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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Qué hacemos en Caosistán?

Librar una guerra, no hay duda alguna. Pero una guerra que no quiere decir su nombre, aunque vaya creciendo el número de bajas, también españolas. España tiene allí sus tropas, en teoría, para ayudar a la estabilización del país afgano, como las tienen todos los países incluidos en la ISAF, la misión de Naciones Unidas bajo mando de la OTAN. Pero la labor que tiene encomendada es imposible: no se estabiliza lo que es inestable por definición. Y Afganistán, en guerra y sin gobierno que controle el territorio, es la inestabilidad misma. La labor de la ISAF es el tejido de Penélope: se construye a la vez que la guerra destruye. Al final, lo único que cuenta es protegerse de las adversidades y de los atentados.

Ocho años dura ya esta guerra, en la que las tropas norteamericanas y británicas son las que se encargan de la parte más cruenta, aunque la extensión de las acciones guerrilleras de los talibanes y la creciente inseguridad esté produciendo una convergencia entre las dos tareas: la bélica y la de mantenimiento de la paz. Hasta tal punto es así que hace pocas semanas cambiaron las tornas: una orden de bombardeo aéreo lanzada por el mando alemán de las tropas de estabilización produjo más de 70 muertos civiles. El gobierno instalado por Washington en Kabul en 2001 está corroído por la corrupción y el fraude electoral. Hay señores de la guerra integrados en el ejército afgano sospechosos de horribles crímenes de guerra, como es la muerte por asfixia de dos mil prisioneros encerrados en contenedores. Una prisión norteamericana, la de Bagram, es un Guantánamo sin apenas denuncia ni escándalo. Y es creciente la desafección de la población civil en un país donde la presencia de tropas extranjeras no sirve para proteger a los civiles sino para incrementar la inseguridad. Algunos dirigentes políticos todavía se atreven a decir que las tropas europeas defienden en Afganistán nuestras libertades y nuestras democracias. Rajoy lo hizo ayer al conocerse la noticia del atentado que costó la vida a un soldado español. Pueden tener razón, sobre el papel naturalmente, como todo en esta guerra. Pero la realidad es que las opiniones públicas europeas y buena parte de la americana no lo ven así. Los gobiernos europeos van a pedir pronto plazos y fechas para terminar el trabajo y devolver sus tropas a casa o, quizás, a otras misiones tanto o más importantes, como podría ser asegurar sobre el terreno la aplicación de un futuro plan de paz en Oriente Próximo. A pesar de todo, el desastre actual no es peor de lo que sería un Afganistán en el que los talibanes amigos de Al Qaeda regresaran al poder y pusieran en peligro la estabilidad en Pakistán o se propusieran tomar el poder en el país vecino y acceder con ello a su ejército y a su arma nuclear. Conseguir un plan de salida sin abrir las puertas a Bin Laden es el reto que tiene Obama ante sí. Las ideas del nuevo presidente acerca de Afganistán no son malas, pero por lo que se está viendo son todavía muy insuficientes. Veamos. La seguridad de Afganistán deben garantizarla los propios afganos. No puede Estados Unidos, y la OTAN detrás, cargar con la responsabilidad de crear un sistema democrático según nuestros parámetros y gustos en suelo afgano y probablemente contra la voluntad de los nacionales. Las alianzas y la participación de los vecinos más influyentes -Rusia, China e Irán- son fundamentales para terminar más pronto que tarde con Al Qaeda. Hay que tratar al país afgano en un paquete con Pakistán. Pero todo esto ni vale ni tiene traducción práctica alguna si no hay mejoras sobre el terreno, que es exactamente lo contrario de lo que está pasando. De ahí que ahora haya llegado la hora de la verdad para Obama. El debate en el que están comprometidos la Casa Blanca y los mandos militares sobre la nueva estrategia para Afganistán será el tercer cambio de planes en apenas nueve meses. Cuando Obama llegó a la presidencia estaba vigente todavía la estrategia minimalista de Bush. En marzo el nuevo presidente amplió el número de tropas en 21.000 soldados más y pidió un mayor compromiso europeo (que en el caso de España acaba de hacerse realidad con el incremento en 200 soldados). Y ahora deberá zanjar sobre la estrategia definitiva, después de recibir unas presiones del jefe militar sobre el terreno, el general McChrystal, para que de nuevo incremente las tropas ahora en 40.000 hombres, que demuestran una consideración muy escasa tanto hacia el presidente como hacia la supremacía del poder civil sobre el militar. En una cosa lleva razón el atrevido general e inventor del neologismo: esto es Caosistán, denominación que vale para Afganistán y para la heteróclita y desordenada alianza que ha intentado, hasta ahora sin éxito alguno, poner orden y reconstruir el país del Hindukush.



