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Escrito por

Juan Pablo Meneses

Juan Pablo Meneses (Santiago de Chile, 1969). Escritor, cronista y periodismo portátil. Es autor de los libros Equipaje de mano (Planeta 2003); Sexo y poder (Planeta 2004); La vida de una vaca (Planeta/Seix Barral 2008, finalista Premio Crónicas Seix Barral); Crónicas Argentinas (Norma 2009) y Hotel España (Norma 2009  / Iberoamericana / Vervuert 2010), distinguida por el Consorcio Camino del Cid como uno de los ocho mejores libros de literatura de viajes publicados en España el 2010. Sus crónicas se han publicado en 25 países y traducido a cinco idiomas. Ha sido columnista y bloguero en medios como Clarín (Argentina), SoHo (Colombia), El Mercurio (Chile), Etiqueta Negra (Perú), Glamour (México) y Clubcultura (España). Estudió periodismo en la Universidad Diego Portales y en la Universitat Autónoma de Barcelona, y fue relator del taller de Tomás Eloy Martínez en la Fundación Nuevo Periodismo que preside Gabriel García Márquez. El 2006, la Asociación de Prensa de Aragón publicó un libro que transcribe su taller de periodismo portátil. Ha sido cronista invitado en universidades de América Latina y España, entre ellas la UNAM de México, la Complutense de Madrid y la Universidad de Chile. Fundó la Escuela de Periodismo Portátil, con alumnos conectados desde más de 20 países y que organiza, junto a la Universidad de Guadalajara, el "Premio Las Nuevas Plumas" de crónicas inéditas y en español.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los perros de Valparaíso

Un perro de Valparaíso mordió a una amiga y no fue noticia. Ya sabemos que no es noticia que un perro muerda a una persona, pero lo que contó mi amiga merecería algo más de atención.

Mi amiga es alemana, estaba de paso por Sudamérica y fue a recorrer su ciudad favorita en Chile: Valparaíso. En eso, mientras subía y bajaba cerros, se metió por la calle equivocada y ahí aparecieron: media docena de perros bravos que comenzaron a ladrarle hasta que uno se le tiró encima y otro le mordió un muslo.

Que haya perros callejeros en Valparaíso tampoco es noticia. Que muchos de estos perros anden en pandillas (verdaderas jaurías que, cuando pasan al lado tuyo, es mejor ni estar cerca) tampoco es noticioso. Tan común es todo esto que, después del incidente, mi amiga fue al hospital, le pusieron una inyección y siguió recorriendo sin problemas.

El vecino que la ayudó a salir de la jauría le dijo: "Ya estamos acostumbrados". La enfermera que le puso la inyección le dijo: "No se puede hacer nada con los perros; todo termina en escándalo". La dueña del hostal donde se quedaba a dormir le dijo: "Los perros son intocables: ganaron la guerra".

La invasión canina en los cerros porteños tampoco es noticia. Mi amiga dice que se sintió en una ciudad dominada por perros callejeros y esa imagen me quedó dando vueltas. Una ciudad puerto dominada absolutamente por perros: con pandillas de perros, y guardias de perros, y bares de perros, y hoteles de perros. Una dictadura perruna, donde los porteños terminan siendo las mascotas y los mejores amigo del perro.

Entonces, la pregunta parece simple: ¿Ganaron los perros de Valparaíso?

Publicado en la revista Domingo, de El Mercurio de Chile.

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30 de marzo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Chile mexicano

Cada año, en el mes de febrero, hay una pequeña ciudad del sur de Chile que se convierte en un pueblo de México. Durante esos días, sólo se escuchan rancheras y serenata. Por la calle andan tipos vestidos de charros cargando guitarrones y mujeres de vestidos largos y coloridos. El lugar se llama Chanco, y la razón del cambio es el Festival del Cantar Mexicano Guadalupe del Carmen. Una fiesta de tres días donde los chanquinos parecen dar rienda suelta a un sueño muy peculiar: ser mexicanos por unos días.

-Acá vienen artistas mexicanos de todo Chile -dice Osvaldo Waddington, uno de los organizadores del certamen, desde atrás de unos antejos con todo el aumento posible. Y agrega:
-Es cierto, la gente de la Embajada de México no se aparece por acá y este año no hay ningún artista nacido en ese país. Además, no tenemos las comodidades de un gran evento, pero igual no nos falta nada porque llevamos a México en el corazón.

Waddington se encarga de acomodar a los artistas en uno de los colegios-internado de este pueblo sin hoteles. De hecho, el Internado N 328 se ha transformado en el alojamiento oficial de este certamen. El taconeo de las botas negras retumba en todos los pasillos y dormitorios. Una y mil veces se repiten a la vista ponchos recargados de colores, sombreros de charro, botones dorados, lentejuelas y corbatines. El lugar del alojamiento no es cómodo, pero pocos están dispuestos a reconocerlo. Un cartel donde decía "Aula 8" ha sido modificado previamente por los alumnos del internado, y dice: "Jaula 8".

