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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Doble escudo para los criminales

Bachar el Asad está ganando la guerra dentro de su país, pero también está venciendo en la escena internacional. Y esto último gracias al escudo protector de Rusia y China, potencias crecientemente antagonistas de Estados Unidos, que han impedido con su veto en el Consejo de Seguridad la persecución judicial de los crímenes contra la humanidad perpetrados en Siria desde 2011, cuando empezaron las revueltas contra el régimen que se han convertido luego en guerra civil y sectaria. Es la quinta vez en que ejercen el doble veto y la tercera consecutiva tratándose de Siria, en todos los casos para evitar la condena, las sanciones o incluso ahora la acción de la justicia internacional contra regímenes criminales. Los dos primeros vetos dobles se produjeron en 2007 y 2008 para proteger a la junta militar de Birmania y al dictador de Zimbabwe, Robert Mugabe. La diplomacia de Naciones Unidas sabía que Rusia iba a vetar la resolución contra Siria, pero no estaba clara la actitud de Pekín después de su abstención ante la última propuesta sobre Ucrania que llegó al Consejo. Además de los cinco vetos dobles en que ha participado, China ha ejercido dos veces su derecho de veto en solitario, en contraste con el centenar de Moscú (90 como Unión Soviética y 10 como federación Rusa) y los 79 vetos de Washington desde 1946. El grueso de los vetos soviéticos se produjo en los primeros 25 años de Naciones Unidas, que coincide con el momento más álgido de la guerra fría y la carrera nuclear. En los veinte últimos años del mundo bipolar y los veinte siguientes del mundo dominado por Washington, es hegemónico el veto estadounidense, principalmente para proteger a Israel de las resoluciones en favor de Palestina. La época multipolar en la que estamos entrando tiene un claro reflejo en el incremento del veto ruso y la instalación del doble veto chino-ruso como norma. El veto de los cinco miembros permanentes en el Consejo de Seguridad es el despojo de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China. Ha atravesado intacto dos épocas enteras y entra en una nueva sin que se hayan producido las reformas ni las incorporaciones requeridas por la redistribución de poder en el mundo. Su persistencia en el mundo multipolar en manos de la alianza chino-rusa constituye todo un estímulo para regímenes como el de El Asad, al que da manos libres para actuar contra su población. Tomará buena nota la junta militar que ha tomado el poder en Tailandia esta misma semana. La responsabilidad de proteger, consagrada por Naciones Unidas en su cumbre de 2005 y aplicada con la aquiescencia de Rusia y China en la guerra de Libia, acaba de sufrir un nuevo revés en manos de este doble escudo en el que muchos indeseables buscarán protección en el futuro.



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24 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La campaña vacía

Al final de una campaña como la que hoy termina, no está de más preguntarse qué nos ha enseñado a todos nosotros como ciudadanos. A juzgar por los argumentos e ideas que han intercambiado los candidatos, la respuesta es tan contundente como triste. Nada, o incluso menos que nada: en las malas campañas desaprendemos a ser ciudadanos. Así es como se nos ha ilustrado sobre la herencia socialista recibida, la derecha cavernícola y machista, la crispación independentista, la intrínseca bondad del nacionalismo inmaculado y tantos otros tópicos vacíos que contribuyen a acrecentar la desafección política y la inhibición electoral. De ahí que sean de agradecer las aportaciones, aunque sean de última hora, del expresidente de nuestra vecina República Francesa, Nicolas Sarkozy, incapaz de observar en silencio el ascenso populista. Sarkozy ha querido hacerse visible en un momento de decaimiento político tanto de la derecha como de la izquierda para aspirar de nuevo a liderar a la primera y vencer a la segunda en las siguientes presidenciales. Sarkozy propone crear una zona económica entre Francia y Alemania, países a los que convierte en el directorio de la zona euro. En cuanto a la UE, pretende recuperar competencias para los Estados miembros y retirárselas sobre todo a la Comisión. Una de sus pretensiones es terminar súbitamente con la libre circulación garantizada por el Tratado de Schengen, dejando que cada país gestione la inmigración irregular que entra en sus fronteras. Todo expresado en un lenguaje soberanista e identitario, nada ajeno a sus propósitos de frenar el ascenso lepenista. Lo más notable de estas propuestas es que todas ellas son perjudiciales para un país como España, que ha tenido siempre un aliado en la Comisión, no puede permitir la instalación de un directorio franco-alemán y confía más en Europa que en ella misma a la hora resolver sus problemas históricos. Esas ideas sarkozianas llegan cuando no queda campaña para que los candidatos las discutan y contrasten, por ejemplo, con la propuesta de la estrella del rock económico en que se ha convertido Thomas Piketty de mutualizar la deuda pública y crear un Gobierno económico del euro con su correspondiente órgano parlamentario. Pena de campaña.



