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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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Buen escritor / peor persona

El interés por el escritor, y por la personalidad, de César González Ruano se despertó en el también escritor- y poeta- José Carlos LLop en un viaje en ten a una ciudad andaluza. Los trenes eran más lentos, permitían terminar una novela en un trayecto Madrid-Granada. Lo que el lector LLop leía no era una novela, eran las memorias de uno de los más agudos estilistas de la escritura en la prensa, las memorias- llenas de sus fantasías de hombre de mundo- del escritor, y también poeta, César González Ruano. Un apasionante libro/ensayo narrativo sobre CGR que yo también he leído en una viaje en tren al sur. A pesar de la rapidez del AVE casi pude terminar sus apasionantes ciento cincuenta páginas en el trayecto hasta Sevilla. El resto lo leí en el hotel al caer una calurosa de noche de Noviembre sevillano. Otra vez tuve la impresión de estar acercándome a la vida de un ser lleno de defectos. Un tipo arrogante, mentiroso, traidor, falsificador, tramposo, cínico, farsante y toda una serie de defectos que irían construyendo una vida, sin duda, llena de complejidades, de sombras, de miserias morales y otras cualidades que hacen de CGR un ser realmente apasionante. Un mal tipo y un gran escritor. ¿Alguien dijo que para escribir bien haga falta ser buen tipo? ¿O buena persona? No hace falta nada más que estilo, y tener algo que contar. Incluso poco que contar y gran estilo. Eso lo tenía el farsante ser humano que fue CGR. Hizo Llop con su libro algo que no nos viene mal, crearnos el deseo de volver a leer a ese vanidoso que supo escribir con tanto interés. Estoy deseando volver a casa para abrir, otra vez, las memorias de un tipo al que no me hubiera importado conocer. Me gustan los malos. Al menos para algunos momentos. Me gustan inteligentes y no me importa su amoralidad. Estamos hablando de literatura. No de amistad. Gracias otra vez a Llop, por un César que merece la pena leer. Y por otros de su isla que también un día me supo hacer revisitar. Los hermanos Vilallonga. Y también gracias por algunos poemas de su libro “La avenida de la luz”. De ese libro un pequeño poema escrito entre oriente y occidente: “In the mood for love: L’amor mai no canvia, Pero el temps sí: Stendhal plorava a l’òpera. Jo ho faig al cinema.”

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8 de noviembre de 2007
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Tánger

Hace muchos años conozco Tánger. En realidad la conocía antes de haberla visitado. La había leído, mitificado y visto en el cine, fotografías, textos, pinturas y otras maneras de reinventar ciudades. No tenía ya mucho que ver con la ciudad abierta, permisiva, “pecadora”, mundana, cosmopolita y otras muchas cualidades que acompañan al mito de esta ciudad que vive entre dos mares, entre dos continentes, entre dos mundos.

Fue una ciudad idealizada porque era abierta, no tenía un poder rígido, era permisiva en sus costumbres, buena para el refugio y el ocultamiento. Ciudad ideal para los buscadores de sexo. De toda clase de sexo, aunque se destacó como uno de los paraísos del mundo gay. Aunque muchos buscaron otros tipos de encuentros sexuales, el que allí hubieran vivido y disfrutado los Bowles, Truman Capote, Ginsberg y toda una tribu de excéntricos escritores, fotógrafos, diseñadores, músicos y ricos de toda condición, crearon la leyenda.

Tánger es mucho más. Los que no hemos ido buscando esa clase de encuentros lo sabemos. Es lo que fue y todo lo que se traiciona a sí mismo. No guarda fidelidades, se transforma, decae, renace, crece, se islamiza, se reinventa, se mantiene y es infiel como una vieja dama indigna. He conocido el Tánger narrado, el añorado, el nostálgico de los que vivieron su edad dorada, pero no me defrauda este otro que sabe mezclar lo hortera, la decadencia, lo medieval y lo indefinido de su actualidad. Unos días tangerinos, tan cerca de Ceuta, tan al margen de los conflictos de identidad, de banderitas, de monarcas de una y otra orilla. El mundo, la política, la patria y las exaltaciones de ese estilo se quedan para ciudades menos impuras. Tánger, no sé por cuánto tiempo, mantiene una excelente impureza.

