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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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El tejido de la explotación invisible

Pocas ramas de la producción industrial reflejan de forma tan inquietante las características de la globalización como el de la fabricación de prendas de vestir. Sus multinacionales utilizan las tecnologías de la información, y especialmente las redes sociales, para organizar la producción, la distribución y la venta según parámetros perfectamente ajustados a los gustos de los clientes y a las variaciones de los stocks directamente a disposición del público, consiguiendo así enormes niveles de eficiencia comercial y de ajuste entre oferta y demanda; pero añaden a este tipo de actividades con directas repercusiones en la competitividad, a las que dedican, junto a la publicidad y las relaciones públicas, la mayor parte de las inversiones, una constante presión a la baja sobre los costes salariales a la hora de formar el precio de sus productos, hasta tal punto que esta constituye una de las claves menos visible de su negocio. El punto de partida del éxito de esta rama de producción a gran escala es la deslocalización de los talleres de confección a países en los que se dispone de una gran cantidad de mano de obra sin cualificar, a la que se puede exigir largas jornadas laborales, a cambio de salarios de subsistencia, en condiciones de salubridad e incluso de seguridad ínfimas. Esto sucede en países que apenas han empezado a salir del subdesarrollo, en entornos poco o mal urbanizados, con abundante población joven y femenina de origen agrario y sin apenas escolarizar. El marco de flexibilidad que ofrece la globalización permite incluso la competencia entre ellos, de forma que se producen rápidos movimientos de deslocalización, trasladando la producción desde los países donde han empezado a producirse incrementos salariales, han mejorado las condiciones del trabajo o han empezado a surgir controles públicos o sindicales a otros donde apenas hay regulaciones ni controles. Así es como el grueso de la producción, que es la que garantiza finalmente que los estantes de las tiendas de los centros comerciales de todo el mundo se hallarán permanentemente surtidos, termina derivando hacia los países más pobres y desasistidos donde podrá mantenerse el bajo nivel de precios, que es lo que hemos visto en las últimas dos décadas, en que la subcontratación ha derivado de la Europa oriental y el Magreb hacia China o Indonesia y de China e Indonesia hacia el sur y Sudeste asiático. (Este texto puede leerse sobre papel en el número 12 la revista Alternativas Económicas correspondiente al mes de marzo). No se trata únicamente de una cuestión de salarios ínfimos. Al final, la constante presión sobre precios terminará actuando también sobre costes no salariales, como el precio del suelo y de los edificios, la seguridad, las inversiones en instalaciones y su mantenimiento, las limitaciones legales sobre horarios o el trabajo infantil nominalmente prohibido en casi todos los países donde radica este tipo de industria. Las ventajas competitivas aparecen allí donde existan peores regulaciones, mayor corrupción, menos Estado de derecho e incluso menos libertades públicas, o en todo caso, donde crece la economía informal o sumergida fuera con independencia de que existan o no marcos regulatorios. Los altísimos niveles de siniestralidad --incendios y hundimiento de edificios-- en la industria textil en países como Pakistán, India o Bangladesh solo puede explicarse por esa presión constante sobre los fabricantes para que recorten los precios de producción y a la vez entreguen a tiempo los enormes pedidos que reciben de las multinacionales occidentales. Los talleres se hallan en muchos casos en construcciones semi ruinosas, a las que apenas se somete a inspección las construcciones, su mantenimiento, la salubridad o la seguridad laboral. Los hundimientos de edificios y los incendios no son excepcionales en este tipo de infraindustria. Son numerosos los casos en los que los trabajadores no pueden desalojar el edificio siniestrado debido al bloqueo de las puertas y salidas de incendios, usualmente por la acción de los patronos que están dispuestos a sacrificar a sus trabajadores antes que permitir el pillaje que suele acompañar a las catástrofes en estos países. De otra parte, los horarios pueden alargarse hasta 14 horas por la presión de los jefes para entregar los pedidos a tiempo. La prohibición de trabajo infantil se elude mediante la falsificación de documentación debidamente permitida o incluso incentivada por los propietarios de los talleres. La sobre explotación de jóvenes y mujeres, susceptibles de un maltrato sistemático, se instala en la normalidad de una semi esclavitud consentida por todos. La corrupción política, sea en democracias degradadas como Bangladesh o en dictaduras como Camboya, termina interfiriendo en la mayor parte de los casos en las denuncias y en las protestas, por parte de sindicatos normalmente débiles e inermes ante el poder político y del dinero. Estos salarios y estas condiciones de trabajo infrahumanas han sido considerados en ocasiones como el camino para salir de la pobreza para millones de seres humanos de los países emergentes, como si fuera el precio a pagar para que estos países cambiaran de modelo productivo y se incorporaran a la prosperidad. Esta valoración tan positiva debe contrastarse con otras evaluaciones como la que ha realizado Benjamin Hensler para el think tank estadunidense Center for American Progress, en su trabajo ?Tendencias globales en la industria textil, 2001-2011?, donde se demuestra exactamente lo contrario a partir de un detallado análisis de los 15 países productores textiles más destacados. Los sueldos en términos reales han bajado en una década y la diferencia entre el salario real y el salario mínimo vital se ha ensanchado. Los tres países con sueldos más elevados, que son China, Indonesia y Vietnam, se hallaban respectivamente en 2011 en el 36, el 29 y el 22 por ciento de lo que se considera el salario mínimo vital en cada uno de ellos; pero lo más destacable es que en Bangladesh, el país con crecimiento más rápido en este sector, donde son más frecuentes los siniestros y el que absorbe la mayor parte de la demanda que antes iba a los otros países gracias, es el que cuenta con los salarios reales más bajos, que significan solo el 14 por ciento del salario mínimo vital. De todos los países estudiados, solo China experimenta una rápida evolución al alza, que conducirá alrededor de 2023 a que los salarios reales alcancen el estándar del salario