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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Tiempo de listas

Orden y visibilidad. Brevedad, que no levedad. Inmediatez. El mundo se resume en un lápiz lector. En un pin con el cual obtienes de forma instantánea la promesa de una identidad social. En una onomatopeya como el sonido de la tarjeta de crédito al pasar por la ranura de la máquina. Siempre nos han seducido las listas, pero nuestros tiempos sobreinformados las han elevado casi a la categoría de género literario. Gustamos de la enumeración y la yuxtaposición, sin el estorbo de un argumento. A vista de pájaro, navegamos por las noticias más leídas del día -¡esa dimisión humana de lo poco original que sobrevalora la cantidad frente a la calidad, aun cuando braceamos por ser únicos!-. La irreprimible curiosidad de conocer los libros más vendidos o las mujeres más atractivas del mundo -¿a alguien en verdad le importa que Mila Kunis sea la más sexy según Esquire o Beyoncé para People?-. Por no hablar de las más influyentes según Forbes con su top ten previsible y soporífero: ¡cómo no va estar Angela Merkel! Hay listas existenciales, del estilo de la que escribió Coixet para su protagonista de Mi vida sin mí -las diez cosas que te gustaría hacer antes de morir-, al igual que las Bucket lists, que toman su nombre de una película en la que dos enfermos terminales registran sus deseos por cumplir, todo un fenómeno. Listas que unen: New Musical Express proponía a sus lectores digitales el pasado viernes elegir las canciones que “les hacen llorar”. O que abren boca, como la de los 50 mejores restaurantes del mundo, según la revista Restaurant, una de las pocas en que los españoles salimos bien parados. El almanaque Schott’s Original Miscellany, la biblia de las listas, recoge desde cómo decir “te quiero” en 43 idiomas hasta la relación completa de los gases nobles. Las listas producen sosiego y estímulo a la vez. Comprimen la intención y al tiempo la jerarquizan. En los museos, algunas son un objeto artístico. Su naturaleza contradictoria las hace sexis, y adaptables a cualquier cerebro. Para los niños, parece un juego recitar el alfabeto, sobre todo al llegar a la “o-p-q” cuando sube el tono. Y cuán placentero resultaba estudiar las capitales del mundo como si al memorizarlas la tierra cupiera en nuestra cabeza. Porque las listas cartografían un mundo de conocimiento, pero también nos permiten ejercer filias y fobias, aplauso y silencio. Claro que cuentan una historia entre líneas: lo que eliges y lo que descartas. Aunque a menudo lidiamos con viejas listas que, indolentes y paralizadas, arrastran asuntos pendientes, esos nombres que ilusoriamente pasan de página cada semana y cuya esperanza es que se acaben cayendo de la lista. (La Vanguardia)

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10 de octubre de 2012
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Réquiem Erasmus

