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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Lampedusa, a orillas del Potomac

Todas las épocas tienen sus paradojas. Las paradojas de las épocas revolucionarias tienen que ver con la inmovilidad de las sociedades que las protagonizan. Lampedusa lo convirtió en fase lapidaria en boca del Príncipe de Salina, el Gatopardo. Se aplica y sucede con las revoluciones de todo signo. /upload/fotos/blogs_entradas/gatopardo331_med.jpgTambién con la que da sus coletazos estos días, la revolución neocon, variable de las revoluciones conservadoras que en el mundo han sido. La moralidad puede expresarse también de otra forma y sugiere una interpretación de la frase de Lampedusa distinta a la habitual: cuando se quiere producir un gran cambio se obtiene exactamente el efecto contrario, el regreso al punto de partida, el inmovilismo. O se le da el poder al adversario al que se había intentado borrar del mapa.

Ha sucedido con Rusia, en perspectiva: el comunismo ha parido uno de los capitalismos más salvajes y corruptos. Y les ha sucedido a los neocons en una medida que supera todos los excesos. Quisieron convertir el siglo XXI en el de la hegemonía norteamericana absoluta y han conseguido que sea el del principio del declive. Quisieron que la democracia se expandiera por el mundo árabe y han terminado reforzando a los grupos terroristas y a las autocracias. Quisieron fulminar a Sadam Husein y obtener los vítores del pueblo iraquí liberado y consiguieron sembrar el país árabe de guerras civiles. Quisieron contener la propagación de armas de destrucción masiva y consiguieron que Corea del Norte e Irán, por no hablar de Pakistán, aceleraran su carrera para obtenerlas. Quisieron convertirse en potencia hegemónica en Oriente Próximo, y ahora lo es la República Islámica de Irán. Quisieron someter las organizaciones internacionales a su dictado y han terminado inutilizándolas para actuar contra Rusia o China. Quisieron, entre muchas otras cosas más, implantar la hegemonía republicana para los próximos 40 años y lo que van a conseguir con gran probabilidad es la mayor hegemonía demócrata desde los años 60.

Lo ha advertido con precisión y alarma el mayor y mejor medio conservador de Estados Unidos, The Wall Street Journal, en un editorial titulado "A Liberal Supermajority", que se podría traducir como la ‘supermayoría de izquierdas o progresista'. Lo que está en juego el próximo 4 de noviembre no es tan sólo si el presidente será el liberal Obama o el conservador McCain, sino hasta dónde llegará el poder de este presidente progresista. Si a la victoria de Obama le acompaña una renovación de la mayoría demócrata en las dos cámaras, se tratará ya de un hito muy destacado. Si además la mayoría en el Senado alcanza los 60 senadores, el triunfo será entonces de los que marcan inmediatamente un gran viraje histórico. Con 60 senadores, tres quintas partes de los votos, la oposición pierde la posibilidad de utilizar el filibusterismo, una técnica de obstrucción del voto que permite dilatar sin límite la aprobación de una ley o de un nombramiento. Los dos quintos del Senado pueden estar al alcance del presidente sin necesidad de que su partido los tenga, pues puede atraer con facilidad los votos de diez senadores de la oposición que accedan a cortar el procedimiento de obstrucción.

Los sondeos no nos hablan tan sólo de la victoria de Obama, sino que indican que esta supermayoría progre está al alcance de la mano.

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24 de octubre de 2008
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¿De qué se ríen los europeos?

Algo hubo al principio de Schadenfreude, esa abyecta alegría por la desgracia ajena. Pero lo de ahora va todavía más lejos. No cabemos en nuestras camisas de satisfacción por habernos conocido. Se nos escapa la risa por la nariz. ¡Toma superpotencia! Europa, al timón.

El capitalismo al planchista, para que le quiten las abolladuras. Vuelve la socialdemocracia, el Estado intervencionista y la economía social de mercado. Vamos a proteger la industria europea. A rescatar nuestras finanzas de este desastre provocado por la avaricia de Wall Street. Vamos a hacer políticas de relanzamiento con inversión pública, como en los viejos y buenos tiempos. /upload/fotos/blogs_entradas/el_presidente_de_francia_nicolas_sarkozy_med.jpgEl orden económico mundial será refundado. Y todo bajo la batuta de ese nervio de presidente de Europa que es Nicolas Sarkozy, al fin el hombre adecuado en el momento adecuado.

El hiperpresidente ha visto el escenario vacío. Nadie hace caso al primer actor pronto desposeído y sobradamente derrotado y todavía no se conoce el nombre de quién va a sustituirle. Mientras se produce el relevo hay tiempo para hacerse con el primer papel a cuenta de la presidencia de turno de la Unión Europea. A principios de año nos advirtió de que para el final del semestre francés, ahora en diciembre, quería que Europa contara con "una política de inmigración, una política de defensa, una política de la energía y una política de medio ambiente". Ahora se conforma con reformar el capitalismo, ahí es nada.

Y realmente no se entiende muy bien cuáles son los motivos para lanzar las campanas al vuelo ni para esas risas histéricas. A la presidencia francesa de la UE le patinó el embrague sólo empezar la crisis: convocó una inútil minicumbre dentro de la modalidad G-8, con los miembros europeos de la formación mundial. Consiguió enfrentarse con Alemania al lanzar sin previo aviso la idea de un fondo europeo de rescate a imitación de Bush y Paulson. Tampoco debiera haber motivos de alegría al otro lado del Rin: la reacción del Gobierno alemán fue torpe de reflejos y ciega ante lo que les venía encima. Sus bancos y cajas de ahorro están perfectamente afectadas por la infección, como lo están otros bancos británicos y continentales. Y los celos y recelos provocados por el grosero activismo francés han sido como un gas paralizante.