mínimo vital. Cinco países más, Indonesia, Vietnam, India, Perú y Haití, experimentaron también incrementos del salario real, pero deberán pasar 40 años o más para que lleguen a alcanzar dichos niveles salarios. Mucho más que a la ocupación extensiva en una industria de escaso valor añadido como el textil, el estudio atribuye la salida de la pobreza a otros factores, como los incrementos legales del salario mínimo, utilizados por las autoridades como instrumento para aliviar la pobreza y evitar las tensiones sociales, o la aparición de otros sectores productivos con fuerte valor añadido y capacidad de empleo. Esto es exactamente lo que está ocurriendo en China, con el resultado de una creciente deslocalización en dirección sobre todo a Bangladesh. El estudio recomienda, para tal fin, un mayor respeto a los derechos humanos y sindicales y un mayor protagonismo de los sindicatos. El caso que merece mayor atención es el de Blangladesh, que como hemos visto es donde se ha producido el mayor incremento de la producción y el mínimo incremento de sueldos. Dicho país ha pasado del séptimo al cuarto exportador textil a Estados Unidos y representa actualmente el 6 por ciento del total de las importaciones textiles americanas. El sueldo en la confección era allí en 2001 equivalente a 36?3 dólares mensuales y el de 2011 de 54?7 dólares, aunque tras el ajuste con la inflación el aparente crecimiento se traduce en un decrecimiento de 2?4 en términos de capacidad de compra. El textil de Bangladesh da empleo a unos cuatro millones de personas, que trabajan en 200.000 talleres. Sus 5.000 empresas conforman la industria más pujante del país, con unas exportaciones de unos 20.000 millones de dólares que representan el 17 por ciento del PIB. Su éxito se debe fundamentalmente a que paga los salarios industriales más bajos del mundo, aproximadamente 32 euros al mes. En los últimos cinco años se han producido más de un centenar de incendios en los talleres bangladeshíes con un balance escalofriante de unos 700 trabajadores muertos. Pero el mayor siniestro del textil en toda la historia mundial de esta industria es el que se produjo en abril de 2013, cuando un edificio de Dacca de ocho plantas, denominado Rana Plaza, se vino abajo entero, con el balance de 1.129 muertos y centenares de mutilados y heridos entre las 2.500 personas que fueron rescatados con vida durante los 17 días posteriores al hundimiento. En el colapso del rana Plaza se produjo, como ha sucedido en numerosos incendios, un comportamiento criminal de los capataces, puesto que en las vísperas del siniestro aparecieron grietas y se oyeron crujidos que sembraron la alarma entre los trabajadores, pero las empresas no ordenaron el desalojo y obligaron a los trabajadores a acudir igualmente al día siguiente; todo lo contrario de lo que hicieron los responsables de un banco, varias tiendas y algunas viviendas situadas en los bajos del edificio, que se encontraban vacíos en el momento del hundimiento. El Rana Plaza era inicialmente un edificio de cinco plantas, destinado a centro comercial. Su propietario, Sohel Rana, dirigente de la Liga Awami, que es el partido del Gobierno, construyó ilegalmente tres plantas más y lo destinó a uso industrial, sin importarle el incremento de carga ni la fragilidad de la estructura. Como resultado del hundimiento hay varias personas procesadas, Sohel Rana entre ellas, además de siete inspectores municipales. También se han producido acuerdos entre algunas de las multinacionales occidentales del textil que fabricaban en el Rana Plaza para indemnizar a las familias de los muertos y de los heridos y para auditar e inspeccionar a partir de ahora de forma directa el estado constructivo de los talleres donde contratan. Entre las empresas que fabricaban en el Rana Plaza, varias de las cuales son españolas, hay una amplia casuística en cuanto a comportamientos, desde la que inmediatamente indemnizó a las víctimas hasta la que se sigue desentendiéndose del siniestro y de las auditorias e inspecciones. Un gran número de compañías, no todas, firmaron un acuerdo con vigencia para cinco años sobre la seguridad constructiva y ante incendios de los talleres de Blangladesh que incluye estándares, inspecciones e indemnizaciones y afecta a una tercera parte de las instalaciones. Pero las consecuencias del mayor accidente de la historia del textil no debieran terminar aquí. El hundimiento ha situado el foco internacional sobre las condiciones de trabajo y los sueldos de una de las ramas del consumo más populares en todo el mundo. Al igual que en el consumo de alimentos se impone un incremento de los controles de calidad, entre los que se incluye la trazabilidad de los procedimientos y materiales utilizados para evitar la adulteración, la contaminación o la caducidad, también en el textil debería existir idéntica posibilidad de seguimiento de la fabricación de las prendas, desde la cosecha de algodón o la fabricación de la fibra, pasando por el tejido, el corte y la confección hasta terminar en los estantes de la venta al por menor, para asegurar a los consumidores que las camisetas y calcetines que visten no están manchados con la sangre de víctimas como las de Rana Plaza. Mientras no se implante el hábito o incluso la obligación, altamente deseable, de que las etiquetas incluyan los datos que permitan el control de una fabricación acorde con los derechos humanos, debiera ser norma de las grandes empresas del sector el exponer en sus webs corporativas toda la información y la documentación sobre los talleres donde fabrican, los salarios de los trabajadores y las auditorias e inspecciones a que se someten. Algunas empresas han iniciado este camino, pero hay muchas otras que de momento prefieren no oír ni hablar de este tipo de controles. Basta con consultar las webs corporativas de las grandes marcas para saberlo. Buena parte del trabajo reivindicativo para mejorar las condiciones salariales y de trabajo en estos talleres ya lo han emprendido, como no pude ser de otra forma, los más directamente afectados que son los obreros del textil de los países exportadores con sus sindicatos y la ayuda de un buen número de ong?s dedicadas a derechos humanos y otras incluso especializadas en el textil. Pero falta todavía la presión de los consumidores, que solo puede realizarse sobre las grandes empresas comerciales en el sentido de exigir una transparencia total sobre la fabricación de las prendas que venden al público. Toda prenda que no vea documentada su fabricación ni en la etiqueta ni en la web corporativa del fabricante debería ser considerada como sospechosa por los consumidores y en consecuencia excluida de la compra.