En medio del revuelo, Eliana Maureira, alias la Gran Chaparrita, descansa su sobrepeso en un banco. Comenzó a cantar mexicano a los cuatro años, y ya tiene sesenta y dos. Y dice que nunca va a parar:

-No me invitaron al festival, pero igual vine por las mías. Agarré al Charro Guadalajara, nos subimos a un bus en Quilpué, después nos tomamos otro en Santiago, llegamos a Cauquenes y de allí a Chanco. Ojalá nos dejen actuar -y le lanza un beso a un hombre de pantalones ajustados y bigote finísimo, mucho más joven que ella, que sin duda debe ser el mentado Charro.

El beso de la Gran Chaparrita hace que el tipo se acerque:

-¿Sabes quién es ella? Estás ante la mejor cantante de rancheras del país. Ella ha salido en la tele y ha cantado fuera de Chile. Yo soy sólo el Charro Guadalajara. En realidad me llamo Manuel Corro, pero el otro es mi nombre artístico, con el que actúo en Valparaíso -dice él, con una cara que recuerda a Johnny Depp interpretando a Ed Wood.

 

Pese a la notoria diferencia de edad, la Chaparrita y el Charro son pareja hace cuatro años. Juntos hacen pequeñas giras por restaurantes de Valparaíso. Él cree mucho en la carrera de ella y ella lo aconseja para que él no desperdicie su "enorme talento". Son una dupla de armas tomar. Están dispuestos a todo para subir al escenario del Festival de Chanco. Sienten que es su gran oportunidad de sentirse en México.

En realidad, no sólo ellos piensan lo mismo. Buena parte de la industria charra criolla viene hasta acá con el mismo objetivo: potenciar sus carreras como cantantes mexicanos. Por eso han viajado toda la noche, para aparecerse en este introvertido pueblo a setenta kilómetros al sur de Constitución, el balneario más famoso de la zona y donde de niño veraneaba el escritor Juan José Donoso.

El festival se realiza desde 1988, y es un homenaje a Guadalupe del Carmen, la chanquina más famosa de la historia.
-Guadalupe fue la cantante de rancheras más exitosa que ha tenido Chile. Algunos dicen que Augusto Pinochet es el chanquino más famoso, pero en realidad él no nació acá. Toda su familia y antepasados son de Chanco, pero él nació en Valparaíso. Por eso, Guadalupe es lejos la más renombrada -dice Olga, una lugareña de sesenta y un años que tiene una hospedería y cuyo orgullo máximo es haber visto a Guadalupe en tres ocasiones. Dos veces cantando en Chanco, y una en Cauquenes.

México en la cabeza

Estar en Chanco la semana que se transforma en México era una clara señal de que el México real estaba cerca. Sabía que sin ir al Distrito Federal  nunca iba a terminar el proyecto de los hoteles España. Venir a Chanco podía ser visto como un ensayo general de aquel viaje que nunca llega. Sin embargo, recorriendo las calles del pueblo y viendo a los artistas venidos de todo el país y durmiendo en un internado dentro de un pueblo sin hoteles, la principal sensación terminaba siendo otra. Había propuesto escribir sobre el Festival del Cantar Mexicano Guadalupe del Carmen porque me parecía una historia interesante y divertida. Pero ya se sabe que uno propone los temas que le son propios. Recién en Chanco descubría el porqué quería estar aquí: la mayoría tenemos a México en la cabeza, sin haberlo conocido. De pronto me siento participando de una alegre, colorida y escondida fiesta, en un perdido pueblo del sur de Chile. Una gran convención de personas que han decidido, sin importar donde estén, vivir en México.

-¡¡Buenas noches, Chanco!! -grita en la sesión inaugural Julio Videla, una vieja gloria de la televisión chilena, hace varios años alejada de los focos y los camarines de los canales.

Julito, como le gritan las mujeres que repletan el estadio, se ve entusiasmado. Se nota que es de esa especie humana que se alimenta del aplauso, de los micrófonos, aun cuando se trate de un festival perdido en mitad de la séptima región. Algunos pocos le gritan insultos, le dicen que ya no tiene trabajo en la tele, y hasta se oye un estruendoso "¡fracasado!", pero gana el aplauso de los cuatro mil espectadores. Videla puede haber perdido las cámaras y los buenos contratos, pero nunca las mañas. Recita un poema al público, "especialmente dedicado a las hermosas mujeres de Chanco", y uno parece ver el gesto en que agarra con su mano al público y se lo guarda en el bolsillo.

-Veo que están con ánimo -dice Julito, después de la ovación por su recitado, y enseguida agradece a las autoridades, solicita un aplauso para el alcalde y otro para los concejales. Así comienza la fiesta. Que suenen las trompetas. Y los guitarrones.

