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El voto oculto del racismo

Por 13 de octubre de 2008 Sin comentarios

Lluís Bassets

No es la cuestión racial la que está enturbiando la campaña electoral en este momento, sino un tema todavía más profundo y grave, que alcanza las profundidades de la psicología colectiva norteamericana. Desde las filas conservadoras se está lanzado una serie de mensajes inquietantes respecto al candidato demócrata: tiene relaciones con terroristas, es árabe, quizás es musulmán, es en todo caso un izquierdista acreditado. Que sea negro puede ser un problema superficial al final de las cuentas, porque la cuestión central es que se le quiera tachar de poco americano, o quizás ni siquiera de americano. /upload/fotos/blogs_entradas/portada_de_mens_health_de_noviembre_med.jpg¿Quién es realmente Barack Obama?, se preguntan en tono sorprendido y escandalizado esos dos americanos hasta las cachas que son John McCain y Sarah Palin.

Ante esta pregunta las salas de los mítines rugen y le insultan, hasta pedir que le rebanen el pescuezo a este impostor, a ese alienígena de nombre tan extraño: Barack Husein Obama, pronunciado en los spots propagandísticos con regodeo sobre todo al llegar a su segundo nombre tan exótico. McCain se ve obligado a calmar a su gente para no lanzar su campaña por el abismo y quien sabe si hasta la frontera del crimen. "Obama es árabe", le dice un indignado ciudadano. "No, es una persona decente, un padre de familia cristiano, con el que tengo profundos desacuerdos". La línea ha quedado marcada: no es la caza del negro, es la caza del extraño, del invasor, del enemigo exterior árabe o musulmán, que quiso destruir America a bombazos y ahora quiere situar a uno de los alienígenas en la misma Casa Blanca. La entera cultura de masas norteamericana de los últimos decenios hace coro y resuena con el pasmo y el estremecimiento que suscita esta siembra de ideas populistas y xenófobas.

La campaña americana está entrando así en su momento más difícil e incluso peligroso. Obama marcha lanzado hacia la Casa Blanca, con una abultada diferencia de puntos a favor en los sondeos, entre seis y once. McCain sigue acumulando dificultades, empezando por su mediocre comportamiento en las encuestas, siguiendo por su falta de punch en los debates y terminando por las evidencias de abuso de poder de la señora Palin en Alaska. Pocas cartas quedan en manos de los republicanos, exactamente dos. La primera es la que están jugando ahora: la radicalización más extrema, al borde de la incitación a la liquidación del adversario, que es la que ha conducido a McCain a lanzar un mensaje de apaciguamiento muy mal aceptado por los suyos. La última es la raza, una carta que algunos consideran ya inservible y que para otros es la última trinchera que puede impedir la llegada de Obama a la Casa Blanca.

Es verdad que ambas maniobras, de bajeza similar, se basan en unos mismos sentimientos excluyentes, pero uno es más genérico y se dirige al extraño, a quien es distinto, al Otro en general; mientras que la segunda se concreta en el afroamericano, finalmente considerado con superioridad racista o como un ser inferior o como un enemigo interior irreductible. Ambas maniobras enervan lo peor de lo peor de un país admirable en muchos otros aspectos. Y acuden a un fondo electoral ahora mismo objeto de discusión acerca de cómo se traduce en los sondeos.

La dimensión del voto oculto racista es una de las cuestiones que preocupan en las filas de Obama, sobre todo a la luz del llamado efecto Bradley, el alcalde Los Angeles que perdió la elección para gobernador de California en 1982 después de que los sondeos le dieran siempre como ganador. Muchos sociólogos electorales consideran que este efecto ya se ha diluido, aunque otros consideran que todavía vale para nada menos que un seis por ciento del electorado. Eso significaría que las actuales diferencias entre Obama y McCain todavía no garantizan una victoria del primero y que no lo harán hasta que la horquilla se abra largamente por encima del seis por ciento.

Hay datos que permiten considerar exactamente lo contrario. Sondeos de Gallup, citados por el Washington Post, nos advierten de que en 2007 el número de los blancos que jamás votarían a un negro estaría en el 5 por ciento, después de una larga evolución desde el 58 por ciento de 1958, pasando por el 19 por ciento de 1986. Según Daniel Hopkins, un estudioso de Harvard, que ha seguido de forma atenta todas las elecciones desde 1989 hasta 2006, hasta 1996 el efecto Bradley existía y podía evaluarse en un tres por ciento de voto oculto contra los candidatos negros por su condición racial. A partir de esta fecha, Hopkins detecta que los candidatos negros reciben un tres por ciento más de los votos que se le adjudican previamente en las encuestas: el efecto Bradley puede darse por tanto por liquidado.

Esta claro que cuanto peor vayan las cosas para McCain, y ahora le van muy mal, más tentaciones tendrá de decantar su campaña por estos vericuetos tan poco presentables. Todos solemos repudiar las campañas negativas, que se centran en denigrar al adversario en vez de explicar las propias propuestas y ventajas. Probablemente son inevitables e incuso hay expertos que las defienden como parte inextricable de la democracia. Pero en este caso hay un límite que se está vulnerando y es el que convierte al adversario en el enemigo absoluto, en la encarnación misma del mal.

La perversión de una argumentación que llega tan lejos es doble. En primer lugar, porque puede llegar hasta la incitación a la liquidación física del adversario, como ya está ocurriendo en muchos mítines de McCain y Palin. En segundo lugar, porque hipotecan al futuro presidente del país y su legitimidad: tanto si sale quien ha utilizado tan bajos y virulentos instrumentos como si es quien ha sido designado como enemigo público por los seguidores del partido perdedor. Todo esto sin entrar a considerar que en las actuales circunstancias de crisis financiera y de una recesión en ciernes, una campaña dirigida a dividir a los ciudadanos y enfrentarlos entre sí es abiertamente suicida.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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