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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Un lugar en el mundo

Estamos tan habituados al derrotismo, que apenas captamos los perfiles positivos de los acontecimientos políticos. Sucede en el ámbito de las naciones pero también en la escena internacional. Y no sobran razones para la depresión cuando ya son tópicos el desgobierno del mundo y los conflictos incontrolados, de los que la guerra sigilosa de Ucrania y el Estado Islámico son las últimas y más preocupantes pruebas. También podría incorporarse a la lista el fracaso de las negociaciones del grupo llamado P5+1 con Irán que debía evitar la aparición de una nueva potencia con el arma atómica. Durante un año han estado negociando los cinco países del Consejo de Seguridad más Alemania con el nuevo Gobierno instalado en Teherán sin que hayan conseguido el acuerdo definitivo que hubiera permitido a los iraníes proseguir con su fabricación de energía civil y gozar de una economía sin sanciones internacionales, y al resto del planeta respirar con alivio ante la desaparición del actual peligro de proliferación nuclear, que constituye un estímulo para que países como Egipto o Arabia Saudí se doten también de este tipo de armas. El perfil positivo del fracaso, más que la buena noticia, es que las negociaciones se han prorrogado siete meses, y que prácticamente todos los implicados, incluidos los que no están en la mesa, como es Israel, han preferido el mantenimiento del acuerdo provisional antes que la ruptura o incluso el acuerdo definitivo que consideraban perjudicial. Esto significa que proseguirá el régimen acordado provisionalmente de sanciones aligeradas a cambio de limitaciones en la fabricación y enriquecimiento de uranio con la presión de un nuevo plazo. El estímulo para el acuerdo definitivo es tan fuerte como el temor a la situación amenazante que puede tejer un fracaso ya sin prórroga, puesto que dentro de medio año las circunstancias pueden empeorar por causa de los halcones de ambos bandos. La negociación va más allá del programa nuclear iraní. Rusia y China están implicadas desde sus peculiares y bien distintas relaciones con Washington, y arriman el hombro porque se trata de encontrar un lugar en el mundo global para Irán, el último gran país, por demografía, recursos energéticos y peso geopolítico, que se halla fuera de la economía mundial en la que Moscú y Pekín llevan tanto tiempo integrados. De las dos, China es la que ofrece un modelo más acabado de relaciones equilibradas, entre una intensa cooperación económica y una no menos intensa competencia geoestratégica. Rusia, crucial para avanzar en todos los frentes en Oriente Próximo, intenta mantener los lazos cooperativos sin renunciar a su agresivo roce en Ucrania. Kissinger estableció hace más de una década el dilema al que Irán se enfrenta ahora, como Rusia y China en su día, ?entre ser una nación o una causa?, negociar intereses o levantar una bandera.

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29 de noviembre de 2014
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Un porteño en Estrasburgo

