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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Teoría y práctica de la tortura

Una cosa es lo que dicen los documentos elaborados por los consejeros jurídicos de la Casa Blanca y otra muy distinta es la aplicación concreta que luego hicieron quienes pusieron en práctica estos violentos métodos de interrogatorio sobre los sospechosos de terrorismo. Es muy lamentable tener que regresar una y otra vez sobre estas cuestiones, pero mientras esté abierta esta herida habrá que hacerlo; y hasta qué punto está todavía abierta da alguna medida el alto grado de aprobación que todavía suscita entre los ciudadanos norteamericanos la idea de que su Gobierno está autorizado a utilizar tales métodos con los combatientes enemigos detenidos por Bush: si Obama no revierte el actual estado de cosas de forma radical no hay garantía alguna de que regresen las teorías e incluso las prácticas de la tortura a la primera ocasión propicia.

Algunas cuestiones hay que aclarar sobre la teoría. Los equipos de abogados de la Casa Blanca de Bush elaboraron toda una serie de memorandos destinados a presentar como legales unos métodos de interrogatorio claramente tipificados como torturas. Obedecían a órdenes políticas de sus superiores, que fueron quienes optaron, después del 11 S, por eliminar lo que consideraban trabas legalistas para luchar contra el terrorismo. Buena parte de estos personajes, entre los que destacan Rumsfeld y Cheney, consideraban que los servicios secretos y el ejército norteamericano necesitaban manos libres para este tipo de actuaciones desde hacía ya muchos años y aprovecharon las circunstancias favorables del 11 S para terminar con lo que consideraban remilgos del garantismo jurídico y del progresismo. Lo que pretendían era de una gran osadía: retorcer el sistema jurídico de forma que se pudiera torturar con cobertura legal, tarea que encomendaron a los equipos de picapleitos neocons. Estos fueron los que consiguieron el diabólico cóctel de sumar en la misma ecuación la ampliación de poderes presidenciales en tiempo de guerra -para permitir las cáreceles secretas, las detenciones indefinidas, las escuchas ilegales, el secuestro y el asesinato si hace falta, por una mera orden del ejecutivo- con una sofisticada delimitación de la frontera que separa una presión física tolerable de un tormento insoportable, que es el que obliga a los detenidos a confesar. El resultado son estos memorandos, que ponen límites temporales a los malos tratos y conducen a controlar el estado físico de los interrogados, con el auxilio de sicólogos y médicos. Ahora la práctica: toda esta explicación no sirve para nada una vez los interrogadores tienen autorización para aplicar todo el repertorio de tormentos.Propublica, un magnífico site periodístico sin ánimo de lucro, ha comparado lo que dicen los memorandos con lo que cuenta el informe de la Cruz Roja sobre el trato infligido a los detenidos. La teoría de la tortura explicada sobre el papel estalla en pedazos una vez puesta en práctica y se convierte en un monstruoso y prolongadísimo tormento de una inhumanidad indecible. La tortura es tortura en la teoría y en la práctica, pero mientras en la primera parece primar la fría fijación de sus límites, en la descripción de la segunda aflora toda su ilimitada monstruosidad y, sobre todo, este estado de postración de una víctima convertida en juguete de sus verdugos, como un pájaro entre las pezuñas y las fauces de un perro. La disonancia entre la teoría y la práctica se desliza en el debate sobre la tortura en otro flanco. Es el del argumento dramático y comprometedor de la bomba de relojería o del secuestro del bebé. ¿Qué haría usted con el prisionero que conoce donde está colocada la bomba de relojería o que tiene un bebé secuestrado bajo amenaza de muerte? Ninguno de los interrogados se hallaba en situaciones límite como éstas, pero la teoría de las situaciones límites que sólo se dan en casos excepcionales se ha utilizado para autorizar la práctica generalizada de la tortura. La purga que necesita el intento de legalización de la tortura es muy amplia, y abarca desde exigir las responsabilidades penales a quienes las ordenaron, autorizaron y practicaron hasta intensificar la pedagogía democrática que tan bien sabe utilizar Obama para cambiar como un calcetín a la opinión pública norteamericana. Ni que decir que ambas tareas son de tal dificultad que cabe dudar que Obama pueda realizarlas. (Este no es tema lejano ni exótico. Afecta a los norteamericanos pero nos afecta a también a nosotros, los europeos. También en territorio de la Unión se han utilizado esas ?técnicas?. También nuestros gobiernos han colaborado, prestando las instalaciones como es el caso ahora documentado de Polonia, o accediendo a los sobrevuelos y escalas secretas con prisioneros en viaje hacia su interrogatorio).



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27 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Genealogía de la tortura

A pesar de Bush, el presidente que quiso legalizar la tortura, ésta tiene pocas raíces en la tradición penal norteamericana. De ahí las curiosas argumentaciones que vemos esos días sobre los orígenes de determinadas técnicas para arrancar confesiones, que el grueso de los neocons se empeñan en considerar como meros interrogatorios especiales, diseñados para tratar con los terroristas más peligrosos. Según estas teorías, los tormentos que se aplican para sonsacar la verdad a los sospechosos de terrorismo se inspiraron en los utilizados por los interrogadores comunistas chinos con los prisioneros americanos durante la guerra de Corea. A partir de estas experiencias, el ejército norteamericano incorporó, al parecer, un entrenamiento destinado a preparar a los soldados a superar estas torturas sin proporcionar información al enemigo, los llamados SERE (Survival, Evasion, Resistence, Escape programe).

