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Escrito por

Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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Estados Unidos: como si fuera China

Vi el partido entre Estados Unidos e Inglaterra en la casa de mi pareja en Santa Cruz (Bolivia). Solo frente a una pantalla de televisión, pensé que no me perdía de nada: incluso en un bar en Boston me hubiera sentido igual. Para evitar desilusionarse, hay que asumir la soledad del que sigue el fútbol en los Estados Unidos.

En los papeles, Inglaterra partía como el favorito: un equipo que tiene como estrella a Rooney debería ser mucho más que uno cuya carta principal se llama Landon Donovan (elegido mejor jugador joven del mundial 2002, Donovan se ha convertido en un armador decente, pero su juego nunca ha terminado de explotar). Los primeros cinco minutos, así fue: llegada clara, toque de Heskey para la definición de Gerrard. Estados Unidos, sin embargo, no se achicó, y mostró la mejor cara que tiene, quizás la única que entiende: salir al frente con valentía, olvidarse de quién es el rival. Así, poco a poco, la pelota pasó a poder de los norteamericanos, que no son maestros del pase corto pero sí son capaces de complicarle a cualquiera y entienden que el fútbol debe ser vertical. Y llegó el gol, de forma inesperada: un remate de Dempsey que no llevaba peligro, y las manos de Green que empujaron el balón adentro. Para los tabloides ingleses, seguro habrá una culpable: la Jabulani. Pero está claro que un equipo en el que el portero titular es conocido como "Calamity" James (que hoy no jugó por estar lesionado) no tiene mucho de qué enorgullecerse en este tema.  

En el segundo tiempo, hubo un remate de Altidore, y eso fue todo para los Estados Unidos, que pareció contentarse con el empate. O quizás no daba para más. Se trata de un equipo correcto, que juega al fútbol de la manera más clásica y tradicional posible. Ningún jugador se sale del libreto estratégico, todos tienen una gran disciplina táctica y su despliegue físico es envidiable. Curiosamente, un país en el que el individualismo es la clave del éxito, tiene un equipo de abejas obreras, en el que lo colectivo es lo único que cuenta: si vamos a los lugares comunes de las idiosincracias nacionales, digamos que Estados Unidos juega al fútbol como si fuera China.

Me estoy olvidando del portero, Tim Howard. Elegido por la FIFA como el mejor jugador del partido, él sí demostró seguridad en cada una de sus intervenciones. Nueva ruptura del lugar común: una nación imperialista, acostumbrada a la guerra y al ataque, tiene a su figura principal allá atrás, de custodio. Me temo que eso no hará que los norteamericanos se conviertan en fanáticos de este deporte.   

(Blog Papeles perdidos, Babelia, El País, 13 de junio 2010)
 

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13 de junio de 2010
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Estados Unidos y el fútbol: una curiosa desconexión

Hacia 1994, fui a ver un partido de fútbol en Texas entre los Estados Unidos y Bolivia. Al llegar al estadio, me sorprendió que no hubiera aglomeraciones, que los autos circularan como si nada importante estuviera ocurriendo, que no hubiera gente vendiendo banderas. El día seguía su curso, el tráfico fluía, la televisión seguía con su programación normal. Entendí que lo que veía era un buen símbolo del estado del fútbol en los Estados Unidos: la selección podía jugar, pero eso le era indiferente al ciudadano medio. Después de todo, no se trataba de un partido de fútbol americano, ni uno de baloncesto o béisbol.

Una vez en el estadio, descubrí que la mayoría de los espectadores eran inmigrantes bolivianos. También había otros inmigrantes hispanos (mexicanos, salvadoreños, etc). El resultado de todo esto era que, esa tarde en Texas, Bolivia jugaba como si estuviera de local y los Estados Unidos era un equipo visitante en su propio país. No debía haberme sorprendido, de hecho había visto jugar a los Estados Unidos contra México en Los Angeles, y el clima en el estado era incluso agresivamente ofensivo contra los Estados Unidos.

Más de quince años después, las cosas no han cambiado. El ciudadano medio sabe quién es David Beckham, pero si le preguntan por Landon Donovan pondrá una cara de desconocimiento total. Estados Unidos sigue jugando de visitante en estados como California, Texas y la Florida. La liga de fútbol nacional (MLS) se ha consolidado, los equipos tienen sus seguidores fervorosos, pero esto se debe sobre todo a que el país es tan grande que hasta una liga de cricket podría funcionar sin problemas: hay suficientes inmigrantes como para respaldar los deportes más exóticos. Eso de el fútbol como pasión de multitudes no termina de cuajar aquí.

