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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un mecano de cuatro piezas

Cuatro piezas componen el mecano de la campaña que hoy toca a su fin. La pieza central es la crisis económica y su más directa derivada sobre lo que hay que hacer con los impuestos. La segunda es la energía nuclear, y en concreto el debate sobre el alargamiento de la vida de las centrales. La tercera pieza es Afganistán y la polémica sobre la participación de las tropas alemanas, alrededor de 4.200 soldados, en esta guerra que no reconoce su nombre. La cuarta, finalmente, la más política, versa sobre las fórmulas de gobierno en un momento de crisis y en un país que sólo excepcionalmente conoce gobiernos monocolor y mayorías absolutas.

Las divisiones sobre la crisis alcanzan el interior de la propia derecha. Los socialcristianos bávaros han hecho campaña con la exigencia de un compromiso de reducción inmediata de impuestos, algo a lo que no se ha querido plegar su socia de la CDU, la canciller Angela Merkel. También los liberales del FDP, cortejados por Merkel, quieren recortes súbitos y drásticos. Hay asimismo promesas de recortes de ahí hacia la izquierda, aunque la principal preocupación es que los recortes no pongan en peligro el gasto social y el Estado de bienestar. Si hay Gobierno de Merkel con los liberales habrá rebaja, pero no ahora, sino cuando termine la crisis, lo más pronto en 2011. Lo mismo sucederá con la vida de las centrales nucleares: se alargará más allá del 2021 si Merkel y Westerwelle forman coalición, pero nada se moverá en cualquiera de los otros casos. En cuanto a Afganistán, sólo un partido, Die Linke (La Izquierda), quiere la salida inmediata de las tropas y se ha beneficiado de la virulenta entrada en campaña del debate con ocasión del bombardeo, ordenado por un militar alemán, que mató en Kunduz a decenas de civiles afganos. La última pieza que completa el esquema son las distintas eventualidades de coalición. La continuación de la gran coalición es la apuesta oculta del SPD, pues es la única que le permite seguir en el Gobierno. La apuesta de la canciller es la coalición con los liberales sin cerrarse a coaligarse con el SPD. El FDP rechaza el semáforo, con verdes y rojos (socialdemócratas) y sólo apuesta por Merkel, al igual que Los Verdes rechazan la jamaica (con liberales y democristianos), añorando una insuficiente coalición con el SPD. Nadie quiere casarse con Die Linke, que tampoco quiere saber nada de los otros cuatro, a los que califica de neoliberales y belicistas. Las preferencias del electorado y el discurso político divergen. Sobre impuestos, tres de cada cuatro alemanes quieren recortes inmediatos, aunque el 80% piensa que subirán. Sobre las centrales nucleares y la participación en Afganistán, dos tercios están en contra. Pero luego son más los que eligen la coalición de Merkel con los liberales (48%) que los que quieren la Gran Coalición (45%), y no digamos el semáforo (27%) o la jamaica (29%). Pero si tuvieran que votar directamente a Merkel lo haría una mayoría absoluta del 53%. Ella es el vértice del mecano.



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26 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un sistema electoral en crisis

Alemania va a las urnas el domingo con una ley electoral que ha sido declarada inconstitucional por el tribunal que interpreta su Ley Fundamental. Además es muy probable que la mayoría que asegure la Cancillería para Angela Merkel sólo se alcance precisamente gracias al mecanismo que los jueces han declarado anticonstitucional. Este resorte electoral, que concede escaños adicionales a los partidos por encima de los que le corresponderían en proporción a sus votos, puede producir un efecto parecido al que permitió en 2000 a Bush vencer en su carrera hacia la Casa Blanca, obteniendo más compromisarios con menos votos que Al Gore. El Tribunal Constitucional alemán exigió en una sentencia de 2008 la reforma parlamentaria de la ley electoral para antes de 2011, dejando así estas elecciones de 2009 en un limbo de legitimidad que puede afectar al próximo Gobierno y abrir una crisis institucional.

