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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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George Orwell escribe a Barack Obama

Namir Nur-Eldin, 22 años, fotógrafo iraquí contratado por la agencia Reuters, y Said Shamaj, 40 años, su chófer, cruzan una calle de un suburbio de Bagdad con un nutrido grupo de hombres desarmados. Poco antes han pasado por el lugar dos tipospertrechados con sendos fusiles, pero nadie en el grupo lleva armas. De pronto, un helicóptero Apache dispara y deja tendidos en el suelo, muertos o heridos, a todos cuantos andaban por la calle. Al poco irrumpe una camioneta, salen dos hombres que intentan transportar a uno de los heridos. El helicóptero dispara otra vez, ahora a la camioneta, que se desplaza violentamente por el impacto del ametrallamiento. Poco después llega una patrulla de soldados norteamericanos a pie, acompañados de blindados, que encuentran dos niños heridos en el asiento delantero de la camioneta y se los llevan en brazos. Uno de los blindados pasa por encima de uno de los cuerpos, el de Namir, que todavía se hallaba con vida, según explicarán posteriormente algunos testigos de la matanza que han podido atisbarla desde algún portal o ventana del vecindario.

Estos hechos, en los que murieron 12 civiles, ocurrieron el 7 de julio de 2007, siendo presidente y comandante en jefe George W. Bush, y secretario de Defensa, Robert Gates. Se han conocido en toda su dimensión el pasado 5 de abril gracias a una grabación realizada por el Ejército de Estados Unidos, en la que se pueden escuchar las conversaciones entre la tripulación de la nave y su mando militar, así como las autorizaciones para disparar a los civiles indefensos y a los dos trabajadores de la agencia de noticias Reuters. Puede haber decenas o centenares de grabaciones similares, pero si ésta se ha conocido ha sido porque una fuente anónima la ha sustraído de los archivos militares y se la ha pasado a Wikileaks, una organización periodística independiente dedicada a difundir filtraciones. Robert Gates, secretario de Estado con Obama, ha rechazado la apertura de una nueva investigación y ha lamentado la publicación de estas imágenes fuera de su contexto. La grabación ha sido vista en YouTube por más de seis millones de personas a la hora de escribir estas líneas, el pasado jueves. Su impacto en la opinión pública árabe es en estos momentos similar a la obtenida por las fotos de Abu Ghraib donde se observaban las sevicias y torturas a que eran sometidos varios detenidos por parte de soldados norteamericanos. El vídeo de 17 minutos del total de 38 que ocupaba la grabación original, producido por Wikileaks bajo el título de Asesinatos colaterales, lleva como encabezamiento una cita: ?El lenguaje político sirve para que las mentiras suenen como verdades y los asesinatos sean respetables, y para dar la apariencia de solidez al puro aire?. Es de George Orwell y tiene un destinatario concreto: Barack Obama. (Enlaces: con collateralmurder donde pueden verse las dos versiones del vídeo, la corta editada por Wikileaks y la larga sin editar; y con una buena explicación sobre Wikileaks en CPJ (Commitee to Protect Jourmnalists).

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18 de abril de 2010
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El genio regresa a la lámpara

Franklin Delano Roosevelt fue el responsable de que el genio saliera de la lámpara. Y es un sucesor suyo, Barack Obama, quien quiere obligarle a regresar de nuevo al interior del mágico artefacto. Al presidente demócrata que se enfrentó a la Gran Depresión, la mayor recesión económica del siglo XX, con su despliegue de políticas sociales o New Deal, se debe también el programa nuclear norteamericano, inicialmente pensado para enfrentarse a la Alemania nazi. Bautizado como Proyecto Manhattan, y desarrollado sobre todo en el laboratorio de Los Álamos, de aquella iniciativa de la Casa Blanca surgieron las armas que otro presidente, Harry Truman, ordenó lanzar sobre Hiroshima y Nagasaki y que luego fueron la espoleta de la carrera armamentística y de la guerra fría. Por un capricho de la historia, a un presidente como Obama, que ha querido seguir los pasos de Roosevelt en los métodos para atajar la crisis económica e incluso en su idea de un cambio de era política, le corresponde enarbolar como objetivo de la humanidad la desaparición de las armas nucleares.

