ser impetuoso que circunspecto, porque la fortuna es mujer, y es necesario, queriéndola doblegar, arremeter contra ella y golpearla. Y se ve que se deja vencer más fácilmente por estos que por los que actúan con frialdad; ya que siempre, como mujer, es amiga de los jóvenes, porque son menos circunspectos, más feroces y la dominan con más audacia?. Que nadie se alarme por su terrible machismo. Fueron escritas hace 500 años, en 1513. Su autor tuvo despacho en el ahora denominado Palazzo Vecchio, antaño sede del Gobierno de la República de Florencia. Ahí es donde se halla el busto de Nicolás Maquiavelo, autor de las frases y del libro que las contiene, El príncipe, en las que está todo del actual drama: Matteo Renzi, de 38 años, apresurado, ambicioso; Enrico Letta, de 47 años, frío, reservado; y la Fortuna, pintada como mujer, la oportunidad que Renzi, buen lector de Maquiavelo, ha sabido aprovechar. Letta ha durado 10 meses, suficientes para sacar del escenario a Berlusconi, de 77 años, el presidente del Consejo que más tiempo ha durado en las dos últimas décadas; y también quien menos ha gobernado, concentrado en defender sus intereses y resguardarse de la justicia. Letta hizo lo más difícil, echarlo, pero no ha tenido tiempo para cambiar esa Italia idéntica a sí misma. Esa es la ambición que Renzi exhibe ahora, hasta convertirle en un bólido sin freno. No es diputado, no tiene mandato democrático ni mayoría parlamentaria propia, pero cuenta con la oportunidad que le da su liderazgo del Partido Democrático, alcanzado en las primarias abiertas. La impaciencia le ha podido y se ha decidido a alcanzar el Gobierno para intentar asentarse luego con una mayoría propia, en vez de la imposible geometría actual de las alianzas y transversalidades. Es el clásico envite maquiavélico: pudo esperar con una estrategia para llegar al Gobierno después de pasar por las urnas, pero percibió que tenía el poder al alcance de la mano y que bastaba un empujón para obtenerlo. Es el tercer intento tras la catástrofe: Mario Monti, Enrico Letta, Matteo Renzi, cada uno más joven que el anterior, y todos políticos de calidad si se les compara con el viejo caimán que todavía se arrastra por los pasillos del poder para seguir condicionando la vida italiana. Si atendemos a los antecedentes, Renzi será uno más en la cadena que combina inestabilidad e inmovilismo, y caerá tan rápidamente como ha ascendido. Saber durar y a la vez reformar es la doble e improbable tarea de gobierno con que debe marcar la diferencia. 



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15 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nacionalismos europeos

Los nacionalistas flamencos quieren un techo más alto de poder para autogobernarse pero no quieren saber nada de consultas ni quimeras independentistas. Los escoceses se conformarían con mayores cotas de autogobierno, sobre todo fiscal, pero se han visto obligados a optar entre independencia y status quo en razón de su acuerdo con Londres sobre el referéndum. Y los catalanes se concentran casi exclusivamente en promover una consulta sobre una independencia que Madrid rechaza de plano, aun a costa de relegar a un segundo término la defensa de su considerable nivel de autogobierno ante la ofensiva recentralizadora lanzada por el Gobierno de Rajoy. Si el Scottish National Party se plantea salir del Reino Unido es en buena parte porque Londres flirtea a su vez con salirse de la Unión Europea, lugar de donde los escoceses no quieren salirse nunca, con Reino Unido o sin él. La cuestión europea condiciona también a la Nueva Alianza Flamenca, que aplaza sine die el independentismo y apoya la confederación gracias a que cuenta con Bruselas, la capital de Europa, dentro de su territorio, factor crucial, junto a la corona, para mantener unidos a los belgas. El independentismo catalán, en cambio, quiere dar por imposible la salida de Europa, pese a que las evidencias jueguen en sentido contrario, hasta el punto de que una eventual separación unilateral solo podría materializarse al precio de quedar fuera de la UE, circunstancia de dificil sino imposible aceptación por parte de una ciudadanía profundamente europeísta. La unión de los belgas es la más reciente y precaria, pero la que menos peligro de ruptura ofrece. La de los escoceses y los ingleses es tan antigua como la de los catalanes y castellanos, aunque distinta: la primera fue fruto de un pacto y la segunda de una guerra. Aunque es más fácil deshacer los pactos que regresar a la situación anterior a una guerra, cosa que normalmente solo se resuelve con otra guerra, como ha recordado el historiador Josep Fontana, no parece que el referéndum escocés vaya a desembocar en la separación. Nadie quiere guerras ahora, aunque estemos en tiempo de contiendas geoeconómicas que también producen víctimas y dominación de unos sobre otros. Y además son pocos los que quieren abrir las puertas a una fragmentación que liquidaría la unión cada vez más estrecha entre los pueblos europeos, dada la potencial y bien larga lista de espera: Galicia, Euskadi, Bretaña, Alsacia, Padania, Córcega, Cerdeña, Frisia, Südtirol ? Terminar con la UE está en el programa de los populistas ultras como Geert Wilders en Holanda o Marine Le Pen en Francia, pero no de los nacionalismos más serios de cuantos hay en Europa, que encontramos en Escocia, en Flandes y en Cataluña. De lo que se deduce que los tres seguirán trabajando por la unión y no por la separación de los pueblos y los ciudadanos europeos.