La ley electoral alemana obliga al ciudadano a emitir dos votos, uno para la elección de un solo candidato por circunscripción por el sistema mayoritario y otro para una lista cerrada por el sistema proporcional. Este doble sufragio prima a los partidos pequeños y garantiza su presencia parlamentaria, siempre que superen el 5% de votos. Los Verdes, por ejemplo, sólo obtuvieron un escaño directo en 2005, pero gracias a la votación de su lista alcanzaron un total de 50 escaños. Para que el sistema funcione el Bundestag no puede tener un número fijo de diputados, puesto que con frecuencia el número de escaños adjudicados supera el mínimo de 598 distribuidos en dos mitades, 299 mandatos directos y 299 mandatos de lista de partido. Estos escaños de más, o adicionales, son los que ahora están en discusión y pueden decantar la mayoría del futuro gobierno. Sólo en dos ocasiones anteriores, en 1994 con Kohl y en 2001 con Schröder, el canciller fue elegido gracias a ellos. Esta vez su número puede ser muy elevado e incluso producir el efecto perverso de que una coalición con menos votos tenga más escaños que otra coalición alternativa. Paradójicamente, una fuerte caída del voto de la CDU-CSU puede proporcionarle hasta 20 escaños adicionales, puesto que seguirá manteniéndose como el partido más votado en muchas circunscripciones uninominales. El mismo efecto apenas contará para los socialdemócratas del SPD. La importancia de los escaños adicionales crece en el sistema de cinco partidos de la Alemania unificada, que ha sucedido al de los tres de la Alemania de Bonn. Estimulan el llamado "voto dividido", que significa votar en un sentido en la circunscripción y en otro distinto en la lista. En 1957 sólo ejercían el "voto dividido" el 6,4% de los electores, mientras que en 2005 alcanzó ya el 24%. Es habitual que las grandes formaciones lo favorezcan para salvar al partido con el que se quieren coaligar de la barra mínima del 5% exigida para entrar en el Bundestag. El sistema favorece también el llamado "voto táctico": dar el voto directo a quien esté mejor situado para llevarse el mandato único de la circunscripción, aunque no sea del propio partido sino de los posibles coaligados, y votar en cambio al partido propio en la lista cerrada. Todos, como es evidente, para sacar más diputados. El Tribunal Constitucional se ha visto obligado a pronunciarse en varias ocasiones sobre estos disputados escaños suplementarios y ha identificado una "desviación" de la voluntad popular, aunque hasta ahora la había considerado "tolerable". En su sentencia de 2008 los declara lisa y llanamente anticonstitucionales y obliga al legislativo a cambiar la ley electoral antes del 30 de junio de 2011. Una iniciativa parlamentaria intentó abordar la reforma antes del pasado verano, para poder ir a las elecciones con la disputa resuelta. El SPD, especialmente interesado en la enmienda, tuvo que rechazar una iniciativa que hubiera significado el final de la Gran Coalición con la CDU-CSU, pues ésta es la hipotética beneficiaria de esta perversión del sistema. Su aprobación requería una mayoría parlamentaria con los Verdes y La Izquierda, que hubiera anticipado un frente de izquierdas antes de la campaña. Esta grieta en el sistema electoral, sumada al voto oculto de izquierdas, el alto número de indecisos (un tercio del electorado), y la abstención que se prevé alta, condicionan el valor de los pronósticos y de las encuestas. Es difícil que el SPD se acerque a la CDU-CSU, como sucedió en 2005. Pero no cabe descartar que unos malos resultados socialdemócratas, incluso los peores de su historia, signifiquen su desalojo del poder; como nada hay escrito respecto a que un incremento del voto al FDP, en constante crecimiento desde 1998, conduzca directamente a su entrada en el Gobierno. De ahí la preocupación que suscita la eventualidad de que un resultado muy cerrado quede desempatado por ese puñado de escaños suplementarios que no son fruto directo de la voluntad de los electores



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25 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Traspié o batacazo?

No pintan nada bien las cosas para la socialdemocracia alemana y la izquierda en general el próximo domingo. La debilidad del voto que reflejan todas las encuestas sin excepción sitúa al SPD en su momento más bajo, por debajo del 28,8% que obtuvo en las segundas elecciones de la historia de la actual república, en 1952. Es cierto que también la CDU-CSU ha visto recortada sus expectativas, largamente por debajo del 40%. Hijo de la Gran Coalición es este gran desgaste, que ha llevado a la expectativa de un incremento de la abstención y el mantenimiento o crecimiento del voto de los tres pequeños. Los dos grandes partidos recogían casi el 80% de los votos y ahora se prevé que apenas alcancen el 60%.

