Francisco Ferrer Lerín
Una ilustración en la revista Playboy, en color y a toda página, nos permite ver a un anciano y señorial caballero sentado en un sillón chesterfield de cuero, en el centro de una lujosa habitación, en el momento en que su exuberante, joven y pizpireta esposa se asoma a una de las puertas y un reloj de cuco da la hora. Se trata de un chiste aunque el lector no anglosajón y de exiguos conocimientos ornitológicos no le vea la gracia; el cuco o cuclillo (Cuculus canorus) es ave poliándrica, cada hembra tiene varios machos; en inglés “cuckold” es “cornudo” y la proximidad de este término con otro de esa lengua, “cuckoo”, nuestro “cuclillo”, es notoria.
En España aún quedan regiones, Aragón, Cataluña, Galicia, León, Extremadura, en algunas de cuyas comarcas nuestra lengua romance se obstina en no evolucionar y se sigue nombrando “pardal”, por su coloración parda, al pájaro al que mayoritariamente llamamos “gorrión” (Passer sp.). En tiempos, “pardal” se mantuvo hasta que la homonimia obscena (“pardal” era uno de los nombres del miembro viril) resultó insoportable, recuperándose o acuñando entonces un apelativo, quizá onomatopéyico, desde luego no latino, el hoy extendido “gorrión”, con sus numerosas variantes como “gurrión”, “gurriato”, “gurrió”, “gorrió” y “gorriato”.
«Diminutivo», nos dice la RAE, es el sufijo que añadido a un nombre le otorga, entre otras cosas, carácter afectivo; de hecho coincide con «hipocorístico» en su condición infantil y cariñosa. Las niñas muy amigas se hermanan o, mejor, se hacen primas, “primillas”, en prácticamente toda Andalucía, y los cernícalos primilla (Falco naumanni), la rapaz diurna europea de menor tamaño nidifica (o nidificaba, hoy ha sido en gran parte exterminada) en el interior de los pueblos, en los mechinales de los campanarios y bajo las tejas árabes de las cubiertas de las viviendas. El concepto “primilla” en lo que tiene de familiar, cotidiano, cómplice, se aplicó a un ave que convivía con los humanos.
Ocurre algo parecido con “adrián”, referido a los globosos y notorios nidos de urraca (Pica pica) en localidades, como San Adrián de Navarra, en las que es común el nombre masculino “Adrián”, igual que son comunes los nidos de urraca en los árboles que flanquean los caminos por los que al atardecer pasean grupos de vecinos. Es decir, pues, que en la villa adrianesa se adjudica el más común de los nombres de pila de sus vecinos a la más común de sus estructuras orníticas.