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23 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El zoco geoeconómico

Con Irán ha funcionado el régimen de sanciones. Sin ellas y sin sus efectos sobre la población, no se entiende la buena disposición a negociar de Hasan Rohaní. No es seguro que funcionen con Rusia, a pesar de que la anexión de Crimea requeriría una respuesta igual o mayor que la empleada con Irán por su programa nuclear. La capacidad persuasiva de las sanciones es mínima a corto plazo e incluso contraproducente. Sobre todo por su carácter limitado e incluso inofensivo. Nadie quiere expulsar de verdad a los magnates rusos de la economía global. Rusia tiene palancas, diplomáticas y económicas, para limitar su alcance y combatir sus efectos, y van desde las negociaciones de más alto nivel sobre Siria, Irán u Oriente Próximo hasta los acuerdos de adopción de niños rusos en España. Tampoco está claro que funcionen en el largo, estrechando poco a poco el dogal como se ha hecho con Irán. Para Rusia son un estímulo al viraje hacia una nueva geometría en las relaciones comerciales, con un aflojamiento de los lazos con la Unión Europea y el mundo atlántico y una apertura a otras alternativas, fundamentalmente hacia Asia. Un primer paso nos llega de la reunión en Shanghái entre Putin y Xi Jinping, hermanados por la tensión reciente con Washington, por Ucrania el primero y por la orden judicial contra los militares espías chinos el segundo. El encuentro es una exhibición de la mecánica multipolar tan anunciada: la UE se apresura atolondrada a buscar alternativas al gas ruso mientras la Federación Rusia cierra acuerdos gasísticos con China, preparados con buen ojo estratégico desde hace diez años. En ningún caso es una nueva guerra fría, ni siquiera geoeconómica, que nadie se puede permitir. En las relaciones con Washington habrá una nueva geometría más tensa y adversativa, acorde con la redistribución de poder mundial; pero no será bipolar. China quiere gas ruso, pero a buen precio; también defenderse ante las acusaciones por el espionaje digital y su expansionismo marítimo; pero no tiene interés en formar con Rusia un bloque antioccidental. En su posición se asemeja a otros emergentes, como la vecina India de Narendra Modi, que pronto la atrapará en población, quiere atraparla en crecimiento económico y le va a la zaga en poder militar. El cambio en India es tan expresivo de los nuevos aires multipolares, hechos de pugna y también de cooperación, como la crisis ucrania o la tensión creciente en el Mar de China Oriental. Habrá que seguir con atención los primeros pasos del nuevo premier indio en la escena internacional. Las sanciones pertenecen a un mundo unipolar en declive. Estamos en un zoco geoeconómico mundial, sin monopolios ni duopolios, en el que media docena de comerciantes compran, venden, y a veces también se engañan unos a otros. Y en el zoco siempre existe el peligro de que en mitad de la discusión se llegue a las manos.



