Así pretendió desde sus orígenes el poeta Caballero Bonald que fuera Campo de Agramante, revista cultural que nació a la sombra de su fundación, en Jerez de la Frontera. Efímera, desde luego al celebrar sus primeros diez años, ya no conseguirá serlo. Lo efímero no se dilata tanto, no resiste el paso de los años. ¿Y municipal? ¿Por qué ese desprestigio de lo municipal? Será que lo municipal nos recuerda a los guardias, los alcaldes, los pequeños casinos y esas revistas, publicaciones y mamotretos que suelen subvencionar las Diputaciones Provinciales para contentar a los recaudadores de votos.
Alguna vez escuché que alguien proponía para terminar con nuestros desencuentros históricos que en vez de ser una España de las autonomías fuéramos una España de los municipios. Y creo que aún así nuestras desavenencias y desencuentros no tendrían solución. Ni proponiendo una España de barrios. Yo no me fío de la mayoría de los de mi barrio, ni me siento muy unido. Vamos, que no conozco a la mitad de mi escalera, ni me importa, como para pensar en barrio, municipio, provincia, autonomía, estado. Eso me suena a propuesta falangista.
Ahora entiendo que Caballero Bonald no quiera que la revista tan abierta, aunque inevitablemente minoritaria, sea poco municipal. Será jerezana porque la paga el ayuntamiento, la caja de ahorros de la zona, la diputación o los que sean pero, estando bajo la vigilancia de Caballero Bonald, nunca será municipal. Podría haber sido efímera, pero como no quiere ser popular, como no compite nada más que por su deseo de excelencia, de minoría por alejarse del populismo, es posible que tengamos esta revista discretamente universal y cosmopolita, fabricada desde una casa del municipio de Jerez.
Espero seguir brindando por revistas como ésta.

El otro día, camino de Huesca y Monzón, en un taxi con la emisora de los obispos a toda mecha, comprendí que nunca me caería de ningún caballo. Que nunca sería Pablo. Ni de Tarso. Aquellos hombres de Dios soltaban todos los demonios radiados y amplificados. Desconecté, decidí sumergirme en mi lectura: Dios no es bueno, de Christopher Hitchens, escritor inglés, disidente y ateo al que tenemos muchas simpatías desde que hace años nos acercó un poco más la figura libre, crítica e independiente de George Orwell. El mejor de los escritores combatientes en el bando que no se apropió del nombre de Dios para matar en vano.
También en el cartel mínimo e imprescindible de la prosa de toros deberían acompañarnos, López Pinillos con su novela Las águilas, para entender mejor a los aficionados, su forma de hablar, de quejarse o de callar, como el maestro Antoñete. Si pretendemos reconocer la voz de un torero, toda una mitología del toreo: leer la biografía sobre Belmonte del periodista y gran escritor Manuel Chaves Nogales.
En la selva de Granada, además de ilustrados nuevos bárbaros, también hay bárbaros veteranos que hacen música y también pactan con Luzbel para que la noche no termine. Uno es Miguel Ríos, mucha carretera, mucha memoria; y otro, Enrique Morente. Otro maestro en nocturnidades, cervezas y otras cosas de beber que no han impedido que conserve una voz para hacernos creer en todos los demonios. Dice Miguel, y tiene razón, que Morente es lo más parecido que tenemos a Van Morrison. En voz y aspecto. Morente más alto, con mejor genio y con más flamenco. Un disco de esos dos pájaros de un tiro nos volvería a llevar a las plazas de toros como si estuviéramos ante el posible encuentro entre Belmonte y José Tomás.