Sergio Ramírez
Los funerales de estado, iguales que las bodas reales, son grandes puestas en escena destinadas a conmover a las multitudes que se alinean en las calles o a las puertas de las catedrales y palacios, contenidas por las vallas de la policía, y que igualmente congregan a millones frente a los aparatos de televisión como en los juegos olímpicos o las grandes lides del fútbol. Los funerales del presidente Kennedy, por ejemplo. La boda y los funerales de la princesa Diana, quien tuvo la doble gracia de casarse y ser enterrada en olor de multitudes.
Pero el ritual de las exequias fúnebres del Líder Supremo de Corea del Norte Kim Jong-Il desborda toda imaginación y entran en el territorio más profundo de la divinidad. Kennedy y la princesa Diana eran mortales a quienes llegó su hora, mientras que el alma del Líder Supremo se desprende su envoltura terrena y sube a los cielos como el verdadero dios que es.
Dios, porque semidiós es demasiado poco, y va a sentarse a la diestra de su padre Kim Il-Sung, fundador de la dinastía, quien ahora tiene el título de Líder Eterno, y como eterno que es, sus fotos gigantescas y sus estatuas doradas están por todas partes. Además, ya están en Pion Yang los expertos rusos en momificación que se encargarán de preservar el cadáver del hijo, para que yazga en una urna al lado de la que ya contiene la momia del padre.