Solo dos papas han sido invitados por el Parlamento Europeo para dirigirse a los eurodiputados en Estrasburgo. El primero fue Karol Wojtila, el papa polaco, en octubre de 1988, un año antes de la caída del Muro de Berlín, cuando el europarlamento solo acogía a representantes de doce países, los socios occidentales de la Europa dividida. Juan Arias, entonces el corresponsal de EL PAÍS, titulaba así su crónica: ?El Papa pide en el Parlamento Europeo que los doce se abran al Este?. El segundo ha sido Jorge Bergoglio, el papa porteño, que se ha dirigido este pasado martes a los representantes de 28 países de una Europa sobre el papel plenamente unificada, que incluye a los países del Este tal como había pedido su antecesor. Y hay un tercer papa que coincide con la historia del Parlamento Europeo, Joseph Ratzinger, el alemán, que no se dirigió nunca a los europarlamentarios y solo supo sintonizar con una Europa conservadora y ensimismada en su repliegue. Este pontífice es el que mejor ha representado a la vieja Europa cristiana, pero tuvo mucho menos éxito con los europeos que el de la nueva Europa, redimida del comunismo, y que el actual, el pontífice del Nuevo Mundo e hijo de la Europa emigrante, que es Bergoglio. Si Woytila fue el emblema del fin de comunismo y de la guerra fría y Ratzinger fue el de la reacción neoconservadora que fracasó en la restauración de una Europa identificada con la cristiandad, Bergoglio es el papa social y compasivo que sintoniza con las dificultades de la globalización: las crecientes desigualdades, la marginación de los más desfavorecidos y la tragedia de la inmigración clandestina con su rastro de muertes en el Mediterráneo. La caja de resonancia que es el Parlamento Europeo refleja bien estas diferencias. Wojtila criticó la ausencia de Dios del pensamiento europeo moderno; Ratzinger reivindicaba la indentidad cristiana de Europa que quiso inscribir en la nonata Constitución Europea; y en cambio, Bergoglio critica la Europa que solo atiende a la economía y desatiende en cambio a las personas. Pocos personajes públicos han realizado como el papa porteño una crítica más acerada a las instituciones europeas, por distantes e insensibles a los ciudadanos, y a la falta de ideales y de atractivo del proyecto europeo, secuestrado por ?el tecnicismo burocrático?. No es extraño que sus palabras sintonicen con la nueva izquierda que está surgiendo en la Europa meridional, Siriza y Podemos concretamente. Además de las palabras, los hechos. Tanto como su intervención de Estrasburgo, Bergoglio fue noticia por la pregunta que le hizo un periodista en su vuelo de vuelta a Roma sobre la red de curas pederastas descubierta en Granada. El santo Wojtila, en los altares desde mayo de 2011, miraba hacia otro lado durante su largo pontificado y en los hechos fue cómplice de los abusos. Ratzinger quiso y no pudo en el suyo mucho más corto, aunque finalmente dio el primer impulso a la investigación de los delitos. Bergoglio puede sermonear a los europarlamentarios con autoridad porque también es riguroso con los suyos y con las jerarquías eclesiales y sobre todo en el reconocimiento del mal: ?La verdad es la verdad y no debemos esconderla?.

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27 de noviembre de 2014
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A los asesinos de todo el mundo

Francia sabe de qué va la cosa. No es un Estado y no es islámico. Es una banda de asesinos, armada hasta los dientes y dotada de las más sofisticadas capacidades de comunicación; dispuestos a exhibir la máxima crueldad y a utilizarla para aterrorizar a sus enemigos y seguir reclutando a su ejército terrorista. Darle el nombre de Estado Islámico de Irak y de Siria es legitimarla y acreditar la veracidad de lo que dice el enunciado, el mítico califato de los primeros tiempos de expansión del islam. La última superproducción difundida por la banda acredita la aspiración proselitista de estos asesinos cortadores de cabezas. Una hilera de jóvenes barbudos, casi todos de origen europeo, avanzan en fila india y en uniforme de combate, cada uno llevando por el cuello a un prisionero del ejército sirio. La estética y los movimientos parecen inspirados en los juegos de la violencia ninja, que tanto éxito ha cosechado entre los jóvenes ususarios de consolas digitales. También hay planos cortos que nos acercan los rostros de unos y otros y el gesto repetido con que cada uno de los verdugos recoge de una caja el puñal con el que degollarán a sus víctimas. Son en total una veintena, que se colocan en fila y en pie, con los reos arrodillados, antes de que uno de ellos, enmascarado y distinguido por su vestido negro, probablemente el yihadista británico que decapitó a los anteriores rehenes occidentales, se dirija amenazante a la cámara. Son occidentales que matan a occidentales, franceses muchos de ellos, al servicio de una causa que agota todo su sentido en el propio sinsentido de los asesinatos en serie. Por eso no merecen, según el gobierno francés, la denominación propagandista de Estado Islámico, sino la de Daesh, acrónimo árabe de la misma expresión (al Dawla al Islamiya al Iraq ua al Shams), que en la lengua del Corán tiene connotaciones negativas por su proximidad a palabras que significan opresión y división. Esta última superproducción, junto al asesinato del rehén estadounidense Peter Kassig, llega después de varias noticias negativas para el grupo terrorista. Su máximo dirigente, el autoproclamado califa Al Bagdadi, estuvo a punto de perecer y puede incluso que esté herido como consecuencia de un ataque aéreo. La ciudad siria de Kobane, fronteriza con Turquía, ha resistido al cerco del ISIS y evitado así la victoria propagandística de su conquista por los yihadistas. A falta de éxitos militares, el vídeo es la respuesta a estas dificultades y por tanto una demostración de debilidad, como ya han señalado algunos expertos. No hay terrorismo sin propaganda. Pero las decapitaciones de Daesh son a la vez banderín de enganche; terrorismo y oferta de trabajo a los asesinos de todo el mundo, que tienen la oportunidad de desplegar sus instintos sanguinarios bajo la bandera de este califato primitivo y criminal.

