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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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China sigilosa

La fricción se produce en la frontera occidental, pero la futura correlación de fuerzas se juega en Asia central y la frontera oriental con China. Una de las mayores incógnitas que suscita la crisis de Crimea la ofrece la actitud de Pekín, inicialmente prudente y sigilosa, posteriormente equidistante y siempre objeto de cortejo por parte de todos, tanto de Moscú como de Washington. Vislumbrar la posición china respecto a esta nueva Rusia anexionista es crucial para orientarse respecto al mapa geopolítico que saldrá de la sorda confrontación que tiene lugar sobre el mapa de Ucrania. Hay un móvil muy directo en la acción de Vladimir Putin, que suscita sin duda la simpatía de Xi Jinping, y es su temor a la expansión desde la vecina Ucrania del modelo de sociedad abierta, elecciones competitivas y libertades públicas que la Unión Europea sigue ofreciendo y exigiendo a quienes se le acercan, a pesar de inquietantes retrocesos como el de la Hungría de Orban. Pero también hay un ensueño imperial que funciona en dirección contraria y evoca la tensión sino-soviética de la guerra fría, cuando China era un país del Tercer Mundo que solo superaba a Rusia en población, en vez de la pujante segunda economía mundial que es ahora. Y luego están los hechos: Pekín se ha abstenido en dos votaciones en Naciones Unidas, una en el Consejo de Seguridad el 15 de marzo contra la celebración del referéndum de independencia de Crimea, y otra en la Asamblea General el 27, contra la anexión de esa parte del territorio ucranio por Rusia, una forma de escenificar su equidistancia y de subrayar también el aislamiento de Moscú, que tuvo que usar el veto en solitario, aunque luego se deshizo en halagos hacia el comportamiento chino. China cultiva con habilidad la diplomacia del silencio, pero cuenta con razones poderosas para distanciarse de Putin. Unas son internas: el derecho de autodeterminación, los referéndums y las secesiones no le convienen, sobre todo para que no cunda el ejemplo en casa. Otras son externas: Rusia ha sido un rival estratégico, con el que ha mantenido contenciosos territoriales similares al actual de Ucrania. De método: a China no le gusta el juego de la inestabilidad al que es tan propicia la autocracia rusa; considera sagradas la integridad territorial y la soberanía nacional, con las que Putin ha devuelto la pelota de Kosovo a los occidentales. De ideología: China no cree en una unión euroasiática, de momento aduanera, tal como la sueñan los filósofos neosoviéticos de extrema derecha que inspiran al Kremlin. Y sobre todo geopolíticas: Pekín no teme a la Unión Europea como la teme Moscú, al contrario, desea que sea fuerte y actúe de contrapeso frente a Rusia y a EE UU; y, en cualquier caso, prefiere mantenerse alejada del desgaste que sufren las grandes potencias cada vez que se enredan en conflictos de su elección, como EE UU en Irak o ahora Rusia en Ucrania, pues son la oportunidad para avanzar posiciones gracias a las derrotas de los adversarios. Sin descuidar la economía: Pekín no tiene interés alguno en una nueva guerra fría, que terminaría con la etapa de enorme prosperidad que ha obtenido de la globalización.



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10 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Proliferación de armas digitales

