Javier Rioyo
Mañana comienza oficialmente el Festival de Cine de Valladolid, un clásico de los otoños. Me acercaré hoy para una inauguración previa. La exposición que sobre Buñuel, con su Cristo sonriente en la portada del catálogo, la misma que ya vi en México. Y poder volver por esos pasillos secretos que siempre guarda la vida y la obra de Buñuel. Se estrena un documental con una participación muy peculiar de Juan Luis Buñuel y Jean Claude Carriere, una excelente excusa para estar entre gente libre e inteligente.
Antes de ese alimento del espíritu me pararé en Segovia. Los asadores de Castilla, con José María al frente, hacen un homenaje al cochinillo. No me lo puedo perder. Tiempo del placer carnívoro antes de los varios placeres que me esperan en Valladolid. No le importaría a Buñuel una parada con cochinillo y vino antes de pensar en lo oscuro y contradictorio del ser humano.
Recuerdo que hace muchos años el festival de Valladolid se llamaba de Cine Religioso y de Valores Humanos. Era un cine más o menos controlado por las cercanías eclesiásticas pero con deseos de apertura. No era la carcunda habitual en el clero. Ya se podían ver las películas trascendentes de Bergman, por supuesto Dreyer, y también Rossellini y otros que se han preguntado por la trascendencia del ser humano en el cine. Esos autores que podían ser considerados religiosos, más allá de su fe o de la falta de ella. Después vendría Pasolini, que intentó el diálogo entre marxismo y catolicismo.
Pensando en Buñuel, que no tengo claro que alguna vez compitiera en Valladolid, pienso que eso de estar, o de haber podido estar, en un festival de cine religioso y valores humanos le iba como anillo al dedo. Como cordero en iglesia, como Sade y el ateísmo, como una prostituta en el camino de Santiago, como un cura con una escopeta, como un Cristo que ríe, como un fraile que se flagela… como los tambores de Calanda, como el milagro de la pierna, como el Cardenal Tavera, como las campanas de las iglesias de Toledo, como esa iglesia de la que no podemos salir, como la caridad inútil de Nazarin, como la cena en Viridiana como la columna del eremita Simón. Sí no paró de hacer cine religioso y de valores humanos. Está mejor que bien que ahora, tantos años después, vuelva por esos lugares santos y pecadores.