Ya no es aquella ciudad que dio el argumento para una película que se llamó Casablanca, pero sabe mantener su impureza. Y esa belleza autóctona que supieron captar, pintar Matisse, Delacroix o el gran Antonio Fuentes. Ciudad de pintores, de esos o de otros tan vivos como Pepe Hernández. De modernos tan clásicos como Emilio Sanz de Soto. De escritores tan apreciados como Ramón Buenaventura. Y de gentes tan abiertas como sus vientos. No quedan muchas ciudades así. No durarán mucho tiempo. Las están vendiendo. Hay que darse prisa. Incluso es posible que ya sea tarde. Aunque si se sabe mirar, algo queda. Que no es poco.

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6 de noviembre de 2007
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Edad del escritor

Una vez me dijo alguien muy conocido en el mundo de las letras, bueno en alguno de sus márgenes para ser más precisos, que le resultaba extraño que yo siguiera leyendo novelas después de haber cumplido los cuarenta años. Y después de los cincuenta. Incluso me imagino acudiendo al viejo vicio muy anciano si puedo y llego. Me sienta bien. Me inquieta y me emociona, me ordena y me desordena. Creo que seguiré enganchado a las buenas novelas. Siempre nos quedarán, además, las relecturas. Y siempre estarán los poetas, la poesía. Es cierto que cada vez leo más ensayo, más historia, más biografía pero esas miradas a la realidad necesitan la fuga de la imaginación. La verdad de la imaginación. Así lectores seremos a cualquier edad.

¿Y novelista? ¿Poeta? Acaso hay edades para escribir una novela, para ser poetas. No son tan normales los casos de escribir una primera novela pasados los sesenta años. Es como una extravagancia. ¿Qué hace este señor maduro, tirando a muy maduro, entretenido en una novela con el coraje, la energía y otras cosas que su escritura demanda? Hay casos. Veremos casos. Nos alegraremos con alguno muy pronto. Nos gusta. Nos anima. Nos da esperanzas como lectores y como hipotéticos escritores de una novela que llevamos tanto tiempo pensando. A partir del lunes podremos volver al asunto.

Poetas. Esos parece que siempre tendrían que ser jóvenes. Tampoco es así. Uno de los libros más jóvenes y rebeldes de nuestra última poesía lo escribió el pasado año José Manuel Caballero Bonald, pasados los ochenta años y con el deseo de infracciones como si fuera un joven rebelde con muchas causas.

El economista Sampedro, que ya había escrito algo de joven, volvió con vigor y entrega literaria a partir de los sesenta años. A esas edades escribió su mejor novela, Octubre, octubre. Y todavía no ha parado.

Sigue escribiendo, más que nunca otro de los mejores y también octogenario, Ramiro Pinilla, Ahí están para demostrarlo las tres mil páginas de Verdes valles, colinas rojas. Y la nueva, excelente, mirada novelada a la Guerra Civil, La higuera.

No hay edad para el escritor. Y lo mejor, tampoco hay edad para comenzar una carrera como novelista. El lunes me lo dirán.

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2 de noviembre de 2007
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Cementerios y literatura

Me gustan los cementerios. Me gustan en la realidad y en la ficción. La literatura, sobre todo la poesía, que se ha dedicado a esos espacios dónde aparentemente descansan los nuestros ha dado grandes poemarios. También hermosas páginas de literatura gótica, de narraciones del miedo, de cuentos de terror. Pero hoy quería hablar del libro que prefiero a la hora de pensar en un cementerio. No me olvido del “Cementerio marino” de Paul Valery. Ni del más cercano, por evocaciones diversas,  “Cementerio civil” de Gerardo Diego. Aunque cuando llegan éstos días de visitas a los cementerios- nunca los visito, pero me gusta esa reunión de gentes que veo en los cementerios, entre las tumbas, en días como éstos- el libro que vuelvo a leer es la “Antología de Spoon River”, de Edgar Lee Masters. Uno de los mayores libros de la poesía americana. un poemario que renovó la poesía americana, que dejó su influencia en poetas que llegaron avanzando el siglo veinte y no solo americanos. el abogado lee masters, el joven que quería escribir, el gran poeta, el escritor de estas vida de un cementerio de un pueblo que nunca existió, creó un espacio universal, dio vida eterna a esa comunidad de seres corrientes de la america profunda, que son seres parecidos a los de cualquier comunidad en cualquier parte del mundo.

