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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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Memoria de Julio Llamazares

Esta noche iré al teatro para ver la versión dramatizada de la novela La lluvia amarilla, la novela de Julio Llamazares. Una novela que ya ha cumplido 20 años y que sigue viva. No tantas novelas españolas de los últimos 20 años tienen tanta vida. Se reedita, se lee en colegios y ahora pasa al teatro. Intemporal como la soledad, el aislamiento y el mundo desaparecido de su historia. El hombre es un animal que conoce, convive y se enfrenta a la soledad. Muchas veces puede ser, o sentirse, como el animal más solo de la tierra. La segunda novela de Llamazares -la primera es una historia de supervivientes, de hombres agrupados para sobrevivir a la miseria de la derrota, para vencer el miedo en lo profundo del monte, Luna de lobos- es el monólogo del último habitante de un pueblo abandonado. Un pueblo de la montaña de Huesca, un pueblo que es también la metáfora de un mundo en extinción, de un mundo rural que ha desaparecido o que se ha convertido en el aislamiento universal, uniformado, que han importado las nuevas formas de vivir, de comunicarnos o incomunicarnos.

Es curioso cómo Julio Llamazares, escritor que vive su día a día en la ciudad, que no está aislado, que no se espanta del caos contemporáneo, que ve la televisión, va al cine, al fútbol, habla con su móvil o se comunica por la red, siempre ha estado interesado por el pasado en sus miradas literarias. /upload/fotos/blogs_entradas/el_cielo_de_madrid_med.jpgDesde su primer libro de poemas, La lentitud de los bueyes hasta su último libro, el excelente viaje por las catedrales españolas, sus paisajes y paisanajes, llamado La rosas de piedra (Alfaguara, 2008). Incluso su última novela, El cielo de Madrid, pertenece ya a la memoria de un tiempo pasado, los años de la llamada "movida madrileña", casi tan lejanos como los años de los maquis.

Todavía conserva su memoria infantil de la nieve. La memoria de un niño del lado septentrional de Iberia. De ese lado donde habitaban los osos, donde las montañas se cubrían de nieve gran parte del año y los hombres eran cazadores. Nació en un pueblo que ya no existe, Vegamián, ahogado por las aguas de un pantano que construyó el recordado Juan Benet. Vive en el centro de Madrid pero no olvida que viene de aquellas tierras, de aquél mundo en el que los hombres batallaban para la supervivencia, un mundo del que Estrabón hablaba así en su geografía:

"Todos los montañeses son sobrios, beben agua. Duermen en el suelo y llevan el pelo largo como las mujeres, atándose en la frente una cinta para el combate..."

Nada que ver con Julio, que bebe cerveza, vino o lo que le apetezca, que nunca durmió en el suelo, y aunque mantiene el pelo largo, nunca usó cinta para sus combates...Y es que los geógrafos de antes eran imaginativos como los cronistas de Indias, como los mejores novelistas de nuestros tiempos, se inventan gentes y sucesos que son pura fantasía, al tiempo que, sin ellos saberlo, bien pudieran ser los verdaderos.

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3 de julio de 2008
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La mujer que nos enseñó a cocinar

No quiero peleas de banderas, ni patrias, llevo con dignidad vivir con ésta bandera- la roja y amarilla- no necesito compasión. Y respeto, en general, los símbolos de la mayoría aunque no los comparta. Hay otras patrias. Una es la cocina. Otra la bodega. Cuando sólo nos queda la cocina decía mi amigo Javier Domingo, un tipo escéptico, culto, exagerado y voluble. Afrancesado y amante de las buenas comidas y bebidas.