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22 de noviembre de 2014
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Estimado ayatola

Cuatro son las cartas que ha escrito Barack Obama al ayatola Jamenei, el Guía Supremo de la Revolución iraní. Desde que llegó a la Casa Blanca, nunca se ha olvidado de felicitar a los iraníes con motivo del año nuevo persa, el Nouruz o día de inicio de la primavera. Lo hizo por primera vez el 20 de marzo de 2009 cuando todavía impresionaban su tez morena y su segundo nombre Hussein, el mismo que el del tercer imán del islam chiita. Fue su estudiada respuesta a la carta de felicitación por su elección que le mandó el presidente Mahmud Ahmadinejad y que había quedado sin respuesta. Obama prefirió dirigirse directamente a los iraníes y eligió una fiesta nacional que incluye a todas las religiones y no únicamente al chiismo. A cinco años vista, está claro que Obama quiere terminar durante su presidencia la prolongada ruptura de relaciones entre la República Islámica de Irán y Estados Unidos que provocó la ocupación y toma de 66 rehenes de la embajada americana en Teherán en 1979. La normalización de relaciones con Irán se ha ido configurando como un objetivo similar al que supuso la normalización con China para Nixon, principalmente de cara a la estabilidad de Oriente Próximo y a la no proliferación nuclear en la región. Pero no está claro que Obama pueda conseguirla, justo cuando ha entrado ya en la segunda mitad de su segundo período, el tiempo conocido como del pato cojo, con las dos cámaras del Congreso en manos de los republicanos. La correspondencia entre el presidente de los Estados Unidos y el Guía Supremo no está al alcance del público y si hemos conocido de su existencia ha sido porque lo ha contado The Wall Street Journal. Las primeras dos cartas, de 2009, eran sobre todo para ofrecer seguridades a Teherán de que Washington no iba a promover un cambio de régimen. También había un mensaje implícito respecto a sus propósitos pacíficos, en el mismo momento en que Benjamin Netanyahu, recién instalado como primer ministro, señalaba el programa nuclear iraní como la mayor amenaza existencial para Israel y propugnaba un ataque preventivo que al menos retrasara unos años la obtención del arma atómica. Todas las cartas hacen referencia al programa nuclear, pero la última se interesa también por la amenaza que representa el Estado Islámico. Jamenei ha sostenido que este grupo terrorista, al igual que Al Qaeda, es una creación de Washington dirigida a dividir a los musulmanes y, aunque ha autorizado las negociaciones nucleares y el acuerdo provisional alcanzado hace un año en Ginebra, mantiene una actitud muy intransigente respecto al acuerdo definitivo. Al final, no será el presidente Hasan Rohani, principal promotor de las negociaciones nucleares, sino el anciano ayatola quien tendrá la última palabra este 24 de noviembre, cuando vence el acuerdo provisional y corresponde cerrar con el grupo llamado P5+1 (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania) el acuerdo definitivo que ponga fin al problema de la bomba iraní o buscar, en caso contrario, una vía de escape en forma de otra prórroga de las negociaciones.

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20 de noviembre de 2014
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Antes del zarpazo

