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Escrito por

Francisco Ferrer Lerín

Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) es poeta, narrador, filólogo y ornitólogo. Traductor, al español, de Flaubert (Trois contes), Claudel (L'Annonce faite à Marie), Tzara (L´Homme approximatif), Monod (Le Hasard et la Nécessité), Montale (Ossi di sepia).

Obra literaria:

De las condiciones humanas, Trimer, 1964; La hora oval, Ocnos, 1971; Cónsul, Península, 1987; Níquel, Mira, 2005; Ciudad propia. Poesía autorizada, Artemisa, 2006; El bestiario de Ferrer Lerín, Galaxia, 2007; Papur, Eclipsados, 2008; Fámulo, Tusquets, 2009; Familias como la mía, Tusquets, 2011; Gingival, Menoscuarto, 2012; Hiela sangre, Tusquets, 2013; Mansa chatarra, Jekyll & Jill, 2014; 30 niñas, Leteradura, 2014; Chance Encounters and Waking Dreams, Michel Eyquem, 2016; Edad del insecto, S.D. Edicions, 2016; El primer búfalo, En picado, 2016; Ciudad Corvina, 21veintiúnversos, 2018; Besos humanos, Anagrama, 2018; Razón y combate, Ediciones imperdonables, 2018; Ferrer Lerín. Un experimento, Universidad de Málaga, 2018; Libro de la confusión, Tusquets, 2019; Arte Casual, Athenaica, 2019; Cuaderno de campo, Contrabando, 2020; Grafo Pez, Libros de la resistencia, 2020; Casos completos, Contrabando, 2021 y Papur, Días contados, 2022. Poesía Reunida, Tusquets 2023. Atlas de Arte Casual, Jot Down Books, 2024.

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A propósito de la Clase Aves

Una ilustración en la revista Playboy, en color y a toda página, nos permite ver a un anciano y señorial caballero sentado en un sillón chesterfield de cuero, en el centro de una lujosa habitación, en el momento en que su exuberante, joven y pizpireta esposa se asoma a una de las puertas y un reloj de cuco da la hora. Se trata de un chiste aunque el lector no anglosajón y de exiguos conocimientos ornitológicos no le vea la gracia; el cuco o cuclillo (Cuculus canorus) es ave poliándrica, cada hembra tiene varios machos; en inglés “cuckold” es “cornudo” y la proximidad de este término con otro de esa lengua, “cuckoo”, nuestro “cuclillo”, es notoria.

En España aún quedan regiones, Aragón, Cataluña, Galicia, León, Extremadura, en algunas de cuyas comarcas nuestra lengua romance se obstina en no evolucionar y se sigue nombrando “pardal”, por su coloración parda, al pájaro al que mayoritariamente llamamos “gorrión” (Passer sp.). En tiempos, “pardal” se mantuvo hasta que la homonimia obscena (“pardal” era uno de los nombres del miembro viril) resultó insoportable, recuperándose o acuñando entonces un apelativo, quizá onomatopéyico, desde luego no latino, el hoy extendido “gorrión”, con sus numerosas variantes como “gurrión”, “gurriato”, “gurrió”, “gorrió” y “gorriato”.

"Diminutivo", nos dice la RAE, es el sufijo que añadido a un nombre le otorga, entre otras cosas, carácter afectivo; de hecho coincide con "hipocorístico" en su condición infantil y cariñosa. Las niñas muy amigas se hermanan o, mejor, se hacen primas, “primillas”, en prácticamente toda Andalucía, y los cernícalos primilla (Falco naumanni), la rapaz diurna europea de menor tamaño nidifica (o nidificaba, hoy ha sido en gran parte exterminada) en el interior de los pueblos, en los mechinales de los campanarios y bajo las tejas árabes de las cubiertas de las viviendas. El concepto “primilla” en lo que tiene de familiar, cotidiano, cómplice, se aplicó a un ave que convivía con los humanos.

Ocurre algo parecido con “adrián”, referido a los globosos y notorios nidos de urraca (Pica pica) en localidades, como San Adrián de Navarra, en las que es común el nombre masculino “Adrián”, igual que son comunes los nidos de urraca en los árboles que flanquean los caminos por los que al atardecer pasean grupos de vecinos. Es decir, pues, que en la villa adrianesa se adjudica el más común de los nombres de pila de sus vecinos a la más común de sus estructuras orníticas.

