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Escrito por

Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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Después de una cena sin notables

Tengo que hablar de uno de los libros importantes de los últimos tiempos para entender qué leemos, por qué leemos lo que leemos, quién nos resulta fiable como consejero, inductor o seductor de lecturas. Y también acercarnos a una mirada de la crítica, los críticos y sus alrededores. /upload/fotos/blogs_entradas/la_cena_de_los_notables_med.jpgTodo eso está en el libro de Constantino Bértolo, La cena de los notables, no pudimos cenar con él, apenas pudimos beber, pero sí pudimos escuchar su poética, su prosaica o como se llame su explicación, acercamiento, invitación a su ser lector. A su elegante y peculiar forma de inducirnos lecturas. Después de tantos años, el lector, crítico, editor y agitador Bértolo nos deja su, casi, primer libro. Bienvenido, bien llegado desde las periferias hasta nuestro centro más o menos descentrado.

No tengo tiempo para hablar hoy de ese libro, de ese autor, pero lo haré muy pronto. Hoy, segunda noche a la luna de Valencia, a mitad de camino entre el delta del Ebro y el río Guadalquivir, con mi cabeza en muchas películas, quiero compartir una placa que acabo de leer en la fachada del Tribunal de las Aguas, en ese lugar civil y renacentista del centro de la Valencia de barrio popular, marcados, iglesias y librerías de viejo. En un sobria y marmórea lápida de homenaje leo: "Los dependientes de comercio de Valencia: a la Paz. 1876". Me conmueve esa lápida de trabajadores, dependientes, del comercio de una ciudad que estaba esperando la paz. El comercio también sigue en las guerras, pero el ser que comercia tiene que ser un ser libre. Un hombre, una mujer, orgullosos de esa historia cotidiana, de esa servidumbre civil que cada día nos hace levantarnos y dirigirnos a nuestros comercios. Nuestra dependencia, nuestra independencia. Nos podemos quejar de las horas de trabajo, del sueldo, del jefe, de los intermediarios y hasta de los consumidores. Pero no podemos quejarnos de hacerlo en paz. Los que quieran la guerra que se vayan a la mierda, a la ETA o la cárcel. Los demás somos como esos dependientes de comercio valencianos que, al menos durante unos años, supieron valorar y agradecer la paz. ¡Qué menos!

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31 de octubre de 2008
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Delitos y faltas

Siento cambiar de música, me divertían esas canciones tan horteramente nuestras, al menos de algunos como yo. Si Nietszche era un admirador de la zarzuela, al menos de "La Gran Vía", yo puedo ser un fan de las canciones de Leonardo Favio. La verdad es que algún día tengo que hacer confesión de mis malos gustos. /upload/fotos/blogs_entradas/leonardo_favio_1_med.jpgPensándolo bien, ¿a quién le importa lo que yo digo?, ¿a quién le importa lo que yo hago?... Bueno, seamos serios, al menos disimulemos un poco. No es fácil estando en Valencia, sin duda la capital de España del kitsch. No solo en música -absolutamente imbatible desde sus bandas, pasodobles, moros, cristianos, tórtolas, conchas piqueres, brunos lomas, festivales de Benidorm, raimones, ninos bravos y todos esos seguidores desde el pop a los coñazos de chimos bayos y los del ruido de discotecas pastilleras. Valencia es la gran madre, la gran matrona capaz de criar a sus pechos toda clase de músicas. Me gusta Valencia.
 
Un poco antes de llegar a mi hotel -en plena plaza del Ayuntamiento, cerca del lugar de trabajo de esa política tan insólita, tan callejera y tan tapada, tan peculiar y tan lejos de mis votos, como es la simpática alcaldesa Rita Barberá- me tropecé con bastantes policías y frente a ellos un grupo mínimo, no llegarían a cuatro decenas, de jóvenes que muy serios, muy formales y muy rodeados, que gritaban unos, más o menos, acompasados cánticos de protesta, apoyados por una pancarta que les recordaba la letra: "En Valencia també cremen la Monarquía". No entendía nada. Me hizo gracia que aquel grupo tan pequeño, aquellos formales rebeldes, fueran tan lanzados incendiarios, tan voluntaristas, tan optimistas que pensaran terminar con la monarquía. No me parecía la forma más educada, incluso no me parecía nada bien pero entendí que quemar a la monarquía era una metáfora. Y eso de quemar es tan valenciano que me pareció muy fallera la propuesta, aunque bastante excéntrica.
 