A la hora de buscar una solución, las fórmulas y los métodos no podían ser más ajenos a la construcción europea. La decisión milagrosa que nos salvó del naufragio fue tomada por el eurogrupo, los 15 países del euro, aconsejados por la sabia prudencia de Gordon Brown, el premier desahuciado que impuso toda su experiencia de apóstol del capitalismo a la americana para salir al rescate mediante planes de cada país para salvar lo suyo: ésa es la solidaridad europea. El éxito de las inyecciones de dinero, seminacionalizaciones y avales es de tal envergadura que ya pedimos lo mismo para la industria del automóvil o el sector de la construcción. Sarkozy va más lejos y pide fondos soberanos europeos para salvarlo todo de la invasión de capital extranjero. ¡Y pensar que hubo quien le acusó de liberal en la campaña electoral!

Esos fondos que imagina Sarkozy son una vieja invención francesa, la realizó Colbert con Luis XIV y no han dejado de funcionar desde entonces, con monarquía y con República, derecha e izquierda, De Gaulle y Mitterrand. El percance colosal que está sufriendo la economía globalizada ha venido de perlas al deteriorado y obsoleto modelo francés. /upload/fotos/blogs_entradas/el_presidente_de_francia_nicolas_sarkozy_lee_el_comunicado_en_delante_del_palacio_del_elseo_med.jpgFrancia atravesó la etapa de globalización y liberalización sin destruir el núcleo duro de su Estado patrón, esa Francia sociedad anónima de la que el inquilino del Elíseo es presidente del consejo de cara adentro y jefe de ventas internacional. Energía, transportes, radiotelevisión, todo lo que tiene un valor supuestamente estratégico, permanece en manos del Estado mientras todo el mundo y sobre todo los países vecinos seguían privatizando. Ahora Francia encuentra la ocasión para legitimar su vía especial y convertir lo que era un agravio y una ventaja desleal en la fórmula mágica a ofrecer a todos. ¿Y a eso se le llama un éxito de Europa?

El mercado único con su libre circulación de capitales y servicios, o los criterios de Maastricht que limitan la deuda y el déficit han pasado de la categoría de dogmas a la de vagas referencias que exigen flexibilidad e interpretación. La Comisión Europea, el Consejo Europeo, los 27, el Tratado aún por aprobar y el aún vigente, los métodos comunes, ya no ocupan las mentes de los europeos, enfrascados en una nueva arquitectura intergubernamental, en la que la pertenencia al G-8 es el patrono organizativo. Sarkozy ya ha insinuado, en este camino, que merece seguir siendo el presidente de Europa más allá de enero de 2009, cuando es el turno de Praga, o si no es posible, como mínimo del eurogrupo, a falta de soluciones institucionales mejores.

Pero aquí en España las risas van a cuenta de si Zapatero tiene invitación para el baile en el que se va a reformar el capitalismo. Además de europeos, nosotros somos un caso aparte.

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23 de octubre de 2008
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Paul Auster, en campaña

"Estoy sólo en la oscuridad, dándole vueltas al mundo en la cabeza mientras paso otra noche en blanco en la gran desolación americana". Con esa tonalidad dramática arranca la novela. Sabemos de buen principio a qué atenernos. Alguien, no recuerdo quién, dijo o escribió una vez que el truco de una buena novela consistía en meter primero un elefante en una bañera y luego sacarlo con toda naturalidad y verosimilitud, hasta dejarnos con la sensación de que así son las cosas, tal como nos las han contado. Paul Auster es un excelente artista a la hora de meter personajes absurdos dentro de un agujero de donde no hay forma de salir; es cierto que no siempre nos satisface la contorsión narrativa y de ahí le vienen muchas críticas e incluso manías persecutorias. /upload/fotos/blogs_entradas/unhombreenlaoscuridad_med.jpgNo voy a adentrarme yo por esos vericuetos, a pesar de que cada uno conoce sus propias veleidades literarias y críticas, sino encaminarme directamente a una cuestión política, que es la que más me interesa aquí y ahora. El último Auster, ‘Un hombre en la oscuridad' (Anagrama), lo merece, tanto por su contenido como por la tensión autobiográfica que atraviesa la novela, en la que se escenifica en forma de invención narrativa la guerra civil que sufre Estados Unidos, guerra cultural se la suele denominar, entre ese país liberal que va a votar a Obama y el país conservador que se apresta a dar su apoyo a McCain .

En cuatro ocasiones los ciudadanos norteamericanos han podido presenciar en directo la confrontación entre las ideas y propuestas de ambos candidatos. La primera de ellas, en Saddleback Church, la iglesia cóncava del pastor Rick Warren, no suele contabilizarse como debate, porque de hecho fueron dos interrogatorios por separado a cargo de este famoso predicador y con el mismo cuestionario. Para mi gusto en ninguno de los otros tres debates ha aparecido de forma tan nítida el contraste entre las dos culturas morales y políticas que se enfrentan en Estados Unidos como sucedió el 16 de agosto en la iglesia californiana.

Warren les preguntó a los dos si creían que el mal existía y en caso afirmativo qué había que hacer con él: ¿negociar, contenerlo o derrotarlo? El contraste entre las respuestas de Obama y de McCain no pudo ser más evidente. El candidato republicano apenas permitió a Warren terminar con la pregunta: "Derrotarlo. Si soy presidente de Estados Unidos lo perseguiré hasta las puertas del infierno, cazaré a Osama Bin Laden y lo entregaré a la justicia". El candidato demócrata, en cambio, después de extenderse sobre la presencia del mal en el mundo, tuvo ese momento de debilidad que engrandece a los políticos pero les puede conducir a la derrota. "Ahora, lo que para mí es muy importante es tener algo de humildad cuando nos aproximamos al problema de la lucha contra el mal, porque mucho mal se ha hecho en nombre de la lucha contra el mal". ¿En nombre de Dios?, le repregunta Warren. "En nombre de Dios", contesta Obama, y sigue: "Sólo porque pensemos que nuestras intenciones son buenas esto no significa que vamos a hacer el bien".