El historiador Garry Willis considera, en su reciente libro Bomb power (El poder la bomba), que la adquisición de un poder de destrucción total como es el nuclear ha conducido a una transformación que "alteró las más profundas raíces constitucionales" de la presidencia norteamericana. La concentración de poder en manos del presidente en detrimento del legislativo y del judicial, el estado de emergencia permanente en que se sitúan los mecanismos de la seguridad o el desarrollo de las agencias de inteligencia, así como el peso creciente de los secretos de Estado, se explican por el enorme poder de destrucción que se acumula en manos de una sola persona. Los efectos del arma nuclear sobre la presidencia norteamericana se reprodujeron luego en las estructuras de poder de todos los países que la fueron adquiriendo. Una superpotencia es un país que cuenta con un gobernante autorizado a pulsar el botón que desencadena un ataque nuclear, labor para la que cuenta con un maletín de comunicaciones encriptadas que transporta un auxiliar, normalmente militar, que le acompaña a cualquier lugar donde se desplace el mandatario en cuestión. Poseer el arma nuclear ha sido y sigue siendo el signo máximo de poder soberano y de obligación de respeto por parte de amigos y adversarios. En las complejidades de la fisión del átomo y de su aprovechamiento para construir vastos arsenales de cohetes, preparados para destruir el planeta entero varias veces, se concentran los dos enigmas que rodean a la soberanía: su carácter mismo de arcano accesible únicamente a unos pocos y su identificación con el poder del soberano, que significa el derecho a la vida y a la muerte que detenta uno solo sobre el resto de los mortales. Por más que sean evidentes los peligros que entrañan la proliferación nuclear y la diseminación incontrolada de los materiales fisibles, los 20 años transcurridos desde que terminó la guerra fría demuestran cuán difícil es conseguir que el genio nuclear regrese a la lámpara de donde salió hace 70 años. El servicio a la paz proporcionado por el pánico reverencial a este tipo de armas, utilizadas una sola vez en la historia, puede revertir ahora en el máximo peligro posible para la entera humanidad, sobre todo si caen en manos de grupos terroristas. Pero las resistencias a desandar el camino son colosales por parte de todos los países que las poseen, empezando por la primera superpotencia, que es además la que ahora protagoniza una excepcional primavera a favor de la desnuclearización del mundo. Obama ha podido encadenar su nueva doctrina nuclear con la firma del tratado revisado de reducción de misiles estratégicos (START) con Rusia, la Cumbre sobre Seguridad Nuclear de Washington y la próxima revisión del Tratado de No Proliferación, gracias a que ha garantizado las inversiones que mantendrán intacta la capacidad disuasiva de su país durante las próximas décadas. Pero basta el ejemplo de Francia, que formalmente no puede disentir de los objetivos de Obama, pero ya ha mostrado su incomodidad ante un horizonte que la deja sin otra de las tres cartas que la diferenciaban como potencia con vocación mundial (la primera, su paridad con Alemania en votos en las instituciones de la UE, ya la perdió en el Tratado de Niza, por lo que sólo le quedará el derecho de veto en el Consejo de Seguridad). La contorsión para meter al genio en la lámpara es tan difícil que ni siquiera la terminará Obama. Probablemente tampoco será ninguno de sus inmediatos sucesores quienes sufran la merma de los poderes presidenciales al quedar desposeídos del arma suprema. Al torcerle el cuello al genio nuclear queda en evidencia la mayor de las paradojas: sólo resultará si lo decide la mayor superpotencia militar de la historia, y sólo lo decidirá si lo hace su presidente gracias a los vastos poderes presidenciales que le proporciona la posesión del arcano máximo del poder.

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15 de abril de 2010
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Periodismo puro

Hemos visto muchas cosas, pero veremos muchas más. Las estamos viendo. Por ejemplo, el renacimiento del periodismo. Ojalá no seamos únicamente espectadores pasivos si no también agentes y agitadores de su pleno regreso al servicio del interés público. De momento, una organización que lleva este alto objetivo inscrito en su lema, ha obtenido su primer premio Pulitzer, el más prestigiado galardón del periodismo norteamericano, en disputa con los dos grandes portaviones que son el New York Times y el Washington Post. Se trata de Pro-Publica. Journalism in the Public Interest, una redacción independiente, no partidista y sin ánimo de lucro, en la que trabajan 32 periodistas y que se financia con fondos privados, con el único objetivo de servir al interés del público mediante la elaboración de reportajes de periodismo de investigación con ?fuerza moral?, según reza la explicación que puede leerse en su portal en Internet.

