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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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UN POETA EN CULTURA

El otro día, ayer creo, hacía yo la promesa de trasmitir los deseos de muchos para que el maldito Leopoldo María Panero tuviera un premio nacional importante, digno y remunerado. Lo del Premio Cervantes me parecía excesivo, aunque yo no descartaría nada, ¿no era un loco quien consiguió la gloria para Cervantes? Sin embargo, sí creo que otros muchos premios que desde las cercanías oficiales se promueven, manejan o cómo se quiera llamar que sí pensaba decírselo a la ministra en una comida privada que ya nunca tendrá lugar, al menos, no en su  condición de ministra. Saludos y los mejores recuerdos y deseos para Carmen Calvo. Los que pretendan saber más de esa ministra que surgió de la palabra, que se revisen la excelente entrevista que el otro día, el sábado 30 de junio, publicaba el diario El País. Se ha ido diciendo la verdad. No creo que se haya ido por decir la verdad.

Y ahora, para seguir con el tono amable, y lo hago, lo mantengo porque así lo siento, dar la bienvenida a un viejo amigo al Ministerio de Cultura. Estoy en una edad que ya los amigos son ministros, ex ministros, premios literarios incluso, premios Planeta. En fin, eso que yo ni me entero, además me siento rejuvenecer más allá de la realidad deformante de los espejos. A mí los espejos siempre me tienen tirria. Soy como un perpetuo caminante del callejón del Gato, uno que siempre está más cerca de su esperpento que de su imaginación. Me imagino una cosa, y resulto ser el esperpento de eso que imagino… Bueno, a lo que quería llegar, a dar la bienvenida a un poeta al Ministerio de Cultura. Creo que es la primera vez. Al menos la primera en democracia. Estuvo muy cerca el poeta Luis Alberto de Cuenca, pero se quedó en Subsecretario o como se llamara su cargo. Y estuvo, al menos esos dicen quienes tienen memoria, el escritor y guionista, Jorge Semprúm. Pero casi nadie se enteró. Por eso escribió un libro sobre su paso por el ministerio. Un libro, por cierto que se lo recomiendo al nuevo ministro. Seguro que César ya lo habrá leído. O si no alguien de su casa. El nuevo ministro habita en un hogar lleno de libros, lecturas, poemas, sueños, literatura… y él, precisamente él, que tuvo voluntad de no ser visto, ahora tiene que dar la cara, la palabra, la obra y además, hacerlo bien. Que haya suerte César, sino siempre nos quedarán las poesías y las melancolías del mundo de Cunqueiro. Siempre nos quedará la imaginación de cómo nos gustaría que fueran las cosas.

Volveré a escribir sobre el nuevo ministro. Mejor dicho, más sobre el periodista, ensayista y poeta que conocí.

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6 de julio de 2007
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LEOPOLDO MARÍA PANERO, PREMIO CERVANTES

“Salí a la calle y no vi a nadie, / salí a la calle y no vi a nadie, / ¡oh, Señor!, desciende por fin / porque en el Infierno ya no hay nadie.”

Ese es un poema de los últimos años 70. Leopoldo ya estaba en manicomios, aunque todavía tenía bastantes posibilidades de escaparse, de hacer una vida bastante enloquecida pero sin tener la frontera de aquellas paredes.

Lo había conocido años antes. En las tabernas madrileñas. En algunas noches de alcoholes, mujeres y alguna poesía. Lo volví a ver en París, sería el año 74. Estábamos por allí felizmente ácratas, descreídos, noctámbulos, cantarines, escuchadores de García Calvo y bebedores de vino no muy caro en aquel bar de Saint Germain des Pres. Alguno vino con la noticia de que los “flics” habían detenido a Leopoldo Panero. Parece que lo habían pillado hurgando en alguna basura y le confundieron con un clochard. Cuando comprobaron que era algo pero, que era un alucinado poeta, la cosa se puso más complicada. Ya estaba en un camino muy peligroso para vivir entre las leyes de los otros locos, los del orden exterior, los que no están en los manicomios.

