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Escrito por

Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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Fuentes on Ice

El pasado mes de noviembre, México se dedicó a celebrar por todo lo alto los ochenta años de su escritor más ilustre, Carlos Fuentes. Hubo más de setenta mesas de discusión de su obra, un Día Nacional de Lectura de la Obra de Carlos Fuentes, un ciclo de cine organizado por Monsiváis, un coloquio sobre La región más transparente, el estreno de la ópera Santa Anna (con libreto de Fuentes)... Entre los invitados se encontraban personalidades del mundo de la literatura (Piñón, Gordimer), el cine (Ripstein, Cuarón, Reygadas), el pensamiento crítico (Hopenhayn, Manguel), la política (Lagos, Iglesias, Sanguinetti). El lunes pasado, en el Auditorio Nacional, cuatro mil personas asistieron voluntariamente para escuchar a Fuentes durante una hora; en el escenario, el escritor apareció impecable, lleno de vitalidad, y contó, con gestos histriónicos dignos de un actor experimentado, cómo escribió algunos de sus libros (para Aura, hubo, como modelos, textos de Pushkin, Henry James y  Dickens), y leyó fragmentos de sus novelas.  

Lo hecho por México estos días para celebrar a un intelectual público sólo puede compararse a lo que hace regularmente Francia (que, la semana pasada, se volcó a conmemorar los cien años de Levi-Strauss). Los fastos continúan esta semana, en la feria del libro de Guadalajara, con mesas como "Los amigos de Fuentes" (García Márquez, Sergio Ramírez). Como me dijo un escritor mexicano, esto se asemeja mucho a una producción de Hollywood: Fuentes on Ice.

Resulta algo irónico que el escritor mexicano vivo más importante haya nacido en Panamá (11 de noviembre, 1928). En ese inicio se condensa su destino de escritor itinerante, capaz de aglutinar a su generación a la manera de Darío con el modernismo (como lo reconoce José Donoso en su Historia personal del Boom, este movimiento no se entiende sin los esfuerzos de Fuentes por articularlo). Hijo de un diplomático de carrera, Fuentes pasó los primeros quince años de su vida en, entre otros lugares, Quito, Río de Janeiro, Washington y Santiago. La vocación literaria comenzó a manifestarse en Chile: sus primeros textos datan de su paso por el colegio inglés The Grange en Santiago.

La clave de Fuentes se encuentra en la década del cincuenta. En esos años, se convierte en el principal aliado de Octavio Paz en su intento por desarrollar una literatura mexicana cosmopolita, dispuesta a romper con la ortodoxia nacionalista reinante. Entre 1955 y 1957, es uno de los editores de la Revista Mexicana de Literatura, que difunde la obra de autores que habían renovado las formas narrativas durante la primera mitad del siglo: Woolf, Proust, Faulkner. En 1958, publica su novela más importante, La región más transparente, en la que Fuentes ya tiene el aliento lírico que producirá sus mejores páginas ("Aquí vivimos, en las calles se cruzan nuestros olores, de sudor y pachuli, de ladrillo nuevo y gas subterráneo, nuestras carnes ociosas y tensas, jamás nuestras miradas"), y los excesos discursivos que irán lastrando más y más sus novelas de la última etapa ("Los mexicanos nunca saben quién es su padre; quieren conocer a su madre, defenderla, rescatarla. El padre permanece en un pasado de brumas, objeto de escarnio, violador de nuestra propia madre. El padre consumó lo que nosotros nunca podremos consumar: la conquista de la madre").

El resto es historia. Llegarán el Boom, los reconocimientos (el Rómulo Gallegos, el Cervantes) y la canonización en vida. La obra de Fuentes es desigual: hay libros que se mantienen muy vivos (Aura, La muerte de Artemio Cruz), otros que se han convertido en libros para críticos y escritores (Terra Nostra) y otros que no están envejeciendo bien. Entre los escritores de las nuevas generaciones, están quienes lo defienden con firmeza (Juan Gabriel Vásquez), y los que lo rechazan con ardor (Antonio Ortuño). Si una de las mejores formas de medir la importancia de un escritor es su capacidad para provocar diferentes pasiones pero no la indiferencia, entonces Carlos Fuentes ha llegado a sus ochenta años de la mejor manera posible.