Pro-Publica es una alternativa surgida frente a la crisis del periodismo escrito y sus resultados devastadores en el nivel de calidad de la prensa, principalmente la merma en los recursos dedicados a la investigación periodística. Esta organización periodística trabaja en colaboración con otros medios, incluidos los mayores periódicos, para dar la máxima difusión a sus trabajos, sin someterse ni a las limitaciones que imponen los márgenes de beneficio de los inversores en medios ni las preocupaciones que comporta la cotización en bolsa. El reportaje premiado con el Pulitzer, escrito por Sheri Fink y titulado ?The Deadly Choices at Memorial? fue publicado por el semanario del New York Times, y cuenta los casos de eutanasia practicados en un hospital de New Orleáns durante el huracán Katrina. Mi amigo y colega Ramon Lobo ha escrito en su blog que la concesión de este premio ?es la demostración de que la calidad es posible en cualquier formato y que ésta no debe olvidar la esencia de nuestro trabajo: el interés público?. Recomiendo vivamente la lectura del reportaje, de escritura concisa y eficaz pero de contenido más que dramático, trágico, en el que aparecen retratados unos personajes sometidos al grado máximo de la tensión moral posible, que asumen la decisión sobre la vida y la muerte de varios enfermos graves ante la necesidad de una evacuación selectiva del hospital. Paul Steiger, el director de Pro Publica y ex director de Wall Street Journal, en su nota sobre el Pulitzer reconoce en el reportaje premiado un poderoso ejemplo de lo que persigue su organización: echar luz sobre posibles abusos de poder o fallos en la preservación del interés público. El reportaje tiene todo lo que con excesiva frecuencia suele faltar en el periodismo. El trabajo de fuentes y el rigor y el respeto por las citas es perfecto. Su extensión, que permite recoger todos los testimonios necesarios, citar todos los casos y explicar con detalle todos los acontecimientos, es toda una apología del texto y del contenido, frente al periodismo efectista, escenográfico, instantáneo y soluble que se resuelve en un titular efectista y un texto rápido para lectura de perezosos. (Enlaces: con el reportaje premiado, con la Boca del Lobo, con la nota del director de Pro-Publica).

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14 de abril de 2010
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Las crisis europeas

La más visible y de más urgente resolución es la de las finanzas públicas griegas. De que se enderece correctamente depende que no vayan cayendo como un dominó las siguientes fichas: Portugal, España,? Y al final de todo el euro. Arrastrando los pies, con los reflejos más mortecinos que nunca, se va reaccionando y saliendo del atolladero. Al cabo está ya sobre la mesa el paquete de crédito a Grecia por 30.000 millones de euros, que ayer suscitó una reacción positiva de los mercados.

Es la más coyuntural, pero constituye un buen índice de otras crisis latentes o explícitas. La más visible de todas es la de gobernanza europea. En cierta forma para esto sirven las crisis europeas: cada una de ellas revela una deficiencia clamorosa, que los países socios procuran resolver reactiva e inmediatamente aunque siempre con retraso. Lo que hemos visto estos últimos meses es el desequilibrio entre una UE sin gobierno económico y mucho menos todavía político, sin capacidad para hablar y contar como una sola voz en el mundo, y una moneda única, el euro, que ahora por primera vez da muestras evidentes de necesitarlos a ambos, al gobierno y a la voz europeas. Casualmente (o no), esto acaece en el mismo instante en que se ponen en marcha las nuevas instituciones y cargos del Tratado de Lisboa. Debía ser la panacea largamente esperada para todos nuestros males. Pero una vez más nos permite sentenciar sobre el tratado de retraso que siempre lleva el reloj europeo. Este de ahora hubiera sido agua de mayo en las crisis anteriores y sobre todo en la que se abrió con la guerra de Irak en 2003. Ahora es como una prenda encogida antes de estrenarla, que ya no nos sirve cuando nos la ponemos por primera vez. El principal problema de la teoría de las buenas crisis, esas que sirven para hacernos crecer, es que seguirá siendo cierta hasta el día que se convierta en falsa, y en aquel momento será letal y definitiva. Puede suceder con el euro, cosa para la que ya tenemos buen número de casandras en casa y fuera que predican su próxima desaparición. Pero puede suceder también en otros ámbitos más políticos. Veamos. Signos no faltan: la desagregación de los sistemas de partidos que han garantizado la estabilidad durante las dos últimas décadas, la disgregación del voto, la derechización del entero espectro parlamentario, el hundimiento de la izquierda reformista y la aparición de un populismo rampante, aquí xenófobo, allí antimusulmán, más allá directamente antisemita, en todas partes enemigo de la inmigración y de la idea europea. Todo ello en una atmósfera enrarecida de desafección por las ideologías e incluso las simples ideas, y crecimiento de las actitudes y sentimientos antipolíticos, en muchos casos alentados en su conjunto por el mal gobierno y la corrupción, ingredientes que bien mezclados constituyen el mejor abono para los radicalismos de cualquier signo. De poco nos valdrá superar la crisis griega si no atendemos a la crisis global europea.

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13 de abril de 2010
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Una tragedia europea

El filósofo y periodista francés Raymond Aron reprochaba a Valéry Giscard d?Estaing, presidente al que había apoyado en las elecciones, su falta de sentido trágico. Tenía razón entonces y la tiene más todavía ahora cuando el anciano presidente anda publicando novelitas rosas donde fantasea sobre los amores entre un primer mandatario francés y una joven princesa británica. No es éste su mayor pecado de frivolidad. El fracaso de la grandilocuente Constitución europea, cuya redacción organizó desde la presidencia de la rimbombante Convención, se debió en buena parte a sus sueños de grandeza. Tampoco hay que dejar caer en el olvido que Giscard retrasó cuanto pudo el ingreso de España en lo que entonces eran las Comunidades Europeas, y fue en cambio un abogado entusiasta del ingreso de Grecia, país al que los ensueños de aquel europeísmo un tanto fantasioso atribuía el pedigree del europeísmo, que pudo incorporarse cinco años antes. A eso se le llama visión histórica.