Los concursantes del festival vienen de todo Chile: Antofagasta, Santiago, Temuco, La Serena, Osorno, Cauquenes, Rancagua y, por supuesto, Chanco. Álex Herrera es el crédito local. Tiene treinta y seis años, cuatro hijos y un trabajo de guardabosques en la empresa forestal Celco. Álex vive todo el año en el centro de un bosque, a veinte kilómetros del pueblo. Su canción, que escribió especialmente para el festival, está dedicada a Guadalupe. El día en que le toca actuar, llega a los ensayos vestido de charro, montando la moto Honda de su trabajo. Parece una escena sacada de la película El mariachi, pero Álex no es el actor Carlos Gallardo. Álex es más bajo, tiene los ojos claros, el pelo duro y una timidez capaz de generar sus propios aplausos. Es primera vez que anda de charro motorizado y, cuando pasa por el centro de la ciudad, la gente sale a mirarlo, le tocan la bocina, algún borracho le grita "ridículo" y varios lo aplauden.

-Se ríen, pero no me importa. Es una aventura que va a durar tres días y después tendré que volver al bosque -dice con la serenidad de un pistolero mexicano al que no le entran balas.

En el otro extremo del estadio está el Charro Guadalajara, el novio de la Gran Chaparrita, que intenta que los metan al show. Una y otra vez le toca el hombro a Osvaldo Waddington, el organizador, para que los dejen subir al escenario. Al final consigue unos minutos para ambos, pero en diferentes días.

Guadalajara sube al escenario durante la primera jornada. Canta El rey y la concurrencia se remece cuando los asistentes repiten el coro. "El público está superrico", dice el Charro al bajar del escenario. La Gran Chaparrita sonríe con orgullo. Chanco tiene festival.

-Es bonito que todo esto sea en honor de mi comadre -dice la Chaparrita, que de chaparrita no tiene nada. Debe andar por el metro cincuenta y los cien kilos.

Pese al éxito y las superventas de Guadalupe del Carmen, su vida artística era tan marginal como la de la Gran Chaparrita. Pocas veces estuvo en la televisión, casi no recibió reconocimientos en vida y sus actuaciones solían ocurrir en modestos circos en las afueras de las ciudades. La Chaparrita la recuerda:

-Éramos muy amigas. Una vez, yo estaba en el Circo Timoteo y me llamaron del Circo Venezuela. Entonces le pedí a ella que me reemplazara. Lamentablemente, ahí murió. Pero murió actuando, igual como a mí me gustaría. Algunos dicen que ella se fue en la decadencia, en lo peor, pero es mentira. Mi comadre tenía dos taxis y una casa rodante. La gente le inventó cosas de pura envidia. A ella se le murió un hijo de quince años y a mí se me murieron tres hijos para el terremoto del 75, en Valparaíso. En ese sufrimiento también fuimos parecidas.

Durante la segunda noche, se repiten los problemas de la primera: los artistas se pasean sobre el escenario esquivando los acoples de sonido, los cables esparcidos sobre el piso y las caprichosas velocidades que le imprimen a las canciones los componentes de la orquesta Los Cariñositos. Cuesta hacer una buena performance en el escenario de Chanco.

-Este año hay elecciones municipales, por eso el alcalde trajo a Julio Videla para animar. Se la está jugando para la reelección. Eso pasa: con estos festivales se olvidan los problemas y toda la gente queda como tonta -dice Pedro Ruiz, un chanquino de cuarenta y cinco años que, pese a sus reservas, es uno más al aplaudir el show.

En esta segunda noche La Gran Chaparrita logra subir al escenario. Ahí, entre dos canciones, desafía con un vozarrón que sale firme de su cuerpo ya cansado: "Ahora voy a cantar El macho y necesito que salga un macho para bailar. ¡Venga, señor alcalde, al escenario!". El edil, un gordito de gomina y bigotes gruesos, se niega. El monstruo de Chanco despierta. Las radios que transmiten se alertan con la polémica. "Que baile, que baile", gritan los cuatro mil asistentes, sin ganas de aflojar. La máxima autoridad del pueblo no se levanta. La Gran Chaparrita, que ha llegado hasta el escenario a fuerza de insistencia y empujones, no se aguanta: "Por algo no quiere venir a bailar. ¡Tal vez el alcalde no sea tan macho!". El aplauso satura la mesa de sonido. Los organizadores palidecen. Si hay reelección, es poco probable que la Chaparrita pise nuevamente este escenario. A un costado de ella, en la oscuridad, el Charro de Guadalajara aplaude orgulloso, admirado, flaquito.

