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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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Estilo español. Casi ná

La escena vista y oída es un exterior día, cerca del mediodía y en las escaleras del teatro Calderón. En ese lugar del centro madrileño estaba un borracho de diseño, de manual, aunque bastante limpio. Llevaba una gran borrachera de esas tranquilas, silenciosas, en susurros consigo mismo, medio adormilado y con la botella de vino, casi vacía,  bien agarrada a su mano.

Unos turistas con aspecto bastante relajado, de edad media y de aspecto nórdico miraban con curiosidad al borracho. Me pareció que era una mirada, como otras, como la mía, sin burla ni crítica a ese clochard madrileño.

Al ver su aspecto, su borrachera, pensé que nos faltan clochards de ese estilo. Tenemos borrachos, mendigos, pedigüeños, tramposos y pícaros de todas las especies, pero pocos del digno aspecto de los clochards parisinos.

Mientras esperábamos el semáforo en verde, mirábamos de reojo al borracho tranquilo. Uno tipo cuarentón que también miraba al borracho, con aspecto de oficinista de pocos vuelos, con una camisa un poco pasada de moda, pantalones planchados, zapatos limpios de baratillo y pelo abundante y engominado, bastante tópico y atildado, empezó a lamentarse en voz alta del estado del borracho, de "la vergüenza de ver gente así por las calles" y de que aquello era una rareza, una excepción entre los españoles, "perdonen el espectáculo" les decía a los turistas que, por otro lado no parecían dar mayor importancia a un borracho en los escalones de un edificio.

El español limpio y sobrio seguía pidiendo disculpas a los extranjeros por un mal ejemplo ciudadano con el borracho tranquilo. "Así no somos los españoles. Se lo digo yo, ustedes disculpen". Ellos sonreían, creo que no estaban entendiendo las lamentaciones del español de orden. Entonces les preguntó:

"¿Ustedes de dónde son?" Denmark, le contestaron. "Ah, son americanos. A que por allí no permiten borrachos en las calles".

Los daneses se rieron, no se molestaron en desmentir los conocimientos de un español modélico y sobrio, ni en geografía, ni en idioma. Cruzaron el semáforo entre sonrisas. Yo crucé con ellos. Y escuché con nitidez la voz del borracho, que medio somnoliento, le decía al limpio español: "Eran daneses, merluzo".

Aumentó mi simpatía por el clochard. El español se quedó sin saber de qué le hablaba aquél mal español y allí se quedó con su cara de moralista y patriota de pacotilla.

Después pensé que los dos podrían estar aliados para entretener la vigilancia de los extranjeros. Uno no se puede fiar ni de los clochards en estos tiempos de crisis. Del otro, del estilo limpio, español y metomentodo no me he fiado en la vida.

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12 de septiembre de 2008
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Mi casa, mi cerebro

/upload/fotos/blogs_entradas/dietariovoluble_med.jpgLos pensamientos retocados, peinados y despeinados, conocidos y nuevos que Vila-Matas nos ofrece en su nuevo libro, Dietario voluble, una vez más están llenos de miradas a su entorno a sí mismo, pero perdiéndose, sintiéndose ajeno a sí mismo. Y, sin embargo, esencial en presencia y ausencia. Parten de artículos ya escritos que se vuelven a escribir. Un nuevo montaje con las mismas, parecidas unas y otras irreconocibles o nuevas historias. Gran contador de otros para contarse a sí mismo.

En la página 148, después de decir que piensa decir adiós a Barcelona -estás que te vas y te vas y te vas y no te has ido- comienza un punto y aparte así:

"El interior de nuestra casa tiene siempre un antiguo y obsesivo paralelismo con el de nuestro cerebro". Lo había leído en verano, en la casa del veraneo, esa que apenas es nuestra, y no me había alterado como ahora lo hace en mí casa de Madrid. Ya sabía yo que tenía problemas con mi cerebro pero no se me había ocurrido pensar que se reproducían en la casa. Miro el desorden -mi estilo de orden, quiero decir- de los libros que invaden la casa, los objetos inútiles que me gustan, el tipo de cuadros, de esculturas o de fotos. Miro los muebles, las lámparas y otros objetos de la casa y llego a la conclusión de que no me aclaro. Que soy disperso en mi casa por culpa de mi cerebro. ¿O será al revés? En el momento que ordene y unifique mi casa, se ordenará mi cerebro. Entonces no es tan grave.