Hay, entonces, una curiosa desconexión entre lo que sucede en las calles (y en las pantallas) y en la cancha. Estados Unidos juega cada vez mejor, y la FIFA lo considera uno de los quince mejores equipos del mundo. La última vez que perdió España, el gran favorito de este mundial, fue contra Estados Unidos (el año pasado, en las semifinales de la Copa Confederaciones). A su acostumbrado despliegue físico, los norteamericanos le han ido añadiendo, con los años, disciplina táctica y tranquilidad a la hora de salir jugando; nada de los pelotazos y el correr como gallinas sin cabeza de hace apenas dos décadas.

Incluso el futuro está del lado de los Estados Unidos: en Soccernomics, Simon Kuper y Stefan Szymanski llegan a la conclusión de que hay ciertos factores que influyen mucho en el resultado de un partido, entre ellos tener un PIB impresionante y una población enorme. Debido a eso, Kuper y Szymanski pronostican que entre las grandes potencias del fútbol de este siglo estarán Japón, Australia, Turquía y… los Estados Unidos.

Un equipo sólido con un gran futuro, un mundial con suficientes fanáticos como para llenar los principales bares de Boston, Nueva York y otras grandes ciudades… ¿Qué más se puede pedir? Si al país le va bien, no habrá despliegues apasionados en las calles, pero digamos que nadie es perfecto. En cuanto a mí, para el partido de este sábado contra Inglaterra esperaré con ansias una victoria de los Estados Unidos. ¿Y cuándo a esta selección le toque jugar contra un equipo latinoamericano o España? Mejor no digo nada por ahora. Yo, argentino.  

(Blog Papeles Perdidos, Babelia, El País, 11 de junio 2010)

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11 de junio de 2010
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1994: Un mundial sin la pelota

 

El periódico El Comercio de Lima pidió a varios escritores y deportistas que escribieran algunas líneas sobre mundiales pasados. A mí me tocó el de 1994. Esto fue lo que escribí:

Tuve la suerte de pasar mis vacaciones de invierno en Bolivia el 94, de modo que pude ver el mundial de Estados Unidos con mis amigos de la infancia en Cochabamba, en bares con pantalla gigante. Tenía un mal recuerdo del mundial del 90, que me había tocado ver en los Estados Unidos (donde vivo), en casa y solo, y me prometí no volver a hacerlo. Además, el 94, Bolivia había clasificado para el mundial y teníamos una generación notable, que incluía al Diablo Etcheverry, Milton Melgar y Platini Sánchez. Valía la pena verlo en casa, entre banderas tricolores, con esa fe que no se agota a pesar de tantos desengaños.

El partido inaugural lo vi en un restaurante a tres cuadras de mi casa. Bolivia sorprendió jugándole de igual a igual a Alemania, uno de los favoritos; de todos modos, como suele ocurrir en estos casos, el gol lo metió Alemania. En los minutos finales entró Etcheverry, que acababa de recuperarse de una lesión muy grave. Creíamos que el mundial lo podía consagrar; en cambio, terminó expulsado minutos después de un choque con Matthaus. El lugar común volvió a aparecer: jugamos como nunca, perdimos como siempre.

No se puede hablar maravillas de un mundial en el que, por primera vez en la historia, el título se decide por penales: Brasil, repetitivo campeón, con la creación de Romario y Bebeto y la destrucción de Dunga. Quedan los tiros libres de Hagi, la magia de Baggio, el jogo bonito de los holandeses, la capacidad para fallar penales de los mexicanos, y, como posdata sangrienta, el asesinato del defensor colombiano Andrés Escobar, poco después de que terminara el mundial, culpable de haber metido un autogol en un partido clave. Ah: terminamos últimos en nuestro grupo, incluso después de Corea.

