Sergio Ramírez
Quebrado emocionalmente, cuando abandonó la cárcel se encontró con que su mujer lo había abandonado, y que sus camaradas de letras se cuidaban de acercársele, bajo la égida del temor y la cobardía, y entonces, sin techo y sin trabajo, se ganó la vida como músico callejero, y al mismo tiempo se dedicó a seguir reuniendo los testimonios que irían a dar a El paseante de cadáveres. Siguió siendo perseguido, y fue a dar a los calabozos otras muchas veces, hasta que se exilió en Alemania, donde este mismo año ha recibido en Frankfurt el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes, el mismo otorgado también a Ernesto Cardenal, Octavio Paz y Mario Vargas Llosa.
Las crónicas de El paseante de cadáveres conservan el formato de entrevistas, en las que el periodista interroga con franqueza, y a veces dureza, a los personajes que tiene enfrente, y uno las lee poseído por una sensación de alucinación, como si aquel mundo no pudiera ser real, precisamente porque es demasiado real: en una de las circunscripciones montañosas de Sichuan, en pleno Gran Salto Adelante, una familia campesina mató y se comió a una niña de tres años, la menor de las hijas, tanta era el hambre, y pronto el canibalismo cundió. Las autoridades del partido no podían informarlo arriba, porque estaba en juego su propio prestigio, y sus cabezas.