Llegué al hotel y comprendí todo, se acaba de celebrar el juicio contra unos jóvenes separatistas catalanes que habían quemado la foto de los Reyes. Había olvidado aquél inocente acto de quema simbólica de la institución en una foto. Y mucho más había olvidado que algún juez les había condenado, o al menos lo había intentado. Hoy, recurrida la sentencia, se había considerado aquello como una falta. No como un delito. Por lo tanto, aquellos "faltones" estaban en la calle, quizá con una multa, pero como mucha más publicidad de la que hubieran soñado.
 
¿En Valencia se podría condenar por quemar algún político en sus Fallas? ¿Están prohibidas las quemas falleras de la familia real? ¿Y estará prohibido quemar al Papa? ¿Y quemar a Giordano Bruno? ¿Y a Ramón LLull?
 
No sé qué me pasa, llego a Valencia y tengo unas indisimuladas ganas de quemar a unos cuántos, que no sé yo. Me callo. No quiero llegar al delito. Me conformo con las faltas.

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30 de octubre de 2008
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El querido mal gusto

No tengo apenas tiempo, pero volveré más tranquilo a lo que aquí quiero dejar apuntado, una realidad recordada por un inteligente libro de un peculiar ensayista sobre estética y alrededores de nuestro tiempo. Un vez más el olfato de esta editorial es una prueba de mantenerse despierto. /upload/fotos/blogs_entradas/home_semper_med.jpgHablo de Anagrama y un libro llamado Homo Sampler. Tiempo y consumo en la Era Afterpop, de Eloy Fernández Porta. Me interesa y prometo una parada menos nerviosa que este comentario. Siempre estoy viajando, tengo que recordar Alicia en el país de las maravillas. No sé si cambiaré por las lecturas, tampoco sé si quiero hacerlo. Pero no quiero desviarme más. Voy al tema, el gusto por algunas cosas de "mal gusto". De gusto popular, incluso de gusto kitsch, aunque eso me interesaba más en tiempos de Dorfles.
 
Pero si lo llevamos a la música si me encuentro muy identificado con algo que Porta define como un juego, una manera de que te gusten ciertas cosas, digamos ciertas músicas, que son descaradamente poco importantes, banales, populares o anodinas. Muchas de esas canciones "tontas" forman parte de nuestra vida. Nos sorprendemos cuando somos capaces de cantarlas, incluso de disfrutar de ellas. Es el triunfo del "karaoke" global.
 
Se habla del grupo Pulp, que utiliza el kitsch, pero sin enfangarse, y como dice Porta: "lo usan como recurso para transmitir la terrible verdad que late en el fondo de las canciones de mal gusto".
 
Canciones de mal gusto. ¡Ahí están algunas de las canciones que más veces hemos repetido, tarareado y cantado en nuestras vidas!
Seguiré con esas músicas. Con el querido mal gusto.

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29 de octubre de 2008
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Ciudades reales, ciudades imaginarias

Me escapé una noche de una ciudad tan real como Valladolid y pasé el día, sobre todo la noche, del sábado en la irreal Tánger. Hay ciudades que tienen realidad, son lo que parecen,  tienen más visibilidad que secretos.
 
Ciudades sólidas, cargadas de historia, renovadas para encontrar en ellas lo que tiene que tener una ciudad: comercios, bares, cines, teatros, restaurantes, burdeles, iglesias, mercados, plazas y tráfico y ciudadanos. Valladolid tiene de todo eso y, además tiene historia y un festival de cine. Además está bien comunicada. Recuerdo una noche hace dos o tres años, ya de retirada al hotel, en compañía de Jorge Herralde y Laly Guber, cuándo cruzábamos su tan histórica plaza Mayor -que vio más de una quema de herejes en los barrocos Autos de Fe- se paró Laly y dijo: "Qué hermosa ciudad, no la imaginaba así". Me sorprendí que una mujer tan viajera, tan cosmopolita no conociera esa ciudad tan histórica y tan viva que es Valladolid.
 
