No sabemos mucho, algunos no sabemos nada, de la vida del animal marino que tantas veces nos hemos comido. Es uno de los símbolos de este lado del mundo, es el principal sustento para muchos humanos cercanos al mar o de tierra adentro. El pulpo, como el bacalao, aguanta el tiempo y el clima. Una vez leí un apasionante libro sobre la vida del bacalao y su importancia en el crecimiento de ciudades claves del mundo occidental. El bacalao permitió que el hombre de secano comiera ese preciado alimento lejos de su entorno.
Un estudio de la Universidad de Vigo nos revelará en unas semanas uno de los secretos que rodean a este Octopus vulgaris, ¿cuál es la edad del pulpo? No sabemos, algunos, si ese exquisito compañero de mesas, de barras de tabernas, de días de fiesta es mayor, joven o medio pensionista. Y no sabemos si viven mejor aquí, en las costas gallegas, o en las orillas de Lesbos o en los mares australes. Nos preocupamos muy poco por eso que ingerimos. Apenas nos preocupa su vida, su recorrido, su sexualidad, sus viajes o su muerte. ¿Cuántos años habrá pasado comiendo sardinas -o lo que coma- para llegar a ser ese trozo cocido, cortado, aceitado y salpimentado que me dispongo a comer? Estoy deseando saber un poco más de la vida del pulpo. Tengo un difuso recuerdo de un libro, creo que de Roger Callois, que hablaba de la apasionante vida de los pulpos. Lo buscaré.
El otro día comiendo una anguila en las orillas del Avia recordé la apasionante vida, el maravilloso recorrido que hace este pequeño y carnívoro pez. Desde los ríos gallegos al mar de los Sargazos, cerca de las Bermudas, dónde desovan y mueren. Y desde dónde las larvas vuelven por el camino marítimo de sus progenitores para hacer el recorrido, ser angulas y, con suerte, sobrevivir como anguilas para vivir tranquilas en el río y volver al mar para el camino de vida y muerte. Vida viajera, llena de aventuras y también de hermosos lugares para el reposo.
¿Y la lamprea? ¿Cómo será la vida de la lamprea? Creo que me queda mucho por leer. Necesito unas décadas. Quiero sobrevivir a los pulpos que me tengo que seguir comiendo.
Por cierto, que canción tan bonita dedicaron al pulpo los queridos Beatles. Ahora mismo me voy con su música a tomar una de pulpo. Me quedan minutos de vacaciones.

Un libro abierto y libre, como los mejores bares. Un libro, que como los hijos o los perros, termina por parecerse al amo. Un libro que se parece mucho a Manuel Rivas. Cuánta cosas muy serias con mucho humor, con esa lengua lírica llena de curvas, lengua para el placer. Lengua afrodisíaca. Pueblo sentimental, ¿y qué pasa? A ver quién tiene los cojones de llorar como lloran los gallegos. También se ríen. Y quieren pasarlo bien hasta la muerte y un paso más. Entierros de mucha acción. Entierros tan accidentados como el de Valle Inclán, esperpéntico hasta después de la muerte. Y eso que Valle creía que nunca le había pasado nada, al menos nada que se pudiera destacar. Valle que ya no vivirá estos tiempos en que algunos gallegos en la hora de la muerte sustituirán el credo por un mariachi que cante "Pero sigo siendo el rey".
Un hermoso poema dedicó González Iglesias a David Cal en sus "Olímpicas". Algunos versos decían esto:
Leyendo la ensoñaciones del paseante solitario, cartas, paseos contados por el desterrado Jean Jacques Rousseau. Estuvo refugiado en la isla de Saint-Pierre, en el lago suizo de Bienne. Perfecto lugar, por lo que nos cuenta, en esos años del siglo XVIII para vivir como un selecto retirado de casi todo. Poca hacienda, pocos libros, pocas preocupaciones, poco trabajo, incluso ningún trabajo, pocas compañías y malas comunicaciones. Una casa grande, agradable, cómoda y solitaria. Un campo de viñedos, bosques, huertos, árboles y orillas que, casi por primera vez en francés, ya llama románticas. Hay pesca, pájaros, algo de caza y naturalmente plantas, flores y hierbas que apasionan al pensador. Abandona todo trabajo, deja de un lado las lecturas y se entrega al gusto por la vida de las flores, de las plantas. Lleno de fervor botánico emprende la tarea de describir las plantas de la isla. Nos da envidia este hombre libre de cargas, nos recuerda a ese otro retirado voluntario del poema de Gil de Biedma, "De vita beata": "....vivir como un noble retirado, entre las ruinas de mi inteligencia".
Leyendo el magnífico viaje por China de Gabi Martínez, Los mares de Wang, entiendo aquello de "esto es un cuento chino", frase ahora en decadencia pero que usábamos mucho cuando no nos creíamos algo. Siempre he pensado que hay que saber mentir. Y para saber mentir hay que tener cualidades y no viene nada mal tener práctica. No se hace uno mentiroso en un día. Ni en un curso rápido. Saber mentir es un arte antiguo, una dedicación que no se preocupa de aparentar nobleza. La mentira no será noble pero debe ser inteligente.
Volvimos a ver la película de Eric Romher, uno de sus cuentos morales, "El rayo verde". Habían pasado más de veinte años desde que una tarde en los cines Alphaville salimos tristes y alegres de esa historia de una mujer vegetariana, espiritual, soñadora, solitaria y maniática. Una extraña mujer que no estamos seguros de haber querido conocer. Una mujer que confía en cuentos, en leyendas, en señales que hacen que la vida pueda cambiar. Ver el rayo verde y cambiarte suerte. Ver el rayo verde y encontrar el amor. Una hermosa manera de engañarse, de ilusionarse cada día con otro atardecer. Me vuelve a gustar ese cuento moral del Romher, siempre me gustan esos franceses moralistas tan inmoralistas, desde los pensadores del siglo XVIII a los cineastas que vinieron con la nouvelle vague. Tengo que volver a Romher.
Un poco después soy un adolescente que quiere vivir aventuras, conocer viajes y piraterías. Soy el que está leyendo La isla del tesoro. Las historias de Stevenson, después vinieron las demás, siempre serán parte de lo mejor de mis recuerdos lectores.