Es realmente increíble que alguien pueda sostener sin ruborizarse que insultar a los prisioneros, someterlos al waterboarding (ahogamiento a intervalos por agua), obligarles a permanecer desnudos, mantenerles en posiciones forzadas e incómodas durante largo tiempo, el aislamiento prolongado, la privación de sueño, la humillación sexual y los ejercicios exhaustivos, no son formas de tortura. Todo esto es lo que se les hace a los soldados, marines en concreto, que siguen este tipo de entrenamiento SERE. El objetivo es incrementar su resistencia, sobre todo física; pero no es lo mismo aplicar estos tormentos repugnantes a los propios soldados que hacerlo con un enemigo al que se quiere extraer información. Siendo un atentado contra la dignidad y los derechos de las personas en los dos casos, en el segundo es mucho más grave, pues quien los sufre desconoce cuáles son los límites hasta dónde puede llegar el interrogatorio y se halla totalmente a merced de sus interrogadores. A la hora de defender la legalidad de estos tormentos, Donald Rumsfeld, secretario de defensa con Bush, llegó a decir que no se entendería que los terroristas recibieran un trato mejor que el que se les da a los marines norteamericanos en los entrenamientos. Ésta no es la única teoría acerca de los orígenes de la tortura, ni la única que se inspira en la teoría del mimetismo norteamericano. Respecto al waterboarding, tormento consistente en ahogar al prisionero tirando agua sobre su rostro tapado con una toalla o dentro de la boca con un embudo, se ha documentado que el ejército norteamericano lo aprendió en Filipinas hace cien años, donde era utilizado por los españoles desde los tiempos de la Inquisición. En todas estas especulaciones, que contienen sin lugar a dudas algún fundamento, hay una especie de tópico subyacente: que de la nación excepcional que es Estados Unidos no puede salir algo intrínsecamente perverso, lo que no es el caso del negro imperio español o del siniestro mundo comunista. El mal originado primero en el mayor enemigo del siglo XIX y luego en el del siglo XX se habría colado así en el imperio del bien, por el mimetismo suscitado al entrar en contacto para combatirlo. Este cuento maniqueo, implícito en algunas explicaciones que se han oído estos días, tiene la ventaja de que también vale para nuestros tiempos: el deslizamiento de los Bush y sus neocons se explicaría así por la contaminación del terrorismo de Al Qaeda. De ahí que sólo hay una forma actualmente para disociar claramente la tradición penal norteamericana de la legalización de las torturas, y ésta es que ahora, después de su tajante prohibición presidencial, quienes intentaron legalizarla, ordenaron su aplicación y la pusieron en práctica sean sometidos a la acción de la justicia. Obama parece estar dispuesto a dejar el camino expedito para que así suceda, aunque no quiere manifestar entusiasmo alguno y desea excluir de las responsabilidades a los agentes que realizaron los interrogatorios, para centrar la petición de responsabilidades a los políticos que dieron las órdenes y a los juristas que firmaron dictámenes autorizándolas como legales. Su posición, más pragmática que ideológica, se debe a conveniencias políticas: no quiere enemistarse con la CIA ni aparecer como el inquisidor que armó una causa general contra Bush. Pero no lo tiene fácil: incluso los torturadores saben que no pueden acogerse a la obediencia debida, concepto excluido como eximente en la tradición jurídica que empezó en Nuremberg, y que su única defensa sólida se centra precisamente en argumentar, por increíble que parezca, que todos estos tormentos son técnicas perfectamente normales y legales, de forma que a un interrogador no puede pasarle por la cabeza que está realizando una acción execrable y prohibida por la legislación norteamericana e internacional. El debate perverso sobre los límites de la tortura, que empezó precisamente cuando Bush declaró la Guerra Global contra el Terror, todavía no ha terminado y va a magnetizar de nuevo la vida política de Washington, en este caso para desmontar la construcción heredada y arrancar esas raíces que ya han prendido en la tradición jurídica norteamericana.



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26 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Canarios en la mina

Este año de 2009, creo que ya lo escribí en algún momento, habrá que ocuparse con frecuencia del periodismo. La época no permite la licencia de la falsa modestia: corresponde hablar en primera persona de este oficio para el que muchos auguran lo peor. El New York Times ha perdido casi 75 millones de dólares en el primer trimestre del año. De todos son conocidas las dificultades en que se encuentran prácticamente todos los grandes periódicos de referencia en los países industrializados. Millares de puestos de trabajo se han perdido y se van a perder muchos más. Y no es una crisis, sino una acumulación de crisis: hay una recesión mundial en marcha, un problema de liquidez global, una crisis de las instituciones regulatorias, una transición tecnológica, y al final una pérdida de confianza en los políticos, los empresarios, los reguladores y, naturalmente, los periodistas. Con tantas crisis amontonadas, ningún recurso más a mano pero a la vez imposible que sacudírselas de encima. Aquí no se escapa nadie, ni siquiera esos políticos que han hecho exhibición en cadena de ceguera voluntaria, quietismo político y negacionismo público. Pero tampoco podemos escaparnos los propios periodistas.