/upload/fotos/blogs_entradas/1080_recetas_de_cocina1_med.jpgEn aquellos tiempos en los que nos empezábamos a preocupar por el buen comer ya habíamos tenido la suerte de poder tener cerca de nosotros ese particular "libro rojo" para nuestra básicas enseñanzas entre pucheros. El libro -uno de los libros fundamentales de nuestra historia editorial- es 1080 recetas de cocina. El que nunca lo haya usado es que tenía una abuela cocinera o era pariente de Arzac o era, es, un raro y muy sobrado. Más de tres millones y medio de ejemplares vendidos, cientos de ediciones- la última es una joya con ilustraciones de Javier Mariscal- hacen de ese libro tan básico, tan claro y tan útil, el libro junto a la Biblia y El Quijote más vendido en nuestro idioma.

Un libro como ese permite ciertos riesgos editoriales que sigue manteniendo la muy necesaria, y querida por tantas cosas, editorial Alianza. Honor a un libro que por sus ventas permitía que se publicara a Thomas Benhard u otros de su estirpe. Ayer murió Simone Ortega, españoles de muy distinta condición la sentimos, era alguien que desde hace años nos acompaña en algo tan cotidiano como el saber comer, el saber cocinar o al menos el poder intentarlo. Había habido otros libros, pero ninguno tan cercano y práctico. Eso que no olvido que el "recetario de cocina española de la Falange" -de las pocas cosas que reivindicamos de la Falange- pero el de Simona Ortega, mucho más que otros de maestros más complicados, era, es, como el libro de iniciación en un arte tan complejo, tan rico, como ese de andar de cocinillas. Al menos lo intentamos y a veces, gracias a ella, conseguí hacer un arroz, incluso freír un huevo. O dos.

Si Cervantes fue el soldado que nos enseñó a escribir. Es decir, que nos enseñó cómo se podía escribir, aunque nunca lo consiguiéramos. Simone Ortega nos enseñó a cocinar, aunque nunca seremos Santamaría. Dios y Adriá nos libren.

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2 de julio de 2008
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Banderas lejanas

/upload/fotos/blogs_entradas/bandera_espaola_med.jpgTengo un problema con las banderas. O para ser más exacto: tengo un problema con la bandera española, monárquica y constitucional. Ya no me disgusta, pero no termina de gustarme. Es como si fuera la bandera de los otros, de esos otros con los que tengo que convivir, con los que convivo, pero no es un símbolo con capacidad de emocionarme. Como dicen los argentinos: "me la banco". La trago pero no la quiero.

Pertenezco a una generación, si hablo de la gente que considero cercana, de mis semejantes, mis hermanos en historia y problemas, que nos pusieron difícil creer en la bandera llamada nacional o española. Son los mismos colores de la bandera que el franquismo usó hasta la saciedad. Y aunque se cambió su "águila", el "gallo", por el escudo consensuado, hay algo en su uso, en sus colores, en su tamaño en plazas y lugares públicos que me recuerda a las imposiciones del pasado. Y así nos dejaron sin banderas. Nos quitaron esa capacidad de muchos humanos de "sentir unos colores", "amar un símbolo" o al menos respetarlo. Y así estamos sin bandera, sin himno, sin símbolos que nos unan, que nos hagan sentirnos cercanos a la inmensa mayoría. Creo que somos una minoría en extinción. No me importa. No pienso hacer ninguna guerra por las banderas, por ninguna. Pero me gustaría que nos pudiéramos tomar unas vacaciones de masas abanderadas. Y no soporto, ya no las que llevan "aguilucho"-que las detesto- sino esas otras que pretenden españolizar con la silueta de un toro. El toro me gusta en la plaza y frente a un hombre valiente y profundo como deben ser lo toreros. También me gusta una parte del toro en un guiso, pero esa es otra españolada y no para éstos calores.

Contento, feliz, con el juego de la selección, con el grupo de jóvenes y millonarios que durante unas semanas nos han dado una lección de disfrutar y hacernos disfrutar con un juego más emocionante que una bandera.

Y españoles somos todos. Vamos todos los que queramos serlo. Aunque no envolvamos nuestro sentir patria o matria en esas banderas.