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22 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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En busca de la clave

Como los personajes en busca de autor de Pirandello, las elecciones europeas andan en busca de una clave interpretativa. Las elecciones sirven para muchas cosas, por ejemplo, para castigar a quienes tienen la responsabilidades de Gobierno. Y si no llegan a servir para hacerlos caer, como será el caso de las del 25 de mayo, al menos son útiles como severas advertencias respecto al futuro, por si alguien quiere atender al resultado para corregir el rumbo equivocado. También pueden servir, naturalmente, para marcar nuestra desafección con la política o impugnar el entero sistema. Aunque algo hay de todo esto en las europeas, en realidad, estamos ante unas elecciones sin clave. Ni siquiera es diáfana la clave propiamente europea, establecida por el Tratado de Lisboa, que obliga al Consejo a atender al resultado electoral para nombrar al presidente de la Comisión. Son grandes los esfuerzos de las principales fuerzas, y especialmente los dos grandes partidos, el popular y el socialista, por conseguir que sean unas elecciones competitivas e incluso polarizadas, donde los votos cuenten a la hora de colorear de una forma u otra a la futura Comisión. Contribuyen a esta estrategia los debates paneuropeos televisados, que aparecen por primera vez, y por tanto con un cierto retraso, justo en la época de las redes sociales y de crisis de las televisiones generalistas, que fueron las que inventaron y protagonizaron los grandes cara a cara entre candidatos electorales en los países occidentales. A pesar de todo, las campañas tienen unos efectos limitados y no digamos ya los debates televisivos de difusión y audiencia desiguales en el conjunto de Europa. Los populismos van a progresar muy notablemente, situándose incluso en cabeza en algunos de los grandes socios, y puede que sea difícil armar mayorías en un Parlamento Europeo muy fragmentado, perfectamente abonado para que progrese entre los jefes de Estado y de Gobierno que tienen que nombrar la Comisión la idea de una gran coalición al estilo alemán. La tentación de los responsables ejecutivos será pastelear como siempre a su conveniencia el paquete de cargos entero sin apenas atender a las urnas. Vistas desde lo alto, el contenido de las elecciones es precisamente la búsqueda de la clave europea. Si se encuentra, será todo un éxito, aunque se enfrenta a una clave que funciona por ausencia, gracias precisamente al ascenso de los populismos: destruir Europa en vez de construirla, participar en las instituciones europeas para devaluar las propias instituciones, dividir en vez de unir, evitar la clave en ver de encontrarla. No son únicamente los populismos los que combaten el guión europeo. También las lecturas en clave local tiran en dirección contraria a la integración, aunque no lo parezca y paradójicamente se fundamenten en el principio de subsidiariedad. Si podemos organizar unas elecciones y leer luego los resultados solo en función de nuestros intereses más inmediatos y próximos, para qué preocuparnos por la visión más general y europea. Y ahí cada país tiene la suya propia. En España servirán para poner a prueba tanto a Rajoy como a Rubalcaba, además de comprobar el estado en que se encuentra el bipartidismo. Todavía más interesantes serán los resultados catalanes, último test previo a la cita improbable del 9 de noviembre y primero de unas hipotéticas elecciones en clave de plebiscito sobre la independencia. Habrá que analizar la participación diferencial para medir el entusiasmo adicional con el proceso soberanista, calibrar la dimensión del bloque que apuesta por la consulta que plantea Artur Mas y, sobre todo, observar la foto-finish en la carrera entre ERC y CiU por convertirse en la nueva fuerza hegemónica. Ninguna de las claves locales alimenta al proyecto europeo, por más que todas proclamen aspiraciones europeístas. Así es como se suceden discursos, mítines y debates electorales sin la más mínima referencia a los desafíos que tiene planteados la UE, empezando por su relación con Rusia, su seguridad energética y su capacidad para hablar y negociar con una sola voz en el mundo. Al parecer, hay que ser vecino de Ucrania para que esas ideas lejanas y extrañas entren en campaña.