Contar la verdadera vida de un pueblo en un poema,  en versos libres que nos hablan desde sus lápidas. Unas lápidas que ya no dicen mentiras de sus habitantes. Unas crónicas verdaderas de vidas fracasadas, felices, humilladas, arrepentidas, sinceras, mentirosas. Vidas de una comunidad que, como tantas, estaba llena de secretos y mentiras. La verdad literaria. La verdad en las lápidas de su colina. Una de esas colinas de algún pueblo de las grandes praderas. Estos poemas lapidarios me acompañaran siempre. Como siempre me acompañó, me sigue acompañando, ese largo poema, esas coplas que Jorge Manrique escribió para la muerte de su padre.

Así empieza la antologóa de Spoon River, el primer poema dedicado al cementerio, a la colina:

“¿Dónde están Elmer, Herman, Bert, Tom y Charley,
el débil de voluntad, el de fuerte brazo, el payaso, el borracho de las peleas?
todos están durmiendo en la colina.
uno murió de fiebre,
otro se quemó en una mina,
a otro le mataron en una riña,
otro murió en la cárcel,
otro cayó de un puente donde trabajaba para mantener a su mujer y sus hijos…
todos, todos duermen, todos están durmiendo en la colina…”

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31 de octubre de 2007
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Cerca de Krahe, lejos de Smith

El viernes pasado, tuve un día y una noche feliz en Cádiz. Gente interesante en una de las ciudades más hermosas que conozco, en una de las más antiguas ciudades de occidente, en esa isla liberal, constitucional, contradictoria, hermosa, viva, vital y también con muchas carencias. En Cádiz para participar en un ciclo sobre arte y crimen- me tocó ese lado que conozco un poco: prostitución y libros- una curiosa relación que se extiende a todas las artes y a todas las formas de la vida criminal y sus alrededores. Una noche que comenzó con la actuación de un cantante, un poeta, un irónico lúcido que sigo y conozco hace ya tantos años, Javier Krahe. La mejor versión española de Georges Brassens, con incrustaciones de Serge Gainsborugh, trozos de Dylan y gramos de Leonard Cohen. Y sobre todo una manera de estar y decir ciertas cosas del paso del tiempo, el deseo, la mentira, el amor y su física y química, como ningún otro entre nosotros. Hay otros pero tienen más ternura. Krahe, por encima de otros, al lado de  Pí de la Serra, de Pau Riba y como maestro de Albert Plá, es el primero de nuestros cínicos imprescindibles. El humor también puede ser inteligente. Nada que ver con esos charlatanes de tienen éxito en televisión. También canta a su aire. Y es capaz de llevar músicos que queremos tanto. Pues eso, todo bien… y sin embargo quería estar en otra parte.

Sí, yo quería haber sido uno de esos que estuvo cerca de mi desconocida amiga/amada hace también tanto tiempo. Hubiese querido ser el que aplaudiera de cerca a esa mujer capaz de cantar, decir y estar como si una actuación fuera un orgasmo de larga intensidad. Quería ser uno de esos que estuvo cerca de Patti Smith en su particular homenaje a nuestro hermano Rimbaud cabalgando por algún lugar de nuestro espíritu libre. Creo que estuvo bien. Muy bien. Maravillosa dicen. Yo me muero de envidia. Quiero estar en dos sitios, en más. Espero noticias de Patti de mi amiga Laura. O de Adrián Vogel. No sé, de algunas/os que saben que la música nos permite seguir paseando más o menos felices en noches como ésta. Aunque estuviéramos lejos de Smith o cerca de Krahe. No hay días perfectos.

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29 de octubre de 2007
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A Dylan, el ausente

Nunca podré separarme de Dylan.Tampoco nunca hemos estado juntos. Así es todo más fácil. Dylan, el ausente anunciado de los Premios Príncipe de Asturias. ¿Quién pensó que vendría Dylan? ¿Qué jurado no aseguró antes su presencia? Acaso no conocían el carácter, las rarezas, el genio y otras cosas que hacen que el judío- y un poco cristiano- que nos cambió las músicas y las letras se mueva por razones no musicales y crematísticas. Las hay, pero son muy impenetrables. Me gusta ver su lugar vacío. Ese escenario que ocupará con sus buenas intenciones y su pesadez la estrella de Al Gore. El mismo que ocuparon gentes que nos gustan, al lado de otros que nos son indiferentes.

Muy dylaniano eso de dejar colgados a príncipes, principados, aristócratas y burgueses más o menos ilustrados. Para uno como él, que hizo dormir al Papa en el mismísimo Vaticano, eso de venir al premio es una preocupación que le ocupa el mismo espacio que la calderilla.