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6 de junio de 2024
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Asuntos espinosos y confusos

Confucio y Jorge Luis Borges gozan del reconocido prestigio que atesoran los grandes emisores de cuidados, chocantes y, a menudo, escandalosos comentarios que luego el paso del tiempo y la labor de exegetas y fabuladores convierten en citas. Ambos personajes, actualmente en clara decadencia en los índices de popularidad, por ejemplo entre los jóvenes, aún mantienen, sin embargo, la capacidad de generar o tutelar información reservada, de ser faros, guías en el complejo horizonte de la autoridad intelectual.

De Borges conozco un par de reflexiones, de comentarios que, seguro, nadie me contó, comentarios suyos que leí en alguna parte, parte que no logro localizar por más esfuerzos de buceo realizados en los libros de mi biblioteca y en mis cuadernos.

La primera reflexión se produce, cómo no, durante una entrevista, creo que mano a mano, pues no recuerdo ninguna rueda de prensa en la que participara, y es resultado de una pregunta directa del periodista o, quizá, al hilo de una pregunta más amplia que el Gran Ciego reconduce. Supongamos por tanto que el periodista pregunta a Borges en qué país le hubiera gustado nacer si no lo hubiera hecho en Argentina. Borges contesta rápido, sin circunloquios, que en ese caso le hubiera gustado nacer en Inglaterra (no en ese poco preciso y moderno concepto denominado Reino Unido) pero, y aquí llegamos al punto al que queríamos llegar, si eso no hubiera sido posible, aclara Borges, me hubiera gustado nacer en España, desde luego en Andalucía… y de las demás regiones no vamos a hacer mención, aunque él sí la hace.

Una segunda reflexión borgiana se produce también durante una entrevista, ignoro si de carácter más político, y se sustancia en una lapidaria y quizá profética frase: “no creo en la democracia, la democracia es un abuso de la aritmética”.

Encuentro ahora, de repente, gracias a Google, información directa de esas dos reflexiones, pero la información de internet no es mimética respecto a ellas, varios matices las distancian, del mismo modo que es posible, diría casi con absoluta certeza, que mis reflexiones actuales, las que acabo de mencionar, también se distancien del original, de la fuente que no recuerdo, de una fuente que quizá no fuera otra que una lectura apresurada de las informaciones, antiguas, que ahora me llegan, merced al indispensable buscador.

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31 de mayo de 2024
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La pandilla

'Abril es el mes más cruel en la gran alcoba’, inicio del poema “Railroad Farewell” (1973), publicado en libro por primera vez en Cónsul (1987), constituye uno de los pocos elementos que podrían dar carácter de "generación" a mi nexo con el grupo de amigos aficionados a la carne de ternera con los que, a finales de los sesenta y comienzos de los setenta, visitaba a diario, en la ciudad de Barcelona, cuando esta no era lo mismo que Cataluña, las galerías de arte y las librerías de viejo. Me refiero a Félix de Azúa, Pedro Gimferrer, Leopoldo María Panero, como componentes del grupo y, me refiero, como elemento característico del agrupamiento generacional, al intercambio de manuscritos y otros croquis; es decir le paso a Félix de Azúa ese texto y él lo corrige sustituyendo "gran alcoba" por "gran estancia", dado su proverbial alejamiento de las cosas del amor y conduciendo así a Eliot al brumoso interior de una estación de ferrocarril. Luego, el término "estancia" fue devorado por el mundo de la publicidad y volví al término primigenio, "alcoba".

Un segundo elemento que también podría dar carácter de generación, en esa línea de intercambio, es la cita que Pedro Gimferrer utiliza al final de su primer libro, Mensaje del tetrarca (1963); se trata de los dos últimos versos del poema “Antiguo” (1961) que aparecerá luego en mi primer libro, De las condiciones humanas (1964), cita que, como la que la acompaña, de Edgar Allan Poe, pasará a mejor vida en ediciones posteriores.

Tercer elemento sería el artículo de Leopoldo María Panero “Última poesía no-española”, publicado en junio de 1979 en Poesía. Revista de ilustración poética, en el que enumera a algunos poetas coetáneos suyos prestando especial atención a los componentes del cónclave barcelonés.

