Vicente Molina Foix
Fue el lugar de los enamorados en sus primeras citas ilusionadas. Y el lugar de los forasteros que al llegar a la capital querían empezar su visita ordenadamente: en la Puerta del Sol está marcado en el suelo, sobre una losa de piedra, el kilómetro cero de todos los caminos de España. Pero también fue, durante más de un siglo, un lugar de protestas, de libertades, de matanzas. Una gran multitud se agolpó, por ejemplo, alrededor de esa plaza y las adyacentes calles de Alcalá y del Arenal un 2 de mayo histórico, el de 1808, cuando las tropas de Napoleón ocupaban la ciudad. Había "veinte mil rebeldes", le escribe ese día el general Murat a su cuñado, contándole con detalle los graves incidentes producidos cuando los madrileños resistieron la carga de los Mamelucos del ejército francés, un episodio también contado por otro testigo presencial, el pintor de una de las más célebres obras del Museo del Prado, ‘El Dos de Mayo en la Puerta del Sol’, residente entonces en una casa situada en la misma plaza. Ese cuadro de Francisco de Goya tiene para los españoles una carga sentimental similar a la que puede tener para los franceses el que pintó en 1830 Delacroix, ‘La libertad guiando a su pueblo’, aunque la república tardó en llegar a España y fue breve en sus dos únicos periodos, veinte meses en 1873 y apenas ocho años entre 1931-1939. No hay pinturas comparables a la de Goya, pero sí fotos emocionantes de la Puerta del Sol llena de gente con escarapelas republicanas celebrando la caída del rey Alfonso XIII el 14 de abril de 1931; al fondo de esas fotografías se ve la gran bandera tricolor colgada en el balcón de un edificio neoclásico encargado en 1760 por otro rey Borbón ilustrado y querido, Carlos III, a un arquitecto francés, Jacques Marquet, como sede de la Real Casa de Correos.
Cuando yo llegué con 17 años a Madrid desde la provincia para estudiar en la facultad de Letras y hacerme ‘gauchiste’ tuve también algún rendez-vous amoroso, pero nunca en la Puerta del Sol. A la Puerta del Sol sólo se iba por aquel entonces detenido. El elegante edificio de Marquet que, acabada su función postal, albergó desde 1848 a 1939 el Ministerio del Interior, se convirtió con la llegada al poder del Caudillo en el local siniestro de la policía franquista, "la Brigada Político-Social"; sus nobles despachos fueron ocupados por los comisarios más innobles de la dictadura, y en sus calabozos se torturó y se humilló y se asesinó. El general Franco no lo usó nunca como lugar protocolario; arengaba a las masas desde el Palacio Real, como un falso monarca chusco ansioso de legitimidad.
Desde la llegada de la democracia bajo el reinado de Juan Carlos I, la Puerta del Sol se hizo ecuménica. Un lugar de paso y de negocio, menos hermoso que la cercana Plaza Mayor pero más vivo, más vulgar, más denso. Y el edificio de Marquet, restaurado y redistribuido en su interior, se convirtió en la sede del gobierno regional de la Comunidad Autónoma de Madrid. Los nuevos tiempos permitían las manifestaciones públicas, sin riesgo de paliza ni matanza; según los días y las horas, se veía en la Puerta del Sol a republicanos nostálgicos, obreros despedidos, ahorradores timados por la Banca, aunque a quienes más se oía era a los predicadores de un inminente Apocalipsis y a grupos de extremistas pro-vida con estandartes tétricos y cánticos de una espiritualidad agresiva. La Puerta del Sol volvía a ser el kilómetro cero de las rutas cruzadas de un país descentralizado y poco a poco decepcionado.
Y de repente, en otro mes de mayo, doscientos años después de la guerra de independencia frente a los Bonaparte, los rebeldes ocupan la plaza. Son pocos al principio, aunque muy locuaces; no todos jóvenes. Su presencia en la Puerta del Sol se hizo notar enseguida, porque no se iban; llegaba la noche y no se iban. Nacía algo que no tenía nombre, y hubo que dárselo: el 15-M, en razón de que a lo largo de aquel 15 de mayo de 2011 los primeros indignados se manifestaron en más de 50 ciudades españolas, protestando contra los recortes económicos y las políticas anti-sociales dictadas, o al menos aceptadas, por un gobierno socialista, el de Zapatero. Las manifestaciones más numerosas fueron en Barcelona y Madrid, y en ambas ciudades una parte de los manifestantes ocuparon los puntos céntricos: la Plaza de Cataluña en Barcelona y la Puerta del Sol. En Madrid, los primeros acampados fueron hostigados por la policía, y en la madrugada del 16, diecinueve de ellos fueron detenidos. Al día siguiente, 17 de mayo, ya había en la Puerta del Sol diez mil personas. La cifra fue creciendo. Durante un mes, una ciudad de ilusiones creció en el corazón de una capital enferma. Tiendas de campaña, cocinas de gas, retretes bien ordenados, altavoces, canciones, y discusiones, más discusiones que discursos. Ni la gente que durmió allí 28 noches, ni los que pasamos en distintos momentos del día de aquellas cuatro semanas por la Puerta del Sol, queríamos discursos. ¿Qué querían los indignados del 15-M? ¿Qué queríamos los demás ciudadanos descontentos de la clase política de un país que en cinco años había pasado de ser el modelo de Europa a uno de los empobrecidos ‘pigs’ junto a Portugal, Irlanda y Grecia?
El cambio deseado no llegó. No hubo, tampoco, como en la mayoría de los países árabes, una "primavera española" con éxito. Vino el verano, la indignación siguió más en privado que en la calle, hubo elecciones generales en noviembre de 2011, y la caída prevista del desastroso segundo gobierno Zapatero dio paso a un régimen mucho más catastrófico, el de Rajoy y su derechista Partido Popular, que afrontaría la crisis desmantelando los escasos bienes que aún quedaban en la educación, en la sanidad, en la cultura. Mientras eso sucedía, un número muy elevado de altos cargos del Partido Popular iban a la cárcel o eran condenados por graves casos de corrupción, algunos de ellos en connivencia con el yerno del saliente rey Juan Carlos.
¿Ha quedado algo del espíritu libertario del 15-M? Unos cuantos socialistas y comunistas creen que no; yo, que sólo estoy afiliado a mí mismo, creo que sí. En las últimas elecciones europeas un nuevo grupo político nacido del movimiento de los indignados, ‘Podemos’, ha obtenido más un millón doscientos mil votos, y cinco diputados. Yo no les he votado, pero me alegro de que existan. Cuando su lider Pablo Iglesias se reclama heredero del Comandante Chávez o de los hermanos Castro siento un rechazo visceral, pero hay también cosas que dice que me gusta oír, y que me gustaría ver aplicadas. ¿Soy un iluso por ello?
Mis amigos de izquierda más cínicos sostienen que Pablo Iglesias es un ‘bluff’ y que ‘Podemos’ se romperá por sí solo. Y creen también que la Puerta del Sol sólo volverá a llenarse la noche de San Silvestre, cuando, como todos los días de Fin de Año, los madrileños la llenan para emborracharse y tomarse -un rito sagrado de los españoles, que por supuesto comparto- las doce uvas al son de las doce campanadas del carillón que adorna el edificio de Jacques Marquet. Espero que mis amigos se equivoquen.
(Artículo publicado, con traducción de Claude Bleton, en una serie sobre las Plazas de la Libertad aparecida en el diario ‘Libération’ durante el pasado mes de agosto)