Hubo un tiempo en el que la aparición de un libro de Sartre, una película de Bergman o una colección de Balenciaga se convertía en un acontecimiento transatlántico. Los americanos aguardaban impacientes la demostración de la superioridad intelectual del viejo continente sin esperar soluciones definitivas ni discursos edificantes, pero decididos a escarpar la libertad mediante la exquisita cultura. Superadas guerras y horrores, el siglo XX engordó sus ilusiones progresistas al tiempo que edificaba el sueño de una identidad europea sin fronteras. En cambio hoy, en el nuevo orden mundial, que dos de los más grandes autores en lengua francesa, Modiano y Echenoz, acaben de publicar libro tan sólo mueve las pestañas de una élite escasa de aliento. Albert Camus, creador de mitos modernos, confesaba dudar a veces de que tuviera sentido salvar a los hombres: ?Pero todavía es posible salvar de esos hombres el espíritu y el cuerpo de los niños. Todavía es posible ofrecerles tanto las posibilidades de la felicidad como las de la belleza?. No ser capaces de salvaguardar la belleza por la que los griegos empuñaron las armas fue un pensamiento que siempre soliviantó a quienes, como Camus, creían que las grandes crisis dejaban tan mal cuerpo como una noche de excesos, aunque sin remedio que aliviara la resaca histórica. Ahora, en Europa, asistimos a un potlatch comunitario. No tanto para mantener el prestigio ?al igual que entre algunas tribus nativas norteamericanas y canadienses donde los más poderosos regalaban o destruían sus posesiones públicamente para reforzar su estatus? como para salir a flote. Caen los mitos levantados por los guardianes de la Europa unida, incluso sus mejores logros, como el programa Erasmus: una llave para conocer mundo y aprender a echar de menos, para limpiar la paja provinciana de los ojos y sustituir la experiencia por el prejuicio. Profundizar en un idioma significa ganar libertad. Y habitar lejos de casa implica saber comer al revés. Además de soñar que puede haber otro futuro más allá del que había acordonado el destino. De la calle que te vio nacer. De la cultura que te hizo uno de los suyos. No existe mayor terapia de choque para neutralizar las inseguridades narcisistas que viajar. Ni mejor ascensor profesional que las becas para estudiar fuera. Los dos millones y medio de erasmitos que en estos últimos veinticinco años han cumplido el sueño de cualquier extranjero, acabar sintiéndose como en casa, representan el triunfo de las fronteras abiertas y de la democratización del conocimiento -que ahora volverá a restringirse a las rentas altas?. Deberíamos pues entonar un réquiem sentido, porque cerrar el grifo para los estudiantes en tránsito que simbolizaban el acercamiento entre norte y sur significaría empequeñecer el mundo y renunciar a aquellas posibilidades reales de felicidad y belleza.

(La Vanguardia)

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8 de octubre de 2012
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En el reino de la moda

Sobrevuela la costura una bandada de cuervos como si aguardaran su suicidio. Ocurre desde que hace cinco años, con la muerte de Saint Laurent, se finiquitara el modelo clásico de couturier -y clásico también significa atormentado-. Los diseñadores italianos siempre fueron otra cosa respecto a los franceses, algo parecido a la diferencia entre ser inteligente y ser listo. Audaces en el negocio y en el marketing, convirtieron Milán en la capital del estilismo mientras a París se le exigía que siguiera inventando siluetas en su taller universal. En la última década, a la moda la ha remendado Asia gracias a la fiebre marquista de una nueva sociedad basada en la meritocracia y los logos. Y a las tendencias las ha socorrido el siglo XX. Reinterpretar los códigos del pasado, aumentar el ansia de belleza y mantener e incluso disparar las ventas. Esa ha sido la fórmula de los holdings del lujo: pasado, deseo, dinero. Y la clave de la formidable campaña mediática orquestada para salvaguardar el patrimonio de la Gran Francia: las maisons Dior y Saint Laurent, resucitadas con nuevas estrellas. “Al fin volvemos a tener moda en mayúsculas”, coreaba el público enaltecido dentro de la caja blanca que recortaba la cúpula del Hôtel des Invalides. Era el debut prêt-à-porter de Raf Simons, un belga ataviado con chaqueta de mezclilla, en las antípodas de su antecesor, el agitado Galliano, quien estampó el nombre de Dior en las alfombras rojas y lo ahogó en el escándalo. “Estoy reconsiderando el concepto de minimalismo, y puede ser sensual y sexual”, aseguraba Simons al tiempo que la prensa anunciaba la llegada del modernismo del siglo XXI, cincelado con pureza y curvas. Secretos y alborozos en el Petit Palais, a oscuras, rodearon la colección inaugural de Hedi Slimane al frente de Saint Laurent. Tanto es así que el creador ha sido bendecido por la reina madre, Pierre Bergé (quien fue pareja de Yves y cofundador de la marca), que hasta ahora había despreciado a los advenedizos. “Sublime, Slimane sí respeta los códigos de la marca”, dejó dicho. Sahariana y esmoquin, sí, clásicos en versión rock. A pesar del sofisticado imperio de la moda y su poder de influencia, desde hace varias temporadas no se lograba huir de un guión tedioso y escapista -que este invierno rinde tributo ¡al barroco!-. La claustrofobia repetitiva se excusaba en lo comercial a la par que susurrábamos: “¡Crisis de ideas!”. Probablemente esa sea la razón por la que Slimane trasladará el estudio creativo de YSL de la Rive Gauche parisina a Los Ángeles. Porque ni la moda se suicida ni la imaginación está en crisis, sólo Europa.