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1 de julio de 2008
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Salvajes, sentimentales, canallas y soñadores

Me conmueve el individuo. Me aterran las masas, aunque a veces me diviertan. Las masas me gustaban  cuando creíamos en los cuentos de hadas del socialismo. Ahora solo creemos en las hadas. Algo en la suerte y en el fútbol. El mejor de los juegos para mostrar lo peor de nosotros mismos. Lean la ironía de Nick Hornby en su útil manual de navegación por los fanatismos futboleros: "Fiebre en las gradas". Es mucho más fácil saber ganar. No todos los futboleros tienen el talante tranquilo de Javier Marías, aunque no disimule sus pasiones. Para sobrevivir campeonatos, triunfos y derrotas, son muy aconsejables sus escritos sobre los salvajes y sentimentales de el deporte rey. A Marías le gusta el fútbol porque, entre otras cosas, es "la recuperación semanal de la infancia". No solo con lecturas conseguimos recuperaciones infantiles.

La clase obrera hace tiempo se dio cuenta que no iría al paraíso -no todos, siempre queda un retén de desinformados-  decidió ir al fútbol. Así el fútbol es un paraíso que también lleva dentro un infierno. Eso es justicia poética. En estas tardes de fútbol y amigos recordamos a Ángel González, un excelente fingidor hasta cuando nos enseñaba su sonrisa, cuando decía que lo suyo no era nada grave. Ángel ante nuestras vociferantes razones y nuestras pasiones patrióticas- aunque llevaran la bandera tricolor- sabía mantener una irónica distancia. Tranquila manera de esperar el triunfo de los suyos: cualquiera menos España. Era su forma de vengarse, su manera de hacer contra épica en un país de fanatizados de banderas con toro. No llegó a ver las eufóricas jornadas en Colón.

Todo pasa, la "plaza roja", ¡ay!, volverá a ser la que fue. Deseo que un poco más centrada. Que cuando vuelvan los de los vivas a España, como dice Marías, no parezcan una mezcla de "Espada" y "Guadaña". Seamos menos tensos. Viva España manque pierda. Menos gritos y menos bombo.

Una España razonable, amable y húmeda. Un poco de disparate, algo de erotismo, un cabaret popular con música y muslos que amansen a las fieras de la ciudad y a las que llegan para  la Expo. Una de las mayores alegrías- además de la obra de ese genio de pueblo y cosmopolita que es Patxi Mangado, con su  bosque acuático, su nobleza de sombras su  arboleda recuperada que tiene una peculiar belleza telúrica, tan misteriosa como un bosque - es la reapertura del zaragozano "El Plata". Cabaret del pueblo, buen sitio para brindar por la memoria de Salvador Allende. Es su centenario, y la documentalista Carmen Castillo -aquella revolucionaria que se parecía a Romy Schneider- ha venido a recordarnos unos tiempos en que los estadios de fútbol  fueron cárceles. Que ni la derrota, ni el triunfo, nos permitan el olvido.

Artículo publicado en: El País, 29 de junio de 2008.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_plantilla_lo_celebra_en_el_terreno_de_juego_med.jpg

POST  DATA:

El texto naturalmente está escrito antes del triunfo. Antes del triunfo final, quiero decir, porque ésta atípica selección ya había triunfado como nunca en su historia. Me gusta el fútbol pero nunca me había emocionado la Selección Española. Mi patria es, o era porque ya tengo fisuras patrióticas, el Atlético de Madrid. El club dónde creció como futbolista el "niño" Torres. Anoche me volví a encontrar con lo peor de mí mismo. Con un fanático que tengo más o menos domesticado en tiempo normal. Me salen los gritos, los insultos y hasta el orgullo del ganador. No llevo todavía bien lo de la bandera, aunque admito la constitucional. Yo llevo mi particular andera de nostalgia republicana. ¡Tan española! Los vivas a España tienen muchos tonos. Algunos no me disgustan pero no participo del grito de alegría españolista. No tengo ningún nacionalismo, aunque me gusta sentirme y ser español. Algo que no  es fácil, que nunca lo fue, que quizá nunca lo llegue a ser.