Una vez más, la gran estrella fue Diego Maradona. Pero esta vez se trataba de una estrella caída. Véanlo hacerle un pase maravilloso a Caniggia para uno de los goles contra Nigeria. Asómbrense de la forma en que encara el área para marcar su último gol en un mundial. Qué energía, dice un amigo, y a su edad. Despídanlo de la cancha de la mano de una enfermera, ave de mal agüero que lo llevará al control antidoping y al infierno del positivo. Los cables dirán efedrina, pero la literatura no es tan prosaica y ya se encargará de inventarle una historia a la medida de su leyenda.    

Etcheverry, Escobar y Maradona: lo que más recuerdo de ese mundial no ocurrió con la pelota. Nada bueno para el fútbol, sublime para la literatura.    

(El Comercio, Lima, junio 2010)

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9 de junio de 2010
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Mundial de estadísticas

El fútbol es un obsesivo juego de números, lo saben quienes siguen la campaña de su equipo año tras año y estudian en detalle la tabla de posiciones, se fijan en los goles a favor (por si hay empate al final), hacen cálculos acerca de los posibles puntos a ganar en los siguientes encuentros. En cada partido, se sabe el porcentaje de posesión de la pelota de cada uno de los equipos, la cantidad de disparos al arco, incluso los kilómetros recorridos por los mediocampistas. Hay muchísimos datos a disposición de todos los interesados, y sin embargo esos estudios no han llegado a ser sistematizados de la misma forma que en el básquetbol o en el fútbol americano.

Sin embargo, las cosas están cambiando. En Soccernomics, Simon Kuper y Stefan Szymanski, el primero cronista deportivo y el segundo economista, se ponen a ver el fútbol como "un problema a resolver", estudian los datos con fórmulas provenientes de la estadística y la economía y descubren que, "hasta cierto punto, el fútbol es racional y predecible", aunque, claro, esto se puede ver en tendencias de larga duración: en cada partido hay una "gloriosa incertidumbre". Por ejemplo: después de usar la técnica de la múltiple regresión para estudiar los datos de 22.000 partidos internacionales jugados entre 1872 y 2001, Kuper y Szymanski llegan a la conclusión de que hay ciertos factores que influyen mucho en el resultado final de un partido: jugar de local te da una ventaja de un gol en dos de cada tres partidos; tener el doble de experiencia que tu rival vale medio gol; tener el doble de población que tu rival vale una décima de un gol, al igual que tener el doble del PIB.

Gracias a estos datos, "es muy fácil predecir la primera fase de una Copa Mundial". Y también se puede descubrir que están equivocados los ingleses, quienes consideran a su selección como un equipo que en las últimas décadas no ha logrado resultados acordes con su historia. Más bien, Kuper y Szymanski muestran que desde 1980 hasta el 2001 Inglaterra consiguió resultados mejores a los que sugería el modelo. Los ingleses, como creadores del fútbol, jamás han sido capaces de abandonar la imagen elevada que tienen de su selección, ni siquiera cuando la historia no los ha acompañado.

En cuanto a los penales, escuchamos tantas veces a los entrenadores decir que hubieran ganado el partido de no ser por ese "injusto" penal cobrado por el árbitro. La pregunta que se hacen los autores de Soccernomics es si de verdad los penales cambian el resultado de un partido. Después de analizar 1520 partidos de la liga inglesa, la conclusión contundente es que no: los equipos locales ganaron el 47% de las veces cuando no hubo penal a su favor, y 50% cuando lo hubo; para los visitantes, los datos indican: 27% y 28%; empates: 26% y 22%. Las diferencias son estadísticamente insignificantes como para ser tomadas en cuenta.

Kuper y Szymanski también atacan el mito del fanático hasta la muerte del club de su infancia, cuyo más ferviente defensor es Nick Hornby en Fever Pitch. Hornby cuenta en esas memorias de su "encadenamiento" al Arsenal, un equipo al que no puede abandonar a pesar de sus pésimas campañas en los setenta, y con el que tiene la relación más duradera de su vida. ¿Es ése el fanático más típico del fútbol? Las estadísticas dicen que no. Si se toma en cuenta a la gente que va a los estadios-un buen indicador del entusiasmo en apoyar a un club--, se puede ver que en el 70% de los casos hay una correlación directa entre la buena campaña de un equipo y un aumento en el apoyo. El 2008, la compañía Sport + Market calculó que, desde que Roman Abramovich compró el Chelsea en el 2003, el número de sus fanáticos en Inglaterra ha crecido en un 523%. Un apreciable número de fanáticos tiende a abandonar a su equipo si éste no logra resultados positivos. Y otro buen número son polígamos capaces de apoyar al mismo tiempo a varios equipos.