¿Y cómo será el cerebro de los que han usado un decorador? O no tienen cerebro o se arriesgan a que el decorador sea un ‘cabeza loca'. Nunca utilizaré un decorador, a pesar de  lo que me gusta una amiga que se dedica a decorar casas.

Es posible que uno se termine pareciendo a su casa. O que la casa se parezca al dueño. No vivimos solos, habrá que repartir culpas. La familia o los que con nosotros viven no se tienen que librar de su cuota de responsabilidad en los interiores. Aunque seamos responsables de la mayoría de los interiores, hay espacios en que la culpa no es nuestra. Precisamente los más ordenados. Cualquier día me echan de casa y me quedo expulsado de mi cerebro./upload/fotos/blogs_entradas/casa_med.jpg

Habla Vila Matas de un autor que tendré que leer, el peruano Enrique Prochazca y de su libro llamado Casa. Hasta es posible que esté esperándome en algún lugar de mí desordenada -ma non troppo- biblioteca. Rastrearé. En ese libro hay una cita que a Vila Matas -también a mí- le parece imponente de César Vallejo: "una casa vive únicamente de hombres, como una tumba".

Hay casas que uno no quisiera nunca habitar. Seguiré en la mía, aunque tenga que ordenarla.

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11 de septiembre de 2008
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Trabajar cansa

/upload/fotos/blogs_entradas/el_hermoso_verano_med.jpg"En aquellos tiempos siempre era fiesta.". Así comienza El hermoso verano de Cesare Pavese, una de esas lecturas que nos acercaron al escritor piamontés. Un niño crecido en el campo, cerca de las colinas, con veranos largos y trabajos campesinos que cansaban. "Lavorare stanca", trabajar cansa. Escaparse a la ciudad, no trabajar el campo, ejercer el oficio de poeta y encontrarse, otra vez, con la soledad después de conocer el hermoso aburrimiento de la narración y la libertad del poema. Vivir la ciudad, pasear sus calles, perderse por sus bares, dormir en sus hoteles y seguir soñando con las colinas. Aquella colina es la patria. Hablar con los mitos, descreer de los dioses, enamorarse, estar contento e infeliz, saber que el futuro está escrito en el pasado. Escribir, leer, fumar, beber y saber que vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Cien años hubiera cumplido el 9 de septiembre, antes de cumplir los cuarenta y dos se quitó la vida en una habitación de un hotel de su ciudad de estudios, de vida, en Turín. /upload/fotos/blogs_entradas/dilogos_con_leuc_med.jpgMurió solo en compañía de su libro preferido, Diálogos con Leucó y dejó una nota a sus colegas y amigos para que no hicieran demasiado ruido con su muerte. En estos días se le recuerda en todo el mundo, al menos en todo el mundo occidental. Nunca será mucho el ruido para que los que amen la poesía, los cuentos, las narraciones y las lecturas se acerquen a un hombre que de adulto nunca consiguió recobrar el tesoro infantil de los descubrimientos, esa forma de felicidad que el hombre abandona cuando crece.

"Llorar es irracional. Sufrir es irracional. Tu problema consiste, pues, en valorar lo irracional. Tu problema poético es valorarlo sin desmitificarlo." Así se expresa en unas líneas de su libro La literatura norteamericana y otros ensayos, con ese libro y con Tras las mujeres solas, Lumen comienza una colección sobre Pavese. También en Pre-Textos anuncian nuevas traducciones. No hagamos caso a Pavese, hagamos ruido con su obra, con su vida, impidamos su muerte. El suicidio también es irracional.

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10 de septiembre de 2008
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Infame turba

/upload/fotos/blogs_entradas/los_girasoles_ciegos_2_med.jpg"Infame turba de nocturnas aves", decía Góngora. El verso lo recordó Alberto Méndez en Los girasoles ciegos. Y lo vemos en la película de Cuerda copiado en las paredes del refugio en que el joven poeta que ya está solo, sin versos, sin la mujer adolescente y sin el hijo nacido en la huida. Solo y perseguido por ser republicano. Después, muerto sin sepultura. Uno más. Uno de los miles de inocentes que terminaron asesinados en caminos, descampados, tapias o en su propia casa.