Sin darnos cuenta estamos presenciando una nueva proliferación armamentística. A las armas químicas que empezaron a utilizarse en la Primera Guerra Mundial, las nucleares que clausuraron la Segunda y crearon el equilibrio del terror durante la guerra fría o las biológicas usadas en Vietnam se les solapan ahora unas nuevas armas que proliferan y penetran en nuestras propias vidas y hogares porque se confunden con multitud de aparatos, mecanismos y sistemas que sirven para que nuestras sociedades funcionen. No se trata solo de los ejércitos de gusanos y virus informáticos que penetran los sistemas de comunicaciones y transportes del enemigo en las ciberguerras. La idea de unas armas que pertenecen al mundo digital en el mismo sentido que había otros que pertenecían al mundo de las bacterias, la fisión nuclear o las reacciones químicas se queda corta. Gracias a las revelaciones del exespía Edward Snowden acerca de la vigilancia masiva sabemos que todo tiene potencialmente un doble uso en nuestras vidas digitalizadas. El móvil es un mecanismo de identificación y localización geoestacionaria. Los mensajes digitales y la actividad en Internet y en las redes sociales son protocolos que registran comportamientos públicos e incluso privados. Una cierta ingenuidad digital está tocando a su fin. Gracias a la revolución digital habían florecido de nuevo las utopías de una sociedad transparente y de sistemas políticos que superarían la representación por la participación directa. Pero junto a ellas han asomado las negras orejas del Gran Hermano que ejerce un control total sobre la sociedad. También ha surgido, naturalmente, una reacción democrática, todavía débil, que convierte en imprescindibles las intervenciones y supervisiones parlamentarias y judiciales para cerrar el paso a la pulsión totalitaria que facilita la tecnología digital. En caso contrario, nada nos va a diferenciar de regímenes como el de China o el de Rusia, donde se combina el desarrollo capitalista con la ausencia de Estado de derecho y de libertades individuales. A falta de iniciativas de los Gobiernos, están surgiendo iniciativas de la sociedad civil, como la que ahora protagonizan un grupo de organizaciones no gubernamentales, centradas en la proliferación en concreto de los instrumentos de control y de vigilancia digital. Su preocupación es la transferencia de esas tecnologías a regímenes dictatoriales, que las usan para reprimir a la oposición, coartar la libertad de expresión y atentar contra los derechos individuales. Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Reporteros sin Fronteras, entre otras, han formado una Coalición Contra las Exportaciones Ilegales de Vigilancia (CAUSE), que es la que va lanzar una campaña para que Gobiernos y empresas terminen con el comercio que pone estas armas digitales en manos indeseables. 



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5 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El final de la calle

Nadie creía en estas nuevas conversaciones de paz cuando empezaron hace nueve meses con el propósito de alcanzar el acuerdo definitivo a mitad de 2014; nadie ha creído en ellas mientras se ha mantenido la apariencia de que se negociaba; y cuando están a punto de romperse definitivamente, apenas el secretario de Estado John Kerry cree todavía en la posibilidad de que israelíes y palestinos prorroguen las conversaciones más allá de la fecha del 29 de abril, y menos que sean capaces de alcanzar un acuerdo ni ahora ni nunca sobre el reconocimiento de los dos Estados, uno para los palestinos y otro para los judíos, viviendo en paz y seguridad. Es el final de la calle. Lo que viene después no se conoce. Las circunstancias serán distintas. Rusia juega con otro reglamento y otras ambiciones tras la anexión de Crimea: poco se puede esperar del futuro en la región del Cuarteto, la formación diplomática que la incluye junto a Estados Unidos, Unión Europea y Reino Unido. El mundo árabe ha mutado, fruto de la primavera y luego del invierno militar. Los occidentales disminuyen en peso e influencia a ojos vista. Con un Irán reconocido internacionalmente como ya se atisba, perderán pie los radicales palestinos. El presidente palestino Mahmud Abbas, con 80 años a cuestas y sin legitimidad (las últimas elecciones presidenciales fueron en 2005) prepara el portazo que salve su dignidad. El motivo de la actual ruptura afecta a los únicos resultados tangibles obtenidos. Israel no ha liberado el último grupo de 26 presos palestinos de los 104 a los que se había comprometido y la Autoridad Palestina ha incumplido su compromiso de aplazar la firma de las convenciones y tratados de Naciones Unidas que le permitirán acudir al Tribunal Internacional de La Haya para acusar a Israel por la ocupación ilegal de Cisjordania. Ambas medidas, la salida de presos condenados por crímenes de sangre anteriores a los acuerdos de Oslo y la renuncia a llevar a Israel ante la justicia internacional, fueron las bazas de confianza entregadas al empezar las conversaciones y son lo único que quedará de ellas: la libertad de unos veteranos palestinos y el tiempo comprado por Israel para eludir a la justicia internacional. Kerry quería un acuerdo definitivo; luego se conformó con unos parámetros para seguir negociando; y ahora lucha a brazo partido para que las dos partes sigan sentadas hasta 2015 aunque no exista sustancia sobre la que quieran negociar. Al borde del fracaso, ha mostrado la carta de la desesperación: la liberación de Jonathan Pollard, uno de los mayores espías de la historia, que vendió diez metros cúbicos de papeles secretos a Israel entre 1981 y 1985 y cumple una condena de 30 años. Israel podría incluir en el regalo a 400 presos palestinos más y una congelación de los asentamientos que excluyera Jerusalén. Mucho para un puñado de tiempo sin horizonte.