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1 de diciembre de 2008
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Una entrevista en Página 12

Hace diez días estuve en Buenos Aires, con motivo del FILBA (Festival Internacional de Literatura), y para el lanzamiento de la edición argentina de mi novela Palacio Quemado (Alfaguara). Allí fui entrevistado por Silvina Freira, periodista de Página 12 a la que conocí un par de semanas antes en Cochabamba. Éste es el enlace a la entrevista, en la que también menciono mi próxima novela, Los vivos y los muertos, que Alfaguara publicará en España en febrero.

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27 de noviembre de 2008
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Queen & Paul Rodgers: The Cosmos Rocks

Guardo los mejores recuerdos de Queen. El primer disco de vinilo que me compré fue de este grupo inglés. Los vi en el Rock & Rio original, el 85, y ya se me ha borrado todo de esos días de concierto excepto la presencia arrolladora de Freddie Mercury en el escenario (bueno, también me queda AC & DC...). También tengo una conexión muy íntima con la música de Queen porque solía compartir el interés por su música con un gran amigo, Negro de la Reza, fallecido en un accidente de aviación el 87. Allá por el 83, el 84, yo tenía cuatro, cinco discos de Queen, y se los presté al Negro para que los grabara. Cosas de la memoria: ahora no puedo recordar al Negro sin pensar en Queen.

Por todo eso, cuando me dijeron que había nuevo compact de Brian May y compañía pensé que se trataba de una broma de mal gusto. Pero no, era en serio. Yo estaba contento con los quince discos de Queen con la voz inconfundible de Freddie Mercury, y pensé que era más que suficiente para el resto de mi vida. Sin embargo, me ganó la curiosidad morbosa. Y sí, en este disco quedan, reconocibles, los complejos arreglos sinfónicos de Brian May. La voz de Rodgers es otra historia. Lo bueno es que Rodgers no se atreve siquiera seguirle los pasos a Mercury, y evita así ser conocido como una pálida imitación del original. Lo malo es que, aun con todo lo bueno, Rodgers sigue sin ser Mercury. Hay canciones respetables -"Small", "Time to Shine", "We Believe"--, y quizás este compact no me hubiera molestado si habría sido editado con un nombre diferente al de Queen. Sí, los tiempos cambian, pero algunas cosas buenas es mejor dejarlas como están.

(Pensaba poner un video del nuevo Queen, pero en YouTube me crucé con esta versión de "Love of my Life" interpretada por Mercury, y me olvidé de The Cosmos Rocks...)

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26 de noviembre de 2008
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Martín Solares: Los minutos negros

Leo este chiste en El País: hace un par de años, a los mexicanos les preocupaba que "se colombianice" su país. Las cosas han cambiado tanto y tan rápidamente que lo que hoy les preocupa es que "se mexicanice" el infierno. En el D.F., el escritor peruano Santiago Roncagliolo le pregunta a un taxista cuánto cree que puede durar el problema del narcotráfico. El taxista, imperturbable, responde: "el infierno ya dura una eternidad, ¿no?"  

El problema del narcotráfico está muy presente en las noticias y editoriales de los periódicos mexicanos. El grado de infiltración del narco en la justicia mexicana llega a niveles inverosímiles: los capos de los principales organismos que luchan contra el narcotráfico estaban comprados. En el Norte, la policía parece haber sido privatizada por el narco. Algunos piensan que Calderón es un valiente, que ya era de luchar contra esa lacra social; otros creen que el presidente mexicano cometió un error, que lo mejor hubiera sido seguir haciendo de la vista gorda.

Me pregunto: ¿qué novelas hablan de este tema y podrían orientarnos? Está Elmer Mendoza, que se ha dedicado a narrar las aventuras del narco en Culiacán. Y está Martín Solares, que en su primera novela, Los minutos negros (Mondadori), se enfrenta al problema del narco en el golfo de México (todo transcurre en una ciudad llamada Pacuarán, a unos minutos de Tampico). Fue publicada hace un par de años, pero recién cayó en mis manos, por azar: yo buscaba en la biblioteca de Cornell libros sobre Carlos Fuentes, para escribir un perfil, y de pronto vi la novela de Solares y me tincó.