Estoy hablando de mí, de no considerar como generacional la relación establecida con Azúa, Gimferrer y Panero durante los sesenta y setenta, aunque puede, y de ello es buena muestra su participación en la celebrada antología Nueve novísimos poetas españoles (1970) de José María Castellet, que la relación literaria entre ellos fuera más sólida y, también hablo, de que, curiosamente, años después, se acuñara, con diversas variantes, el rótulo referido a mi persona, ‘padre nutricio de la secta novísima’, en especial a partir del capítulo “Biografías” del volumen titulado Pasiones literarias (2001), editado por Mónica Monteys Pi, volumen recopilatorio de un ciclo de conferencias celebradas en el Instituto Francés de Barcelona.

O sea que una posición excéntrica respecto al movimiento novísimo no descarta ciertos vínculos geográficos, cronológicos, sociales y culturales con su núcleo, con sus componentes más preclaros, y que los elementos antes señalados permitan que algunos teóricos y periodistas culturales mantengan el discurso, pese al tiempo discurrido, de mi prelatura, o al menos de mi pertenencia tangencial a esa etapa del campo minado de las generaciones literarias. Y como incómodo remate, un hecho sumido ya en una letal nebulosa, el manuscrito del poemario que, al ingresar en el ejército, dejé, casi di en custodia, a uno de los vates carnívoros y que, al regresar del frente, él y unos testigos de la entrega, negaron su existencia; Homenaje a Perse (1961), se llamaba el libro, parcialmente reproducido a partir de unos apuntes en Edad del insecto (2016).

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29 de abril de 2024
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Hienas

‘Cuatro son las especies de hienas existentes en la actualidad, la hiena de tierra (Proteles cristata), la hiena manchada (Crocuta crocuta), la hiena parda (Parahyaena brunnea) y la hiena rayada (Hyaena hyaena), aunque los hábitos carroñeros a los que se asocia el término hiena son sólo aplicables sensu stricto a las tres últimas, en especial a Parahyaena’. Así inicié mi disertación sobre “Necrofagia en Mamíferos Salvajes” en el Centro de Estrategias para el Mantenimiento de la Biodiversidad (CEMB) el pasado 4 de marzo, y poco podía imaginar el revuelo que causaría.

Como aspecto colateral hablé del Cuerno de África, donde algunas aldeas están habitadas exclusivamente por hombres hiena, individuos que de noche se transforman en monstruos caníbales que se ceban con la gente sencilla, especialmente con los amantes clandestinos. Se sabe, avancé, que estas criaturas disponen de forma humana y que desempeñan determinados oficios, el más habitual el de herrero, por lo que determinadas señales inequívocas de su condición monstruosa, cuerpo peludo, ojos rojos y brillantes, voz nasal, pasan desapercibidas por la oscuridad y el fragor de la herrería. Es lógico entender, por lo tanto, que los herreros sean vistos con bastante desconfianza por los campesinos; un oficio, la herrería, de carácter hereditario en esos territorios, ejercido, por ejemplo, en Etiopía, en régimen de exclusividad por hombres judíos, herreros hiena que además de asesinos son saqueadores de tumbas a medianoche, devoradores de cadáveres cristianos a los que desentierran con particular ferocidad y saña.

Pero el cambio de actitud del público asistente a mi disertación no se produjo durante el relato de los non sanctos intereses tróficos de las hienas y de los hombres hiena, sino con la corrección léxica con la que quise cerrar el acto. Me refiero a unas notas sobre el apellido Ferrer, a la atribución tradicional y equivocada del origen geográfico de este apellido de oficio, de este apellido judío.

Parece que la desigualdad regional no es cosa de ahora mismo. Quizá un mayor poderío económico, o una mayor tendencia a destinar parte del capital a ensalzar, a tergiversar la historia local, ha propiciado, desde finales del XIX, la investigación tendenciosa en el campo de la etimología para convertir a la lengua catalana en la fuente de multitud de nombres, sustantivos y propios, de utilización frecuente en castellano; los apellidos no escapan a esta regla, y así el apellido Ferrer ha sido siempre considerado un apellido catalán, como mucho un apellido de la Corona de Aragón.

Sin embargo, en el Diccionario de Autoridades (1732), encontramos la voz ferrer documentándola con un ejemplo del historiador renacentista Fray Antonio de Guevara (1480-1545), un pasaje, de su “Epístola al Obispo de Badajoz explicándole un fuero de aquella Ciudad”, en el que se lee ‘...reja que no huebrare por descura de ferrer...’; y a continuación el diccionario informa ‘que antiguamente en España llamaban ferrer al que nosotros llamamos herrero’. Vemos pues, sin dificultad, que un tan bajo y común oficio como el de herrero motivaría la creación de un apellido, como se motivaron, por igual circunstancia, otros apellidos como Cabrerizo, Ovejero, Vaquero, Carnicero y Fustero, motivación general a toda España, pero que quedó así, en esa forma ferrer, en las regiones en las que la lengua evolucionó poco, o no evolucionó.