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3 de abril de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El principio democrático

Un nuevo protagonista acaba de irrumpir en el proceso soberanista catalán. Es ni más ni menos que el Tribunal Constitucional, la primera institución que había dejado todos los pelos de su prestigio y autoridad en la gatera del recurso contra el Estatuto catalán, con una sentencia sobre la que hay prácticamente consenso respecto a su carácter de causa inmediata o al menos punto de partida de todos las dificultades de entendimiento entre catalanes y españoles. La sentencia que todos esperaban ahora iba a ser un mero trámite de anulación de la declaración de soberanía, tal como solicitaba el Gobierno de Rajoy. La idea de unos y otros era que ya estaba en marcha y de forma implacable la máquina de neutralización legal del proceso soberanista por parte del Gobierno, con el instrumento constitucional del artículo segundo --en concreto la parte que considera ?la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles? como fundamento de la Carta Magna-- en el centro de la interpretación de la legalidad a disposición del Tribunal. Este era el instrumento del ?no a todo?: al derecho a decidir, a la consulta y a la independencia. El razonamiento era diáfano: si el objetivo que persiguen quienes quieren hacer la consulta es la ruptura de la dicha unidad, entonces todo lo que se haga en esta dirección es directamente anticonstitucional y por tanto ilegal. La Constitución española, según dicha interpretación, solo permite un independentismo platónico, que si se expresa en público debe ser sin resultado alguno ni voluntad de obtenerlo. No es esto lo que ha dicho el Tribunal, capaz de obtener la unanimidad de los magistrados en una sentencia en la que se aceptan de forma proporcionada posiciones y razonamientos tanto de los abogados del Estado como de los letrados del Parlamento de Cataluña. El primer punto en que da la razón al Gobierno español es en asumir que la declaración de soberanía produce efectos jurídicos, única circunstancia que justifica e incluso obliga al recurso y a la sentencia. Con independencia de la calidad del razonamiento para sostener que efectivamente tiene efectos jurídicos y que no es una mera declaración sin relevancia, nótese que es el único camino que tiene el tribunal para convertirse de nuevo en actor con un papel en este proceso. Sin efectos jurídicos, el tribunal debería inhibirse. Hay obviedades que a veces son obligatorias. Decirlas es también una forma de distinguir los caminos abiertos de los que no tienen salida. Esto es lo que sucede con la declaración del pueblo de Cataluña como ?sujeto jurídico y político soberano? y con el recordatorio de que ?no existe un núcleo normativo inaccesible a los procedimiento de reforma constitucional?. Pero el núcleo político más relevante y sorprendente de la sentencia versa sobre el derecho a decidir, reconocido como una aspiración política que cabe en la Constitución. Tal como lo interpreta la sentencia, el derecho a decidir no es el derecho a la autodeterminación ni una atribución de soberanía. Es, en realidad, algo más trascendente, porque afecta al espíritu mismo de la Constitución, y es ni más ni menos que el principio democrático, ?valor superior de nuestro ordenamiento?, algo que según el Tribunal ?reclama la mayor identidad posible entre gobernantes y gobernados?, ?exige que los representantes elijan por sí mismos a sus representantes? o ?impone que la formación de la voluntad se articule a través de un procedimiento en el que opera el principio mayoritario?. Lo más notable de la aparición de este nuevo actor es que no se le esperaba. La vida nos regala a veces esas sorpresas fuera de guión. Un Tribunal Constitucional sobre el papel más conservador y centralista que el anterior, presidido por un magistrado que ha militado abiertamente en el PP, intenta recuperar algo del prestigio y autoridad perdidos por el anterior tribunal más plural y menos derechista. En vez de actuar como un servomecanismo, actúa según un criterio propio, que sitúa el principio democrático, y no la unidad de España, en el centro del debate. Cuando así sucede, como ocurrió hace 40 años, el primero conduce a la segunda: si todos juntos somos capaces de dialogar y de pactar, podremos seguir juntos. Parece claro que el nuevo actor tendrá todo el interés en seguir jugando siempre que tenga ocasión de hacerlo, es decir, cada vez que alguien, el Gobierno de Rajoy entre otros, recurra a su arbitraje. De momento, ahí está en la sentencia todo un arsenal de argumentos a disposición de quienes quieran y sepan para su utilización en el debate en el Congreso del 8 de abril sobre la transferencia a Cataluña de la competencia para realizar la consulta. Al menos en dos ocasiones más el Tribunal tendrá ocasión de hacer pesar su criterio. La primera, cuando el Parlamento catalán apruebe la ley de consultas, y la segunda, con ocasión de la firma por parte de Artur Mas de la convocatoria de la consulta para el 9 de noviembre. En ambos casos, la actuación de unos y otros estará ya condicionada por la existencia de un Tribunal dispuesto a jugar un papel propio y activo como árbitro de la Constitución.



