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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Túnez es la solución

Túnez era la solución en 2011 y sigue siendo la solución en 2014. La salida tunecina de la dictadura fue la solución entonces admirada e incluso emulada en aquel año de las revoluciones árabes y ahora, casi cuatro años más tarde, de nuevo la construcción tunecina de la democracia parlamentaria y pluralista sigue ofreciéndose como solución ante el fiasco generalizado del islamismo político cuando ha alcanzado el poder y ante la cosecha de horror, violencia y caos en que han derivado todas las otras transiciones árabes entonces iniciadas. Las elecciones legislativas del pasado domingo, primeras que se celebran con la regla de juego de la nueva Constitución laica recién estrenada y segunda alternancia en el poder desde la caída del dictador, han arrojado un paisaje parlamentario polarizado entre las dos formaciones de mayor peso, la laica Nida Túnez o Llamamiento por Túnez y la islamista Ennahda, pero a la vez tan fragmentado y sin mayorías suficientes como para obligar a todos a un esfuerzo de consenso. A la sorpresa que suscitó la revolución tunecina que echó del poder a Ben Ali en apenas cuatro semanas le siguió su capacidad de atracción sobre las opiniones públicas del mundo árabe que se reflejó en la revuelta egipcia de la plaza Tahrir. El lema islamista de los Hermanos Musulmanes egipcios, ?El islam es la solución? se vio sustituido entre los jóvenes manifestantes por el lema ?Túnez es la solución?, que ahora vuelve a adquirir vigencia. Como en Egipto, los islamistas tunecinos, que alcanzaron el Gobierno en las primeras elecciones libres de 2011, han experimentado el desgaste del poder y se han mostrado incapaces de disminuir el paro y poner de nuevo en marcha la economía. Su política antiterrorista ha sido ambigua y en alguna forma también responsable del surgimiento de la violencia política. Pero a diferencia de sus homólogos egipcios, supieron participar en una Constitución incluyente y pluralista, han sabido abandonar el poder y aceptan ahora su nueva posición subordinada. Ennahda es el único partido islamista de la región que todavía mantiene un fondo de credibilidad después de una desastrosa experiencia de gobierno que ya empieza a alcanzar, incluso, a la Turquía de Tayepp Recipp Erdogan, que se pretendía modélica para toda la región. El partido vencedor Nida Tounés ha obtenido pacífica y democráticamente, como resultado del libre juego electoral, una síntesis similar a la que la oposición laica egipcia ha buscado en su apoyo en la calle al golpe de Estado militar contra Mohamed Morsi. En sus filas hay antiguos cuadros del régimen derrocado que se han aliado a quienes se opusieron a Ben Ali desde posiciones progresistas y laicas para evitar la imposición de un modelo islamista restrictivo para las libertades individuales y el pluralismo. El camino tunecino --laicismo, pluralismo político, religioso y social, y consenso constitucional-- sigue contrastando con los caminos perdidos de la primavera árabe en el que se hallan varios estados fallidos y fragmentados ?Libia, Yemen, Siria, Irak--, el regreso del poder militar en Egipto, el inmovilismo de Argelia o la moda siniestra del califato islámico alentada subrepticiamente por gobiernos de la región oportunistas e irresponsables.

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30 de octubre de 2014
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La esperanza tunecina

Si todavía queda esperanza, es Túnez quien la mantiene. La primavera árabe de 2011 es ahora el gélido y sangriento invierno del califato. La dictadura militar ha regresado a Egipto. No hay nada parecido a unas estructuras estatales en Libia, donde imperan unas guerrillas tribales enfrentadas. La guerra civil siria se ha extendido a Irak, donde el Estado Islámico aterroriza al mundo con sus decapitaciones y amenaza la estabilidad de la región entera. Y a pesar de todo, Túnez sigue en su transición democrática y ahora celebra este domingo sus primeras elecciones legislativas bajo la nueva Constitución, la más laica y liberal de la región, mientras también prepara, ya para noviembre, las primeras presidenciales del nuevo régimen democrático. Muchos son los factores que explican el éxito tunecino. No hay divisiones sectarias ni religiosas como en casi todos los países de Oriente Próximo desde Egipto hasta Irak. Tampoco hay una tradición de gobierno militar, puesto que la dictadura de Ben Ali era policial. Su partido islamista, Ennahda, es más moderado y flexible que los Hermanos Musulmanes egipcios, hasta el punto de que ha gobernado ya, ha sabido dejar el gobierno y ha favorecido el consenso constitucional. No tiene gas ni petróleo como sus dos vecinos, origen y objeto de disputas e incluso de guerras en toda la zona. Pero la causa central de la excepción tunecina es que tiene una sociedad civil vibrante y unas clases medias educadas y europeizadas.