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8 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Se va el caimán?

Parece que el caimán se va. Parece que no aguanta más. Parece que los jueces van a mandar al fin mucho más que la amenaza afilada de sus dientes y de su cola. Parece que la ley debe ser finalmente igual para todos y no admite esa excepción que el malbicho viene reclamando indignado para sí desde siempre. Yo no me lo creo. Si el caimán se va es porque le conviene. Se irá, si es que se va, para que no le metan en la jaula, donde moriría corroído por el rencor y la lujuria. Si se va, además, será porque su país, como todo sabíamos, vale mucho más que él y no digamos sus paisanos, uno a uno, velinas y scorts incluidas. El peor de todos, el más sucio, el más corrupto, el más ladrón, se había hecho con el cetro y con el trono. No es la primera vez que sucede en la historia. Ni la última.

Lo peor del caimán, se vaya o siga haciendo de las suyas en el lodazal, es cómo cunde el ejemplo. Sin ir muy lejos, aquí, entre nosotros, donde el lavado por el voto, el derecho a la ocultación y al silencio, o alternativamente la exhibición de la impunidad si se tercia, pueden más que las pruebas, las confesiones e incluso las condenas. Son muchos (partidos políticos sobre todo, pero no sólo: también la dichosa e incivil ?sociedad civil?) los afectados por este berlusconeo indecente, al que acompaña el presagio de reconocimientos y victorias electorales para quien más y mejor ha robado. Tan grave es la inversión moral sucedida, que constituye por si sola una incitación al robo y al delito: cuanto más roben los partidos y cuanto más se salten las leyes más fáciles serán las victorias electorales, por más que dejen algunos pelos de sus bigotes en esta gatera. Quizás se irá el caimán, y si se va respiraremos de alivio y respirarán sobre todo los italianos. Pero su época caimanesca queda, es toda suya.



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7 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nietos de Saturno

¡Y que esos amagos de la ley de Saturno sean rechazados! ¿Y cuál es la ley de Saturno? Aquella ley clásica, o dicho clásico, o refrán clásico, que dice que la Revolución, como Saturno, devora a sus propios hijos. ¡Que esta Revolución no devore a sus propios hijos! ¡Que la ley de Saturno no imponga sus fueros! ¡Que las facciones no asomen por ninguna parte, porque ésos son los amagos de la ley de Saturno, en que unos hoy quieren devorarse a los otros!.

Sucedió en La Habana, en la noche del 26 al 27 de marzo de 1964, cerca ya de las dos de la madrugada. Estas palabras altisonantes y solemnes forman parte del largo testimonio de Fidel Castro ante la Sala Primera del Tribunal Supremo de la República, en un juicio singular que terminó con una ejecución sumaria. Convocado a hora intempestiva y con toda la elite del régimen sentada en la sala. Se enjuiciaba a un supuesto delator por haber entregado a cuatro militantes contra la dictadura de Batista. Pero estaba en juego mucho más: las relaciones de Castro con la Unión Soviética; las rivalidades entre los comunistas cubanos primigenios y el comunista sobrevenido que era Fidel Castro; o la autoridad suprema del jefe supremo. Lo cuenta y muy bien Miguel Barroso en su novela ?Un asunto sensible. Tres historias cubanas de crimen y traición? (Mondadori), una novela que no es novela sino historia verdadera. ¡Vaya si Saturno iba devorar y estaba ya devorando a sus hijos! Aquello sólo era el aperitivo, ahora investigado gracias al interés de los hijos de los hijos, esos nietos de Saturno que quieren conocer hasta el último detalle de la desgracia que se abatió sobre sus padres y sobre ellos mismos. Gracias también a que todavía quedan unos pocos supervivientes de aquellos tiempos turbulentos y oscuros. Volveré a escribir sobre esta historia y este libro, pero por hoy quiero sólo glosar aquí el negro humor del comandante revolucionario y su invocación saturniana, que sólo a él y a su hermano han protegido hasta ahora.