Y como coda decir que soy consciente de que lo dicho respecto a los orígenes del apellido Ferrer no es fácil de soportar por los pobladores de esas tierras nororientales peninsulares, por lo que los aspavientos y palabras gruesas no me causaron, no me causan, ninguna extrañeza, pero sí, y lo reconozco abiertamente, un vivo malestar y cierto miedo.

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1 de abril de 2024

Jekyll and Jill editorial, 2018

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Realismus

Sí, quizá tendría que abandonar, y para siempre, esa tontería de que “sin lectores no hay autores”, de que es necesario saber que te leen, latiguillos que antes no empleaba, todo lo contrario, me erigía en autor y lector, puede que único, de mis escritos, una postura ejercida, consciente o inconscientemente, durante buena parte de mi primera etapa como escritor, autosuficiente, autofagocitaria, masturbatoria, que despreciaba la posible complacencia, participación, de otros lectores que no fueran yo mismo. Ahora, y en este periodo incluyo los últimos quince o veinte años, me dio por declarar, para la galería, para congraciarme, que no tenía sentido escribir si detrás no estaba una, nutrida quizá, cohorte de lectores entusiasmados con mi literatura, y ahí quedaba, más o menos confusamente explicitada, que esta debía ser realista, comprensible, que no requiriera esfuerzo por parte del lector, apoyada en la cotidianidad, en lo normal, en la norma sintáctica, en lo que sucede entre gente como nosotros, sobre todo en cómo hablan, en cómo se expresan, lineal, diáfanamente, una literatura que retratara el mundo tangible, alejada, en suma, de cualquier atisbo de ficcionalidad. Ese libro de Ben Marcus y Rubén Martín Giráldez Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Frazer y la vida tal y como la conocemos (Jekyll & Jill, Zaragoza, 2018), describe, con precisión, la cruzada no inocua a favor de la literatura amable y, yo mismo, en este blog, El Boomeran(g), en el artículo “Lectores, espectadores” (16.12.15), hablé del ansia de realidad en el consumidor moderno de narrativa, en el consumidor de cine, de series televisivas, formato este último que se ennoblece cuando tranquiliza al espectador colocando, en lugar bien visible, la advertencia de que la historia está basada en hechos reales. ¿Para qué comprensión lectora? La vida misma en escena. Contada como Dios manda. El Orden. La muerte de la Imaginación. La muerte del Artista.

 

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11 de marzo de 2024
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Gongorismos

Los hermanos Isabel y Luis Millé Giménez irrumpen en mi vida el martes 16 del mes pasado. Abro una de las cajas de libros que me envían del almacén de Barcelona y me encuentro con las Obras Completas de Luis de Góngora y Argote, pero por partida doble; dos ejemplares, como nuevos, de la sexta edición, primera reimpresión, publicada por Aguilar en Madrid en 1972 dentro de su colección Joya. No me pregunto el porqué de la duplicidad y paso a investigar quiénes son (eran) dichos hermanos Millé, recopiladores, prologuistas y anotadores del volumen.

Wikipedia informa que Isabel Millé Giménez (Almería, 31 de diciembre de 1894 - 9 de septiembre de 1990) fue una investigadora, bibliotecaria y poetisa española que tuvo una formación amplia y una educación exquisita, desarrollando su trabajo como archivista e investigadora con su hermano Juan, con el que publicó, en 1932 (a veces consta 1933), la obra completa de Góngora.

Luego, en la página Biografías de Mujeres Andaluzas, completo la información aportada por Wikipedia, conociendo que su padre era un ingeniero barcelonés, perteneciente a la alta burguesía, que se trasladó a Almería atraído por las posibilidades de negocio en el mundo de la minería y que contrajo matrimonio con una joven almeriense, también de buena posición, con la que tuvo ocho hijos, viniéndose todo al traste al quebrar la empresa (una fábrica se nos dice). Entre los hijos, dispersados por el mundo para poder seguir adelante, fue Isabel la que cosechó mayores triunfos; licenciada en Lenguas Clásicas y Lenguas Semíticas, titulada en Archivos y Bibliotecas, erudita en Historia, traductora del árabe, latín y griego, hablando correctamente inglés, francés, italiano, portugués y alemán, méritos que acentúa la página, de redacción más reciente que Wikipedia, y que se enmarcan en la actual línea de glorificación de la mujer, insistiendo en la condición culta de Isabel (también lo fue su madre), condición que, quizá involuntariamente, nos lleve a suponer que no era la habitual en las mujeres en España... en aquellos años.