Su transición no ha sido hasta ahora un camino de rosas ni hay nada que pueda garantizar su futuro en un entorno tan inestable. La economía no suele acompañar a las transiciones, y los tunecinos han podido comprobarlo con la caída del turismo y de las inversiones extranjeras. La violencia política, principalmente islamista, se ha incrementado. Este mismo año fueron asesinados dos dirigentes izquierdistas y laicos y se da la extraña circunstancia de que Túnez es el país árabe que ha suministrado mayor número de combatientes a las filas terroristas del Estado Islámico de Irak y Siria. También la actual campaña electoral se ha visto ensangrentada por un terrorismo que tiene en la frontera con Libia un foco de tráfico de armas y en el paro juvenil y el enorme fracaso escolar el caldo de cultivo para el reclutamiento. Hay unos 3.000 jóvenes tunecinos que combaten por el califato en Siria e Irak, sin contar otros centenares más que se encuadran en grupos terroristas con base en el propio Túnez. Ellos son la otra cara de la moneda del islamismo moderado, que ha sabido participar en la vida política tunecina y construir un consenso constitucional con las fuerzas laicas, pero a costa de romper con un importante segmento de la población radicalizado que constituye la clientela del radicalismo islámico. Los tunecinos no querían una Constitución islámica pero se enfrentan con los partidarios de un Estado que convierte la sharía en la única constitución legal que deben obedecer todos los musulmanes. La guerra contra el Estado Islámico también se está librando en las urnas tunecinas.

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26 de octubre de 2014
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Literatura sin dinero

La historia, incluso la económica, es también literaria. Las novelas, además de llevarnos a vivir de forma vicaria en épocas, paisajes y vidas distintas, pueden servir también para explicarnos cuestiones tan prosaicas como la evolución de los precios o para cuantificar las desigualdades sociales. Digo bien cuantificar, aunque digo mal al decir que sirven, más bien debería decir que han servido y ya no sirven. Esta es la clave literaria de la obra de moda del economista de moda, El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty: su autor sustenta sus tesis sobre el regreso de la sociedad patrimonial y el crecimiento de las desigualdades en las cuentas que hacen Balzac, Jane Austen e incluso Henry James en sus novelas respecto al rendimiento de los patrimonios de sus personajes; pero a la vez nos señala cómo a partir de la Primera Guerra Mundial, con la aparición de la inflación y la desaparición del patrón oro, también se produce una desconexión de la literatura y más concretamente de la novela respecto al dinero y a los patrimonios de los personajes novelescos y sus familias. En este libro no todo son estadísticas y cálculos sobre las diferencias de salarios y rentas del capital a lo largo de los últimos doscientos años. El monumental trabajo de Piketty está lleno de referencias literarias, que en casi todos los casos tienen una función crucial en su teoría sobre el regreso de la sociedad patrimonial que ha empezado a despuntar en el incremento de las desigualdades de las tres últimas décadas. Pero ninguna tiene mayor relevancia que lo que denomina como el ?dilema de Rastignac?, una escena extraída de un episodio de la Comedia Humana de Balzac y concretamente de Le Père Goriot. El joven Rastignac, que quiere escalar en la sociedad francesa durante la restauración borbónica, debe escoger entre el trabajo y el mérito, que le reportarán unas rentas insuficientes, o buscar mediante el matrimonio una herencia que le sitúe en la cima de la sociedad, aunque sea por medios inmorales. El siniestro Vautrin, expresidiario prendado del joven, ?explica a Rastignac que el éxito social por los estudios, el mérito y el trabajo es una ilusión?, por lo que le propone incluso el crimen para alcanzar el patrimonio de una rica heredera. ?No basta con obtener brillantemente los diplomas de Derecho; hace falta normalmente intrigar durante muchos años sin garantía de resultados. En estas condiciones, si se percibe en el vecindario inmediato una herencia del centil superior, mejor será sin duda no dejarla pasar?, escribe Piketty. ?Hasta la Primera Guerra Mundial, el dinero tiene un sentido, y los novelistas no dejan de explotarlo, explorarlo y convertirlo en materia literaria?, señala. Pues bien, una vez la literatura ha dejado de ocuparse del dinero y del patrimonio, el economista nos augura el regreso de una sociedad patrimonial que ya se acerca ahora mismo a las desigualdades experimentadas en la Belle Époque, justo antes de 1913, cuando empezó una época, un paréntesis más bien, en que han sido más el mérito, el trabajo y el estudio los instrumentos para el ascenso social que la posesión de un patrimonio importante. Muchas son las explicaciones para la época de mayor igualdad que hemos vivido y de la que nos estamos alejando a marchas forzadas. La enorme destrucción de patrimonios de las dos guerras mundiales es una de ellas y quizás la principal. También la implantación de sistemas fiscales y del Estado de bienestar. Y, naturalmente, la inflación que se ha fundido fortunas y deudas para desesperación de quienes estaban habituados a la estabilidad monetaria del patrón oro. La despreocupación literaria por la moneda y el patrimonio refleja un cambio en la percepción social y es fruto también de un engaño, tal como subraya Piketty: ?A veces imaginamos que el capital ha desaparecido, que por arte de ensalmo hemos pasado de una civilización fundada en el capital, la herencia y la filiación a una civilización fundada en el capital humano y el mérito. Los accionistas bostezantes habrían sido reemplazados por los cuadros meritorios, simplemente por arte del cambio tecnológico?. Queda por ver si al regreso de la sociedad patrimonial que atisba El capital en el siglo XXI le acompañará también una mirada literaria ocupada de nuevo en la desigualdad, el dinero y los patrimonios como en las novelas de Jane Austen, Balzac o Henry James. Hay fundadas razones para dudarlo.