Su caudillo les había asegurado que estaban luchando en una cruzada en defensa de la civilización.

Expulsados, encarcelados, torturados, asesinados sin defensa ni juicio, con falsos juicios, sin piedad ni perdón. Sin paz. Sin sepultura. Supervivientes que vivieron escondidos como el maestro de la película: culpable hombre bueno, machadiano que no soporta el terror de la humillación. Derrotados y silenciosos que callan, se ocultan porque han visto cómo actúa la infame turba. Las nocturnas bandas de asesinos que abandonan en barrancos, cunetas o descampados, entre cardos y cañaverales dispersos, a sus víctimas de cada noche. Nocturnas escuadras, infame turba que actuaba en los pueblos, en las ciudades, como complemento del ejército rebelde. "Golpead duro y será el terror", les había dicho su general Mola. Su caudillo les había asegurado que estaban luchando en una cruzada en defensa de la civilización. Alguien tenía que hacer el trabajo sucio para dejar limpia España de los "malos españoles".

Esa turba, en compañía de curas que enseñaban el canto de los himnos, los nuevos amaneceres, de las escuadras vencedoras, aparece en la película al lado de los derrotados, escondidos, perseguidos y muertos. No es complaciente. No es de risa, aunque, para sorpresa del director y de otros que estuvimos en el estreno en Orense, parte del público se reía con los excesos patrióticos de los curas. Parece un chiste, un esperpento, es una tragedia basada en hechos reales. La verdad de las mentiras del cine, de la literatura.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_higuera_med.jpgHay que leer la novela de Ramiro Pinilla La higuera para recordar, por la verdad de la ficción, cómo y quiénes mataron en aquel bando que pretendía devolver a España la espiritualidad. Sobre esos muertos de la anónima tierra, sobre los descampados que guardan el secreto de aquellos huesos, creció una higuera. Uno de los asesinos no puede soportar la mirada de un niño que vio asesinar a su familia. La mirada de la memoria.

Ahora, los hijos de ese niño quieren que se sepa qué hay debajo de la higuera. Quieren poner nombre a los que no tuvieron ni una modesta tumba en cementerios bajo la luna. Durante años soportaron, siguen soportando, las listas de otros muertos en las paredes de espacios públicos, de iglesias, de monumentos. Ahora, con la ayuda de un juez que se atreve, quieren dignificar públicamente a los que siempre fueron dignos.

Artículo publicado en: El País, 7 de septiembre de 2008.

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8 de septiembre de 2008
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Contra Fraga

Llevo tantos años soportando su presencia, sus palabras, sus obras, su imagen y sus insoportables formas que pensaba que ya no podría sorprenderme. Que no podría irritarme por las carcamaladas seniles de un político franquista, firmante de asesinatos ilegales, un cadáver superviviente de los tiempos pasados. Sin embargo por culpa, o gracias, al altavoz de los medios, el tal Manuel Fraga sigue teniendo la capacidad de irritarme. Después de tantos años consigue indignarme hasta el extremo de entrar al trapo. ¿Qué me importa lo que dice alguien que no sabe lo que dice? Y si lo sabe, es todavía más insignificante. Más irrelevante: por ignorante, por tergiversador o por mal intencionado.

No quiero seguir dando importancia a ese tipo que lleva siendo un incordio desde que recuerdo tener interés por la política, por los políticos. El fue, también en la transición, la imagen de lo que menos me gusta de este país, de sus gentes y sus públicos personajes. Nunca he podido, ni querido bajar la guardia, de estar contra los franquistas. El fue una de las cabezas, y cuerpos en bañador, que más me tocó soportar en el final de la dictadura. Siguió en la transición. Disimuló con el país autonómico. Y sigue dando el peor de los gaitazos cuando en este país se quiere saber dónde, cuándo, quién y cómo fueron los responsables de asesinatos, selectivos y en masa, a los españoles que fueron dignos, demócratas y republicanos. ¿Tendrá muertos que ocultar debajo de alguna higuera? En fin. No quiero seguir perdiendo el tiempo. Bastante pesado es seguir tantos años contra Fraga. Preferiría no tener que escucharle. No entrar al trapo. Pero muchos somos así de tontos, aunque no nos tapemos los cojones cuando deberíamos taparnos la cara. El chiste lo contaré otro día. Hoy no tengo mucho humor para reírme con ese ex de la historia. Además me siento como uno de esos muchos de aquél poema de Pablo Neruda:

 

"...Cuando todo está preparado

 para mostrarme inteligente

 el tonto que llevo escondido

 se toma la palabra de mi boca..."