Creo que muy pronto se dieron cuenta de que sería un premio  en ausencia. No importa. Dos de los mejores premios Nóbel tampoco quisieron estar presentes, Samuel Beckett y Jean Paul Sartre. Su ausencia se queda compensada con su último disco/fetiche que recopila sus mejores cincuenta canciones. Y, por si alguno se queda con sed de Dylan, se acaba de publicar el libro con todas sus letras traducidas. ¡Ay, no es la esperada traducción de Rodrigo Fresán! No sólo están traducidas, traicionadas, sus letras, sino que en las más de mil doscientas páginas, se cuenta la historia de casi todas sus canciones. No es pequeño regalo, yo me lo regalaría.

Y de Dylan a Dylan, pasando por unas copas. Recordé escuchando a Dylan al otro, al primero, al poeta. El que llegó de Gales a Nueva York, pasando por los bosques de cerveza, de whisky y de muy poca leche. Dylan Thomas, el poeta que cedió su nombre al otro poeta que canta, a decir de sus amigos era “como una urraca. Siempre sabía exactamente qué era lo que quería robar”. Un gran poeta “al que sólo le interesaba la gente en la medida que ésta pudiera darle lo que necesitaba”. En fin, no seamos tan duros, quedémonos con el testimonio de su mujer:”Dylan era un cabronazo”. Nada demasiado raro entre los seres humanos. Menos si se llaman Dylan. Pero, ¿qué importa? Ahí están las canciones de uno. Los poemas de otro.

Adiós, y felicidades a Bob, con un fragmento de poema de Dylan:

“En este oficio o arte taciturno
que ejerzo en el sosiego de la noche
cuando sólo la luna rabia
y los amantes yacen en el lecho
………………………………
No para el hombre altivo y ajeno
a la rabiosa luna escribo
en estas hojas rociadas de espuma,
ni para los muertos encumbrados
con sus salmos y ruiseñores,
sino para los amantes, que abrazan
las tristezas de los siglos,
que no pagan con elogios, ni sueldos
y no tienen en cuenta mi oficio o mi arte”

Nunca serán mis amigos, pero no me quitarán sus compañías.

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26 de octubre de 2007
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Al Gore

Creo que si fuese ciudadano de USA votaría a Al Gore. Al menos lo hubiera votado contra ese que le arrebató con artes dudosas la presidencia. Ese de cuyo nombre no quiero acordarme. Ese que no me gusta ni para amigo de Aznar, bueno, aquí exagero. Sí creo que puede ser un buen amigo de Aznar, pero pocos méritos más.

Ahora bien, una vez entregado mi voto para Al Gore, no le daría ni un voto para su documental famoso, “Una verdad incómoda”. Me parece, para empezar, un rollo. Una lata personalista, un cine de agitación y propaganda- lo cual no quiere decir que sea malo, hay ejemplos extraordinarios en ese cine desde Eisenstein a Riefensthal pasando por varias guerras y posguerras- lleno de buenas razones y de pésimos resultados. Naturalmente hablo de resultados, de verdades artísticas. De los otros ya sabemos que es un éxito por más incomprensible que nos parezca. Premiado con dos Oscar. Después premiado el protagonista absoluto con el Príncipe de Asturias, con el Nóbel, con el Premio de honor por ser vecino modelo de su barrio y con la medalla de platino por ser el más guapo de los sesentones perdedores de la Casa Blanca. En fin, un gran tipo. Lo que pasa es que se lo ponen fácil. Por un lado ataca a su favor un tal Rajoy que tiene un primo en Sevilla. Y por otro, regalan su tocho documental los socialistas en los colegios públicos. Negocio con la izquierda impulsado por las torpezas de la derecha. Desde luego Gore es un tipo con suerte. El gran negocio de no haber ganado las elecciones.

Seguro que el mundo, no sólo USA, hubiera sido más razonable con un presidente como él. No hubiera existido la guerra de Irak- digo, es un decir y desear- , Nueva Orleáns quizá no hubiera sufrido lo que sufrió y posiblemente se conversaría más de las cosas importantes que del juicio a Michael Jackson, por ejemplo.

Dice Gore en su libro, “Ataque a la razón”  que:”la buena noticia es que ya sabemos que hacer. Que disponemos de todo para hacer frente al calentamiento global….Que tenemos de todo, menos la voluntad política”. Espero que llegue al poder- a pesar de su mal documental, de su negocio redondo con ese reportaje de culto a su personalidad, a su lado bueno y cargado de razones y sin embargo, romo y pesado desde el lado artístico- antes de que el deterioro de la autoridad moral de los mandatarios, de los dirigentes de USA pueda caer más bajo. Que además de triunfar en Europa, como si fuera un Woody Allen, un Bob Dylan-¡ya quisiera!- lo haga en su país para el bien de todos. Y para librarnos de la pesadez de documentales cómo ése. Y además repartido en los colegios. ¡Cómo aquella leche en polvo de los años de la guerra fría! 