/upload/fotos/blogs_entradas/tanger_2_med.jpgSeguro que conoce Tánger. Una de las ciudades más literarias de nuestro mundo. Refugio de escritores, músicos, pintores, buscadores de fortuna y de derrochadores de fortunas y de vidas. Esa ciudad que en el cine se llamó Casablanca, es una ciudad que ya apenas existe en el recuerdo, en la imaginación de algunos supervivientes. Para evocar esa belleza canalla de una de las ciudades más atrevidas, de mejores fiestas- aunque fueran a puerta cerrada- de un tiempo en que muchos creyeron que la vida no debería ser una cosa tan seria. Disfrutaron, bebieron, amaron, se enmascararon y se quitaron sus máscaras. Estuve con uno de los últimos representantes de aquella generación de elegantes y extravagantes, el sentimental y nervioso, Pepe Carretón superviviente de la esta vieja dama que fue Tánger. Ciudad que ya solo podemos conocer a partir de lo que otros contaron. Callaron algunas de las mejores historias por eso, de vez en cuando, me gusta encontrarme con Carletón, el último superviviente de una mítica foto dónde pasaban las irreales tardes, las noches sin fin en compañía de los Bowles o del joven, demoníaco con aspecto angelical llamado Truman Capote.
 
Tánger, esa Tánger, es ahora imaginación. Pasado e irrealidad. Hay otra Tánger, también nocturna, abierta a las sorpresas. Me gusta pensar que un día me tocará la sorpresa. Como de vez en cuando tengo la ilusión de que me tocará la lotería. Tánger vale el juego, merece el riesgo de encontrar su oculta vida en alguna noche de octubre.

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28 de octubre de 2008
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El asesinato como una de las bellas artes

Ser un buen cocinero es ser un excelente asesino. Para cocinar hay que saber matar. Pasó por Madrid uno de los más reputados asesinos del arte culinario, Santi Santamaría. Sigue en forma, representa un peligro para muchos, una amenaza para algunos y una incomodidad para intermediarios vendedores de esa marca tan rentable llamada nueva cocina española. /upload/fotos/blogs_entradas/el_cocinero_santi_santamaria_med.jpgSantamaría sigue polemista, peleón, defensor de unas formas y unos fondos que sólo dominan algunos depurados asesinos. Decía Vázquez Montalbán -ahora rescatado como escritor de gastronomía- en Contra los gourmets que "la cocina es una metáfora ejemplar de la hipocresía de la cultura porque se basa en un asesinato previo, sea de una alcachofa o de un jabalí, asesinato enmascarado gracias a la cultura, gracias a la práctica culinaria".
No es lo mismo matar a una paloma (cristiana, pagana, nacionalista o confundida como las de Alberti) que a una coliflor.

Cuando el asesinato es una de las bellas artes te reconocen con estrellas Michelín. Eres una estrella. Un buen asesino/cocinero es hoy un divo de mayor dimensión que un cantante de ópera. ¿Se puede ser un gran asesino sin estrellas, ni michelines? Creo que sí, conozco a más de uno. Un ejemplo de refinada matanza de seres inocentes, de criaturas recién nacidas, son los miles de cochinillos, de lechazos y otras ternuras que los asesinos castellanos practican cada día. Y cada año, en pagano festejo, se celebra la matanza en una fiesta llamada El Dorado, el color que los mártires tienen al llegar a la mesa del sacrificio. Por allí pasó Santamaría, que reconoce y aplaude el viejo arte de los mesoneros castellanos. Queridos criminales que saben estar al margen de la polémica sobre el uso de los nitritos o sobre la cocina de vanguardia española.

Cocinar es una manualidad, como los bellos asesinatos de antaño, que requiere, para no ser considerado un monstruo de crueldad, además de saber arrebatar la vida del animal o planta, que -¡salvo excepciones!- no se coma cruda a la víctima. Hay que trocear, salar, marinar, guisar, asar, aderezar y otras formas de sutil manipulación para convertir un simple crimen en todo un arte. Un refinamiento que llamamos cultura culinaria. Vale para un salchichón de Vic -ahora perseguido por las autoridades sanitarias por no llevar aditamentos-, un lechazo de Campaspero, una paloma torcaz de Tierra de Campos, un mejillón de Aldán o una coliflor de Lérida.