Pero no es la biografía de Isabel Millé Giménez (su hermano resulta empequeñecido ante semejante despliegue) lo que llama la atención del librito (en octavo y 1294 páginas en papel biblia), sino la presencia de curiosas referencias, contenidas en los textos de Góngora, referencias que yo tenía olvidadas o que no conocía. Cito tres de esas referencias… y una coincidencia ajena:

Página 417: El último verso de la primera estrofa de la letrilla XXII, de las atribuidas a Góngora, termina con el verso “en las montañas de Jaca”, localización claramente caprichosa, puro ripio, pero que quiere remitir a lejanía y exotismo, sensación lógica desde la apacible Córdoba y en aquel tiempo, y que ahora, dada mi vinculación a la ciudad pirenaica, me produce una sensación contraria, la necesidad de bajarme al Sur, civilizado y culto.

Página: 968: De golpe Luis de Góngora se hermana con Marcel Duchamp y Salvador Dalí. En la carta que Góngora envía, el 11 de agosto de 1620, a Don Francisco del Corral, le dice “El Duque se hizo sordo, y Don Octavio, por último término, le dio otros dos días, y cumplidos hizo leva y llegó a Cadaqués, que es puerto de Cataluña”. Cadaqués y Góngora, menudo anacronismo. La Costa Brava, paradigma del boom turístico, aludida, no con este moderno nombre, claro está, por un autor cordobés del Siglo de Oro, siglo en el que pareciera que Cadaqués no pudiera existir, aunque la etimología, pese a su irreductible condición especulativa, hace venir el topónimo ‘Cadaqués’, por otra parte ya citado en documentos medievales, de un resonante ‘Cap de quers’, ‘Cabo de rocas’, solución que nos invita a trasladarnos a una época anterior a la de las partidas de ajedrez entre Duchamp y Teeny en el casino o en el bar Melitón de la localidad gerundense, bar donde Dalí ejercía de anfitrión.

Página 1017: La inevitable conciencia ambiental, la pasión conservacionista, el grado de conocimiento de la fauna logrado tras la dosis diaria de inmersión naturalista en los documentales de la 2 de TVE, generan un sobresalto al leer, en la carta que Góngora dirige, el 15 de febrero de 1622, también a Don Francisco del Corral, “Su Majestad creo que ha salido hoy a montería de lobos y se dispone para otra mayor en los montes de Toledo, de osos”. Sobresalto no por la sangrienta acción venatoria (estamos acostumbrados a ello), sino por la existencia de osos en los montes de Toledo, ya que los lobos no sorprenden, fueron una especie común hace menos de un siglo, un cánido cuya gran movilidad le permite aparecer en cualquier punto, pero salir de montería de osos supone que el estable plantígrado abunda en esos lugares, que existen ecosistemas capaces de albergarlo, que eran tiempos en los que quizá el oso y el lobo aún convivían con adivas y cebros.

La coincidencia: Y como coda, sórdida y fatal, recordar que el término ‘Góngora’, pronunciado en voz muy baja y, a menudo, temblorosa, fue la habitual y duradera consigna, el password que manejaban los connaisseurs de la Barcelona de los años sesenta, la palabra que permitía acceder a los servicios pseudosanitarios de interrupción del embarazo, al menos en discretos pisos de la Ronda San Antonio y de las calles Calvet y Diputación.

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5 de febrero de 2024
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Parecidos

Una de mis profesiones mejor remuneradas es la de buscador de parecidos. Ahora, por mi alta edad, he reducido el volumen de trabajo, pero eso no significa que desprecie las ofertas cuando resultan suculentas y el contratante es, por ejemplo, una de las más secretas agencias de inteligencia. He de mantenerme pues en forma, por lo que siempre que se tercie procuro practicar, como por ejemplo el otro día a raíz de la proyección en la televisión pública de la película El exorcista, una cinta de 1973, dirigida por William Friedkin, con guion del novelista William Peter Blatty, educado en los Jesuitas, en la que se lleva a cabo un exorcismo, una ceremonia encaminada a expulsar el demonio de un cuerpo humano vivo, en este caso el cuerpo de una adolescente.