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19 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las dos caras de Modi

El siglo XXI está saliendo más identitario y nacionalista de lo que previeron algunos ingenuos profetas intelectuales de la globalización. Las mayores pruebas las encontramos entre los países emergentes, en los que el crecimiento económico y el surgimiento de unas nuevas clases medias vienen normalmente acompañados de un afán de mayor protagonismo en la escena internacional y una actitud desacomplejada en las disputas y rivalidades vecinales. Asia entera es la región del planeta donde más claramente se expresan estas tensiones nacionalistas del siglo XXI, como demuestran los crecientes conflictos por aguas territoriales entre China y sus vecinos y una cierta escalada armamentística a la que todos contribuyen. También la mayor democracia del mundo, que es India, se ha situado definitivamente en esta dirección con la rotunda victoria electoral que acaba de obtener Narendra Modi al frente del Bharatiya Janata Party, el partido nacionalista hindú. Quien será el nuevo primer ministro ha dado ya mucho que hablar antes de ganar tan rotundamente las elecciones por mayoría absoluta, por dos motivos vinculados a su gestión como primer ministro del Estado federado de Gujarat (60 millones de habitantes). Modi ha sido una especie de Jordi Pujol indio, nacionalista pero amigo de los negocios (business friendly), con la diferencia notable de que ahora ha utilizado su éxito regional para alcanzar el poder en Nueva Delhi e intentar el éxito económico en el conjunto de India. Gujarat es una de las locomotoras del desarrollo industrial y agrario, con un crecimiento por encima del 10% en los últimos cinco años. Junto a la cara radiante, que corresponde al éxito económico y a la esperanza que suscita de convertir India en una superpotencia económica ?que persiga a China en la carrera por la supremacía?, hay otra cara inquietante, como es la sombra de los disturbios entre hindúes y musulmanes que ensangrentaron Gujarat en 2002, provocaron más de mil muertos, 150.000 desplazados, y la destrucción de mezquitas y edificios. Modi fue procesado y posteriormente absuelto por la supuesta complicidad con una violencia que ha recibido los calificativos de pogromo antimusulmán, genocidio, terrorismo de Estado o limpieza étnica. El temor a que el modelo no sea solo económico sino también de nacionalismo étnico y religioso preocupa a la numerosa minoría musulmana (176 millones). Con Modi, India se hace conservadora, liberal y nacionalista, en contraste con la India socialdemócrata, laica y dinástica de los Gandhi. Todo un motivo de reflexión tratándose de un país que, según Global Firepower, portal digital que evalúa la fuerza militar de los países, cuenta nada menos que con la cuarta capacidad del mundo, detrás de Estados Unidos, Rusia y China. 



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17 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Escena de idilio en una embajada rusa