Entonces, ya lo sabemos para este mundial: es muy probable que en la primera fase Chile le gane a Honduras y Suiza. No hagamos caso a los entrenadores que se quejen de haber perdido por culpa de un penal. Si a Costa de Marfil le va bien, aumentará el número de sus hinchas en el mundo. De hecho, yo me volví fanático de Argentina y Holanda durante el mundial 78. Y de España en la última Eurocopa.

(La Tercera, 7 de junio 2010)

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7 de junio de 2010
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Zombie

Hace unos diez años estaba revisando las solicitudes para el doctorado en literatura latinoamericana en Cornell cuando me topé con un ensayo deslumbrante sobre Borges. Su autor se llamaba Mike Wilson. Mis colegas coincidieron conmigo al reconocer la calidad del dossier de Mike, y así él vino a hacer su doctorado con nosotros. Era un caso curioso: un estadounidense que quería escribir en español (había nacido en la Argentina y estaba casado con chilena). Lo tuve como alumno de cursos de literatura contemporánea, y recuerdo su emoción al descubrir la obra de Rodrigo Fresán. Fascinado por la ciencia ficción, por la literatura fantástica y la novela gráfica, no me sorprendió que su tesis doctoral dialogara tanto con El Eternauta y Borges como con películas como Moebius o Dark City.
 
Esos años en Ithaca, Mike luchaba por combinar el trabajo académico con la vocación literaria. Se fue a vivir a Chile el 2005 y con el tiempo ha logrado consolidar ambas cosas. Mike es, por un lado, profesor de literatura en la Universidad Católica de Santiago de Chile. Por otro, su primera novela, El púgil (2008), logró muy buenas críticas. La segunda, Zombie, acaba de publicarse en Chile por Alfaguara y muestra un notable salto cualitativo. Zombie está ambientada entre las ruinas de un suburbio de clase media-alta en el día después de una conflagración nuclear ("del otro lado está el cráter; la desolación negra de donde una vez se alzaba la Capital"). En ese devastado paisaje post-apocalíptico deambulan los adolescentes de esta novela dueña de una poderosa carga visual y un sofisticado ensamblaje literario, con referencias inteligentes a Lovecraft y a otros clásicos del horror y la ciencia ficción. El que se roba la novela es Frosty; con su cara desfigurada y su adicción al meth, es el corazón oscuro de este texto que sugiere que acaso no haya nada peor que seguir viviendo después del fin.

La carrera de Mike Wilson está lanzada. Habrá larga vida para Zombie

P.D.: Aquí se pueden leer las críticas a Zombie.
 

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26 de mayo de 2010
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Los verdaderos dueños de Wall Street

A fines de los noventa tuve una estudiante canadiense que, para descansar de la escritura de su tesis doctoral, se puso a invertir en la bolsa desde la computadora de su departamento. En ese entonces, una de las grandes promesas de Internet era la posibilidad de convertir al ciudadano común en un inversor astuto desde la comodidad del hogar. Mi estudiante me convenció de que le diera buena parte de mis ahorros para que ella los invirtiera por mí; las ganancias estaban aseguradas. Seis meses después, debí retirarme después de haber perdido el 70% del dinero invertido.
   
Al otro extremo del inversor común, en la mitología de la bolsa del fin de siglo, se encontraban los Gordon Gekkos de Wall Street, el filme de Oliver Stone: los hombres despiadados, de reflejos rápidos y nervios de acero, que conocen el mercado perfectamente pero cuyo talento para hacer dinero depende, sobre todo, de su gran intuición. Stone nos hizo creer que eran ellos los que controlaban los vaivenes del dinero. Sin embargo, Scott Patterson, en su libro The Quants (2010), nos muestra que la realidad es, a la vez, más compleja, prosaica y fascinante.
   
En el lenguaje de Wall Street, los quants son los inversores que utilizan supercomputadoras y sofisticados algoritmos para vencer al mercado. Para los quants no hay intuición que valga: todo depende de desarrollar fórmulas y modelos matemáticos que puedan utlizarse para "calcular los patrones predecibles del funcionamiento del mercado". El padrino de los quants se llamaba Ed Thorp, un profesor de M.I.T. que, en la década del sesenta, después de desarrollar estrategias matemáticas para ganar en los casinos de Los Vegas, tuvo la brillante idea de aplicar lo que sabía para triunfar en Wall Street.