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8 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Poderosa y responsable

El ministro polaco de Exteriores, Radoslaw Sirkorsi, acuño hace un par de años una frase que ya es célebre: "Temo menos el poder de Alemania que la inacción de Alemania". Berlín se ha labrado una justa fama de superpotencia reticente, que vacila a la hora de ejercer el poder que corresponde a su tamaño y a su responsabilidad, como ha demostrado en el lento rescate de los países endeudados y en la reluctante construcción de la unión bancaria. El momento más visible de su inhibición se produjo durante la crisis libia, en 2011, cuando se abstuvo en la votación del Consejo de Seguridad y quedó al margen de la intervención aérea de la OTAN contra Gadafi. Ahora llega al fin la respuesta, en boca del presidente de la República, Joachim Gauck, casi en forma de eco: "Alemania se ha beneficiado especialmente del actual orden global abierto y es también vulnerable a cualquier disrupción del sistema. De ahí que las consecuencias de la inacción pueden ser tan serias o peores que las consecuencias de la acción". Lo ha dicho el pasado fin de semana en la Conferencia de Seguridad que se reúne anualmente en Munich desde hace 50 años, en la que la ministra de Defensa del nuevo Gobierno de coalición, la democristiana Ursula von der Leyen ha señalado que "la indiferencia no es una opción para Alemania, puesto que como potencia económica y país de tamaño considerable tiene un extraordinario interés en la paz y la estabilidad"; frase remachada por el de Exteriores, el socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, cuando ha asegurado que "Alemania debe estar preparada para compromisos urgentes, decisivos y sustanciales en el campo de la política exterior y de seguridad". Alemania está virando y ello se debe a dos circunstancias: una nueva realidad geopolítica que demanda un mayor protagonismo al mayor socio europeo y la desaparición por mera ley de vida de la mala conciencia alemana que bloqueaba hasta ahora la adopción de nuevos compromisos. Circunstancias análogas concurren también en el cambio de política que está realizando la primera superpotencia, cansada por sus dos guerras y desorientada respecto a su papel en el mundo; como concurren en la dificultad europea para existir en la seguridad mundial, o también en las actitudes más afirmativas y desenvueltas, peligrosas incluso, de otros países, especialmente Japón y China, respecto a las restricciones impuestas por ellas mismas en el pasado. El paso que está dando Alemania tendrá consecuencias en la UE y en la OTAN. Berlín no quiere tan solo más protagonismo sino mayor compromiso de todos en la seguridad europea. Su gesto coincide con una cierta quiebra de confianza con Washington en razón del espionaje digital. Esta es la mejor Alemania de toda la historia, subraya el presidente Gauck, un buen argumento frente a quienes siempre tienen a punto la película de nazis para seguir en la inhibición, aunque hay algo que no cuadra: si a la mejor Alemania no la acompaña la mejor Europa, el desequilibrio de poder resultante también será una inquietante anomalía.