 

Tonto, sí, pero lo que oigo me hace dos tontos. Pero no consigue que pierda la memoria.

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5 de septiembre de 2008
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Morboso

Lo morboso, dice María Moliner, es una patología reveladora de un estado físico o psíquico no sano. Ejemplo: "siente un placer morboso en torturar a los animales". Vale. Y cuando habla de morbo se refiere a morbo como enfermedad. Morbo comicial: epilepsia. Morbo gálico: sífilis. Morbo regio: ictericia. También se cita al "cólera morbo". No es lo que yo quería encontrar. Yo quería entender porqué decimos que nos da morbo alguien. Cuando decimos que alguien tiene o nos produce morbo, es que nos gusta, nos excita o nos hace fantasear.

Yo estoy lleno de esos encuentros con morbo. Es más me gusta alimentar mi morbo. Así todos los días paso por una plaza con un edificio oficial y sé casi seguro que me encontraré a una guardia civil que me da morbo. Bueno, no sólo ella, en general todas las guardias civiles- salvo excepciones- me produce bastante morbo. Yo creo que es el uniforme, más el peinado y unidos al tricornio. Nunca me han gustado, perdón, los señores de la guardia civil. Son herencias de mi estigma de progre, mi lado gitano o mis lecturas lorquianas. Lo que sea, es posible que sean las multas de la carretera, no sé, pero todavía me ponen nervioso esos hombres del "cuerpo".

Nada  que ver con las mujeres guardias civiles. Siempre estoy deseando que me paren, que me digan algo, que me den alguna indicación, incluso que me multen sin exagerar. Y es que no puedo evitar el morbo, no descrito pro Moliner, de pensar tener una aventura con una guardia civil. Un encuentro pero con uniforme, al menos al principio, después bastaría con que se dejara puesto el  tricornio.

/upload/fotos/blogs_entradas/joaqun_jord_en_una_imagen_de_2004._med.jpgNo estoy sólo en ese morbo. Me acuerdo de mi amigo, mi admirado Joaquín Jordá que estaba afectado del mismo mal. Tanto que hizo una película con Rosy de Palma vestida de guardia civil. Eso era doble morbo. También me da morbo Rosy de Palma, incluso sin vestirse de guardia civil.

Mañana volveré a alimentar mi morbo mirando esa guardia de todas las mañanas. Lo malo es que con el uniforme ni se me ocurre hacer una insinuación. Tendré que curarme el morbo.

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4 de septiembre de 2008
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Dos chicas

Eran razonablemente guapas, con tono pijo de terraza del norte de Madrid. Bastante habladoras, bastante jóvenes y bastante banales en su charla. No quería prestar atención, estaba terminando mi último Auster, Un hombre en la oscuridad y no se merecía esa escritura la dispersión en banalidades, aunque fueran más o menos guapas, más o menos jóvenes. Pero escuché, no lo pude evitar.

Era la tarde del mismo día en que recordé nuestro ser jovencitos, tiempos de creer en el Che, de creer en aquellas cosas que cambiarían el mundo. Un poco antes de creer en otras que cambiarían la vida. Mucho antes de dejar de creer en el Che, de dejar de creer en general. No queríamos ser pijos, no queríamos ser banales aunque nunca nos dimos cuenta de que fuimos ingenuos.

Así me parecieron al principio, dos ingenuas. Un poco pijas, pero ingenuas. Estaban descubriendo que habían crecido, que habían madurado tanto que hasta les estaba "empezando a gustar los estudios" (sic). Cosas de los tiempos, yo nunca creí en los estudios hasta que dejé de estudiar. Ahora me gustaría ser un perpetuo estudiante.