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31 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El emperador y el Papa

El chispazo entre estos dos hombres tiene siempre algo de excepcional. Uno representa el mayor poder terrenal y el otro el mayor poder espiritual. El primero se mide por su riqueza económica, tecnológica y científica, poderío militar y capacidad de penetración cultural. El segundo por el número de seguidores, la fuerza histórica del mensaje espiritual y la influencia moral que ejerce más allá de su propia religión. No es fácil la sintonía entre dos poderes tan extraordinarios, pero que se despliegan en planos distintos y a veces contradictorios. En cuestiones de paz y de guerra, casi nunca consiguen encontrarse, ni siquiera cuando ambos se hallan exactamente en la misma longitud de onda. Las disonancias son frecuentes en cuestión de costumbres y moral sexual. También en política internacional, donde Estados Unidos tiende al unilateralismo mientras que el Vaticano es multilateralista por definición. Pero cuando Washington y Roma entran en resonancia, cosa que sucede en pocas pero excepcionales ocasiones, el desorden del mundo parece súbitamente compensado. La primera ocasión en que sucedió tal fenómeno fue con Ronald Reagan y Karol Wojtyla, emparejados en su combate contra la Unión Soviética. Uno con su guerra de las galaxias y el otro con las intangibles divisiones acorazadas de la fe anotaron en su haber la victoria sobre el comunismo. Algo parecido sucedió, aunque con resultados mediocres, entre George W. Bush y Joseph Ratzinger, el neocon y el teocon, emparejados en la lucha contra el relativismo moral. Ahora el primer encuentro esta semana entre Barack Obama y Jorge Bergoglio apunta a una nueva sintonía entre la Casa Blanca y el Vaticano por su similar preocupación ante las crecientes desigualdades económicas que sufre el mundo. Obama y Bergoglio tienen más cosas en común que quienes les antecedieron en este tipo de encuentros. Ambos son americanos e innovadores: Obama es el primer presidente afroamericano y Bergoglio el primer Papa no europeo. Hablaron de inmigración, nos dicen las notas de prensa, y debieron hacerlo con conocimiento de causa: los dos son hijos de inmigrantes, uno de Italia y el otro de Kenia. También ambos conocen los suburbios, uno de Buenos Aires y el otro de Chicago, y saben lo que es el trabajo social y la vida modesta. Reagan y Wojtyla eran dos magníficos actores, con capacidad de comunicar y encarnar el final de la época bipolar que abrió las puertas de la libertad al bloque soviético. Bush y Ratzinger representaban muy bien las elites conservadoras blancas, inquietas ante el desplazamiento de poder en el mundo y el retroceso de los valores tradicionales. Obama y Bergoglio, hijos ambos de la clase media, expresan en su sintonía los desvelos de las nuevas clases emergentes globales que pugnan por salir de la pobreza no siempre con éxito.