Paul Auster inventa en su novela unos Estados Unidos en plena guerra civil, con estampas sacadas de las guerras reales en las que su país está involucrado, pero la sitúa dentro de una tragedia familiar provocada por esta otra guerra, cultural aunque también militar, que ha conducido a los jóvenes norteamericanos a matar y morir a millares de kilómetros de sus casas por unos objetivos y unas ideas que no comprenden. La almendra de la novela, para mi gusto, está en unas frases con las que culmina un largo comentario de una película del cinesasta japonés Yasujiro Ozu. "...porque sólo los buenos dudan de su propia bondad, y eso es precisamente lo que los hace así. Los malos sí saben que son buenos, pero ellos lo ignoran. Se pasan la vida disculpando a los demás, pero no son capaces de perdonarse a sí mismos".

Cuando la narración termina, como un buen Auster, todo encaja: el elefante abandona la bañera y regresa a su jaula. Sabemos ahora que esa guerra civil americana no es una metáfora, sino que ha producido víctimas dentro de esta familia; y vemos también cómo el mundo sigue, indiferente. Así son las cosas, tal como nos las ha contado. Una buena novela para quienes votarán a Obama y para quienes temen que Obama no pueda ganar estas elecciones. Está dedicada a la familia del novelista israelí, David Grossman, y a la memoria de su hijo Uri, que murió en la guerra del Líbano en el verano de 2006.

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22 de octubre de 2008
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Imparable

Las encuestas ofrecen una tendencia sostenida: en el registro de los sondeos a nivel nacional y en los sondeos en los estados decisivos, los ‘swing states' que se inclinaron por Bush en 2004. La recaudación de donaciones para financiar la campaña marca también una decantación hacia el mismo lado: Obama recauda cuatro veces más que McCain gracias a la infinidad de pequeñas participaciones por Internet y merced a la astucia de renunciar a la financiación pública que limitaba el techo de gasto; va a superar la campaña de Bush hasta convertirse en la más cara de la historia: está inundando con anuncios las televisiones locales y nacionales, cable y satélite, youtube y teléfonos móviles. Los apoyos o ‘endorsements' por parte de los grandes periódicos y personalidades de primer rango, también se decantan mayoritariamente en la misma dirección: la declaración de Colin Powell remacha el efecto Obama sobre la población afroamericana, muerde en el voto conservador de un sector de población amplio y muy significativo como son los militares y sus familias y levanta la bandera demócrata entre el republicanismo moderado.

¿Está todo ya jugado? Probablemente no. Los analistas más veteranos y experimentados consideran que una victoria de Obama sólo puede ser por amplia goleada y que una elección muy disputada, en cambio, fácilmente dará la victoria a McCain, entre otras razones por la enorme habilidad desarrollada por los republicanos en el control del voto: se vio en Florida en 2000, cuando era gobernador Jeb Bush, con las papeletas invalidadas en numerosos condados demócratas. Ahora, uno de los proyectiles lanzados contra Obama es el supuesto escándalo de Acorn (Association of Community Organizations for Reform Now), que promueve la inscripción de los votantes entre las minorías desfavorecidas y poco propensas a la participación. Fruto de la acción de personal contratado negligente o desaprensivo, un cierto número de inscritos en el censo responden a nombres falsos o incluso a personajes de ficción. Los medios republicanos se han lanzado en tromba a denunciar a Obama como cómplice de fraude, pero el objetivo presumible es preparar el terreno preventivamente para un resultado ajustado que permita impugnar el voto de distritos con fuerte voto demócrata.

En un escenario de votación ajustada la victoria de McCain se podría dar por dos bolsas de voto diferenciables, aunque en muchos aspectos no diferenciadas. La primera es el supuesto voto oculto racista, sobre el que existen muchas conjeturas y pocas evidencias cuantificadas, y la segunda del voto blanco demócrata desplazado en otras ocasiones por los republicanos: los demócratas de Reagan. Sobre ambos se ha escrito ya en este blog; hay presión sobre McCain para que explore el primero, aunque es evidente que el senador republicano no quiere hacerlo e intentará terminar la campaña con elegancia y honor; de manera que ahora su campaña sigue centrada en la búsqueda del votante dudoso o demócrata en estados como Ohio o Pennsylvania.

A quince días de la jornada electoral, hay cansancio de campaña y ganas de pasar página y empezar a analizar y escribir acerca del futuro presidente. Ya corren los nombres de quienes gestionarán la transición en contacto con la Casa Blanca por parte de cada uno de los candidatos durante el período que va desde el 5 de noviembre hasta el 20 de enero, el día de la toma de posesión del nuevo presidente. También los de los equipos de gobierno que tienen preparados una y otra candidatura. Se analizan asimismo las primeras medidas que tomarán uno y otro en los primeros días.

Pero aunque todos están empezando a descontar, bajar la guardia en el último momento podría ser mortal. Es el peligro que quiere conjurar Obama, cuya campaña ha sido ejemplo de regularidad, sin tumbos ni golpes de timón, y ha pedido a los suyos que no aflojen la tensión. McCain, en cambio, sólo puede seguir jugando a lo inesperado, al gol del último minuto, y lo suyo no está tanto en aflojar en una campaña republicana que ha variado de tensión, contenidos y ritmos como estar preparado para aprovechar una pequeña oportunidad imprevista, la ‘sorpresa de octubre'.