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6 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Espejos para 2014

Cada tiempo busca y a veces encuentra sus propios espejos históricos con el auxilio de la magia irracional de las cifras redondas. Hace 1.200 años murió Carlomagno. Hace 300 el duque de Berwick cercó y venció a la Barcelona que se resistía militarmente al nuevo rey Felipe de Borbón. Doscientos han pasado desde que el biznieto del anterior, Fernando VII, revocara la Constitución de Cádiz, la primera en adoptar el principio de la soberanía nacional en España. Solo cien, desde que empezó la Gran Guerra Europea, bautizada posteriormente como Primera Guerra Mundial. El mismo período de tiempo, un siglo, ha transcurrido también desde que Cataluña obtuvo el reconocimiento de su personalidad y de su unidad territorial, justo dos siglos después de perderlas, mediante una institución como la Mancomunidad, que agrupó a las cuatro diputaciones provinciales y sentó las bases de la Cataluña autogobernada en distintos períodos del siglo XX y XXI. La fecha de 1914 es también la que marca el inicio del siglo XX corto, tal como lo caracterizó Eric Hobsbawn, que abarca hasta 1991, cuando colapsa la Unión Soviética, e incluye tres guerras mundiales, dos terribles y calientes y una tercera fría y heladora para la mitad de Europa, paralizada y sometida entre los brazos del oso soviético. Tras un siglo XIX plenamente europeo, el XX es todavía una época de dominio occidental, en la que Europa cede el testigo a Estados Unidos y el eje geopolítico y económico del planeta se traslada desde el centro del continente europeo hacia el mundo atlántico. No sabemos cómo serán las hegemonías del siglo XXI, pero ya somos testigos de una desoccidentalización acelerada y del desplazamiento del pivote mundial del Atlántico al Pacífico. Los europeos echamos la vista atrás en busca de espejos del pasado, entre otras la fecha trágica que marca el inicio en propiedad de nuestro siglo XX, sin tener en cuenta algunas reflexiones tan elementales como claras de muchos intelectuales asiáticos de nuestros días. Asia no existe, es un invento occidental. Europa, una pequeña península en el extremo occidental del enorme continente euroasiático. China, finalmente, representa la tercera parte de la humanidad que recupera la fuerza de su tamaño y de su peso tras casi dos siglos de eclipse. Estas frases las escuché hace apenas dos semanas en Barcelona en el seminario anual sobre paz y seguridad en el siglo XXI, que desde hace doce años organiza en Barcelona el CIDOB, nuestro brillante y primer think tank, y que estuvo dedicado en esta ocasión a Asia oriental. Los espejos europeos, y en concreto el de 1914, tan eficaces para explicar las cosas de occidente, no lo son tanto para las de oriente. Para esos asiáticos que solo existen a ojos occidentales, vale el siglo XX largo. Empezó en 1905, en la batalla naval del estrecho de Tsushima entre rusos y japoneses, cuando "por primera vez desde la Edad Media, un país no europeo venció a un poder europeo en una guerra mayor", según asegura el ensayista indio Pankaj Mishra en su libro 'From the Ruins of Empire. The Revolt againts the West and the remaking of Asia'. La culminación del siglo XX asiático también deberíamos situarla bastante más acá, tras la disolución de la URSS, quizás en el 11-S en que cayeron las torres gemelas, de nuevo en un ataque antioccidental de enorme trascendencia y envergadura; la guerra global contra el terror de Bush; la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, el primer presidente negro, más acorde con el perfil mestizo de los países emergentes y del mundo global; o incluso la crisis del euro. En todo caso, entre 2001 y 2010. La fecha de 1914 está inspirando a los europeos de cara a revisar el estado moral de sus sociedades y sus gobiernos respecto a los males que nos aquejaron entonces. Pero a la vista del actual paisaje geopolítico, no le falta razón al primer ministro japonés, Shinzo Abe, cuando la evoca para pensar en Asia, donde crece el gasto militar, hay una zona de creciente fricción bien definida en el Mar de la China, no hay instituciones multilaterales y también proliferan los políticos sonámbulos que tuvimos los europeos hace 100 años y que Cristopher Clark ha convertido en el motivo de su libro del mismo nombre ('The Sleepwalkers. How Europe went to War in 1914'). Shinzo Abe no ve el peligro del sonambulismo en Europa sino en su vecindario. No quiere que Asia empiece su siglo como Europa terminó el suyo, el XIX, hace cien años. Respecto a la fecha catalana, ese 1714 tan inspirador, basta con recordar que hace tres siglos entre China e India concentraban más de la mitad del PIB mundial, prueba de que no son países que emergen sino que recuperan el peso que corresponde a su tamaño. Las celebraciones suelen ser engañosas. Puede darse el caso de que creamos que estamos conmemorando nuestra grandeza y nos encontremos en cambio que solo estamos subrayando nuestra insignificancia.