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10 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La venganza de la geopolítica

La geopolítica vuelve a estar de moda. Si la economía es la ciencia lúgubre, la geopolítica debería ser considerada como la ciencia de la fatalidad geográfica. Mandan los mapas. El todo radica en la posición de un pueblo en una geografía. En la Alemania genocida de Adolf Hitler se la cultivó a fondo, hasta utilizarla como ideología del régimen. La teoría del espacio vital o Lebenraum se asienta en ideas geopolíticas. Su regreso se debe a muchos factores. El más destacado, los actuales tiempos de grandes transformaciones, que al final nos sitúan ante la realidad tozuda y telúrica de la geografía. Este regreso da título incluso al libro de moda de Robert Kaplan, La venganza de la geografía (RBA, 2013), en el que se propone la recuperación de una "sensibilidad acerca del tiempo y del espacio que se ha perdido en la época de los aviones supersónicos y de la información digital". Pero la mayor fuerza que empuja para que regrese la geopolítica regrese la constituye el resurgimiento del objeto que más ha interesado tradicionalmente a tal ciencia. El inglés Halforld McKinder, hace exactamente 110 años, echó las bases de esta ciencia en un célebre artículo titulado El pivote geográfico de la historia, que luego sintetizó en una sentencia famosa: "Quien domina la Europa oriental domina el Heartland o corazón terrestre; quien domina el Heartland domina el mundo-isla; quien domina el mundo-isla controla el mundo". Pues bien, el pivote y objeto central de la geopolítica en su siglo entero de existencia es Rusia, con Heartland bajo su control y una clara vocación de dominar el continente euroasiático y como consecuencia el mundo. La globalización económica y la revolución digital nos habían dibujado un mundo casi inmaterial, en el que la geografía no contaba. Rusia, derrotada por la Guerra Fría, se hallaba en retroceso y se había desvanecido su dominio imperial. La geopolítica también andaba extraviada en los estantes de las librerías, como si Rusia, su objeto, ya no fuera un imperio continental sin fronteras naturales ni límites donde frenar sus ímpetus pero tampoco defenderse. Ahora la geopolítica regresa con Rusia. Y con ella la necesidad de volver a las lecturas geopolíticas, empezando por McKinder, siguiendo por Kaplan y terminando por George Friedman, director de Stratford, uno de los más destacados think tanks de análisis geopolítico mundial y autor de dos libros, La próxima década y Los próximos cien años (ambos en Destino), llenos de predicciones acertadas sobre el resurgimiento expansionista de Rusia que estamos presenciando. Una frase del segundo basta como muestra: "Rusia no se convertirá en una potencia global en la próxima década, pero no tiene otra alternativa que convertirse en una potencia regional importante, y esto implica que chocará con Europa. La frontera ruso-europea sigue funcionando como una línea de falla".



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8 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mejor no enemistarse con la compañía del gas

Hillary Clinton nos enseñó a propósito de China que no tenemos que enemistarnos con nuestro banquero. Angela Merkel nos podría ofrecer una enseñanza de porte similar: también es peligroso reñir con nuestra compañía del gas porque nos subirá el precio del metro cúbico o nos puede llegar a cortar el suministro si tan lejos llega su enfado. La dependencia europea del gas ruso es formidable y se resume en tres cifras: una cuarta parte de la energía consumida por los europeos tiene el gas como fuente, un tercio de este gas es ruso y un 15 por ciento de todo el gas europeo llega a través del gaseoducto que atraviesa Ucrania. El humor de la compañía del gas afecta, sobre todo, a Alemania, Italia y Reino Unido, por este orden, y apenas a España, que depende del gas argelino. Pero el gas no es el único problema que plantea la tensión entre Moscú y occidente. El tamaño de Rusia y de su economía y, sobre todo, su integración en la economía mundial, convierte cualquier sanción e incluso una represalia, como la suspensión de la cumbre que tiene prevista el G8 en Sochi para el próximo mes de junio, en un arma de doble filo, que daña tanto a quien la usa como a quien recibe el golpe. Basta con tener en cuenta las inversiones o el turismo rusos en los países de la UE, y más concretamente en España, para imaginar las dificultades y consecuencias de un sistema de sanciones realmente severo, como merecería la acción emprendida por Putin en Crimea si atendiéramos únicamente a criterios morales. Es más fácil en todo caso dictar un rígido listado de sanciones desde Washington, que tiene a Rusia acotada en el uno por ciento de su comercio, que desde las capitales de la UE, que tiene a Rusia como su tercer cliente mundial. Y todavía es más difícil para algunos países, como Reino Unido, donde residen y tienen negocios innumerables oligarcas rusos, o Alemania, que cuenta con políticos jubilados, un ex jefe de Gobierno entre otros, que asesoran a compañías rusas. La novedad es absoluta. Con muy malos modos, el viejo mundo de las naciones y los imperios decimonónicos ha puesto las botas en Ucrania, y más concretamente en Crimea, pero la realidad económica sigue siendo la del siglo XXI. Se lo dijo el secretario de Estado, John Kerry, al presidente Vladimir Putin como reproche, pero debiera decírselo a sí mismo como observación analítica. Esa guerra fría resucitada cuenta con una disuasión nueva como garantía de estabilidad y esta es la amenaza de destrucción mutua asegurada, ya no por el arma nuclear sino por la globalización económica, que impide infligir daños al otro sin infligírselos a uno mismo. Urge contar con doctrina y estrategia para enfrentar esta combinación diabólica de interdependencia económica y poder autocrático. Ahora es Rusia, pero la lección valdrá para el día en que China también actúe como una superpotencia del XIX y nos pille de nuevo a todos con las manos atadas por la globalización económica del siglo XXI.