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29 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Resurrección atlántica

El mensaje de Obama es inequívoco. La OTAN vuelve a tener sentido. El objetivo fundacional de disuadir y repeler cualquier agresión que pudiera llegar del Pacto de Varsovia, la alianza simétrica organizada por Moscú, regresa al frontispicio de la organización. Animada por tales propósitos, consiguió adquirir el prestigio de la alianza militar más exitosa de la historia, puesto que 42 años después de su fundación acabó por vencer a su adversario, desaparecido en 1991, sin un solo disparo. Pocos dirigentes atlánticos quieren reconocerlo, pero desde la desaparición de la Unión Soviética la alianza buscaba un sentido a su vida. Nada había conseguido llenar el vacío que produce la desaparición de un verdadero enemigo, aunque fuera más por autodisolución y debilidad que por una auténtica victoria. Con la paradoja de que al éxito que acompañó la época fría, sin disparos, le suceden operaciones calientes, casi todas controvertidas y no siempre con desenlace claro, como las intervenciones en los Balcanes, luego en Afganistán, en Libia o en la costa de Somalia contra los piratas. Ahora, con Vladimir Putin, la OTAN revive. Regresan las ideas que le dieron sentido. El famoso artículo cinco, que garantiza la defensa de cualquier socio ante una agresión, se esgrime de nuevo con el énfasis de los viejos buenos tiempos. Adquiere fuerza renovada la idea de que es una organización para actuar dentro del área euroatlántica en estricta defensa de sus miembros, más que una policía global que auxilia a la primera superpotencia americana para mantener el orden público internacional. Con mayor razón cuando esta nueva guerra fría coincide con la salida de Afganistán prevista para finales de 2014. Con el regreso a los orígenes, muchas cosas han empezado a cambiar desde que Rusia se zampó a Crimea de un silencioso bocado y también sin pegar un tiro. De entrada,reverdece súbitamente el viejo y deteriorado lazo transatlántico. Ha quedado zanjada la discusión sobre el desinterés real o supuesto de Washington por la aburrida y desganada Europa. El pivote asiático de Obama queda para más tarde, ante la demanda del viejo pivote euroasiático, que hizo girar el mundo en el último siglo. Rásquense el bolsillo para gastar en armas como en tiempos del Telón de Acero. El desván atlántico será el destino de los artefactos inventados en los últimos 20 años para intentar sostener esa relación imposible con Moscú, entre ellos el Consejo OTAN-Rusia. Los viejos mapas de Europa central y oriental se despliegan de nuevo sobre las mesas del cuartel general atlántico en Mons, donde los militares preparan planes de contingencia y mandan aviones y barcos a misiones de reconocimiento. Los vecinos de Rusia, y especialmente los que cuentan con esas minorías rusófonas que Putin quiere proteger, verán reforzados sus dispositivos de alerta. El escudo antimisiles, con su componente naval radicada en Rota, que debía guarecernos del Irán fundamentalista y nuclear, se convertirá directamente en el nuevo dispositivo para defendernos de la amenaza rusa.



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27 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Quiebro estratégico

Del golpe de mano de Putin va a salir un mundo nuevo. Probablemente más peligroso y en todo caso peor que el anterior. La fulgurante crisis ucrania no ha sido una acumulación de desgracias y despropósitos fruto de la casualidad, sino la erupción de un volcán que yacía dormido esperando el momento propicio para abrirse camino por las grietas de la tierra. Pronto nos daremos cuenta de que ya no sirven las viejas ideas. La multipolaridad, el G-2 formado por Estados Unidos y China, el mundo de nadie, están caducando a toda prisa mientras emergen dos grandes bloques, más permeables que los de la guerra fría, menos polarizados, pero dispuestos a pelearse a cara de perro por la hegemonía, es decir, por el dominio y la influencia territorial, la capacidad de disuasión militar y el control de recursos naturales, materias primas y fuentes de energía. Quedará matizado el nuevo pivote del mundo, que iba a desplazarse hacia Asia, con el regreso del viejo pivote europeo, al que dábamos por enterrado, y la revalorización como primera cancha del pivote medio oriental. Oriente Próximo será el patio de las inmediatas disputas, con tres mesas para medir la capacidad de acuerdo, sobre Siria, el desarme nuclear de Irán y la disputa entre israelíes y palestinos. La relación transatlántica, en su aspecto militar, la OTAN, y todavía más en sus aspectos comerciales, tendrá poderosos estímulos para reforzarse. También convendrá anudar bien los lazos transpacíficos de la alianza comercial entre Estados Unidos, Canadá, México, Perú y Chile con Australia, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, Brunéi y Singapur. La primera tendrá a Rusia enfrente y la segunda a China, sometidas ambas al nuevo magnetismo de atracción mutua que provoca la erupción crimea. Los 28 enanos europeos se verán empujados a dotarse de una política energética común para evitar que se los coma en dos inviernos el gigante gasístico vecino: veremos qué queda de los buenos propósitos medioambientales sobre prohibición del gas de esquisto, cierre de centrales nucleares o reducciones de emisiones de CO2, y del veto estadounidense a toda exportación energética. Lo mismo sucederá con las inexistentes políticas de defensa y exterior europeas, azuzadas ahora por la exhibición del vecino bravucón y por la autoridad de la única voz que sale del Kremlin. Frente a una alianza transoceánica global, aparece el dibujo de puntos de una gran alianza terrestre promovida por Moscú sobre la mayor parte del continente euroasiático. El capitalismo regirá en ambos segmentos del nuevo planeta dividido, pero las reglas, sistemas políticos y valores diferirán radicalmente. Y nos sorprenderemos al ver cómo funcionan bajo este nuevo régimen aquellos viejos términos aparentemente liquidados que dividían sociedades y países entre derechas e izquierdas.