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21 de octubre de 2008
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Magnífico Powell

Lo más significativo y emocionante de la intervención del general retirado Colin Powell ayer en ‘Meet the press', entrevistado por el veterano periodista Tom Brokaw, no fue su apoyo abierto y entusiasta a Barack Obama como presidente. Fueron los argumentos de fondo y los ejemplos utilizados para descalificar la estrechez de la campaña republicana y acentuar el contraste con la candidatura inclusiva, abierta y tansformadora de los demócratas. La fecha de ayer, 19 de octubre de 2008, puede quedar inscrita en la carrera de Powell como una especie de ajuste de cuentas consigo mismo por aquella jornada aciaga del 3 de febrero de 2003, en que el entonces secretario de Estado puso en juego todo su prestigio para convencer al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre la implantación de Al Qaeda en suelo iraquí y la existencia de unas armas de destrucción masiva en manos del régimen de Sadam Husein que ponían en peligro la seguridad de Estados Unidos y la paz mundial. El día de las verdades que fue ayer le redime del día de las mentiras de hace cinco años.

En aquella ocasión Powell vio su prestigio arrastrado por los suelos por su colaboración en la construcción del castillo de mentiras que permitieron la guerra preventiva contra Irak e hirieron de muerte a Naciones Unidas y al Consejo de Seguridad. Hay que tener en cuenta que el general era una de las personalidades más moderadas del entorno de Bush y fue utilizado por los radicales neocons como rompehielos de su política. Powell ha sido consejero de Seguridad Nacional de Ronald Reagan; presidente de la junta de jefes de Estado Mayor; general de cuatro estrellas y el militar de origen afroamericano (caribeño en su caso) que más alto ha llegado en la historia de su país.

Nada más lejos de su filosofía militar que la idea de una guerra preventiva en la que las armas son el primer recurso en vez del último y extremo. Lo mismo cabe decir de la estrategia de invasión de Irak: Powell fue siempre partidario de inundar el territorio con numerosas tropas y asegurar el éxito de la invasión, mientras que Rumsfeld puso en práctica la idea de un ejército pequeño y supertecnológico, dedicado fundamentalmente a la tarea de destrucción del régimen y del país que había que invadir.

De todas las verdades que dijo ayer, acerca de la deriva derechista republicana y de las excelencias de la candidatura de Obama, destaca una entre todas ellas, argumentada de la forma más ‘americana' posible. Powell se mostró escandalizado porque Obama pueda ser descalificado por su supuesta pertenencia al Islam. Decenas de senadores republicanos se lo han dicho. Y aunque él sabe que es falso, manifestó su profundo malestar por lo que significa esta estigmatización de una religión en Estados Unidos. Evocó la imagen de la madre musulmana de un soldado de New Jersey muerto en Irak, enterrado bajo una estela con el creciente islámico. Se preguntó si un niño de siete años musulmán no puede tener ambiciones en este país. Powell respondía así al diálogo absurdo de hace unos pocos días, en que un asistente a un mítin de McCain le dice que Obama oculta que es musulmán y el senador republicano le responde: "No, es una buena persona".

En este envite se hunde la América neocon, supremacista cristiana y blanca, antiárabe y antimusulmana, y regresa una América tan antigua como su Constitución pero tan nueva como el nuevo siglo que se abre en el horizonte, en la que los minaretes no son una amenaza y los musulmanes podrán llegar a la más alta magistratura. Esta es la única forma decente de vencer en la guerra global contra el terror. El general retirado Colin Powell ha tenido un papel destacado en esta pacífica batalla.

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20 de octubre de 2008
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A la desesperada

El más duro de los tres debates. Con los dos contendientes enganchados en el cuerpo a cuerpo. Y con el aspirante, el candidato al que los sondeos dan hoy en día como perdedor, dedicado al ataque en todo momento sin importarle los golpes bajos y sin caer en ningún momento en concesión alguna. El resultado fue claro, evidente. Obama aguantó muy bien los golpes, casi sin despeinarse, y en ningún momento entró en la técnica marrullera de su rival. McCain consiguió marcar las diferencias, no tan sólo de programa, sino sobre todo en valores y en ideología, con el objetivo de satisfacer y atar corto al electorado conservador, en el preciso momento en que se teme un impresionante corrimiento de tierras hacia el voto demócrata.

El formato del debate, con los dos candidatos sentados alrededor de una mesa, facilitó el tipo de enfrentamiento que le convenía a McCain para ese cuerpo a cuerpo que buscaba. La gesticulación envarada del veterano senador republicano fue también muchos menos visible. Y en todo caso apenas echó mano de su repertorio ya bastante gastado acerca de su brillante curriculo militar y de su condición de maverick o jugador por libre, probablemente consciente del contraste ofrecido en los anteriores debates entre su obsesión por recordar su pasado y la argumentación de Obama dirigida al futuro.

En el debate del miércoles por la noche, en cambio, no dejó en el tintero ninguno de los argumentos más convincentes para los votantes más fieles, con el resultado de que acentuó ese perfil suyo fuertemente conservador. Resultado de esta nueva actitud de McCain fue también su contundente aclaración respecto al actual presidente. Defiende exactamente los mismos valores e ideas que Bush, en fiscalidad, en educación o en costumbres. Cuenta con los asesores electorales que tuvo Bush y que le han conducido a una campaña fundamentalmente negativa. Por eso tuvo que decir claramente: "Yo no soy el presidente Bush".

El momento más tenso e interesante del debate se alcanzó cuando McCain insistió en debatir sobre las supuestas relaciones de Obama con un ex terrorista de los años 60 y con una asociación para movilizar electores actualmente acusada de fraude por los republicanos. Obama se defendió muy bien de ambas acusaciones, pero McCain no soltó en ningún momento la presa, aún a costa de evidenciar su interés por la campaña negativa en vez del debate sobre la situación catastrófica de la economía.