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6 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un espejo en Crimea

Crimea quiere adelantarse a Escocia. Su gobierno anunció inicialmente un referéndum de autodeterminación para el 25 de mayo, coincidiendo con las elecciones presidenciales ucranias. De una semana a otra, el referéndum ya se ha adelantado y ahora se prepara para el 30 de marzo. Es probable que no llegue a celebrarse, pero no porque lo impidan las autoridades de Kiev, impotentes ante la presión de Moscú, sino porque su parlamento regional puede solicitar antes, y quizás sin necesidad de consulta popular, su segregación y la independencia o, incluso, algún tipo de relación de integración con Rusia. La crisis ucrania ha levantado un nuevo juego de espejos para que los soberanistas catalanes puedan mirarse y situarse mejor en el mundo en que viven. Hasta ahora el único espejo que funcionaba era el escocés, perfectamente instalado en la normalidad europea del Estado de derecho, la democracia representativa y las libertades públicas. Allí habrá un referéndum acordado entre los gobiernos de Londres y Edimburgo. El debate se mantiene dentro de niveles muy limitados y razonables de confusión y demagogia, que tienen su mejor reflejo en la acotada atención que le prestan los medios de comunicación y en la escasa o nula crispación que se observa entre dos opiniones públicas, la inglesa y la escocesa, que ni siquiera aparecen como mundos divergentes o segregados. Todo lo contrario es lo que ofrece a los catalanes el espejo ucranio y, en especial, el que ofrece Crimea. Allí los nacionalismos, el ucranio y el ruso, siguen siendo el motor de la historia, y no precisamente para bien. Allí aparece en toda su dimensión la contradicción irresoluble entre la integridad de las fronteras y el mantenimiento del statu quo internacional por una parte y por la otra el derecho de los distintos pueblos a decidir su futuro, discutible fórmula posmoderna del clásico derecho de las nacionalidades a la libre autodeterminación. Y todo esto sucede en un clima de guerra civil y de amenazas de intervención armada por parte de Rusia, con el país al borde de la bancarrota, con violencia y víctimas mortales en las calles y ruptura de lo que queda de legalidad por todas las partes en conflicto.

En el caso de Crimea, región autónoma ucrania de mayoría rusa, el caso es todavía más especial y notable. La península ha pertenecido a Rusia desde 1782, cuando Catalina la Grande se la arrebató al imperio otomano, hasta 1954, cuando Moscú se la regaló a la República Socialista Soviética de Ucrania. Aunque desde 1991 quedó separada de Rusia por la desaparición de la URSS y la independencia de Ucrania, Crimea sigue siendo plenamente rusa desde el punto de vista cultural y sentimental, principalmente desde la guerra de Crimea (1853-56), cuando Rusia fue derrotada por Francia, Inglaterra, el imperio Otomano y la Italia incipiente de Cavour. La caída de Sebastopol, tras un asedio de once meses, forma parte de una épica nacional rusa, fijada en la imaginario nacional por el propio León Tolstoi. Orlando Figes ha señalado que a partir de ?esta gran derrota, los rusos han construido un mito patriótico, una narración nacional sobre el heroísmo generoso, la resistencia y el sacrifico de su pueblo? (Crimea. The Last Crusade. Penguin, 2010).

Pero lo más grave es que Crimea es mayoritariamente rusa, aunque se halle en Ucrania, solo desde 1944, cuando Stalin transformó su demografía al deportar a la entera población tártara, además de las minorías griega, búlgara y armenia, en una de las más cuidadas y criminales operaciones de limpieza étnica de la historia. Los tártaros han ido regresando y forman ahora el 12 por ciento de la población. Son una exigua minoría en su propio país y prefieren, naturalmente, preservar su autonomía singular dentro de Ucrania. El derecho a decidir va a favor de los rusos, la población mayoritaria de la península gracias al derecho de conquista y a la limpieza étnica. Según sabia apreciación de Hélène Carrère d'Encausse, ?al integrarla en Ucrania en 1954 para celebrar el tricentenario de su absorción por Rusia, Nikita Jruschev, con espíritu previsor, se desembarazaba en favor de los ucranios de la responsabilidad de arreglar la reinserción de los tártaros en su patria el día que se planteara? (L'Empire d'Eurasie, Fayard 2005).

Hay espíritus ingenuos que buscan comparaciones y encuentran inspiración en cualquier parte, también en Crimea, pero es evidente que la erupción de este nuevo volcán nacionalista perjudica a la imagen de los nacionalistas occidentales, a pesar de que intenten mantenerse ajenos y distantes respecto al etnicismo que hemos visto en este segundo efecto retardado de la implosión del imperio soviético. También contribuye a que la diplomacia internacional asocie las reivindicaciones soberanistas con un indeseable aumento de la inestabilidad. Y, naturalmente, a que se refuercen las posiciones de quienes propugnan el respeto escrupuloso de la legalidad, la integridad territorial y las fronteras internacionales, así como la resolución amistosa y pactada dentro de los actuales Estados de los conflictos internos con sus minorías o con sus regiones con personalidad nacional propia.