Las treguas suelen servir para que los contendientes preparen la siguiente jugada. Así ha sucedido con la que firmaron en Minsk (Bielorrusia) el 5 de septiembre los representantes de Ucrania, Rusia, la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) y los representantes de los separatistas prorrussos de la cuenca de Donbas. Aunque terminaron los combates generalizados, en ningún momento hubo un auténtico alto el fuego, y ahora mismo las crónicas que llegan de la zona nos anuncian la inminencia de un nuevo zarpazo ruso sobre Ucrania. Además, los independentistas han aprovechado la pausa para celebrar un remedo de elecciones, constituir parlamentos y gobiernos y colocar a los jefes rusos de la revuelta al frente de las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk. La región oriental de Ucrania es un lugar de donde huir lo antes posible, según nos cuentan las crónicas de los periodistas allí desplazados. La mitad de la población en edad escolar ha desaparecido. Un millón y medio de personas, jóvenes en su mayoría, han emigrado hacia otras regiones de Ucrania o hacia Rusia. Gran parte de los que no han podido partir son ancianos, enfermos y pobres. En las ciudades hay centenares de animales domésticos abandonados. La economía, lógicamente, está bajo mínimos, casi colapsada. La desconexión con el resto de Ucrania es cada vez mayor, entre otras razones porque la frontera interior, fuertemente militarizada, se está convirtiendo en intransitable; mientras que la frontera con Rusia cada vez es más porosa. Que se prepara un golpe de mano, probablemente para las próximas horas o días lo revelan las informaciones sobre la entrada desde Rusia de varios columnas de blindados y artillería pesada, acompañados de un sigiloso ejército de soldados con uniformes verdes sin insignias ni banderas, del mismo tipo que invadió Crimea en febrero. Esta ha sido una de las novedades bélicas del año, acompañada de los malos presagios acerca de una nueva guerra fría entre Rusia y los aliados occidentales. Una nueva realidad está tomando cuerpo en Europa sin que apenas nos demos cuenta ni tengamos denominación exacta para nombrarla. No sabemos si estamos regresando a un nuevo tipo de confrontación este-oeste, pero de momento Ucrania está experimentando una nueva forma de guerra, a la que algunos denominan como híbrida, en la que se combinan elementos convencionales con la guerra cibernética y sobre todo con la acción de los servicios secretos, a veces directamente en funciones militares camufladas como es el caso de los sigilosos ejércitos de uniformados de verde. Gracias a este tipo de guerra, Rusia consiguió anexionar Crimea en tres semanas sin entrar en combate y con solo tres víctimas mortales y ahora puede obtener, con algo más de tiempo y a costa de 4.000 muertos y de la destrucción de ciudades, industrias e infraestructuras por los bombardeos, otro bocado de un país hasta febrero pasado plenamente soberano, pero sometido ahora a la fragmentación y a las apetencias de tan poderoso vecino. La repetición de  la jugada, sin que la reacción internacional sea muy distinta, confirmaría la regla que asigna a Putin un poder geopolítico determinante de Putin respecto el conjunto de Europa.

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15 de noviembre de 2014
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Mao 2.0

Mao Zedong nunca se fue. Su cadáver, o algo que se parece, se exhibe todavía embalsamado en el corazón del corazón del país, en un mausoleo situado en la plaza de Tian Anmen, frente a la Ciudad Prohibida. A los seis años de su muerte, el Partido Comunista destacó en el balance oficial de su presidencia que habían sido mayores sus aciertos que sus errores. Condenó su papel en la Revolución Cultural, pero siguió reivindicándole como el principal inspirador de la revolución china. El maoísmo y sus símbolos pertenecen a otra época, cuando en Pekín no había rascacielos ni automóviles, solo cuellos Mao y proletarias bicicletas, y China era Tercer Mundo. Deng Xiaoping fue todo lo contrario. Nada de culto a la personalidad. Primacía de la política pragmática sobre la ideología. Reformismo en vez de rupturas revolucionarias. Apertura al mundo en vez del enclaustramiento maoísta. Gestión detallista en vez de grandes visiones filosóficas. Pero asumió el legado del Gran Timonel, expresado sobre todo en el monopolio del poder por parte del Partido Comunista. Y marcó con su personalidad discreta pero determinante el nacimiento de la nueva China que asciende de nuevo hacia el centro del mundo, como en la época imperial. Después de Deng, la idea de la dirección colectiva y la mediocridad de los líderes apartó toda idea de resurrección maoísta. Las sucesiones quedaron pautadas y limitados a diez años los liderazgos. Los sucesivos presidentes, Jiang Zemin, Hu Jintao, intentaron como Mao hacer grandes aportaciones filosóficas, pero quedaron en deslavazadas consignas y trucos mnemotécnicos. La cultura del capitalismo, con el consumo desenfrenado y la soterrada admiración por occidente, barrieron los símbolos, incluyendo el más famoso de todos ellos, la blusa de cuello Mao. Hasta que llegó Xi Jinping, el actual presidente, perteneciente a la quinta generación y dispuesto a resucitar, amortiguados y adaptados, elementos folklóricos del maoísmo, como el cuello Mao o los libros con sus propios discursos y algunos no tan folklóricos como la personalización y la acumulación de poder e incluso un cierto talante autoritario que no tenían los anteriores líderes. Esta ha sido su semana grande, su primera gran ceremonia de presentación internacional, cuando ha ejercido de anfitrión en Pekín de una nutrida reunión de líderes asiáticos y americanos, con motivo de la cumbre anual del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico. En los encuentros se ha visto que China, tal como querían los emperadores, incluido Mao, el emperador rojo, está de nuevo en el centro del mundo, de donde se sentía desplazada desde hacía dos siglos. Lo evidencian un alud de acuerdos sustanciales en todas direcciones: de seguridad, comerciales, medioambientales... Acompañados de caras serias con Japón; sonrisas cómplices con Rusia: por algo Ucrania es como Hong Kong; y un trato de tú a tú con Estados Unidos.  Todos vestidos como Mao, en versión de lujo, en la típica y algo ridícula foto de familia de la APEC, símbolo redondo de la irradiación mundial de la nueva superpotencia que, a semejanza de Estados Unidos, también quisiera ser imprescindible.