No hace falta concretar la localización. Puede ser en Lisboa o Roma, en Bruselas o Berlín. Fecha: uno de estos días, tras los plebiscitos de Donetsk y Lugansk. Escenario. Arquitectura y decoración imperiales, las propias de la superpotencia que fue y aspira a volver a ser. La comida y el servicio, perfectos: vodka, caviar, salmón? Los diplomáticos, profesionales y amables, a la altura del poder imperial que representan. Buenos conocedores del país y de sus políticos, también de sus problemas interiores, que no dejarán de evocar en ejercicios de política comparada y de denuncia de la doble vara de medir, una especialidad que dominan. Los argumentos, conocidos, sin novedad. La sorpresa la proporcionan los convocados, variopinta fauna mayoritariamente conservadora, fuertemente nacionalista en casi todos los casos e incluso de posiciones ultramontanas en las esferas de la moral y de la religión. Antes de que abran la boca los amigos rusos, los amigos locales ya se han rendido ante los encantos ideológicos moscovitas, sin necesidad de que nadie adelante argumentario alguno elaborado en Moscú. Rusia no ha sabido explicarse ni hacer pedagogía. Ucrania no existe, es Rusia de toda la vida. Jruschov regaló Crimea a Ucrania ilegalmente. Odesa y Sebastopol son tan rusas como Marsella y Nantes francesas o Bremen y Rostock alemanas. No se puede hablar de anexión de Crimea. Son los ucranios los que quieren separarse de un régimen instalado por un golpe de Estado. Putin defiende mejor los valores cristianos occidentales que nuestros políticos cosmopolitas. Véase la cuestión del matrimonio homosexual. Nuestro país (rellénese aquí con el que se desee: vale España, claro está, pero también muchos otros se adecuan) y la Madre Rusia tienen historias gemelas de enfrentamiento contra la modernidad y frente a la americanización de la vida y de la cultura. Tenemos más que ver con una familia de Petersburgo, perfectamente europea, que con otra de Chicago, americana y lejana. Los diplomáticos callan o, como máximo, asienten satisfechos. Hubo un tiempo de violencia extrema en que había que escoger primero entre la cruz gamada de un lado y la hoz y el martillo del otro. Le siguió a continuación otro tiempo, más pacífico en las formas pero igualmente brutal en la capacidad amenazadora de la destrucción mutua asegurada, en que el dilema era entre la estatua de la libertad y el busto de Lenin. En ambos tiempos, los amigos de Moscú se hallaban en los partidos comunistas, aunque su capacidad de irradiación sobre la entera izquierda y sobre el mundo intelectual iba más allá de las ideas políticas. Llegó después el paréntesis de los 20 años unipolares, con Rusia desaparecida y acomplejada, al que le ha seguido el regreso geopolítico de la Rusia autocrática de siempre, similar a la que guerreó en Crimea entre 1853 y 56 contra una gran coalición europea en la que estaba el Imperio Otomano. Y esa Rusia, antimusulmana, reaccionaria, de un cristianismo elemental y primitivo, es la que de nuevo fascina en Europa como un modernísimo avatar de la Tercera Roma que se asocia a los orígenes del Ducado de Moscú.



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15 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cataluña, Escocia, Ucrania

De cerca, son como un huevo y una castaña. Pero de lejos, desde la Asamblea General de Naciones Unidas por ejemplo, la semejanza es notable. Lo sabe el ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, que comparó en su día la secesión de Crimea con la catalana y ahora ha vuelto a hacerlo respecto a las consultas independentistas en Donetsk y Lugansk. Sabe que al final, para la llamada comunidad internacional, que es la que reconoce la existencia de nuevos Estados independientes, lo que importan no son los detalles sino la visión en perspectiva. Y ahí Cataluña se aleja de Escocia y se acerca a Ucrania, aunque las diferencias sean más que obvias. Nada que ver si tenemos en cuenta la gran potencia amenazadora, la violencia en las calles, los militares de verde rusos sin insignias, las milicias nacionalistas de uno y otro bando, el ausente Estado de derecho, la debilidad de una democracia secuestrada por los oligarcas? Para el ministro de Exteriores español lo que cuenta son las semejanzas: un derecho que se plantea como superación de la legalidad, una consulta convocada unilateralmente, la fecha y las preguntas ya fijadas? También avala dicha visión el candidato del Partido Popular Europeo, Jean-Claude Juncker, para incomodidad de sus amigos democristianos de Unió que votaron en favor del luxemburgués en la conferencia de Dublín el pasado marzo. La reivindicación del soberanismo catalán ha sido acogida hasta ahora con un clamoroso silencio en las instituciones europeas. Pero tras las elecciones, suponiendo que Juncker sea presidente de la Comisión, cabe incluso que Europa vaya más lejos. Hay argumentos para sospecharlo. Empieza a abrirse paso la teoría de que si Escocia se va del Reino Unido, también el Reino Unido se irá de la Unión Europea, y que entonces será la desbandada. Lo sostiene Hugo Dixon, comentarista político del International New York Times, respecto a los efectos en cadena que puede tener la victoria del Sí en el referéndum de independencia de Escocia el próximo 18 de septiembre.  La salida de Escocia, además de liquidar a Cameron, dejaría al laborismo con dificultades para obtener o sostener una mayoría de Gobierno en Westminster y facilitaría en cambio la llegada al poder de un conservador más euroescéptico que el actual primer ministro. Si Escocia se va, aumentan las posibilidades de que se celebre el referéndum para salir de la UE y el No tendrá más probabilidades, puesto que la ausencia de los escoceses, mayoritariamente europeístas, restará entre dos y tres puntos que pueden ser el margen decisivo. Finalmente, la única baza de Cameron sería la renegociación del estatus de Reino Unido en la UE antes del referéndum, pero se le complicaría enormemente si debe renegociar a la vez la continuación de Escocia en la UE a la que se ha comprometido. Si las cosas se complican hasta tal extremo, será difícil entonces que desde Europa no se vea el caso catalán como una contribución más a la desbandada europea, que en los sueños de los más optimistas del lugar corresponde a la Europa de los Pueblos y no de los Estados y las multinacionales.