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25 de octubre de 2014
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Jurisdicciones especiales

China también quiere tener su Estado de derecho, su rule of law en la expresión clásica en inglés. Si tiene una economía de mercado y multimillonarios, posee empresas en todo el mundo y lidera la nueva carrera del espacio, es el primer país exportador y la segunda economía del planeta, ¿qué razón podría existir para que no tuviera algo parecido a un Estado de derecho? Hay razones objetivas para que el Partido Comunista Chino se preocupe por el funcionamiento de la justicia en el preciso momento en que crecen las protestas sociales, se extiende la corrupción entre los dirigentes y la economía empieza a desacelerarse. Hoy se conocerán las medidas acordadas por el Comité Central, reunido desde el lunes con la idea del Estado de derecho como punto crucial de su orden del día. El régimen ya ha hecho algunos tímidos pasos para limitar y controlar la pena capital. También para reducir los centros de reeducación por el trabajo o las cárceles negras, temibles instituciones oficiosas de detención extrajudicial. Pero ahora quiere presentar la faz modernizadora de una reforma judicial que introduzca algo de transparencia en los procesos, elimine el control político local sobre los jueces e incluso digitalice los juzgados. No habrá división de poderes, ni justicia independiente, ni sometimiento de todos por igual al imperio de la ley. Eso es Estado de derecho occidental, bien distinto al Estado de derecho con características chinas que hoy nos dará a conocer el Comité Central. Basta con tener algo a lo que llamemos Estado y que siga determinados procedimientos o reglas para que podamos decir que es un Estado de derecho. El chino es un Estado de derecho low cost. Los miembros del Comité Central están afectados de forma relativa por estas decisiones. Aunque apenas hay otra escalera para el ascenso social, no todo es un camino de rosas para los casi 90 millones de comunistas, pues el partido queda fuera del Estado de derecho y cuenta con una jurisdicción especial, bajo competencia de la todopoderosa Comisión de Disciplina, una de cuyas ocupaciones más importantes es la lucha contra la corrupción. Esta siniestra institución tiene sus centros de detención y sus propios policías, que pueden interrogar sin juicio a los acusados durante seis meses. El proceso secreto, que puede incluir malos tratos e incluso torturas, como la privación del sueño, termina con la expulsión del Partido y la entrega del reo a la justicia ordinaria. Los únicos que están a salvo son los siete miembros del Comité Permanente del Politburó. Las dos últimas purgas por corrupción en la cúpula han afectado a Bo Xilai, que aspiraba a incorporarse al máximo organismo pero fue cazado en el camino, y ahora a Zhou Yongkang, el zar de la policía, incriminado justo cuando abandonó el comité permanente en 2012. El Partido se rige por leyes especiales pero los siete hombres más poderosos de China, los auténticos soberanos, están por encima del bien y del mal mientras se sientan en el Comité Permanente.