Pura ranchera en Radio colina

-Aquí comienza Mi Chanco querido, su programa favorito de radio Buena Nueva -le dice Margarita Venegas al micrófono, con una exagerada modulación. Y, de inmediato, anuncia la primera canción de su espacio: Cartas marcadas, de Guadalupe del Carmen. Los tres minutos del tema le dan tiempo para hablar de su pasión por las rancheras:

-La gente adora a todos los que cantan música mexicana, no sólo a Guadalupe del Carmen. Yo creo que es por las letras, que son sufridas, dolorosas, tristes, desgarradoras, igual que la vida de los chanquinos -dice fuera de micrófono, pero con el mismo sonsonete radial.

Las radios populares son el principal aliado de las rancheras. Por ellas esta música se difunde y también por ellas se venden miles de copias de artistas sin difusión televisiva. Iván Gutiérrez se pasea por el centro de Chanco con botas, chaqueta de cuero negra, sombrero vaquero y unos audífonos gigantes. Tiene cuarenta años y en esta ocasión, aparte de "locutear" para radio Colina, participará junto a su hija en la competencia.

-Este festival tiene buena cobertura radial, y los mejores premios del género. Son mil quinientos dólares al ganador, ocho cientos al segundo y cuatrocientos al artista más popular. Y cabe la posibilidad de que el ganador pueda grabar. Por eso quiero ganar -dice mientras echa una moneda en un teléfono público.

-Estamos aquí, transmitiendo en directo a todo Quilicura una nueva versión del Festival del Cantar Mexicano. En estos momentos está sobre el escenario el conjunto mariachi Calicanto, y el público está muy contento. Escuchen -dice Ernesto Herrera y enseguida acerca su grabadora a uno de los parlantes. Ernesto no está transmitiendo en directo, pero pretende lanzar la cinta de una sola vez cuando vuelva a su radio, en una comuna popular de Santiago.
Herrera es flaco, tiene diecinueve años, está peinado a lo príncipe valiente, lleva la uña del meñique más larga que el resto y se declara fanático de las rancheras. Sin sacar su grabador de los parlantes, dice:

-Esto es para un programa de rancheras en la radio de Quilicura. Es increíble cómo a la gente le gusta, pero no hemos podido tener auspiciadores. No sé qué pasa.

Aunque cambien los artistas, los alaridos y los gritos no dejan el escenario. Sentado en primera fila, Luis Campos, hijo de Guadalupe del Carmen, alza una mano llena de anillos para saludar a la multitud. Aquí la familia de Guadalupe es la familia real, y Luis, el primogénito, es seguido y admirado como un príncipe. Un príncipe que vive de su propia botillería. El local, que queda en la comuna santiaguina de San Miguel, se llama Guadalupe del Carmen y tiene los mejores precios en licores, vinos y cervezas, dice Luis en una entrevista.

La clausura del festival es el domingo, día que se inicia con una misa a la que van todos los artistas del evento. La iglesia de San Ambrosio (santuario de la Virgen de la Candelaria, patrona de la ciudad) se ubica a tres cuadras de la Plaza de Armas. Construida hace más de cien años, está pintada con un celeste que contrasta con el ropaje de los artistas.

-A la Virgen de Guadalupe y a Guadalupe del Carmen, quien cantó por tantos lugares -se escucha en parte del sermón, atentamente seguido por artistas con bigotes de charro y pistolones de verdad al cinto. Algunas mujeres llevan cinturones con balas cruzados al pecho, como la combativa líder de la Revolución Mexicana Juana Gallo. Otras llevan flores en la mano. Todas llevan grueso maquillaje.

-Que el arte de ustedes sea un verdadero apostolado para el pueblo -dice el sacerdote, antes de dar paso a la comunión, que tiene a Las mañanitas como música de fondo.

En la plaza, Iván Gutiérrez, de la radio de Colina, se fuma un cigarrillo y se acomoda el sombrero. El hijo de Guadalupe se pasea saludando a la gente y dice que ahora sí, que este año traerá los restos de Guadalupe del Carmen, enterrados en Santiago. La radio local no ha parado de transmitir. Hay fotógrafos de Santiago. Todos están ahí. O casi. La Gran Chaparrita y el Charro Guadalajara han dejado Chanco sin ruido, de la mano, quizá pensando en su próxima actuación. Puede ser en el Festival de la Cebolla, en Viña. A la Gran Chaparrita le cuesta caminar, pero Guadalajara la espera, le toma el brazo, como si ellos fueran los únicos pilares donde sujetarse para seguir en esta carrera.

La patrona de Chanco

Guadalupe del Carmen en realidad se llamaba Esmeralda González Letelier. Nació en Chanco en 1931 y su nombre artístico lo tomó de las patronas de México y Chile (Virgen de Guadalupe y Virgen del Carmen). De niña su familia escuchó canciones mexicanas y a temprana edad acompañaba a su padre a ver películas de Jorge Negrete.