Alemania es el penúltimo gran bastión socialista europeo. Detrás sólo queda la España de Zapatero. El significado de una derrota el domingo, que condujera el abandono del Gobierno, trasciende por tanto las fronteras alemanas. Encuestas y pronósticos en mano es exactamente esto lo que todo el mundo espera, aunque algunos todavía se agarran a la eventualidad de una segunda edición de la Gran Coalición, que sería hija de las debilidades de los dos grandes partidos y no fruto de una propuesta para encarar el futuro. Sólo el número muy elevado de indecisos, alrededor del 40%, es lo que sostiene las esperanzas de algunos socialdemócratas, que sueñan todavía en que Steinmeier supere a Merkel en votos. Si el SPD se dirige de forma tan decidida a una derrota es, en primer lugar, porque ha perdido a sus bases electorales clásicas, que habían sido su razón de ser durante más de un siglo de historia. Consiguió retener todavía a la clase obrera aburguesada del capitalismo tardío, pero no ha podido mantener su magnetismo y su cohesión en el momento de la globalización, cuando aquella clase tan característica ha desaparecido, sustituida ya no por máquinas, sino por mano de obra situada en China y otros países emergentes. Buena parte de sus votos se están fugando por la izquierda o pasan a engrosar la abstención. La segunda razón de sus malas perspectivas radica en la difuminación de su perfil ideológico. Algunas ideas muy propias de la socialdemocracia, principalmente sobre el papel del Estado como protector de los más débiles y como guardián del equilibrio social, han impregnado a todos los partidos y han adquirido un carácter tan transversal como para neutralizar el mensaje de la izquierda. Todo lo que ésta podía exhibir como su habilidad exclusiva es ahora patrimonio de todos, incluidos los liberales que reivindican el centro y hablan de economía social de mercado. La difusión transversal de ideas y valores socialdemócratas coincide además con la fragmentación interna de la izquierda. Los votantes y los cuadros de La Izquierda (Die Linke) de los länder que pertenecieron a la desaparecida República Democrática corresponden por ideología e incluso por muchas de sus propuestas políticas al campo político socialdemócrata, pero se hallan distanciados por sus orígenes históricos y su distinta y distante cultura política. Además, debe contarse con el precio que ha tenido que pagar el SPD por el ejercicio del poder durante 11 años y su compromiso con los recortes del esplendoroso Estado de bienestar alemán. Sus votantes y militantes del antiguo Oeste se han pasado con armas y bagajes a las filas de Oskar Lafontaine, que se fue airado del Gobierno y del partido. Las señales de un declive sin remedio son muy intensas, pero al menos hay algunos datos demoscópicos que permiten alentar la tesis contraria. La generación más joven, entre 18 y 24 años, ha pegado un auténtico bandazo hacia la izquierda. Los jóvenes de 25 a 29 votarán al conjunto de la derecha en un 57% de casos, mientras que sólo lo hará un 29% en la franja de menos edad. El SPD se mantiene muy alto entre los más jóvenes, con un 38%, e incluso La Izquierda, ausente en la clase de edad superior, recupera entre los cadetes el 14%. En Estados Unidos se detectó un fenómeno similar en 2004 entre el primer y el segundo mandato de Bush, en lo que eran los primeros presagios de la victoria de Obama en 2008. Las señales de un intenso y largo invierno socialdemócrata son inconfundibles.Lo normal es que el lunes la izquierda se halle en una crisis espectacular, en Alemania y en Europa. Pero habrá que analizar con lupa el detalle del voto, por regiones geográficas y por franjas de edad, para concluir si es un batacazo quién sabe si mortal de necesidad o sólo un enorme traspié.



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24 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cuestión de velocidad y claridad

Cada uno a los suyo: la derecha a bajar impuestos y la izquierda a subirlos. Pero no hay plena unanimidad en cada uno de los campos. Las diferencias no son tan sólo de intensidad sino sobre todo de velocidad. Principalmente por parte de quienes tienen más posibilidades de aplicar su programa. Los más indisciplinados y dispuestos a demostrar las divergencias son los socialcristianos bávaros de la CSU, coaligados con sus hermanos del resto de Alemania de la CDU, pero atosigados por la lenta sangría que sufren entre los electores. El lunes presentaron en Munich su programa para los primeros cien días de Gobierno, se entiende que bajo la dirección de Angela Merkel, en el que incluyen el compromiso con un súbito recorte fiscal. La canciller ha excluido dar tal celeridad al recorte y no ha querido comprometerse en absoluto antes de las elecciones con estas medidas (no sabe tampoco quien será finalmente su socio y qué le pedirá), aunque en muchas ocasiones ha reconocido que habrá que bajar impuestos en algún momento, tan pronto como sea posible, pero no antes de 2011, para no perjudicar las finanzas públicas.