Según Patterson, Thorp no sólo entendió que, en el fondo, Wall Street es como un gran casino; también que la hipótesis del mercado eficiente que en ese entonces predominaba en Wall Street -y que sugiere que el mercado es impredecible y que los precios reflejan correctamente toda la información conocida sobre éste- estaba equivocada: "había fallas en la información que tenían algunos inversores en el mercado, factores técnicos que podían llevar a breves discrepancias en precios". Armado de matemática pura y computadoras poderosas, un buen quant podía aprovecharse de esas fallas y volverse millonario.  
   
A principios de la década pasada, los quants no eran la excepción sino los que dominaban Wall Street. Para Patterson, son ellos los principales culpables de la crisis financiera que explotó el 2007 y que provocó el colapso de bancos prestigiosos en Estados Unidos. Los modelos financieros que los quants impusieron en Wall Street durante el último cuarto del siglo pasado se convirtieron en una doctrina invisible de tan poderosa; estos modelos entendían que la volatilidad de los precios en las opciones dependía de movimientos brownianos -no se puede adivinar cuál será el siguiente movimiento, pero sí el promedio, que tiende a obedecer a una distribución normal--, lo cual excluía grandes cambios en los precios. Ya sabemos que en una crisis financiera el pánico y la histeria hacen presa fácil de los inversores, y ocurren esos saltos en los precios para los cuales no están preparados los modelos (a principios de los sesenta, el matemático Benoit Mandelbrot desarrolló teorías que incluían la posibilidad de estos saltos o fat tails, pero los quants no lo tomaron en cuenta).
   
Patterson señala que en los últimos tres años la hipótesis del mercado eficiente ha dado lugar a nuevos modelos que usan teoría del caos para entender los mercados financieros. Han surgido la "neuroeconomía" y las teorías de la conducta financiera que tratan de incluir en los modelos el comportamiento a veces irracional del inversor, incluso la forma en que funciona el cerebro.

Los quants llevaron a muchos inversores al precipicio y fueron humillados. Sin embargo, poco a poco van planeando su venganza. Las computadoras son cada vez más rápidas, y hay quants que ya han desarrollado máquinas inversoras capaces de responder a la orden de un cliente en tres milisegundos. Otros han creado "algoritmos depredadores" capaces no sólo de buscar discrepancias entre precios sino de causarlas. La nueva regulación financiera emprendida por Obama no será un rival adecuado para el deseo del hombre de ganar mucho dinero lo más rápido que se pueda.

(La Tercera, 24 de mayo 2010)

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24 de mayo de 2010
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El artista en la corte

¿Cuál es el lugar del artista en la Latinoamérica contemporánea? ¿Qué relación existe entre el arte y el poder? ¿Cómo ha cambiado la función social de la literatura entre el modernismo de fines del siglo diecinueve y nuestro presente? Trabajos del reino (2004), la primera novela del mexicano Yuri Herrera, es un buen lugar para articular una reflexión al respecto. Esta novela atrajo la atención de críticos importantes como Elena Poniatowska, y fue reeditada en España el 2008.

A Herrera le interesa mostrar en Trabajos del reino la relación que existe entre el arte y la violencia. Este tema aparece en algunas novelas de Roberto Bolaño, entre ellas Nocturno de Chile y Estrella distante. En Nocturno de Chile hay una visión del crítico como un cortesano del poder autoritario y de la literatura como una vocación artística que procura mantenerse alejada de la barbarie pero que es más bien cómplice de esa barbarie.

Las novelas de Bolaño tienen una evidente conexión con las "novelas del dictador", tan fundamentales en la literatura latinoamericana. En Nocturno de Chile, el dictador es un personaje, y en la trama es clave su relación de Ibacache, el crítico narrador en su lecho de agonizante; quiere aprender de él los fundamentos del marxismo. En la novela de Herrera, estamos lejos del poder estatal. Aquí no hay presidentes ni ministros; apenas uno que otro policía corrupto. Más que de un Estado fallido se trata de uno ausente, como en algunos cuentos de Rulfo ("Nos han dado la tierra"). Pero esa ausencia del poder central ya dice mucho, porque lo que se instala a cambio es el poder local del narcotráfico en el norte de México. El Rey es quien hace y deshace, y la corte de aúlicos se forma en torno a él.
   