El director del Financial Times, Lionel Barber, entraba ayer en el capítulo autocrítico. Cito tan sólo el último párrafo de su artículo, en el que hace caer sobre este oficio, mi oficio, la responsabilidad de una falta sistemática de clarividencia, también en esta crisis: ?Muchos de los más importantes desarrollos de la década pasada ?el auge del terrorismo islamista radical, la apertura de la economía china, así como las dos burbujas crediticias- se han quedado ampliamente fuera de toda anticipación o no han conseguido atraer la atención que merecían. Los periodistas tienen, a este propósito, un papel crucial a jugar. Pueden haberse equivocado, pero tienen todavía la capacidad para ser canarios en la mina. Y ojalá lo sean durante mucho tiempo?. Indro Montanelli nació ahora hace 100 años. La Stampa ha publicado, como homenaje, su última lección de periodismo, impartida el 12 de mayo de 1997 en la Universidad de Turín. Una buena manera de celebrar su aniversario, echar en falta su aguda inteligencia, su pluma mordaz y limpia, e intentar aprender algo de la lección de su magisterio práctico y de su última conferencia. La clase que nos da sirve también para esta época de crisis. Su lección, perfumada por el nihilismo de la senectud, es una reivindicación de los canarios en la mina: ?Este oficio es bellísimo. No conduce a nada, pero es bellísimo. El periodismo se hace por el propio periodismo y por ninguna otra cosa?. Juan Marsé, que no es periodista y recibió ayer el premio Cervantes en Alcalá de Henares, impartió también una lección, de vida y de literatura, y dejadme añadir también con un punto de imaginación periodística, también de periodismo: ?Con respecto al trabajo mantengo algunos principios, pocos, que bien podrían resumirse en dos: procura tener una buena historia que contar, y procura contarla bien, es decir, esmerándote en el lenguaje; porque será el buen uso de la lengua, no solamente la singularidad, la bondad o la oportunidad del tema, lo que va a preservar la obra del moho del tiempo. Ciertamente es un utillaje del que no puede uno presumir. Porque el oficio comporta, por supuesto, otras obligaciones y menesteres. Alguna vez he reflexionado sobre el asunto, pero no he llegado muy lejos; sobre la persistencia de la vocación, por ejemplo, en tiempos de silencio, o sobre el imperioso dictado de la memoria y sus laberintos?. ¿No son acaso estos unos buenos consejos para que los canarios en la mina sigan haciendo bien su trabajo?.



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23 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El cabo de los tormentos

Obama está a punto de doblar este cabo de las tormentas que son los cien días de su presidencia. A una semana vista de tal hito el océano ya empieza a mostrarse todo lo embravecido que exige la leyenda. Y no es por la economía, a pesar de su estado lamentable, ni por el agitado mapamundi donde se despliega la nueva política norteamericana. Es por las torturas, la ignominia que más ha ensuciado la presidencia de George W. Bush y ha hipotecado la imagen de su país en el mundo. El presidente zanjó enseguida con toda claridad: aquí no se tortura. En el segundo día de su mandato suspendió todos los dictámenes legales que lo permitían. Esta pasada semana ha autorizado el levantamiento del secreto sobre varios documentos de la oficina legal de Bush que cubrían y autorizaban tales prácticas. Y esta semana ha dado a entender que será necesaria una investigación a fondo y no se pueden descartar acciones judiciales contra los juristas que fabricaron estos argumentos leguleyos para practicarlas.