No me resultó difícil encontrar parecidos; tres en concreto. El primero entre Regan MacNeil, la niña poseída [Linda Blair], y Orosia Mengo, mi churrera de tallos, porras, tejeringos y demás frutas de sartén. El segundo, entre Chris MacNeil, madre de Regan MacNeil [Ellen Burstyn], y Blanca Cepo, mi profesora de billar francés o billar de carambolas. Y el tercero, entre el Padre Damien Karras, el cura amigo de la familia [Jason Miller], y Juan Manuel Molina Damiani, del que ahora doy razón mediante la copia del texto que escribí el 21 de junio de 2012.

“Cogí el AVE en Zaragoza, el que sale a las 11:43 y llega a Madrid a las 13:10. Mi asiento era el 13D, lo que supone ventanilla, pero tuve suerte, el 13C quedó vacío y así pude cambiarme apartándome del sol que, pese a la persiana, pegaba con fuerza. El asiento 12B estaba ocupado por una mujer catalana (el tren tenía su origen en Barcelona), de unos 45 años, que no dejó de hablar ni un solo instante con la que ocupaba el asiento 12C por lo que, al quedar el pasillo en medio, permaneció sentada de lado durante todo el viaje, de cara a su interlocutora, que no volvió siquiera la cabeza. Eran psicólogas y preparaban su intervención en un simposio. La tenía pues justo enfrente y, aunque intenté no fijarme en ella, había algo que me intrigaba y que, pese a la desagradable palabrería, hizo que le fuera prestando cada vez más atención. De golpe me di cuenta. Era su parecido, su enorme parecido con una persona a la que había visto hacía poco; me refiero a mi amigo el escritor y profesor jienense Juan Manuel Molina Damiani. Quedé ofuscado, tan grande era su semejanza y, ella, creyendo que mi interés era de otro tipo, comenzó a ensayar unas maniobras de pavoneo francamente deplorables. Se levantó un par de veces recorriendo el pasillo con toscos contoneos y, al sentarse, abrió y cerró los ojos con lentitud hasta fijarlos en los míos. Pero, pese a los coqueteos y aspavientos que, lógicamente, nunca se habrían dado en Molina Damiani, su similitud me parecía cada vez más evidente. Repasé qué sabía de la familia de mi amigo y concluí que no tenía hermanas, siendo por otra parte imposible que la psicóloga fuera una hija espuria o su señora madre. Decidí no darle más importancia y me dediqué a leer un folleto sobre el vino de Cariñena pero, a los pocos minutos, la oí toser con fuerza, con esa forma característica de los grandes fumadores. La miré y vi ante mí a Juan Manuel con pechos, hablando en catalán y con la falda subida hasta mostrar generosamente los muslos. No pude más. Cogí el móvil. Busqué su número en la agenda. Constaba como Damiani. Y marqué. Fue muy rápido. En seguida empezó a sonar. Rebuscó nerviosa en el bolso. Agarró con fuerza el móvil. Pulsó la tecla. Y yo colgué.”

La relectura de este texto, palmaria descripción de aquel suceso ocurrido en el AVE, me ha producido desasosiego. Que un mismo individuo genere dos semejanzas tan dispares, Padre Karras y psicóloga catalana, cuestiona la fiabilidad del procedimiento, advierte de la fragilidad de los patrones que empleo, inútiles a la hora de fijar un parecido fiable, exacto, plausible si he de venderlo a mi exigente clientela.

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20 de enero de 2024
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Subrayado

Hoy he subrayado para el futuro. He subrayado para los que lean este ejemplar de la biografía de Anton Bruckner, la que escribiera Eduardo Storni Armanini. Me queda poco de vida y el destino de mi biblioteca es incierto. Dejando aparte algunos títulos de posible interés bibliófilo, que mis herederos ya deben de estar vendiendo, la práctica totalidad de los volúmenes irá a parar a manos de traperos y demás maleantes. Quizá, en el fragor del desconcierto de los mercadillos y tenderetes, algún avispado lector descubra esta irregular obra y comulgue con mis ideas, coincida con mis apreciaciones sobre el organista austríaco que, a su vez, no son especialmente amables con las del autor del libro. Voy a firmar los subrayados o, quizá, mejor, a estampar un exlibris. La vanidad se mantiene incólume en esta cruel postrimería.