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13 de noviembre de 2014
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Artur Mas recupera el timón

La foto era el éxito mínimo asegurado. Artur Mas la obtuvo. Las enormes colas en las puertas de los colegios electorales son la expresión plástica del deseo ampliamente compartido de decidir el futuro de las relaciones de Cataluña con España a través del voto. Esto está hecho y es difícil que alguien lo someta a discusión. El problema existe, tiene dimensiones serias y ha sido perfectamente captado por los periscopios del mundo entero. No debe extrañarnos. Sabíamos según las encuestas que la idea de votar en una consulta, con todas sus variantes, era compartida por el 80% de la población. Unos querían un referéndum de autodeterminación, otros una consulta acordada y legal y otros más ese proceso participativo de ayer o lo que fuera, pero todos estaban de acuerdo en que solo un clavo podía sacar a otro clavo: la sentencia del Constitucional, que enmendó en 2010 un Estatuto aprobado por tres cámaras representativas (Parlamento catalán, Congreso y Senado españoles) y por el cuerpo electoral catalán en referéndum, obliga primero a ofrecer una nueva propuesta de relación y luego a preguntar sobre ella a los catalanes. Hasta ahora, con la salvedad de la todavía nebulosa reforma constitucional federalista del PSOE, la única propuesta que había aparecido sobre la mesa era la de la independencia. Nadie debe sorprenderse por tanto del éxito de la jornada de ayer, a la vista incluso de las encuestas sobre identidades compartidas y sobre preferencias mayoritariamente federalistas o de tercera vía. Muchos de los que fueron a votar no desean la independencia o se acomodarían perfectamente a fórmulas federalistas o a un pacto fiscal. También son muchos, incluso entre los que quieren la independencia, que hubieran preferido votar en una consulta legal y pactada. El punto de convicción que pudiera faltar lo colmó con creces la retórica excitada y escasa de argumentos que han venido suscitando las iniciativas soberanistas y los últimos esfuerzos por prohibir las urnas, incluido el recurso del Gobierno contra el proceso participativo. Votar es hermoso y votar cuando alguien pretende prohibirlo o impedirlo añade a las urnas un plus de atractivo. Lo era al salir del franquismo y para muchos catalanes lo ha sido ahora otra vez tratándose de responder a una pregunta que nadie había osado formular hasta ayer mismo, como es saber si desean que Cataluña sea independiente. Aunque no sea un referéndum, aunque no sea una consulta, aunque no sea ni siquiera un proceso participativo, puesto que el Gobierno lo ha recurrido ante los tribunales, el solo hecho de expresar un deseo, este deseo, aunque luego no se realice, basta para muchos ciudadanos catalanes para sentirse satisfechos e incluso agradecidos con el presidente Mas, que es quien se lo ha facilitado. Descontada la foto de expresión del deseo, conviene entrar en el detalle de las cifras de participación: la proporción de votos del doble sí y de los noes a la primera o a la segunda pregunta importan menos o nada. Cabe realizar proyecciones sobre lo que significan de cara a unas elecciones autonómicas e incluso a una consulta acordada y legal en la que participaran los que prefirieron quedarse ayer en casa. Pero eso no tiene ahora relevancia, porque sigue estableciendo el análisis en el plano de los deseos, lo que la gente quiere, no lo que la gente puede. La participación interesa, en cambio, porque la cifra expresa sobre todo el calibre del arma que los ciudadanos han puesto en las manos de Mas para seguir liderando el proceso, no lo que la gente quiere sino lo que Mas puede. Con una participación muy baja, pongamos por debajo del millón, Artur Mas salía seriamente tocado del envite. Su proceso participativo no habría tenido credibilidad ni entre los soberanistas: un segundo fracaso a añadir al de las elecciones de 2012, cuando quiso una mayoría indestructible y perdió 12 diputados. Mariano Rajoy no imaginó estrategia alguna para conseguir ese jaque mate. Convocar elecciones inmediatamente hubiera sido el único camino razonable para un presidente desautorizado ante los suyos y, sobre todo, ante el Gobierno español. Nadie fuera de Convergència aceptaría en tal caso su intención de encabezar una lista única independentista. Una amplia y sonriente avenida se hubiera abierto entonces ante Oriol Junqueras y su Esquerra Republicana. Era el escenario preferido desde el PP: ya se enterarán los catalanes lo que vale Esquerra mandando sola. Una participación considerable, alrededor de los dos millones, significa todo lo contrario para Artur Mas. Le ofrece la posibilidad de recuperar el liderazgo único del proceso que perdió en las elecciones de 2012 en favor de Junqueras y en algún grado de las señoras Forcadell y Casals. Y con el timón, tiene también la oportunidad de retomar el control del calendario e incluso del programa soberanista, perdido en aquella ocasión. No es ocioso recordar que el pacto de estabilidad parlamentaria firmado entre CiU y Esquerra preveía realizar una consulta en 2014; pero no hablaba directamente de independencia, sino de un Estado propio dentro de Europa, y establecía unas salvedades respecto a la fecha para el caso de que no hubiera condiciones para realizarla. Con un Mas debilitado, todo tomó el cariz más extremado posible. Después de haber desafiado a Rajoy y haberle ganado el envite, sobre todo en el plano mediático, el de la foto, que tanto importa en la política internacional de hoy, Artur Mas tiene ahora mayor autoridad ante los suyos para procurar alargar la legislatura hasta 2016, en vez de precipitarse a unas elecciones que solo convienen a Esquerra. Tiene además la oportunidad de abrir un nuevo tiempo de diálogo, gobernar un poco tras no haber gobernado nada en dos años, pactar al menos la abstención con el PSC y el PP para hacer los presupuestos de 2015 y esperar tranquilamente, sin el sobresalto de una fecha compulsiva, a que cambie la correlación de fuerzas en el conjunto de España. Todo esto es lo mejor del 9N: que ya es pasado y no hay ninguna fecha que haga de tope a partir de ahora. Una puerta se cierra y se abre otra. Por tanto, tiempo y obligación para el diálogo y para el pacto, desde la fuerza que cada uno ha obtenido tras este largo, tedioso y exasperante envite.