(La Vanguardia)

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3 de octubre de 2012
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Putas y multas

Las multas a prostitutas duplican las de los clientes desde que el Govern decidió penalizar dicha actividad en la vía pública. Ya saben, “el cliente”-fino eufemismo para un espeso asunto- siempre tiene la razón, además de un coche o un par de buenos zapatos para salir corriendo. El estereotipo de la puta callejera responde al de una mujer subida a unos tacones inestables con el lápiz de labios corrido y las pupilas medio borrosas. Igual que la chica de lycra azul que me pidió un cigarro por los alrededores del Bernabeu, después del último Madrid-Barça. “Ha ganado el Madrid, ¿no? Mala suerte, hoy habrá mucho trabajo”, veinticinco años, los tacones, por supuesto, inestables y un chulo en la pantalla de su móvil. Tal como manifestaba la Síndica de Greuges el pasado jueves en El matí de Catalunya Ràdio, es arduo asistir a la penalización de las mujeres explotadas en auténticas telarañas mafiosas mientras siguen engordando esas organizaciones criminales cuyo único interés es económico. También se las persigue, “nos consta”, dijo Assumpció Vilà. Pero son otros negociados. Leo una carta dirigida al conseller de Interior, Felip Puig, y a la alcaldesa Martínez Juli, de La Jonquera, que pide el cierre del macroprostíbulo Paradise, donde ejercen más de 150 mujeres; su dueño ha sido condenado por proxenetismo, blanqueo y por formar parte de una red que introducía ilegalmente a mujeres brasileñas en nuestro país, pero aun así el club sigue abierto. La firman Mabel Lozano y la organización Change.org. “He traído unos terneritos”, se podía oír en las escuchas para referirse a menores. Otro artículo sobre prostitución, me digo a mí misma, probablemente como usted. Que si no es ni legal ni ilegal, que si abolirla es una utopía justo cuando la crisis repunta la actividad y si cabe la precariza… Que por qué no se prohíben los anuncios de contactos. Los informes de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa estiman que las ganancias del tráfico de mujeres duplican ya las del tráfico ilegal de armas. Tratar con cuerpos sin amparo es mucho menos peligroso que mercadear con la pólvora. El año pasado, la policía española identificó a 1.642 mujeres víctimas de la trafficking. La tendencia imparable hacia el progreso no parece hacer mella en el ejercicio de la profesión más antigua del mundo. Una escena de prostitución ensucia el paisaje, y más si nuestros hijos van en el asiento trasero del coche y sus preguntas nos incomodan. Pero regular las relaciones de intercambio sexual-económico nos produce temblores, empezando por gran parte de la clase política, eternamente anegada en el mismo debate. Mejor dejar hacer, dejar pasar… En cuanto a las multas -operación maquillaje o no-, sería deseable que el número de prostitutas penalizadas fuera inferior al de proxenetas detenidos.

(La Vanguardia)

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1 de octubre de 2012
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Disponible