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24 de octubre de 2007
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Galdós, ¿”El garbancero”?

No recuerdo quién fue el que con la peor intención, no sin cierta gracia y con alguna envidia, despachó la literatura de Galdós, diciendo que su forma de escribir era propia de “Don Benito “el garbancero”. Ese mote, “el garbancero”, hizo fortuna en algunos que consideraban a Galdós un escritor casi costumbrista. Un escritor pasado, dominador y cabeza visible de un realismo de pucheros populares madrileños. Algo así como un naturalismo de corralas y zarzuelas y con agua, azucarillos y aguardientes. Así, esos lugares comunes, esas mentiras hicieron mecha en unos cuántos modernos. Y provocaron que algunos listillos que pedíamos la ruptura narrativa con el pasado tuviéramos a Galdós en menos consideración que algún latazo del “nuveau roman”.

Confieso que hasta las recomendaciones de Buñuel en sus memorias -y a pesar de la fascinación por “Viridiana” y “Tristana”- no me decidí a leer con normalidad a Galdós. Han pasado décadas y olvidos, han pasado novelas, han pasado escritores de los que apenas recordamos un título. Y el mismo tiempo, en algunos casos mucho más, ha pasado por Galdós y sigue siendo un placer renovado.

Ahora recuerdo aquello del “garbancero” por los datos que nos aporta un pequeño libro, casi un opúsculo, que escribió Galdós con motivo de su viaje a la casa de su admirado Shakespeare. Hablamos del año 1889, y no era el primer viaje a Inglaterra del nuestro escritor. Hablaba inglés, había traducido los papeles del Club Pickwick, era un español cosmopolita que admiraba la literatura inglesa y su sistema político. Además de un gran viajero, planeó ese mismo año un viaje a Polo Norte, aunque nunca lo llegó a realizar. Fue el primer español, al menos que se tenga constancia, que visitó la casa de Shakespeare en Stratford. Era muy amigo del cónsul español en Newcastle, Pepe Alcalá-Galiano, y se movía perfectamente por las ciudades, pueblos y ferrocarriles de media Europa. ¿Tenemos que seguir llamando “garbancero” a este español tan mundano? ¿Y al escritor, quién quiere negar su universalidad porque escriba de barrios y gentes que conoció en sus paseos por la realidad geográfica y la realidad del ser humano?

¿Es mucho más escritor el comedor de setas, de comida japonesa o de la reconstrucción de Adriá que el comedor de garbanzos?

Habrá que imaginar a Juan Sebastián Bach comiendo codillo y después componiendo sus elevaciones para perdonar que los personajes de Galdós tuvieran el mal gusto de comer cocido. Y encima madrileño

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23 de octubre de 2007
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El efecto Guggenheim

Así se llama un ensayo del pensador y profesor que surgió de Deusto, Iñaki Esteban y que sabe muy bien de qué espacio habla. El lugar donde hoy está ese corazón de Bilbao ayer, hace diez años, era el lugar de la herrumbrosa decadencia de una  ciudad famosa por su orgullo -entre otras muchas cosas- pero que estaba conociendo tiempos de decadencia. Llegó el Guggenheim, y sobre todo, llegó el edificio de Frank Gehry y el basurero de esa zona se convirtió en emblema de modernidad. En ornamento de una ciudad que pretendía ser otra, quitarse boina, soltarse mitos y mirar al futuro sin complejos.

Eso no es fácil, no se hace solo con una arquitectura espectacular, con un museo llamativo, con esponsorizaciones globales y con otros arquitectos estrellas llenando con su  firma el metro, los puentes o los nuevos rascacielos de una ciudad tradicional, de una ciudad que conoció el cambio -no sin resistencia- de los verdes valles a las colinas rojas. No es solo el efecto Guggenheim el que permite el cambio en el espíritu de la ciudad.