No todo es vodevil y frivolidad en Giscard. Gracias a su buena colaboración con Helmut Schmidt, Europa se dotó de un sistema monetario europeo que fue el primer mecanismo premonitorio del euro. También se debe a su voluntarismo la energía desplegada en cumbres mundiales y europeas. Ambos inventos, el euro y el sistema de cumbres, se hallan ahora mismo en revisión, el primero por la crisis de las finanzas públicas griegas y el segundo porque el mundo multipolar necesita renovar sus viejas instituciones. En todas estas actividades hay que añadir rápidamente que su socio, el canciller alemán Helmut Schmidt, sí tiene sentido trágico (y basta para comprobarlo una lectura de su magnífica obra autobiográfica Fuera de servicio ?editorial Icaria?, sobre todo en relación con el terrorismo). Quizás la combinación fue lo que proporcionó fiabilidad y solidez a aquel momento fundacional europeo. La evocación de Giscard es pertinente estos días, y no precisamente por su lamentable novelita, sino por la solidez argumental de un paralelismo que acaba de establecer el editorialista del diario Le Monde, Bertrand Le Gendre, en un artículo titulado Cómo la crisis económica ha ?giscardizado? a Nicolas Sarkozy (7 de abril de 2010). En la juventud, el carácter vanidoso y narcisista, la incapacidad para calibrar el alcance de la crisis, los fracasos reformistas, las dificultades para mantener unida a la derecha y el aislamiento de ambos hay más que algún punto en común. Le Gendre considera que los contemporáneos de Giscard fueron más severos que los historiadores, a cuenta sobre todo de la ley del aborto, la mayoría de edad a los 18 años o la despenalización del adulterio. Veremos si el balance de Sarkozy en 2012 le impide repetir mandato, como le sucedió a Giscard en 1980 frente a François Mitterrand. Sólo le faltaba al actual inquilino del Eliseo que el último vodevil sobre el rumor de su separación se haya convertido en asunto de Estado, con movilización de los servicios secretos para localizar el origen del cotilleo, acompañada como ya ha sucedido otras veces de represalias de sus amigos patronos de prensa contra los periodistas rebeldes. Llevaba razón Aron sobre los políticos contemporáneos: les falta sentido trágico. En Italia, bufones salidos de la Commedia dell?Arte. En Francia, personajes frenéticos abriendo y cerrando puertas y armarios de habitaciones conyugales. En España, pícaros codiciosos y chistosos pero sin gracia alguna. Encarando el ideal de una inmensa y laxa confederación helvética continental, rica, conservadora y xenófoba, donde nada se mueve ni decide, que vuelca sus pasiones locales y nacionales y su mayor sentido de la historia en los encuentros de fútbol del siglo que se celebran con rutinaria frecuencia como mínimo tres o cuatro veces al año. Hace falta un golpe cruel del azar como el accidente de Smolensko, para que de pronto nuestra visión feliz quede ensombrecida. Nos recuerda las tragedias europeas que nos han precedido y que querían conjurar las víctimas del accidente y nos advierte de que la tragedia siempre se halla agazapada en cualquier esquina de la historia, como bien saben los polacos y olvidamos con excesiva frecuencia los otros europeos.

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12 de abril de 2010
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Vendedores de alfombras en el zoco geopolítico

A los gobernantes no se les echa del poder en las urnas, sino en revueltas callejeras. Quienes les sustituyen llegan con el marchamo de la renovación e incluso de un cierto afán liberal. Pero no tardan en regresar a la pauta autocrática que está inscrita en su entera tradición política. Primero se perpetúan en el poder con su clan familiar, mediante la corrupción y la manipulación de una imagen paternal y clientelista, y cuando ésta ya no da más de sí, incurren en el fraude electoral masivo. Esto alimenta a su vez a una oposición sometida a un trato indecente que prepara el siguiente ciclo y el próximo derrocamiento.

