Sergio Ramírez
He leído algunas crónicas, entre ellas una de Mayté Carrasco, corresponsal de El País, acerca de lo que significó el dominio de la ciudad de Gao, en Malí, por parte del Movimiento para la Unidad de la Yihad en África Occidental (MUYAO) y del Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA), que impusieron la sharía, el código islámico totalizador de la conducta que incluye normas morales que deben gobernar la vida privada, y reglamenta lo que pertenece al mal, y lo que pertenece al bien, una clasificación a la que es necesario atenerse a riesgo de volverse uno infeliz. El dogma con fuerza de ley a la que nadie puede escaparse.
Veamos algunos de los lemas pintados en las calles de Gao por el aparato de propaganda del MUYAO: Juntos por el placer de Dios todopoderoso y la lucha contra los pecados. La sharía es la pureza de la mujer.
Pero este otro se lleva la palma: vivir bajo la sharía es vivir con felicidad. La imposición de la felicidad significó cortar a los ladrones la mano con que había cogido lo ajeno, meter en las mazmorras a los herejes, y desollar el lomo a latigazos a los fumadores y a quienes se atrevían a dirigir la palabra a las mujeres en la vía pública. Semejante estado de sitio de la felicidad perfecta duró diez largos meses, grabados con sangre en la memoria de la gente.