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14 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Antes está el derecho a dudar

En la duda y no en la certeza está la clave. Sin duda no hay pensamiento. Tampoco deliberación, ni confrontación racional de argumentos. En la duda y no en la certeza está el fundamento de la ciudadanía activa y en consecuencia de la democracia. La duda no sirve a quienes quieren reducir la democracia a depositar una papeleta en una urna cada cuatro años. Pero menos sirve todavía a quienes quieren organizar una votación única y definitiva, un vuelco inexorable, determinado por una dinámica de la historia inscrita en los astros. Los dubitativos, y todavía más los dubitativos conscientes y reivindicadores, son un estorbo para quienes quieren aprovechar una oportunidad inesperada. Las dudas no convienen a creyentes, convencidos y conformistas. Menos todavía a acomodaticios y oportunistas que se han pasado de bando y se han dejado empujar e intimidar. Nadie más intransigente que un converso. En tiempos de hegemonías oceánicas y unanimismos, las preguntas ofenden. Veamos lo que nos dicen las certezas. La hoja de ruta está ya trazada. No hay marcha atrás. Sí o sí, o incluso sí y sí. Hay líneas rojas que no podemos pisar. Tenemos un calendario y una fórmula irrenunciables. Hay plazos perentorios. Tenemos prisa. No reconocemos ninguna vía tercera o intermedia entre la nada que identificamos con lo que tenemos y el todo que queremos y creemos obtener de inmediato. ¿Qué papel queda para el ciudadano que duda? Quien dude de la fecha, las preguntas y el objetivo histórico, merecerá quedar descalificado, ya no como enemigo de la patria, sino incluso como enemigo de la democracia. Y sin embargo, la duda no excluye el problema. Al contrario, le da profundidad y amplitud. Si partimos de la duda, podemos al final incluirnos a todos. Si partimos de la certeza dictada por alguien que ha decidido ya el camino y el destino, entonces es seguro que nos dividiremos y fracasaremos. Todos por igual, por cierto. El problema es real y consistente. Es una cuestión de democracia: una población circunscrita en un territorio perfectamente reconocible no puede ser gobernada civilizadamente sin su consenso, algo que todos sabemos cuándo y por qué se rompió. El lehendakari Urkullu ha señalado los pasos y el orden de los factores, sea cual sea la sustancia: diálogo, negociación, pacto, y al final, ratificación democrática. El presidente Mas, en cambio, ha situado las urnas por delante, en forma de una consulta para la independencia. Todo lo ha decidido unilateralmente sin pasar antes por unas elecciones con un programa claro como los nacionalistas escoceses: Junqueras sí esgrimió la independencia; CiU, solo el confuso Estado propio dentro de Europa. Mas quiere el derecho a decidir lo que ya está decidido. Por eso quienes dudan estorban. El derecho a decidir está muy bien. Lo avala el Tribunal Constitucional. Pero antes y por encima está el derecho a dudar, obligación incluso para quien quiera pensar por sí mismo. Y eso es lo que ha avalado en sus declaraciones y en sus recitales, con su tranquila apología de la duda, el último Premi d'Honor de les Lletres Catalanes, Raimon Pelegero. Ya es notable y merecido que vaya a Raimon el premio que da Omnium Cultural a quien "per la seva obra literària o científica, escrita en llengua catalana, i per la importància i exemplaritat de la seva tasca intel·lectual, hagi contribuït de manera notable i continuada a la vida cultural dels Països Catalans". A fin de cuentas, es el primer cantante y autor de canciones que lo recibe. Pero más notable es que sea porque, en efecto, ha contribuido como muy pocos a la preservación de la lengua y de la cultura de los ciudadanos de habla catalana sin dejar de expresar dudas ni de interrogarse, incluso ahora mismo, en el tiempo de las grandes certezas y unanimidades. Independencia o asimilación, tal es la dicotomía radical que plantean quienes han impulsado el proceso, convencidos, nos dicen, de que no hay terceras vías en el futuro de Cataluña. Es una tesis que exige la foto fija del actual momento político, desde que han descarrilado los consensos y la crisis ha corroído las instituciones. Desde Valencia y también desde Mallorca, no tan solo es legítimo sino racional y obligado, incluso para la más plena visión catalanista, evaluar la tercera vía con algo más de cuidado. No está claro que la independencia sea más beneficiosa para la unidad de la lengua y la cultura catalanas de lo que pudiera serlo combatir por la continuación de la convivencia de todos los ciudadanos catalanohablantes dentro de una España plural, organizada como un Estado federal y plurinacional. Si en las dudas de Raimon despunta la tercera vía, no es solo por su temple de intelectual crítico sino también por su preocupación por la unidad catalana y por el futuro de la lengua en Valencia y Mallorca. Omnium Cultural ha premiado, quizás sin calcularlo, la ejemplaridad de sus dudas. Por eso el Premio y los cuatro recitales en el Palau desde el pasado jueves hasta ayer, además de un goce para sus numerosos admiradores y amigos, son una incitación a la duda y un llamamiento a que todos las respeten, tanto las del cantante como de quienes quieran seguir su ejemplo.