La propuesta fiscal, titulada ?Programa de aplicación inmediata para el crecimiento y el empleo?, expresa la insatisfacción de la derecha bávara con el perfil moderado de Merkel, y especialmente su inquietud ante una eventual repetición de la Gran Coalición. Los dirigentes de la CSU están también preocupados por los últimos resultados electorales en los comicios regionales, hace un año, en los que perdieron 17 puntos y se quedaron sin la mayoría absoluta que venían manteniendo desde la fundación de las primeras elecciones del land federado. La propuesta, lanzada a una semana de las elecciones y en plenas fiestas de la cerveza, opta por radicalizar a los electores para movilizarlos en vez de la estrategia del aburrimiento adormecedor adoptada por Merkel. El periodista del Frankfurter Allgemeine Zeitung, Georg Paul Hefty, consiguió ayer una fórmula feliz para describir la posición política de la CSU bávara, ?cristiana como la CDU, social como el SPD, liberal como el FDP y rencorosa como Lafontaine?. El programa incluye, entre otras medidas, la disminución del impuesto sobre la renta en dos tramos en años sucesivos a partir de 2011, la reducción del IVA para restaurantes, hoteles y peluquerías y el recorte de los impuestos de sucesiones y sociedades. El candidato socialdemócrata, Frank-Walter Steinmeier, lo ha calificado de ?regalo fiscal?, y ha asegurado que o no será financiable o tendrá consecuencias sociales graves. El SPD prevé también algunas reducciones fiscales, pero exclusivamente para las rentas más bajas, e incrementos para las más altas. Lo mismo plantean, en distinto grado de radicalidad, La Izquierda y los Verdes. El jefe de la débil socialdemocracia bávara, Florian Pronold, ha sido más plástico: ?Puntualmente en la Oktoberfest se impone con el programa de los cien días la estrategia de cerveza gratis para todos?. Aunque cada uno va a lo suyo. Subir unos y bajar otros, en el fondo también todos quieren repicar e ir a la procesión, los más conservadores prometiendo que no tocarán los beneficios sociales y los más partidarios de lo público prometiendo rebajas fiscales para los menos favorecidos. Pero todos lo dicen de forma suficientemente clara y comprensible, sin que el debate fiscal se convierta en un embrollo incomprensible como ha sucedido entre nosotros. (Enlace con el artículo de Hefty)



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22 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Para Obama, es sólo Angela

No se sabe si EE UU ha empezado su decadencia, pero todo el mundo está de acuerdo que quien sin duda alguna se encoge es Europa. Debido sobre todo a su anorexia política. La reducción de tamaño afecta a todos los países, pero en proporciones distintas. Algunos se encogen a ojos vista, pero hay uno, en cambio, cuya talla internacional aún crece en términos relativos: es Alemania. Salvo esta semana, en que la campaña impone una pausa a su creciente protagonismo en la escena exterior.

Merkel tiene buena parte de mérito en una evolución que también a ella le ha afectado. Desde que llegó a la Cancillería al frente de la Gran Coalición no ha parado de crecer también de puertas afuera. En un panorama de líderes poco fiables o sin consistencia ha conseguido convertirse en el interlocutor europeo más sólido, por encima del hiperactivo Nicolas Sarkozy. Cuenta la periodista Margaret Heckel, del diario Die Welt, que Merkel y Obama acordaron llamarse por su nombre de pila cuando ella le telefoneó para felicitarle por su elección como presidente y le indicó además que lo pronunciara a la alemana. Merkel pudo atribuirse el mérito de tejer el consenso sobre el Tratado de Lisboa en la cumbre con la que culminó su semestre presidencial de la UE, algo que hizo con el auxilio un tanto embarazoso y acaparador de Sarkozy. Su capacidad de convicción en la escena internacional quedó también plasmada en la Declaración de Berlín, en la que los países miembros se reafirmaron en los principios de la unidad europea que animaron el Tratado de Roma 50 años antes. Y en la cumbre del G-8 en Heiligendamm, de la que Merkel fue anfitriona y le permitió exhibir su preocupación por el cambio climático y su compromiso con la revisión de Kioto. El éxito no exige tan sólo esfuerzos, sino también suerte. La de Merkel fue llegar cuando Bush estaba ya en la pendiente. Pudo así corregir el tiro del antiamericanismo de Schröder sin tener que comprometerse en nada. Criticó incluso Guantánamo y mostró su coherencia en una política exterior orientada también por los derechos humanos en todas direcciones, desde China y Rusia hasta Sudán e Irán. Como canciller ha podido eclipsar en la escena internacional a su ministro de Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, con el que se enfrenta ahora en las elecciones, algo que invierte el reparto tradicional de los protagonismos en este campo. Y ha capitalizado y navegado en la estela de Joschka Fischer, el ecologista que imprimió el gran giro en las relaciones internacionales de Alemania, con las primeras acciones militares fuera de las fronteras desde la Segunda Guerra en los Balcanes y fuera de territorio OTAN en Afganistán. Alemania ha dado excelentes personajes a la política internacional en la época en que un objetivo interior como la unificación era el tema central de toda su acción exterior. Una nueva victoria de Merkel este fin de semana arrojará más nombres al mercado: Steinmeier suena ya para sustituir a Javier Solana como representante europeo de Exteriores, y el ministro de Economía, Peer Steinbrück, para una futura vacante en el FMI. Otros han preferido orientar su protagonismo en detrimento de la política y a favor del dinero. Schröder se colocó en el gasoducto ruso cuando todavía tenía los trastos en la Cancillería. Este fin de semana se ha sabido que Fischer, además de asesorar a la constructora del gasoducto Nabucco, ha conseguido para su empresa (Joschka Fischer & Co.) a un cliente como BMW. También estas derivas biográficas desde la izquierda contribuyen a dar relieve a la figura de Merkel.



