Sergio Ramírez
Es como la amenaza de una invasión silenciosa de extraterrestres que poco a poco van tomando posesión del cerebro humano para terminar banalizándolo, igual que en las viejas películas de marcianos que invaden la tierra y se adueñan de las mentes, hasta volver zombis a todos los desprevenidos terrícolas.
En una pantalla, la mente no es capaz de leer libros completos, se nos advierte, porque el usuario sólo entra a buscar el dato que necesita en el momento, y luego sale del sitio donde se encuentra el libro. Entonces me viene el recuerdo de que es lo mismo que yo solía hacer con las enciclopedias de numerosos tomos alineados en un estante cuando buscaba alguna información. Nunca me leía la entrada completa, buscaba el párrafo, y adiós. Hoy las enciclopedias están desapareciendo por razón de que, además de lo tedioso de manipularlas, debía pasar un año o dos para que estuvieran al día, y por eso es que ya no se imprimen. La red, en cambio, es una gran enciclopedia de tamaño borgiano.
¿Qué desaparezcan en su forma impresa las enciclopedias, los diccionarios especializados, las revistas científicas, debe llevarnos necesariamente a la conclusión de que los libros están también condenados a desaparecer? El mismo Carr nos dice todo lo contrario en un artículo publicado este mismo mes de enero en The Wall Street Journal bajo el sugerente título No queme sus libros, el papel impreso está aquí para quedarse.