El papel de las grandes potencias en la vida circular de estas autocracias es central. Un buen déspota no se perpetuará en el poder si no trafica con inteligencia de jugador de póquer con Washington y Moscú, las dos capitales que todavía se disputan sordamente la hegemonía en la zona, en una especie de reminiscencia de la guerra fría. Ambas quieren bases militares en sus territorios y la seguridad de la sumisión de los gobernantes a sus designios políticos. Cabe imaginar el juego que puede dar una buena subasta organizada desde el zoco del poder en la remota capital donde se produce esta gimnasia política. La pequeña república centroasiática de Kirguizistán, con sus cinco millones y medio de habitantes, encaja como anillo en el dedo en esta pauta, incluyendo las bases americana y rusa. Se independizó en 1991, como resultado de la implosión de la Unión Soviética. Aunque celebra elecciones multipartidistas, hasta el momento sólo ha tenido dos presidentes, Askar Akáyev, primero de la República Soviética de Kirguizistán y luego de la república independiente, hasta 2005; y Kurmanbek Bakíev, presidente provisional a la caída de este último y reelegido luego en dos ocasiones hasta esta misma semana. Akáyev fue derribado por la que se llamó la Revolución de los Tulipanes; Bakíev, este pasado miércoles, por una violenta revuelta que ha catapultado al poder a la dirigente de la oposición y ex ministra de Exteriores Rosa Otunbáyeva. Y vuelta a empezar. Así es la vida en los patios traseros centroasiáticos, donde Estados Unidos se ha instalado de mala manera para apoyar sus aventuras bélicas en Irak y Afganistán; Rusia no quiere irse; y China, en cambio, invade sigilosamente, es decir, con los tentáculos de su economía. Incluso en Afganistán, algo más al sur, el presidente colocado por Washington, Hamid Karzai, se engalla con Obama y amenaza con hacerse talibán para sacar más réditos de su apuesta. No son novedades mundiales centroasiáticas. Caudillos y príncipes árabes lo saben todo de las técnicas de regateo y amenaza en el mercado de alfombras. Pero en la nueva multipolaridad es el entero planeta el que ahora se dedica a exprimir a los poderosos en el zoco geopolítico global.

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11 de abril de 2010
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Cerezas nucleares

Hoy daremos por terminada definitivamente la guerra fría. Una vez más. Con aquella contienda sin batallas ocurre algo extraño. Terminó en 1989, pero una vez y otra, en las dos últimas décadas, la hemos ido dando por solemnemente clausurada en unos gestos repetidos de conjuro o de reafirmación que no pueden ser más que tácita expresión de incredulidad. No nos faltan razones para la desconfianza. Pero esta vez será de verdad: la guerra fría queda atrás, es cierto; pero su lógica ha seguido hasta ahora mismo, y esto es lo que hoy terminará formalmente en Praga, donde Barack Obama y Dimitri Medvedev firmarán la renovación del Start, el tratado de reducción de armas estratégicas que conduce al punto más bajo de los arsenales nucleares desde aquellos tiempos en que el mundo vivía protegido bajo el paraguas del terror, al que se le llamaba la Destrucción Mutua Asegurada.

Yeltsin y Clinton la dieron también por liquidada en 1997, cuando pactaron el nuevo sistema de relaciones entre la Alianza Atlántica y Rusia, los enemigos jurados de antaño. Lo mismo hicieron Bush y Putin, cuando acordaron una reducción de arsenales en 2002. Barack Obama también acudió a este efecto-anuncio, justo ahora hace un año y en la misma ciudad, cuando pronunció uno de sus más brillantes y emotivos discursos. Pero el acto de hoy en Praga demuestra que lo que dijo entonces era verdad. Sus palabras de entonces se convierten en hechos que quieren clausurar la lógica de aquella guerra. A la firma del nuevo Start, le ha acompañado esta semana la presentación de la nueva doctrina nuclear de Estados Unidos, que sustituye a la elaborada con Bush en 2002, en los meses posteriores a los atentados del 11 S. Seguirá luego la Cumbre sobre Seguridad Nuclear, que reunirá la próxima semana a más de 40 primeros ministros y jefes de Estado. Y culminará en mayo con la conferencia de revisión del Tratado de No Proliferación en la sede de Naciones Unidas. Todo son pequeños pasos, es verdad. La reducción de arsenales desplegados a un límite de 1550 cabezas estratégicas todavía se queda corta. La nueva doctrina nuclear conserva elementos de la antigua. Obama es un centrista, gradualista y pragmático del que no caben esperar giros de 180 grados ni revoluciones en cuestiones estratégicas. Pero estos pequeños pasos van exactamente en la dirección contraria a la involución que se había producido en los años de Bush. Su objetivo central, expuesto hace un año en Praga, es la eliminación de las armas nucleares, y su estrategia desplaza el papel de estas armas del corazón del concepto militar norteamericano en el que la situaron los neocons. Bush fue un presidente proliferador. Abogó por mantener las armas nucleares e incluso por desarrollarlas. Salió del tratado de limitación de pruebas para poder ensayar con nuevos ingenios tácticos, llamados también bombas de bolsillo. La deriva de su presidencia hizo temer que intentara lanzar una cabeza nuclear táctica contra Irán, en una acción que habría significado el segundo golpe nuclear de la historia, después de Hiroshima y Nagasaki y habría sido de consecuencias devastadoras. Puso en peligro la doctrina de la no proliferación con el acuerdo cerrado con India, un país con el arma nuclear que no ha firmado el tratado de no proliferación (TNP) y que en buena lógica no debía tener asistencia de los países firmantes. Y lo peor de todo, con su guerra de Irak, impartió una auténtica lección proliferadora a Corea e Irán: quien no quiera ser atacado como Sadam Husein, que no tenía armas de destrucción masiva, mejor que las adquiera lo más rápido posible para evitarlo. Obama tiene una visión totalmente distinta, inspirada no por el miedo, sino por la esperanza en un mundo sin armas nucleares, al que quiere llegar mediante la acción multilateral. No lo plantea en términos ingenuos: de ahí la lentitud de sus pasos, que exasperarán a los pacifistas. Al contrario, quiere que sean prácticos y ofrezcan resultados tangibles: con su nuevo concepto, que mantiene intacta la capacidad disuasiva de Washington, quiere convencer a los senadores republicanos para que completen los dos tercios de votos que exige la ratificación del nuevo Start firmado con Rusia. Con la complicidad de Moscú, quiere plantear una actuación global en aquel Gran Oriente Próximo que Bush quiso remodelar y democratizar a cañonazos. En su caso, lo que busca es descargar a Israel de la preocupación por la amenaza existencial que supone un Irán nuclear e imponer un plan de paz que ninguna de las partes tenga fuerzas ni argumentos para rechazar. La suya es la doctrina de las cerezas: tiras de una y siguen las demás.