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22 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El invierno liberal toca a su fin

Los grandes partidos están preparados para el verano del poder y para el invierno de la oposición. Cuando pierden el Gobierno utilizan el descanso obligado impuesto por los votantes para cargar las pilas y tomar carrerilla para ganar la siguiente partida. Es lo que han hecho los liberales alemanes, que han tenido que soportar 11 años en la oposición, primero frente a la coalición roja y verde de Gerhard Schröder y luego frente a la Gran Coalición negra y roja de Angela Merkel, aunque sin tener hábito alguno, pues se habían sentado prácticamente en todos los Gobiernos desde la fundación de la República Federal de Alemania. Salvo cinco años en que les descabalgó la mayoría abrumadora de Adenauer, el FDP ha gobernado con los democristianos de la CDU-CSU y con los socialdemócratas del SDP hasta 1998. Con una presencia marcada por una especialidad liberal que es ya una tradición difícilmente eludible: la cartera de Asuntos Exteriores.

Los liberales alemanes no se cansan de recordar que ningún otro partido ha tenido más responsabilidades de gobierno en la historia de la República Federal. Dos liberales, Theodor Heuss, del 49 al 58 y Walter Scheel, del 74 al 79, han ocupado la más alta magistratura representativa, aunque sin poder ejecutivo alguno, que es la presidencia de la República. Y sin alcanzar ni siquiera el 13%, han sido la tercera fuerza durante décadas, hasta la caída del Muro, momento en que empezó a complicarse la competencia para el tercer puesto en el podio, primero con Los Verdes y más tarde con Die Linke (La Izquierda en la que se fusionan los socialdemócratas desengañados de Lafontaine con los ex comunistas del Este). Ahora mismo están en cinco Gobiernos regionales y pronto estarán en un sexto, Sajonia, donde hubo elecciones el 30 de agosto. Pero su aspiración es entrar en el Gobierno federal de Angela Merkel, en una fórmula conservadora-liberal, y en ninguno de los casos con Frank-Walter Steinmeier, en una coalición semáforo (rojo socialdemócrata, verde ecologista y amarillo liberal). La actitud liberal tiene su exacta correspondencia en la apuesta simétrica de Merkel por la coalición con Guido Westerwelle, presidente del FDP. Ni el uno ni la otra quieren saber nada de los socialdemócratas, a los que presentan como responsables de todo lo que no funciona. Pero el monopolio de la oposición es entero del jefe del partido más institucional de la República, lo que le permite incluso una radicalidad en sus críticas a los Gobiernos pasados que ningún otro partido está autorizado a formular. Todos se han comprometido en un momento u otro con las políticas vigentes, a excepción de Die Linke, fuerza todavía maldita, pero condenada a pactar algún día con verdes y socialdemócratas para que la izquierda alcance de nuevo la mayoría federal. Los liberales son esta vez el partido que propone el cambio y una mayoría nueva, que quiere decir sin socialdemócratas. La travesía del desierto no ha sido fácil. Guido Westerwelle ha fracasado en dos elecciones consecutivas, aunque en cada una de ellas ha mejorado los resultados de la anterior: en 2002 pasaron del 6,2% al 7,4% y en 2005, cuando empezaba a tener aspiraciones, al 9,6%. El mejor dato jamás obtenido en un sondeo, este pasado invierno, les llegó a dar el 18%, coincidiendo con el momento de máxima ebullición de las políticas de intervención del Estado en la economía para atajar la crisis. La nave liberal quiere aprovechar el viento que sopla hacia la izquierda para hacer un giro hacia la derecha. Nadie más tiene esta oportunidad ni ocupa este lugar privilegiado. Su apuesta, fundamentalmente fiscal y social, es muy clásica -menos impuestos, un mercado laboral más flexible y un Estado menos intervencionista y más ligero- y quiere mantener y quizás incrementar la energía nuclear. Todo esto conviene a la CDU-CSU. Pero hay capítulos que les servirían para pactar con las distintas izquierdas. En costumbres, por ejemplo, es difícil ser más moderno y progre. Pocos partidos defienden mejor la lucha contra la censura en Internet. Pero no hay duda de que con quien mejor liga su dirigente es con Angela Merkel, con la que tiene una excelente relación personal. En la fiesta del 50 cumpleaños de quien todavía no era la canciller, Westerwelle dio la campanada de presentar a su pareja, un hombre seis años más joven que él. Los titulares de Exteriores han llegado en algunos momentos a eclipsar al canciller en su protagonismo en la escena internacional. Veremos ahora si este liberal brillante, moderno y a veces algo demagogo, también intenta hacerlo con Merkel. Está por ver que no prefiera un superministerio económico y financiero. Casi se olvidó de la política exterior ayer en su discurso, todo dedicado a los asuntos domésticos. A fin de cuentas, en política exterior hay consenso incluso con socialdemócratas y verdes y es donde Merkel ha asentado mejor su prestigio en sus primeros cuatro años.