Una contabilización de los golpes marcados a lo largo del combate permitiría dar la victoria a los puntos a McCain. No es lo que piensan los ciudadanos consultados por los encuestadores, que vuelven a dar vencedor a Obama por tercera vez. En todo caso, su deportividad, la elegancia con que aguantó todo tipo de golpes, y la claridad y brillantez de sus explicaciones no permiten tampoco muchas dudas. Será difícil que McCain saque mucho partido de este último debate y que consiga cambiar el signo de la campaña. Es dudoso que su argumentario más conservador consiga convencer de forma decisiva al electorado independiente, la diana buscada por ambos candidatos en este último tramo de la campaña.

El debate subrayó también el déficit de la política, los candidatos y el campo de juego en el que se ha situado la propia campaña frente a la gravedad de la situación económica que atraviesa Estados Unidos, y justo en la misma noche en que Wall Street cerraba otra jornada negra. Si bien la economía tuvo un destacado lugar en el debate, nada se dijo ni analizó del plan de inversiones directas en los bancos en peligro. Y en ningún momento se entró en el fondo de las cosas: el cambio de época y de paradigmas que está produciendo la actual crisis.

El intercambio de argumentos en torno a la fiscalidad prosiguió como en anteriores debates, sin que nadie se atreviera a contar la dura verdad a los norteamericanos de que habrá que incrementar los impuestos, aumentar el déficit público y endeudarse todavía mucho más para sufragar estos programas colosales de salvación de la economía que se ha visto obligado a poner en marcha el Gobierno ultraconservador de George Bush.

McCain prosiguió imperturbable con la retórica thatcherista y reaganiana que considera la baja fiscalidad y la desregulación como estímulos directo al crecimiento y Obama no se atrevió a impugnarla para no enajenarse a los votantes independientes e indecisos. El fontanero Joe -que quiere convertirse en pequeño empresario en Ohio, y al que conoció Obama en un mítin aunque ha sido McCain quien lo ha sacado a pasear- ejemplifica este divorcio entre la realidad económica y la retórica electoral. McCain no quiere que pague impuestos y Obama quiere que pague los menos posibles, pero sea quien sea el presidente es muy probable que pagará muhco más y se encontrará entre los que van a sufrir en estos tiempos que se nos están echando encima, en los que la crisis está alcanzado ya a la economía real.

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17 de octubre de 2008
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Duelo bajo el sol

Poca cosa quedaba de la campaña de John McCain esta madrugada, antes de empezar el tercer y último debate con Barack Obama. Era uno de los últimos envites, a 20 días de la jornada electoral, después de un recorrido lleno de quiebros, cambios en su equipo de campaña y una metamorfosis personal que le ha llevado a abandonar su moderación y la imagen de independencia para convertirse en un candidato hosco y negativo, más dedicado a la destrucción del adversario que a la exposición de un programa político. Este hombre se ha labrado una justa fama de luchador empedernido, incapaz de tirar la toalla y siempre dispuesto al milagro y a la resurrección. Si nada saca del debate de esta madrugada, le quedará todavía la 'sorpresa de octubre', ese acontecimiento imprevisible y normalmente inquietante, leyenda urbana de las elecciones norteamericanas, capaz de invertir la marcha de las cosas hasta colocar al que va retrasado en cabeza. No es lo que cabe esperar en esta carrera electoral, sobre todo cuando la horquilla que separa a Obama de McCain sigue ensanchándose y este último va agotando sin efectos los proyectiles más letales de su campaña.

Sarah Palin, que insufló esperanzas en los decaídos ánimos de los republicanos, se ha convertido en un lastre más, que provoca rechazo entre el electorado femenino y desactiva las bazas del candidato republicano como comandante en jefe, experto en política exterior y 'maverick' o jugador por libre en el republicanismo. Los ocho años del peso muerto que es la presidencia de George Bush se han revirado todavía más en este último tramo de campaña, cuando la Casa Blanca ha moderado sus posiciones y ha girado hacia el multilateralismo, dejando a McCain en el rincón derecho del ring; y para mayor ironía, el equipo radical y 'neocon' de Bush se ha hecho con la dirección de la campaña republicana.

El cogollo de la campaña radicalizada de McCain consistía en convertir las elecciones en un referéndum sobre Obama. Se trataba de proponer a los electores que decidieran si se puede elegir a una persona con su perfil en contraste con la 'normalidad' de McCain y el acendrado patriotismo que denota su biografía y sus heroicidades bélicas. El referéndum debía ser campo abonado para cosechar votos de las actitudes xenófobas y racistas. La campaña de Obama giraba a su vez alrededor del referéndum sobre Bush: McCain significaba una reiteración republicana y en consecuencia un premio a los errores, la ineptitud e incluso la malicia de la actual presidencia. Pero la crisis financiera lo ha trastocado todo y ahora se trata sólo, que ya es mucho, de elegir a un presidente nuevo para un tiempo radicalmente nuevo.

La incidencia de los debates en la opinión y en la decisión de voto pertenece más al nebuloso territorio de las historietas y chismorreos electorales que a la ciencia política. Lo mismo sucede con la puntuación sobre el resultado de estas contiendas, en las que la metáfora deportiva, con árbitros que califican según los golpes de cada luchador, actúa bajo el influjo directo de las simpatías y preferencias. La actual carrera presidencial, además, dibuja una trayectoria muy nítida, por lo que sería muy raro que un argumento, una actitud o un gesto espectacular cuajado en 90 minutos de debate valieran por el curso entero de unas campañas costosísimas y complejas.