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8 de abril de 2010
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Camino de perfección

El modelo es italiano. Como en tantas otras ocasiones. De la civilización casi todo llega de la península itálica, lo más alto y lo más bajo. No hay estadio de perfección más elevado en este capítulo. Nadie ha llegado más lejos en la integral transformación del entero sistema político y de la moral de la sociedad. Los niveles alcanzados en otras naciones europeas se quedan cortos con lo que allí ha sucedido, donde los electores han convalidado y siguen convalidando las actuaciones del gobernante más corrupto de toda su historia desde los tiempos del Renacimiento hasta conseguir invertir la jerarquía de los valores. En Italia no hay corruptelas, ni corrupción política en sentido estricto; no hay financiación ilegal de los partidos políticos, ni políticos corruptos; el entero sistema se ha convertido en una maquinaria corrupta al servicio de quien es a la vez el corruptor y el corrupto en jefe, que sigue campando a sus anchas, adaptando las leyes y el Estado a sus intereses, comprando a diputados y funcionarios, a jueces y periodistas, gracias a la convalidación de sus métodos y de su altísima moral por parte de los electores.

No es fácil alcanzar tanto virtuosismo. Y no está claro que quienes en España aspiran a culminar este camino de perfección tengan las cualidades personales y la enorme capacidad corruptora que tiene el condottiero italiano que nos ocupa. Pero hay que reconocer que ponen mucho de su parte y con esto ya tienen la mitad del camino recorrido. Es difícil superar en cantidad y en calidad, en extensión y en intensidad los niveles de corrupción alcanzados entre nosotros por el partido que precisamente llegó al poder como abanderado de la regeneración moral y del Estado de derecho, frente a la corrupción y los crímenes de Estado del socialismo. Esa superioridad moral de partido incompatible con la corrupción, de partido irreprochable y legalista, era la coartada mayor para la mayor cueva de Ali Babá que jamás se haya visto en la democracia española. Lo único que falta ahora son las circunstancias políticas y económicas que les eleven a los altares de la sublimidad berlusconiana, en las que la corrupción quede bendecida y consagrada por las urnas como virtud democrática; y sea promovida y estimulada luego desde el Gobierno y las instituciones con el mismo ahínco con que se combaten los accidentes de automóvil en carretera. Una buena crisis económica, que destruya puestos de trabajo y deje en la intemperie a millares de familiares desahuciadas por sus hipotecas impagadas; un gobierno tan inepto como sea posible, incapaz de pasar un mensaje claro y siempre preparado para desmentirse varias veces al día; y un país polarizado por la inquina territorial, ideológica y religiosa, pueden bastar para que las próximas elecciones nos ofrezcan el milagro de la corrupción convalidada por las urnas. La fidelidad berroqueña del voto conservador y la crisis de la izquierda pueden hacer el resto. Esto no lo hemos visto todavía en unas elecciones generales en España. Sí se ha visto ya a pequeña escala en dos autonomía como mínimo, en la Comunidad Valenciana y en Madrid, donde la identificación ideológica puede más que los escrúpulos morales de los electores. Pero si este Partido Popular agusanado de arriba a bajo no se regenera antes de dos años ni consigue revertir su identificación con la corrupción, lo que nos espera puede ser tan grave como lo que ha vivido Italia bajo el berlusconato.