Extraña coincidencia que el megapirata informático Julian Assange alerte sobre el peligro de Facebook, y de cómo sus usuarios le hacen gratis el trabajo a la CIA, justo cuando estalla el escándalo de que la red social ha dejado al descubierto miles de mensajes privados. ¿Qué está ocurriendo? Un día pensamos que el ser humano podría dominar la información con tan sólo un leve parpadeo digital, pero no se previó la direccionalidad del asunto. Localizados, expuestos, controlados; el 80% de las empresas observa a sus candidatos a través de las redes. Todo es posible: identificar a personas sin su consentimiento mediante un sistema de reconocimiento facial, averiguar por dónde pisan, conocer la hora a la que se levantan y se acuestan. Veamos si no qué ocurre con el WhatsApp y de qué manera sintetiza la ilusión del control en la palma de la mano: basta bajar la mirada y mover la yema de un dedo para saber cuándo apagó el teléfono tu pareja o si chateaba con alguien que no eras tú… Según los psicólogos que estudian la nomofobia (el miedo irracional a no estar conectado), se producen leves palpitaciones cuando, a través de la mensajería instantánea, sabes que aquella persona a quien intentas localizar desesperadamente está “en línea” y ni se ha dignado a decirte que respira. Tú puedes espiar sus silencios, también resolver que no eres la última persona a la que le ha dado las buenas noches. Encender el móvil representa un pequeño acto furtivo cuando el avión aún no ha aterrizado pero tememos que en su mudez hayamos podido extraviar oportunidades profesionales e incluso sexuales; el primer gesto globalizado al salir de una reunión. Ahí están las pupilas dilatadas cuando su luz brilla, o la vibración fantasma y psicótica, algo parecido al dolor del miembro amputado. Ese cling nos promete un pequeño estímulo aunque tan sólo alimente una realidad paralela nacida en ese otro terreno digital, donde parece que el compromiso de la palabra es más liviano. Incontinentes, originales o estoicos, la búsqueda de una identidad cristaliza hoy en el llamado “estado actual”, tal y como se presenta la gente en su tarjeta digital. Los hay que están “sempre a punt” o “físicamente imposible”; quienes van de ambiguos: “no sé” o “llama, que ya veré si contesto”; los que aprovechan la ocasión para proclamar “mi estado es federal”, o los sinceros como Andreu Buenafuente, que confiesan estar “durmiendo en el gimnasio”. Y es que hoy, las nuevas relaciones sociales creadas por las redes han llegado a modificar la forma en que funciona nuestro cerebro: ahora nos citamos por chat para preguntarnos si estamos “disponibles” cuando antes decíamos aquello de “¿estás libre?”.

(La Vanguardia)

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26 de septiembre de 2012
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Las tetas asombradas

De fuente de vida o llave de la inmortalidad a atributo sexual y tabú, la evolución del significado del pecho femenino en nuestra sociedad certifica, a tenor del topless robado de la duquesa de Cambridge, que aún no hemos resuelto nuestro conflicto con las tetas. Claro que viene de antiguo, según el mito griego, a causa de los pechos de Helena ardió Troya; y la República Francesa fue representada por una mujer cuyo seno alimentaba al pueblo. La paradoja es magnífica: desde el pecho sagrado de la antigüedad, al psicologizado pecho freudiano o al político en los años sesenta, no hemos dejado de exaltar esa parte del cuerpo como foco caliente de la feminidad occidental. Las prótesis son el sueño de millones de jovencitas rasas y los anuncios de sujetadores que levantan y separan resultan ya tan domésticos como los de Avecrem, pero cuando un paparazzi fotografía el topless de la futura reina de Inglaterra, el mundo arquea las cejas con impávido asombro y reactiva el debate entre el derecho a la intimidad y el derecho a la información; eso sí, sin dejar de observar las proporcionadas glándulas mamarias de Catalina. Ahí está, implícitamente silenciado, el pecho erótico y los aperreados afanes sociales para ejercer control y poder sobre él. El mohín cohibido de la hipocresía cuando a una actriz se le asoma el pezón. O el malestar estético que para algunos aún supone la visión de una mujer amamantando a su hijo en un lugar público, mientras en playas, fiestas y beach clubs son bienvenidos con y sin camisetas mojadas. “¿A quién pertenecen realmente esos pechos? ¿Son para los hombres o para los bebés? ¿Son de Kate o pertenecen a internet?”, se preguntaba The Guardian, comparando el grado de vergüenza social ante el pálido trasero del príncipe Enrique -ventilado con cuatro risotadas- con el producido por la exhibición de la duquesa. El revuelo, según la prensa británica, desempolva el trágico fantasma de lady Di. La casa real británica ha declarado que se ha cruzado una “línea roja”. Pero en esa turbación pública también está presente el halo sacro que pervive en el imaginario colectivo y que aún resuelve mal su disociación: que el pecho represente a la vez la ternura maternal y el erotismo. “Hoy, lo que ha llevado a la mujer a una plena posesión de sus pechos ha sido el cáncer de mama. Ha aprendido, con la conmoción que supone una enfermedad que amenaza a la vida, que sus pechos son realmente suyos”, sostiene la profesora Marilyn Yalom en su exhaustiva Historia del pecho (Tusquets). Sin duda, una conclusión implacable: ante el sentimiento de pérdida aumenta el de propiedad. Mientras la mayoría de mujeres anónimas oscilan entre la disconformidad y el orgullo de sus atributos, “mis pechos son míos”, los de Kate Middleton, en la sociedad más voyeur de la historia, ya son de Google.