Los minutos negros una novela policial que narra una historia escabrosa con humor y con altas dosis de suspenso. El entrañable Macetón, policía encargado de investigar la muerte de un periodista en una ciudad cercana a Tampico, descubre que ese caso conecta con otro caso sórdido ocurrido dos décadas atrás, y relacionado con la violación y muerte de unas adolescentes. La novela, aquí, se desestabiliza: Macetón se merece más páginas, pero Solares prefiere contar las descenturas de otros policías que tratan de resolver ese caso de dos décadas atrás.

Sí, nos falta el Macetón, pero al contar la historia de dos generaciones de policías mexicanos, Solares nos descubre las extrañas alianzas entre la ley y la delincuencia, nos muestra el lado valeroso de algunos policías y el corrupto de otros, y nos hace entender los límites de la lucha contra el narcotráfico en México. Una muy buena novela y también un libro urgente que nos ayuda a contextualizar esa violencia implacable que asola a México.

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24 de noviembre de 2008
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Omega the Unknown

El interés que los novelistas norteamericanos de la nueva generación tienen por los comics es cosa seria. Están, sobre todo, los ensayos y la novela (Kavalier & Klay) de Michael Chabon, y los ensayos y la novela (La fortaleza de la soledad) de Jonathan Lethem. Ahora, el mismo Lethem se anima a recuperar a un enigmático superhéroe de los setenta, y guionizar diez capítulos de  Omega the Unknown, con dibujos de Farel Darlymple. En la post-apocalíptica historia original, Omega es el último sobreviviente de una raza de extraterrestres, que ha sobrevivido a un ataque a su planeta gracias a haberse escapado a la Tierra; ya en la Tierra, deberá luchar con los robots enviados a destruirlo. Todo eso se va descubriendo gradualmente, pero no parece ser lo central para el guionista original, Steve Gerber; éste estaba más preocupado por desarrollar la amistad de Omega con el adolescente James-Michael Starling que en mostrar los típicos combates del superhéroe con sus enemigos. En el mundo de Lethem, se nota la influencia de Philip Dick: no se puede distinguir quiénes son los robots enviados a matar a Omega y quiénes los seres humanos. Lethem ha escrito ensayos sobre Dick (es el editor de la edición de la obra del californiano en The Library of America) y en sus novelas hay guiños a Dick, pero el medio del comic le permite apropiarse de sus temas más directamente. Lethem ha creado una pesadilla a colores en la que los robots no son menos parte de la vida cotidiana que Starling, la enfermera que lo cuida y su entorno policial.

(Cuando muere la madre de Starling, éste descubre que ella era también un robot: Gabriel, mi hijo, que estaba leyendo el comic al mismo tiempo que yo, quedó algo preocupado por esa escena: ¿será que está pensando que sus padres podríamos ser unos robots?)

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21 de noviembre de 2008
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El Querandí

El día que llegué a Buenos Aires el pasado jueves, Julia Saltzman, responsable editorial de Alfaguara-Argentina e incansable a la hora de jugársela por voces nuevas de la narrativa argentina y latinoamericana, me llevó a almorzar al restaurante El Querandí, en la calle Perú. Caminamos por la histórica "Manzana de las Luces", y pasamos por el colegio Nacional, conocido por haber formado generaciones de bachilleres progresistas que luego seguirían su camino en la Universidad de Buenos Aires. En los años setenta, muchos de esos bachilleres fueron la primera línea de resistencia a la dictadura de Videla.

Al llegar al Querandí, Julia me mostró los altos del edificio situado en una esquina: ahí había vivido con humildad Rubén Dario, cuando dejó de ser cónsul a la muerte del presidente colombiano Rafael Nuñez en 1894.

Ya en el Querandí, después de pedir un ceviche de lenguado y bife de chorizo (una rara combinación, ya lo sé), Julia me contó que el Querandí era el café favorito de Gombrowicz. Fue allí cuando, la tarde del 26 de abril de 1947, Gombrowicz, que se hallaba junto al escritor cubano Virgilio Piñera y Humberto Rodríguez Tomeu, dijo, a eso de las seis de la tarde: "Vamos, Piñera, llegó el momento... Empieza la batalla del ferdydurkismo en Sudamérica". Los tres, entonces, salieron del Querandí y se fueron a la editorial Argos, situada a la vuelta, y retiraron los ejemplares recién impresos de Ferdydurke.