En 1952 obtuvo el primer disco de oro que haya obtenido un artista chileno, con la canción Ofrendas. De esa época son sus giras a estadio repleto, su matrimonio con Marcial (el menor del dúo folclórico Los Hermanos Campos), y el posterior nacimiento de sus tres hijos hombres. Su éxito ha marcado una verdadera leyenda en el cantar popular. En esos años de gloria, en un accidente, murió uno de sus hijos. Conocida como "Golondrina de la Vida", Guadalupe no solo tiene un festival en su honor. En el número 22 de la calle Freire de la ciudad de Chanco hay un museo que la recuerda: es modesto, tiene piso de tierra, pero hay fotos de sus apariciones en televisión, están sus vestidos, cuadros, trofeos y discos de oro.

En 1985, cuando su carrera ya era crepuscular y el DF se venía abajo por un terremoto, falleció de un ataque al corazón en el camarín del circo Timoteo, una carpa que recorría los barrios periféricos de Santiago y donde la mayoría de los números eran interpretados por travestis.  Guadalupe jamás visitó México.

Publicado en la revista "Domingo" de El Universal de México

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15 de marzo de 2012
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Colombiano por un día

Puede parecer un experimento periodístico, pero en realidad es una historia de viaje. Todo transcurre en el mejor hotel de Senegal: el Sofitel de Dakar. Hay una conferencia de prensa de uno de los magnates de la moda globalizada. Estamos en África, pero en un lujoso salón de un hotel cinco estrellas, a pasos de bandejas de camarones y ostras, con el Atlántico asomado a los ventanales como una postal panorámica. Hay una veintena de periodistas, la mayoría mujeres: editoras y redactoras estrella de las principales revistas de moda del mundo.

La asistente de prensa del entrevistado, una rubia distante, nos da algunas recomendaciones. Hay vasos de agua, y fotógrafos que disparan sus flashes en la cara del heredero de una compañía con más de mil locales de ropa en todo el planeta. Todo lo que aquí se diga, mañana estará publicado en el mundo de la moda. Entonces, al partir la conferencia, la rubia asistente nos da una indicación: que digamos nuestro nombre y el país del medio que representamos.

Una chica de anteojos modernos -después supe que era editora junior de la Vogue hecha en París- partió diciendo su nombre y luego remató con el país: Francia. Pasaron diferentes editoras de Marie Claire y Vogue, que luego de su nombre decían o Italia, o Alemania, o Estados Unidos. Había varias japonesas, de diarios dedicados exclusivamente a la moda. Un noruego de anteojos oscuros. Una inglesa sacada de una vidriera de Prada. Entonces llegó mi turno. Estaba ahí por SoHo. Tomé el micrófono, y me escuché por los parlantes cuando dije:

-Juan Pablo Meneses, Colombia.

 Después de decir Colombia, hubo un pequeño silencio, y el resto de las caras comenzó a girar hacia mí. Tal vez fue un segundo, o dos, o seis, pero me pareció más tiempo. Como suele suceder en los viajes, ya me había tocado tener otras nacionalidades. Me han confundido con marroquí, o brasileño, o peruano. He pasado por andaluz, argentino, y hasta por chileno, mi verdadera nacionalidad. Sin embargo, esta era la primera vez que me presentaba como de Colombia, y la reacción había sido automática: todos se habían dado vuelta a mirarme.

 La conferencia de prensa duró lo esperado, las preguntas fueron las habituales, y las respuestas -incluido el breve discurso pro África- habían sido las típicas. Lo que no estaba en el programa, era que a partir del momento de presentarme, para el resto había pasado a ser un colombiano. Lo que no es cualquier cosa.

Cuando estás en un lugar así, y eres colombiano, te acostumbras a que siempre que giras la cabeza hay alguien mirándote: con más o menos disimulo. Tal vez por una cosa propia de los colombianos (aunque seamos los de un día) y que tiene que ver con cómo nos miramos, cuando uno es colombiano muchas veces te sientes más observado. Y a veces, crees que para mal. Al término de la conferencia hubo un coctel. Entre las bandejas y copas, se me acercó la francesa de Vogue y me preguntó por mi país. Luego, vino una alemana que quiso practicar su español:

-Tengo muchas ganas de conocer Colombia, -preguntó, y le dije un par de cosas que dejaron bien puesta mi nacionalidad falsa.

Comencé a sentirme sexy. Cuando uno es colombiano en el primer mundo -aunque sea dentro de un hotel africano- no solo se es exótico, sino que se suma una carga de sex appeal: esa mezcla de clichés for-export que juntan una guerra interna, fusiles, narcotráficos, caderas de Shakira, secuestros, todo mezclado en una juguera y servido en un coctel en el mejor hotel de Senegal, aparecía de una carga explosiva insospechada.

