Sergio Ramírez
No conozco entre esa multitud de documentos adquiridos por la Universidad de Arizona a un vendedor que permanece en las sombras, más que aquellos que el profesor Acereda revela en su ensayo, pero él mismo advierte que "los manuscritos están en buen estado en su práctica totalidad, gracias al uso de papel grueso y de calidad, perfectamente legibles y con una notable ausencia de tachaduras, correcciones y enmiendas". Es decir, la obra de un falsificador sin imaginación, que busca imitar la caligrafía de Darío, de sobra conocida, pero no advierte que entonces, cuando se usaba tintero, plumilla de acero y secante, no se podía escribir sin borrones ni tachaduras, sobre todo cartas, y más que eso, que la letra cambiante de una persona responde siempre a los estados de ánimo, angustias, de las que Darío vivía lleno, entre ellas su siempre calamitosa condición económica, y la hiperestesia provocada por su tendencia al alcoholismo.
La joya más vistosa, entre las cartas reveladas, es la que Darío dirige a Nervo desde Nueva York, el 12 de enero de 1915, un año antes de su muerte en Nicaragua, escrita en papel con membrete del Hotel Astor, y allí le dice: "Te escribo estas cuantas líneas, seguro de que al recibo de estas mías te encuentres lleno de alegría y felicidad, de salud y bienestar: confiado en que hayas recibido el poema que recientemente, con fecha de Barcelona, Septiembre del año pasado te lo hice y dedicado como muestra de mi gran amor hacia ti, el cual titule´ "Ah! Recuerda!", como tributo al sentimiento y gran amor y pasión que nos une…" Otra vez el idioma destrozado bajo la firma, dichosamente falsa, de Darío.