Javier Rioyo
Me tocaba hablar para los alumnos que habían terminado los másters en Comunicación y Cultura que organizan la editorial Santillana y la Universidad de Salamanca. No dudé en decir que lo haría encantado porque se trataba de ir a Salamanca. Me gusta escaparme a esa ciudad de queridas piedras, de queridas cosas. Resultó que habían decidido, a petición de los alumnos, cambiar la entrega de diplomas a Madrid. Me deben una escapada a Salamanca. Hablábamos del futuro de la edición, de la cultura en Televisión y de los futuros gestores culturales. No había que ser apocalípticos. Mejor seguir siendo un poco ingenuos, mantener dosis de optimismo, olvidar algunas realidades, algunos datos y algunas personas.
Había, eso sí, dar ciertas pistas partiendo de nuestra propia experiencia. Más allá de algunas historietas, de algunas anécdotas, me pareció que lo más eficaz era recomendar dos libros. Dos libros como dos catecismos para moverse por ese complejo mundo de lo cultural y alrededores.
Uno de mis libros de cabecera. Los aforismos de Lichtenberg, editado por Fondo de Cultura Económica, con edición coordinada por Juan Villoro. Lichtenberg, ese pensador, lector, escritor y letraherido que pidió que "los jardines deberían ser universidades y los árboles libros". No lo consiguió, todavía quedan muchos árboles que nos impiden leer algunos libros. Y hay más jardines que universidades. Es lo que tienen las utopías. Recordé algunos otros aforismos sobre escritores y libros. Uno: "El único defecto de los escritores realmente buenos es que casi siempre ocasionan que haya muchos malos o regulares". O este otro: "Aquello tuvo el efecto que por los general tienen los buenos libros. Hizo más tontos a los tontos, más listos a los listos y los miles restantes quedaron ilesos".
El otro libro lo acabo de leer. Una joya divertida e inteligente. Uno de esos libros contra la pesadez, la pedantería y el peso excesivo, el prestigio postizo que tiene el leer o no leer. Ante aquellos que aseguran haber leído ocho veces En busca del tiempo perdido está la legión que confiesa no haberlo leído. Un libro contra el prestigio de la lectura y con los trucos necesarios para moverse entre lectores y no parecer iletrado. Se llama Cómo hablar de los libros que no se han leído, del profesor Pierre Bayard y publicado en Anagrama. Divertido recorrido por algunas reivindicaciones de no lectura. De Musil y su bibliotecario de El hombre sin atributos, a los olvidos lectores de Montaigne. De los hojeos rápidos de Valéry a los seis minutos que había que dedicar a cada libro según Oscar Wilde. El mismo que decía: "Jamás leo libros que debo criticar, para no recibir su influencia".
No creo que les fuera de mucha utilidad lo que intenté comunicar a esos futuros intermediarios entre nosotros y nuestros libros pero, eso sí, lo dije con la sinceridad de un buen lector de catálogos.