Hasta ahora, los debates no han ofrecido sorpresa alguna en el contraste visual entre Obama y McCain, a pesar de la diferencia de edad y de gestualidad, como la hubo en 1960 en el primer debate de la historia entre un John Kennedy deslumbrante y un Richard Nixon huraño con barba vespertina y ojeras de resfriado. No ha habido tampoco ninguna metedura de pata incomprensible como la del presidente Gerald Ford en 1976, en su debate con Carter, cuando aseguró que "no hay dominación soviética de la Europa del Este y no la habrá bajo una Administración Ford". Para muchos fue decisivo y perdedor el gesto de Bush padre cuando las cámaras captaron cómo miraba entre harto e impaciente el reloj en su debate de 1992 con Bill Clinton y Ross Perot; como habrá ahora quien dé relevancia a la expresión despreciativa de McCain, cuando se refirió a Obama en el segundo debate como "éste de ahí".

Los debates son momentos épicos mayores en una campaña, duelos bajo el sol de los focos entre dos personajes a los que se les pide que tensen todas sus fuerzas y facultades para culminar la larga carrera electoral con un golpe que tumbe al adversario. Esto no suele suceder, pero reúnen más espectadores que cualquier otro acto o elemento de la campaña. Y aunque no aporten novedad ni nada decidan, rinden un buen servicio a la democracia, porque los ciudadanos conocen mejor a aquellos a los que votan y pueden tomar nota de sus argumentos y promesas. Para después pedirles cuentas y actuar en consecuencia.

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16 de octubre de 2008
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Crisis y carnaval

Nicolas Sarkozy es un decidido socialdemócrata, Robert Zoellick se ha convertido al multilateralismo, Gordon Brown y George W. Bush son los nuevos paladines de la nacionalización de la banca y el chiste del día es que Washington es la capital de la Unión de Estados Socialistas de Norteamérica. Si escuchamos la COPE y a algunos dirigentes del PP se diría que acaba de nacer un nuevo partido anticapitalista, que denuncia la traición de Zapatero y del PSOE porque se han aliado con la oligarquía financiera. ¿Qué nos queda por ver a lo largo de esta crisis?

Una crisis es como el carnaval: durante los días de su celebración se invierten los términos de la normalidad, lo que estaba arriba pasa abajo y viceversa. Aunque con algunas diferencias realmente relevantes. El carnaval tiene una duración limitada y la propia trasgresión está reglamentada y pautada; es una excepción, un momento de subversión que termina con el regreso a la normalidad y a la jerarquía de siempre. Una crisis, en cambio, ni sabemos cuánto dura, ni hasta dónde llega, y lo único que podemos percibir es que el día después nada volverá a ser como antes. En el carnaval hay simulacro y representación. En la crisis, bien al contrario, nos damos de bruces con la realidad: es un momento de autenticidad y de regreso a la dureza de la vida.

En realidad, la prosperidad que acaba de estallar ha sido un carnaval que parecía no tener fin y la crisis es el estallido de la burbuja festiva, el momento final en que todo ha terminado y sólo quedan las botellas vacías, los cristales rotos y el confetti esparcido por los suelos. Los historiadores de las crisis nos lo han contado muchas veces, pero es parte de la naturaleza humana olvidarlo también una vez tras otra. Galbraith, por ejemplo, cuyo libro ‘El crash del 1929' llevo conmigo en la cartera desde hace bastantes días, describe el momento del boom, como una "escapada en masa al mundo de lo irreal, componente fundamental de la verdadera orgía especulativa", una situación en la que no se escuchan las advertencias y las admoniciones para aterrizar de nuevo en la realidad. "Había llegado el momento en que, como en todos los períodos de especulación, los hombres buscaban, no los que los devolviese a la realidad de las cosas, sino las oportunas excusas para salir corriendo hacia el nuevo mundo de la fantasía".

Ahora, en cambio, ante las quiebras de bancos y aseguradoras, la paralización del sistema financiero, los desplomes de la bolsa, el encogimiento de los patrimonios, las pensiones y los ahorros, todas las soluciones están autorizadas. Así es la dura realidad, demoledora de todos los prejuicios. Y esto no ha hecho más que empezar. Sabemos que la crisis está ya llegando a la economía productiva, a los puestos de trabajo que se esfuman y al consumo que se paraliza, pero todavía no ha desplegado sus negras alas en toda su visible envergadura. De ahí que sea urgente la acción: ya no hay dogmas sobre el incremento del gasto público, el endeudamiento, el incremento de ciertos impuestos, la nacionalización de la banca, o el mayor dirigismo de la economía desde los gobiernos que hayamos visto desde 1989.

Exenciones fiscales para quienes creen puestos de trabajo, autorización para retirar sin penalización parte de los fondos de pensiones, eliminación del impuesto de la renta a quienes cobran del paro, avales de 50.000 millones dólares para los fabricantes de coches, préstamos especiales para las ciudades y los estados con dificultades fiscales, moratoria de 90 días para las hipotecas impagadas, aplazamiento de los desahucios... Esta es la lista de Barack Obama para la crisis. Propone a Bush que aplique estas medidas ahora mismo, como complemento al Plan de Paulson y a la seminacionalización de la banca. McCain ha hecho la suya, no muy distinta en algunos puntos, y valorada en casi 53.000 millones de dólares, pero con una desventaja notable: todo el mundo sabe que ya no puede distanciarse de los dogmas ahora inutilizados que han guiado su entera vida política y que están en parte en el origen de todo esto. Con poco Gobierno, menos impuestos y desregulación económica poca cosa se puede hacer en estas elecciones y en la época nueva que ahora va a empezar. El carnaval de la crisis ha devuelto a McCain su condición de maverick perdedor.