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3 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Tunecinos y españoles

No basta con alcanzar la libertad. Hay que asegurarla y organizarla. Esta segunda tarea, tan o más difícil que la primera, requiere de una constitución, el marco legal que incluya a todos los que la han obtenido e incluso a quienes la combatieron y están dispuestos luego a aceptarla. Para constituirse en una sociedad política libre hay que hacer dos cosas, ambas difíciles: alcanzar la libertad y luego organizar sólidamente su ejercicio. Las coaliciones para romper con las dictaduras suelen ser extensas y relativamente fáciles de armar. Más difícil es convertirlas luego en la base ancha y estable de un consenso constitucional en el que todos quepan y que pueda superar las pruebas del tiempo. Los tunecinos han sabido hacer ambas cosas, alcanzar la libertad y ahora organizarla, no sin dificultades y penalidades, que han incluido brotes terroristas y dos asesinatos políticos. No hubo tregua de las viejas fuerzas de la dictadura pasada ni de las nuevas de las dictaduras futuras que ya asoman. Afortunadamente ha sido más fuerte la disposición al pacto, sobre todo por parte del islamismo político y de la izquierda laicista, exactamente las fuerzas contrapuestas que no han sabido acordar posiciones en Egipto. Cuando todos ceden, como han hecho los tunecinos, todos también ganan. Ceder no quiere decir renunciar a las propias ideas, sino aplazar la confrontación o someterla a otros ritmos, transacciones o arbitrajes. La nueva constitución tunecina, aprobada por una holgadísima mayoría cualificada parlamentaria, ofrece un lugar preeminente al islam, pero a la vez defiende los principios de la laicidad. Cuando no haya acuerdo, que no lo habrá en algún momento, decidirá el Tribunal Constitucional. Tres años ha tardado en llegar, pero el resultado es ejemplar, sobre todo para quienes todavía pugnan por la libertad en el mundo árabe, a los que ofrece un espejo donde mirarse. Establece una república presidencialista inspirada en el modelo francés, pero equilibrada con una cierta bicefalia en la cúpula del Estado y una fuerte división de poderes. Pocas constituciones en el mundo protegen los derechos de la mujer y ninguna en el mundo árabe la libertad religiosa como lo hace la tunecina. Para que las constituciones duren hay que echar primero unos buenos cimientos, como han hecho los tunecinos; luego hay que cuidarlas. Quizás los tunecinos han encontrado alguna inspiración en la Constitución Española, cuando los españoles alcanzamos y constituimos una libertad que incluía a todos. En el futuro también debieran buscar inspiración en nuestro contraejemplo, cuando aquí hemos dejado de cuidarla y cultivado el disenso y la polarización en vez de ir renovando y refrescando aquel pacto constitucional que proporcionó al mundo una sorpresa similar a la que están dando ahora los tunecinos.