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21 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Retrato de una desconocida

Angela Merkel no ha cambiado. A otros el cargo les cambia. A ella no. Tal como llegó a la cancillería en 2005 llega ahora a las elecciones. Con el mismo estilo, su perfil bajo y sin aristas o su limitada capacidad para entusiasmar a los alemanes. Así lo demostró en su debate televisivo cara a cara con Frank-Walter Steinmeier, el vicecanciller y ministro de Exteriores, ahora rival y candidato también a la cancillería. Al igual que sucedió en la campaña de 2005 frente a Schröder, aunque con la sordina que impone la Gran Coalición, esta mujer sobradamente preparada para dirigir un partido y para gobernar no consigue enamorar a las cámaras y al gran público. En un tiempo de seductores y vendedores de peines sin púas, Merkel no tiene glamour. Si enternece a buena parte de quienes la admiran en Alemania, que son muchos, es precisamente por lo contrario, por ese rostro tristón e inexpresivo de patito feo, sus gestos de fastidio ante los focos o su vestuario alejado de cualquier veleidad y pretensión: no hay trampa ni cartón, vale lo que vale y se la debe valorar por sus acciones y resultados. También, es verdad, por la súbita luz que ilumina su rostro cuando sonríe abiertamente o por su ironía inteligente pero mordaz, alejada de cualquier vulgaridad. Es todo lo contrario de lo que representan los prototipos de Sarkozy o Berlusconi, dos variedades, ciertamente de distinta calidad moral, en la fauna contemporánea del poder que comparten narcisismo, vanidad e hinchazón del ego, características ajenas a la sicología de la canciller. Merkel es la vacuna contra la antipolítica y el populismo.

Pinchando aquí puede leerse el artículo entero publicado en El País Domingo.



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20 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Obama no decepciona

El escudo antimisiles que acaba de pasar a mejor vida no estaba pensado para defender a Europa y al mundo del peligro iraní sino para que quedara claro quién manda aquí. De ahí el entusiasmo que suscitaba entre las élites políticas, no tanto en las opiniones públicas, de los países concernidos, Polonia y Chequia. Marcarle los límites a Rusia, mantenerla a distancia, dividir a los europeos entre quienes se sienten amenazados por el oso ruso y quienes se hacen sus socios por necesidades energéticas, éste era el programa trazado por los Bush, Rumsfeld y Cheneys que han dibujado los mapas del mundo en los últimos ocho años.

Pero esto se acabó. ¿Por qué Estados Unidos iba a tratar con más escrúpulos y menos realismo a los rusos que a los chinos? El abandono del escudo antimisles es un paso de una gravedad mínima comparado con el pozo en que quedó Taiwán cuando Nixon viajó a Pakín, reconoció a la China comunista como único interlocutor internacional válido ?silla en el Consejo de Seguridad incluida- y preparó la pista para la Chimérica actual en la que la dictadura comunista aporta mano de obra barata y el ahorro a la economía global. ¿Por qué regla de tres deberíamos tratar a los rusos, menos comunistas que los chinos, quizás incluso menos iliberales, peor que la mayor dictadura totalitaria del mundo? ¿Y por qué cálculo estratégico esta curiosa jerarquización debía perjudicar a quienes dependen de Rusia para su suministro energético, como son los europeos? Mi opinión es que Obama ha hecho santamente. Necesita a Rusia. Para pararle los pies a Irán. Para hacer la paz en Oriente Próximo. Como la necesitamos los europeos. Para nuestro suministro energético o para salvar a Opel, como saben muy bien los alemanes. Lo que necesitamos entonces es una nueva estrategia hacia Rusia, que sepa combinar el realismo con la exigencia y el estímulo en cuestión de democracia y de Estado de derecho. Esto no es apaciguamiento, como dirán y escribirán muchos a partir de ahora. Es la corrección de una jugada incomprensible, dictada por el ideologismo neocon más sectario y absurdo. No iba defendernos de nada, pero estaba destinado a espolear una nueva y larvada guerra fría. (Escribo estas líneas desde Berlín, donde se acogerá esta iniciativa con discreta satisfacción, a derecha e izquierda. Rusia es un socio obligado, al que hay que tratar con cuidado e inteligencia, también con astuta exigencia en cuestión de libertades y derechos humanos. Aquí estoy, en el momento en que se acelera la campaña electoral. Echando en falta al corresponsal que cubrió para El País tantas elecciones alemanas y concretamente las últimas que llevaron a Angela Merkel a la cancillería. Pero asi es, aquí estoy escribiendo, cuando hubiera preferido estar leyendo. Leyéndole.  Al gran corresponsal, al amigo entrañable. A Pepe Comas.)