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7 de abril de 2010
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Patria de uno, pueblo de uno, socialismo de uno

O de dos, porque ese uno que fue dos, Raúl, es como un eco del uno único, que es Fidel. El nuevo uno no es tan prolijo como el otro y algo más viejo uno, pero es igual de claro en su caudillismo. Cuando dice pueblo quiere decir yo, cuando dice patria quiere decir yo y cuando dice socialismo también quiere decir yo.

El culmen de esa egocracia vestida de socialismo militarizado y de vulgata marxista es exhibir los acontecimientos de 1962, la crisis de los misiles entre la Unión Soviética y Estados Unidos, el momento en que la humanidad se ha situado más cerca del holocausto nuclear, para amenazarnos con otra, con una repetición que esta vez termine con todo: ?Este país jamás será doblegado. Antes prefiere desaparecer, como lo demostramos en 1962?. Que traducido del castrista quiere decir: me llevaré todo por delante antes de rendirme o pastelear una transición democrática; prefiero que desaparezcamos todos y que la isla se hunda en el mar de las Antillas a que desaparezca la dictadura que ejercemos los hermanos Castro sobre el pueblo cubano. En aquella crisis, provocada por el despliegue de misiles nucleares soviéticos en Cuba, el máximo dirigente de la URSS, Nikita Jruschov, negoció con el presidente americano, John Kennedy, a espaldas de un Fidel Castro empeñado en mantener el desafío y dispuesto a ir a la guerra, que sería nuclear, con Estados Unidos aun a costa de la desaparición de Cuba. Su hermano Raúl evoca ahora aquellos hechos para demostrar su disposición a hundirse como Sansón en el templo con todos los filisteos antes que ceder el poder. Los Castro hablan del pueblo, de la patria y del socialismo. Pero es bien evidente que sólo ellos son los intérpretes auténticos de lo que quiere y dice el pueblo, del que queda automáticamente excluido quien no piense y haga lo que ellos quieren. Como ellos también son los únicos intérpretes de una patria que prefieren exterminada antes de que sea libre de decidir su destino. Y no hablemos del socialismo, que quiere decir la propiedad privada castrista de todos los medios de producción, de la tierra y de cuanto se mueve en Cuba. Dicho en otras palabras: Cuba es su cortijo. Por cierto, este discurso lo ha pronunciado Raúl Castro en la alcusura del congreso de la Unión de Juventudes Comunistas, donde una vez más se ha puesto en evidencia lo que sucede con las autocracias: ni siquiera cumplen las reglas que ellas mismas se imponen. El PCC tiene la obligación estatutaria de reunir su congreso cada cinco años. Pues bien, veamos que dice al respecto el máximo líder: ?En asuntos de envergadura estratégica para la vida de toda la nación no podemos dejarnos conducir por emociones y actuar sin la integralidad (sic) requerida. Esa es, como ya explicamos, la única razón por la cual decidimos posponer unos meses más la celebración del Congreso del partido y a la Conferencia Nacional que lo precederá?. El último congreso del PCC, el quinto, se reunió en 1997, y la Conferencia Nacional, de reunión obligada entre congresos, jamás se ha reunido. Y el secretario general es todavía el abuelo Fidel, con su chándal y su verborrea irrefrenable. Lo dicho: el cortijo de una dictadura gerontocrática. (El ya fallecido Robert McNamara, entonces secretario de Defensa de Kennedy, dio esta explicación, que traduzco, sobre la crisis de los misiles, en el filme ?The Fog of War? de Errol Morris. ?No fue hasta enero de 1992, en una reunión presidida por Castro en La Habana, cuando me enteré de que 162 cabezas nucleares, incluyendo 90 cabezas tácticas, estaban desplegadas en la isla en aquel crítico momento de la crisis (sic). No podía creer lo que estaba oyendo y Castro se enfadó mucho conmigo porque dije: ?Señor Presidente, terminemos esta reunión. Esto es totalmente nuevo para mí y no estoy seguro de que estén traduciendo correctamente?. ?Señor Presidente, tengo tres preguntas para usted. La primera: ¿Tenía usted conocimiento de las armas nucleares desplegadas? Segunda pregunta: ¿En caso de saberlo, habría recomendado usted a Jruschev que las usara ante un ataque de Estados Unidos? Tercera pregunta: ¿En caso de usarlas, qué hubiera sucedido con Cuba?.? ?El respondió: ?En primer lugar, sabía que estaban aquí. En segundo lugar, no habría recomendado a Jruschev, sino que le recomendé efectivamente que las usara. En tercer lugar: ¿Qué hubiera sucedido con Cuba? Habría quedado totalmente destruida. Así de cerca estuvimos. Errol Morris: ¿Y se le veía dispuesto a aceptarlo? Sí, y volvió a preguntarme: ?Señor McNamara, si usted y el presidente Kennedy se hubieran encontrado en una situación similar, ¿qué hubieran hecho??: Le dije: ?Señor presidente, espero por Dios que no lo hubiéramos hecho. ¿Hacer caer el templo sobre nuestras cabezas? ¡Dios mío¡?.)