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3 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ante el vacío geoestratégico

El vacío de poder interior se tragó a Yanukovic el viernes 22 de febrero, en un movimiento todavía inexplicado y quizás inexplicable, justo después de firmar con la oposición un acuerdo patrocinado por la Unión Europea con participación de Rusia. También el vacío de poder, pero a escala internacional, se está tragando en pocas horas la integridad territorial del país, con la ocupación de la península de Crimea por las tropas rusas, desoyendo las advertencias de Naciones Unidas, de las cancillerías europeas y de Washington. Estados Unidos, la solitaria superpotencia que lideró y venció la guerra fría, se halla retranqueada en una política exterior reticente, en la que prefiere que sean otros los que se sienten en la silla del conductor, incluso cuando no conducen a su gusto como está ocurriéndose con los europeos en Ucrania. Obama se ha visto obligado a salir al paso para señalar que la invasión rusa de Crimea tendrá consecuencias porque sabe que su silencio las habría tenido, y mucho mayores, como forma de incomprensible aquiescencia con Moscú. La crisis con Rusia se produce apenas unos pocos días después de que el secretario de defensa, Chuck Hagel, anunciara una reducción del Ejército a las dimensiones anteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando Washington se lavaba las manos de lo que ocurriera allende de su continente. También la UE se encuentra ocupada en completar el edificio del euro mediante una unión bancaria trabajosamente construida, con el objetivo de impedir la repetición de una crisis de las deudas soberanas como la que estuvo a punto de terminar con la moneda única. Ni la política exterior, ni los organismos de seguridad de los europeos, Alianza Atlántica incluida, se hallan preparados para abordar una crisis como la de Ucrania en su propia frontera. Según uno de sus más destacados ministros de Exteriores, los europeos hemos sobrestimado el atractivo de nuestras ofertas comerciales y financieras a Ucrania y evaluado incorrectamente la efectividad y los instrumentos de acción duros de una superpotencia como Rusia. Los dos países europeos mejor preparados militarmente, que son Francia y Reino Unido, no han aparecido formando tándem como en otras ocasiones, como hicieron en Libia en 2011, fundamentalmente por la inhibición de Londres, cada vez más desentendida de los asuntos continentales: a David Cameron le preocupa más la llegada de inmigrantes de Europa oriental y la devolución de competencias de la UE que la atención a los demandas europeístas que llegan desde Ucrania. El cansancio geoestratégico exhibido por EE UU tras sus dos guerras en Irak y Afganistán también afecta a todos los países de la UE, concentrados en su desafección por la política y por la construcción europea y arrastrados por sus populismos a la xenofobia y a las políticas contrarias a la inmigración. Las hipotéticas ampliaciones y los tratados de asociación solo interesan a los países vecinos directamente concernidos, como es el caso de Polonia con Ucrania. Por eso tuvo que ser el llamado Triángulo de Weimar, creado en 1991 por París, Berlín y Varsovia e inicialmente pensado al servicio de la integración de Polonia, el que se ocupó más directamente desde la UE del seguimiento y resolución de la crisis ucrania. Los tres ministros de Exteriores, el francés Laurent Fabius, el alemán Frank-Walter Steinmeier, y el polaco Radoslaw Sikorski, estuvieron negociando con Yanukovich y el enviado especial de Putin junto a la plaza Maidán en la noche infernal en que los revolucionarios caían como moscas bajo el fuego de los francotiradores. Todo ellos realizaron declaraciones en las horas posteriores a un acuerdo que primero parecía exitoso y a las pocas horas quedaba inutilizado por la huida y deposición del presidente. Según Fabius, ?hay que evitar a toda costa tratándose de Ucrania de que les obligue a escoger entre Rusia y la UE?. Según Steinmeier, ?Rusia es un país europeo y debe seguir siéndolo?. Y según Sikorski, ?el espíritu del acuerdo debe ser respetado?. Es evidente que los hechos todo lo han desbordado, el acuerdo y su espíritu, y que ahora son nuevos hechos sobre el territorio de Ucrania, en Crimea principalmente, los que anulan las declaraciones y las buenas intenciones. A pesar de la exhibición de poder militar realizada en las últimas horas, también Rusia se halla en un momento de especial debilidad, que en su caso la conduce fatalmente a encelarse en la vieja trinchera de la guerra fría. Moscú está moviendo sus piezas de ajedrez con cautela y en sordina, con el propósito de amortiguar las vulneraciones de la legalidad internacional que comporta invadir un país soberano. Hay una larga experiencia en el Kremlin respecto a intervenciones militares en territorio imperial, desde Hungría en 1956 hasta Georgia en 2008, y en cada una de ellas se han utilizado instrumentos distintos pero que responden todos a patronos similares, sea la bandera del internacionalismo comunista, sea la solidaridad con los ciudadanos rusos de todo el antiguo imperio: uso de tropas sin distintivos o paramilitares, llamamientos de las autoridades locales y de los líderes depuestos o apelaciones a la seguridad y a los intereses rusos, bien claros en el caso de la flota del Mar Negro con sede en Sebastopol. Aquel imperio ruso que según Kissinger avanzaba cada año desde Pedro el Grande (1721) el equivalente a un territorio como el de Bélgica, ha encogido ahora hasta situarse en 1654, cuando su padre Alexis I, segundo de los Romanov, fusionó Rusia y Ucrania. El éxito en los juegos de invierno de Sotchi o el protagonismo diplomático en la crisis siria y en la negociación nuclear con Irán no permiten esconder el continuo retroceso territorial, la debilidad demográfica y la pérdida de influencia mundial desde la desaparición de la Unión Soviética, cuando se produjo, en palabras de Putin, ?la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX?. Con la URSS el imperio territorial que arrancó en tiempos de Iván el Terrible llegó a su cénit histórico y ahora está acercándose a toda prisa a su ocaso. Crimea, la península ahora disputada, tiene exactamente el tamaño de Bélgica. Ucrania es la cuna y a la vez el nexo europeo de Rusia. Irrenunciable para su nacionalismo e imprescindible para su vocación occidental y para actuar como contrapeso a la inacabable dimensión asiática. Ni la guerra, ni la fragmentación, ni siquiera la bancarrota que se anuncian en Ucrania convienen a los intereses de Rusia. Pero es difícil que el señor del Kremlin no se sienta impelido a convertir la pesadilla de la decadencia en el sueño improbable de una grandeza restaurada, aunque el daño que cause con el uso de la fuerza a los ucranios, a los europeos y a sí mismo sea mucho mayor que los bienes presumibles que quiere defender.