Después le volví a ver algunas veces. Nunca, casi nunca me reconoce. Una vez, hace ya bastantes años, conseguí un permiso para sacarlo durante dos días de Mondragón. La excusa era una entrevista con Lola Flores en Antena-3. Entonces España y la televisión eran así de surrealistas. Cuando Lola vio al poeta de cara alucinada, de ojos perdidos y palabras ininteligibles -pero tantas veces tan lúcidas, demasiado lúcidas- se negó a cualquier entrevista con aquél que le parecía un enviado del diablo. Lo mismo le había ocurrido con Albert Plá, ¿lo recuerdas Plá? En el caso de Panero fue su hija Lolita la que se atrevió a preguntar algunas cosas a ese poeta al que no entendió nada. Me encantaría rescatar aquellas imágenes. Acabamos un poco hartos del ritmo de coca colas y cigarrillos de Leopoldo. Tampoco era fácil seguir sus palabras, llenas de risas y de iluminaciones.

Siempre he seguido su poesía. No es el poeta que prefiero pero desde aquel camino primero de Swan y un poco después por las calles de Carnaby Street hasta nuestros días, sigo siendo un lector de ese poeta lleno de hallazgos. De luces, de demonios, de infiernos y de ángeles derrotados. Me pondría a la cabeza de un premio significativo para Leopoldo. Y no es el poeta que más me gusta, ni siquiera estoy seguro de que sea el Panero que prefiero, pero si de poetas españoles -y contra España- hablamos, pocos encuentro con más justicia para ser premiado. No será fácil convencer a esa gente. No hay nada más que ver cómo, quiénes y de qué corrientes poéticas son los jurados de los grandes premios. No sucederá el milagro, pero no me parece mal comenzar la campaña. Yo, al querido Leopoldo y a sus seguidores, les prometo que comenzaré la campaña. La próxima semana tendré la oportunidad de proponérselo a la ministra. Ya les contaré. Por ti brindo Leopoldo. Aunque sea un brindis al sol. Un brindis desde las cavernas iluminadas de alguno de tus infiernos.

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5 de julio de 2007
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ANGÉLICAS LOCURAS

“Si mis amigos no son una legión de ángeles clandestinos, qué será de mí”, un poema de Raúl Gómez Jattin que también sirve al autor del libro de miradas, voces, recuerdos, en fin una mirada oral para recordar al poeta tan loco, tan excesivo y tan lleno de gracias como fue Gómez Jattin. El libro lo firma un español apasionado de Colombia, un curioso diplomático, uno más, que es un apasionado de la poesía. Y de la vida. Se llama José Antonio de Ory, lo cuál ya nos da muchas pistas de por dónde van sus gustos literarios. Un sobrino de Ory, tiene que ser poéticamente interesante y humanamente también. Otro día hablaremos de Ory. Y otro día de Panero, mejor dicho, de los Panero. Del padre, del que encontré una hermosa y perdida edición en Bogotá. De los hijos. Y, por supuesto, del espíritu non santo del hijo más loco, del querido, vivo, lúcido y complejo Leopoldo María Panero… Pero hoy, así lo comprometimos, le toca al excesivo, recordado y recuperado Raúl Gómez Jattin.

Primero un poema autobiográfico, Íntimas preguntas, todos lo son: “¿De profesión? Loco. ¿De vocación? Lerdo. ¿De ambición? Terco. ¿De formación? Ángel. Y ni aún así pudo contrarrestar el cabrilleo de los ojos de Jorge.

¿De fornicación? Lento”

No estaba tan loco. Ni era tan angelical. Era de un pueblo, hijo del siglo xx y colombiano. Hubiera querido ser griego, presocrático, poeta, aristocrático y amante de jóvenes. Era, fue, marihuanero, drogota, bebedor, homosexual, bisexual y amante de quién pudo. Su vida terminó, después de muchos ingresos, de muchas caídas y abandonos, en una carretera bajo las ruedas de un bus. No se sabe si toreando a los coches como el torero que borracho de peligro se acerca a los pitones. El caso es que murió en la calle este poeta tan loco, tan callejero, tan feo y tan hermoso. Navegó como en un ebrio navío. Se quedó solo, como los hijos de la mar. Solo como no se merecen algunos hombres. Le gustaron las canciones, la compañía de Serrat. Le gustaron otros poetas, casi siempre los iluminados, malditos, locos y algunos tranquilos machadianos para confundirnos. O para dejarnos consumidos en la pura contradicción que tantas veces es la vida, que es la poesía.