(La Vanguardia)

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24 de septiembre de 2012
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Lo que te da la vida

«No quiero que llegue el otoño», me dice mi hija pequeña, y entre la maravilla y el estupor pienso cómo con cuatro años ya se puede sentir la nostalgia del verano, cuando el día es más largo y parece que cabe más vida en él. Entre algunas mujeres abstraídas como yo no hay síntoma más infalible del cambio de estación que el frío en los pies. Empezar a cubrirse como una forma tangible de sentir cómo avanza el tiempo. Y saber qué, a estas alturas, algunos de nuestros sueños son inalcanzables, pero, aun y así, nos seguirán habitando porque negarlos sería algo parecido a quitarnos el aire. «¿Por qué las mujeres siguen sin poder tenerlo todo?», se pregunta Anne-Marie Slaughter, que dejó un alto cargo político en el Departamento de Estado norteamericano para estar cerca de sus hijos adolescentes y sentirse mucho más satisfecha adecuando su trabajo a sus responsabilidades familiares. Suena a moralina. A discurso tejido por los enemigos de la igualdad y defensores del determinismo biológico que justificaba el clásico reparto del mundo. Pero desde hace tiempo leo estudios en los que si bien se atestigua que las mujeres como grupo han logrado grandes avances en salarios, educación, prestigio y poder, se concluye que son menos felices tanto en términos absolutos como en relación con los hombres. De 190 jefes de Estado, nueve son mujeres; y en el sector empresarial la cuota en los puestos de mayor poder alcanza el 15%. Pero ¿qué ocurre con aquellas que han llegado a lo más alto? Que esconden medias verdades y a menudo no pueden mantener el equilibrio y la cuerda cede. Cierto es que hoy está mutando el gen de la ambición: muchas mujeres renuncian a promociones y ascensos porque su horario profesional no coincide con el horario escolar. Y no hablemos de los fastidiosos viajes necesarios para mantener el éxito mediante la visibilidad. No es extraño que algunas mujeres decidan tirar la toalla, que se nieguen a imitar patrones masculinos. Incluso que algunas, como contamos en este número, vuelvan al campo intentando recuperar tiempo y equilibrio. Y los hombres, ¿qué papel ocupan en este nuevo rumbo de la mujer? El 30% de las divorciadas estadounidenses confiesan que el día de su boda sintieron que se equivocaban. La primera pregunta es: ¿por qué lo hacen, entonces? ¿Por qué no retroceden cuando aún están a tiempo? ¿Qué son doscientos invitados, un traje de novia, la ilusión de la familia y un hombre dispuesto a decir que te quiere, si las dudas te ahuecan el pecho? Hace tiempo que las mujeres no queremos ser víctimas; también sabemos que es difícil tenerlo todo. Pero urge cambiar el orden de las cosas, soltar lastres, complejos, dictados sociales, dejar de pensar en lo que la vida espera de nosotras y decir alto y claro qué esperamos nosotras de la vida. (Marie Claire)

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21 de septiembre de 2012
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Aguirre, ?my way?

