Solemos despachar el Premio Planeta como un premio mediático, de mucho dinero, mucho ruido y poca literatura. No es así. Y no lo ha sido en muchas ocasiones de su ya dilatadísima historia. Si tuviera la capacidad y el tiempo necesario, me dedicaría a escribir una novela pensando en ganar el Premio Planeta. No me conformo, como Juan Benet, con ser finalista. Hay que ganar, como Millás, Muñoz Molina, Marsé, Vázquez Montalbán, Alvaro Pombo, Vargas Llosa, Cela, Bryce Echenique, Sender o Antonio Prieto, esos nombres son algunos de los escritores que admiro en grado y forma diferentes. El Planeta les ayudó para llegar a más lectores. Les cambió la vida, la economía, el reconocimiento y los siguientes libros. Muchos escribieron su mejor libro, otros el peor, pero todos están de distinta forma, con diferentes razones, encantados de haber pasado por ese premio, por esa historia. A pesar del disparatado juego al que se tienen que someter. Poco que ver con la literatura, mucho con el espectáculo.
No me olvido, entre otros, de algún premiado que no conoció nada de eso. Hablo de Ángel Vázquez, que ganó el premio demasiado tarde. Demasiado perseguido por las deudas, atrapado por el alcohol, oculto en su máscara y a poco tiempo de su prematura muerte. Eso sí, murió con menos deudas aunque para el entierro hubo que recurrir al "viejo Lara", al creador de los premios, para poder tener una cierta dignidad en el último, y como tantas veces en su vida, también casi secreto viaje. Un gran novelista que también pasó por el premio Planeta.
De Savater, y de Ángela Valvey, hablaremos otro día. Ahora me parecía un buen momento para recordar que este premio tan poco querido por muchos lectores, por los "lletraferits", también cumple su misión evangelizadora con los escritores. Saca a muchos de la precariedad y el anonimato. Aunque muchos de su nómina de ganadores no lo hayan merecido. Tengo que volver a mirar hacia atrás, hacia la historia del Planeta, sin ira. En realidad tengo que mirar casi todo sin ira. Incluso lo que me irrita tanto que... en fin, mejor me callo.

Mejor seguir siendo un poco ingenuos, mantener dosis de optimismo, olvidar algunas realidades, algunos datos y algunas personas.
El otro libro lo acabo de leer. Una joya divertida e inteligente. Uno de esos libros contra la pesadez, la pedantería y el peso excesivo, el prestigio postizo que tiene el leer o no leer. Ante aquellos que aseguran haber leído ocho veces En busca del tiempo perdido está la legión que confiesa no haberlo leído. Un libro contra el prestigio de la lectura y con los trucos necesarios para moverse entre lectores y no parecer iletrado. Se llama Cómo hablar de los libros que no se han leído, del profesor Pierre Bayard y publicado en Anagrama. Divertido recorrido por algunas reivindicaciones de no lectura. De Musil y su bibliotecario de El hombre sin atributos, a los olvidos lectores de Montaigne. De los hojeos rápidos de Valéry a los seis minutos que había que dedicar a cada libro según Oscar Wilde. El mismo que decía: "Jamás leo libros que debo criticar, para no recibir su influencia".
Una novela que es puro Millás. Esa marca que reconocemos en sus columnas, en sus reportajes, en su narrativa y en su memoria de unos años que estaban llenos de miedos, de oscuridades, de amenazas y de otras historias para no dormir que nos hicieron descreer de casi todo. Millás, en El mundo, que así se llama la novela tan agraciada, contaba nuestros temores. Los mismos, o parecidos, infiernos de los que nos salvamos. Duraron varias generaciones y todavía son, y serán, alimento de muchas de nuestras novelas. En sus páginas encontramos la verdad de aquellas mentiras. Cuando cuenta su historia también cuenta la nuestra.
Oliveira acaba de cambiar de productor -el mítico portugués/ parisino Paolo Branco- porque tiene que pensar en su futuro, dentro de un mes cumple cien años.
El lado poético de Margarit nos evoca aquellos desolados lugares. El de la prosa de Benjamín Prado nos acerca al tráfico del horror. Así fuimos. Incluso si de "misericordia" y literatura hablamos, no podemos olvidar una de las mejores, más conocidas, realistas y duras novelas de Galdós: Misericordia. Un viaje a los submundos, a la pobreza, ala miseria de unos barrios de Madrid llamados Injurias, Cambroneras, Fábrica de Gas o Estación de las Pulgas. Con ese mundo convivieron nuestros antepasados. Con el otro, con el de las Casas de Misericordia, algunos tan cercanos como Joan Margarit. Volveré a Misericordia de Galdós. Y recuerdo la "casa" de Margarit:
Entre el siglo de Manuel de Oliveira, el único director vivo que sigue filmando después de haber firmado su primera película en los tiempos del cine silente. Vigoroso y poco comercial, acaba de cambiar de productor: ¡hay que pensar en el futuro!