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22 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Como en un espejo

Todos nos miramos en Crimea. "Como en un espejo, la situación en Ucrania refleja lo que está sucediendo y lo que ha sucedido en el mundo en las últimas décadas". Lo dijo Putin en el discurso de la anexión. El golpe, perpetrado con celeridad prodigiosa para "corregir un error de la historia", es el acontecimiento geopolítico de mayor trascendencia desde la disolución de la Unión Soviética, réplica a la vez de aquel movimiento sísmico que terminó con el mundo bipolar e intento de restauración que pretende corregir la catástrofe que para Putin significó el hundimiento soviético. El espejo ilumina una época caracterizada en la visión del presidente ruso por la inestabilidad del mundo y la degradación de las instituciones internacionales, exactamente lo contrario del nuevo orden mundial prometido por Bush padre. No tiene dudas el señor del Kremlin sobre quiénes son los responsables del desorden: "Nuestros socios occidentales, encabezados por Estados Unidos". Rusia observa la guerra fría con ojos similares a cómo la Alemania de Weimar veía la paz de Versalles, incluida la idea de la puñalada por la espalda. Washington y sus aliados han utilizado la legalidad internacional como les ha convenido, "forzando resoluciones de los organismos internacionales y cuando no se consigue ignorando al Consejo de Seguridad". La cuenta presentada por Putin es larga y pesada: el bombardeo de Belgrado, Afganistán, Irak y Libia; las revoluciones de colores (Ucrania en 2004) y la primavera árabe, a las que supone controladas por los occidentales con un balance de "caos, explosiones de violencia y levantamientos en serie, en vez de democracia y libertad"; y, sobre todo, la política de hechos consumados y las mentiras contra Rusia desde 1989. E incluso más allá: desde el siglo XVIII los rusos se han visto siempre acosados "por su posición independiente" y "porque llamamos las cosas por su nombre y no somos hipócritas". El espejo sirve también para el presente. Putin agradeció el apoyo de China e India, los únicos países en manifestar simpatías con Moscú. Pekín ha buscado el equilibrio, quizás la posición del árbitro, con su abstención en el Consejo de Seguridad. En Nueva Dheli hay algo que empuja hacia la recuperación de la vieja alianza mantenida con Rusia durante la guerra fría. Pekín tiene dudas ante el espejo. Crimea es un territorio irredento como Taiwan, pero el derecho de autodeterminación conecta con Tibet y Xingjian, mientras que la integridad territorial y la preservación de las fronteras, violadas en Ucrania, son principios sagrados de la soberanía nacional que China defiende. Cierto que, al final, donde el espejo se enturbia para los dirigentes chinos es en Maidán, con los reflejos de la revuelta de Tian Anmen, cuando el pueblo quiso el poder en una república popular como China. Y eso Moscú y Pekín lo ven con los mismos ojos.