Sería banal decir que Esperanza Aguirre hizo de la espontaneidad una de sus inquebrantables reglas de estilo. Pero pocos gobernantes ha habido con tan admirable ausencia del sentido del ridículo y tan arrolladora campechanía. Acaso haya sido la política con mayor confianza y seguridad en sí misma que ha dado la democracia. La que se ha ventilado de un plumazo todos los estereotipos: ¿mujeres infelices porque no pueden llegar a todo? ¡Quia!… ella, cuyo mantra era “a pico y pala”, incluso iba a esperar a su marido el sábado al aeropuerto. ¿Inseguras y torturadas a las que la buena respuesta se les ocurre cuando ya han apagado los focos? Esperanza no titubeaba. ¿Nostálgica? Jamás, apurando el día como el alcohólico la última copa. Una mujer capaz de dar una rueda de prensa recién emergida de un atentado terrorista en Bombay con calcetines blancos de colegiala, glosando morbosamente cómo, descalza, había pisado sangre. El icono de la derecha más liberal (y más derecha), bilingüe feliz que ha hecho de ello su más satisfactoria cruzada en los colegios de la comunidad, tildada de inculta, laísta, pero con uno de los mejores acentos ingleses de nuestra monolingüe clase política; asegura que dimite por lo que todos tememos que ocurra un día: sentir que no estamos viviendo lo que en verdad importa. Su retirada la humaniza a la vez que esparce intrigas. Ahí están las lágrimas, la desacomplejada expresividad de quien no teme que se le vea papada porque ríe hasta con el cuello. “Tuve que poner estas luces en el baño -me dijo en una ocasión, ante un espejo iluminado como un camerino- … claro, Ruiz-Gallardón no se maquillaba”. Y propuso que se la fotografiara poniéndose rímel. “Soy feminista-feminista”, afirmó, pero a nadie se le ocurrió nunca analizar el feminismo de Aguirre. “¿Cuántas mujeres hay en los maitines de Génova? Cero”, reflexionaba, destacando que habían tenido que pasar cien elecciones para que una mujer presidiera una comunidad autónoma. “Cien”. Ella fue la primera. Con sus salidas de tiesto, guión y micro. Sus disparates inspirados, sus improvisaciones que rozaban la ingeniería neuropolítica. A su alrededor se formaba un paisaje humano insólito, desde jubilados a los que animaba a que se apuntaran a un crucero del Imserso hasta periodistas atónitos ante sus sobreactuaciones. Dimite, y su silencio se convierte en ríos de tinta que acallan por un día el torpedo independentista. Ella, la amiga de Maragall, la que reivindica su cuarterón catalán. La todoterreno a la que tanto envidiaban sus más acérrimos enemigos ideológicos. En Sol siempre repicaba su andar, firme y apresurado. Porque el verso suelto fue siempre ella. (La Vanguardia)

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19 de septiembre de 2012
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La cola de la vida

En una ocasión, un ex ministro me confesó que la señal más evidente de su vuelta a la vida sin privilegios fue que de nuevo tenía que hacer colas. “Porque tú quieres”, le repliqué, pensando en quienes media hora antes del embarque ya se plantan frente a la puerta, donde pueden pasar más de cuarenta minutos oliendo la cabeza del de delante, aunque todos acabarán subiendo al avión. Claro que las hay inexcusables e infinitas, como la del paro o la de urgencias; y absurdas, como la del Ecce Homo de Borja. A menudo el ritual forma parte de las elecciones personales disfrazadas de mandato, aunque si la retribución es satisfactoria, el malestar se esfuma al salir del cine o incluso de la hamburguesería. Porque la psicología de la espera depende del tamaño de la recompensa, pero también de la capacidad de sacrificio de quien aguarda su turno. Los impacientes somos capaces de cancelar un plan si implica largas demoras que agudizan la sensación de que el tiempo que se escapa nunca regresa. Y no sólo por la monotonía o por la pesadez de las piernas, sino por la sombra de la angustia vital que sobrevuela los minutos de alineada -y alienada- espera. Leo en The New York Times que Richard Larson, considerado el mayor experto del mundo en colas, asegura que para el ser humano la idiosincrasia de la cola tiene mayor peso que las estadísticas relacionadas con la propia espera: importa más la percepción de igualdad (mucha gente se vuelve agresiva si alguien se cuela) o el derecho a una explicación, porque está demostrado que se hace cola más a gusto si se está bien informado. La clave radica en sentir que el tiempo que se consume no es en balde. Esa fue una de las razones, cuando empezaron a propagarse los rascacielos, por las que se multiplicaron las quejas sobre los retrasos de los ascensores; y de ahí el hallazgo de los espejos para que la gente se atusara el pelo. En algunos aeropuertos, como el de Houston, decidieron alejar la recogida de equipajes de las puertas de llegada, a pesar de que la gente tenía que andar mucho más, para que aguardasen menos ante la cinta. El tiempo desocupado era inferior al ocupado, y el pasajero se sentía complacido. Desde niños se nos enseña a guardar el turno. Pero a menudo se transgrede. La cola no es más que una metáfora de la equidad. Y el ahorrárselas, de privilegio. Los millonarios, por ejemplo, cuando les anuncian una subida de impuestos, hacen las maletas y se van, sin soportar ni un minuto de incertidumbre. Igual que quienes esconden millones bajo el colchón y ni con acicates como la amnistía fiscal están dispuestos a ponerse en la cola de la legalidad -de los 2.500 millones que el Gobierno esperaba recaudar, sólo ha ingresado 50-. Y es que del caos a la eficacia, o de la responsabilidad al fraude, siempre hay más de uno dispuesto a ralentizar la cola del futuro.