Poeta erótico, atrevido, imaginativo -él y otros locos, conocen muy bien a esa “loca de la casa”-  que entre nosotros se puede encontrar en una edición de Pre-Textos. Yo agradezco mucho al Ory de aquellas orillas su acercamiento a este poeta que también amó a otro suicida, a uno que siempre recordamos cuando llega Agosto, y muchas veces sin que haya llegado, Cesare Pavese.

“A Cesare Pavese lo han calumniado. /Él no ha muerto/ Vive en un a pequeña casa/ en la mitad de mi corazón/ alegre y hermoso/ festejando un perpetuo Agosto/ con un amante juvenil y tierno”

Hoy Gómez Jattín, mañana, Panero o esos no candidatos al Premio Cervantes. “Más allá de este verso que me mata en secreto/ está la vejez -la muerte- el tiempo inacabable/ cuando los dos recuerdos: el de mi madre y el mío/ sean sólo un recuerdo solo: este verso.”

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3 de julio de 2007
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POETAS, ESOS LOCOS

Tienen su locura. Aunque tantas veces sólo está en los poemas. Conozco muchos poetas de vida muy tranquila, incluso de vida familiar más o menos convencional. La locura se escapa por los poemas. No deben engañarnos las formas en los poetas, incluso son gentes, muchos de ellos, que pagan los impuestos, conducen sin beber y programan sus vacaciones de verano.

Vuelvo de Colombia cargado de poetas, también de muchas prosas. No tengo información de la vida de algunos de sus mejores poetas. No sé casi nada de la vida de Gaitán Durán, Hernando Valencia, Gómez Valderrama o de León de Greiff. Tampoco demasiado de Eduardo Cote Lamus, tan admirable, tan admirado también por Caballero Bonald. Su hijo Eduardo, otro querido poeta, me regala la obra completa de su padre y me enseña la casa dónde ya nunca vivió el poeta, la casa de la madre viuda que, naturalmente, conservaba los libros del marido. Ahora que los dos murieron, los libros del padre, los cuadros, los objetos hay que repartirlos entre los hijos. Estuve en una casa donde, por últimos días, todavía seguían como testigos de vidas los libros dedicados por Juan Ramón, Aleixandre, Guillén, Dámaso, Alberti, Goytisolo… y otros amigos del poeta que murió, demasiado pronto, demasiado estúpidamente en un accidente de coche.

También en accidente de coche, imprevista e injustamente encontró la muerte otro de los grandes escritores europeos, George Sebald.

Los buenos poetas mueren menos que el resto de los mortales. Van quedando sus vidas, sus amores, sus excesos y sus pasiones contadas en sus poemas. Se quedan sus versos como descendientes, como testigos, como guías de nuestras imperfecciones en la vida. Al poeta Cote Lamus lo miramos en la foto del libro, sonriente controlado, con su traje de elegancia diplomática y lleno -como un niño travieso- de pajaritas de papel, de todo un zoo infantil que recorre su traje, se sube por su cabeza y nos devuelve la imagen menos seria, más cercana del poeta. También los poetas serios son unos locos, aunque saben tener miedo a los ángeles, “un ángel es un ángel pero cae/ y sigue siendo un ángel. Mas, temedle”.

Vivió deprisa, bebió despacio, murió pronto, nosotros somos capaces ahora de darle vida leyéndolo. No sé si es fácil encontrar aquí su poesía, le preguntaré al amigo Chus Visor, si lo hacen, no es mala parada para eso que llamamos vida cotidiana. Los poetas se nos pueden parecer en muchas cosas, se diferencias cuando escriben. Sobre todo si escriben en la hoja de una espada: “Destino es trazar paz adonde gima el pecho. / Crucé la vida hasta la empuñadura: me emparedaron por reliquia, por estar escrita: la estirpe ha muerto y yo me conmemoro.”