Se iban y terminaron por hundirme en la decepción. Estaban hablando de sus "puestas de largo". De que no había porqué esperar a los 18, que también a los 16 se podía hacer. Y de que sus padres estaban encantados con la idea. No hay duda de que los tiempos estaban cambiando. No recuerdo, salvo excepciones muy graciosas y casi extravagantes, de chicas que me gustaran que se "pusieran de largo". /upload/fotos/blogs_entradas/los_girasoles_ciegos_med.jpgPensé dos cosas: que estaba muy mal relacionado con el pijerío y que los padres de esas chicas -seguro que unos tipos algo más jóvenes que yo- debían ser tan raros, tan raros, como le deberían ser Aznar y su pandilla en la universidad. Seremos del mismo país. Pero está claro que somos de otro mundo. Hay mundos que no me importa perderme, incluso haberme perdido y seguir perdiéndolo en el futuro.

¿Esas chicas irán a ver El Che? Es posible. Lo que no las imagino es viendo Los girasoles ciegos. Ojalá se equivoquen y se cuelen en esa historia española dónde nunca el personaje de Maribel Verdú, ni los de su familia, se les ocurrió pensar en la fiesta de "puesta de largo". Soy un clásico, pero al menos no olvido el rencor. Un poco de rencor y muy poco interés. Prometo no escuchar conversaciones ajenas.

¿Puedo prometer y prometo?

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3 de septiembre de 2008
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Los actores son un asco

Así se llama un divertido libro, una paródica novela, de uno de los mejores guionistas de Hollywood en sus mejores años, Ben Hecht. No hablaré de él, a pesar de robarle el título -como ayer hice con ese otro libro de una vieja amistad literaria, y personal, que se llamó Juan García Hortelano, otro día habrá "modo"- lo que quiero es reflexionar sobre lo acertado del título. Ciertamente los actores son un asco, como los músicos, los críticos, los novelistas, los dentistas o los periodistas. Muchas profesiones son un asco porque quienes las representan lo son. ¿Y los bancarios? ¿O los taxistas, farmacéuticos, policías, cocineros, políticos o camioneros? Ciertamente el ser humano muchas veces es un asco. Se salva porque otras veces no lo es. También hay actores que no son, o no parecen, ser un asco. Así pensé hace un rato de Benicio del Toro. Estuve media hora a su lado, hablamos un poco en público y un poco más en privado y me pareció más inteligente, cálido, listo e interesante que la media de los actores. Y confieso que he conocido a unos cuántos. Tengo un amigo que estuvo con Benicio unas horas. Incluso una amiga que también estuvo otras horas. Los dos, por razones diferentes, hablan muy bien de uno de los actores más admirados y queridos del momento.

/upload/fotos/blogs_entradas/benicio_del_toro_por_su_interpretacin_del_che_med.jpgEs un buen actor. Un tipo de duro atractivo, de canalla encantador que da mucho juego. Es raro que estando en la cumbre, en esas alturas de los mitos que vienen de Hollywood, mantenga una cercanía tan fácil. Está a punto de estrenar El Che, es decir está a punto de ser la imagen que nos represente a esa otra imagen de uno de los mayores iconos del siglo XX, Ernesto Guevara.

Ahora se están publicando estudios, biografías y novelas críticas con la figura real del Che, se está mostrando su cara más negativa, su cara oculta, sus sombras. Es posible que haya que cuestionar todo aquella mitología de los años sesenta, éramos pequeños e ingenuos. Lo que no le podrán quitar al Che es su fotogenia. Eso se tiene o no se tiene.

Como a Benicio del Toro, seguro que descubriremos sus caprichos, sus manías, su lado insoportable, su divismo o sus carencias de cualquier otro lado moral o intelectual pero lo que nadie le podrá arrebatar es su fotogenia. Ese bien es algo que hace que tengamos que volver al espíritu de Ben Hecht, y después de mirarle, tendremos que convenir que los actores son un asco. No les puede salir gratis ser tan resultones y llevarse a todas las mujeres. Es verdad, que a pesar de las apariencias, los actores son un asco. Incluso si son como Benicio, dos ascos.