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26 de diciembre de 2023
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Traidores

Nunca hubo fluidez en mi relación con Carlos Barral Agesta, una relación forzada, breve, casi circunscrita a los bizarros consejos de redacción de su recién creado sello Barral Editores, tras su salida de Seix Barral. Carlos Barral, excelente poeta aún hoy no suficientemente reivindicado, carecía, según algunos, de olfato editorial, conocida es la anécdota de la no publicación de una obra de García Márquez, pero de lo que seguro sí carecía era de olfato mercantil, de conocimientos del manejo de la compleja arquitectura que permite mantener a flote una editorial literaria. Apuntaba yo antes que no hubo fluidez, y ahora añado que quizá la razón principal fuera la actitud de Carlos remedando con éxito al macho de pavo real y mi actitud poco proclive al sometimiento y a la adoración protocolaria. Así las cosas, alguien le contaría que mi familia disponía de recursos económicos, cosa que fue cierta hasta la irrupción del empresario Javier de la Rosa en nuestras vidas y, ni corto ni perezoso, Carlos me pidió ayuda asegurando la devolución a corto plazo del préstamo. Está claro que dije que no, y ni llegué a comentar a mi padre el chusco episodio. Rota pues definitivamente la relación, dejé de participar en los consejos y no efectué el más mínimo seguimiento de las tres traducciones que me había encargado, que le había entregado... y que me había pagado. Supe luego que la primera, El azar y la necesidad, de Jacques Monod, salió en Barral Editores y luego en otras editoriales a las que debió venderla. La segunda, El hombre aproximativo, de Tristan Tzara, no me consta que se publicara. Y, la tercera, Huesos de sepia, de Eugenio Montale, y que es el motivo de este artículo, fue a parar a la colección Visor de poesía.

En aquellos años, finales de los sesenta, comienzos de los setenta, traduje para otros editores, por razones alimenticias pese a lo pobre de la remuneración, varios títulos entre los que destacaría, aparte de los citados, Anunciación a María, de Claudel, y Tres cuentos, de Flaubert, además de multitud de artículos científicos y paracientíficos para revistas y manuales de divulgación; tarea que me resultaba fácil gracias a mi madre, con la que hablaba con normalidad en francés o en italiano lo que me permitió adquirir cierto dominio de ambas expresiones verbales, y a dos principios inapelables, el primero, traducir desde mi posición, desde mi posición de autor, de creador, ajustando el resultado de la versión a mis propias marcas literarias, y el segundo, acogerme a una máxima que pasado el tiempo descubriría que Ezra Pound hizo suya, la de que no es necesario conocer a la perfección la lengua de quien vas a traducir, que basta con captar la música de su escritura leyéndola en voz alta (un método que quizá fuera el empleado por Leopoldo María Panero, según quedó patente tras la publicación, en 2011, de Traducciones / Perversiones, en edición de Túa Blesa).

Me dispuse pues a traducir a Eugenio Montale intentando que Barral financiara el viaje y la estancia en Italia para conocer al poeta genovés, pero ante su negativa, por razones presupuestarias, dijo, eché mano de determinados recursos, entonces no fáciles, lejos todavía del benéfico amparo de internet. Leí, primero, varias veces con mi madre los poemas de Ossi di seppia. Luego, con mi novia (las novias de entonces hablaban italiano), Maricelia, famosa porque su madre, de San Sebastián (no donostiarra, grosero gentilicio), la alimentaba de niña utilizando la fórmula “Maricelia, mi niñita, toma patatillas”, me recluí en el apartamento de Sitges, en la urbanización Rat Penat (“murciélago”, en castellano) y, sobre el lecho de placer, y con una Olivetti de color verde, di a la luz una primera e inexacta versión. Maricelia tenía novio formal, de una familia del textil, y ante la inminencia de la boda decidimos dejar para otro momento la continuidad de la labor traductora. Surgió entonces Carlinga, no puedo precisar ahora su auténtico nombre de pila que quizá se aproximara a Isabel o a Paquita, de la que recuerdo, además de sus exóticas especialidades eróticas, su pasión por el licor Marie Brizard y, también, que era la autora del eslogan “Su seguro aspirador”, que por aquel entonces el fabricante danés de aspiradores industriales Nilfisk, empresa en cuya delegación española trabajaba Carlinga, anunciaba en grandes carteles por las calles de Barcelona. Con ella, en el mismo apartamento, en el mismo lecho de placer, con la misma Olivetti, concluí la tarea de traductor en pareja, modificando, eso sí, la localización que constaba al final del prólogo: cambié Sitges por Valencia. A Carlinga dejé de verla cuando me trasladé a vivir a otra región, pero recibí al cabo de unos meses una fotografía en la que se la veía con un recién nacido en brazos. Pasados los años, durante la presentación de mi novela Níquel, en compañía de Pedro Gimferrer, Félix de Azúa y el editor zaragozano Joaquín Casanova, en la Casa del Libro del barcelonés Paseo de Gracia, se me acercó una mujer... y aquí va el relato de dicho suceso.