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6 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Más sobre poderes duros y blandos

Estas siete horas de desfile todavía dan que pensar. Sin espectadores. Todo para la televisión. Para las cámaras que a vista de pájaro mejor recogen esas estampas fascinantes de una apoteosis irrepetible. Esas caligrafías sobre el cielo con unos fuegos artificiales perfectos. Esas tablas humanas colosales, que cambian de formas y colores. Esa estética asiática tan barroca e infantil. Esa verborrea de victorias y riquezas moderadas, ascensiones pacíficas y socialismos científicos. Pero sobre todo, la mecánica de los seres humanos perfectamente domesticados, que se mueven con mayor precisión que las máquinas, los helicópteros y los carros de combate.

Esos son nuestros socios, nuestros amigos, nuestro futuro. Leo hoy las palabras sensatas y admirativas de un excelente profesor de Economía español que estuvo invitado en la tribuna y sólo vio niños y cohetes. No percibió la perfección sublime, rayana en el horror, de la exhibición de poderío militar; el cuidado con que se escogió a los ejemplares del hormiguero para que participaran en tamaña exhibición; cómo se les agrupó por talla y tamaño para que se ahormaran a la perfección a los movimientos colectivos; cómo se les entrenó en una sincronización mecánica que funciona como los disparos de un resorte. Ese desfile era una cuestión interna. Querían que lo viéramos pero que nos hiciéramos los despistados. Sabemos de lo que son capaces, pero debemos seguir como si nada en el negocio con estos socios. A la vista de este desfile se hace mucho más difícil pensar que algún día el capitalismo chino pueda llegar a generar la libertad de los individuos y de las conciencias. Hu Jintao dejó bien claro en su discurso que no piensan cambiar en nada su sistema totalitario, pero sus palabras dicen mucho menos que las imágenes del desfile. (Pero regresemos a lo nuestro. Vamos ahora al poder blando, al otro extremo del arco, donde quizás también podemos encontrarnos con el horror. Sin exhibición, sin aparato militar, sin órdenes aparentes, nada hay más terrible que el poder que consigue con toda suavidad la sincronización de las mentes. Sin decir nada, sin gastar ni siquiera en órdenes. Con el sólo poder de la presencia y la mirada del Gran Hermano. Conseguir que los desfiles de Tian Anmen se produzcan en la obediencia a las propias ideas es lo más sofisticado del totalitarismo. Y esto no es, por supuesto, exclusiva comunista, ni mucho menos china. No distingue entre sistemas. Tampoco entre culturas y países. Lo conocemos de cerca. Y es todavía más difícil de explicar y comprender, porque no es fruto de órdenes explícitas sino de la sumisión voluntaria. Ahí está el juez que se avanza a los deseos del gobierno. El funcionario que sabe descubrir los intereses del ministro. El intelectual que adelanta los argumentos que interesan al partido o al ejecutivo. El espía que consigue las pruebas que necesita el presidente. El subordinado que piensa sistemáticamente como el jefe. La época de Bush nos ilustra muy bien sobre todas estas cosas: todo el aparato del Estado más poderoso del mundo, y detrás suyo de los gobiernos aliados, con sus medios de comunicación y sus intelectuales, desfilaron como en Tian Anmen cuando alguien dio los gritos de rigor para ponerse en marcha. Lo mismo sucede cuando se enfrentan corroídos por el odio dos hombres poderosos como el ex primer ministro Dominique de Villepin y el presidente francés Nicolas Sarkozy, cada uno de ellos aupado y ayudado por su corte de auxiliares, funcionarios, policías, espías, jueces, que se adelantaron a sus deseos e inquinas. No me conformo con el horror de Tian Anmen, pero tampoco me conformo con que horrores como los de Tian Anmen actúen como bellas e hipócritas coartadas. Mayor y más próximo es el horror cuando la cadena de sumisión del poder blando funciona en las sociedades aparentemente abiertas. Algo que suele ocurrir con alarmante frecuencia.) 