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15 de octubre de 2008
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La conciencia de un liberal

El calvario sigue y sigue. La encuesta que publica hoy el Washington Post -con las excelentes noticias para Obama que son los diez puntos de ventaja que le da respecto a McCain- anota una nueva caída en el prestigio de Bush, cuyo suelo de aprobación es ya del 23 por ciento, a solo un punto del porcentaje alcanzado por el presidente más desprestigiado desde que hay sondeos, que fue Harry Truman. El Plan Paulson, de impulso presidencial, para salvar las hipotecas tóxicas acaba de recibir una desautorización del Reino Unido y de los países del euro, que han optado por otro plan mucho más ambicioso, inteligente y esperemos que eficaz, que cuadruplica en liquidez al americano y llevará a Estados Unidos a seguirlo e imitarlo en una nueva demostración de pérdida de liderazgo. /upload/fotos/blogs_entradas/paul_krugman1_med.jpgFinalmente, para rematar la faena en una jornada aciaga para la Casa Blanca neocon, la Academia Sueca de las Ciencias ha adjudicado el Nobel de Economía a Paul Krugman, uno de los mayores críticos de la política económica de George W. Bush. Malas noticias para Bush, buena, excelente para El País y para quienes trabajamos aquí, pues el nuevo Nobel de Economía está entre nuestros columnistas habituales (como lo está el de 2001 y también crítico con Bush, Joseph Stiglitz).

Empecemos por la encuesta: la evolución del grado de aprobación de Bush no puede ser más clara. A excepción del año 2006 en que consiguió mantener respecto a 2005 un 46 por ciento de aprobación de su desempeño como presidente, en todos los otros años ha ido descendiendo en la opinión que tienen los norteamericanos de su competencia. El momento más alto fue ahora siete años, en octubre de 2001, cuando un 90 por ciento de los norteamericanos valoraban positivamente su trabajo; y desde entonces todo ha ido a peor. A este presidente incluso cuando las cosas le salen bien terminan acabando mal. En su final de mandato está deslizándose hacia políticas multilateralistas e intervencionistas, más propias de un demócrata que de un republicano, y ahí está su forma de resolver la crisis financiera y su cambio de actitud con Corea del Norte. McCain queda ahora a su derecha. Es fácil prever que el mes próximo habrá perdido apoyos incluso entre los pocos republicanos que le apoyan todavía.

Lo mismo le está sucediendo con el TARP (Trouble Assets Relief Program), las divertidas y extrañas siglas del plan Paulson de rescate de las hipotecas malditas. Su última actuación, la aprobación del plan de rescate hipotecario, además de pasar un calvario con una votación repetida en la Cámara de Representantes, se ha visto a su vez intoxicada por la multiplicidad de intereses que hubo que cebar para obtener los votos sobre todo republicanos: hubo que quitar impuestos al ron de las islas Vírgenes o a los arcos y flechas de madera, entre muchas otras nimiedades. Al final, es un plan que no contenta a nadie y que se ha visto superado y contestado ni más ni menos que por los europeos, esos socios a los que los neocon tienen tanta inquina. Paulson quería comprar las hipotecas tóxicas para intentar levantarlas en el mercado. Para ello habilitó ese paquete de 700.000 millones de dólares, con toda la pinta de ir dirigidos directamente a los bolsillos de los responsables del desastre.

/upload/fotos/blogs_entradas/gordon_brown_durante_la_presentacin_de_las_medidas_med.jpgEl primer ministro británico Gordon Brown, en cambio, ha puesto en marcha y luego ha propuesto a sus socios europeos un programa de seminacionalización de los bancos en dificultades, además de asegurar el mercado interbancario para dar liquidez al sistema. Brown se hallaba también en horas bajas políticas y ahora en cambio es posible que salga airoso de esta complicada maniobra. Los países del euro deben estarle agradecidos, porque la anterior iniciativa, patrocinada por Sarkozy a propuesta de Holanda, era una vulgar imitación del Plan de Paulson, mientras que ésta de ahora permite salvar a los bancos en dificultades, controlarlos si es preciso, garantizar que vuelven a poner dinero a disposición de las familias y de las pymes, y hacerlo además de forma coordinada pero autónoma por parte de cada país.

Quien mejor ha contado cómo ha prosperado el Plan de Brown es precisamente el nuevo Nobel de economía, en su artículo de ayer en el New York Times, que hoy publica El País, donde nos enteramos de que Bernanke quería hacer lo mismo que Brown, pero Paulson no quiso ir tan lejos por prejuicios ideológicos. El plan que ha puesto en marcha Zapatero está en perfecta sintonía, sin necesidad de entrar en las seminacionalizaciones pero perfectamente preparado para ello si fuera preciso. Por cierto: el PP español parece regodearse en una ceguera política similar a la del partido republicano cuando se trata de enfrentar la crisis. La obsesión ideológica y partidista puede más que el pragmatismo y el interés general.

Conclusión: pequeñas buenas noticias en mitad de una tempestad que todavía no ha terminado. Veámoslas. Europa tiene una fuerza enorme cuando trabaja unida. El multilateralismo ha regresado también gracias a la crisis. Estados Unidos no puede salir de ella en solitario. Nadie puede hacerlo. La perspectiva de una gobernanza económica mundial empieza a tomar cuerpo. Para celebrarlas, entremos en el blog de Krugman, donde se le puede felicitar por el premio y ampliar a la vez la lectura de sus artículos con sus anotaciones diarias. Se llama 'La conciencia de un liberal', magnífica síntesis de cómo debe funcionar la economía que sustituya a este capitalismo financiero recién fallecido: el mercado debe funcionar con libertad y con conciencia; y esa libertad liberal debe ser como la entienden los americanos: en Europa recibe el nombre de izquierda. Y quizás este premio sirva para que liberal vuelva a significar lo mismo en las dos orillas del Atlántico.

P.S.- En El País ayer teníamos motivos de satisfacción de sobras. Juan José Millás, otro escritor y columnista de nuestra variada cuadra, obtuvo el Premio Nacional de Narrativa por su novela 'El Mundo'. Juanjo está más cerca que Krugman y se lo podemos decir aquí mismo: ¡Enhorabuena!