En Trabajos del reino hay una reflexión aguda sobre el lugar del arte en una sociedad capitalista regida por los valores del narcotráfico. Lobo, el Artista, es un cantor de corridos cuyo camino se cruza con el Rey, un poderoso jefe narco; vivir de cortesano en torno al Rey tiene sus costos: se debe componer pensando en ese mundo en el que vive. Se trata de un arte de gesta, a la usanza medieval: los corridos cantan las hazañas de los moradores del lugar. Así, lo que hará Lobo al privilegiar el lugar central del Señor será componer narcocorridos. El arte no es independiente, autónomo; quizás nunca lo es del todo, pero en esta novela se explicita el intercambio de la creación de una obra por el mecenazgo, la tranquilidad económica.
   
Lobo no cree estar haciendo nada incorrecto. Por un lado, su justificación artística tiene que ver con el hecho de que está componiendo corridos que salen del pueblo. Por otro, sabe que al estar del lado del Rey transgrede las normas de la corrección social; el lado peligroso de su arte le da a su vocación un toque disidente, de hombre enfrentado a los valores de la cultura burguesa ("Que se asusten, que se asombren los decentes, sobájelos", cree que le dice el Rey; "Si no, ¿pa qué es artista?").

Lo que está en juego en Trabajos del reino es la función misma del arte. Resulta significativo contrastar esta novela con un texto de Rubén Darío, "El Rey burgués" (1888). En este cuento, el escritor nicaragüense reflexiona también sobre la conexión entre el arte y su función social. Se trata de otro momento histórico, en el que el poeta ha perdido su lugar privilegiado en la sociedad y, desplazado por los valores mercantilistas, de profesionalización del arte, busca desesperadamente ese lugar perdido. En la corte del Rey burgués, mecenas aficionado a las artes, el poeta se queja de que, en la naciente sociedad moderna, su rol de profeta visionario es puesto en entredicho.
   
El poeta de Darío rompe una lanza por una visión romántica del arte que está siendo desplazada por los valores del mercado: "Los ritmos se prostituyen, se cantan los lunares de las mujeres, y se fabrican jarabes poéticos... Señor, el arte no está en los fríos envoltorios de mármol, ni en los cuadros lamidos, ni en el excelente señor Ohnet. ¡Señor! El arte no viste pantalones, ni habla en burgués, ni pone los puntos en todas las íes".
   
De nada sirve la queja. Lo que le ofrece el Rey al poeta es ingresar al nuevo sistema, ofrecerle una transacción comercial a cambio de su arte: "Pieza de música por pedazo de pan". El poeta "hambriento" termina olvidado en el jardín del rey burgués, y le llega la muerte mientras él sigue soñando en la sociedad venidera que cantan sus versos.
   
Ha pasado más de un siglo entre la obra de Darío y la de Herrera. El Artista de Trabajos del Reino sigue buscando su lugar en la corte. Lo que ha cambiado es el grado de conciencia que tiene de pertenecer a la sociedad capitalista; el poeta de Darío se acerca a la corte y busca ingresar a ella entre quejas acerca de una función privilegiada perdida; sus ataques a los valores burgueses son también ataques al Rey que debería darle un trabajo, pues éste encarna esos valores triunfales.

En cambio, el Artista de Herrera acepta que ya no tiene ninguna función social privilegiada y, más bien, se legitima a sí mismo cuando se acerca al centro de irradiación del poder. Un poder que ya no es estatal, pero que es poder al fin. Entre Darío y Herrera media todo el siglo XX, la historia del intelectual latinoamericano que, fascinado por el poder, se dejó seducir por él y perdió su capacidad de discurso crítico.

(Babelia, El País, 15 de mayo 2010)

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18 de mayo de 2010
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La América salvaje

Una de las especialidades de la narrativa de los Estados Unidos es el cuento largo, el que no depende de un solo incidente o epifanía para impactar, el que parece una suerte de novela comprimida. Faulkner ya escribía cuentos memorables en este estilo, pero quienes lo llevaron a la perfección fueron Cheever (solo basta recordar "The Country Husband") y Updike. Wells Tower, a juzgar por su primer y único libro, Todo arrasado, todo quemado, es hoy por hoy su practicante más aventajado, su alumno más osado.  

