Javier Rioyo
Así se llama un divertido libro, una paródica novela, de uno de los mejores guionistas de Hollywood en sus mejores años, Ben Hecht. No hablaré de él, a pesar de robarle el título -como ayer hice con ese otro libro de una vieja amistad literaria, y personal, que se llamó Juan García Hortelano, otro día habrá "modo"- lo que quiero es reflexionar sobre lo acertado del título. Ciertamente los actores son un asco, como los músicos, los críticos, los novelistas, los dentistas o los periodistas. Muchas profesiones son un asco porque quienes las representan lo son. ¿Y los bancarios? ¿O los taxistas, farmacéuticos, policías, cocineros, políticos o camioneros? Ciertamente el ser humano muchas veces es un asco. Se salva porque otras veces no lo es. También hay actores que no son, o no parecen, ser un asco. Así pensé hace un rato de Benicio del Toro. Estuve media hora a su lado, hablamos un poco en público y un poco más en privado y me pareció más inteligente, cálido, listo e interesante que la media de los actores. Y confieso que he conocido a unos cuántos. Tengo un amigo que estuvo con Benicio unas horas. Incluso una amiga que también estuvo otras horas. Los dos, por razones diferentes, hablan muy bien de uno de los actores más admirados y queridos del momento.
Es un buen actor. Un tipo de duro atractivo, de canalla encantador que da mucho juego. Es raro que estando en la cumbre, en esas alturas de los mitos que vienen de Hollywood, mantenga una cercanía tan fácil. Está a punto de estrenar El Che, es decir está a punto de ser la imagen que nos represente a esa otra imagen de uno de los mayores iconos del siglo XX, Ernesto Guevara.
Ahora se están publicando estudios, biografías y novelas críticas con la figura real del Che, se está mostrando su cara más negativa, su cara oculta, sus sombras. Es posible que haya que cuestionar todo aquella mitología de los años sesenta, éramos pequeños e ingenuos. Lo que no le podrán quitar al Che es su fotogenia. Eso se tiene o no se tiene.
Como a Benicio del Toro, seguro que descubriremos sus caprichos, sus manías, su lado insoportable, su divismo o sus carencias de cualquier otro lado moral o intelectual pero lo que nadie le podrá arrebatar es su fotogenia. Ese bien es algo que hace que tengamos que volver al espíritu de Ben Hecht, y después de mirarle, tendremos que convenir que los actores son un asco. No les puede salir gratis ser tan resultones y llevarse a todas las mujeres. Es verdad, que a pesar de las apariencias, los actores son un asco. Incluso si son como Benicio, dos ascos.