Debajo de mi casa, por la Plaza de Tirso de Molina, desfilaron con canciones, banderas y camisetas rojas de la selección, un grupo de animosos, cantarines y eufóricos africanos, cantando, bailando y dando vivas. Seguramente tienen empleo precario, no tienen contrato de trabajo, están pagando el viaje que hicieron en la patera...y sin embargo, el fútbol, la selección les hizo sentirse más españoles que nunca. Esa es la mejor cara de la victoria.

La peor: unos jóvenes, con banderas preconstitucionales, unos fascistas, unos ignorantes franquistas que no conocieron el franquismo, gritaban ¡Arriba España! Y hacían sonar aquél himno, El cara al sol. Los cretinos se alimentan de éstas victorias. Su bandera era la bandera de muy pocos, sus himnos son restos de un enorme naufragio. Su presencia debería ser entorpecida para la feliz convivencia de la mayoría.

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30 de junio de 2008
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Hablar bien, hablar mal, no hablar

Hace dos noches, la noche anterior a la de la euforia nacional y futbolera, mientras manteníamos la ilusión de que Turquía pudiera vencer al los sólidos y aburridos alemanes, discutía con el poeta y profesor José Luis García Martín sobre de quién, cómo y para qué hablar de algunos escritores, de algunos escritos.

García Martín tiene fama de comentarios muy afilados, críticos y severos juicios contra muchos escritores que no le gustan. Defiende esa libertad de hablar de quién no le gusta. De llenar páginas sobre alguien o algo que no merecen la pena. Es una opción de la crítica, los críticos y los comentaristas. También se confiesa seguidor de algunas páginas que se dedican al insulto y el arreglo de cuentas contra todo lo que nos les gusta o contra lo que ignoran pero creen que no les debe gustar. Incluso confesaba G.M. que él cuando no aparecía criticado en esas páginas sentía que estaba perdiendo importancia, presencia. Todo eso me parecía una mezcla de masoquismo, vanidad y pérdida de tiempo. Sencillamente no me encuentro preparado para esos castigos. Para la crítica, y aún más para el insulto, hay que tener una altura intelectual y moral que nunca encontré en esos panfletos de cotilleo cultural. Perder el tiempo leyendo cómo te insultan, o cómo insultan a otros, ¡qué pereza!

Me hace gracia ese afán de García Martín por acercarse a la parte más innoble, a los márgenes de los cretinos que pierden el tiempo con infamias u opiniones tan prescindibles como esas que no mencionaré. Con su aspecto de chico aplicado, de seminarista aventajado, debe llevar dentro uno de esos diablos que dan un poco de sal a lo correcto y que hacen que se huya del coñazo profesoral. Me parece bien que se entretenga poniendo nombre a las siglas de Trapiello porque -ya lo he dicho, lo he escrito y lo repito- esos diarios son de excelente calidad literaria y de una subjetividad inteligente, aunque muchas veces maligna. Esas intromisiones en las vidas contadas por Trapiello me gustan y no viene mal que hay quién nos interprete a algunos de los actores que se ocultan detrás de esos diarios.

Me reprochaba, García Martín, que yo daba demasiados abrazos. La verdad es que me gusta dar abrazos, incluso besos, incluso más. Y lo que me gusta es elegir a quién me gusta y no perder tiempo con quién no me interesa. ¿Para qué escribir mal de algo que no me gusta? Preferiría no hacerlo. Y no lo hago, salvo en contadas excepciones de las que, casi siempre, me he arrepentido. Al enemigo ni agua. No perderé más tiempo, ni lecturas.

