Javier Rioyo
No tengo tiempo. Perdón, no estoy seguro de que esto que quiero decir y mis circunstancias me lo impiden podrá ser colgado tan tarde y en un viernes.
Un día tendré que hacer un catálogo de cosas que me irritan. Que hacen que no puede dejar de mirar atrás con ira. También de mirar aquí y ahora.
Hoy, por razones de viaje, he leído más páginas de un periódico que no suelo leer hace algunos años. Y no lo hago por no perder el tiempo. Leo a Junger, con perdón. Por supuesto leí a Kundera y lo seguiré leyendo. Celine es uno de los autores que consiguió abrirme una fisura, una enorme duda, entre sentimientos personales y resultados literarios. He leído a Pierre La Rochelle, Montherland, Foxá, Jiménez Caballero, Sánchez Mazas o moralistas, beatos, místicos, fascistas, comunistas o católicos. Me gusta como se dicen algunas cosas. No me importa estar en profundo descuerdo… Pero no era eso lo que hoy me ha pasado leyendo el editorial, la primera página y a un estúpido grandullón de sus columnistas. Una pena. No quiero decir qué periódico es, no pienso hablar, aunque sea mal, de él.
Sin embargo, al lado de esa burda manipulación -marca de la casa- me encuentro con un columnista que es un islote. Un viejo periodista, perdón, un escritor que en cada línea se tira al monte para buscar las palabras que hagan que el hombre sepa resistir viviendo entre las mentiras de los infames. Un columnista que cuando quiere, cuando se atreve nos ayuda a pensar que el hombre no sólo debe resistir, que hará algo más: prevalecerá.