Javier Rioyo
He leído un informe sobre la cantidad de bares que hay en España. Se detalla por comunidades, por provincias y por ciudades. La información debería ser más precisa y darnos la estadística de bares por barrio. Estoy en un lugar de España con una de las más altas medias de bares por habitante, en Galicia. Solo superada por Aragón, Asturias y Baleares. Pero si hablamos de Vigo y su comarca la media sube mucho. Así estoy en uno de los lugares con más densidad de bares por habitante de España. Me gusta conocer ese dato. Me gustan los bares. Han sido, son parte de mi paisaje vital y emocional. Son mi guarida y mi confesionario, mi habitación abierta y mi habitación propia. Los bares son el mejor lugar para estar solos y para estar en compañía.
Estoy en un monte, miro una tranquila ría, veo pasar barcos que llevan hombres que salen al mar para el trabajo. También veo otros que llevan grupos de desenfadados veraneantes que nunca tendrán que trabajar en ningún mar, no proceloso ni tranquilo. Cada uno con sus barcos, cada uno con sus bares aunque, de vez en cuando, se mezclan en los mismos bares, las mismas barras, las miasmas bebidas y las mismas estéticas.
Algún día tendríamos que hacer la lista de nuestros bares más queridos.
En Galicia- aunque también tengo algún bar tan exquisito, tan plácido y acogedor como el más mítico de los "Harry’s bar" del mundo- me gustan los bares populares, las tabernas dónde conviven los Ribeiros con el pulpo, la televisión siempre encendida con la máquina tragaperras, las fotos de escenas del mar con alguna reproducción de una marina hiperrealista, las botellas en sus estantes con la imagen de algún santo.
Bares con viejas botellas que guardan aguardientes fuertes como los hombres de la mar, bares de feísmo capaces con sus tapas, con sus vinos de hacerte olvidar la estética con la que veníamos armados desde nuestra cultura. Feos bares que ya hemos hecho tan nuestros.
Cada vez hay menos bares, menos tabernas como aquellas que recorrían por ésta zona dos de los mejores conocedores de sus paisajes y paisanajes, míticas tabernas de el Morrazo que recorrían muchas tardes, con sus noches, Álvaro Cunqueiro y José María Castroviejo. Añoradas y estéticas tabernas que, ¡ay!, ya apenas pertenecen al recuerdo, a la literatura, a esa realidad que tenemos que vivir imaginando. Una pena que me quitaré refugiándome en algún bar de ese feísmo que cada día me gusta más. Bares, ¡qué lugares!