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El asesinato como una de las bellas artes

Por 27 de octubre de 2008 Sin comentarios

Javier Rioyo

Ser un buen cocinero es ser un excelente asesino. Para cocinar hay que saber matar. Pasó por Madrid uno de los más reputados asesinos del arte culinario, Santi Santamaría. Sigue en forma, representa un peligro para muchos, una amenaza para algunos y una incomodidad para intermediarios vendedores de esa marca tan rentable llamada nueva cocina española. /upload/fotos/blogs_entradas/el_cocinero_santi_santamaria_med.jpgSantamaría sigue polemista, peleón, defensor de unas formas y unos fondos que sólo dominan algunos depurados asesinos. Decía Vázquez Montalbán -ahora rescatado como escritor de gastronomía- en Contra los gourmets que "la cocina es una metáfora ejemplar de la hipocresía de la cultura porque se basa en un asesinato previo, sea de una alcachofa o de un jabalí, asesinato enmascarado gracias a la cultura, gracias a la práctica culinaria".
No es lo mismo matar a una paloma (cristiana, pagana, nacionalista o confundida como las de Alberti) que a una coliflor.

Cuando el asesinato es una de las bellas artes te reconocen con estrellas Michelín. Eres una estrella. Un buen asesino/cocinero es hoy un divo de mayor dimensión que un cantante de ópera. ¿Se puede ser un gran asesino sin estrellas, ni michelines? Creo que sí, conozco a más de uno. Un ejemplo de refinada matanza de seres inocentes, de criaturas recién nacidas, son los miles de cochinillos, de lechazos y otras ternuras que los asesinos castellanos practican cada día. Y cada año, en pagano festejo, se celebra la matanza en una fiesta llamada El Dorado, el color que los mártires tienen al llegar a la mesa del sacrificio. Por allí pasó Santamaría, que reconoce y aplaude el viejo arte de los mesoneros castellanos. Queridos criminales que saben estar al margen de la polémica sobre el uso de los nitritos o sobre la cocina de vanguardia española.

Cocinar es una manualidad, como los bellos asesinatos de antaño, que requiere, para no ser considerado un monstruo de crueldad, además de saber arrebatar la vida del animal o planta, que -¡salvo excepciones!- no se coma cruda a la víctima. Hay que trocear, salar, marinar, guisar, asar, aderezar y otras formas de sutil manipulación para convertir un simple crimen en todo un arte. Un refinamiento que llamamos cultura culinaria. Vale para un salchichón de Vic -ahora perseguido por las autoridades sanitarias por no llevar aditamentos-, un lechazo de Campaspero, una paloma torcaz de Tierra de Campos, un mejillón de Aldán o una coliflor de Lérida.

No es lo mismo matar a una paloma -cristiana, pagana, nacionalista o confundida como las del recordado Alberti- que a una coliflor. El olvidado falangista, un escritor que nunca se quitó las calaveras, ni la camisa azul, Luys Santa Marina, fanático también en su vegetarianismo, decía sentir los lamentos de una coliflor al ser degollada. De las matanzas que camisas azules practicaron con nocturnidad e impunidad nunca dijo nada. No me fío de los vegetarianos.

Artículo publicado en: El País, 26 de octubre de 2008.
 
P.D. : Donde digo coliflor, aquí, en nuestra web El Boomeran(g), quiero decir escarola. La siento mucho más cercana que una coliflor, y huele mejor.

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Javier Rioyo

Javier Rioyo (Madrid, 1952) es licenciado en Ciencias de la Información. Periodista, escritor, director y guionista de cine, radio, televisión y dramáticos. Dirigió y presentó el programa semanal de libros Estravagario en TVE 2, con el que obtuvo el Premio Fomento a la Lectura 2005, concedido por la Federación del Gremio de Editores de España. También ha sido responsable de cultura y libros en el programa diario Hoy por hoy de la cadena SER. Es colaborador habitual de El País (escribe para el suplemento semanal Domingo) y de la revista Cinemanía. En televisión, Rioyo ha presentado el programa "El Faro" del canal Documanía y ha obtenido dos premios Ondas en Radio y uno en Televisión. Ha sido guionista de numerosos festivales de música para Canal+, así como de los premios Goya, y de diversos programas de radio y televisión. También coordinó los guiones para la serie Severo Ochoa. Ha dirigido y participado en cursos de Comunicación y Cultura en diversas universidades españolas. Formó parte del Comité Asesor de Alfaguara y ha sido jurado de festivales de cine y premios literarios en varias ocasiones. Es autor del libro Madrid: casas de lenocinio, holganza y malvivir (Espasa Calpe, Premio 1992 Libros sobre Madrid); y de La vida golfa (Aguilar, 2003). En 2005, con su productora Storm Comunicación, realizó la producción ejecutiva y el guión de Miracolo Spagnolo, un documental para la RAI sobre la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno y su primer año de legislatura. También dirigió y produjo Alivio de luto, un vídeo documental en el que entrevista a Joaquín Sabina; así como Un Quijote cinematográfico. En 1994 fundó la productora Cero en conducta, con José Luis López-Linares, con la que tuvo a su cargo el guión y la dirección de Alberti para caminantes (2003); y la producción ejecutiva y el guión del largometraje Un instante en la vida ajena (2003), que obtuvo el Premio Goya al mejor documental; así como de Tánger, esa vieja dama (2002). También ha codirigido con José Luis López-Linares el cortometraje Los Orvich: Un oficio del Siglo XX (1997), y los largometrajes Extranjeros de sí mismos (2001), nominado al mejor documental en la XVI edición de los Premios Goya; A propósito de Buñuel (2000); Lorca, así que pasen cien años (1998), nominado a los premios Emmy 1998; y Asaltar los cielos (1996), nominado a los premios Goya al Mejor Montaje, y ganador del Premio Especial Cine, de los Premios Ondas 1997.

En 2011 fue nombrado director del centro del Instituto Cervantes de Nueva York en sustitución de Eduardo Lago.​ Ocupó el cargo hasta septiembre de 2013, cuando fue sustituido por Ignacio Olmos.​ En 2014 fue nombrado responsable del centro del Instituto Cervantes en Lisboa.​ En febrero de 2019 deja el cargo y pasa a dirigir el centro de Tánger de la misma institución.

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