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2 de septiembre de 2008
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Tormenta de verano

No quería ver la realidad, me aferraba al tiempo azul del verano. Bueno, quiero decir bastante azul para ser Galicia. Azul de Galicia sur. Me encontraba bien en esa transparencia del verano, en esa claridad aunque fuera visitada por nubes, por nieblas de mañana, por lluvias dispersas. El último día me despidió una hermosa y feroz tormenta de verano. Tormenta de verano gallego. Rayos, relámpagos, truenos y granizo que caía como un feroz intruso en una noche que no le correspondía. Noche de tormenta. Casa sin luz, felicidad. Volver a las iluminaciones del cielo. No duró mucho pero fue hermoso mientras duró.

Al cabo de unas horas, regreso a Madrid y los tópicos del regreso. Todos los septiembres casi las mismas palabras. ¿Podríamos vivir, comunicarnos, sin frases hechas? Seguro que sí pero seríamos unos raros, unos originales, unos excéntricos. Madrid nos centra a nuestro pesar. Nuestra voluntad es excéntrica. Posiblemente marginal pero con unas determinadas comodidades. Vivir como ricos entre las ruinas de sus yates, entre sus casas blasonadas y sus cuentas en declive. Mantener el prestigio de ser los desprestigiados de una familia que vivió bien, sin dar golpe. Siempre hay razones para la envidia. También para el consuelo. Desde los todavía días luminosos madrileños pensando en el cercano otoño nos conformamos con ese amigo. Con ese otro JRJ que de por vida nos acompañó, y nos acompañará. Entre sus aforismo de río arriba encontramos un bonito consuelo. No será mucho, pero se llama: demasiado.

"Prefiero siempre el tiempo gris, y cuando más cerrado, mejor. En el tiempo azul se trasparenta demasiado el infinito y, por el infinito entre oro iluso, vemos demasiado todo lo que no podemos cojer."

(Que el listillo del corrector de mi PC, ni otros posibles correctores, se atrevan a corregir la ortografía del maestro.)

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1 de septiembre de 2008
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La ignorancia del sabio

En la entrevista de Juan Cruz a George Steiner- la semana pasada en El País Semanal- se dicen muchas cosas brillantes, inteligentes, divertidas, irónicas y hasta provocadoras. Una delicia leer a Steiner -aunque su último libro, sus libros que nunca escribió, sus alardes eróticos y otras historias privadas no sean lo mejor de su obra- con esa agudeza de vida y obra, con esa máxima que hace suya tomada de Samuel Beckett: "Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor". Un sabio que sabe que no es fácil ni la vida, ni la cultura, pero que merecen la pena. 

Hace años en Madrid, en el Círculo de Bellas Artes, me extrañaron sus alabanzas a Harry Potter, su optimismo con respecto a que millones de adolescentes estuviera leyendo ese libro. Ahora se arrepiente, duda de aquello que dijo. No está seguro, más bien todo lo contrario, de que después vayan a leer La isla del tesoro o Los viajes de Gulliver. Se equivocó en su apreciación. Es sabio y reconoce su error. 

Los sabios también son humanos llenos de errores, desconocimientos y opiniones discutibles, incluso poco reflexionadas o estúpidas. Habla Steiner de las tonterías que el genial escultor Henry Moore decía cuando hablaba de política. Más o menos las tonterías que George Steiner al descalificar, ignorar, ningunear lo que desconoce. Su ignorancia y menosprecio a la lengua gallega sólo puede ser hijos de su falta de conocimientos. No tiene ni idea y desprecia lo que ignora. 

Muchos amigos gallegos, y no gallegos, están enfadados con ese desprecio a la lengua y esa incorrecta información sobre la realidad de la universidad y el idioma gallegos por parte del sabio judío. No hay que enfadarse, creo. Lo mejor sería invitar a Galicia una temporada a Steiner. Un sabio como él, un lector tan agudo, un crítico tan sensible, estamos seguros cambiaría su opinión sobre el gallego y sus cultura. Sobre la escritura en gallego desde Alfonso X hasta nuestros días. No seremos nosotros los que hagamos el escrutinio de la literatura en gallego, pero ahí está. 

El Ministro de Cultura, el gallego César Antonio Molina, poeta, ensayista y periodista debería hacer de puente entre esa cultura que conoce tan bien y que tanto desconoce su amigo George Steiner. Que el sabio pruebe otra vez. Que fracase otra vez. Que fracase mejor.

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29 de agosto de 2008
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El Boomeran(g)
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