Estos últimos movimientos se han visto acompañados de no pocas contradicciones y desmentidos entre los propios colaboradores del presidente: Obama era partidario al principio de mirar hacia delante y evitar los ajustes de cuentas judiciales con la anterior Administración, pero no todos son de la misma opinión, sobre todo en las filas demócratas. Y en el otro campo, la publicación de los documentos secretos y la eventualidad de una investigación judicial que termine procesando a los abogados que fabricaron las excusas jurídicas para las prácticas ilegales está actuando como cemento aglutinador: nada produce más cohesión que el miedo, en este caso a los jueces y a la cárcel. Antiguos altos cargos de la Administración de Bush, con el vicepresidente Cheney a la cabeza, están saliendo en tromba a defender la legalidad de los interrogatorios reforzados, el eufemismo en el que se incluye todo el repertorio de técnicas de tormento, y advierten del peligro que supone para la seguridad de Estados Unidos tanto la publicación como la investigación sobre este tipo de interrogatorios. Todo esto, dicen, desalentará a los agentes de la CIA y a sus socios y colaboradores de los servicios secretos de los países aliados y amigos. Pero el argumento mayor, profunda y perversamente neocon, considera que Washington está renunciando a un arma disuasiva de primer orden para los terroristas y para cualquier enemigo actual o futuro: hasta ahora sabían que su Gobierno estaba dispuestos a hacer cualquier cosa, legal o ilegal, en nombre de su seguridad; a partir de ahora ya saben que es más vulnerable porque se impone límites a sí mismo. La derecha da la culpa de todo eso a Obama. Alguna tendrá, sobre todo en la claridad de sus ideas y en la voluntad de aplicarlas. Pero no es toda suya, e incluso si toda hubiera sido suya no estaríamos donde estamos ahora: con un horizonte ciertamente lleno de nubarrones para los torturadores. Obama, de talante moderado y centrista, quiere resolver las cuentas pendientes, pero quiere hacerlo de forma controlada y evitando daños colaterales. La publicación de los memos sobre torturas no ha sido una decisión fácil; en sus palabras, "una de las más duras que he tenido que tomar como presidente". La culpa se reparte dentro e incluso fuera de Estados Unidos. La misma Administración republicana empezó a flojear en los últimos meses, cuando el propio director de la oficina legal de Bush, Steven Bradbury, autor de varios informes secretos, reconoció en dos de ellos que las opiniones sobre los interrogatorios, las entregas extraordinarias de detenidos a terceros países y la detención sin garantías "no debían ser consideradas como fuente de autoridad en ningún sentido". En varios países europeos, España entre los más destacados, se han intentado procesos legales contra los abogados de la Casa Blanca y otros funcionarios que autorizaron las torturas. Uno de ellos, Jay Bybee, actualmente juez de apelaciones, se ha convertido en diana de asociaciones de derechos humanos que propugnan su destitución. Otras asociaciones piden el procesamiento de médicos y psicólogos que ayudaron a realizar los interrogatorios. En el propio Congreso hay investigaciones en marcha sobre todo el caso. También Naciones Unidas está tomando cartas en el asunto, en la medida en que EE UU es firmante de las convenciones contra la tortura. Aunque el presidente ha sido muy claro desde el primer día, no puede decirse lo mismo de sus colaboradores. Su jefe de Gabinete, Rahm Emmanuel, no quería saber nada de investigaciones ni procesamientos. El director de la CIA, Leon Panetta, no excluyó que en algún momento tuviera que pedir permiso presidencial para actuaciones excepcionales del mismo tipo. El director nacional de Inteligencia, Dennis Blair, admitió que las torturas habían arrojado resultados valiosos. Tampoco hay que olvidar que el Congreso -e incluso la actual speaker de la Cámara, Nancy Pelosi- fue informado de tales prácticas por la anterior Administración. La actual iniciativa de Obama tiene como efecto inmediato que ata las manos de quienes pudieran conservar el propósito de mantener alguna de las prácticas de dudosa legalidad de la anterior Administración, tal como le han reprochado explícitamente el ex director de la CIA, Michael Hayden, y el ex fiscal general, Michael Mukasey, en un artículo conjunto en el Wall Street Journal. Es un momento ciertamente decisivo, quizás el más crucial de los cien días, cuando el barco presidencial se dispone a doblar el cabo no de las tormentas sino de los tormentos.



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23 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los resultados de Durban II

Dos vencedores y dos perdedores, así resumiría yo el resultado de la conferencia mundial contra el racismo y la xenofobia conocida como Durban II, que se está celebrando en Ginebra. Vencedor es el presidente iraní Mahmud Ahmadinejad, que ha regresado a su país como héroe del antisemitismo, baldón en Europa y América, pero título no tan sólo llevadero sino incluso de honor en muchos países de Africa y Asia. Vencedor es también el Gobierno de Benjamín Netanyahu y sobre todo su ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, un tipo de una calaña ideológica no muy distinta a la del iraní o de los ultras xenófobos y racistas que campan o han campado por Europa, como el viejo Jean-Marie Le Pen o los fallecidos Jorg Haider y Slobodan Milosevic. El primero ha conseguido convertirse en el principal protagonista de la Conferencia, ha obligado a los embajadores europeos a reaccionar ante sus palabras inadmisibles y a los organizadores a adelantar la aprobación de las conclusiones pasteleadas para evitar mayores problemas. El segundo ha sabido utilizar la Conferencia para echar presión sobre amigos y aliados, descalificando a unos y criticando a otros por su escasa energía a la hora de enfrentarse al segundo Hitler ante la amenaza del segundo Holocausto.

Perdedores: Barack Obama, sin duda, que recibe una varapalo de Teherán como respuesta a su mano tendida, dificultando así su política de diálogo y deshielo; y Naciones Unidas, que ve premiados por las palabras odiosas y de odio de Ahmadinejad sus esfuerzos ecuménicos y buenistas. Salvedades: todas ellas son victorias y derrotas más teatrales que efectivas, que juegan sobre todo en el terreno de la opinión. Para Ahmadinejad se trata de una buena jugada en la campaña presidencial iraní. Para Netanyahu un buen camuflaje para su xenófobo de cabecera: no hay que olvidar que la gente de Nuestra Casa Israel equipara los derechos de los colonos ilegales que hacen de okupas en Cisjordania con los derechos de los árabes de ciudadanía israelí, que viven donde han nacido, a los que quiere desplazar el partido de la limpieza étnica. Para Obama, en pleno despliegue de la nueva política internacional norteamericana, esta derrota es mínima y relativa, y en muy poco va a torcer el rumbo de la nueva Administración. Quien debiera proceder a una seria reflexión sobre su política de Derechos Humanos y sobre conferencias de este estilo es la organización de Naciones Unidas, empezando por su secretario general, Ban Ki-moon. Es una vergüenza que una organización internacional se convierta en el teatro que da oportunidad a los déspotas y dictadores para que den lecciones de moral a la humanidad entera.