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6 de abril de 2010
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Madrid, Barcelona, Jerusalén

El éxito de Madrid, depende de Barcelona, que a su vez depende de Jerusalén. Madrid es el gobierno de España. Barcelona es la Cumbre de la Unión para el Mediterráneo. Y Jerusalén es la ciudad de las tres grandes religiones monoteístas.

A la presidencia española de la Unión Europea, que empezó el 1 de enero y termina el 30 de junio, y ahora acaba de cruzar su ecuador, le queda una última traca para quemar antes de hundirse en el fracaso. Consiste en que la Cumbre Euromediterránea, convocada para los días 5 al 7 de junio, se convierta en un rotundo éxito, que ayude a olvidar la suspensión de la cumbre con Estados Unidos, en la que Obama iba a deslumbrarnos en Madrid y a cambiar el rumbo de la historia junto a su amigo Zapatero, y sobre todo la mediocre marcha de la entera presidencia, que obligaba al gobierno español, uno de los peores alumnos de la clase económica europea, a convertirse en el maestro de los estudiantes mejor cumplidores. Todo pende, así, del hilo más frágil, de una zona del mundo donde hay una situación de guerra abierta o larvada desde hace casi 90 años y de las posibilidades de que por fin, alguna vez debe suceder, empiece el círculo virtuoso de la paz entre quienes se han combatido cruelmente durante tantos años. Sin Jerusalén, pues, no habrá Barcelona ni Madrid. Aunque esto último es lo menos importante. Esta presidencia española que todavía se puede salvar señala la escasa consistencia de las presidencias europeas a partir de ahora. Puede ser que con Sarkozy, Berlusconi o Merkel, la presidencia hubiera tenido más fanfarria y tacto de codos entre el presidente en ejercicio y los nuevos altos cargos de la UE. Con Zapatero no ha sido así, al menos hasta ahora, y será difícil que cambie en adelante: la crisis económica ha desmontado la mitad del chiringuito; la otra mitad la ha desmontado la desgana internacional del presidente del Gobierno, que no ha tenido inconveniente en ceder todo el protagonismo a Herman Van Rompuy, hasta un extremo a veces exagerado: en más de una ocasión ha estado de un tris que Zapatero se quedara sin atril en la conferencia de prensa posterior a los consejos europeos. Más importante es que triunfe Barcelona. Por la ciudad, claro: a ver si se consolida esta capitalidad históricamente tan merecida y trabajada como institucionalmente frágil. A fin de cuentas, lo único que tiene es una pequeña secretaría, instalada en el Palacio de Pedralbes, y ahora tendrá la cumbre anual reglamentaria que deberá pasar sucesivamente a otras capitales. Pero más importante que por la ciudad, Barcelona debe triunfar por la Unión para el Mediterráneo, un proyecto de profundidad estratégica, destinado a superar la fosa que separa las dos orillas y que dentro de unos años igual puede equipararse en capacidad de cohesión y solidaridad a la conseguida por la Unión Europea. La urgencia, las prisas y el esfuerzo político están, sin embargo, con Jerusalén. El órdago entre Obama y Netanyahu ha sido por la construcción de nuevos asentamientos israelíes en Jerusalén. Toda la pelea sería mucho menor si no estuviera por medio la ciudad santa de las tres grandes religiones monoteístas. Es lo que inflama al mundo islámico y deprime al cristiano. La Semana Santa católica y ortodoxa encuentra cada año que pasa más dificultades por parte de las autoridades israelíes, que obstaculizan a los peregrinos por razones de seguridad. La seguridad de los israelíes da permiso para todo; los derechos de los palestinos, sean musulmanes o sean cristianos, para nada. Por eso siguen las demoliciones, los desalojos y la fuga de la población árabe de Jerusalén. El conflicto es cada vez más religioso que político y Jerusalén cada vez más judía y menos cristiana y musulmana. Esta evolución forzada por las armas no es buena para nadie. Tampoco para Israel, que observa como su capital eterna se convierte en una ciudad llena de fanáticos y como su ciudad civil, Tel Aviv, se aleja y se siente cada vez más ajena a un Israel irreconocible. Que triunfe Jerusalén significa que se congelen los asentamientos y se revierta el signo negativo de las relaciones entre israelíes y palestinos. Pero es tan improbable que esto suceda pronto y que sea antes de la Cumbre de Barcelona y de que termine el semestre español, que todos cederíamos a gusto victorias tan caseras y menores con tal de que finalmente triunfara Jerusalén.

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5 de abril de 2010
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El Boomeran(g)
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