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27 de junio de 2008
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Margaret Atwood

En Oviedo, en el lugar del crimen. Quiero decir en el lugar donde el jurado del Príncipe de Asturias de las Letras acertó, creo por casualidad, involuntariamente y porque les daba "miedo" que el ciudadano marroquí, y serio escritor español, Juan Goytisolo fuera inconveniente ante los príncipes. Sean cuales sean las razones, han conseguido complacer a muchos amantes de la literatura premiando a una de las mejores. Ayer hablábamos de la imprescindible Wolf. Hoy nos rendimos ante la sutil ironía, la inteligencia, la ligereza aguda y la capacidad de hacernos reír, de emocionarnos también que tiene la canadiense Margaret Atwood. Condenada, como Vargas Llosa, a todas las candidaturas del Premio Nobel. Ya no hay quién le arrebate su merecido Premio Príncipe de Asturias. Que sirva para ampliar su reducido número de lectores en español.

La misma tarde, el editor asturiano de KRK, una de esas pequeñas grandes editoriales de nuestro país. Una editorial que merece que otro día nos detengamos en su catálogo, me hizo llegar un libro que estaba casi olvidado hace casi diez años. Una delicia, un divertimento literario que hace muy placentero mi viaje de regreso. Gracias.

Para que los que no sepan de qué hablamos les invitaré a unas líneas. Unas dedicadas al modo de fabricar un hombre. Cómo hacer un hombre. Unos cuantos consejos útiles para que muchas mujeres se den cuenta de lo útil que es tener "uno por la casa, bien en el jardín con aspecto ocupado, o parapetado en una silla, prono o erecto. ¡Elija el acabado a tono con la tapicería".

De entre los varios métodos que propone fijémonos en el más tradicional:

"Coja barro del suelo. Déle forma. Insúflele por la nariz el aliento de vida.¡Sencillo, pero eficaz!

(Obsérvese que aunque los hombres se hacen con barro, las mujeres se hacen de costillas. ¡Recuérdelo en la próxima barbacoa!)

¿Debe ponerle ombligo a su hombre o no? Las expertas en el método tradicional no se ponen de acuerdo. A nosotras nos gusta incluirlo, nos parece que añade un detalle al acabado final. Use el pulgar"

Me gusta esta manera tan inteligente que Atwood tiene de acariciarnos los ojos.

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26 de junio de 2008
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¿Quién teme a Virginia Woolf?

Me han dado varias, bastantes, alegrías los editores de Lumen y sus recuperaciones de escritoras, también de escritores, de miembros y miembras, de esta cosa nada simple que es la escritura y sus escribidores. Gran escribidora del pasado siglo, y al margen de los siglos, fue Virgina Wolf. Vencimos los miedos, hicimos caso a Borges, y nos paseamos por sus páginas. Nos adentramos en sus historias, en sus habitaciones y en su vida. Ahora se rescata la biografía de su sobrino Quentin Bell. Y de regalo en la llamada "Biblioteca Virgina Wolf" se editan unos textos muy autobiográficos, muy cercanos y cotidianos que la señora de Bloomsbury fue archivando a lo largo de años. Se publicaron después de su muerte y se llaman momentos de vida. Todos los momentos tienen su interés, su información y su impagable acercamiento a esta rara, notable, peculiar e imprescindible escritora. Eso de imprescindible siempre es prescindible. Como las manzanas en el régimen de Francisco Ayala. Que prescinda el que quiera.

Uno de esos textos es una lectura de una conferencia en el Memoir Club de Londres. Un agudo texto llamado "¿Soy una esnob?". En unas palabras destroza a los esnobs: "El esnob es un ser aturdido y de escasa capacidad mental, tan poco contento de sí mismo que, a fin de consolidar su personalidad, no hace más que pasar un título o algo que suponga un honor por la cara del prójimo a fin de que el prójimo le crea y ayude a creer lo que realmente no cree- que él o ella es, de una manera u otra, persona importante."