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22 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo que estoy haciendo

Hoy me acomodaré a la ideología twitter y facebook: no voy a contar lo que está sucediendo sino lo que estoy haciendo (¿qué estás haciendo?, es la pregunta que hacen estas redes sociales, más preocupadas por la vida privada y las relaciones personales que por el mundo exterior). Lo que está sucediendo merece toda la atención, pero no siempre cuenta uno con todos los medios necesarios para ensayar una reflexión provechosa. Podría escribir sobre las revelaciones desveladas por la Administración Obama respecto a las torturas de la CIA (podría hacerlo y deberé hacerlo en un momento u otro; pronto en todo caso: hay motivos suficientes para analizar la política de balance y ajuste de cuentas del nuevo presidente). Podría escribir sobre Durban II, esta cumbre contra el racismo convocada en Ginebra, donde el presidente iraní ha podido hacer toda una demostración práctica de antisemitismo (anoto en mi agenda mi deber de escritura respecto a este tema, sobre el que sospecho que todos los demagogos y todos los racistas están de acuerdo y la única cuestión relevante es conseguir que estos personajes no nos roben la agenda y las primeras páginas de los periódicos: es el paso previo para que nos quiten del todo, Dios, Jahvé o Alá no lo quiera, la dirección de los asuntos mundiales). Pero no voy a escribir sobre todo esto, sino sobre mi almuerzo de ayer con un amigo italiano y mi lectura del domingo de Repubblica, ambos, el diario y mi amigo, excelentes representantes de esa Italia que amamos y que nada tiene que ver con la zafiedad y la corrupción de la Italia oficial que hoy domina y escandaliza a Europa y al mundo.

No voy a dar el nombre. Tan lejos no puedo llegar. Ni siquiera si consigo imbuirme del efecto twitter, y hoy tengo motivos para hacerlo. Me entero de que Ben Okri, el poeta nigeriano, publica cada día un verso, no más de 140 espacios, en este fantástico site que está revolucionando el paisaje de los medios. Al fin alguien justifica su existencia por lo que dice y no por los instrumentos que utiliza al decirlo. Pues bien, me cuenta este amigo su historia familiar, digna de una novela río: su padre demócrata cristiano; las amistades familiares de los años sesenta durante el Concilio, cuando lo mejor de la teología católica cenaba en la casa; los siete hijos, formados todos en la piedad y en la cultura formidables del catolicismo italiano. Y luego el fenómeno, ese gran fenómeno para muchos incomprensible, pero revelador de toda una cultura política y quizás de una civilización: todos y cada uno de los siete hijos, chicos y chicas, fueron abandonando el catolicismo e incorporándose a las filas del Partido Comunista Italiano, una de las grandes instituciones del siglo XX europeo; hasta el mismo padre, ya muy anciano, que vota comunista cuando no quedan ni las raspas de aquella democracia cristiana de Moro y de Fanfani y de aquella iglesia de Montini y de Pacelli. No habría reseñado esta pequeña historia sin la lectura de Repubblica del domingo y su obligado artículo del maestro Eugenio Scalfari, que no ha sido nunca comunista: ?El PCI ha cometido ciertamente muchos errores, ha participado de una ideología equivocada, ha cubierto incluso algunos crímenes, pero no es una realidad que hay descendido sobre Italia como un meteorito. La pregunta que hay que plantearse es ésta: ¿Cómo es que la sociedad italiana ha hecho posible el nacimiento de un partido como el PCI, en el que se han inscrito o al que han votado obreros y burgueses, artesanos y campesinos, marxistas y liberales, ateos y creyentes? Hasta el punto de que en su culminación ha juntado sus votos con los de la democracia cristiana. Y que el gobierno de Aldo Moro llegó a asociar en los años de plomo al Gobierno del país. ?Esta pregunta merecería un análisis serio. Al menos lo sería tanto como la pregunta especular: ¿por qué la sociedad italiana actual ha hecho posible el nacimiento del berlusconismo y le ha dado un poder excesivo que le asemeja cada vez más a un régimen? ?Con una diferencia entre las dos preguntas: razonar sobre el Partido Comunista se está convirtiendo con el paso de los años en material para los historiadores; razonar sobre el berlusconismo es una cuestión desgraciadamente actual y afecta a la política y no todavía a la historia?. ?Quien canta fuera del coro es comunista? se titula el artículo, en el que denuncia el punto al que está llegando el poder mediático y político inmensos del impresentable Berlusconi y la marginación a la que se ven sometidos todos los que no entran en la vereda de la obediencia a este soberano tan especial que le ha surgido a Italia. Scalfari señala como especialmente significativos en este juego a unos muy especiales detectores del virus comunista, surgidos de las filas de la extrema izquierda que llegó incluso a flirtear o participar con el terrorismo. Su odio hacia el PCI, y quizás hacia el catocomunismo que tan bien sintetizaba el proyecto nunca culminado de 'compromesso storico' (una mayoría de gobierno cristianodemócrata y comunista que nunca llegó a fraguar, pero que tuvo una última reencarnación en el Olivo y en los gobiernos de Romano Prodi) es la parte inmutable de la ideología de estos berlusconianos de hoy, izquierdistas anticomunistas hace 30 años y anticomunistas de la derecha extrema y populista de hoy. (Último apunte desde el pensamiento twitter: escribo este post en el avión que me lleva a París, donde debo hablar sobre el impacto de la recesión económica en los medios de comunicación. Prometo recoger en un momento u otro algunas de las reflexiones que he tenido que hacer para preparar la charla).