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5 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La dureza del poder

Exhibición de poder duro en Pekín el mismo día en que Estados Unidos exhibe su poder blando en Ginebra. La dualidad acuñada por Joseph Nye suele darse en proporciones distintas en la actuación de las grandes potencias, pero ayer el mundo pudo contemplar dos estampas en las que ambas formas de poder aparecen destiladas: la pacífica China enseñaba con arrogancia los dientes de su poder militar, en el desfile de celebración del 60 aniversario de la fundación de la República Popular, mientras la belicista América exhibía su capacidad diplomática en su primera reunión con el Irán intransigente de Ahmadinejad.

Deben combinarse y se necesitan mútuamente. Detrás de la diplomacia norteamericana y de los esfuerzos europeos por sentar y convencer a Irán está la amenaza de sanciones e incluso la eventualidad de golpes aéreos a sus instalaciones nucleares: la fuerza militar occidental no tiene en este sentido parangón, ni siquiera, por supuesto, en este engranaje inhumano que los chinos exhibieron en su desfile pekinés. Y junto al despliegue chino de poderío armado, disciplina de acero, culto a la personalidad y simbolismos perfectamente totalitarios hay también toda una palabrería pacifista y armoniosa que no engaña a nadie y una economía que, ésta sí, constituye el único lenguaje que nos iguala a todos en el mundo globalizado: gracias al tirón chino estamos saliendo de ésta. Quienes necesitan afirmarse y legitimarse en su poder despótico no tienen más remedio que acudir al recurso de esos desfiles monstruosos, el culto a esos iconos que pueblan sus panteones políticos e ideológicos y la demostración de su capacidad de domesticación de los ciudadanos, ya sea con el uniforme de los que marchan, ya sea en el vestido civil de los mentalmente uniformados que aplauden. El pavor que produce un desfile tan perfecto como el de la plaza de Tian Anmen sólo tiene su equivalente al miedo cerval que tienen los dirigentes chinos a las libertades y al pluralismo.



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2 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El escarmiento soviético

Lo esencial es durar. El pensamiento crítico aprovecha los aniversarios para el cuestionamiento. El pensamiento dogmático, en cambio, para afirmarse en la duración. Con frecuencia no son las nostalgias del pasado sino las dudas respecto al futuro las que conducen a celebrarla.

