Tengo que hablar de uno de los libros importantes de los últimos tiempos para entender qué leemos, por qué leemos lo que leemos, quién nos resulta fiable como consejero, inductor o seductor de lecturas. Y también acercarnos a una mirada de la crítica, los críticos y sus alrededores.
Todo eso está en el libro de Constantino Bértolo, La cena de los notables, no pudimos cenar con él, apenas pudimos beber, pero sí pudimos escuchar su poética, su prosaica o como se llame su explicación, acercamiento, invitación a su ser lector. A su elegante y peculiar forma de inducirnos lecturas. Después de tantos años, el lector, crítico, editor y agitador Bértolo nos deja su, casi, primer libro. Bienvenido, bien llegado desde las periferias hasta nuestro centro más o menos descentrado.
No tengo tiempo para hablar hoy de ese libro, de ese autor, pero lo haré muy pronto. Hoy, segunda noche a la luna de Valencia, a mitad de camino entre el delta del Ebro y el río Guadalquivir, con mi cabeza en muchas películas, quiero compartir una placa que acabo de leer en la fachada del Tribunal de las Aguas, en ese lugar civil y renacentista del centro de la Valencia de barrio popular, marcados, iglesias y librerías de viejo. En un sobria y marmórea lápida de homenaje leo: "Los dependientes de comercio de Valencia: a la Paz. 1876". Me conmueve esa lápida de trabajadores, dependientes, del comercio de una ciudad que estaba esperando la paz. El comercio también sigue en las guerras, pero el ser que comercia tiene que ser un ser libre. Un hombre, una mujer, orgullosos de esa historia cotidiana, de esa servidumbre civil que cada día nos hace levantarnos y dirigirnos a nuestros comercios. Nuestra dependencia, nuestra independencia. Nos podemos quejar de las horas de trabajo, del sueldo, del jefe, de los intermediarios y hasta de los consumidores. Pero no podemos quejarnos de hacerlo en paz. Los que quieran la guerra que se vayan a la mierda, a la ETA o la cárcel. Los demás somos como esos dependientes de comercio valencianos que, al menos durante unos años, supieron valorar y agradecer la paz. ¡Qué menos!

Pensándolo bien, ¿a quién le importa lo que yo digo?, ¿a quién le importa lo que yo hago?... Bueno, seamos serios, al menos disimulemos un poco. No es fácil estando en Valencia, sin duda la capital de España del kitsch. No solo en música -absolutamente imbatible desde sus bandas, pasodobles, moros, cristianos, tórtolas, conchas piqueres, brunos lomas, festivales de Benidorm, raimones, ninos bravos y todos esos seguidores desde el pop a los coñazos de chimos bayos y los del ruido de discotecas pastilleras. Valencia es la gran madre, la gran matrona capaz de criar a sus pechos toda clase de músicas. Me gusta Valencia.
Hablo de Anagrama y un libro llamado Homo Sampler. Tiempo y consumo en la Era Afterpop, de Eloy Fernández Porta. Me interesa y prometo una parada menos nerviosa que este comentario. Siempre estoy viajando, tengo que recordar Alicia en el país de las maravillas. No sé si cambiaré por las lecturas, tampoco sé si quiero hacerlo. Pero no quiero desviarme más. Voy al tema, el gusto por algunas cosas de "mal gusto". De gusto popular, incluso de gusto kitsch, aunque eso me interesaba más en tiempos de Dorfles.
Seguro que conoce Tánger. Una de las ciudades más literarias de nuestro mundo. Refugio de escritores, músicos, pintores, buscadores de fortuna y de derrochadores de fortunas y de vidas. Esa ciudad que en el cine se llamó Casablanca, es una ciudad que ya apenas existe en el recuerdo, en la imaginación de algunos supervivientes. Para evocar esa belleza canalla de una de las ciudades más atrevidas, de mejores fiestas- aunque fueran a puerta cerrada- de un tiempo en que muchos creyeron que la vida no debería ser una cosa tan seria. Disfrutaron, bebieron, amaron, se enmascararon y se quitaron sus máscaras. Estuve con uno de los últimos representantes de aquella generación de elegantes y extravagantes, el sentimental y nervioso, Pepe Carretón superviviente de la esta vieja dama que fue Tánger. Ciudad que ya solo podemos conocer a partir de lo que otros contaron. Callaron algunas de las mejores historias por eso, de vez en cuando, me gusta encontrarme con Carletón, el último superviviente de una mítica foto dónde pasaban las irreales tardes, las noches sin fin en compañía de los Bowles o del joven, demoníaco con aspecto angelical llamado Truman Capote.
Santamaría sigue polemista, peleón, defensor de unas formas y unos fondos que sólo dominan algunos depurados asesinos. Decía Vázquez Montalbán -ahora rescatado como escritor de gastronomía- en Contra los gourmets que "la cocina es una metáfora ejemplar de la hipocresía de la cultura porque se basa en un asesinato previo, sea de una alcachofa o de un jabalí, asesinato enmascarado gracias a la cultura, gracias a la práctica culinaria".
Se estrena un documental con una participación muy peculiar de Juan Luis Buñuel y Jean Claude Carriere, una excelente excusa para estar entre gente libre e inteligente.
Uno de los más flacos de la literatura en nuestro idioma, se llamó Julio Ramón Ribeyro. Aquí está muy bien publicado en Tusquets. El amigo de Ribeyro se llama Alfredo Bryce Echenique, otro que uno estima como escritor, que uno quiere como persona. Nos unen algunas cosas, algunas aficiones y algunos desafectos, pero siempre coincidimos en recordar con alegría los dichos y los escritos de Ribeyro. Alguno geniales están en una antología que se llamó Prosas apátridas. Yo hoy me encuentro con unos dichos que llamó de Luder, ese personaje que se inventó el flaco Ribeyro. Brindaremos en su honor, no fumaremos- nos estamos quitando- y, claro beberemos algo más que agua. Y comeremos algo más que el humo de algunos cigarros.
No cuando me parece que son asuntos privados entre queridos desconocidos, aunque me gusta que usen este lugar como casa de misericordia, de lenocinio, de citas a ciegas o de reincidencia amorosa. Me gusta encontrarles, concentraros y encontrarme en este lugar común. Esta casa, jardín, habitación, cama, prado, banco público o lo que sea menester para que podamos/podáis encontraros algunos que nunca os hubierais tropezado si no existiera este lugar llamado " El Boomeran(g)".