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23 de octubre de 2014
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La guerra de la energía

Hay muchas formas de librar la guerra. No siempre hacen falta los tiros. Una decisión sobre los precios del gas o del petróleo o una restricción en los suministros basta a veces para producir efectos de mayor eficacia que un bombardeo o una invasión. Muchas guerras se han librado por la energía, y más concretamente por el petróleo. La primera guerra del Golfo, emprendida con todas las de la ley por Bush padre en 1990, fue para evitar que Sadam Husein se convirtiera con la anexión de Kuwait en el primer productor de petróleo del mundo. Pero hay otras guerras, como la de Ucrania, que se libran bajo la amenaza de la energía: si llegamos al invierno con la penosa tregua sangrienta que hay ahora en Donestk y Lugansk podemos ver cortes del suministro de gas que van a afectar al conjunto de Europa. Arabia Saudí, el primer productor de petróleo del mundo y dueño de las mayores reservas mundiales, acaba de tomar una decisión que ha sido interpretada en muchos países como una forma de guerra subrepticia. Justo cuando los precios empezaban a bajar, como resultado del incremento de la producción en Estados Unidos y de la caída de la demanda en Europa y en China, los príncipes saudíes han decidido mantener los altos niveles de producción, perjudicando directamente a sus adversarios geopolíticos más próximos, que son Rusia e Irán. Los sauditas quisieran que Rusia sacara las manos de Siria, donde apoya a Bachar el Asad en un acto reflejo de la presencia soviética en Oriente Próximo durante la guerra fría. También quieren perjudicar la economía de Irán, su mayor rival regional, con el que se disputan la hegemonía en el mundo islámico. La decisión está llena de recovecos. De una parte echa un cable a Washington en su presión sobre Teherán para que firme de una vez el acuerdo sobre la fabricación pacífica de energía nuclear. Pero a la vez, es un ataque en toda regla a la estrategia de independencia energética de Estados Unidos. Con el barril estabilizado a 80 dólares dejarán de ser rentables muchos proyectos de extracción no convencional, especialmente yacimientos en los que se utiliza el fracking. La caída de ingresos perjudicará también a las finanzas saudíes, pero proporcionan al reino árabe una palanca de acción geopolítica que acrecienta su interés como aliado. Thomas Friedman, en una columna publicada esta semana en The New York Times, se pregunta si Ryad y Washington no estarán haciendo a Putin y a Kamenei lo mismo que los saudíes hicieron a Gorbachov en 1985, cuando incrementaron súbitamente su producción petrolífera hasta conseguir la bancarrota de Moscú. Según esta versión de los hechos, no fueron las divisiones espirituales de Karol Wojtila, ni la tozudez neoliberal y armamentística de Reagan con la ayuda de Thatcher, sino los príncipes saudíes quienes infligieron la derrota definitiva al comunismo. 

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18 de octubre de 2014
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Kobane, ciudad mártir