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20 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Obama mueve el tablero internacional

Es un cambio de era. Definitivamente. Muchos eran los elementos que permitían sostenerlo: el final de un ciclo conservador, la crisis de Wall Street, el cambio de ideas y modelos económicos, la llegada de un afro americano a la Casa Blanca? Ahora estamos viendo cómo se construye una nueva geometría de las relaciones internacionales, en la que la gran superpotencia abandona la actitud que la había caracterizado prácticamente desde 1898. Estados Unidos quiere recomponerlas a partir del respeto mutuo y el diálogo entre países de igual a igual, arrumbando una tradición imperial de interferencia y de aleccionamiento especialmente lacerante en América Latina. Ya se vio en el viaje europeo de Obama, pero ha quedado mucho más claro todavía en su participación en la Cumbre de las Américas, celebrada en Trinidad y Tobago.

En los últimos gestos de Obama, sobre todo en la apertura política hacia Irán y Cuba, no hay que ver únicamente esta nueva política internacional que se despliega con el arranque presidencial. Son también movimientos muy calculados de una larga jugada destinada a cambiar el paisaje de Oriente Próximo. El encuentro y el intercambio de frases y libros con Chávez no tiene influencia únicamente en el Caribe; también la tendrá en el golfo Pérsico, pues no hay que olvidar las relaciones estrechas que unen al caudillo venezolano y al presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad. El discurso en Praga sobre el desarme nuclear y la opción cero tiene repercusión en todas las direcciones, pero suscita especial preocupación en los países que mantienen un arsenal clandestino no reconocido, como es el caso de Israel. Lo mismo cabría decir de la especial deferencia con Turquía, país clave para el futuro de Irak, pero a la vez interlocutor de Irán y de Israel a la vez. La ambición de la nueva política es evidente. Ha terminado ahora totalmente la guerra fría, pero también han terminado muchas cosas más que se remontan a tiempos todavía anteriores, a la época de la Doctrina Monroe incluso. Y como consecuencia, son evidentes los peligros que no tardarán en desplegarse frente a cada uno de los gestos. De momento Obama tiene un caudal enorme de confianza y su imagen no cesa de crecer a ojos vista, en América Latina ahora, después de Europa. Hay que tener en cuenta que las fuerzas del statu quo también actuarán: las pingües rentas que produce el antiamericanismo no desaparecerán de la noche a la mañana. La primera reacción ante las aperturas de Obama suele ser recordar el recuento de las fechorías norteamericanas y la petición de perdón: lo hizo Ahamadinejad y lo han hecho los Castro. Pero no tiene credibilidad alguna que se le pida responsabilidades a un presidente demócrata y afro americano de una historia que él mismo ha rechazado en sus escritos, sus discursos y su campaña electoral. Es difícil que alguien le dé lecciones de democracia, y menos que nadie un coronel golpista venezolano que se halla en la pendiente hacia la dictadura. No les será fácil a estos regímenes rechazar la mano tendida. De cara sobre todo a sus propios ciudadanos, entre los que Obama tiene muy buena imagen. De ahí que sea más previsible alguna provocación, destinada a poner a prueba la determinación y la fortaleza de Obama, para intentar presentarlo luego como un Bush con piel de cordero. El régimen norcoreano ya lo ha intentado. Moscú también, aunque de forma más pacífica y verbal. De Oriente Próximo puede llegar también alguna provocación. O de Pakistán, donde los drones norteamericanos continúan realizando acciones punitivas contra los talibanes. La nueva era significa que Estados Unidos abandona su clásica arrogancia y esa filosofía que hace tratar como a servidumbre a quien se considera como el amo del mundo. Pero también que desaparece la amenaza de un poder fuerte y dispuesto a poner orden en el planeta: esto no lo ha hecho Obama, por cierto, sino Bush, que quiso ser fuerte y ha conseguido ser muy débil. No es ocioso recordarlo porque la mitad del recorrido de este cambio no es de Obama, que sólo ha tenido que rematarlo y confirmarlo. La conclusión, sin embargo, es que Obama deberá responder a partir de ahora por todo ello, tanto de la parte que se debe a Bush de pérdida efectiva de liderazgo mundial, como de la que él quiere recuperar en forma de poder blando y por supuesto de los resultados o de los fracasos que obtenga.



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19 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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En crisis: los augures

En la primera fase había un problema de visión. Una gran parte de los responsables políticos y económicos decidieron apuntarse a la ceguera voluntaria. O a las minucias técnicas sobre el significado exacto de las palabras: crisis, recesión, depresión? El resultado es que no la vimos llegar y nos pilló mal preparados e inadvertidos, pensando en otras cosas. En esta fase actual, nadie discute lo que ya es una evidencia: una crisis financiera que desemboca en una recesión global, de la que nadie se escapa, y cuya profundidad y duración nadie es tampoco capaz de adelantar. Todos los pasos de este doloroso itinerario son delicados, pero algunos lo son todavía más: estamos en uno de ellos, cuando empiezan a aparecer signos contradictorios que suscitan interpretaciones dispares sobre el final del túnel. Algunos bancos norteamericanos han regresado modestamente a los beneficios; la construcción, el consumo y la vivienda dan leves signos de recuperación en Estados Unidos; los programas de estímulo están dando algún resultado en distintos países; hay leves síntomas de recuperación en Francia y Alemania. Muy bien: hasta aquí la serie positiva. La otra: los diagnósticos de los sabios más sensatos y acreditados, nos señalan que todo esto no son más que minucias, pues estamos ante una recesión muy larga y severa, de la que probablemente estamos conociendo tan sólo las primeras fases. Así suelen ser las recesiones cuando están asociadas a una crisis financiera, que no ha sido todavía purgada, y cuando se produce de forma sincronizada en todo el mundo.