Mañana escribiré del más loco de los poetas colombianos, el también buscador de ángeles, de ángeles clandestinos, Raúl Gómez Jattin. Me encantaría regalar poetas, como no lo puedo hacer, regalo algunos poemas.

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2 de julio de 2007
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ARMAS Y LETRAS

Estoy en Bogotá, dentro de unos minutos se debatirá sobre los desafíos de la Industria Editorial, se están celebrando el II Acta Internacional de la Lengua Española. Hasta hace un rato todos estábamos matizadamente contentos, optimistas y esperanzados con la gran transformación que ha vivido, que sigue viviendo el país colombiano. Con el cambio vital y cultural en una de las más complicadas capitales del mundo.

Es Bogotá una ciudad fascinante por su crecimiento, por su transformación, también por su peligro, su manera de crecer bajo volcanes que no se ven, pero que ahí están. En la Capital Mundial del Libro de 2007, como así lo decidió la UNESCO, después de haber escuchado un discurso inaugural, también matizadamente optimista del escritor William Ospina sobre el futuro del libro, sobre el futuro de la lectura y sobre el comienzo de la modernidad de la mano del crecimiento del libro como un bien común para la mayoría.

Yo, como Ospina, soy de la tendencia optimista. Después viene la realidad y te muestra sus garras, sus miserias y su brutalidad. Mientras nosotros nos disponemos a debatir sobre las bondades de la cultura y su difusión,  en las sierras de Colombia acaban de asesinar a once diputados secuestrados por la guerrilla. Es muy difícil hablar con normalidad de las letras cuando las armas hablan de esa manera.

Ya ayer, antes de escuchar a Ospina, guardamos un minuto de silencio por la muerte de los soldados españoles y colombianos en lugar del mundo donde las armas están por encima de las letras. Ahora comenzamos con la sombra de esos otros muertos.

Hubo un tiempo que muchos intelectuales miraron con simpatía esos movimientos de “liberación” que se daban en muchos países de dictaduras en América, en otros lugares del mundo. Hoy ya no podemos justificar, por más torpes y vendidos que sean algunos gobiernos, por más desacertadas que sean algunas medidas y por más injusticia y desigualdad que exista en la sociedad. No podemos usar las armas. No se puede creer en el fundamentalismo del arma, la fuerza, el secuestro. No tengo solución. No tengo idea qué se debe hacer para terminar con las guerrillas secuestradoras y antidemocráticas. Tampoco sabemos cómo liberarnos de malos gobernantes. Cómo terminar con tantas desigualdades o injusticias. Hoy tampoco nuestra pluma vale lo que sus pistolas.

Y poco, no estoy seguro si nada, tiene que ver aquella pistola que cantaba Antonio Machado, con estas pistolas de las guerrillas colombianas. Poco vale nuestra pluma, pero no queremos cambiarla por sus pistolas.

Quería hablar de la hermosa y literaria ciudad. Lo haré en otro momento.

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29 de junio de 2007
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PRESTIGIO DE LA JUVENTUD

No recuerdo haber pensado demasiado sobre esto cuando fui joven. Tampoco demasiado en la edad madura, pero como los pensamientos son como asaltadores de caminos se han empeñado en complicarme mi tranquilo, más o menos, discurrir. El otro día citaba mal uno de los poemas que más veces he leído del muy querido, y leído, Jaime Gil de Biedma…Su poema “himno a la juventud” comienza así: “A qué vienes ahorra juventud, / encanto descarado de la vida?/ Qué te trae a la playa?/ Estábamos tranquilos los mayores/ y tu vienes a herirnos, reviviendo/ los más temibles sueños imposibles,/ tú vienes para hurgarnos las imaginaciones...”… Y termina, después de un hermoso y doliente transcurrir: “…Aunque de pronto frunzas/ la frente que atormenta un pensamiento/ conmovedor y obtuso,/ y volviendo hacia el mar tu rostro donde brilla/ entre mojadas mechas rubias/ la expresión melancólica de Antínoos,/ oh bella indiferente,/ por la playa camines como si no supieses/ que te siguen los hombres y los perros,/ los dioses y los ángeles,/ y los arcángeles,/ los tronos, las abominaciones…”

Pues eso, que no sólo hay que tener cuidado con las medusas. También es altamente peligroso a ciertas edades- ¿o debería decir a cualquier edad?- mirar en las playas, en las sierras, en las calles como pasan las descaradas jóvenes. Lo mejor es no mirar. No salir. No soñar. No hacerlo. ¿Será lo mejor ser Andy Warhol? No me lo creo, además te pueden pegar un tiro. Me voy, que pierdo el avión. Hablaré desde la tranquila, hermosa y divertida ciudad de Bogotá.