Hay tantas cosas para aplaudir en esta colección de relatos que es imposible que una reseña les haga justicia. Tower lleva en su genealogía la impronta de Flannery O'Connor, por su talento para convertir cualquier objeto en un símbolo cargado de densidad, y la de Denis Johnson, por su capacidad para encontrar poesía en la vida de los perdedores de la América profunda. Aquí están los hombres expulsados de sus casas por infieles, los hermanos que no se hablan a lo largo de los años, los hijastros que no se llevan bien con los padres, los depredadores sexuales en busca de niños y quinceañeras. Uno de los cuentos más notables se titula "La América salvaje"; así podría haberse llamado el libro.

Ocho de estos nueve relatos quedarán para las antologías. La fuerza descriptiva va acompañada por una mirada compasiva a los personajes y un gran sentido de la sorpresa y el manejo del tiempo a la hora de construir las tramas. En "En la feria", un niño es abusado sexualmente. La intriga gira en torno al posible culpable, uno de los trabajadores de esa feria en la que se mezclan "los rojos estridentes del Coro del Diablo y el blanco azulado de la noria y los verdes estroboscópicos del Orbitador y los amarillos y morados fugitivos de las sillas voladoras". El cuento apunta hacia una dirección, pero el final sorprende e impacta.

Uno de los símbolos más emblemáticos de los Estados Unidos de Wells Tower es una niña de quince años en esa feria. La niña anda con un caramelo fosforecente en la boca, y mientras se mece en el Barco Pirata, hay una "luz tenue y verde que lanza destellos entre los dientes de la chica, una luz de desolación y consuelo, la luz de una ventana en una casa apartada en una calle vacía". Cuando la chiquilla pierde la inocencia, esa misma noche en que el niño es abusado, "ella abre la boca de par en par y está muy guapa, pero la luz de su boca ha desaparecido".   

La variedad de registros de Wells Tower impresiona. Cuando creíamos que lo suyo era dar cuenta de los Estados Unidos de hoy, aparece el último cuento, "Todo arrasado, todo quemado", y trastoca todas las expectativas. Este cuento va de vikingos que, para paliar su depresión, se dedican al saqueo y pillaje de los pueblos cercanos. ¿Y qué pasa cuando un vikingo se enamora? Descubre lo terrible que es este sentimiento, porque lo vuelve a uno vulnerable. El mundo hará con él lo que él le ha hecho al mundo, y no podrá dormir, "esperando el crujido y el chapoteo de los remos, el sonido metálico del acero, los ruidos de los hombres que reman para llegar a tu casa".   
     
(Babelia, El País, 15 de mayo 2010)

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15 de mayo de 2010
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Cristina Rivera Garza: del haiku al tuit

El poeta mexicano Aurelio Asiain (@aasiain) ha escrito este tuit: "Sólo por prejuicio, también, consideramos alta literatura un haiku de Basho o una copla de Lorca y no tantos tuits que no lo son menos". Pienso en esto al leer los tuits de Cristina Rivera Garza (@criveragarza), una escritora que está señalando algunos de los caminos más interesantes para hacer literatura en Twitter.
   
Cristina usa tuits para desarrollar sus metacomentarios sobre la escritura en Twitter. Por un lado, los tuits pueden servir para leer otros géneros: "Podría verse de esta manera: un artículo son tres o cuatro tuits rodeados de texto". También: "un cuento es a veces un tuit dentro de contexto de otro tipo de muchas palabras". Así, Cristina pone en práctica algo que está en el principio de cualquier ecología mediática: un nuevo medio hace que los otros se desplacen, les cambia de posición. El cine nos ha permitido leer de otra manera al teatro, los emails nos permiten entender las cartas desde otra perspectiva.
   
Cristina acuña el concepto de "tuitnovela", y dice: "La tuitnovela es un TL escrito por personajes". Aquí, hay que entender el TL como "timeline", lo que aparece de manera vertical en la pantalla y va cambiando a medida que se registran nuevos tuits de aquellos a quienes seguimos. Es decir, la tuitnovela está escrita por varios autores de manera no intencional, pero habría siempre un responsable: el dueño del TL.
   