No es lo mismo matar a una paloma -cristiana, pagana, nacionalista o confundida como las del recordado Alberti- que a una coliflor. El olvidado falangista, un escritor que nunca se quitó las calaveras, ni la camisa azul, Luys Santa Marina, fanático también en su vegetarianismo, decía sentir los lamentos de una coliflor al ser degollada. De las matanzas que camisas azules practicaron con nocturnidad e impunidad nunca dijo nada. No me fío de los vegetarianos.

Artículo publicado en: El País, 26 de octubre de 2008.
 
P.D. : Donde digo coliflor, aquí, en nuestra web El Boomeran(g), quiero decir escarola. La siento mucho más cercana que una coliflor, y huele mejor.

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27 de octubre de 2008
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Cine en Valladolid

Mañana comienza oficialmente el Festival de Cine de Valladolid, un clásico de los otoños. Me acercaré hoy para una inauguración previa. La exposición que sobre Buñuel, con su Cristo sonriente en la portada del catálogo, la misma que ya vi en México. Y poder volver por esos pasillos secretos que siempre guarda la vida y la obra de Buñuel. /upload/fotos/blogs_entradas/cine_en_valladolid_med.jpgSe estrena un documental con una participación muy peculiar de Juan Luis Buñuel y Jean Claude Carriere, una excelente excusa para estar entre gente libre e inteligente.
 
Antes de ese alimento del espíritu me pararé en Segovia. Los asadores de Castilla, con José María al frente, hacen un homenaje al cochinillo. No me lo puedo perder. Tiempo del placer carnívoro antes de los varios placeres que me esperan en Valladolid. No le importaría a Buñuel una parada con cochinillo y vino antes de pensar en lo oscuro y contradictorio del ser humano.
Recuerdo que hace muchos años el festival de Valladolid se llamaba de Cine Religioso y de Valores Humanos. Era un cine más o menos controlado por las cercanías eclesiásticas pero con deseos de apertura. No era la carcunda habitual en el clero. Ya se podían ver las películas trascendentes de Bergman, por supuesto Dreyer, y también Rossellini y otros que se han preguntado por la trascendencia del ser humano en el cine. Esos autores que podían ser considerados religiosos, más allá de su fe o de la falta de ella. Después vendría Pasolini, que intentó el diálogo entre marxismo y catolicismo.
 
Pensando en Buñuel, que no tengo claro que alguna vez compitiera en Valladolid, pienso que eso de estar, o de haber podido estar, en un festival de cine religioso y valores humanos le iba como anillo al dedo. Como cordero en iglesia, como Sade y el ateísmo, como una prostituta en el camino de Santiago, como un cura con una escopeta, como un Cristo que ríe, como un fraile que se flagela... como los tambores de Calanda, como el milagro de la pierna, como el Cardenal Tavera, como las campanas de las iglesias de Toledo, como esa iglesia de la que no podemos salir, como la caridad inútil de Nazarin, como la cena en Viridiana como la columna del eremita Simón. Sí no paró de hacer cine religioso y de valores humanos. Está mejor que bien que ahora, tantos años después, vuelva por esos lugares santos y pecadores.

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24 de octubre de 2008
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Entre pucheros

Me he pasado la semana entre pucheros. Entre presentaciones de libros, encuentros de amigos, conocidos, saludados y otras maneras de tener que sentarte en una mesa para hablar con un guión más o menos previsto. Hay encuentros que resultan placenteros por la compañía, por el libro por la comida. Otros son un trámite y algunos un castigo.
 
Hoy me desquito comiendo entre amigos. Sin guión, sin temas y pagando. Eso de vez en cuando nos viene bien. Comeré con un amigo de uno  de esos escritores olvidados, o esquinados, que uno considera imprescindibles. /upload/fotos/blogs_entradas/julio_ramn_ribeyro_med.jpgUno de los más flacos de la literatura en nuestro idioma, se llamó Julio Ramón Ribeyro. Aquí está muy bien publicado en Tusquets. El amigo de Ribeyro se llama Alfredo Bryce Echenique, otro que uno estima como escritor, que uno quiere como persona. Nos unen algunas cosas, algunas aficiones y algunos desafectos, pero siempre coincidimos en recordar con alegría los dichos y los escritos de Ribeyro. Alguno geniales están en una antología que se llamó Prosas apátridas. Yo hoy me encuentro con unos dichos que llamó de Luder, ese personaje que se inventó el flaco Ribeyro. Brindaremos en su honor, no fumaremos- nos estamos quitando- y, claro beberemos algo más que agua. Y comeremos algo más que el humo de algunos cigarros.
 