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17 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mi teléfono, mi casa

El sueño de la casa europea no es contar con un teléfono que alguien descuelga cuando llaman desde Washington y últimamente desde Pekín o Brasilia. Para Henry Kissinger, a quien se le atribuye la idea, la identificación de un interlocutor era la única cuestión candente. El sueño europeo es el de la unidad en democracia, es decir, que quien descuelgue el teléfono no sea un oscuro burócrata designado tras un cabildeo incomprensible entre los Gobiernos socios, sino un presidente elegido por todos los europeos, a ser posible en una elección directa o, en su falta, en un procedimiento parlamentario abierto sin imposiciones verticales de los Gobiernos. Lo que sucedió ayer en Bruselas, en el hemiciclo del Parlamento Europeo, difícilmente atiende a esta onírica visión. José Manuel Durão Barroso, el portugués que recibió a Bush, Blair y Aznar en las Azores para declarar la primera guerra ilegal del siglo XXI, fue reelegido presidente de la Comisión Europea para cinco años más por una mayoría abrumadora. Tenía una base sólida e indiscutible: era el candidato del Partido Popular Europeo, vencedor en las elecciones europeas. Además, no había otro: los socialistas no se molestaron ni siquiera en plantear la batalla detrás de un nombre significativo sacado de sus filas y con sus ideas programáticas. Barroso hizo una buena campaña, primero obteniendo el apoyo de los 27 jefes de Estado y de Gobierno y luego convenciendo a los eurodiputados, al estilo Sarkozy, con halagos para unos y otros y adhesiones de último momento a las propuestas del europeísmo social. Llegó como liberal y neocon, en la estela de Bush, y repite como partidario de la Europa verde y social, a rebufo de Obama y de las recetas de intervención pública ante la crisis financiera. Ha sido crucial el apoyo de Zapatero, el dirigente socialista de mayor peso en el Consejo Europeo y la figura más visible del socialismo.La lógica demandaba que esta elección se produjera después del 2 de octubre, día en que los irlandeses celebran su segundo referéndum de ratificación del Tratado de Lisboa, el nuevo texto legal que modifica la arquitectura institucional de la UE. Entonces los 27 hubieran podido trenzar la difícil negociación para efectuar los nombramientos de los tres altos cargos -presidente de la Comisión, presidente del Consejo Europeo y ministro de Exteriores- atendiendo a todos los equilibrios y necesidades. Eso era precisamente lo que quería evitar Barroso: sabía que entrar en una combinación de este tipo equivalía a perder de antemano. Su balance como presidente de la Comisión no tiene nada de alentador. Lo único realmente positivo, que ha jugado a la hora de su reelección, es su actitud deferente con los Gobiernos socios, que encomendaron el cuidado de la casa común a un guardés preocupado sólo de satisfacer las limitadas ambiciones de los dueños en vez de un administrador celoso y con autoridad, de los que no se dan en Bruselas desde hace ya casi dos décadas.La victoria por la que Barroso puede estar tan satisfecho aleja un poco más la candidatura de Felipe González a la presidencia del Consejo Europeo que se inaugurará con la aplicación del Tratado de Lisboa. "Es que Felipe no quiere", se suele oír en determinados círculos. No es verdad. El ex presidente español ha dicho que no es candidato, declaración obligada en quien quiera jugar con inteligencia la partida. Son otros los que deben lanzar la candidatura, y entre ellos debe estar, obviamente, el presidente de su propio país. Es esencial que cuente también con los dos países tradicionalmente con mayor peso en este tipo de decisiones, que son Alemania y Francia. El apoyo de la primera a González está prácticamente garantizado, pero no el de Francia. Sarkozy quiso en algún momento, pero quizás no quiere tanto ahora y prefiere contentar a Londres apoyando a Tony Blair para el cargo y colocar así a un francés en sustitución de Javier Solana. (Por cierto: ¿apostará Europa por dos de los tres de los Azores en la época de Obama?). Gracias a una nueva regla no enunciada, de los tres altos cargos europeos uno debe ser mujer y otro un político de las últimas ampliaciones de 15 a 27 o como mínimo de 12 a 15. La candidatura para ministro de Exteriores de una ciudadana escandinava o del Este europeo sería el perfil perfecto para dejar un hueco a la carta González.En todo caso, la reelección de Barroso recorta posibilidades a uno de los protagonistas del momento más brillante de la historia europea, con energías e ideas políticas para presidir el Comité de Sabios sobre el futuro de la UE. Su capacidad para negociar consensos, demostrada en la transición española y en el Tratado de Maastricht, permitirían contar para el nuevo cargo con una personalidad capaz de ensanchar la imagen política de la UE y convertirse él mismo en el sustitutivo de este presidente electo soñado que atiende desde la casa europea las llamadas urgentes por la línea caliente.