La Unión Soviética cumplió 60 años en 1977. Cuando alcanzó los 70, en 1987, sólo faltaban dos para que el estruendo de la caída del muro berlinés condujera a su liquidación dos años después: no llegó a cumplir los 72, la duración de una vida humana. Nada de esto sucederá con la República Popular China. Llega a este 60 aniversario que hoy celebra mucho más fuerte y lozana que la URSS, el modelo sobre el que se fundó, cuando tenía la misma edad. Las celebraciones que ha preparado el régimen se encargarán de demostrarlo. El régimen de Moscú se hallaba en 1977 en fase de decrepitud creciente, en estagnación económica y dirigido por un enfermo de 71 años que era Leónidas Breznev; mientras que la China actual es el motor del crecimiento económico mundial y está dirigido con mano de hierro por una cúpula comunista, presidida por Hu Jintao, un gris ingeniero de 67 años, con el que se ha conseguido organizar ordenadamente el cuarto relevo generacional en el poder supremo de la República e incluso preparar el quinto para 2012. Los dirigentes chinos siempre han estudiado con detenimiento los pasos realizados por quienes fueron sus inspiradores e incluso compañeros dentro del movimiento comunista mundial. Y lo han hecho incluso después de la ruptura de relaciones entre Moscú y Pekín en 1963, en cuyo hueco anidó la genial idea de la apertura americana a China, obra personal del por tantos otros conceptos denostado presidente Nixon. Pero en cada ocasión las lecciones tomadas de la experiencia les ha conducido a optar por el camino contrario al que eligieron los dirigentes de Moscú. Los levantamientos de Budapest en 1956 y la primavera de Praga en 1968 fueron analizados con gran atención en Zhongnanhai, el recinto cerrado donde viven y trabajan los líderes comunistas chinos. De las dudas y torpezas soviéticas ante los levantamientos contra los regímenes comunistas salió el implacable aplastamiento militar de la revuelta estudiantil en la plaza de Tiananmen. La disgregación de la URSS y su conversión sin orden ni concierto al capitalismo también han sido objeto de profunda reflexión china. No puede entenderse la reacción de la cúpula comunista ante los sucesos del Tíbet o de Xin Jiang sin las lecciones aprendidas en 1991 de las independencias de las repúblicas bálticas y de la implosión soviética que generó un buen puñado de nuevas repúblicas independientes. Pero no basta con aprender de los errores del otro. La fundación de la República Popular en 1949, nada tiene que ver con la toma del poder por el partido bolchevique. Mientras que estos últimos se habían propuesto implantar un régimen socialista y liquidar las clases sociales por la fuerza, lo que querían los dirigentes chinos era terminar con cien años de divisiones internas y dependencia externa, crear una república e imponer una reforma agraria en un país donde el 87% de la población vivía y dependía del campo. Los primeros eran internacionalistas y en sus orígenes al menos pensaban en exportar la revolución; los chinos en cambio ni ahora ni hace 60 años eran internacionalistas, aunque se acogieran nominalmente al rótulo. Mao Zedong, el fundador, como todos los progresistas chinos, creía en las ventajas de la modernidad y deseaba que su país se beneficiara de ellas. Como todos los nacionalistas, pensaba que su país salía de un siglo de humillaciones a cargo de las potencias europeas. A estas ideas había que añadir su peculiar comprensión del marxismo soviético y su adhesión dogmática y feroz al estalinismo y a sus propias formas, trasladadas mecánicamente a todos los aspectos de la vida pública, desde la estética y la arquitectura hasta la economía y la estructura del partido. La moda soviética, que compró entera en 1949, era a sus ojos lo más avanzado del momento; como lo era la de Estados Unidos en 1972, cuando recibió a Nixon, abriendo las puertas a la simbiosis económica actual. Los sucesores de Mao, que hoy aplaudirán la exhibición de poderío militar en Tiananmen, son también unos nacionalistas chinos, adictos al progreso, que saben incompatible la unidad y la estabilidad que quieren para su país con la libertad que se les debe a sus ciudadanos y a esos pueblos tan felices, 27 etnias, que dicen vivir en celestial armonía en el imperio de la etnia han que les engulle.



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1 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hundimiento y metamorfosis

Lo nunca visto. La abstención, la caída del voto socialdemócrata y -aunque parezca extraño- también del conservador, el incremento del voto liberal, la dispersión de voto y muchas otras cosas han convertido estas elecciones generales alemanas en un caso insólito, una excepción que esta vez no confirma ninguna regla sino que la rompe e indica que Alemania está cambiando y reinventándose. "Nunca en los 60 años de la República Federal..." es la expresión repetida una y otra vez desde la noche del domingo para referirse a las cifras que arrojaron las urnas.