Viví tres años en Buenos Aires, a mediados de los ochenta, pero no sabía nada de la historia del Querandí. Por suerte para mí y mis futuros retornos, Buenos Aires es una ciudad inagotable.

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20 de noviembre de 2008
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54 semanas

El pasado mes de junio, en un restaurante gallego en la calle Huertas en Madrid, conocí al fotógrafo peruano Erik Mólgora. Me contó del proyecto de un foto-blog: la idea era enviar a diversos escritores fotos seleccionadas de su archivo personal, y dejar que estos, inspirados por las fotos, escribieran un relato o poema de menos de 1000 palabras. Me entusiasmé, y acepté el desafío. Erik me envió dos fotos: una de una vaca, que no hizo más que hacerme pensar mucho en el libro de Juan Pablo Meneses, y otra de un paisaje espectacular --cielo, mar, precipicio--, que sí hizo que mi imaginación se disparara.

El blog de Erik se llama 54 semanas (un texto a la semana, más, supongo, dos bonus-track), y acaba de incluir mi relato "El acantilado", que comienza así:

A las cinco de la mañana el padre despertó al hijo y le dijo que había llegado la hora.
Que se vistiera, había que ir al acantilado. ¿Ves esa luz, ese azul tan de otro mundo? Con los ojos soñolientos y la voz entrecortada, el niño vio ese rostro barbado, esa mirada azul y penetrante, y le dijo que no quería ir. Había hablado con su madre la noche anterior, y ella le había dicho que no tenía que hacerle caso en todo a él; le había dicho incluso que si él no quería no tenía que quedarse con su padre los fines de semana. Además, él, de verdad, no creía en platillos voladores, en extraterrestres. 

Para continuar leyendo, oprima aquí.

54 semanas es un gran ejemplo de una colaboración estimulante entre el arte de la fotografía y el de la literatura, hecha posible esta vez gracias a la mediación del internet. 

 

 

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19 de noviembre de 2008
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Cosas de las que me enteré en el FILBA

El FILBA (Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires), que se llevó a cabo por primera vez este pasado fin de semana, ha iniciado su andadura de la mejor manera posible. Su característica principal fue plantear una propuesta temática; no se trató de invitar a escritores e intelectuales porque sí, sino vinculándolos a todos a través de una serie de redes de discusión. El tema central de este año fue el de "Circuitos", con ejes temáticos en torno al desplazamiento, el viaje, la mudanza, el intercambio cultural, la migración.

Hubo paneles sobre escritores y la forma en que la migración influyó en su estilo (como en Andrés Neuman, un argentino afincado en España, y Santiago Roncagliolo, peruano también en España), incluso en la elección de su lengua de escritura (como en el peruano-norteamericano Daniel Alarcón, y Anna Kazumi Stahl, escritora norteamericana de origen japonés, y que decidió radicar en la argentina y escribir en español). Hubo paneles sobre el desplazamiento de la escritura, del libro impreso al internet, con discusiones articuladas en torno al blog. Las opiniones fueron variadas: el brasileño Daniel Galera sugería que los blogs son escritura, pero no literatura, mientras que el argentino Oliverio Coelho señalaba que los blogs son también otra forma de la ficción, de la literatura: en su blog, él escribe su diario, pero siempre alterándolo para privilegiar lo verosímil sobre el testimonio "real".

Si hubo un fantasma que recorrió el FILBA, fue el de Roberto Bolaño, emblemático escritor del desplazamiento. El festival le dedicó tres paneles, en el que intervinieron escritores como Alberto Fuguet, Martín Kohan, Horacio Castellanos Moya, Gonzalo Garcés, Juan Villoro y Alan Pauls. Kohan se mostró desconfiado ante la mitificación producida por la muerte temprana de Bolaño y señaló que los tiempos eran "demasiado cortos y su impronta demasiado poderosa" para hablar del legado de Bolaño. Sin embargo, siempre aparecen nuevas formas de leer a Bolaño. Fuguet, por ejemplo, se asomó al lado pop de Bolaño (su fascinación por la pornografía, los videojuegos) y se animó a decir que podía ser un buen escritor para adolescentes (lo grupal, que tanto le gustaba a Bolaño, es una actitud muy adolescente).