Cristina sugiere que en todo TL se puede encontrar un par de "secuencias narrativas escritas por ‘personajes'". También: "Como en cualquier TL, en la tuitnovela importa la manera en que un tuit se deja afectar/deformar por otro". La anécdota puede ser lineal en la narrativa tradicional, pero en la TL-novela, lo que de veras importa es "La producción plural de una estructura". La TL-novela es una versión contemporánea y experimental de la novela entendida por Bajtin: polifonías, yuxtaposiciones que dan como resultado textos "dialógico[s]/corálico[s]/ecóico[s]".
   
Una opción narrativa de Twitter, entonces, viene dada por el TL particular de cada usuario en Twitter. Pero también existen, y son más, los tuits emparentados con la poesía, en los que el límite de los 140 caracteres sirve para la escritura de un aforismo o un haiku. Cristina también los practica: "Alguna vez, dije: lo que pasa, que es el tiempo, pasa literalmente; ahora ya no sé"; "uno se entera de cada cosa en sueños"; "nada acontece realmente en otro lugar"; "En otras palabras: todo es otras palabras".
   
Se puede leer al italo-argentino Antonio Porchia y al francés Edmond Jàbes como poetas del Twitter avant-la-lettre. Pienso en algunos aforismos de Porchia: "un corazón grande se llena con poco"; "las dificultades también pasan como pasa todo, sin dificultad". De la misma manera, Jàbes: "una frase es pura cuando está sola"; "las palabras solo expresan su propia soledad"; "el filósofo nace con la filosofía; el pensador, con el pensamiento; el poeta, con el mundo".
   
Si los aforismos de Porchia y Jàbes pueden leerse también como tuits, se podría generalizar y decir: todo el género del aforismo podría verse como una versión pre-tecnológica de los tuits. Sin embargo, hay diferencias. La más importante tiene que ver con el medio: los tuits se hallan intrínsicamente relacionados con el universo digital, con la red. Uno puede hacerle un retuit a un tuit que le gusta, uno encuentra un tuit poético yuxtapuesto con otros que no tienen nada que ver con la poesía. El espacio de la escritura en Twitter es también una red de diálogo.
   
Cristina Rivera Garza ha escrito este tuit: "En realidad la literatura no importa; importa escribir". Darle importancia a la escritura es uno de los caminos más eficaces para hacer alta literatura. Y eso es lo que hace esta escritora mexicana en Twitter.  

(La Tercera, 10 de mayo 2010)

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10 de mayo de 2010
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Puerto Rico y el Festival de la Palabra

Tan sólo el año pasado, Mayra Santos hablaba con un grupo de amigos escritores acerca de la necesidad de que Puerto Rico tomara un rol más protagónico en el panorama de la literatura iberoamericana. Puerto Rico podía concebirse como un lugar ideal para el diálogo entre la cultura caribeña en español e inglés, el caribe francófono, la literatura latina en los Estados Unidos, la literatura española y las diversas literaturas latinoamericanas (la que se escribe en español, la que se escribe en portugués, etc). Los que conocemos a Mayra sabemos que no hay distancia entre lo que dice y lo que hace. Así, hoy se inicia en San Juan el Festival de la Palabra, con una clara vocación abarcadora: más de cien autores, entre los que se encuentran Mario Bellatin, Karla Suarez, José Luis Peixoto y Pedro Mairal; más de veinte países representados, de Haiti a Angola, pasando por Venezuela, Portugal y Nicaragua; una impresionante lista de eventos para reflexionar sobre el lugar de la literatura en la sociedad contemporánea. La conferencia magistral estará a cargo del escritor puertorriqueño Luis Rafael Sánchez.

Por supuesto, para que se realice un encuentro de esta magnitud se necesita el esfuerzo de muchos. A todos los que han trabajado junto a Mayra, entre ellos el escritor español José Manuel Fajardo, director de programación, y las diversas instituciones que han dado un apoyo económico y logístico, felicidades y mucha suerte. Que este festival se convierta en una cita anual de la cultura iberoamericana.

El viernes 5 por la tarde se llevará a cabo la convocatoria al primer premio de narrativa Las Américas. Habrá una gran sorpresa. Por ahora, mejor no adelantar nada.

A partir de mañana, nos vemos en San Juan.

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4 de mayo de 2010
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El Boomeran(g)
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