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1 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La cabeza del tirano

La negociación no siempre es lo contrario del enfrentamiento. A veces es su complemento. Eso es lo que sucede en la conferencia de paz que ha empezado esta semana en Suiza con el objetivo de terminar la guerra civil en Siria bajo los auspicios de Naciones Unidas y la presencia de representantes tanto del régimen de Bachar el Asad como de parte de la oposición armada. El régimen nada espera de esta negociación, a excepción de la compra de tiempo. Lo compró cuando usó las armas químicas con el efecto de una resolución de Naciones Unidas para su destrucción que ha bloqueado la eventualidad de un ataque como el que terminó con Gadafi. Y lo compra ahora cuando va a sentarse con la oposición para rechazar la idea de un Gobierno de transición con la presencia del propio asesino en jefe que es Asad. Su partida es para la oposición un requisito previo, objetivo que coincide con el de Arabia Saudí y Catar, y por supuesto Estados Unidos y la Unión Europea. La cabeza de El Asad es una baza de enorme valor, hasta el punto de que su aparición en la mesa de juego ha impedido la presencia de Irán. Para que el régimen de los ayatolás fuera admitido en Ginebra era imprescindible que aceptara la deposición del responsable máximo de los 130.000 muertos, los ataques químicos, los millones de desplazados y del horror de las imágenes de esos 11.000 cuerpos salvajemente martirizados que Catar ha documentado en vísperas de la conferencia. Hasan Rohaní, el presidente aperturista de Irán, no ve las cosas así, tal como ha explicado en el Foro de Davos, en la misma Suiza, donde ha proseguido la ofensiva diplomática que acompaña a su hasta ahora exitosa negociación nuclear y al progresivo levantamiento de las sanciones occidentales. Rohaní actúa bajo la vigilancia de los poderes fácticos, es decir, el líder supremo, Alí Jamenei, y los Guardianes de la Revolución, preparados para ceder por intereses económicos en el programa nuclear, pero no a perder su área de influencia en Siria y Líbano. Su interés es una alianza de todos contra el terrorismo de Al Qaeda, cada vez más poderoso dentro de la oposición armada siria. Está visto que nada sirve mejor a El Asad que el sangriento protagonismo yihadista. La eventual creación de corredores humanitarios, los intercambios de prisioneros y la declaración del alto el fuego en determinadas ciudades bastan para justificar la conferencia. Pero lo que reúne a los 40 países participantes es la cabeza del tirano, unos para salvarla y otros para cortarla. En cuanto pierda valor ante quienes lo sostienen, Rusia el que más, se convertirá en moneda de cambio y permitirá el desenlace del conflicto. Y esto, al final, es solo cuestión de tiempo. El problema es saber cuánto le queda a Siria para que no se hunda en el vendaval de sangre y fuego de esta guerra civil que va a cumplir ya tres años.



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25 de enero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Parias de la tierra

El común de los mortales cumple con las reglas de juego, que se establecen en el ámbito de los Estados: ahí pagan impuestos o ejercen sus derechos ciudadanos, cuando los tienen, o acaso son castigados en caso de infracción. El puñado de los privilegiados, en cambio, solo se somete a las leyes de la naturaleza que funcionan en su ámbito habitual, el mundo global, donde no hay impuestos, no se rinden cuentas y cabe incluso condicionar e imponer la propia voluntad a los ámbitos inferiores. Cuando se producen desequilibrios, léase una crisis, las facturas llegan al ámbito donde hay reglas de juego, pero se escapan donde se juega sin ellas, en función meramente de la fuerza, es decir, el poder económico. Los recortes del Estado de bienestar, la pérdida de derechos y el empobrecimiento solo afectan a las mal llamadas clases medias, mientras que los más ricos se escapan enteros de las crisis e incluso las utilizan para incrementar su riqueza. Resultado de la doble y dispar estructura es la creciente desigualdad y la quiebra de las democracias, tal como sugiere el informe elaborado por Intermón Oxfam por encargo del Foro Económico Mundial en vísperas de su reunión anual de Davos. Ya hemos visto esas cifras escandalosas: 83 personas acumulan la misma riqueza que los 3.500 millones que componen la mitad más pobre de la población mundial; 20 españoles tienen tanto como el 20 por ciento de los más pobres; y la mitad de la riqueza mundial está en manos del uno por ciento del conjunto de la población. El informe que llega a la cumbre de Davos tiene un título elocuente y sintético: Gobernar para las élites. Secuestro democrático y desigualdad económica. La paradoja del siglo XXI es que donde mejor funciona este esquema es donde manda desde hace más tiempo un partido que asegura perseguir el objetivo de la sociedad socialista. Nadie ha alcanzado mayor perfección en la organización de esta dualidad política y económica como la élite comunista que dirige la segunda potencia mundial que es China. Su sistema de partido único, derivado de la tradición leninista y estalinista, garantiza el orden en el país más poblado del mundo y contribuye así al mejor funcionamiento de la economía global. En vez de condicionar la democracia, como hacen sus iguales occidentales, ellos optan más sencillamente por abolirla. Los paraísos fiscales y la globalización financiera son piezas esenciales para tal sistema, que convierte a la vanguardia de los parias de la tierra en los colegas multimillonarios del gran capitalismo occidenta. Todas las generaciones de líderes comunistas están representadas en este grupo selecto de potentados que eluden el engorroso control del Estado. Todas las tendencias dentro del partido tienen sus tentáculos en las tramas empresariales globales. Incluso una nieta de Mao Zedong, el fundador de la República Popular y célebre autor de Sobre la contradicción, se halla entre esos happy few que habitan el olimpo donde crece la riqueza sin impuestos, controles, redistribución o solidaridad.



