Sergio Ramírez
El inolvidable personaje de El diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara, libro que apareció en 1641, tenía el poder de levantar los techos de las casas de Madrid a la medianoche para ver qué es lo que estaba ocurriendo dentro de ellas. Desde su atalaya en la torre de San Salvador, el cojuelo le dice al estudiante don Cleofás "advierte que quiero empezar a enseñarte distintamente, en este teatro donde tantas figuras representan, las más notables, en cuya variedad está su hermosura…"
La variedad que está en la hermosura, o en la fealdad, que también es diversa. Casi cuatro siglos después, un nuevo diablo cojuelo salta a escena entre deslumbres de azufre cibernético, y desde su atalaya de WikiLeaks es capaz de quitar el techo a los cubículos de miles de burócratas del Departamento de Estado de los Estados Unidos, y de sus embajadas en todas partes del mundo, para asomarse a lo que leen o escriben, descifrarlo, y revelarlo para deleite de millones de curiosos lectores.
Julian Assange, el hacker más famoso de todos los tiempos, nos da la oportunidad de cumplir una de las ambiciones más consentidas en los entresijos del alma humana: fisgar en los papeles ajenos por encima del hombro para enterarnos de los secretos, ya sean políticos o sentimentales. En este caso, el banquete es político, aunque ya se sabe que los políticos son personas.