Sergio Ramírez
He hablado de un juego de espejos, que copia las imágenes arcaicas del caudillo del siglo diecinueve paseándose orondo sobre el tablado, sable en mano para desgarrar todos los decorados constitucionales, pero quizás me equivoque. El espejo lo que devuelve son imágenes mejoradas, porque aquellos viejos caudillos no tenían tanta imaginación para pasar las leyes por los filtros y redomas que las vuelven dúctiles y maleables, de modo que pueden asumir cualquier figura que el taumaturgo en el poder quiera darles, y aún deslizarse debajo de los resquicios de las puertas como el Hombre de Goma, el superhéroe de las historietas cómicas de mi niñez, que hacía de su cuerpo lo que mejor le convenía.
El presidente Chávez ha anunciado que ya tiene un buen manojo de decretos listos, que una vez firmados de su puño y letra se convertirán en leyes de la república bolivariana, capaces de afrontar con ellos cualquier clase de emergencia, desde asonadas hasta huracanes.
Una voluntad única sobre un conjunto de voluntades concertadas, que es lo que las cámaras legislativas se supone que representan, lo cual no es sino una clausura virtual del recinto legislativo, las sillas de los diputados vacías, u ocupadas por sus propios fantasmas.