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10 de noviembre de 2014
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Putin y Obama, Real Madrid y Barça

Vladímir Putin y Barack Obama son como Real Madrid y Barça (o Barça y Real Madrid, tomen la comparación en el orden de sus preferencias) en la clasificación de los más poderosos del mundo que publica anualmente la revista neoyorquina Forbes. Cuando no gana la Liga uno es que la gana el otro. Obama ha sido el primero en las de 2009, 2011 y 2012, y el segundo en las de 2010, 2013 y 2014, mientras que Putin quedó tercero en 2009 y 2013, cuarto en 2010, segundo en 2011 y en cabeza en 2013 y ahora este año de 2014. Las listas de empresas y millonarios son un invento americano, y especialmente de dos veteranas publicaciones, Forbes y Fortune. Si la jerarquía del éxito es lo más lógico del mundo e incluso algo imprescindible en el país de la libre empresa y del culto al dinero, no lo es tanto la jerarquía del poder político, hasta el punto de que la lista de los más poderosos se publica solo desde 2009, coincidiendo precisamente con la llegada de Obama a la Casa Blanca. La explicación surge de un dato esencial: durante la Guerra Fría, el poder en el mundo era cosa de dos, de forma que no tenía sentido una clasificación tan corta; tampoco lo tenía más tarde en la época unipolar, cuando Estados Unidos era la superpotencia única. De modo que tiene toda la lógica que empezara en 2009, cuando el mundo comenzó a virar hacia una nueva geometría que unos describen como multipolar, otros como apolar y otros más, incluso, como mundo de nadie o sin dirección. Quien al principio disputaba las primeras plazas a los dos grandes era el ahora ya olvidado Hu Jintao, que lideró China desde 2002 hasta 2012, y alcanzó el número uno del más poderoso del mundo en 2010, conformándose con el segundo puesto en 2009 y el tercero en 2011. Su sucesor, Xi Jinping, ya ocupa el tercer lugar en 2013 y 2014, después de haber entrado en el noveno puesto en 2012, cuando surgió como sucesor de Hu. Aunque China es ya la segunda superpotencia, ha tenido en el momento de su ascenso unos dirigentes grises y sin brillo en la escena internacional. Putin se ha ganado el primer puesto este año gracias a su anexión de Crimea, sustraída a Ucrania en una jugada maestra de astucia y engaño. Los méritos de Obama para quedar detrás quedan explicados por la paliza electoral de este pasado martes propinada por los republicanos a los demócratas, que se suma a las pésimas notas cosechadas en la escena internacional. En cuanto al duro Xi Jinping, expansivo y ambicioso ante sus vecinos, pero con una economía que empieza a dar signos de fatiga, todavía va tercero, aunque aspira como el Atlético de Madrid a zamparse al Barça y al Madrid al primer descuido. Angela Merkel, quinta este año y el anterior, justo detrás de Bergoglio, tuvo su momento de gloria en 2012, cuando quedó segunda. Como es evidente, España no juega en esta liga. 