(La Vanguardia)

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17 de septiembre de 2012
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Letizia, a los cuarenta

La princesa Letizia cumple cuarenta años. La edad en la que los amigos te preparan un vídeo con las fotos de tu vida para demostrarte que te quieren. O tu pareja te organiza una fiesta sorpresa en la que, cuando la emoción da paso al vacío, siempre acabas echando de menos a alguien o algo. “Nel mezzo del cammin della nostra vita”, anunciaba Dante, como si la hoja de un cuchillo la partiera en una tajada rotundamente simétrica. Es una ilusión. La del hilo del tiempo que nos permite pensar a plazos y en décadas, pero lo que no has alcanzado hasta ahora va perdiendo el color del horizonte. Paciencia y resignación, palabras sabias de rosario de abuelas. Por fin sabes que difícilmente volverás a esa ciudad que pisaste por primera vez con la idea de que tan sólo era un aperitivo y que regresarías, porque hay demasiado mundo que aún no conoces. En verdad, la vida es una colección de aperitivos y con suerte, un par de bistecs. Y cuando ya de casi todo hace veinte años, adviertes cómo la complejidad de los días, lejos de suavizarse, enreda sus nudos. Aún y así, los cuarenta se venden hoy como la madura juventud, los treinta de antes, dicen. La edad en la que las mujeres lucen bien las joyas pero sin enterrar las minifaldas. Como Letizia, cuya percepción popular es bicéfala: si bien las encuestas del CIS indican un alto grado de aceptación popular de su figura, abundan los mentideros donde se la sigue presentando como la periodista ambiciosa del “braguetazo”, la que quiere reinar, inquisitiva y perfeccionista hasta la obsesión, la que no se habla con sus cuñadas, se retoca la cara cada semana, la que se ha raniajordaniado, no come y viste de baratillo. Además de esa voz tan voz miserable: “Lo de Urdangarin le ha venido muy bien a Letizia”, como si su rol dependiera de las tropelías de su cuñado. Lo advertía Unamuno: “La envidia es la íntima gangrena del alma española”. Marcada desde el principio por su primera frase en Zarzuela -”¡déjame hablar!”-, la princesa de Asturias, a pesar de contertulios visionarios, no ha cometido errores; su imagen institucional en el exterior ha sido impecable, y en su pequeña parcela de actuación enarbola banderas que van desde el apoyo a la formación profesional hasta la lucha contra las enfermedades raras o el fomento de la lectura. La Casa Real estrena ahora su web con un objetivo único: la transparencia, consciente del debate acerca de su futuro, y del cartucho que representa la princesa para una monarquía en transición. Porque hace ocho años, Letizia Ortiz poco podía imaginarse que el estrepitoso escenario de sus cuarenta también sería el de su gran oportunidad.

(La Vanguardia)

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12 de septiembre de 2012
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El Boomeran(g)
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