Y al rato, en unas páginas más adelante se declara encantada en compañía de los esnobs. Me recordó a una maravillosa canción de Boris Vian. Bromeaba sobre los esnobs y a la vez les reivindicaba. En la senda de Virginia Wolf que en un acto de esnobismo y sinceridad se confiesa:"Si me preguntáis a quién quiero conocer, a Einstein o al príncipe de Gales, diré que al príncipe, sin dudarlo un instante."

Yo me hice la pregunta españolizándola. ¿A quién quieres conocer a Savater o a Letizia? Sin dudarlo a Letizia. También es cierto que a Savater hace muchos años que le conozco y le admiro, pero nada que ver con el morbo de pasar una tarde cerca de esa princesa, por ejemplo.

¿A Virginia Wolf o a Diana de Gales? Perdona, Virginia, pero te tengo mucho respeto, muchos temores. Hola Diana. ¡Qué putada que estén tan muertas!

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25 de junio de 2008
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Guardianes de misas, piratas de tierra

Era un pueblo sin mar, un hermoso pueblo de estructura medieval. Insólito pueblo que conserva las huellas de su historia como pocos del occidente cristiano. Un pueblo liberal que da nombre a un ilustrado marqués. El muy noble, y creo que leal, Santillana del Mar. Lugar de encuentros de escritores y lectores. Unos días, con sus noches, recorrimos sus calles, hablamos de literatura en sus palacios, vimos el fútbol en su parador y bebimos en sus tabernas. Todo civilizado, abierto y razonable. Casi todo. Como buen descreído, y amante de los templos, quise volver a sentir el tiempo detenido en el interior de la Colegiata. No pudo ser. En la puerta, un hombrón vestido de guardia de seguridad, de esos con porra, esposas y algo más que se encuentran a la puerta de discotecas y bancos, me impidió el paso a esa hermosa ciudad de Dios. Sin embargo, otros cristianos pasaban a la iglesia. Me quejé de la discriminación. El hombrón me dijo que yo no iba a escuchar la misa y por tanto me quedaba en la calle. Hace unos meses, por no atender en misa, me expulsaron de otro templo. Ahora me dejaban en el pórtico. Me estoy condenando. Y así, solo, con mis pecados, sin misa y sin paraguas tuve que volver bajo la tenue lluvia al refugio de los bares. Pensé seguir con mis quejas cuando recordé que me habían contado que el abad era de latines tomar y decidí volver al libro de Julio Llamazares, a sus viajes por las catedrales de España. Di gracias porque no me habían pedido la documentación, ni cacheado, ni expulsado a porrazos. Los vigilantes de los templos, por ahora, no son aquellos curas trabucaires que levantaban armas contra liberales, afrancesados o lectores de libros prohibidos. Van sin trabuco, todavía. Y recé por verme salvado de la tortura, de la hoguera y otros métodos que la Inquisición empleaba para hacer catequesis. "Evangelizadores" métodos, torturas de la Inquisición que pude ver en una exposición a metros de la Colegiata.

Recé por salvarme de la tortura, la hoguera y otros métodos que la Inquisición empleaba para hacer catequesis.

En la vida civil cenamos con Mario Vargas Llosa. Hablamos de cine, libros, fútbol y de escritores deicidas. Hablamos de toros y de José Tomás, con perdón. Mario come un chuletón y lo riega con vino, no con leche, como cuenta Armas Marcelo que acostumbraba en el pasado. Los años han mejorado su escritura y sus bebidas. A su lado, otros dos habitantes de los mejores riesgos de la literatura: Javier Marías, que saca a pasear mitologías familiares que causarían la envidia de Gerald Durrell. Y Arturo Pérez Reverte, empeñado en seguir haciendo amigos entre la tribu de los críticos. Tres que no rezan en la Colegiata. Que cantan con Stevenson aquello de "dormir el sueño eterno con todos mis piratas". El descanso puede esperar. Les queda la vida, la literatura.