Dos o tres dichos de Luder:
 
"Soy como un jugador de tercera división -se queja Luder. Mis mejores goles los metí en una cancha polvorienta de los suburbios, ante cuatro hinchas borrachos que no se acuerdan de nada"
 
Una biografía que reconocemos.
 
"¿Qué opinas de la vanguardia?- Le preguntan a Luder.
 
-¿La vanguardia? No tengo nada que ver con el arte de la guerra"
 
Pienso ver la exposición del Museo Thyssen
 
"Estoy preocupado- dice Luder- He leído que nuestro nuevo Presidente no fuma, ni bebe, ni juega, ni enamora.
 
-¿Y qué?
 
- Me espantaría ser gobernado por un hombre que haya ganado un premio de virtud"
 
¿Quién será peor, Boris Yeltsin o los gemelos polacos?... De Franco y los nuestros posteriores tengo más clara las preferencias.

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23 de octubre de 2008
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Ustedes, vosotros, yo

Ha pasado el tiempo: años, días, lluvias, libros, pieles y también personas que hablan, que opinan, se ocultan, muestran, tapan, desnudan, enmascaran o lo que quieran detrás de su nombre. Su real, irreal, ficticio o encubierto nombre. Algunas veces hasta se les ocurre hacer un comentario a lo que he pensado o, al menos, a lo que he escrito. Suelo leer casi todo. /upload/fotos/blogs_entradas/hombre_sin_rostro_1_med.jpgNo cuando me parece que son asuntos privados entre queridos desconocidos, aunque me gusta que usen este lugar como casa de misericordia, de lenocinio, de citas a ciegas o de reincidencia amorosa. Me gusta encontrarles, concentraros y encontrarme en este lugar común. Esta casa, jardín, habitación, cama, prado, banco público o lo que sea menester para que podamos/podáis encontraros algunos que nunca os hubierais tropezado si no existiera este lugar llamado " El Boomeran(g)".
 
Al principio fue duro, entre la división de opiniones, entre los que elegían a mi madre o a mi padre, estuve a punto de tirar la toalla. Después recordé que no hay tanta diferencia entre los seres humanos de nuestra especie y- aunque mantengo diferencias, desprecios y desconfianzas con bastantes de ellos- se parecen bastante a los que quiero, incluyéndome a mí mismo, a pesar de no parecernos en lo que pensamos, decimos, queremos, deseamos, despreciamos o soportamos. Contemporizar, no hacer mucho caso a los que nos atacan, y menos caso a los que nos halagan. Y así, con excepciones, he conseguido mantenerme tocado pero no hundido por lo que dicen o ignoran mis frecuentadores de página. Conozco a muchos, quiero decir que los identifico por su firma y por lo que dicen. Echo de menos a algunos de los/las desaparecidos en el tiempo que pasa. También me alegran los que han ido viniendo para opinar o discrepar, aunque sea de las cosas que escribo. Y me gustaría conocer a muchos, incluso mucho mejor a muchas, pero quizá lo mejor sea ésta desigual relación. Yo no sé nada de ustedes, vosotros, y a cambio tampoco sabéis demasiado de mi. Ni falta que hace. Lo mejor es quedarnos con nuestras máscaras escritas.
 
Yo pensaba escribir sobre otra historia. Una historia de España y sus estómagos. Pero así son los impulsos, me encontré con la pregunta de la ET de Euskadi, casi con su reproche y, la verdad, no me gustaría que ella también dijera adiós a todo esto. Querida, siempre opino. Incluso cuando me pretendo encubrir. Y eso que una vez me dijeron que mejor no opinar, y mucho menos entrar al trapo. No aprendo. Salud para todos, menos para uno, de ustedes, vosotros.

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21 de octubre de 2008
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El metomentodo y la metepatas

En la noche del Premio Planeta, con mi ánimo adormecido por la misma ceremonia de todos los otoños, resignado por tener que "informar de la muerte de lord Jim a quienes nunca supieron que estuvo vivo", eso es el periodismo según Chesterton. De eso trata el Planeta: vender muchos libros a los que nunca pensaron en leerlos. Mi ánimo se agitó con la salida a escena, la participación en el juego de ganador y finalista. El guión se había cumplido al pie de la letra, conocíamos a los protagonistas del drama pero no el argumento, ni la puesta en escena. Estos protagonistas van a dar juego.