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12 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Plegaria a San Schuman

La posguerra exigía dos capítulos en la construcción europea. Eran los años salvajes, en que Europa entera era un territorio feroz sin ley ni orden, como ha explicado Keith Lowe en su Continente Salvaje. Washington y Londres habían trenzado ya desde la guerra el capítulo de la seguridad del que saldría la OTAN. Robert Schuman, ministro de Exteriores de Francia, y Konrad Adenauer, canciller de Alemania, trenzaron los del capítulo económico, que empezó con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y ahora es la Unión Europea. De la llamada Declaración Schuman el 9 de mayo de 1950 salió el Día de Europa, conocido en Bruselas como San Schuman, que en esta ocasión ha coincidido felizmente con el arranque de la campaña electoral. No es la única coincidencia. La idea de unir a Francia y Alemania --a partir de los dos ingredientes bélicos como eran entonces el carbón y el acero y de forma definitiva para evitar el hábito de la guerra entre hermanos contraído a lo largo del siglo XIX y repetido hasta dos veces más en el XX-- no podía gustar en dos capitales, una amiga, Londres, y otra adversaria, después de haber sido aliada, Moscú. Aunque los británicos estén todavía dentro, les sucede como a los rusos: prefieren un continente dividido a someterse a una superpotencia surgida de pronto en el vecindario. Algo que recuerda lo que sucede ahora mismo, de forma más visible en nuestro límite oriental porque allí adopta los viejos e inquietantes hábitos del nacionalismo étnico y de la acción armada, a semejanza de los que empezaron a arruinar a Europa en 1914, justo ahora hace 100 años. Nosotros nos decimos que estamos ante las elecciones más trascendentes de la historia de Europa. Que por fin los europeos podremos decidir quién queremos que presida la Comisión, la institución que más se parece a un gobierno de Europa. Que por primera vez, tendremos elecciones verdaderamente competitivas, en las que los candidatos debaten entre ellos y ofrecen sus programas, identificables con un rostro y un partido. Es muy fácil ilusionarse con la idea de la trascendencia de nuestros actos, pero más difícil que nuestros actos y decisiones presentes terminen teniendo esa trascendencia histórica que pretendemos. La abstención electoral creciente, el voto de protesta contra los grandes partidos, la rebelión contra el estatus quo e incluso contra la propia idea de Europa, la inercia de los jefes de Estado y de Gobierno acostumbrados a prescindir del resultado de las urnas, y tantas otras cosas pugnan por convertir en anodinas estas elecciones. Las dicotomías en juego entre izquierda o derecha, Europa federal o Europa intergubernamental, Europa de los Estados o Europa de los pueblos, fácilmente pueden quedar disueltas en la Europa de siempre, con una Comisión devaluada, un Parlamento ruidoso pero ineficaz y un Consejo Europeo que acumula todos los poderes y, a la vez, todas las impotencias. Y mientras tanto, quien tiene la iniciativa en Europa es Vladimir Putin. Que San Schuman nos pille confesados.