Kobane nos proporciona la foto de un mito trágico, el de la ciudad mártir sacrificada y traicionada ante la indiferencia internacional. Las imágenes están tomadas desde unos altozanos en el lado turco de la línea fronteriza. En primer plano hay una hilera de blindados del ejército turco con sus cañones orientados hacia Siria, y en el fondo, la ciudad entera. Apenas se distingue el campo de minas de una milla de ancho que recorre la raya por el lado turco. Los turcos de la región fronteriza con Siria pueden ver desde estas colinas los bombardeos y enfrentamientos entre los combatientes del Estado Islámico con sus banderas negras y los milicianos kurdos de las Unidades de Protección del Pueblo. Antes de la guerra, Kobane tenía 45.000 habitantes, kurdos casi todos. La superioridad militar de los guerreros del califato islamista es absoluta, mermada solo por la limitada capacidad de acierto de los bombardeos aéreos de la coalición organizada por Washington junto a cinco países árabes. Sin una intervención terrestre, que Estados Unidos no quiere hacer, y mucho menos en Siria, la ciudad y toda la región fronteriza que la circunda estarán pronto en manos del Estado Islámico. Solo Turquía, único país musulmán de la OTAN, podría frenar el avance de los terroristas califales, pero su Ejército prefiere retenerse a la espera de una derrota kurda a obtener una victoria rápida y la huida de los islamistas. Es la repetición de un mito trágico que hemos visto otras veces en la historia, aunque nunca como en este caso con fotos, imágenes de televisión y acumulación de curiosos turcos en los miradores fronterizos. A escala mucho mayor, sucedió en Varsovia en 1944, cuando los patriotas polacos se levantaron contra los nazis en el momento en que el Ejército Rojo se acercaba a la capital polaca, pero Stalin ordenó esperar a que fueran derrotados por el Ejército de Hitler. De forma similar, 70 años después, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan prefiere bombardear a los kurdos del PKK dentro de Turquía y dejar a los islamistas que terminen con las guerrillas kurdas dentro de Siria. Esta es una guerra en la que combaten cara a cara dos proyectos de Estado. El de los kurdos que viven repartidos entre Turquía, Siria, Irán e Irak, donde cuentan con una administración regional ya con competencias muy parecidas a las de un Estado; y el de los radicales islamistas que quieren instalar un califato entre Siria e Irak bajo el nombre precisamente de Estado Islámico. En la pelea por el Kurdistán sirio se juega la posibilidad de utilizar la frontera turca para el contrabando imprescindible para la supervivencia del Estado Islámico. Kobane no es solo un símbolo de la indiferencia internacional ante el martirio de una ciudad, sino también de la responsabilidad occidental en el destino trágico de dos países como Siria e Irak, sometidos al desmembramiento territorial, a la guerra civil a varias bandas y a la limpieza étnica y religiosa.

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16 de octubre de 2014
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Un partido para el presidente