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17 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fuera de visión

La campaña electoral alemana se abre camino con dificultad en los medios de comunicación internacionales. Quizás irá avanzando algo más a medida que se acerca la cita con las urnas, el domingo 27 de septiembre. Pero de momento, mancha poco en las primeras páginas y menos todavía en los ?prime time? de los informativos. Esta invisibilidad se debe fundamentalmente a dos factores. En primer lugar, no hay grandes incertidumbres que conmuevan a la opinión acerca de las consecuencias de las elecciones: queda claro incluso, a la vista de los sondeos, que cualquiera de las dos fórmulas más probables ?la gran coalición y el gobierno de los cristianodemócratas con los liberales- significará una gran continuidad, incluso en el nombre de quien ocupe la cancillería.

Pero hay un segundo factor que no suele tenerse en cuenta y que tiene que ver con el desplazamiento del centro de gravedad del mundo: cada vez se matiza más el interés por lo que sucede en Europa, aunque sea en el país más grande, más habitado, con la mayor economía, y situado en su espacio central. Eso lo saben tanto o mejor que los alemanes todos sus vecinos de la Europa central y del este que un día fueron la niña de los ojos de Washington y de Bruselas, y fabricaron las mejores noticias del final de siglo. De estos países sólo interesaba antes su pasado comunista y ahora interesa poco, en cambio, el peso que este pasado tiene en su vida política interna y, lo que es más importante, en sus relaciones con Rusia, la antigua potencia opresora. Los recientes lamentos de un nutrido grupo de ex responsables políticos de estos países por el olvido de Obama pueden leerse en esta clave de sentimiento de inseguridad, pero también en clave de pérdida de peso de Europa en el mundo. Y sin embargo, las elecciones alemanas merecen mucha más atención. Como mínimo por parte de los europeos. Y probablemente por parte de todo el mundo. Ya he destacado las dimensiones del país que decide su rumbo dentro de pocos días. Pero además hay que tener en cuenta también otros factores que tienen que ver con su peso industrial y económico, su ciencia y su tecnología, sus políticas sociales y medioambientales, la importancia de su lengua y su cultura y, sobre todo, la calidad de sus instituciones democráticas. Frente a los lamentables espectáculos de frívola personalización del poder o de confusión entre lo público y lo privado que ofrecen un buen número de países europeos de peso, Alemania es todo un ejemplo del funcionamiento de las instituciones y un modelo europeo de checks and balances. Basta con observar el cuidado con que el canciller alemán suele preservar los espacios de autonomía de sus ministros y no digamos ya de los länder. Lo hace por mandato constitucional, obviamente, pero también por el tipo de cultura política construido por la Alemania Federal, en el que las coaliciones son frecuentes. Todo lo contrario, por cierto, de nuestro ordeno y mando hoy impulsado por los teléfonos móviles presidenciales capaces de vulnerar cualquier espacio autónomo y traspasar cualquier blindaje institucional. Sin estar en el Consejo de Seguridad ni tener acceso al arma nuclear como los otros dos grandes socios europeos que son Reino Unido y Francia o su gran vecino oriental que es Rusia, poco se puede hacer en el mundo en muchos dominios sin el saber, la experiencia y la voz de los alemanes. Todo este patrimonio político que se revalida y proyecta en unas elecciones generales tiene especial interés a los veinte años del acontecimiento mayor que ha marcado el rumbo del planeta en la última década del siglo XX y principios del XXI como es la caída del Muro de Berlín, ahora hace veinte años. En aquel momento Alemania alcanzó la plena normalidad como país unido en libertad, un estadio de la normalidad europea que a todos los europeos afecta y todos debemos celebrar.



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15 de septiembre de 2009
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El Boomeran(g)
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