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23 de enero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Asuntos exteriores

La internacionalización del conflicto catalán está funcionando al menos en cuatro planos con resultados muy desiguales. En el plano más visible y a la vez volátil, el mediático, Artur Mas ha conseguido buenos efectos, como evidencian sus artículos y entrevistas en los grandes medios internacionales, y más concretamente su capacidad para situar a Cataluña en el mapa y a la consulta en la agenda mediática. Nadie bien informado en el mundo desconoce que Cataluña existe y que su Gobierno ha citado a los ciudadanos a las urnas para el 9 de noviembre para que decidan si quieren independizarse de España, convocatoria que rechaza de plano el Gobierno español. El reconocimiento mediático no tiene correspondencia con el institucional. Nadie ha hecho ni un gesto de complicidad, a excepción de Algirdas Butkevicius y Vladis Dombrovskum, los primeros ministros de Lituania y Letonia, que expresaron su simpatía poco después del 11 de septiembre de 2013, aunque rectificaron inmediatamente a petición de las autoridades españolas. No sirve la abierta complicidad de Roberto Maroni, presidente de la región de Lombardía. Unas palabras crípticas de Ban Ki-moon o una frase elíptica de David Cameron acerca de Gibraltar han hecho depaliativo ante el vacío; como el silencio de Obama ante la pregunta a Rajoy en la Sala Oval, interpretado por los portavoces soberanistas como una forma de tácita aquiescencia. Quien no se contenta es porque no quiere. La arquitectura de las instituciones internacionales entera es propiedad y obra de los Estados nacionales, socios que se protegen entre sí cuando se trata de la soberanía. Aun más lo es la arquitectura europea, en la que las instituciones comunes, como la Comisión, no pueden hacer paso alguno porque no tienen competencias. Al soberanismo le gustaría que las instituciones europeas, e incluso los Gobiernos con mayor peso, como el alemán, se vieran obligados a tomar cartas en el asunto como árbitros en una negociación. En el momento en que esto sucediera habría ganado la partida, porque se encontraría reconocido en el mismo plano que el Gobierno español. El problema es que algo muy grave debería ocurrir para que el conflicto dejara de ser un asunto interno y se convirtiera en europeo. La única posibilidad de que Bruselas y Berlín se ocupen de ello es que se halle en peligro la estabilidad del euro y el futuro de la Unión Europea, algo por lo que los dirigentes catalanes no recibirían precisamente elogios y que ellos mismos rechazan tajantemente. Esta es una contradicción que incide en el tercer plano de la internacionalización, el del dinero. El Gobierno catalán quiere dar la máxima seguridad a empresas e inversionistas, tanto de su permanencia en el euro y en la UE como del respeto de los contratos y acuerdos firmados. Artur Mas puede que haya tenido momentos de ambigüedad respecto a la legalidad de la consulta, pero es rotundo en cuanto a la seguridad jurídica cuando habla con empresarios y hombres de negocios extranjeros. A pesar de todo, la internacionalización ha empezado en este capítulo. Moody's ya ha hablado. Y con claridad. Nadie se atreve a discutir la viabilidad económica y política de una Cataluña independiente ni sobre la obligada facilidad con que debería encajar en la UE. Para la agencia de calificación, sin embargo, la mera posibilidad de que Cataluña pueda separarse desanima las inversiones extranjeras y los negocios. Para que nadie se confunda, Moody's recuerda que Cataluña incluye a Barcelona y representa el 19% del PIB español. Malo para España y malo para Cataluña, por más que se esfuercen quienes son capaces de convertir el proceso en una fuente de beneficios para todos, españoles y catalanes. La respuesta de Andreu Mas-Colell, sabio en Economía además de consejero con este título, es que la mejor forma de evitar el riesgo es autorizar la consulta. No se lo dice a Moody's, sino al Gobierno español, y es un argumento que no desalentará a las agencias de rating para que sigan evaluando las consecuencias del camino de la independencia en la solvencia y en la credibilidad de Cataluña y de España. Hay un cuarto nivel, ahora sin apenas consecuencias, pero de trascendencia estratégica. Es el de la sociedad civil internacional, el conjunto de instituciones no gubernamentales y think tanks que siguen la actualidad mundial desde sus ópticas especializadas, en defensa de los derechos humanos o las libertades políticas unas, otras con objetivos de análisis y reflexión política. No ha querido saber nada con el asunto Amnistía Internacional, a la que los organizadores del Tricentenario intentaron implicar en una de las celebraciones. Apenas hay atención entre los think tanks: Cataluña no sale por ningún lado en las evaluaciones de riesgos y tensiones para 2014, como máximo al final del párrafo dedicado a Escocia. La distancia que hay entre el mundo intelectual global y Cataluña, salvo contadas excepciones fundamentalmente canadienses, es inmensa. Mayor, incluso, que los 625 kilómetros que separan a la Puerta del Sol de la plaza de Cataluña.