Fernando Savater es el más acabado modelo de metomentodo de nuestra cultura y alrededores. Metomentodo es alguien "cuyo vigor e interés estriba precisamente en no querer hacer algo como es debido, es decir, exclusivamente". Savater, metomentodo a la manera de Unamuno: ensayista, novelista, dramaturgo, político, más hereje que místico, razonablemente apóstata y más descreído que hombre de fe.

Cuando recibía el premio de manos de la infanta Cristina/Barcelona, la más Woody Allen, la que dejó atrás madrileñas zarzuelas, bien pudo recordar otra Zarzuela: la del hipódromo, donde caballeros y caballos se la jugaban en la curva del Pardo. En el momento cheque de la noche recordé que se filosofa para entrar en las dudas, no para salir de ellas, que ya no se hace ficción por necesidad, sino por dinero. Y sin duda se vive mejor con un buen cheque que con esa fe que te prepara no sólo para ser mártir, sino también un tonto. Y de eso tiene poco Savater. La filosofía sirve para cuestionarnos; el Premio Planeta para comprar una casa. Eso despeja muchas dudas.

Al muy vigorosamente metomentodo de Savater le falta una cosa: la poesía. Algo que parece sobrar a la finalista, esa mujer de La Mancha que no dudó en pedirle en matrimonio -¡es lo bueno de vivir en la España del divorcio exprés! Ya no hay que hacerse el sueco, ni el suizo-, Ángela Vallvey. Ella que fue poeta antes que prosaica, escritora antes que mediática discutidora, no sólo quiere vengarse de algún poeta con su novela -toda novela es autobiográfica- sino que sueña paseos por jardines con el viejo Lara y un autor anónimo llamado Jesucristo.

La noche venía kitsch; el jurado, Pombo dixit, entre la elegía del caballo y la refutación de la poesía. Otro jurado escuchaba atento, silencioso y pálido. Un buen consejero poético de los prosaicos narradores, el maestro Gimferrer, ahora reconvertido en tornado poético erótico y dispuesto para atacar la narrativa con versos como éstos: "porque el alma en Heráclito lo huele, / pero en tu piel hay luces de ukelele, / y así tu fuego el fuego en mí castiga / y muero como Ganivet en Riga". Y el Planeta siguió vivo y prosaico.

Artículo publicado en: El País, 19 de octubre de 2008.

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20 de octubre de 2008
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Cosas que me irritan

No tengo tiempo. Perdón, no estoy seguro de que esto que quiero decir y mis circunstancias me lo impiden podrá ser colgado tan tarde y en un viernes.

Un día tendré que hacer un catálogo de cosas que me irritan. Que hacen que no puede dejar de mirar atrás con ira. También de mirar aquí y ahora.

Hoy, por razones de viaje, he leído más páginas de un periódico que no suelo leer hace algunos años. Y no lo hago por no perder el tiempo. Leo a Junger, con perdón. Por supuesto leí a Kundera y lo seguiré leyendo. Celine es uno de los autores que consiguió abrirme una fisura, una enorme duda, entre sentimientos personales y resultados literarios. He leído a Pierre La Rochelle, Montherland, Foxá, Jiménez Caballero, Sánchez Mazas o moralistas, beatos, místicos, fascistas, comunistas o católicos. Me gusta como se dicen algunas cosas. No me importa estar en profundo descuerdo... Pero no era eso lo que hoy me ha pasado leyendo el editorial, la primera página y a un estúpido grandullón de sus columnistas. Una pena. No quiero decir qué periódico es, no pienso hablar, aunque sea mal, de él.

Sin embargo, al lado de esa burda manipulación -marca de la casa- me encuentro con un columnista que es un islote. Un viejo periodista, perdón, un escritor que en cada línea se tira al monte para buscar las palabras que hagan que el hombre  sepa resistir viviendo entre las mentiras de los infames. Un columnista que cuando quiere, cuando se atreve nos ayuda a pensar que el hombre no sólo debe resistir, que hará algo más: prevalecerá.

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17 de octubre de 2008
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