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8 de noviembre de 2014
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Primero Palestina

Ausente y dividida. Así está la Unión Europea respecto a las principales crisis que afectan al mundo. El cambio de guardia en Bruselas, con la llegada de la nueva Comisión que preside Jean-Claude Juncker, no podía coincidir con un momento más bajo en la capacidad de acción europea en el escenario internacional. Los cinco años de Catherine Ashton al mando de la política exterior terminan de forma tan mediocre como empezaron y como resultado de la apuesta por una opción de bajo perfil, acomodada a las conveniencias tácticas de los países socios y complaciente con el protagonismo y los intereses de los grandes ministerios de Exteriores de los tres grandes, Alemania, Francia y Reino Unido. La señora Ashton se va, a pesar de todo, con dos éxitos diplomáticos que nadie le puede discutir. El primero es la firma en 2013 del acuerdo entre Serbia y Kosovo de normalización de relaciones, a los 14 años del final de la última guerra balcánica; y el segundo la obtención, también el pasado año, del acuerdo provisional entre Irán y el grupo P5+1 (los cinco miembros del Consejo de Seguridad, es decir, Francia, Reino Unido, Rusia, Estados Unidos y China, más Alemania) sobre el programa nuclear iraní. Durante su mandato se ha puesto en marcha el Servicio de Acción Exterior Europeo, que ya es la mayor institución de representación diplomática internacional, al menos cuantitativamente, aunque sigue siendo una mera promesa inédita en cuanto a brazo de acción de una UE que por el momento no aspira a jugar políticamente como tal en la cancha global. El mayor fracaso de Ashton corresponde, en todo caso, a quienes la nombraron. Su modesto perfil, su escasa ambición y su nula experiencia diplomática anterior explican sus reflejos tardíos y mortecinos en el estallido de la Primavera Árabe o ante la brutal aparición del Estado islámico en Irak y Siria. Es en estos casos cuando más contrasta su labor con la de su antecesor, Javier Solana, cuando este ocupaba un cargo todavía dotado de menos capacidades e instrumentos de acción, pero del que sacó mayor visibilidad y protagonismo para la UE. La italiana Federica Mogherini tiene, como Solana, experiencia de ministra de Exteriores, pero muy corta, solo de ocho meses, aunque ya es mucho comparado con Ashton; y, a diferencia de su antecesora, ha entrado pisando fuerte, como se ha visto en la entrevista concedida a Lucía Abellán, de EL PAÍS, junto a cinco periódicos europeos más, justo en el momento en que se instala la nueva Comisión, de la que ella es también vicepresidenta. La nueva señora Europa quiere que dentro de su mandato, antes de 2019, Palestina se convierta en un Estado en pleno funcionamiento, en paz con Israel y reconocido por todos, incluida por supuesto la Unión Europea, que es el primer socio comercial y el primer donante. Son muchos los signos de maduración de posiciones europeas respecto a Palestina. Suecia es el primer socio de la UE que reconoce plenamente al Estado de Palestina, no meramente a la Autoridad Nacional, como resultado de la llegada al Gobierno de un partido que llevaba tal medida en su programa electoral y lo hace con la voluntad explícita de que cunda el ejemplo. Se añade a los siete socios que ya lo reconocían con anterioridad a su incorporación a la Unión: Polonia, Chequia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Malta y Chipre. Una oleada de peticiones de reconocimiento está avanzando en los parlamentos europeos, empezando por el más acreditado y veterano, el de Westminster, y siguiendo por el Senado irlandés. Y todo ello, fruto del clima desesperante de unas negociaciones de paz bajo patrocinio de Washington siempre fracasadas antes de empezar, unos ciclos de violencia bélica devastadores que se suceden casi con precisión matemática y la constante e imparable ampliación de la colonización en Jerusalén y Cisjordania. Con este ya son dos los mensajes fuertes que emite la nueva Comisión. De puertas adentro, el plan Juncker de invertir 300.000 millones para evitar una recaída en la recesión, y de puertas afuera, la idea de una drástica renovación de la política exterior europea que incida en Oriente Próximo justo cuando Estados Unidos ya se ha retranqueado y las potencias regionales, Turquía, Irán y Arabia Saudita fundamentalmente, pugnan entre sí para mejorar sus posiciones en el nuevo paisaje geopolítico. Mogherini explicó esta nueva orientación en su primera entrevista y esta misma semana tiene su primer viaje, que es exactamente a Israel y Palestina. Un comienzo verdaderamente programático. A seguir.