Buena parte de lo que uno se lleva de los festivales ocurre en la trastienda, en los pasillos. Se escuchan chismes, se habla de proyectos, se aprende de fobias y tics. A la norteamericana Nicole Kraus no le gusta que la fotografíen sin pedirle permiso a su agente (pobre del bueno de Mordzinski). Roncagliolo tiene nueva novela, Parecía el paraíso, para abril. Rey Rosa se pasa a Anagrama y el próximo semestre publica una nueva novela. Villoro se muestra descorazonado por la violencia en el norte de México: Tijuana, Culiacán y Ciudad Juárez están tomadas por los narcos. En tiempos en que importa la performance, escritores como Lemebel y Bellatin tienden a ocupar el spotlight. Y así seguimos, hasta el próximo festival...   

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17 de noviembre de 2008
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The Decemberists: Valerie Plame

El pasado domingo escuché y vi por primera vez a The Decemberists. La pasé muy bien con esta banda de Oregon, de canciones "indie pop" con letras muy literarias. ¿El mejor momento? Cuando cantaron su canción más nueva, "Valerie Plame". El nombre, claro, es el de la espía de la CIA que, debido a que su esposo se oponía a la guerra en Irak, fue "descubierta" por el periodista conservador Robert Novak. En la interpretación del carismático Colin Meloy, y en la de sus fervorosos seguidores --casi todos estudiantes universitarios liberales, un sólido bloque de apoyo a Obama-- esa noche en Ithaca, la canción se convirtió en el símbolo del final de una era y el principio de otra.

Ésta es la letra de la canción:

Oh Valerie Plame
If that really is your name
I would just shout the same
To the world

Dear Valerie Plame
So they made a wreck of you
But give me the rest of you
And I'll give the world

But you were just some silly girl
Taking in the sights of your empire's colony

So I took you into my confidence
Without a thought of consequence
To my heart or to my mind

But Valerie Plame
If that really is your name
I would just shout the same
To the world

La da da de da
la de da da
la de da da da da dada da

Oh Valerie Plame
If that really is your name
I would just shout the same
From up high

Dear Valerie Plame
I'll look for that long exchange
Outside of the Bureau Change
In Shanghai

But I was just some stupid boy on a bus
When your nom de guerre was Codename Caroline

And so my Vespa became your chariot
From the Green Zone Marriott
To be etched upon my mind

But Valerie Plame
If that really is your name
I would just shout the same
To the world

And when they flashed your picture 'cross the screen
How my heart seemed to leap out of me
And they attached a list of your identities
But the one you'll always be

Is Valerie Plame
If that really is your name
I would just shout the same
To the world

Valerie plame
If that really is your name
I would just shout the same
To the world

La da da da da da da.. hey hey Valerie Plame (x3)

 

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12 de noviembre de 2008
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Aventuras en el Miss Bolivia

La cálida y no tan remota noche del 18 de julio, me hallaba en un salón elegante de la ciudad de Santa Cruz, Bolivia, cuando, acosado por un grupo de exaltados, debí, como los arbitros que cobran un penal decisivo en los minutos finales del encuentro, escabullirme del lugar para salir indemne. Sabía que el evento para el que me habían invitado desataba pasiones en todo el país, pero jamás se me ocurrió pensar que, como dice el lugar común, la sangre llegaría al río: antes de irme, vi mucha sangre en el piso del salón. Había vasos tirados, platos rotos, gente que se golpeaba con denuedo. Una vez fuera del salón, mientras llegaba agitado al lugar donde unas amigas tenían "aparcado el coche" (o, como diríamos en Bolivia, "parqueado el auto"), pensé que todo había ocurrido por un simple concurso de belleza. Me equivocaba: en América Latina, los concursos de belleza son cualquier cosa menos simples.

A principios de julio, estaba de vacaciones en Cochabamba cuando recibí una invitación para formar parte del jurado del Miss Bolivia, que se llevaría a cabo el 18 de ese mismo mes en Santa Cruz. Aunque mi impulso inicial me pedía que aceptara la invitación, decidí pensarlo un poco: en un país en el que la literatura suele estar dominada por la solemnidad, sabía que sería atacado por mi gesto frívolo. Luego me justifiqué diciendo que el escritor debía explorar todos los rincones de la sociedad, y que si alguna vez había visitado el Palacio Presidencial y me había codeado con políticos, era justo que visitara esa otra cara tan fundamental de Bolivia: en un país sin estrellas de cine ni de televisión, las misses y las modelos son nuestra precaria realeza.