Este es el diagnóstico del informe de primavera del Fondo Monetario Internacional, cuyo adelanto ha sido presentado esta semana, como preparación de la reunión semestral del 25 y 26 de abril, otro momento especialmente interesante para entrar en detalles en el diagnóstico de la crisis. Los economistas y sobre todo quienes se hallan en las instituciones independientes, tienden a realizar los diagnósticos más severos: no sufren los condicionamientos de los políticos; pero tienen a veces otro condicionamiento, no menos malo, como es el de seguir la inercia de sus teorías y visiones del mundo. Tampoco ellos supieron ver cómo llegaba todo esto, porque se aferraban a los esquemas que tanto les habían servido los últimos 30 años; y ahora en cambio son los más pesimistas, porque no quieren equivocarse de nuevo. De los políticos llegan, en cambio, los augurios menos sombríos, no siempre basados en datos positivos ?que son ciertamente escasos y sobre todo prematuros- sino en la necesidad de dar por buenas las medidas adaptadas hasta ahora y sobre todo levantar el ánimo de los ciudadanos. El discurso de esta semana de Obama en Georgetown es un buen ejemplo, en el que se combina la pedagogía sobre la crisis, la explicación sobre las políticas de recuperación y el análisis sobre los primeros resultados positivos, con la dosis de realismo que le permita cubrirse las espaldas ante acusaciones de optimismo excesivo e incluso precipitado. Cada uno está en su papel, a veces de forma excesivamente estridente y descoordinada hasta el absurdo, como ha podido verse en España en las contradicciones entre el gobernador del Banco de España y el ministro de Trabajo. Pero no está nada claro que la disonancia sirva a los ciudadanos. Si la ceguera inicial impidió prepararse para la crisis, la disparidad de augurios actuales puede conducir a la desorientación. Y nada hay peor que sociedades desorientadas, porque es el paso previo al pánico. Recordemos de nuevo la célebre frase de Roosevelt en su discurso de toma de posesión en 1933, en plena Gran Depresión: sólo hay que tener miedo al miedo. Una era de pánico sería todavía peor que una era de codicia como la que la ha engendrado. (Recomiendo vivamente, en todo caso, estos dos excelentes documentos para entender lo que está pasando que son el informe del FMI y el discurso económico de Obama.) 



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17 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El desdén de los europeos

Despolitizados, conservadores, sin proyectos ni líderes, encerrados en nuestras identidades, incapaces de integrar a los recién llegados, sean países socios, sean inmigrantes. Así aparecemos los europeos a siete semanas de los primeros comicios con 27 socios (Rumania y Bulgaria no participaron en los de 2004, los primeros de la Europa de 25 miembros) para elegir entre el 4 y el 7 de junio a 736 eurodiputados, en un clima de desmovilización y desgana prodigiosas. Nunca han sido estas elecciones un momento de especial identificación con el proyecto de construcción europea, más bien al contrario: siempre han funcionado como una suma de elecciones organizadas en clave interna de cada uno de los países socios. Pero las que ahora se preparan pueden ser especialmente desalentadoras, en un momento de urgencias ante la crisis y de repliegue nacional o de renacionalización especialmente intenso.

Salvo contadas excepciones, los partidos suelen mandar a sus listas europeas a los políticos de los que quieren desembarazarse en el escenario nacional o aquellos a los que quieren premiar con una vida política fácil y bien gratificada en sueldo y amenidades viajeras. Lo demuestran las listas de los dos más grandes, el PSOE y el PP, encabezadas respectivamente por dos ex ministros -Juan Fernando López Aguilar y Jaime Mayor Oreja- con suficientes ideas políticas propias como para inquietar a las cúpulas de sus organizaciones. Una contradicción dolorosa martirizará a los socialistas españoles en una cita electoral que los votantes utilizarán para castigarles a buen precio: es decir, con un aviso serio, pero sin consecuencias en el color del Gobierno. Aunque les convenía plantearlas únicamente como una contienda en clave europea, en la que se dilucidará el color del futuro Parlamento e incluso el del futuro presidente de la Comisión, nada de lo que han hecho hasta ahora, incluidas las listas, conduce y sirve a este propósito. Y menos todavía que Zapatero esté ya plenamente dispuesto a apoyar como presidente de la Comisión a José Manuel Durão Barroso, el candidato de la derecha en la anterior elección, impuesto por Blair y Aznar. Este último Eurobarómetro está lleno de indicios reveladores, alguno de ellos inquietante. El desdén de los ciudadanos hacia estas elecciones y hacia las instituciones europeas está compuesto de muchos elementos. Tiene que ver, ante todo, con la recesión. Luego con la crisis de la política y las disfunciones de los sistemas políticos europeos. Y finalmente con la falta de voluntad europeísta y el vaciamiento del proyecto. Europa está en crisis, pero la crisis no es sólo de la construcción europea, sino de su economía y de su forma de hacer política. Y se expresa ante todo en la erosión de la confianza de los ciudadanos en las instituciones, aunque el Parlamento no es el que queda peor situado y la palma se la llevan, bien merecidamente, el Banco Central y la Comisión. La encuesta revela una menor atención de los ciudadanos hacia los temas políticos europeos y un incremento de los que tienen que ver con la actual crisis (el desempleo y el crecimiento). Puede haber ahí un elemento coyuntural, pero también un resultado del declive institucional europeo, su presencia decreciente en los medios de comunicación (captada también por la encuesta), así como la superación de algunos temas (el euro, el modelo social, los valores y la identidad) que en algún momento fueron objeto de debate y ahora se dan por asimilados. Sólo un 44% de los europeos manifiestan algún interés en estas elecciones, frente a un 53% que afirman lo contrario, cifras de donde sale esta proyección de una abstención del 66%. Seis de los países que se hallan por debajo de este umbral son socios de la nueva hornada, a los que hay que añadir el euroescéptico Reino Unido, la Italia berlusconiana y Portugal. La intención de ir a votar manifestada por los encuestados produce un reparto similar: seis de los nuevos socios están por debajo del bajísimo porcentaje del 34% del conjunto de la UE. El desinterés hacia las elecciones no está necesariamente ligado a un desapego europeísta. Los jóvenes en edad Erasmus son los menos propensos a ir a votar (el 27% no lo hará en ningún caso), pero son también los que aducen en menos ocasiones (el 10%) que no lo harán por desacuerdo con la construcción europea. ¿Será verdad que Europa se atasca cuando América despega? Quizás sea cierta esta metamorfosis en la que las dos orillas del Atlántico parecen estar permutando posiciones: Estados Unidos se europeíza y Europa se americaniza. Las elecciones de aquí aburren y las de allí entusiasman. Con este nuevo presidente mestizo, fiel imagen de un país también mestizo y preparado para liderar un mundo mestizo, sus conciudadanos son la contrafigura de esos europeos encerrados en sus identidades nacionales: politizados, progresistas, con proyectos y líderes, más dispuestos que nunca a abrirse al mundo e integrar a todos en una gran nación cívica, derecha e izquierda, negros y blancos, religiosos y ateos, hispanos y anglos.