No estamos en guerra, pero como en la guerra la verdad es la primera víctima de nuestra contienda política. Mentir y ocultar, siempre que sea por los más altos intereses patrióticos, está bien visto y recibe el aplauso de la concurrencia. Lo hacen nuestros dirigentes abiertamente, con la explicación de que no quieren dar pistas al enemigo. No estamos en guerra pero lo parece, y en la guerra como en la guerra: todo vale, incluso sacrificar la obligación de transparencia hacia los ciudadanos en favor de la esperanza, aunque sea muy tenue, en una segura e inevitable victoria. La verdad es sencilla y conocida por todos, pero ahora está embargada. No habrá consulta el 9 de noviembre. Lo saben los convocantes, lo saben los que se sienten convocados y lo saben los que no se sienten convocados en absoluto. Lo sabe el presidente y su gobierno y lo saben los partidos del pacto por el derecho a decidir; pero nadie se atreve a decirlo, porque al primero que hable le caerá encima todo el peso de la descalificación patriótica. El embargo es del Gobierno, claro está, pero lo es también de los partidos de la consulta. El primero que hable se sale de la foto. El periodismo presidencial, en posición de saludo y a las órdenes del primer magistrado catalán desde que empezó el proceso, se ha convertido en el primer guardián del embargo. También la entera clase política soberanista tiene buen cuidado de guardar el pacto de silencio ante las legítimas presiones del periodismo más suelto y asilvestrado, que no quiere atender a la disciplina de Palau. Radicalismo democrático, sí, pero sin exageraciones. Al pueblo hay que consultarle, claro está, pero no siempre hay que contarle la verdad. Si no hay consulta el 9-N y nadie quiere contarlo todavía, significa que algo se está tramando a sus espaldas. Solo pueden ser dos cosas: una, cómo vender la mercancía averiada de la consulta del 9N que no se celebrará; y otra, cómo organizar las elecciones anticipadas, sea cual sea la denominación con que se planteen. No son tareas fáciles, puesto que alguien puede perder la cara en las explicaciones. La ocultación de la verdad puede que tenga menos de astucia maquiavélica que de pánico escénico que conduce a diferir el momento en que habrá que enfrentarse a la dura y desnuda verdad, cuando veamos en qué han quedado tantas fotos históricas y tantas proclamas que hacían obligada, segura y decisiva la cita del 9N. De entrada y a grandes rasgos hay un partido que no ha hecho más que ganar y reforzar sus posiciones, Esquerra, y otro que se ha ido deshilanchando, que es Convergència. La paradoja de la partida que se está jugando debajo de la mesa, con expresa ocultación ante los votantes y los ciudadanos, es que el presidente de los sucesivos fracasos quiere convertirse en el líder del partido de todos los éxitos gracias a la fórmula del partido presidencial en el que se unan CDC y Esquerra, pero también todo lo que ambos puedan pillar dentro y fuera de las otras fuerzas soberanistas. Artur Mas fracasó en las elecciones de noviembre de 2012, como ha fracasado ya con su apuesta sí o sí por el 9-N, y solo le falta culminar su historial de fracasos liquidando a la federación con Unió e incluso diluyendo Convergència dentro de una candidatura con Esquerra. Tras entregarse al programa y calendario republicanos se entrega él mismo como presidente y prenda de su compromiso con el proceso, acompañado de las obligadas odas y epinicios que le exaltan como un dirigente excepcional, capaz de hacer historia sin bajar del autobús como hacía el Barça según su entrenador Helenio Herrera. Exactamente lo contrario de lo que ha hecho Esquerra, que obtuvo unos resultados espléndidos en las elecciones de 2012; consiguió que CiU se adhiriera a su programa; no tuvo necesidad alguna de asociarse con un presidente marcado por los recortes de su primera y bien corta presidencia y lastrado en la segunda por la figura de su padre político, Jordi Pujol; y ahora se encuentra preparada para recoger en las elecciones sucesivas los frutos de su paciente trabajo y reconocida ventaja estratégica, de modo que a poco que le vayan bien las cosas puede hacer tres en raya en las elecciones sucesivas, sea cual sea el orden en que se celebren, catalanas, municipales y generales. La discreción de Esquerra sí es maquiavélica, seguro. La explicación para el bloqueo informativo, en cambio, es bien simple y la ha dado el presidente en persona, recibiendo como refuerzo el eco de decenas de artículos, comentarios y tertulias: el único responsable de todo lo que está pasando es el Estado hostil. Cuando las cosas llegan a este punto no hay más remedio que entonar el grito de unidad, unidad, unidad. No es la hora de los críticos y de los distantes, sino de la obediencia. Todos a formar. Quien no lo haga ya sabe qué le espera. El nuevo partido está ya preparado. Y también su presidente, muy bien entrenado en las formas y variaciones de su liderazgo: primero y hasta 2012 el de Moisés, personal, carismático; después y hasta ahora, el compartido, humilde y a veces agónico; y a partir del 10N el obediente, no liderando sino liderado, a las órdenes del pueblo, único señor de esta nueva era.

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13 de octubre de 2014
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Epidemia en la aldea global

La epidemia empezó en una zona rural de Guinea, se desplazó luego hacia las zonas urbanas de Liberia y Sierra Leona y de ahí ha empezado a saltar a otros continentes. Es exponencial la velocidad de expansión en países sin sistemas de salud y en un continente donde los controles en frontera son meramente virtuales: las cifras oficiales contabilizan 3.800 fallecidos de un total de 8.000 enfermos reconocidos, pero los casos de contagio y muerte no localizados permiten multiplicar por cuatro las cifras. El ébola es una avería sanitaria global con orígenes locales, nada distinta de las otras averías económicas, medioambientales, de derechos humanos o de seguridad de nuestro mundo globalizado. Vivimos en aquella aldea global que Marshall McLuhan ya supo ver en fecha tan temprana como 1962. El problema que tiene nuestro pequeño mundo es que todavía no está organizado ni gobernado en su conjunto, sino que siguen mandando los viejos Estados nación, allí donde existen, retranqueados en sus fronteras y sus soberanías nacionales; mientras que, en las zonas más pobres del planeta, estos mismos Estados son más entelequias que realidades con capacidad de garantizar la vida y la seguridad de los ciudadanos. La primera reacción ante los efectos globales de las crisis locales es echar mano de los instrumentos obsoletos anteriores a la globalización, los controles a la entrada de los países. Si de los atentados del 11-S surgieron las colas ante las cancelas de seguridad, del ébola saldrán unas nuevas colas ante las cámaras que detectan a los pasajeros con fiebre. En la aldea global, el miedo es el virus más peligroso. Se expande todavía más rápidamente y tiene efectos desastrosos sobre la economía e incluso el orden social. De ahí que muchas medidas tengan sentido más como sistemas para dar seguridad a la gente que por su efectividad. Pero estas reacciones locales no deberían llamar a engaño, pues todos sabemos que al terrorismo como al ébola se le combate con esfuerzos e inversiones allí donde nacen. Nada de lo que sucede en el más remoto punto del planeta es ajeno a quienes vivimos en las urbes del mundo más desarrollado. Todo termina afectándonos. Lo sabemos, pero nos enfrentamos a estas crisis de forma reactiva, siempre viéndolas venir. El virus se extiende a toda velocidad, pero la respuesta es lenta y en algunos casos, como en el caso español, de una torpeza política exasperante. ?Debemos eliminar el virus, pero antes tenemos que eliminar las excusas?, ha dicho el coordinador de la Organización Mundial de la Salud para el ébola, Bruce Aylward. Está visto que en el déficit de gobernanza de la globalidad hay que contabilizar también la ineptitud y el cinismo de los políticos locales, incapaces de responsabilizarse de nada que pueda afectarles en las elecciones.