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6 de noviembre de 2014
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Sigue la primavera

Hay una primavera que siempre asoma en el crepúsculo de las dictaduras. Cuando son unánimes los responsos por la ola de revueltas democráticas que empezaron en el mundo árabe en 2011, primero ha surgido, el pasado domingo, la excepcional confirmación electoral del papel pionero y vanguardista desempeñado por Túnez y ha seguido a los pocos días una protesta popular en el vecindario saheliano que amenaza a otro veterano dictador, justo en el momento en que pretendía perpetuarse en el poder. Blaise Compaoré, de 63 años, capitán golpista en sus años mozos y ahora presidente y autócrata de Burkina Faso, llevaba 27 años en el poder, pero quería optar a una nueva reelección en los comicios de 2015, exactamente el mismo tipo de movimientos que realizaron varios dictadores árabes antes de las revueltas de 2011. Como sus vecinos derrocados, Compaoré combinaba su oportunismo geopolítico en sus alianzas con los países occidentales, ofreciéndose como garante de la estabilidad en la región, con un comportamiento autocrático e incluso criminal apenas maquillado en las formalidades electorales y parlamentarias y en la existencia de una oposición tolerada. El libio coronel Gaddafi y el liberaiano Charles Taylor,  condenado por crímenes de guerra, fueron sus amigos y aliados en su día, como lo eran hasta ayer mismo François Hollande e incluso Obama en los esfuerzos occidentales para combatir a Al Qaeda en el Malí vecino. Compaoré, como otros dictadores del continente, se ha perpetuado en el poder gracias a una astuta combinación de golpes de Estado, elecciones trucadas y reformas constitucionales para permitir su reelección una y otra vez. El objetivo, en este como en aquellos casos, es la presidencia vitalicia y como corolario la sucesión dinástica, que en Burkina Faso debía correr a cargo del brazo derecho y hermano menor del presidente, François, de 60 años, con sus pretensiones de sucederle en las elecciones de 2015. También como los autócratas árabes, Compaoré ha respondido a la protesta popular con el compromiso de desistir en sus pretensiones de reelección para 2015 a cambio de seguir presidiendo la transición. Y al igual que les sucedió a todos ellos, los jefes militares han preferido echarle del poder y abordar sin su influencia un periodo nuevo. La lección burkinesa es sencilla. Los señores del statu quo, incluidos los otros presidentes de la región, deberían tratar con mayor respeto y cuidado las aspiraciones democráticas de los pueblos, por más pobres que sean como es el caso de Burkina Faso, y evitar sobre todo que los dictadores en ejercicio añadan el insulto a la injuria con sus pretensiones de legalizar su perpetuación en el poder o la creación de auténticas dinastías. Así es como han surgido y seguirán surgiendo las primaveras democráticas, fruto en muchas ocasiones más de la desmesura de los autócratas que de la auténtica fuerza de los ciudadanos rebeldes.

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2 de noviembre de 2014
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