Como dice Iñaki Esteban, “hablar del Guggenheim sólo como cultura es como hablar de fútbol de Primera División solo como deporte”. El Guggenheim y su efecto son mucho más que un hecho cultural. El efecto Guggenheim, si no se tuerce en proyecto solo ornamental o se banaliza en sus contenidos, es en diez años de vida el ejemplo de cómo se inventa un lugar simbólico del cambio de una ciudad. De la transformación de un pueblo y de sus relaciones con el exterior. El efecto de apertura al mundo y su complejidad, la ruptura con un nacionalismo cerrado y de taberna , el fin del orgullo de raza y el ser capaces de saber que en el mestizaje, en la llegada del otro, de los otros, está la mejor solución contra el muro de la intolerancia.

A pesar de los gustos de Gerhy también han limpiado el entorno. Lo han ajardinado, suavizado, dulcificado. Ya no tiene la personalidad herrumbrosa de antes, ese aspecto industrial, lleno de contenedores, de vías electrificadas o de pintadas pro-etarras. Han querido limpiar, despejar y hacer brillar lo que Esteban llama “un inmueble fotogénico, orgánico y orgásmico”.

Estuve en la inauguración, he vuelto después de diez años. Han pasado muchas cosas, muchos Armani, Hugo Boss y otras fáciles marcas del lujo “popularizado”, pero también han venido algunas exposiciones que merecieron la pena. Y sobre todo, ahora, en esta conmemoración, para los que quieran seguir el mejor arte del imperio americano, la innovación de lo que nos vino de USA -un arte imprescindible para entender nuestro tiempo- que se disponga a visitar esa exposición llamada “Art in the USA”. Un mundo lleno de hermosas paradojas.

Visita aparte los laberintos de Richard Serra. Como si paseáramos por Fez, por un cañón o por las estrechas calles de alguna ciudad silenciosa. Hermosas sus hierros que van cambiando el color con los años. También la herrumbre es hermosa. ¿Dónde estarán las toneladas perdidas en el Reina Sofía? ¿Estará la obra de Serra siendo vendida como chatarra? Que la chatarra no llegue al efecto Guggenheim.

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22 de octubre de 2007
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MILLÁS

Desde la primera vez que leí a Millás al Premio Planeta han pasado treinta años -de casi todo hace ya 30 años- y no me parece que sea muy distinto de aquel desconocido de entonces. De aquel cercano y raro, por lo que escribía y desde dónde escribía. La primera novela que leí fue su segunda, Visión del ahogado. Aquella novela me hizo buscar la anterior, su inicial novela, Cerbero son las sombras. También extrañamente interesante. Años después, con motivo de la publicación de Letra muerta, creo que su cuarta o quinta novela, conocí al autor y la sorpresa fue que resultó ser tan interesante, raro e incalificable como sus escritos. El autor, más allá de sus escritos, merecía la pena.

Con irregular frecuencia he seguido su obra novelística, sus cuentos y por supuesto su notable, sobresaliente, obra de columnista, de periodista francotirador, de agudo buscador de otras orillas, de otras vidas que se parecen a las nuestras y que habitan al otro lado del espejo. Es uno de nuestros grandes escritores, aunque sus novelas ya no hayan producido en mí el mismo efecto que cuando entonces.

Nada, casi nada, de Millás me es ajeno. Ayer me sentí feliz pudiendo desear que llegara un libro con el Premio Planeta. También fue un placer que el año pasado se sumara a esa fiesta comercial y literaria otro escritor, Álvaro Pombo. No siempre ganan el premio  literario mejor dotado de los de nuestra lengua los escritores. Algunos años lo han ganado dudosas operaciones mediáticas, extravagantes o de otra índole.

Volveré a Millás, volveré a su libro ganador. Seguramente esa  novela llamada El mundo será la de mayor venta en el país, en el planeta hispano, en los próximos meses. Con la rivalidad en su propia casa. Con un competidor que es compañero de millones y comercio, Boris Izaguirre. Nunca lo leí, muchos, al menos algunos, me aseguran que es buen escritor. Ayer, para mi sorpresa, me pareció que Gimferrer hacía una leve crítica la novela de Izaguirre por estar demasiado bien escrita. ¿Quería decir que no es bueno que una novela esté bien escrita? Leeré las dos, sí, pero desde luego estoy deseando por ese Millás autobiográfico que nos traslada a Madrid años 50/60. Un mundo, una ciudad, una calle y una época que tiene unos cuantos buenos escritores. Algunos muy buenos. Uno excelente. Y esperando la excelencia de Millás me voy para Jerez. Y brindaré con más de lo mismo. Nadie dijo que tuviera que ser muy original. Simplemente soy razonablemente infiel.

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17 de octubre de 2007
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El Boomeran(g)
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