Ah, y gracias a Enea por ese rescate de la sinceridad del deseo de Cernuda.

Y otro ah, para aclarar a una amiga silenciosa que no confundí -o no quise que así pareciera- las historias de Lolita y Lost in traslation. Yo se quién de esos dos maduros me gustaría ser. Hablo demasiado pero bebo whisky.

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27 de junio de 2007
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ILUSIONES DE LA EDAD MADURA

Cuando me siento atraído por una mujer muy joven, por una casi adolescente, recuerdo -más que la novela de Nabokov- un poema de Jaime Gil de Biedma donde se echaba la culpa a la conturbadora belleza de los cuerpos, los gestos y los movimientos de los jóvenes al renacer del deseo en los mayores, “estábamos tranquilos los mayores en esta playa…”. ¿Por qué deseamos a las jóvenes? ¿Por qué las nínfulas, las lolitas, tienen esa atracción fatal en los que ya nos paseamos por la edad madura, incluso en los viejos? No tengo respuestas. Será cosa del demonio. Seguramente es algo así, algún Samael, ese espíritu del mal que anda suelto -como en el excelente relato de Bashevis Singer, La destrucción de Kreshev, que ahora rescatan los de el “Acantilado”-será “Aquél”, como los judíos nombraban al maligno, el que hace que se emparejen los viejos decrépitos y las jóvenes.

También como fatalidad, esta vez sin intervenciones demoníacas, lo cuenta la extraña, sorprendente escritora, tan joven y tan madura, que es Elvira Navarro. En una de sus inquietantes historias, la adolescente Clara, protagonista de su libro Ciudad en invierno, se siente fatalmente conquistada, secuestrada o lo que fuera aquello, por un viejo y solitario mendigo. Eso nos repele. Nos molesta o es motivo de sorna, de burla y de crítica. Ese espectáculo ridículo de los viejos enamorados, o al menos deseantes, de las bellezas de Susana. Tema recurrente, también en la pintura. Hace poco volvimos a ver el inolvidable cuadro de Tintoretto sobre esa pasión imposible.

Escribió Castelao, seguramente enamorado, una obra de teatro Os vellos non deben de namorarse. Casi nadie le hace caso. He conocido, maduros, inmaduros, viejos y hasta muy viejos que se siguen enamorando. Incluso sabiendo que son amores imposibles

Es una pena, una dura realidad, darse cuenta que la edad nos impide hacer del deseo una realidad. Es una derrota más con la que vamos recorriendo éste camino entre largo y muy corto que es nuestra vida de animal deseado y deseante. No me extraña que muchos hayan vendido su alma al diablo. Y que a otros no nos importaría hacerlo.

Antes de llegar al final de esa tan hermosa película de la hija de Coppola, Lost in traslation, nos hicimos la ilusión de que aquél amor entre la joven y el maduro podría tener un final distinto a la obra de Nabokov. No pudo ser. Cada uno sigue su vida. ¿Se podría escribir otro final? ¿Se podría hacer una segunda parte para que Scarlett Johansson y Bill Murray se pudieran encontraran en algún bar del Village neoyorquino? ¿Nos los podemos imaginar como pareja feliz? ¿La diferencia de edad no tiene importancia? Lo podemos intentar no es fácil. Además, ¡qué poco prestigio tienen los finales felices!

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25 de junio de 2007
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STEINBECK / CRUZ

Cuando terminé el texto de Juan Cruz, por algunos llamado novela y, desde luego una obra de no ficción, Ojalá octubre, me sentí en deuda con mi padre. Sentí no haberlo conocido mejor, haber hablado más o haber observado con más interés a ese enigma que es el padre. No lo hice, ya no lo puedo hacer.