El partido de los que no votan ha sido el que más adhesiones ha recibido en esta ocasión. Un 28% de los electores prefirieron quedarse en casa, superando al número de votantes de la CDU (27,3%), aunque no a la adición de CDU y CSU (33,8%). El momento álgido de la participación se dio en 1972, cuando alcanzó el 91,1% y el momento más bajo, con las primeras elecciones después de la unificación, en 1990, con el 77'8%, cinco puntos más que ahora. La mayor parte de los abstencionistas fueron votantes en las anteriores elecciones de los dos grandes partidos. Nada menos que 2,1 millones de votantes socialdemócratas se quedaron en casa, pero también lo hicieron 1,1 millones de democristianos. La abstención suele ser la estación intermedia antes de cambiar de voto, una acción a veces difícil cuando la migración es entre partidos muy diferenciados o incluso polarizados. El desgaste de la Gran Coalición ha conducido a muchos votantes descontentos a quedarse en casa. Lo más probable es que la próxima vez voten a otro partido, quizás a alguno de los tres pequeños -FDP, Verdes y Die Linke-, consolidando todavía más el cambio que ahora ha empezado de forma estruendosa. Pero el fenómeno de la jornada no fue la victoria de Merkel, ni siquiera la irrupción la nueva estrella del firmamento político que es el liberal Guido Westerwelle. El acontecimiento histórico que va más allá incluso de los 60 años de la muletilla es el hundimiento del SPD, el partido de Helmut Schmidt y Willy Brandt, cuya historia se confunde con las del movimiento obrero y del socialismo democrático. Su resultado, ese 23% de votos, está cinco puntos por debajo del peor resultado en la historia electoral de la República Federal, que fue el de 1953. Además de desterrarle a la oposición y de abrir una crisis que le obligará a cambiar de dirección, de programa y de alianzas, estas cifras han disparado todas las alarmas en Alemania y en toda Europa. ¿Por dónde pierde votos el SPD? Por todos los lados y edades y en todas las direcciones. Es algo así como la implosión de un partido. El grueso de las fugas se dirige a la abstención. La transferencia más importante a otra fuerza es la que lleva 1.110.000 votos a Die Linke. También hay transferencia hacia los Verdes, 860.000 votos, la fuerza más beneficiada de las caídas anteriores de los socialdemócratas. Un número muy importante de votos, casi 1.400.000, van a las fuerzas del nuevo gobierno liberal-conservador, repartidos así: 870.000 para la CDU y 520.000 para el FDP. El SPD sale de estas elecciones como el mayor de unos pequeños que se han convertido en medianos y no como el igual del otro grande que era hasta ahora. La pérdida total ha sido de 6,2 millones de votos, lo que le sitúa, con su porcentaje del 23%, muy lejos del volumen que se considera característico de los partidos de masa o Volkspartei. Hace sólo 11 años, el SPD obtuvo un 41% y 20 millones de votos, el doble que ahora. Desde entonces ha entrado en una pendiente, con pérdidas en cada elección sucesiva. La erosión del voto popular socialdemócrata afecta directamente a los trabajadores industriales, que han dado el 28% de sus votos a la CDU-CSU, por encima del 24% al SPD y el 18% a La Izquierda. La deserción de los jóvenes es otro de los datos preocupantes para el futuro del partido. Entre 18 y 24 años el SPD ha perdido un 20% de votos, muy por encima del 11% de su caída. La única franja de edad en la que el voto desciende más suavemente es la de mayores de 60 años, donde sólo baja un 7%. La CDU-CSU también ha sufrido lo suyo, pero el premio de la cancillería y del Gobierno basta para compensar todos los disgustos. Su 33'8% es la segunda caída consecutiva y también el peor resultado de la historia (siempre haciendo abstracción de las primeras elecciones de 1949, todavía entre las ruinas de la guerra y en medio de la mayor precariedad e inseguridad políticas). Un caso peculiar es el de la CSU, el partido bávaro hermano acostumbrado a votaciones plebiscitarias. El domingo arrasó en todas las circunscripciones bávaras, obteniendo todos sus correspondientes mandatos directos, y obtuvo una cifra del 42% regional (6,5% a nivel nacional), que para sí querrían muchos partidos en todo el mundo. Pero ha perdido un 6,7% en esta elección, después de una caída del 9% en las generales de 2005; y, lo que es más deprimente para el risueño conservadurismo bávaro, tras perder hace ahora un año la mayoría absoluta en el Parlamento regional que venían manteniendo desde 1958. El dato central sobre el cambio de sistema lo proporciona la dispersión del voto que viene registrándose desde las elecciones de 2005, cuando la suma de los votos obtenidos por los dos grandes partidos fue ya la menor de la historia, un 69,4%, que quedaba muy lejos del pico del 91,2% de 1976 y del habitual comportamiento por encima del 80%. Este domingo, entre los dos sumaron sólo el 56,8%, cifra que consagra el final del bipartidismo. El aumento de la desafección hacia los dos grandes partidos y el traslado de voto hacia los tres pequeños tiene una fuerte componente generacional. Los mayores de 60 años siguen votando según las reglas del bipartidismo que han vivido toda su vida, mientras que las dos franjas generacionales de votantes más jóvenes desertan en masa y se pasan a los nuevos partidos. Buceando en el mapa electoral puede observarse como el FDP casi iguala al SPD en un Estado tan poblado como Baden-Würtemberg. Die Linke empata con los socialdemócratas en Berlín, les supera en cuatro de los seis länder del Este (Sajonia, Turingia, Sajona-Anhalt y Brandeburgo) y anda a su zaga en Mecklengurbo-Prepomerania y Sarre, este último en el Oeste. Die Linke supera la barra del 5% en todos los Estados, lo que le sitúa en una posición excelente para seguir avanzando y entrando en gobiernos regionales y locales. Un partido cargado de historia se está hundiendo, pero con él se hunde también el sistema bipartidista que ha dado estabilidad a Alemania durante los 60 años de fundación de la república que ahora se celebran. Gran parte de las novedades de este domingo de deben a los cambios sociales y económicos que ha experimentado Alemania y el mundo en las últimas décadas, como la globalización o la desaparición de las clases sociales tal como se configuraron en el siglo XX y su sustitución por otras formas de estratificación social. Pero otra parte de estas novedades son el fruto tardío de la unificación alemana, que abrió las puertas primero a un cuarto partido, los Verdes, y luego a un quinto, Die Linke. Ahora, justo 20 años después de la caída del Muro regresan al poder los liberales con la fórmula llamada de pequeña coalición que más tiempo ha dirigido el Gobierno en estas seis décadas. En asociación con los conservadores han estado en el poder 21 años, y con los socialdemócratas 13; un total de 34 sobre 60. Pero ahora ya no será lo mismo: el partido de Guido Westerwelle no es la tercera fuerza entre dos grandes, sino el tercero de cinco, en un panorama en el que ya se atisba una sexta fuerza que empuja, aunque por el momento se vista de pirata y pida sólo la máxima libertad en la comunicación digital. El SPD se hunde, pero es el entero sistema político el que se encuentra en plena transformación. Será un sistema menos estable y más plural. Y no tiene por qué ser peor, como temen muchos alemanes con el recuerdo siempre vivo de la República de Weimar que precedió a la subida al poder de Adolf Hitler.