Acababa de presentar mi primera novela, Níquel, y permanecía sentado mientras dedicaba ejemplares, cuando se aproximó una mujer de unos 37/38 años cuya carencia de atractivo era fruto de su pertenencia al tipo sudorosa menstrual. No esperó a que terminara de firmar y, a poca distancia de mi oído, susurró que varias personas del público comentaban el gran parecido existente entre ella y yo, y que incluso le habían llegado a preguntar si era mi hija. Al salir del local, varios amigos y conocidos me advirtieron de que una mujer de unos 37/38 años, poco atractiva, iba proclamando por la sala que era la hija del autor de la novela. Llegué tarde al despacho y aunque cansado conecté el ordenador para ver si tenía correo y entre otros, de escasa relevancia, apareció el de una señora de la que perdí la pista hará unos 37/38 años tras recibir una foto en la que se la veía con un recién nacido en brazos. Ahora dicha señora recordaba aquellos tiempos aportando numerosos detalles entre los que destacaba la confesión del gran amor que sintió por mí y el intento de acercamiento a mi familia acudiendo a la consulta de mi padre, ginecólogo dentista. En una segunda tanda de sinceras declaraciones revelaba la sorpresa que le produjo el conocimiento de mi progenitor cuyas virtudes profesionales consideraba excelentes y cuyo aspecto físico resultaba muy parecido al mío pero superándolo ampliamente en atracción sexual directa. Luego enumeraba lugares de la ciudad de Barcelona que ella y yo habíamos compartido pero incurriendo en el error de incluir una garçonnière de la calle del Camp que nunca frecuenté pese a poder sustraer con facilidad las llaves a mi padre. No contesté al correo. No he sabido nunca nada más de esa señora. Y en cuanto a mi hermanastra espero no volver a encontrarme jamás con un ser tan poco atractivo.

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20 de diciembre de 2023
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Señores pájaros

Un Delibes muy buena persona, declaró con singulares bríos el ex profesor de secundaria que conoció a ambos. Frente a la misoginia y los escopetazos de Miguel Delibes, un José Jiménez Lozano (Langa, Ávila, 1930 – Valladolid, 2020) filósofo franciscano, recogido, íntimo, sensible, que nunca necesitó viajar y que a diario hablaba con sus hermanos los pájaros; precisamente Señores pájaros es el título del libro de poemas de José Jiménez Lozano que ha publicado la exquisita editorial barcelonesa Días Contados. El Cristianismo, porque Jiménez Lozano es cristiano, impregna sus libros pero no desde la superchería y la altisonancia, sino desde la voz callada de un panteísta artesano, doméstico, risueño, que de modo velado hace constante profesión de esa diferencia entre el científico altivo e inexorable y el ornitólogo de campo que es lo que José es; los pájaros, y todos los elementos que los rodean, animados o inanimados, constituyen su espacio más valioso, el marco de sus no lesivos paseos.

Preferimos lo que se aproxima a nuestros presupuestos y en mi caso, bajo la doble advocación de la escritura y el naturalismo, siento una intensa emoción al leer este libro. Son jalones de sorprendente coincidencia con lo que siempre he propugnado: la inutilidad del viaje y su epítome, el turismo; el aprecio por las cosas ínfimas, como si nos guiara el genovés Montale; el sentimiento tan juanramoniano de la desaparición definitiva, de la falta de huella tras nuestro paso por la vida, de la no alteración de los hábitos de los demás tras nuestro fallecimiento, sean los pájaros que seguirán cantando, sean los humanos, que no tomarán suficiente nota de nuestra ausencia.

El poema “Destrucción”

Un nido devastado, el mundo / ya nunca estará completo / nunca.

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4 de diciembre de 2023
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El Boomeran(g)
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