Artículo publicado en El País, 22 de junio de 2008.

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23 de junio de 2008
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Pérez Reverte, el peleón

/upload/fotos/blogs_entradas/el_escritor_y_periodista_arturo_prezreverte_med.jpgConozco a Arturo Pérez Reverte hace décadas. No ha cambiado en lo fundamental. Es más rico, más famoso, más universal, más escritor pero sigue teniendo un mecanismo defensivo con una cierta chulería. Y le gusta desnudar las palabras. No usarla para el encubrimiento sino para quitar la capa de las cobardías, de los tapados, de las tapadas de nuestra historia. Sabe contar historias. Algunas de nuestra propia historia, de ese país de todos los demonios que llamamos España. Otras historias de otros mundos, otros hábitos. Una vez más, ahora en estos encuentros de Santillana, demuestra ser un escritor que no se arrepiente de ser "leal mercenario" de sí mismo. Eso es lo que debe hacer un novelista, saber contarnos sus sueños, sus aficiones, sus fobias, sus amores y hacerlo de la manera más eficaz, más verdadera.

Una aventura literaria, la "arturiana", en la que siguen vivos Alicia, Colmes, Ulises, Bradomín, el capitán Garfio, Sancho y el Quijote, Sam Spade, Ana Ozores, Jim Hawkins, Achab y también, como no, Rogelio Ackroyd. Se puede tener éxito, se puede ser popular, se puede vender y ser un excelente escritor.

El otro día, en mi barrio, un tipo bastante colgado, uno de esos que puede vivir durmiendo algunas noches en compañía de sus perros, de su tetrabrick de vino peleón y de otras maneras de evasión, se paraba cada poco en la acera. Pensé que llevaba su habitual colocón. No lo noté, pero sí pude ver que se paraba porque estaba leyendo un muy usado libro de las aventuras del capitán Alatriste. Se me olvidó contárselo a Arturo Pérez Reverte, ese chulo, ese peleón, ese escritor, tan cercano. Tan necesario.

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19 de junio de 2008
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Todos somos peores

/upload/fotos/blogs_entradas/el_escritor_javier_maras_med.jpgEsa era una frase del bisabuelo de Javier Marías. No está mal. Era un español cubano que dejó en su desconocido bisnieto el placer por narrar. El placer por novelar. El placer y el sufrir del texto. Fue un encuentro cercano, serio e irónico. Verdadero y lleno de ficción el que en la mañana de ayer, día 17, hizo uno de los novelistas fundamentales desde hace ya más de 20 años. Javier Marías es uno de los imprescindibles escritores para entender los mejores caminos de la narrativa europea de fin de siglo y de la primera década del siglo XXI. ¿Cómo podrá seguir novelando después de su trilogía? No se me ocurre pero espero que siga. Que escriba aunque sea de otros. Digo "aunque" y hay cosas que Marías ha escrito sobre otros escritores que están entre sus mejores páginas. Me recuerdan a esas otras pequeñas obras maestras que Julien Green escribió sobre escritores ingleses.

Entre las muchas cosas útiles que para entender ésta feliz -y muchas veces insólita- pasión por escribir nos recordó algunas palabras sobre su, nuestro, admirado Faulkner sobre los "mandamientos" de un novelista: " un novelista es alguien absolutamente amoral que arrojará por la borda el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo con tal de escribir su libro; alguien, que si tiene que robar a su madre, no vacilará en hacerlo sin con ello logra el mejor resultado posible para su novela, el mejor efecto, la mayor altura, el secuestro del lector, la máxima calidad y la mayor eficacia."

¿Quién dijo que los novelistas, que los escritores tenían que ser buenas personas? Las buenas personas están bien, pero que se dediquen a otros oficios. Las buenas personas podrían dedicarse al sacerdocio o a la milicia, allí si que hacen falta y brillan por su ausencia. Todos somos peores.

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18 de junio de 2008
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El Boomeran(g)
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