Al rato, hablaba como el más colombiano de todos. Mezclaba los ritmos de las anécdotas a la velocidad de la champeta: del "ustedes en Francia saben bien lo de Íngrid", pasaba al "tienes que probar el café colombiano, es una maravilla", de ahí saltaba al "si vas, no vas a parar de bailar. Te va a encantar la rumba", acortaba por "¿leíste algo de García Márquez?"; bajaba con "obviamente no todos somos como Pablo Escobar, esas son cosas de las películas"; para terminar con la frase que todo colombiano verdadero dice. Y la dije: "Pero sabes, tenemos muchas más cosas buenas que todas esas que dicen las noticias. Esos son lugares comunes, pero si vas verás que todo es diferente. Somos gente buena, y tenemos selva, Caribe, Amazonía, los Andes, y mar en dos océanos".

Había muchos temas de conversación. Cuando uno es colombiano en el extranjero puede hablar horas de horas, con un peligro latente: comenzar a escucharte como un orgulloso nacionalista. Entonces decidí frenarme, y escuchar. Escuchar, como un gentil colombiano, sus historias y opiniones de África, de la moda, de sus ciudades. Hasta el último momento traté de mantener en lo más alto la bandera del Pibe y Juan Valdez. Nunca les dije la verdad. Para ellas, seguiré siendo colombiano para siempre.

 

 

Publicado en la revista SoHo, Colombia.

 

 

 

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16 de febrero de 2012
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No te vayas con el Cirque du Soleil

Escaparse con un circo es una fantasía que se repite. Dejar todo de una vez, mandar a todos al carajo, subirte a la caravana del espectáculo y viajar. Viajar por carreteras que suben y bajan, cruzar mares de olas grandes, presentarte frente a públicos diferentes que te aplauden el final de cada función. Conocer gente, cambiar de clima, olvidarte de la burocracia, aprender nuevos idiomas. Ser un artista reconocido por el mundo. Ser, finalmente, un integrante de la famosa compañía Cirque du Soleil.

El mexicano Alberto Valdéz Martínez fue reclutado por el Cirque du Soleil cuando tenía 17 años. Lo vieron volando de un trapecio a otro, y le abrieron las puertas para sumarse a la compañía y escaparse con el circo. Era lo que había soñado. Todo listo, por fin. Hasta que su madre lo detuvo. No te vas con el circo hasta que no termines la escuela.

¿Qué pasó con él? ¿Qué vino después de aquel momento? ¿En qué terminó la relación con su madre?

Esta es una historia de familia y de oportunidades. Y sobre malabarismo y circo. Es, además, el trabajo final para la Escuela Móvil de Periodismo Portátil de Patricia Mignani. Ella nació en Argentina y está radicada hace muchos años en México. Estudió relaciones Públicas y luego se apasionó por el periodismo.

 

 Aquí puedes leer su crónica "NO TE VAYAS CON EL SOLEIL"

 

 

 

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9 de febrero de 2012
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Tres años portátiles

 

 

Desde que partió oficialmente, en febrero de 2009, la Escuela Móvil de Periodismo Portátil tuvo una idea simple: promover la escritura de historias desde cualquier lado y para todos los sitios. Las clases serían online, los alumnos podrían estar viajando, el profesor se iría conectando desde diferentes ciudades. Al poco tiempo, los trabajos de los talleristas comenzaron a ser publicados en diferentes medios, de distintos países. La escritura como construcción itinerante. El proyecto portátil como una escuela de autor, independiente y autofinanciada, sin alumnos permanentes ni lugar físico para su funcionamiento, generando constantemente nuevos textos de nuevas voces.

La Escuela Móvil de Periodismo Portátil entra en una maleta. Pero también cabe en un Smartphone. Y se suma, como categoría de subsistencia, en otro componente para el principal objetivo del cronista portátil: poder sobrevivir escribiendo historias.

Desde un comienzo la Escuela Móvil de Periodismo Portátil tuvo como norte la realidad. Si los poetas y novelistas sueñan la libertad mientras se secan en un despacho público o se gastan armando conspiraciones de burocracia cultural, acá el plan sería concretar la aspiración máxima de los viajes y la escritura. Ficción versus no ficción. Llevar la retórica académica a la práctica itinerante. Aterrizar los ensayos viajeros a la poética de la realidad portátil.

O al menos intentarlo. Y en eso ya van 3 años.

 

 

 

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7 de febrero de 2012
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Escuela para perros vagos

Cada vez hay más perros callejeros, vagos, sin dueños, independientes. Animales que buscan su propia comida, que no se cuelgan el collar del dueño, no dan vueltas en círculos dentro de un departamento, ni están obligados a tragar galletas duras con olor a bife. Perros freelance.  

En las crisis económicas siempre aumenta el número de perros vagos. Hay muchos amos que, en vista de la falta de dinero, los lanzan a la calle para que de una vez se hagan cargo de su perra vida. 

En la ciudad de Río Cuarto, Córdoba, Argentina, decidieron ponerle un freno a la situación. Como en muchas ciudades latinoamericanas -donde no se les comen- la ciudad se había transformado en una suerte de paraíso del perro vago. Entonces, apareció la autoridad, siempre tan enemiga de lo vago. Y ahí comenzó esta historia.