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16 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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En deconstrucción

Ni dos meses quedan para las elecciones al Parlamento Europeo, que se celebrarán entre el 4 y el 7 de junio para elegir a los 785 diputados que representan a los 27 socios de la Unión Europea. Las encuestas son bien claras al respecto: ganará de nuevo la derecha. Tiene en su favor muchas cartas: la crisis económica, que al parecer no juega en su contra; la actual hegemonía conservadora, que en muchos casos se confunde con el ascenso y dominación de partidos y alternativas populistas; y, sobre todo, el estado de inanición ideológica y de anemia política en que se encuentra la entera izquierda europea.

Estas elecciones se celebrarán en un pésimo clima europeísta. El impulso de integración está totalmente agotado, de forma que suenan a hueco las proclamas que pretenden vincularlas a algún tipo de proyecto que afecte al conjunto de la Unión. La renacionalización de las políticas es la regla y la falta de respuestas europeas a la crisis es una evidencia que no consiguen ocultar las declaraciones grandilocuentes, los gestos más o menos solemnes de las presidencias o la adición de planes nacionales para vestir el santo de la falta de voluntad y de vocación europeístas. Estamos en plena deconstrucción europea, como demuestra el tortuoso e inacabable camino del Tratado de Lisboa, todavía pendiente de ratificación en referéndum en Irlanda y por parte del Parlamento y del presidente en la República Checa. Nunca estas elecciones han llegado a tener un contenido realmente europeo, de forma que es más difícil todavía que lo tengan ahora, por más que les pueda interesar a los socialistas españoles, temerosos de que los votantes utilicen estos comicios para castigar a Zapatero. Leire Pajín, la secretaria de Organización del PSOE, señaló este pasado lunes que su partido va jugar fuerte en esta campaña electoral, porque ?Europa necesita más que nunca una voz progresista y necesita más que nunca una España fuerte?. Los votantes, según Pajín, deberán elegir entre el modelo neoliberal del PP y el progresista y socialmente avanzado del PSOE. Todo esto se dijo al anunciar que Ramón Jaúregui será el número dos de la candidatura socialista, detrás de Juan Fernando López Aguilar. Hasta aquí todo muy normal. El pequeño problema que plantea la candidatura socialista lo reveló el propio López Aguilar en la escuela de invierno de los socialistas catalanes, en Tarragona, el pasado 21 de marzo: su jefe, José Luis Rodríguez Zapatero, ya ha señalado que apoyará la continuidad de José Manuel Durao Barroso como presidente de la Comisión, coincidiendo así con el apoyo que recibirá del Partido Popular Europeo. Barroso fue elegido en noviembre de 2004, en plena era Bush y apadrinado por Blair y Aznar. Fue el discreto anfitrión de la reunión del trío de las Azores, que hizo el último llamamiento a la guerra preventiva contra Sadam Husein, y ha presidido una de las etapas más grises y vacías de la historia de la Unión Europea. Barroso representa todo lo contrario del voluntarismo y del espíritu europeísta que encarnó Jacques Delors, y lo menos que se podría esperar de los socialistas europeos es que dieran con un candidato que representara la revitalización de la Unión Europea y lo votaran, aunque no llegara a ganar. No es extraño que Jaúregui, sólo conocerse su nuevo destino bruselense haya dicho que se va ?con un poco de pena, porque el Parlamento Europeo equivale a veces a una especie de cementerio de elefantes al que vas y te olvidan ?. 



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14 de abril de 2009
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El Boomeran(g)
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