Javier Rioyo
No recuerdo quién fue el que con la peor intención, no sin cierta gracia y con alguna envidia, despachó la literatura de Galdós, diciendo que su forma de escribir era propia de “Don Benito “el garbancero”. Ese mote, “el garbancero”, hizo fortuna en algunos que consideraban a Galdós un escritor casi costumbrista. Un escritor pasado, dominador y cabeza visible de un realismo de pucheros populares madrileños. Algo así como un naturalismo de corralas y zarzuelas y con agua, azucarillos y aguardientes. Así, esos lugares comunes, esas mentiras hicieron mecha en unos cuántos modernos. Y provocaron que algunos listillos que pedíamos la ruptura narrativa con el pasado tuviéramos a Galdós en menos consideración que algún latazo del “nuveau roman”.
Confieso que hasta las recomendaciones de Buñuel en sus memorias -y a pesar de la fascinación por “Viridiana” y “Tristana”- no me decidí a leer con normalidad a Galdós. Han pasado décadas y olvidos, han pasado novelas, han pasado escritores de los que apenas recordamos un título. Y el mismo tiempo, en algunos casos mucho más, ha pasado por Galdós y sigue siendo un placer renovado.
Ahora recuerdo aquello del “garbancero” por los datos que nos aporta un pequeño libro, casi un opúsculo, que escribió Galdós con motivo de su viaje a la casa de su admirado Shakespeare. Hablamos del año 1889, y no era el primer viaje a Inglaterra del nuestro escritor. Hablaba inglés, había traducido los papeles del Club Pickwick, era un español cosmopolita que admiraba la literatura inglesa y su sistema político. Además de un gran viajero, planeó ese mismo año un viaje a Polo Norte, aunque nunca lo llegó a realizar. Fue el primer español, al menos que se tenga constancia, que visitó la casa de Shakespeare en Stratford. Era muy amigo del cónsul español en Newcastle, Pepe Alcalá-Galiano, y se movía perfectamente por las ciudades, pueblos y ferrocarriles de media Europa. ¿Tenemos que seguir llamando “garbancero” a este español tan mundano? ¿Y al escritor, quién quiere negar su universalidad porque escriba de barrios y gentes que conoció en sus paseos por la realidad geográfica y la realidad del ser humano?
¿Es mucho más escritor el comedor de setas, de comida japonesa o de la reconstrucción de Adriá que el comedor de garbanzos?
Habrá que imaginar a Juan Sebastián Bach comiendo codillo y después componiendo sus elevaciones para perdonar que los personajes de Galdós tuvieran el mal gusto de comer cocido. Y encima madrileño