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11 de mayo de 2014

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Desde las profundidades del futuro

Cuanto más globalizado, más fragmentado y ajeno es nuestro mundo. Hay noticias que consiguen conmovernos apenas se conocen sus primeros detalles y otras que tardan días o semanas en saltar el muro de la indiferencia. Este ha sido el caso del secuestro de más de 300 niñas en el norte de Nigeria por parte de un grupo de delincuentes que se identifican como islamistas y responden a un nombre que es lema bien expresivo de sus aviesas intenciones: Boko Haram, lo que significa en lengua hausa ?la educación occidental es pecado?. El secuestro fue el 14 de abril, pero el Gobierno de Abuja tardó 15 días en balbucear alguna respuesta, a pesar de las protestas de las familias y del escándalo internacional. La especialidad de los secuestradores es atacar iglesias cristianas y quemar escuelas, actividad a la que se dedican con creciente frenesí desde 2011 en castigo al pecado de occidentalización. En una sola noche de marzo de 2012, los fanáticos quemaron 123 escuelas y dejaron a 10.000 niños sin colegio. Su objetivo, similar al de Al Qaeda o al de los talibanes, es implantar un Estado islámico regido por la sharía, que en su opinión aconseja incluso el secuestro, esclavización y venta de mujeres. La pasividad y la arrogancia del presidente nigeriano, que responde al nombre de Goodluck Jonathan, y sobre todo de su esposa, Patience, han sembrado la indignación entre los familiares de las niñas. La reacción y la campaña en las redes sociales, con Michelle Obama en cabeza, arrancó desde los movimientos de protesta contra la pasividad del Gobierno, pero solo alcanzó la notoriedad internacional en las vísperas de la inauguración del Foro Económico Mundial en su versión africana, que se ha reunido esta pasada semana en la capital Abuja. En el momento en que se ha inaugurado el Davos africano, siempre bajo el simpático lema Comprometidos en mejorar el estado del mundo, han anunciado iniciativas para liberar a las secuestradas al menos cuatro grandes potencias como Estados Unidos, Reino Unido, Francia y, naturalmente China, uno de los mayores inversionistas en la región y en el país. Esa Nigeria superpoblada de 174 millones de habitantes, el 43% de ellos por debajo de los 14 años, superará a Estados Unidos en población a mitad de siglo XXI y es ya actualmente la mayor economía y el primer productor de petróleo de África. Combina así la doble condición de país a la vez emergente y subdesarrollado, con unos Gobernantes salidos de las urnas democráticas, pero inútiles, corruptos e incapaces de dar seguridad, educación y el mínimo de bienestar a sus crecientes poblaciones urbanas. Los repugnantes crímenes de Boko Haram parecen surgir de las nieblas medievales, pero a poco que afinemos la mirada veremos que llegan acompañados de inquietantes signos premonitorios acerca del futuro. 



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10 de mayo de 2014
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