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20 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cataluña no es Crimea

Hay momentos miméticos y hay otros en que se busca la máxima singularidad. La vía catalana se inspiró en la vía báltica. La división entre independentistas y unionistas, en el modelo irlandés. Hay que ver cómo han pesado los modelos canadiense y escocés en el debate sobre la consulta legal y autorizada. La separación entre checos y eslovacos y la independencia de Noruega han servido de contraejemplos de las secesiones violentas, especialmente las balcánicas, de cuya experiencia surge el adjetivo amenazador que Aznar esgrimió con gran anticipación. Kosovo, cuya independencia nunca ha reconocido Madrid, ha gravitado permanentemente sobre el proceso catalán. Así son las cosas. Lo normal es comparar e imitar. Unos y otros buscamos los ejemplos que nos sirven y cerramos los ojos ante los que nos molestan. Esta semana hemos visto que Cataluña no es Ucrania y tampoco es Crimea. Respecto al referéndum de ayer, además, las dudas son insultos. La Assemblea Nacional Catalana se propone celebrar su consulta ?con todas las garantías y exquisitez democrática?, mientras que la convocatoria a las urnas realizada en Crimea por las autoridades pro-rusas no cumple ni uno solo de los requisitos exigibles internacionalmente y se limita a ratificar una independencia que ya ha declarado previamente y bajo coacción el parlamento regional. Las comparaciones se han hecho odiosas en casa pero abundan entre los de fuera. Vitaly Churkin, el embajador ruso en Naciones Unidas, ha evocado el caso catalán en el Consejo de Seguridad para defender la legitimidad del referéndum crimeo, algo que incomoda a todos, en Madrid y en Barcelona. Exactamente el argumento contrario del New York Times en un editorial que pide sanciones contra Rusia por la invasión militar de Crimea: ?En el actual estadio de confrontación en Ucrania es importante señalar que el problema no es simplemente 'quién es el propietario de Crimea'. Esta es una pregunta difícil, pero como han demostrado los secesionistas en Quebec, Escocia y Cataluña, hay vías legítimas para plantearla?. Gregor Gysi, el portavoz de Die Linke (La Izquierda) en el Bundestag alemán, también encuentra semejanzas, que evocó en una diatriba parlamentaria que avala precisamente la posición española sobre Kosovo. ?Con Kosovo se abrió la caja de Pandora?, ha señalado. ?Los vascos se pregunta por qué ellos no tienen derecho a convocar un referéndum para decidir si quieren pertenecer a España; los catalanes se pregunta por qué ellos tampoco; y también se lo preguntan los ciudadanos de Crimea?. Un editorial del New York Times, un debate en el Bundestag y otro en el Consejo de Seguridad, y apenas unos pocos ecos amortiguados en Madrid y Barcelona, eclipsados por el encontronazo provocado por Margallo con su informe sobre las siete plagas de Egipto que se abatirán sobre la Cataluña independiente y su visión profética sobre una pobre nación errante por los siglos de los siglos entre los espacios intergalácticos. Eso si gusta y estimula. Nada como un buen ministro de Exteriores dedicado a los interiores. Y al contrario de lo que sucede con las evocaciones ucranias y crimeas, gusta en Madrid como en Barcelona, paradoja que nos interroga sobre el misterio de esas comparaciones incómodas. Una primera respuesta radica en la inversión que sufre Ucrania, donde el derecho a decidir se halla en manos del imperialismo ruso y el principio de integridad territorial y preservación de fronteras favorece en cambio al nacionalismo ucranio pro europeo. Madrid se acercaría peligrosamente a Moscú, en contradicción con su encuadramiento occidental, si apurara su posición ya establecida sobre Kosovo. El independentismo catalán, por su parte, tuvo que rectificar su imprudente amenaza con una revuelta como la de Maidán, que se abatiría sobre Rajoy si cerrara en falso el debate sobre la consulta, según el documento 'Estrechar lazos en libertad' elaborado por la Generalitat en respuesta al argumentario de Exteriores 'Por la convivencia democrática'. Así es como casi todos han ido tomando distancia respecto a Ucrania. Con una salvedad: Maidán, Tahrir, y otros levantamientos populares inicialmente pacíficos, se hallan en la cabeza de quienes han ideando la Hoja de Ruta hacia la independencia, que tiene que discutir la ANC el próximo 5 de abril. En ella encontramos propuestas de ?movilizaciones masivas, puntuales, ágiles y espectaculares que centren permanentemente la atención del mundo? y planes de ?control de las grandes infraestructuras y fronteras, puertos, aeropuertos, la seguridad pública, las comunicaciones...?, que inevitablemente evocan a la vez el levantamiento insurreccional de los ucranios y la ocupación del territorio por las autodefensas pro rusas en Crimea. Cuando Gertrude Stein le dijo a Picasso que el retrato que le había pintado no se parecía, el genio malagueño le respondió que no se preocupara porque el tiempo resolvería el problema. Ahora Cataluña y Ucrania o Crimea no se parecen, pero con el tiempo y con una Hoja de Ruta como esta, ya se parecerán.