Cuando llegué al salón Sirionó de la Feria Exposición de Santa Cruz, me topé con una alfombra roja, modelos en una pasarela, periodistas con cámaras y micrófonos. Por lo visto, el concurso no sólo era importante, sino incluso trascendente. Debía haberlo sospechado, al enterarme que las representantes de Pando no participarían en protesta porque en el concurso del año interior miss Pando, una de las favoritas, no había ganado. Sí sabía que tendríamos, como siempre, a las representantes del Litoral, la provincia perdida en la guerra del Pacífico más de un siglo atrás. Así estaban las cosas en mi país: no había representantes de uno de los nueve departamentos, y sí las había de un departamento fantasma.

Éramos siete en el jurado. Me tocó sentarme al lado de una ex-Miss Bolivia y una ex-Miss México. La mexicana era de Monterrey y contó que trabajaba en Univisión; sólo abría la boca para pedirnos que le sacáramos fotos. Debió haber sacado trescientas esa noche. Le dije que quizás hubiera sido mejor que se trajera una filmadora, para que alguien la filme todo el tiempo. Se rió, pero no me contestó.

Del concurso, recuerdo haber pensado que, en la parte de los trajes típicos, las representantes del Occidente y los valles estaban en desventaja en relación a las del Oriente tropical: a la chica de Sucre su traje de indígena tarabuqueña apenas le dejaba ver el rostro, mientras que el traje ínfimo de la del Beni le aseguraba fácilmente un lugar entre las finalistas. En la parte de los trajes de baño, los hombres del jurado éramos tímidos, las mujeres no tanto ("esa miss no tiene cuello"; "esa otra tiene kilos demás"). En cuanto a la sección de preguntas y respuestas, me pregunté por qué chicas tan jóvenes no decían lo que querían decir, sino lo que pensaban que la gente quería escuchar, y terminaban enredadas en una respuesta de artificio. Si tuviera la oportunidad de ser otra persona por un día, ¿quién quisiera ser una chica de veinte años? Pensé: Scarlett Johansson, Julieta Venegas, Evita. Una de las finalistas dijo: "Moisés". Yo comencé a llamarla Miss Moisés. Ahí, y no cuando aparecieron los trajes típicos o los de baño, estaba la parte falsa del concurso.

Nos decantamos por dos finalistas: miss Beni, que seguía en colegio y tenía un aire de la-vecina-de-al-lado, si es que las vecinas fueran voluptuosas y se movieran como bailarinas de samba; y miss Cochabamba, que era alta, tenía un cuello grácil de modelo y una seriedad que asustaba. En un país de gente no muy alta, los altos son reyes, me dije, y creí que la cochabambina lo tendría fácil. No fue así, después de la votación se encontraba en la minoría. Entonces una arenga de una integrante del jurado defendió a la cochabambina con el argumento de que tenía las virtudes que se necesitaban en un miss Universo -era alta, tenía garbo y apostura--. La mayoría colapsó y cambió su voto con una facilidad de espanto.

Entre el público había barras para todas las misses, pero al final, cuando se anunció que la ganadora era miss Cochabamba -rompiendo así un predominio de dos décadas de las representantes de Santa Cruz--, la mesa en la que se encontraba la familia de una de las que no había ganado reaccionó airada. De manera inocente, salí de la sección protegida del jurado para hablar con la gente que se acercaba; pensaba: ya se dio el veredicto, el resultado final no tiene trascendencia, lo importante es competir. De pronto, la madre de una de las misses me increpó; me dijo que, como Evo Morales estaba en el poder, su hija había sido discriminada por ser rubia, por no ser "originaria'. Traté de razonar con ella, le dije que no era cierto lo que decía; después de todo, la ganadora era de padre francés y se llamaba Dominique.

Era inútil. De pronto, volaron platos y puñetes; hubo sangre en el piso. Los organizadores del concurso no habían contratado personal de seguridad, por lo que algo que podía haberse detenido en cinco minutos tardó cincuenta en ser controlado. Me encontré rodeado y temí por lo que podría pasar. Ese fue el momento en que decidí escaparme por la puerta de atrás.

(Letras Libres, noviembre 2008)

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11 de noviembre de 2008
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