Víctor Gómez Pin
Las convicciones sin base sólida, las adoptamos simplemente por conveniencia, ni siquiera forzosamente coincidente con el oportunismo, pues puede que ni siquiera se haya reflexionado sobre la misma. Se trata de una suerte de instinto que mueve a plegarse al entorno; efectivamente algo muy similar a lo que la vida misma constituye, aunque simplemente en lugar del entorno natural se trata ahora del entorno social. Cuenta sobre todo el argumento de autoridad, se cobija uno bajo aquello que da más seguridad.
Pero la cosa no queda ahí, pues la naturaleza de ser de razón no desaparece, y acaba mostrándose, aunque bajo una forma degradada. Y así, tras la sumisión, se buscan legitimaciones racionales a la misma. Ello es muy frecuente en el caso de las adscripciones ideológicas o directamente políticas. Supongamos que el entorno invita a abrazar tal o tal posición so pena de quedar excluido. Una vez sumisos tenderemos a encontrar argumentos que nos ratifiquen en lo noble, justo y racional de nuestro posicionamiento, es decir que nos protejan de todo desgarro interior, que nos permitan decir a la naturaleza, a Dios o a nuestro principal educador " gracias te doy señor por no ser como ese".
Sentirse del buen lado, sentirse así protegido y además sentirse en armonía con uno mismo: tal es el profundo motor subjetivo de todo posicionamiento que no venga determinado por la dura prueba que Platón establecía como condición de la legitimidad de una opinión, es decir la opinión fundada, enfrentada a la perezosa opinión meramente heredada.
A veces la aceptación pasiva de opiniones sin soporte racional es resultado de la mera estulticia, pero siempre se acompaña de pusilanimidad, cuando no de llana cobardía. Nunca en todo caso es acorde con la decencia.
Precisaré que la evocada armonía interior del reconciliado a este precio no dura siempre de hecho no dura ni un solo día, a menos que la persona en cuestión no duerma. Pues en los sueños no hay manera de evitar aquello de lo que en la vigilia se huye, y casi me atrevo a decir que en sueños no hay manera de ser estúpido. Por ello tantas personas tienen fundados motivos para temer la hora de dormir.
Este último aspecto es lo que yo llamaría la contradicción del fariseo. Pero como hemos visto hay contradicciones más radicales, o por mejor decir: la contradicción verdaderamente dura es aquella a la que se enfrenta el personaje en principio antitético, el que ha apostado a la opinión fundada, el que tras sumergirse en el campo eidético platónico, ve que tampoco los conceptos son estables, que también la ciudad de las ideas está sometida al cambio.