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17 de marzo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La escalada

Cada tanto sube al marcador como una victoria definitiva, pero luego la perspectiva lo sitúa como una jugada más de una larga partida. El primer punto fue para Putin cuando consiguió que Yanukóvich renunciara al acuerdo de asociación con la Unión Europea. El segundo se lo apuntó la oposición ucrania cuando convirtió la renuncia en la chispa del Maidán: uno a uno. El tercero fue de nuevo para la oposición: Yanukóvich huyó y fue destituido: uno a dos y tanteo muy desfavorable para Moscú, pues significaba que Ucrania y Kiev, la vieja capital medieval de los rusos, salen de su área de influencia histórica. Pero se equivocó quien se precipitó en el balance: la súbita invasión de Crimea, desde dentro, mediante un ejército anónimo desplegado por Rusia, situó de nuevo las cosas en empate, territorial incluso, una vez el Parlamento declara la independencia de la península y el pueblo soberano la ratifica este domingo. Otra pérdida, probablemente sin marcha atrás: Ucrania se quedará sin Crimea. Será difícil que esta baza entre en una futura negociación, que partirá al menos de la realidad rusófona de la península, de su peso simbólico para Moscú y de la permanencia de la flota rusa. Si la destitución de Yanukóvich enerva a Moscú, la separación de Crimea hace lo propio en dirección a Occidente. Como en toda partida de ajedrez, cada parte ya piensa o incluso anuncia a veces imprudentemente sus intenciones futuras. Cuando se trata de la amenaza de sanciones, que son las cartas occidentales, el anuncio puede llegar a ser perjudicial si no tiene consecuencias, como hasta ahora es el caso. Hay en juego cartas más sigilosas: un navío estadounidense en rumbo hacia el Mar Negro, 12 cazabombarderos que aterrizan en Polonia; mientras, al otro lado, hay maniobras terrestres muy cerca de la frontera ucrania; y lo que no sabemos. Moscú tiene ya las siguientes jugadas esbozadas. La primera, proceder en la Ucrania oriental y rusófona como ya ha hecho en Crimea. Fuerzas anónimas que se identifican como autodefensas, algunas autoridades locales prorrusas y unos puñados de manifestantes bastan para otra invasión desde dentro que tiene mucho de golpismo y poco de insurrección. De triunfar, ya no estaremos ante la secesión de Crimea, sino abriendo en canal a Ucrania entera, para dejar a las minorías rusófonas dentro de la esfera de Moscú. En Kiev hay quien empuja en esta misma dirección. La inicial anulación del ruso como lengua oficial trabaja por la independencia de Crimea, al igual que la petición de entrada en la OTAN trabaja por la partición de Ucrania en dos. Yanukóvich ya señala el siguiente movimiento, con su amenaza de recuperar el poder en Kiev. También hay algunos datos positivos aunque escasos, en esta extraña confrontación: tras la matanza de Maidán, ahora no hay enfrentamientos, apenas unos tiros al aire; Putin habla largamente por teléfono con Obama y Merkel; no hay opciones militares encima de la mesa. Es una escalada, pero en otras circunstancias, por ejemplo las de ese 1914 que ahora celebramos, la guerra ya habría estallado.



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13 de marzo de 2014
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El Boomeran(g)
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