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Orientarse

Por 3 de marzo de 2020 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Durante siglos las artes fueron un índice de por dónde podía divisarse un futuro mejor
 

Si me hubiera cabido, habría titulado la columna: "¿Por dónde se va al futuro?", pero no cabe y además es una ingenuidad. Al futuro llegaremos todos, lo queramos o no. Era una pregunta retórica, en realidad lo que preguntaba era si alguien avistaba algún signo de que el futuro vaya a tener mejor cara que el presente. ¿Hay remedio para tanta ruina moral y mental?

Durante siglos las artes fueron un índice de por dónde podía divisarse un futuro mejor. Los humanos trabajaban para imponer sus formas más esperanzadoras a la tediosa actualidad. Los historiadores podían orientarse observando esos signos. Veían cómo surgió el arte cristiano con sus basílicas cubiertas de mosaicos dorados que poco más tarde se renovarían como monasterios y conventos rodeados de viñedos feudales. Pero muy pronto empiezan a elevarse las torres en aguja y a hacerse transparentes los muros de las catedrales, aunque luego se retuercen y convulsionan las figuras, las columnas, los espacios del barroco. En fin, así se hizo siempre y ya en el siglo XX los sólidos transparentes de Mies o los rascacielos gritaban el comienzo de una nueva era llena de energía y esperanza. Todavía se podía observar la aceleración del tiempo, por ejemplo, comparando una ópera de Alban Berg y otra de Verdi, una novela de Dickens y otra de Faulkner, los historiadores indagaban el significado de los cambios formales, de la afirmación.

Yo miro a los años que he vivido y apenas veo signos nuevos, sólo actualidades repetidas una y otra vez. Ninguna forma nueva señala con energía hacia el futuro. Los últimos fueron Losirascibles, hace 70 años, que ahora se exponen en la Fundación Juan March de Madrid. Luego vino la melancolía conceptual y la diversión mil veces repetidas. El tedio.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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