Como parte de su trabajo final para la Escuela Móvil de Periodismo Portátil, Sol Aliverti viajó hasta Río Cuarto para mostrarnos la primera escuela para perros vagos que se conozca. Un proyecto que busca reconvertir a estos animales callejeros en unos limpios y ordenados perros de ayuda, de rescate, de trabajo.

Sol Aliverti nació en Córdoba, Argentina. Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba. Colabora como periodista free lance para diferentes medios locales como la revista La Central, Aquí vivimos, el periódico La Mañana de Córdoba y La Voz del Interior. También colaboró con el diario chileno La Estrella de Valparaíso.

Aquí puedes leer su crónica: "LA ESCUELA PARA PERROS VAGOS"

 

 

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1 de febrero de 2012
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Me gustan los cruceros

Me gustan los cruceros porque navegan. Porque uno puede escuchar el océano chocando contra el casco, ver el mar desde la ventana y mirar ciudades que se acerca o alejan dependiendo si uno zarpa o atraca.

Me gustan los cruceros porque están llenos de entretenciones, entretenedores, comidas, máquinas tragamonedas, bares abiertos, discotecas, librería con best-sellers, mesas, masas, sillas, parlantes, piscinas, tiendas, ruido, habitaciones, televisores y turistas. Miles y miles de turistas dedicados a un gran plan: las vacaciones.

Me gustan los cruceros porque no pretenden cambiarte la vida. Los pasajeros de los cruceros bajan en peregrinación a las ciudades, sacan fotos y vuelven al barco. Me gustan tanto como los hoteles todo incluido, sitios donde la vida diaria queda afuera para darle paso a un saludable no-hacer-nada. Me gustan los cruceros porque uno puede sentirse joven y flaco: el promedio de edad de un pasajero de crucero es de 65 años y unos 95 kilos de peso.

Es cierto que hay muchos que detestan los cruceros. Para cierto tipo de viajero experto, pasar tus vacaciones en estos mall flotantes suena a sacrilegio. A turísticamente incorrecto. A panorama bobo, plano, chato, simplón. Me gustan los cruceros porque a sus pasajeros nada de esto les importa. Al contrario, suman y suman seguidores. Mientras el prejuicio no los saca de la mira telescópica, la comunidad de adictos a cruceros crece. Y se traspasan con el orgullo que se comparte una buena mano de droga. 

Me gustan los cruceros porque hace 20 años mis padres fueron a uno por el Caribe, y lo recuerdan como si el viaje hubiera sido ayer. Me gustan porque, finalmente y pese a lo que se crea, generan en sus consumidores cierta mística. Pertenencia.

Me gustan los cruceros porque tienen peluquería. Porque la gente se esmera en vestir elegante para la cena con el capitán. Porque hay música bailable en vivo. Porque hay bar con pianista. Porque te sacan fotos que luego te venden. Porque te sonríen. Porque trabajan para ti. Porque puedes elegir entre hacer yoga, tomar sol, ir al gimnasio, pasar la tarde tragando pizzas mientras metes fichas en el tragamonedas, emborracharte, bañarte en la piscina o dormir. Nada muy diferente a la vida diaria, pero bajando algunas horas en diferentes puertos.

En 1996 el escritor David Foster Wallace escribió "Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer", un lúcido y crítico retrato de un viaje en crucero por el Caribe. Obviamente, más que apuntar al crucero en sí, lo que Foster Wallace hace es una crítica a la sociedad de consumo, al hombre medio estadounidense, al turismo. Me gustan los cruceros porque, finalmente, terminan siendo más literarios que una playa paradisíaca. Si quieres buscar historias, nada mejor que una ciudad flotante.

Me gustan los cruceros, aunque alguna vez uno se hunda.

Me gusta mucho, tal vez, porque nunca me he subido a uno.

 

 

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16 de enero de 2012
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La lucha en Dakar

 

En Dakar, el deporte más popular no es el rally.

En Dakar, como en todo el resto de Senegal y parte de Gambia, lo que llena las páginas deportivas de los diarios es la lucha senegalesa. El campeonato de "lutte", como se llama en este país francófono (o laamb para los que hablan en wolof), tiene seguidores fanáticos y programas de televisión especiales y afiches por la ciudad y luchadores elevados a la categoría de estrellas pop.

Mientras en Sudamérica se corre el Dakar 2012, que pasará con su caravana de tuerzas y mecánicos y motores y aceites y ruedas por Argentina y Chile y Perú, en la capital de Senegal los luchadores se preparan para la próxima pelea. Que son luchas reales. A diferencia de los combates entre escritores, donde el trofeo es por algo tan simple como el prestigio, aquí la batalla es a golpes de nudillo que rompen narices y sacan sangre.