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2 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Gaziel, el periodista del siglo

Poco a poco va emergiendo esa figura impresionante, más ninguneada que conocida, incluso en su propio ámbito catalán. Pero siempre lo hace de forma fragmentaria, insuficiente, sin imponerse entre los lectores cultos como merece quien ha sido probablemente, al final de las cuentas, el primero y más destacado de los periodistas españoles del siglo XX. Circunstancias singulares han propiciado el rebrote de estos días. De una parte, el centenario de la Gran Guerra, en la que España no estuvo, pero sí estuvieron sus periodistas, con nuestro personaje en primera fila, como uno de los más puntuales y magistrales corresponsales de guerra. De la otra, el actual y complejo avatar del catalanismo, situado en un viraje político que demanda inmediatamente la observación comparativa con los hechos de octubre de 1934, cuando un presidente de la Generalitat, Lluís Companys, se levantó en armas contra la República que había reconocido la autonomía de Cataluña. Lean y vean si sirven para nuestra actualidad las severas admoniciones y lamentaciones del director de La Vanguardia, recuperadas por primera vez hace diez años por Xavier Pericay en la antología Cuatro historias de la República junto con textos de Julio Camba, Josep Pla y Manuel Chaves Nogales, y ahora por Jordi Amat en el volumen de la Biblioteca del Catalanisme titulado Tot s?ha perdut (no se desanimen quienes no lean catalán, puesto que los artículos están en castellano). Una de las ramificaciones del actual debate sobre los planes independentistas de Artur Mas se centra en el paralelismo con el Lluís Companys de 1934 y en la discusión sobre la vigencia de las severas críticas que le hizo entonces el periodista catalanista. Con su acto insurreccional, el presidente de la Generalitat se levantó contra la legalidad republicana de la que emanaban tanto el autogobierno catalán como su propia autoridad como representante ordinario de la República en Cataluña; puso seriamente en peligro el futuro de la autonomía catalana, intervenida primero por el Gobierno republicano (hasta 1936) y luego violentamente suprimida por las armas franquistas en 1939; y finalmente, hizo una exhibición de flagrante irrealismo en cuanto a realizar un buen cálculo de la correlación de fuerzas. Todo esto, entre 1914 y 1934, bastaría para justificar el rebrote editorial y literario de Agustí Calvet 'Gaziel'. Pero hay más, descontando su prolongada y meritoria labor como director de La Vanguardia (1923-1936), periódico que se consolidó durante sus años como el diario de referencia barcelonés hasta situarle a él mismo como el mejor director de su historia centenaria. Nada puede entenderse de la actual circunstancia española, crisis catalana incluida, sin la lectura de 'Gaziel' y más en concreto de sus severas e imprescindibles Meditaciones en el desierto, expresión de amargura y desengaño en todas direcciones ?la República, las democracias occidentales, las clases dirigentes españolas, Estados Unidos??, pero también hacia los dirigentes del catalanismo conservador, que ?políticamente no han dejado nada, pero económicamente se han enriquecido todos?.



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1 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Ucrania existe

Dotarse de un Gobierno provisional, representativo y eficaz. Recuperar el orden y el funcionamiento del Estado. Poner al país a trabajar. Sortear la bancarrota. Alejar las largas manos de los oligarcas, una veintena de poderosas familias mafiosas, de la economía. Hacer justicia con quienes reprimieron violentamente la concentración en Maidán y situaron el país al borde la guerra civil. Mantener unidas las dos partes en que se podría dividir Ucrania, una más próxima a Rusia, incluida Crimea, y otra occidental. Obtener ayuda financiera internacional y una geometría de relaciones comerciales con la UE que no signifique enemistarse con Putin. Evitar una nueva guerra fría entre la OTAN y Rusia, los viejos contendientes de la guerra fría auténtica. Cuando se desmontan las barricadas, se enfrían las cenizas de los incendios y los héroes fallecidos han sido ya sepultados bajo tierra, aparecen las tareas ciclópeas, inhumanas, que los ucranios tienen ante sí. En Maidán, como en Tahrir, hay un momento mágico, excepcional, casi increíble, en el que lo imposible se hace real. El autócrata se siente incapaz de mantenerse en el poder, un vacío glacial se hace en su entorno: nadie responde ya a sus órdenes o es él mismo quien no se atreve ya a ordenar nada a nadie. El mundo se hunde bajo sus pies y huye. La plaza ha triunfado. Todo sucede deprisa, en este caso y en todos, sin tiempo para entenderlo. Siempre hay vectores exteriores, ángulos ciegos y maniobras oscuras. Pero no es un golpe de Estado maquinado desde Bruselas o Washington. Es ante todo el vacío de poder, el socavón que se abre cuando alguien tan inepto y mendaz como Yanukóvich es incapaz de controlar la revuelta fabricada por su corrupción y sus mentiras. Cuando el poder yace tirado en mitad de la plaza es el más osado quien se atreve a llevárselo. Si le dejan, si nadie se opone, para no soltarlo nunca jamás. Lo intentó Morsi después de Tahrir y lo va a intentar el mariscal Sisi después del siguiente Tahrir. De las revoluciones suelen salir dictaduras peores que las derrocadas. Para que el que ocupe el vacío sea de verdad el pueblo, es decir, el consenso activo de los ciudadanos, tienen que concurrir muchas circunstancias, producto del lento y tenaz trabajo del tiempo en la mayor parte de las ocasiones. Sí, hay razones para dudar de Ucrania, de su futuro, de su viabilidad, pero Maidán es la demostración todavía incipiente de una poderosa voluntad de construcción de una democracia europea, que aprende de una primera y fracasada experiencia hace diez años en la Revolución Naranja. Las tareas son ciclópeas, pero lo que está en juego todavía es más colosal: las relaciones entre Rusia y Europa, la capacidad de la Unión Europea como agente global, su propia definición como espacio de bienestar, paz y prosperidad capaz de proyectarse sobre sus vecinos, la estabilidad del continente euroasiático... Todo está por hacer porque casi nada se ha hecho hasta ahora y hay por delante la tarea de levantar desde sus cimientos una nación entera, en la que los ucranios no deben estar solos.