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30 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La última incógnita

Las elecciones alemanas tienen la virtud de la claridad. Hay cuatro vencedores y un perdedor. Sin hablar de Angela Merkel, cuya victoria está por encima incluso de los resultados de su partido. No hay lugar para maquillajes ni cabe esconderse en comparaciones fraudulentas. Nada parecido al espectáculo hispánico en el que todos salen ganando. El último nubarrón para un resultado claro, los malditos escaños suplementarios que el Tribunal Constitucional ha ordenado suprimir, no han jugado papel alguno en la configuración de una mayoría suficiente. Sin contar estos mandatos electorales de regalo, CDU, CSU y FDP cuentan con 308 escaños, más de la mitad de los 598 que conforman el número mínimo de escaños del Bundestag. Si se cuentan, como debe ser el caso, la mayoría tiene el holgado margen de 332 escaños sobre el total de 622 que componen el nuevo hemiciclo.

Todas las incógnitas han quedado pues despejadas. ¿Todas? No. Hay una, la mayor de todas, que no han resuelto las elecciones y que quizás no lo hará ni el contrato de coalición ni la acción de Gobierno. ¿Sabrán al fin los alemanes quién es Angela Merkel? ¿Saldrá finalmente la agenda oculta de una dama de hierro que emulará las andanzas de Margaret Thatcher? ¿O seguirá siendo la canciller desconocida, emplazada siempre en el centro y perfectamente adaptada a las circunstancias cambiantes? Hay fuerzas poderosas que obligarán a la canciller a definirse. El contrato de coalición, por supuesto. También una cierta tendencia a la polarización que sucederá sin duda a una etapa de amplios consensos. El SPD se verá empujado hacia la izquierda y cada segmento a derecha e izquierda tenderá a cerrar filas exclusivamente en su zona. Pero también hay otras fuerzas de signo contrario que amarrarán a la nueva coalición en el centro. Es el caso del enorme déficit público, que apenas deja márgenes para recortar impuestos como han prometido los liberales del FDP y los socialcristianos bávaros de la CSU. O la propia coherencia política de la canciller, que querrá defender su trayectoria y evitar un brusco quiebro liberal después del positivo balance de sus últimos cuatro años de Gobierno centrista y moderado. Es de sospechar que Merkel intentará hacer con los liberales lo mismo que ha hecho con los socialdemócratas: utilizarlos para legitimar unas políticas que desmienten sus correspondientes idearios. Los socialdemócratas fueron el instrumento para descrestar ventajas sociales; y los liberales pueden serlo para enfrentarse a la crisis sin destruir el Estado social alemán. No será coser y cantar. Ni es seguro que lo consiga. Westerwelle no le hará la vida fácil, pero peor hubiera sido para ella una segunda parte de la Gran Coalición. En la noche electoral Merkel ya señaló que había conseguido el objetivo propuesto. No era gobernar más a la derecha. Ni siquiera gobernar con ésta u otra fuerza. Era la estabilidad, que el SPD ya no le podía ofrecer. Lo más probable es que Merkel huya de las fuerzas polarizadoras que la empujarán a definirse. Las tendrá dentro, en la CDU y todavía más en la CSU, por supuesto en el FDP; pero también en la oposición. Y habrá que ver si conseguirá seguir oculta en la centralidad de su posición política o si una nueva época más inestable y más radicalizada la obligará a ella también a despejar la última incógnita.



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29 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿La sorpresa? Que no hubo sorpresa

No hubo voto oculto de la izquierda. Esos votantes socialdemócrata de última horas, fiel infantería de la izquierda histórica que llenaron las urnas en 2005, desmintiendo los pronósticos más negros, esta vez no han aparecido por ningún lado. La izquierda ha quedado dividida y desmobilizada. La canción de cuna de la señora Merkel, que aparentemente adormecía a todo el electotarado, ha tenido unos efectos soporíferos terribles para los socialdemócratas. Ayer fue su peor noche en la historia de la República Federal de Alemania.

No hubo tampoco paradojas. Gana quien gana y pierde quien pierde. Ganan la canciller, ante todo. Porque gana incluso a quienes la han combatido sordamente desde su propia formación. Ganan Guido Westerwelle y sus liberales, que terminan los once años de travesía del desierto, con un resultado brillante. Gana la CDU-CSU porque sigue en el Gobierno, del que sólo ha estado ausente cuatro años en la época de la Alemania unificada. Ganan también los otros dos pequeños, con sus correspondientes resultados históricos: los Verdes, porque demuestran la solidez de su posición, a pesar de su mala campaña y su desgana electoral; La Izquierda porque consigue afirmar su posición hasta el punto de converirse en un agente imprescindible para una hipotética recuperación del poder para el SPD. Aquí el único perdedor es el gran partido histórico de la clase obrera alemana, que pasa a la oposición con su tamaño jibarizado y la obligación de renovar su programa, sus alianzas y naturalmente sus desgastados dirigentes. La sorpresa de ayer noche es que no hubo sorpresa y que se impuso la lógica más elemental. (Pinchando aquí se puede leer la crónica que escribi a cuatro manos con Juan Gómez desde Berlín).



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28 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Desde Berlín, a la espera de resultados

Falta apenas una hora para que se conozcan los resultados de las elecciones alemanas. Se sabe ya que puede haber plusmarcas, no todas ellas positivas. En participación, por ejemplo, si sigue la tónica marcada por la afluencia hasta mediodía será la más baja de la historia de la República Federal. La socialdemocracia también va a proporcionar una mala cifra: su peor resultado histórico, por debajo del 28?8 por ciento que obtuvo Kurt Schumacher frente a Konrad Adenauer en 1953, cuando la Guerra Fría parecía enrtrar en fase caliente. También histórica será la cifra que obtendrán los liberales, probablemente la mejor de todo su itinerario parlamentario. Todo ello va a componer un cuadro cuajado de paradojas en el que todo es posible, que quien pierda pueda seguir en el Gobierno y quien gane reciba el premio de la oposición.

Dentro de una hora, la solución. Mientras tanto, quienes no hayan leído mi crónica del día tienen aquí

el enlace.



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27 de septiembre de 2009
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El Boomeran(g)
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