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14 de octubre de 2008
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El voto oculto del racismo

No es la cuestión racial la que está enturbiando la campaña electoral en este momento, sino un tema todavía más profundo y grave, que alcanza las profundidades de la psicología colectiva norteamericana. Desde las filas conservadoras se está lanzado una serie de mensajes inquietantes respecto al candidato demócrata: tiene relaciones con terroristas, es árabe, quizás es musulmán, es en todo caso un izquierdista acreditado. Que sea negro puede ser un problema superficial al final de las cuentas, porque la cuestión central es que se le quiera tachar de poco americano, o quizás ni siquiera de americano. /upload/fotos/blogs_entradas/portada_de_mens_health_de_noviembre_med.jpg¿Quién es realmente Barack Obama?, se preguntan en tono sorprendido y escandalizado esos dos americanos hasta las cachas que son John McCain y Sarah Palin.

Ante esta pregunta las salas de los mítines rugen y le insultan, hasta pedir que le rebanen el pescuezo a este impostor, a ese alienígena de nombre tan extraño: Barack Husein Obama, pronunciado en los spots propagandísticos con regodeo sobre todo al llegar a su segundo nombre tan exótico. McCain se ve obligado a calmar a su gente para no lanzar su campaña por el abismo y quien sabe si hasta la frontera del crimen. "Obama es árabe", le dice un indignado ciudadano. "No, es una persona decente, un padre de familia cristiano, con el que tengo profundos desacuerdos". La línea ha quedado marcada: no es la caza del negro, es la caza del extraño, del invasor, del enemigo exterior árabe o musulmán, que quiso destruir America a bombazos y ahora quiere situar a uno de los alienígenas en la misma Casa Blanca. La entera cultura de masas norteamericana de los últimos decenios hace coro y resuena con el pasmo y el estremecimiento que suscita esta siembra de ideas populistas y xenófobas.

La campaña americana está entrando así en su momento más difícil e incluso peligroso. Obama marcha lanzado hacia la Casa Blanca, con una abultada diferencia de puntos a favor en los sondeos, entre seis y once. McCain sigue acumulando dificultades, empezando por su mediocre comportamiento en las encuestas, siguiendo por su falta de punch en los debates y terminando por las evidencias de abuso de poder de la señora Palin en Alaska. Pocas cartas quedan en manos de los republicanos, exactamente dos. La primera es la que están jugando ahora: la radicalización más extrema, al borde de la incitación a la liquidación del adversario, que es la que ha conducido a McCain a lanzar un mensaje de apaciguamiento muy mal aceptado por los suyos. La última es la raza, una carta que algunos consideran ya inservible y que para otros es la última trinchera que puede impedir la llegada de Obama a la Casa Blanca.

Es verdad que ambas maniobras, de bajeza similar, se basan en unos mismos sentimientos excluyentes, pero uno es más genérico y se dirige al extraño, a quien es distinto, al Otro en general; mientras que la segunda se concreta en el afroamericano, finalmente considerado con superioridad racista o como un ser inferior o como un enemigo interior irreductible. Ambas maniobras enervan lo peor de lo peor de un país admirable en muchos otros aspectos. Y acuden a un fondo electoral ahora mismo objeto de discusión acerca de cómo se traduce en los sondeos.

La dimensión del voto oculto racista es una de las cuestiones que preocupan en las filas de Obama, sobre todo a la luz del llamado efecto Bradley, el alcalde Los Angeles que perdió la elección para gobernador de California en 1982 después de que los sondeos le dieran siempre como ganador. Muchos sociólogos electorales consideran que este efecto ya se ha diluido, aunque otros consideran que todavía vale para nada menos que un seis por ciento del electorado. Eso significaría que las actuales diferencias entre Obama y McCain todavía no garantizan una victoria del primero y que no lo harán hasta que la horquilla se abra largamente por encima del seis por ciento.

Hay datos que permiten considerar exactamente lo contrario. Sondeos de Gallup, citados por el Washington Post, nos advierten de que en 2007 el número de los blancos que jamás votarían a un negro estaría en el 5 por ciento, después de una larga evolución desde el 58 por ciento de 1958, pasando por el 19 por ciento de 1986. Según Daniel Hopkins, un estudioso de Harvard, que ha seguido de forma atenta todas las elecciones desde 1989 hasta 2006, hasta 1996 el efecto Bradley existía y podía evaluarse en un tres por ciento de voto oculto contra los candidatos negros por su condición racial. A partir de esta fecha, Hopkins detecta que los candidatos negros reciben un tres por ciento más de los votos que se le adjudican previamente en las encuestas: el efecto Bradley puede darse por tanto por liquidado.

Esta claro que cuanto peor vayan las cosas para McCain, y ahora le van muy mal, más tentaciones tendrá de decantar su campaña por estos vericuetos tan poco presentables. Todos solemos repudiar las campañas negativas, que se centran en denigrar al adversario en vez de explicar las propias propuestas y ventajas. Probablemente son inevitables e incuso hay expertos que las defienden como parte inextricable de la democracia. Pero en este caso hay un límite que se está vulnerando y es el que convierte al adversario en el enemigo absoluto, en la encarnación misma del mal.

La perversión de una argumentación que llega tan lejos es doble. En primer lugar, porque puede llegar hasta la incitación a la liquidación física del adversario, como ya está ocurriendo en muchos mítines de McCain y Palin. En segundo lugar, porque hipotecan al futuro presidente del país y su legitimidad: tanto si sale quien ha utilizado tan bajos y virulentos instrumentos como si es quien ha sido designado como enemigo público por los seguidores del partido perdedor. Todo esto sin entrar a considerar que en las actuales circunstancias de crisis financiera y de una recesión en ciernes, una campaña dirigida a dividir a los ciudadanos y enfrentarlos entre sí es abiertamente suicida.

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13 de octubre de 2008
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