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27 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El nazismo de nuestros días

Quienes están habituados a referirse frívolamente al nazismo para descalificar a sus adversarios políticos deberían leer urgentemente el informe que acaba de publicar el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas sobre Corea del Norte, en el que se denuncian los crímenes contra la humanidad cometidos por el régimen comunista de Kim Jong-un y se caracteriza a dicho sistema como lo más parecido en la actualidad al régimen genocida que dirigió Adolf Hitler. La investigación realizada por un equipo de juristas documenta ?violaciones de los derechos humanos sistemáticas, generalizadas y graves por parte de la República Popular Democrática de Corea?, que en buen número de casos califica como de ?crímenes contra la humanidad? a cargo de la policía, el ejército y el aparato judicial, bajo el directo control del Partido de los Trabajadores y de su Líder Supremo. Las prácticas represivas incluyen sistemáticamente la violencia y los malos tratos, entre los que se denuncian detenciones arbitrarias y prolongadas, torturas, ejecuciones sumarias, desapariciones, violaciones y abortos forzados, efectuadas en buena parte en los campos de detención de presos políticos, conocidos como kwanliso, en los que hay actualmente entre 80.000 y 120.000 presos. Estos centros de internamiento constituyen una auténtica maquinaria de exterminio que el Consejo de Derechos Humanos compara ?con los campos del horror de los Estados totalitarios establecidos durante el siglo XX?. El propósito que persiguen los autores del informe no es la mera denuncia de los abusos, sino presionar a Pyongyang y obtener resultados. El primer destinatario del documento es el Consejo de Seguridad, donde se sienta el único aliado de Corea del Norte que es China, país que puede impedir con su derecho de veto la apertura de una causa contra el jefe del Estado coreano y las principales autoridades del régimen en la Corte Penal Internacional por crímenes contra la humanidad. Además del apoyo diplomático, el régimen norcoreano tiene grandes similitudes y afinidades con la China de los años cincuenta y sesenta bajo Mao Zedong y surge de la misma fuente de inspiración estalinista y soviética. El documento añade una acusación que concierne directamente a China como es la devolución de millares de norcoreanos fugados a territorio chino sin atender al destino fatal que les esperaba de vuelta a su país. El informe sobre Corea del Norte honra y prestigia al Consejo de Derechos Humanos, un órgano reformado hace ocho años, pero que no había conseguido hasta ahora desembarazarse de las críticas por su escasa actividad ante los regímenes dictatoriales supuestamente progresistas y sus dobles raseros en la evaluación de los derechos humanos cuando concernía a países como Israel o Estados Unidos.



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22 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Existe Ucrania?

La fuerza del mapa coloreado que representa las viejas naciones se sobrepone con frecuencia sobre una realidad mucho más precaria y frágil. Esa Ucrania que parece encontrarse ahora en un momento crucial de su historia tiene solo 22 años de vida como nación política unida e independiente. Su nombre eslavo no es ni siquiera el de un país, sino literalmente el de la frontera, que es lo que significa su denominación. Todo lo demás son proyecciones del presente sobre el pasado y fantasías habituales en la narrativa nacionalista. Según el investigador de la Fundación Juan March, Leonid Peishakin, ?si hay algo que define la experiencia ucrania es la división, entre la unión polaco-lituana y Rusia desde 1569 hasta 1795, los Imperios austriaco y ruso entre 1795 y 1917, y el catolicismo griego y la ortodoxia rusa desde 1596 hasta hoy?. Las raíces de la actual división de Ucrania en dos segmentos al borde de la guerra civil están inscritas así en su historia y su personalidad. Según un diplomático británico que viajó allí en 1918, cuyo testimonio recoge el historiador Orlando Figes, ?si preguntamos a un campesino medio de Ucrania cuál es su nacionalidad nos dirá que es griego ortodoxo; si le preguntamos si es granruso, polaco o ucranio, nos diría probablemente que es un campesino; y si insistiéramos respecto a qué lengua habla, nos diría que la lengua local?. La división actual responde en un primer plano a la doble opción que se les ha venido ofreciendo a los ucranios entre la integración en la Unión Europea, tal como corresponde a su pasado austro-húngaro, y el regreso a Rusia, ahora en forma de una unión aduanera, que recrea tanto el expansionismo del viejo imperio zarista como el de la desaparecida Unión Soviética. En un segundo plano afecta también a dos modelos políticos, sea la democracia soberana, corrupta y autoritaria que Yanukóvich intenta mantener a flote mediante sus poderes presidenciales, sea el régimen parlamentario de tipo occidental demandado por los manifestantes. Pero incide en la propia identidad y existencia del país, es decir, en la improbable capacidad de los ucranios para mantenerse unidos a partir, y no a pesar, de estas diferencias que han venido separándoles hasta ahora y que en este momento les sitúan al borde de la guerra civil. Hay muchas responsabilidades en el deslizamiento violento del conflicto que empezó en noviembre tras la negativa del presidente Yanukóvich a firmar el acuerdo de asociación con la Unión Europea y su decantación en favor de Putin. La primera, del propio presidente ucranio, inepto y mendaz hasta molestar a su propio patrono del Kremlin. También las tiene el presidente ruso con sus ambiciones imperiales frente a Washington y Bruselas. Son evidentes las de la vacilante Unión Europea. Y no puede faltar la oposición, incapaz de controlar un movimiento que ha ido cayendo en el descontrol de la violencia o bajo el control de la extrema derecha. Ucrania vive una mezcla de conflicto civil y de guerra geoeconómica que está derivando hacia la contienda armada. Están en juego las fronteras de Europa, e indirectamente la capacidad de la UE para existir en el mundo. Pero lo más sustancial concierne a los ucranios y es su capacidad para construir Ucrania juntos, país que solo podrá sobrevivir si consigue convertirse en un Estado democrático que respete e incluya todas las diferencias e identidades.