Una buena forma de conocer un país es ir a ver un partido de su deporte más popular. Salí del hotel, le pregunté al taxista si la lucha quedaba cerca, me dijo que sí. Era fanático. Me hizo un precio por llevarme, entrar al estadio conmigo, ver "la lutte" y regresar al hotel.

Cuando llegamos al estadio Stade Demba Diop, la lucha ya había comenzado. La boletería estaba vacía, y les pasamos nuestros tickets a unos militares con metralletas. Avanzamos hacia el estadio, mientras aumentaba el volumen de los gritos del público. Al entrar, había unos tres mil senegaleses moviendo los brazos, gritando, mientras dos tipos con taparrabos se abrazaban en la pista de arena y se empujaban y se daban golpes de puño y uno sangraba y todo era acompañado por una orquesta de seis músicos con tambores africanos.

Todo el perímetro de la lucha estaba rodeado de militares armados. Un canal de televisión trasmitía en directo. Entre el público había dos hinchadas de adolescentes senegalesas, miembros del clubes de fans de distintos luchadores. Mientras los dos competidores se golpeaban en el centro del estadio, por alrededor de la pista saltaban y elongaban y se movían los otros.

Dentro del lugar no había turistas. Se vivía una tradición local, difícil de entender. El fanatismo era como el de las hinchadas de fútbol. Por cierto, la gracia de la lutte sénégalaise no estaba sólo en los golpes: el espectáculo empieza antes, cuando el luchador se pasea seguido de sus asistentes por la pista, para presentarse y desafiar al grupo rival. Es una danza, un espectáculo, donde tienen mucho que ver el honor y la música de fondo: tambores en vivo.

En mitad de la última pelea, el taxista me hizo una seña para irnos. Al igual que en futbol de por acá, era una buena idea evitar los líos de la salida. El día siguiente, todos comentaban la jornada de lucha. El gladiador que mejor golpeó el domingo aparecía en la tapa de los diarios el lunes. Todos hablaban de ellos. En Dakar, definitivamente, poco importa en rally.

 

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2 de enero de 2012
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Desde Guadalajara

Son los últimos días de la FIL de Guadalajara. Comienza a terminar la versión 25 de la más importante Feria del Libro del idioma español. Las largas filas de estudiantes tapatíos se preparan para desaparecer. Los autores de la inauguración ya están en sus casas. Todavía aterrizan escritores para presentarse en los días finales. El barman del lobby del Hilton sirve los últimos whiskys. Al recorrer los pasillos uno se despide de los millones de libros, sabiendo que en la próxima versión estarán repletos de nuevas novedades.

Pocas veces, después de varios años seguidos viniendo a la FIL, se ve tal entusiasmo por los libros como aquí. Presentadores de televisión junto a un premio Nobel, un súper best-sellers al lado de un autor de culto y de minorías. Acá parece haber espacio para todos, en una suerte de gigantesco cliché de las letras que termina dándole un carácter único a esta cita. En las próximas horas anunciaremos al ganador del II Premio Las Nuevas Plumas, que organiza la Universidad de Guadalajara con la Escuela Móvil de Periodismo Portátil. Y después de eso vendrán las fotos, los aplausos y el reconocimiento para el triunfador. Después de cada FIL siempre hay ganadores nuevos.

Los escritores alemanes, porque ahora Alemania es el país invitado, siguen celebrando en cada stand. Los agentes literarios cierran sus agendas con nuevos contactos. Los periodistas culturales ya están cansados de despechar tantas notas. Los escritores funcionarios ya tienen en su poder una orgullosa lista con nombres de otros escritores funcionarios que conocieron en esta feria. Siempre pasa.

En medio de dicho huracán, que nunca se detiene durante los días de feria, una noticia detiene la FIL. Tenemos un nuevo Premio Cervantes. El ganador es el poeta chileno Nicanor Parra, de 92 años. El mismo que, hace tres semanas, vi un par de segundos en su casa de Las Cruces, una playa cerca de Santiago. La noticia de su premio no solo es justa, sirve de broche para el final de la FIL: El próximo país invitado será Chile.

Entonces, desde Guadalajara, recuerdo el primer poema de Parra que traté de aprender de memoria.

 

El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario

De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios

Todas las tardes tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios

Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario
Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario

 

 

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2 de diciembre de 2011
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Equipaje de mano

Apareció una nueva edición de Equipaje de mano. Lo presentamos entre amigos, el pasado jueves en la librería Ulises de Santiago de Chile. La revista Domingo, de El Mercurio, publicó como adelanto un extracto de la crónica "Los niños no sangran".

Esa historia, una de las 10 del libro, trata sobre un campeonato de niños boxeadores en el sur de Chile. El pueblo donde todo ocurre se llama Lautaro. Ahí nació Jorge Teillier, uno de los poetas chilenos más importantes del último tiempo, que ahora se ha convertido en un inesperado atractivo turístico.

Puedes leer el adelanto aquí

 

 

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28 de noviembre de 2011
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El Boomeran(g)
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