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11 de octubre de 2014
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Enlloc

Un artículo que escribí el 27 de abril de 2014, titulado 'Camino de Enlloc', ha suscitado este comentario documental que me manda el historiador Jaume Claret.

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10 de octubre de 2014
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Sueños chinos

Deng Xioaoping tuvo un sueño. Y lo vio realizado. El fundador de la China actual es un modelo universal del pragmatismo político, la técnica que permite ver los sueños convertidos en realidad. Encandiló a Felipe González con su gato negro, gato blanco, lo importante es que cace ratones. Quería una China modernizada, de nuevo en el centro del mundo, y a la vista está que logró poner el tren sobre los raíles y darle velocidad. Pero Deng no era tan solo un comunista pragmático, dispuesto a casarse con el capitalismo, sino ante todo un nacionalista chino, que también vio realizado su sueño en un capítulo tan importante como la recuperación de la unidad territorial perdida por los llamados tratados desiguales que firmó la última dinastía imperial con las potencias coloniales. Los tratados de recuperación de Hong Kong y Macao se cerraron entre 1984 y 1987, todavía con Deng vivo, de forma que a su muerte solo quedó pendiente, para que lo resolviera la próxima generación según sus propias palabras, la espinosa cuestión de Taiwan. Xi Jinping, el líder de la quinta generación, en la cima del poder desde hace apenas año y medio, también tiene su sueño, que se inspira en la idea del sueño americano para redimir completamente el pasado chino de subdesarrollo y dependencia colonial del que empezó a sacarle el Partido Comunista. Aspira a completar, en fecha tan cercana como 2021, centenario de la fundación del PC, los dos sueños de Deng: el de la modernización capitalista, hasta sacar al país entero de la pobreza y convertirlo en una superpotencia desarrollada; y el de la recuperación de todos los dominios territoriales irredentos, es decir, Taiwan y, de paso, los puñados de islas disputadas en los mares circundantes, también encarrilada bajo el lema de un país, dos sistemas. Hong Kong fue crucial para Deng, pues abrió las puertas a la experimentación con el capitalismo y se erigió en emblema de la recuperación de la soberanía. Había que ir tanteando las piedras para pasar el río, según otro dicho famoso del pequeño timonel. Y ahora aquella piedra es crucial también para Xi, cuando su sueño de riqueza para todos y de pleno dominio territorial en Asia se ve impugnado por el sueño impertinente de los jóvenes estudiantes hongkoneses que piden elecciones libres y competitivas y le dan la espalda a la bandera y al himno de China en las celebraciones patrióticas. Hong Kong ha encogido respecto a China desde que se produjo la retrocesión por parte de Reino Unido en 1997. Ahora ni siquiera es la locomotora capitalista. Pero sigue siendo una sociedad dinámica, un foco de atracción y un oasis de libertades civiles en cuyo espejo también se miran todos los chinos. Los tibetanos y los uigures sueñan con la libertad que conserva Hong Kong. Los taiwaneses temen tanto como ellos que Hong Kong pierda sus márgenes de libertad, porque sería el adiós definitivo a la unificación. En Hong Kong empezó el sueño de Deng Xiaoping y puede empezar la pesadilla de Xi Jinping.

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9 de octubre de 2014
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El Boomeran(g)
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