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20 de febrero de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El desafío catalán

La expresión ha hecho fortuna en los últimos tiempos, como parte de un extenso repertorio de tópicos y metáforas sobre los actuales planes soberanistas. Pero no hace falta fijarse en la actualidad para dar con ella. Ahora mismo es el título de un libro, resumen de un trabajo de investigación universitaria, que toma como referencia un editorial del diario Le Monde de 10 de febrero de 1976, titulado Le défi catalan.El volumen en cuestión, dirigido por Jaume Guillamet, lanza otro guiño a la actualidad, puesto que el objeto de estudio es nada menos que la prensa internacional, es decir, la internacionalización de aquel desafío. Guillamet y un equipo de investigadores han localizado tres centenares de referencias periodísticas sobre la transición en Cataluña entre 1975 y 1978 y han compuesto con ellas un relato de aquella peripecia histórica. El primer texto citado y que da nombre al libro El desafiament català. Un relat internacional de la Transició (L'Avenç) es un artículo editorial que toma posición respecto a las manifestaciones del 1 y del 8 de febrero de 1975 en Barcelona, convocadas por la Assemblea de Catalunya en reivindicación de la tríada democrática (llibertat, amnistia, estatut d'autonomia), cuando la transición todavía no había empezado a echar andar. Al menos, tres hechos destacan en el relato compuesto casi 40 años después. En primer lugar, el éxito de aquella internacionalización, que en su mayor parte fue espontánea y mucho más amplia de lo que los catalanes de entonces podían esperar, en unos tiempos en los que la comunicación digital no había ni siquiera iniciado sus primeros pasos. En segundo lugar, la mezcla de simpatía y de pesimismo que destilaba el conjunto de la prensa internacional ante la evolución de un país marcado por la guerra civil. Y en tercer lugar, el destacado y conocido papel vanguardista de la oposición antifranquista en Cataluña en relación al resto de España, siempre un paso adelante en las reivindicaciones y en el camino hacia la autonomía. Es fácil encontrar otros guiños y referencias útiles para hoy en la lectura de esta visión internacional sobre la transición, y puede incluso que sirva para atemperar la lectura en paralelo de los argumentarios elaborados por encargo del ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, para proporcionar munición a sus diplomáticos, y por el consejero de Presidencia, Francesc Homs, para responderle y rebatirle en su mismo terreno; capaces ambos de convertir una misma circunstancia, como el regreso de Josep Tarradellas y la restauración de la Generalitat republicana, en argumento para demostrar cosas diametralmente opuestas. Muy sintéticamente, para el documento del gobierno español titulado Por la convivencia democrática, el regreso de Tarradellas fue una prematura demostración de la permanente voluntad democrática de entendimiento con Catalunya; mientras que para el documento del gobierno catalán titulado Estrechar lazos en libertad es la prueba de que Cataluña es un sujeto político anterior a la Constitución, cuya institución histórica medieval no hubo más remedio que reconocer para garantizar el éxito de la transición. Ambas interpretaciones, a pesar de sus respectivos sesgos ideológicos, tienen la virtud de situar el foco en un momento decisivo para la transición española, en el que tanto o más que la amenaza militar interna pesaron los condicionamientos internacionales hoy prácticamente olvidados de la guerra fría y de las exigencias de poner coto al ascenso de los partidos comunistas del sur de Europa, agrupados bajo la etiqueta del eurocomunismo. El historiador Joan Culla lo contó de forma eficaz en una aportación a Memòria de Catalunya, una colección de fascículos luego publicada como libro por El País-Catalunya (Taurus, 1997): ?Es evidente que los resultados electorales del 15 de junio de 1977 contribuyeron de forma decisiva al acuerdo entre Madrid y Saint Martin-le-Beau. El hecho diferencial que constituía el triunfo social-comunista-republicano en Cataluña (los socialistas, el PSUC y Esquerra sumaron en aquellos comicios el 51'2% de los votos) sembró la alarma en el puente de mando de la transición española y convirtieron a Tarradellas en el mal menor?. Frente a los argumentarios, la historia. Y sus lecciones, mucho más interesantes que la propaganda y los sofismas de unos y otros. La respuesta al desafío catalán de hace 40 años fue el regreso de Tarradellas, que cerró el paso a la izquierda y facilitó el camino a la Constitución y al autogobierno. Fue un movimiento inesperado y valiente, de un presidente como Adolfo Suárez dispuesto a arriesgar y legitimar una institución de la Segunda República, después de haber legalizado al Partido Comunista. Siendo la primera piedra del futuro Estado de las autonomías, la negociación previa entre Suárez y Tarradellas fue bilateral; el trato fue singular para Cataluña; y, al final, llegó el reconocimiento y la legitimación de una institución histórica catalana por parte del Gobierno y la Corona. ¿Alguien osaría hacer algo así ahora? Quien sea capaz de imaginar una jugada de ajedrez como aquella para las actuales circunstancias tendrá quizás en sus manos el mapa para salir del callejón donde nos hemos metido



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17 de febrero de 2014
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El Boomeran(g)
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