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20 de enero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Basta de excusas

Triste aniversario el de la apertura del campo de detención de Guantánamo. Se produjo hace 12 años, en plena guerra contra el terror, para mantener en detención indefinida y sin juicio a los combatientes enemigos que supuestamente combatían contra EE UU en aquella contienda sin frentes. El 11 de enero de 2002 ingresó el primer detenido en este campo inventado por George W. Bush con el objetivo declarado de eludir las convenciones de Ginebra sobre derechos de los prisioneros de guerra, pero también para evitar juzgarlos bajo la legalidad garantista de EE UU. El resultado es la actual institución monstruosa, que sigue funcionando incluso más allá de la voluntad de los gobernantes estadounidenses. De los 12 años de vida de Guantánamo, los cinco últimos han transcurrido ya bajo responsabilidad de Obama, el presidente que prometió cerrar el campo y que incluso firmó una orden ejecutiva a los dos días de tomar posesión, pero ha terminado asumiendo su existencia, hasta el punto de que a él se debe la reinstalación de comisiones militares o consejos de guerra secretos y sin garantías para juzgar a los detenidos. El balance no necesita comentarios respecto a la enorme falta cometida contra el Estado de derecho y las libertades individuales por la Administración republicana de Bush y continuada por la demócrata de Obama. Han pasado por el campo 779 hombres, 22 de ellos menores de edad en el momento de su detención. Según el Centro para los Derechos Constitucionales, institución estadounidense que defiende a los confinados, el 86% fueron comprados a título de sospechosos a las autoridades locales por un valor medio de 5.000 dólares. Hasta ahora han sido liberados o transferidos 624 presos. Siguen allí 155, la mitad ya declarados no culpables, pero sin perspectivas de repatriación o transferencia a otros países. La mayoría, exactamente 88, son de nacionalidad yemení, de los cuales 77 no tienen cargo alguno en su contra aunque permanezcan internados. En su primer mandato, Obama pudo exhibir la oposición del Congreso a las transferencias de detenidos y a su enjuiciamiento en territorio estadounidense. La herencia que entonces rechazaba se ha convertido cinco años después en plenamente asumida y parte del dispositivo de seguridad a su cargo como comandante en jefe. Un buen número de detenidos se hallan ahora en huelga de hambre indefinida y sometidos a alimentación forzosa, circunstancias sobre las que las autoridades responsables han dejado de proporcionar información. Entre los presos restantes, 45 han sido designados sin juicio para la detención indefinida, una pena fuera de todo código nacional e internacional. El Centro para los Derechos Constitucionales mantiene abierta una campaña bajo el lema Basta de excusas, cerrad Guantánamo.