Un gran libro para observar al padre, para observarnos a nosotros, es el libro que ayer presentaron en Madrid cuatro destacados lectores. Manuel Vicent, agudo observador de la figura del padre y uno de los mejores conocedores de los silencios y las palabras de Juan Cruz. Ángel Gabilondo, rector y filósofo, otro buceador por nuestras historias familiares. Marta Sanz, novelista que ha sabido encontrar en el terror, y otras cosas, en cualquier familia de apariencia vulgar. Y Juan Barja, editor y director del Círculo de Bellas Artes, que como los demás se dio cuenta que todo libro escritor sobre los otros, es un libro sobre nosotros mismos. Un gran libro, el mejor de un espacio, unas emociones, unas verdades y unos recuerdos de un escritor que escribe casi sin parar desde hace ya muchas décadas.

Un libro con aliento de algunos escritores que admiro del Sur americano. No tanto, prácticamente nada, del escritor que le dice el título, Truman Capote -¡qué buena esa otra mirada cinematográfica de A sangre fría que ahora se llama Historia de un crimen -sino a otros del profundo Sur y mucho menos cosmopolitas que Capote. Yo terminaba de leer el espléndido libro de relatos, Las praderas del cielo. Historias en un valle, seres humanos unidos por un territorio, como una novela de vidas cruzadas, de John Steinbeck que ha rescatado Riestra en su editorial, Ediciones del viento. Y recibí el mismo aroma, con las distancias, los tiempos, las referencias y lo que quieran, que en algunos personajes de la familia de Juan Cruz. El padre, también otros, podría ser perfectamente un personaje de esas “praderas del cielo”.

Las emociones y las lecturas son así de libres. Mi paralelismo entre Steinbeck y Cruz me sucedió en unos días de lecturas paralelas. Otra coincidencia. Estoy deseando volver a Steinbeck. Se que siempre seguiré leyendo a Juan Cruz. De uno soy amigo, del otro me hubiera encantado serlo. Me hubiera encantado conocer aquellas gentes de aquellos valles de California. Y después haberme podido escapar al mundo del Caballero del Rey Arturo en la compañía de ese elegante americano de pueblo. Un caballero del Sur.

Mientras tanto seguiré buscando las praderas del cielo. ¿Será posible encontrarlas por los alrededores de Vigo? Probaré, para Vigo me voy.

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20 de junio de 2007
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TARDE DE TOROS

Dicen algunos amigos, y les creo, que ayer vivieron una de esas tardes que nunca olvidarán. Eran gente aficionada a los toros. Aficionados a esa música callada que algunas veces, pocas, sucede en las plazas de toros. Y eso se siente o no se siente, se vive o no se vive. No pude vivirlo. Y lo sentiré como aquella corrida que nunca pude ver de aquella faena de Antoñete con el famoso toro blanco, aquel toro que se llamaba “Atrevido” y que el maestro lo amó al torearlo como el que ama a una mujer. No vi aquella faena que tantas veces he soñado. Pero al maestro lo vi muchas veces, en los años 70 y, sobre todo, en sus increíbles, maduros y hondos años 80. También pude ver a algunos de los otros grandes, por recordar a dos inolvidables, volveré a Curro Romero, saliendo después por la puerta grande de Las Ventas. Y a Rafael de Paula, nunca nadie tan despacio, nunca nadie tan elegante. Y, por suerte, unas cuántas tardes, y siempre me parecieron pocas, pude ver la tranquila profundidad, el sitio y el temple de José Tomás. ¡Y ayer no estuve dónde tendría que haber estado!

Ayer, en Barcelona, volvió el torero José Tomás por donde solía. Ayer escucharon su mejor música, su silencio. También vivieron la emoción de ver al torero en la arena, tendido, a merced del toro. Ayer, no estuve en esa tarde de toros. En la misma donde un torero de mucha historia familiar, de demasiada atención mediática, dicen que también demostró ser un torero de verdad. Ayer no estuve en Barcelona, en una tarde de toros.