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18 de enero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Egipto no es Túnez

Túnez y Egipto fueron las dos primeras piezas de dominó de la misma hilera de dictaduras que iban a caer una detrás de otra. Tres años después, Túnez sigue siendo la primera, en cabeza solitaria de las transiciones árabes a la democracia, pero Egipto se ha convertido en la última, la que ha regresado a la casilla dictatorial de partida. Acaba de cumplirse el tercer aniversario de aquel 14 de enero, cuando Ben Ali salía en avión a refugiarse en Arabia Saudí y, dentro de muy pocos días será el tercer aniversario de la primera manifestación multitudinaria en la plaza Tahrir en contra de Mubarak. En Túnez está casi listo el borrador de su nueva Constitución como Estado civil, sin referencia a la sharía o ley islámica, que protege la libertad de conciencia y de culto, la igualdad de los ciudadanos ante la ley y la paridad entre hombre y mujeres en las listas electorales. En Egipto, en cambio, la nueva Constitución, tercera que se pone a votación, consolida el poder de los militares que se instalaron en el golpe de 1952 y que nunca han tirado la toalla, ni siquiera en los doce meses de la presidencia del islamista Mohamed Morsi. En Túnez se han batido muchos récords democráticos: primer dictador derrocado, primeras elecciones pluralistas, primer país con gobierno islamista pero también primer partido islamista que abandona el poder sin un golpe de Estado de por medio. En Egipto las plusmarcas son negativas. En violencia política, por supuesto. Incluso en el retroceso allí experimentado en la condición de la mujer, capítulo en el que Túnez está en cabeza de las mejoras. Pero sobre todo, en la virulencia con que los militares han reprimido y perseguido a los islamistas primero y después a todos los que se oponen a su hegemonía. A tres años vista, Túnez no fue el Muro de Berlín. Todavía. Si se mantiene, quizás lo llegará a ser algún día. Pero sin serlo, solo los partidarios de la dictadura como sistema y de la sumisión de los ciudadanos ante los gobiernos pueden aún sostener que mejor les hubiera ido a los árabes sin las revueltas. Es lo que piensan los monarcas de la península arábiga, equivalentes de los nostálgicos del comunismo soviético, pero en su caso no por ideología sino por estricto interés económico. La Primavera Árabe ha cambiado el estatus quo regional: se ha llevado de un plumazo un modelo de dictadura que cuadraba muy bien con las conveniencias occidentales, justo en el momento en que sus detentadores pretendían convertirlas en hereditarias. También ha cambiado el mapa y la correlación de fuerzas geopolíticas: pesan más los actores locales y regionales y menos los occidentales. Arabia Saudí e Irán han avanzado peones. Rusia y China también. Retroceden Estados Unidos y Europa. Turquía, que tuvo una enorme oportunidad al principio, está perdiendo fuelle; por razones internas y propias fundamentalmente. Todos estos cambios están pasando muy severas facturas, es verdad: basta con la guerra de Siria, que pronto entrará en su cuarto año, para hacerlas insoportables. Y, con ella, la guerra civil islámica entre chiismo y sunismo que se extiende. Los profetas del quietismo decían hace tres años que Egipto no era Túnez. Cuando cayó el dictador en el pequeño país tunecino, sin especial peso estratégico en la geopolítica árabe y de Oriente Próximo, decían que no sucedería lo mismo en Egipto, la pieza central de la estabilidad regional. La realidad tardó pocos días en desmentirlos: entonces Egipto fue Túnez, aunque hoy ya no lo sea. "Todos los líderes árabes observan Túnez con miedo, todos los ciudadanos árabes observan Túnez con esperanza y solidaridad", fue una de las frases que más corrió aquellos días por las redes sociales. Valió hace tres años, sigue valiendo ahora.



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16 de enero de 2014
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