Como las desgracias nunca vienen solas, ayer me tocó ver un partido de fútbol -o lo que fuera- que remató una arbitrariedad anunciada. Ganaron los más poderosos, los más ricos, los más famosos. No ganó ni el fútbol. Ni el espectáculo. Ganaron unos que están acostumbrados a ganar. Que toman las calles. Que hacen fiestas, venden camisetas, venden famosos, venden terrenos y hacen dinero. Ganaron porque el fútbol tiene una música ruidosa. Tiene el color del dinero. Un deporte, un juego, donde los que mejor juegan no tienen por qué ganar. Y sé de qué hablo. Soy de un equipo que ni juega, ni gana, ni se le espera. Pero no soporto que la calle la tomen esas estrellas del fútbol como aburrimiento.

Hoy me toca soportar una celebración que celebra la mediocridad, el poder del dinero, el aburrimiento deportivo y que, además, rematan su fortuna con una ofrenda a una virgen. Eso tiene su lógica. Tienen fe en los milagros. Y además tienen razón en tenerla.

Ayer en Barcelona hubo toros. Lo que no tengo tan claro es que en Madrid hubiera fútbol. Como la cosa madrileña siga así, yo me hago ciudadano de Barcelona.

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18 de junio de 2007
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DYLAN

¿Me alegra que Dylan sea premio Príncipe de Asturias? No lo sé. Además, como no vendrá a recoger el premio, nunca sabré si su visita, su paseo entre monárquicos, civiles y demás sociedad que se da cita en Oviedo, será tranquila, rápida, amable, antipática o no será. Lo siento por los ilusionados “dylanianos”, pero que Bob Dylan acepte recibir el premio, que resista las ceremonias, me parece más difícil, aún más que un rico entre en el reino de los cielos. ¿O ya los dejan entrar? ¿O siempre entraron y me estaban engañando? ¿O el cielo es también una parcela suya?

Me resulta simpática esa jornada, con las gaitas, el teatro tan burgués, la ciudad de provincia lanzada a la calle, el enorme culo/ escultura que saluda a los invitados, la sidra y esa colección de estatuas, bustos y cabezones que hacen que a la muy noble ciudad de Oviedo -aquella Vetusta de Clarín- la llamen la ciudad del Belén, por tantas figuritas. Eso lo dicen sus vecinos, los de Gijón, a los que los de Oviedo llaman “culo mollaos”. Cosas de provincias.

Ojalá me equivoque. Ojalá Dylan esté allí, entre Leticia, el Príncipe, los principescos, sus compañeros premiados y los guapos invitados. Pero no consigo ver esa foto. Y eso que con Dylan hemos visto fotos que nunca hubiéramos imaginado. Pero la mejor de todas, para mí, fue la del concierto genuflexión ante un Papa que se dormía con sus canciones. Era el Papa Woytila, que no se molestó demasiado en disimular su aburrimiento ante las canciones y los gestos  de nuestro “papa negro”.

Y es que nuestro judío imprevisible, el cantante que más tiempo hemos seguido en nuestra vida, ese flaco, raro e independiente que no se doblegaba ante nadie, se agachó ante el “rey de Roma”. Yo estaba en Italia, en el pueblo de Fellini. Recuerdo que en aquellos días concentramos tanta energía cabreada los seguidores de Dylan que un terremoto estuvo a punto de cargarse los frescos maravillosos de la basílica de Asís. Pensé que era un castigo de la naturaleza, una venganza de los descreídos y seguidores de Dylan. Después pensé que no podía pensar aquellas tonterías porque no soy creyente. Y también dejé de creer en Dylan. Pero volví a creer en él. Mi última peregrinación fue en el concierto de Alcalá de Henares. Hace dos años, en el Palacio Episcopal, uno de los lugares centrales de la historia de España, y del Renacimiento. Dylan no se inmutó. Comió en el comedor de los arzobispos, de los reyes, de la putrefacta corte de otros anteriores a los Borbones. No hizo caso a su entorno, Cantó, también sin saludos ni concesiones, maravillosamente al estilo dylaniano. No le importaba casi nada. Nos puso en nuestro lugar. Demostró su grandeza. También su frialdad. No le importaban reyes, ni lacayos. Ni premios, ni castigos… Ahora será Príncipe de Asturias. Que lo veamos.

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15 de junio de 2007
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El Boomeran(g)
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